La subjetividad silenciada. Del desamparo a la filiación

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Abuso sexual intrafamiliar: La subjetividad silenciada.
Del desamparo a la filiación.
Licenciada María Virginia Carretero.
La intervención de la Psicología en el campo de lo Forense configura un
espacio donde subjetividad y ley se entraman como elementos esenciales sobre los
que se juega la verdad de un acto a juzgar.
En este escenario la articulación de los discursos Psicoanalítico y Jurídico
permitirán acceder a la particularidad de esta verdad: La verdad jurídica del
Derecho, cuya esencia es la búsqueda de la veracidad de los hechos y su probanza;
y la verdad psíquica del sujeto o los sujetos involucrados en los hechos, de qué
manera estos últimos se inscriben en la subjetividad de quien comete un acto fuera
de la ley o es víctima de él.
Más que una Psicología aplicada al Derecho, se trata de instituir sobre esos
sujetos una práctica psi-jurídica que articule los términos Ley, sujeto y verdad,
para delinear, más allá de la escena donde los hechos se juegan, esa otra escena
que se devela con la herramienta esencial a nuestra práctica, que es la palabra, y
nos remite a la verdad subjetiva de quien o quienes están implicados en los
hechos; verdad que como sabemos sólo puede decirse a medias.
Tanto Freud como Lacan, desde el Psicoanálisis, demuestran que en el
origen de la cultura están la ley y el crimen. En Tótem y Tabú se relata el mito en
el que los hijos asesinan al padre de la horda primitiva, odiado por ser el único
gozador de los todos bienes y las mujeres. Una vez cometido el crimen surge en
los hijos el amor, el arrepentimiento y la culpa, lo que causa la instauración de la
prohibición y la restitución del padre como lugar simbólico, el tótem. Desde allí
cobrará fuerza de ley la prohibición del incesto y parricidio y los hijos serán
deudores y responsables de transmitirla a sus hijos en las generaciones venideras.
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Se instituye esta prohibición como ley primordial de la cultura, fundante
de todo orden social. Se establece así un sistema de diferencias entre los sexos,
entre lo prohibido y lo permitido, entre el bien y el mal; esto da lugar a la creación
de las leyes de parentesco y hace posible la existencia del sujeto ligado a una
genealogía y a un linaje. Filiación del sujeto en un sistema social, donde los lazos
están regulados por prohibiciones que establecen los lugares para cada uno. Es por
la vía del lenguaje que será posible construir el tejido simbólico sobre el que se
edifica la vida humana.
Pero la ley es fallida, no todo legisla, ordena y regula, ya que en su
prohibición se instala también la tentación de transgredir; esto explica la
existencia e insistencia de hechos delictivos en toda sociedad, aún cuando estén
prohibidos.
El crimen es el acto que transgrede la prohibición que la ley instala y, en
tal sentido, quiebra el pacto del sujeto con lo social. Se desgarra la trama que
sostiene simbólicamente la relación del sujeto con las instituciones sociales,
rompiéndose el lazo que une a los sujetos con la ley primordial que ordena,
prohíbe y sanciona los actos humanos y las formas de los intercambios entre los
hombres.
El presente trabajo se refiere a una de las maneras que adopta el crimen en
su forma más aborrecida, el abuso sexual infantil. Se tomará en cuenta una
aspecto observado en muchos de estos casos que llegan a la justicia en los que se
solicita la intervención del psicólogo forense, entre ellos, los relacionados con el
abuso sexual intrafamiliar. Se analiza este aspecto desde la articulación de los
Discursos Jurídico y Psicoanalítico, como campos de referencia de la subjetividad.
El abuso sexual intrafamiliar, que algunos autores coinciden en considerar
metáfora del incesto, constituye un atentado a la condición humana que ubica al
sujeto víctima, niño o niña, en una situación de desamparo u orfandad.
Este delito afecta todo el entramado social, pues significa la ruptura del
anudamiento subjetivo a un orden genealógico, familiar, que inscribe al sujeto en
un mundo marcado por leyes sociales del lenguaje, antropológicas y jurídicas.
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Deja al niño en un lugar de indefensión ante un hecho anómico y de
consecuencias muchas veces traumáticas. Desde ese lugar, podrá dirigir un
llamado al Otro social para encontrar un lugar reparatorio de su subjetividad
devastada. Este llamado puede presentarse de diversas formas, desde las más
silenciosas hasta las más ruidosas, o hasta la puesta en palabras de su
victimización.
Develación del abuso que, sea como fuere dado a ver, vuelve necesario allí
que ese Otro social traduzca o escuche y responda. Hacer lugar a la palabra es
convocarla en un relato a bordear un acto fuera de lenguaje y permitir al niño o
niña la posibilidad de construir una versión de lo vivido, estableciendo lugares
para culpables y/o responsables.
Propongo tomar un fragmento de un caso para acercarnos a estas ideas:
Una madre denuncia a su esposo por abuso sexual a una de su hijas, Paula
de 11 años luego de que otra de sus hijas, Yamila de 8 años, cuenta que “...
estábamos en la cama grande mirando televisión con Paula y papá, Paula se
durmió y papá le tocó las tetas y la cola, después apagó el televisor y la siguió
tocando. Después Paula se despertó y le dije que se fuera a su cama y me fui con
ella...”; “Le conté a mi mamá cuando vino del Hospital, mi papá no estaba; la
llamó a Paula y le preguntó...yo le pregunté a Paula si ella se daba cuenta que la
tocaba mi papá, porque me parecía que no se daba cuenta. Ella me dijo ‘no me
digas más porque me pongo a llorar...’ ”.
El expediente describe un contexto familiar caracterizado por episodios de
violencia conyugal con agresiones físicas que involucran a los hijos.
Susana, la madre, es ama de casa y su esposo trabaja como albañil, siendo
el único sostén económico del grupo familiar. Hace quince años que están juntos,
tuvieron cinco hijos: Daniela, de 16 años; Walter, de 14 años; Paula, de 11 años;
Cristian, de 10 años; y Yamila, de 8 años. Susana tiene dos hijos mayores de otra
relación anterior, Federico, de 20 años y Matías, de 19 años, que no conviven
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actualmente con el grupo familiar, visitando de vez en cuando a su madre y
hermanastros.
Sobre el relato de la niña víctima, en el informe social del expediente se
lee: “ En la entrevista, Paula muestra una actitud de inhibición, introversión, con
limitaciones para expresarse y responder a las preguntas formuladas. Irrumpen
sentimientos de angustia manifiesto en llanto al ser preguntada específicamente
por los episodios de abuso sexual que imputan a su padre.”
En el expediente consta que la niña establece un primer episodio de abuso
sexual ocurrido a los 10 años de edad. Se lee: “…dormía en un colchón junto a su
hermana Yamila, cuando sintió que su padre se acercaba; le bajó su ropa y le tocó
sus genitales apoyándole una de sus manos...”; “Que tal tocamiento se interrumpió
al escuchar que su madre se aproximaba, preguntándole ‘qué hacía ahí’,
respondiéndole su padre que ‘había ido al baño’. Al día siguiente, la madre a solas
con la niña le pregunta acerca de si su padre la habría tocado, a lo que la niña
responde afirmativamente. Al regresar el padre al hogar, la madre lo interroga en
presencia de la niña, negando éste terminantemente lo referido por Paula.”
Se relata un segundo hecho, a la edad de 11 años: “Una noche en que su
madre estaba en el Hospital acompañando a Cristian, quedaron en la casa Paula y
sus hermanos Walter, Yamila y Daniela en la cama matrimonial con el padre
mirando una película en televisión. En un momento ella sintió sueño y se fue a su
habitación. Una vez acostada, percibió que su padre se acercaba, la destapó, le
bajó la ropa tocándole sus genitales. Esta situación se interrumpió cuando Yamila
se acercó, ya que al advertir esto su padre salió rápidamente de la habitación. La
niña relató que al día siguiente le contó a su madre lo sucedido. Manifestó que su
madre se mostró enojada, recuerda haber pensado que su madre se había enojado
también con ella. Al regresar su padre se produce una discusión con su madre,
diciendo éste que Paula mentía.”
Posteriormente, en la entrevista psicológica forense la niña refiere otros
episodios que describen una escena similar en las que también involucra a su
hermano Matías: “Dormíamos en la cocina, cuando se iba mi mamá, Matías me
tocaba, me metía la mano por debajo de la ropa... Le conté a mi mamá al otro día
cuando Matías se fue al campo, cuando él volvió no le dijo nada...”
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Walter, uno de los hermanos, también es entrevistado y relata: “El año
pasado vine de la escuela, no estaba mi mamá, llegué a casa y Matías y Paula
estaban sin ropa en la cama de Paula, era a la mañana, los vi por un agujerito de
la puerta. Se quedaron un rato, después Matías se fue. Le dije a mamá, no se qué
pasó, no hablé con Paula”.
Walter cuenta que él también fue objeto de una situación que él significa
como abuso, ocurrida cuando tenía 6 años, en la que involucra a su hermanastro
Federico, dice: “Yo tenía 6 y él 14, dormíamos en la misma pieza ... me pegó
porque me pidió que le hiciera algo y no quise...” sus frases se acompañan de
angustia y vergüenza. Agrega “le conté a mamá y no me creyó, le conté a papá y
le quiso pegar a Federico, pero mamá no lo dejó...”
De la lectura de este fragmento, llama la atención, por una parte, la
reiteración de los hechos de abuso, que se develan a partir de la denuncia como
metonimia de una escena familiar donde los lazos genealógicos están
desarticulados; y, por otra parte, lo fallido de las respuestas del Otro parental ante
la apelación de los hijos a restituir el orden de prohibiciones.
Podemos preguntarnos por la razón de esta ineficacia en las respuestas,
aún con la insistencia del llamado de los hijos. ¿Por qué la madre no vio, por qué
no hizo lugar a la palabra de Paula, por qué no actuó (o dejó actuar) sancionando
aquello que rompe el orden legislante de los lugares simbólicos para cada quien?
¿Por qué dejar que estos hechos se repitan?
La entrevista con la madre muestra su estado de confusión y angustia,
expresándose con un relato monótono “siento que estoy en un sueño”, dice.
Permanece en largos silencios, que interrumpe para responder a las preguntas que
se le formulan. Una de esas preguntas la conduce a recordar y decir: “A mí me
pasó lo mismo, a los 8, pero mi mamá me dijo que yo lo había provocado....;
nunca volví a hablar de esto”.
El episodio actual ocurrido en una hija reconduce a un episodio pasado en
la madre; o, desde otro punto de vista, algo de lo vivenciado por la madre se repite
en la hija. El punto de repetición es el abuso, pero también el silencio que sobre él
recae.
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Recordemos que en distintos momentos de su obra Freud define lo
traumático en términos de desamparo y desvalimiento; pero también como aquella
vivencia que por su intensidad se vuelve inasimilable simbólicamente y, en tal
sentido, desalojado del orden del lenguaje, sin posibilidades de significación para
el sujeto. Será por la vía de la compulsión a la repetición que retornará una y otra
vez en un intento de pasar por la trama del lenguaje.
En el caso de la madre, desde su lugar de niña víctima ha dirigido un
llamado a un Otro para que contribuya a simbolizar ese acto del que fuera objeto,
sin embargo allí su llamado encontró como respuesta un “no ha lugar” a su
palabra, dejando el acto del abuso por fuera del lazo social, arrojándolo al olvido
y, en tal sentido, sin posibilidad de dirimir culpables y responsables. Ella es
considerada culpable en tanto “provocó el abuso”. Y sobre ella recae la culpa,
pero culpa muda, la que desde la oscuridad y el silencio se revela en la insistencia
de una escena que describe una hija que habla-una madre hace silencio- un
castigo que no se realiza.
Al no ser reconocida en su condición de víctima, asume sobre sí la culpa,
convirtiéndose de víctima en victimaria: ella “provocó” el abuso, ¿”provocó”
también el abuso de Paula?.. Culpable entonces de un crimen que se dejó impune.
Silencio, olvido y culpa son los resortes desde donde el acto del abuso “se
provoca”, denunciando en su insistencia el desfallecimiento de la ley, la
desubjetivación de los implicados y el quiebre de la genealogía.
Es otra de las hijas, Yamila, quien tomando sobre sí cierta legalidad,
permite que algo de lo silenciado tenga lugar en el decir. A partir de allí se
pondrán en marcha los mecanismos jurídicos que permitirán restituir el orden de
prohibiciones, fundamental para la existencia y sostenimiento del sistema social.
La actuación de la justicia tendrá efectos sobre la subjetividad de los
actores, en la medida que, a la manera de rituales jurídicos –testimoniar, declarar,
sancionar- estos mecanismos podrán convertirse en referentes simbólicos y
suplencia de aquello que se rompió en la transmisión de la ley.
En correlación con esta idea, el procedimiento penal inscribirá el acto en
un sistema simbólico normativo que supondrá, sobre quien cometió el crimen, la
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posibilidad de lo que Lacan llama asentimiento subjetivo de la culpa; es decir,
reconocer la responsabilidad que le cabe y asumir la pena que corresponde por el
acto cometido, para recomponer el pacto con la ley que lo incluye como sujeto
dentro de un conjunto social.
Sobre Paula y los demás hermanos el abordaje jurídico podrá restablecer
su lugar de sujetos al amparo de la ley, rescatándolos de la orfandad que significa
quedar destituidos de un orden genealógico.
También la madre al “denunciar” su propia victimización encuentra en el
ámbito de lo jurídico un espacio de ficción subjetivante. Su palabra adquiere un
lugar particular en la entrevista con la psicóloga forense, y por esa vía es posible
descubrir esa otra escena donde el crimen del abuso se redobla.
Así, dos operaciones son posibles: acceder a esa otra escena que interroga
sobre su implicación subjetiva en los hechos; y denunciar un crimen –el cometido
sobre ella- que, aunque extemporáneo, recibe sanción: Algo se sanciona en ese
escenario reparador, en tanto su palabra tiene lugar ahora para nombrar lo que
fuera silenciado. Más aún si esa palabra se explicita en el ámbito donde los actos
de los hombres se sancionan con valor jurídico.
El lugar subjetivo de quien fuera víctima se restituye, ubicando en otro
destinatario el sentido de la culpa. Susana, la madre, podrá virar desde el lugar de
culpable para advenir responsable. Responsabilidad que la inscribe en un orden
de filiación, ella como hija atravesada por una ley que ampara y prohíbe, y la
vuelve deudora de su trasmisión de generación en generación Desde allí, podrá
como madre responder al llamado de una hija y procurar otros destinos a las
generaciones venideras.
Función clínica del Derecho, en términos de Pierre Legendre, que instituye
subjetividad, pues toda la intervención reinscribe en cada uno de los sujetos
involucrados el pacto con la ley simbólica, el que basado en un orden de
prohibiciones establece las diferencias sobre las que se asientan las relaciones
entre los hombres. De este modo, será posible que la niña víctima encuentre su
ubicación en un orden genealógico y que el victimario halle la posibilidad de
subjetivar su acto.
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Conclusión:
Si el crimen del incesto es lo que deja a un niño destituido subjetivamente
y en estado de orfandad, será haciendo lugar a su palabra, que es aquella que lo
representa en su decir, como la intervención psi-jurídica podrá restaurar la
subjetividad de las víctimas. Devolverá a éstas su calidad de ciudadanos al
amparo de la ley, y su inclusión en un orden social; para que la locura, el
sacrificio o la venganza no se conviertan en los únicos destinos posibles desde
donde soportar el malestar que significa quedar fuera del lazo social.
Bibliografía:
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