LUIS FELIPE NOÉ

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LUIS FELIPE NOÉ
LOS ESTADIOS DEL CAOS o ENTRE EL CAOS Y LA RED (que elija Fini)
Texto: Sol Dellepiane A.
Fotos: Lucila Blumencweig
Producción: Marina Braun
El caos como matriz
“Si uno fotografía algo que se está moviendo, por ejemplo el cuerpo
humano cuando está realizando un proceso, eso que está en movimiento
en la foto queda estático, fijado. Uno puede hablar de la relación entre los
elementos y todas esas cosas. Pero eso no existe, es mentira. La única ley
verdadera es que todo transmuta, todo fluctúa, se quiebra y se destruye”.
Quien prefiere esta metáfora eminentemente visual para referirse a la
imposibilidad de apresar lo real en una situación inmóvil, es Luis Felipe Noé,
o Yuyo -como él mismo habla de sí-, un maestro de la imagen y autor de
algunas de las escenas fundamentales de la pintura argentina del siglo XX.
“No habría creación sin caos” -prosigue el artista, alguien de quien se puede
afirmar que ha experimentado la consagración (por citar sólo un indicio, hay
cuadros suyos en el Museo Nacional de Bellas Artes, pero también en el
Metropolitan y el Guggenheim de New York). “Creo que en mi obra hay una
coherencia: siempre trabajé con el tema del caos. Ojo que para mí caos no
es desorden, sino el orden verdadero de las cosas. Cuando la gente dice,
por ejemplo, hay que poner orden en el caos, es un disparate como
fórmula. Esa frase les encanta a los militares, y lo único que hacen es poner
más desorden. Como lo que está pasando ahora con Bush y la ocurrencia de
meterse en Irak. Éso es querer meter orden en el caos” –puntualiza
enfático.
Además de lo sencillo que resulta asentir ante el ejemplo de Noé,
nuevamente su elección no sorprende. Hay en la trayectoria del artista un
compromiso férreo y permanente con su tiempo; la mirada aguda y
punzante enfocada hacia los fenómenos incómodos que plantea el presente
traza otra constante en su producción de casi seis décadas. Y estas dos
líneas seguidas con perseverancia –el caos y el compromiso- no son sino
aspectos de lo mismo, porque para Yuyo asumir la realidad –genuino caos
en vivo y en directo- es el principio de la creación.
“Ahora, como verán, la casa es coherente conmigo: medio caótica” –Noé
gira los ojos en torno suyo, los posa sobre las diferentes obras de artistas
amigos apoyadas en un largo dressoir en el comedor, ahora traspasa la
arcada y espía su taller, donde los pinceles, cuadros (propios y ajenos,
terminados y en proceso), libros, adornos y objetos de la vida práctica se
apiñan en una anarquía estética y armoniosa cuya lógica nadie dudaría que
él maneja con destreza. Como al caos.
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Propiedad horizontal
“La compramos mientras vivíamos en París. Nos preguntaban, ¿qué
compraron, una casa o un departamento? Mi mujer decía un departamento,
y yo decía una casa, porque es las dos cosas: una propiedad horizontal. Es
de 1870, más o menos, tiene cuatro unidades y perteneció a una familia
genovesa que las ocupaba todas, interconectadas. En el medio, había un
camino que llegaba hasta un patio de carruajes que daba a la calle
Independencia, pero en 1920 eso ya no tenía sentido, entonces hicieron una
serie de departamentos, altos como esta casa, pero en fila”.
Cuando en 1987 Yuyo y Nora, su mujer, emprendieron el regreso a Buenos
Aires después de una estadía de once años en Francia, ya tenían un techo
donde afincarse. Volvieron solos: sus hijos Paula y Gaspar habían
organizado su vida de adultos en la patria del exilio. El PH resultó muy
funcional a las necesidades del matrimonio. Los espacios amplios, el patio
melancólico, los detalles siglo XIX y el aire de barrio, los abrazaron para
siempre.
Aunque nunca había vivido en San Telmo, Noé conocía su espíritu desde la
infancia. “La casa de mis abuelos quedaba acá. Mi abuelo era fabricante de
sombreros. Arriba tenía la oficina; atrás, en el patio, se hacía el fieltro y
había otro lugar para las costureras. En el `59 mi padre me ofreció la casa
para que trabajara. Justo Alberto Greco y Macció estaban haciendo cuadros
grandes… de la Vega también. Terminamos todos pintando ahí. Eso hasta el
´61, en que nos fuimos a París”.
Desde el atelier improvisado en la antigua fábrica de sombreros y con el
entusiasmo de los novatos, Yuyo preparó su primera exposición. 1959, el
año en que se realizó, marca el inicio del primer período en la carrera del
artista, que unánimemente los historiadores del arte y él mismo sitúan
entre esa fecha y 1965.
El plano, idas y vueltas
A lo exhibido en aquella muestra inaugural seguiría la serie federal, una
cantidad de obras de los tempranos `60 donde el artista releía un capítulo
de la historia nacional. El resultado: experimentalismo vanguardista en rojo
punzó.
Luego vendría la mentada experiencia de la Nueva Figuración, grupo que
Noé integró junto con Rómulo Macció, Ernesto Deira y Jorge de la Vega. A
propósito de éste último, Luis Felipe dirá: “Jorge era mi gran amigo. Yo soy
medio viuda de de la Vega”. Y contará un sueño recurrente que lo
acompañó durante mucho tiempo. Se sueña en la calle, donde ve a su
amigo y le pregunta qué hace ahí, si en verdad está muerto. El otro lo mira.
Yuyo insiste: no puede ser; él mismo habló en el entierro. El otro se calla,
sonríe y desaparece.
En cuanto a la Nueva Figuración, es difícil resumir su influencia en el
desarrollo de la plástica argentina y americana de la época, con
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exposiciones en capitales de las artes occidentales, una invitación al Premio
Guggenheim en 1965 y -retrospectivamente, en 1985- un espacio en la
Bienal de San Pablo.
Focalizando en esta segunda etapa de la producción de Yuyo, entre los
cuadros paradigmáticos pueden mencionarse Mambo e Introducción a la
esperanza. Sobrevino en ese tiempo una noción fundamental: “Empiezo a
hablar de cuadro dividido, donde la pintura se pone más difícil y llega a
extremarse con las instalaciones” (que, es necesario decirlo, no existían
todavía: Noé fue realmente pionero en esa necesidad expresiva de salirse
del plano y ocupar el espacio real).
La reflexión y la experimentación estética habían alcanzado tal densidad
que fue necesario detenerse. Podría decirse que el caos se había
descontrolado por completo. “Entonces me dije a mí mismo: Hay que
desensillar hasta que aclare” –cuenta el artista. Y si en ese momento
demostró que resolvía la cuestión con filosofía, sólo basta escuchar el ritmo
y los silencios que hoy articulan su relato y caer en la cuenta de que ha
vivido medio siglo desde entonces, para comprender hasta qué punto la
filosofía devino sabiduría.
Noé dejó la pintura. O más bien, como ha dicho con humor en otras
oportunidades, “la pintura me dejó a mí. Y cuando más la quería”. La
búsqueda tomó otras formas. Por el lado plástico, la investigación con
espejos plano-cóncavos y la idea de ambientación, “donde el yo estaba
ausente”, según explica. Pero también la del lenguaje escrito, que le ha
ofrecido un medio expresivo alternativo a lo largo de toda su vida artística.
Yuyo publicó Antiestética, su primer libro, en 1965. En la década que pasó
alejado de la paleta, escribió otros dos: Una sociedad colonial avanzada y
Recontrapoder.
También, junto con otros a los que se asoció para cumplir un proyecto
propio, puso un bar: el bar-bar-o (pronúnciese El Bárbaro). Sin embargo, ni
los espejos cóncavos ni los libros ni el café intelectual le daban de comer,
así que comenzó a enseñar. “Primero lo hice en la Escuela Panamericana de
Arte y después en mi casa; tenía un departamento grande en lo que la
gente llama Setenta balcones y ninguna flor, en Pueyrredón y Corrientes,
que en realidad queda en otra parte”.
La docencia fue un puente natural hacia la vuelta. Pero también medió la
naturaleza, a la que Noé escrutó con mirada casi primigenia durante una
temporada en una casa del Tigre. Enseñar le acercó los pinceles. El verde
exuberante, le dio un motivo. Y algunas lecturas, entre las que se destaca
Ideas fundamentales sobre el arte precolombino en México, de Paul
Westheim, aportaron el soporte conceptual. Así la pintura, que nueve años
antes lo había desairado con divismo, lo acogió maternalmente como a un
hijo pródigo.
“Volví a pintar en el `75”, cuenta Yuyo, con la memoria teñida de los
colores estridentes de su etapa simbolista. Se vino la cuarta, entonces,
compuesta por dos series: La naturaleza y los mitos (“pero los propios, los
subjetivos”, aclara el Maestro) y Conquista y destrucción de la naturaleza.
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Esta vez, el caos abordado a la manera de tópico fundacional y una nueva
indagación en la historia –ya la americana-. A fines de 1975 Noé expuso
estos cuadros en la galería de Carmen Waugh.
El golpe de estado del `76 desencadenaría mudanza familiar a Europa. Allí,
en París, lo esperaba una gran exposición de Simbolismo, y esa tendencia,
que en su obra se venía gestando naturalmente, se exacerbó. Salvo por
este tipo de posibilidad de contacto directo con las corrientes en boga, la
ciudad como tal no le resultó estimulante. “Sólo una gran melancolía”,
protesta. “París es una ciudad que respeto, pero no tengo mucho que ver
con ella. Como están mis hijos y mis dos nietas, la visito constantemente,
pero tiene para mí algo de mufa. No fue como vivir en New York, que en los
`60 era muy vitalizadora. París nunca me enamoró”.
La nostalgia, como sucede en los mejores casos, operó productivamente en
Noé y desató el pasaje a un nuevo estadio: el que él denomina amazónico,
donde el artista jugó a concertar cada una de las ideas con las que había
trabajado hasta entonces: “Como si hubiera tenido delante el Yuyo de los
`60, de los `70, de los `80, y los dirigiera a todos en síntesis orquestal”.
Del derecho al revés del lienzo, con la tela lisa o arrugada, de este tipo de
experimentación al trabajo fuera del plano, hubo solo un paso. Noé lo dio y,
por primera vez en treinta años, retomó las instalaciones. Hoy recuerda
especialmente una de 1994, realizada en plena reforma de la constitución:
Instauración institucional, inaprensible como la historia argentina.
La red
“La última etapa en la que estoy, que es bien de este siglo, tiene que ver
con relacionar el dibujo con la pintura –una división ridícula-.” Y continúa:
“Esta convivencia entre el dibujo y la pintura me interesa en función de otra
cosa. Siempre mis temas tienen que ver con el caos, pero ahora es otro el
modo de tocarlo: hay algo latente que yo llamo la red. Yo creo en la imagen
de lo múltiple, de lo cambiante, de lo que se opone. Y éso es lo que llamo la
red, que a mi entender es la imago mundi contemporánea”. ¿Es redundante
decir que no cualquiera accede a semejante revelación?
Quienes reflexionan habitualmente sobre estos fenómenos son los teóricos
de la cultura. Noé se muestra particularmente severo con ellos (“es un
homenaje muy grande decirles teóricos: son palabreros” –objeta). Afirma
que, lejos de representar la “conciencia lúcida de lo que acontece”, sólo
aspiran a “tener la manija”. Y, para ilustrar el tipo de discurso vacío que
proclaman, se detiene en uno de los asuntos que prefieren: el arte
contemporáneo. A Noé, esta denominación le parece “pésima”. “El arte
contemporáneo duró un segundo, porque al segundo siguiente está el
futuro”.
Interviene en esta inquietud una noción del tiempo afín a su cosmovisión.
Un tiempo fluctuante, que es, se escurre y se reinventa a cada instante. “La
única manera de estar al día es olvidarse de estar al día. Hay que estar en
uno. Veo a los muchachos muy encerrados en eso de estar al día. Ojo, no
estoy haciendo ningún comentario contra los jóvenes: si hay algo que me
molesta es esa cosa de los viejos hablando mal de los jóvenes. Hablo de
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cierta confusión que hay en este momento, pero lo podría decir igualmente
de gente de mi generación”.
Quizá la prueba más contundente de la comodidad con que Noé piensa en
varios registros, sean sus títulos. Va la enumeración de algunos, sin
respetar cronologías ni distinguir si se trata de cuadros, exposiciones, libros
o qué frutos de su cultivada creatividad: Cerrado por brujería; Si yo hubiera
o hubiese; bar-bar-o; Chateo; Liquidación por cambio de ramo. Saldos;
Introducción al desmadre; Huir como Gauguin o soñar como Rousseau; El
Otro, la Otra y la Otredad; C.A.O.S. Sociedad Anónima; Esto no tiene
nombre.
Palabras sobre imágenes, carismáticas síntesis de ideas, sus nombres son
obras de arte. Expresan la sensibilidad de un alma de vanguardia. Hablan
de la mirada eternamente cruda, del elegante dominio de múltiples
lenguajes y de la apropiación irónica e inteligente de los retazos de la
cultura universal que ha realizado este profeta, que lo es en su tierra y en
otras también. Vaya aporte de conciencia lúcida al diluvio incierto de
nuestro tiempo.
Yuyo y la pintura
“Creo que esa cosa que se llama arte, es un viaje, en el que uno se sube a
un tren, que puede cambiar de vía y demás, pero que no deja de tener una
coherencia. Lo que pasa es que nunca se sabe cuál es la estación de
llegada”.
“En la actualidad los caminos de la pintura son muchos, porque la pintura es
el arte de la imagen. En muchos sentidos veo a la fotografía como a una
forma de ser de la pintura, así como lo son también las instalaciones”.
“Se habla de crisis de la pintura, pero creo que simplemente el desafío se
ha hecho más grande. En el mundo actual es muy difícil dar con imágenes
nuevas. La imagen que se plantee, debe ser la de la conciencia global, lo
que yo llamo la red”.
“Yo no creo que se pueda enseñar composición. Enseñar composición es
como enseñar a un chico a hablar y al mismo tiempo lo que tiene que
decir”.
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