La Asturias que emigró a América

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Clásicos y Emigración.
Manuel Campa
Trata este libro de Luis Arias 1de la emigración asturiana en América, según
aparece en tres narradores que podemos considerar como clásicos –Clarín, Palacio
Valdés y Pérez de Ayala- y en uno actual, Xuan Bello. Podría haber optado el autor por
una interminable lista de escritores asturianos, en cuya obra aparece algún emigrante.
Sin embargo, ha preferido tomar como referencia a nuestros clásicos más
representativos. Son muchas las razones que suelen darse acerca de por qué leer los
clásicos. Entre las más importantes, Italo Calvino –en un libro muy conocido 2- señala
“su riqueza” y “su misteriosa relación con lo actual”. Dos cualidades que hacen ya de
mano muy atractiva la lectura de este libro: es enorme la cantidad de sugerencias que
Luis Arias rescata de los que podemos llamar nuestros clásicos y, a la vez, las
experiencias que se relatan, de hace un siglo, nos interesan mucho, tal vez, porque
forman parte de los cimientos del presente. Así, cuando los indianos que habitan la
Colonia, al noroeste de Vetusta, son objeto de burla por parte de los burgueses de la
Encimada –en la inmortal novela de Clarín-, no podemos menos de recordar que esos
mismos indianos han construido, probablemente, una escuela en su pueblo, al regreso de
América. Del mismo modo, y a pesar de que la expresión“ arquitectura de indianos” no
indica unos rasgos morfológicos muy uniformes, es evidente que hoy no se comparte
totalmente la feroz crítica de Clarín al mal gusto de aquellas edificaciones, en las que
participaron algunos de los mejores arquitectos de hace un siglo . Luis Arias no es
partícipe de la visión ferozmente negativa de la burguesía urbana hacia los indianos
que pretendían integrarse en una clase social nueva para ellos. Parece claro que, a la
falta de cultura y buen gusto de los emigrantes regresados, había que sumar, para su
rechazo, igualmente, que, en algunos casos, fueran dueños de grandes fortunas, lo que
provocaba la envidia de sus convecinos. Pero ni la visión de nuestros clásicos sobre
aquella emigración americana es idílica, ni el autor de este libro se refugia nunca en el
tópico al referirse a Clarín, Palacio Valdés o Pérez de Ayala. El arranque y la
culminación de la aventura americana han quedado, para siempre, fijados por dos de
nuestros mejores pintores. Todo el dramatismo y dolor de la despedida están en el
cuadro “El Emigrante”, de Nicanor Piñole; la grandeza y miseria del indiano rico, viejo
y enfermo están en “El Indiano y su Mujer”, de Evaristo Valle. Palacio Valdés describe
con toda crudeza la partida de aquellos adolescentes, con quince o dieciséis años, antes
de entrar en quintas: “…y harto de sufrir las palizas del maestro manifestó empeño en
partir para Cuba”. La situación de miseria del entorno familiar empujaba hacia la
emigración: “Sus padres, seducidos por la esperanza de verle tornar rico como otros y
también para verse libres de una boca más en la casa cedieron a este deseo, y pidiendo
prestado el cortísimo precio del pasaje, le enviaron a Gijón para embarcar”. (La
Sinfonía Pastoral). El novelista de Laviana no es menos crítico al relatar cómo se forja
una fortuna: “La vida de bestia enjaulada que observó por espacio de 36 años no era a
propósito para desenvolver los gérmenes de inteligencia y bondad…” (El Idilio de un
Enfermo). Sólo al final de su extensa obra literaria, en 1931, Palacio Valdés se ablanda
y manifiesta simpatía, en la Sinfonía Pastoral, con que los indianos se casen con
señoritas de la burguesía asturiana. –según recuerda L. Arias, Pág.70. Pero, si es duro el
autor de la Aldea Perdida con nuestros indianos, no lo es menos Luis Arias al juzgar la
visión de Asturias del novelista, quien “con su visión ñoña de la realidad, puso en papel
1
2
Luis Arias Argüelles-Meres: La Asturias que emigró a América. Ed. Septem. Oviedo 2002.
Italo Calvino.: Por qué leer los clásicos. Ed. Tusquets. Barcelona 1992.
una Asturias mucho más idílica de la que vivieron muchos de sus contemporáneos”.
(Pág. 60). En cambio, Argüelles- Meres juzga excesivamente sórdido el ambiente que
Pepe Francisca encuentra en su pueblo, en Prendes, cuando regresa rico y enfermo de
Puebla (Méjico), según el extraordinario relato “Boroña”, de Clarín. “Le falta a este
relato que Pepe Francisca hubiera podido disfrutar del reconocimiento de los suyos, no
ya de sus familiares, pero sí al menos de su pueblo”. (Pág.31.)
La visión crítica, que, a veces, alcanza el sarcasmo, de Clarín y Palacio Valdés
sobre los emigrantes enriquecidos es mucho más matizada en Pérez de Ayala, quien
llega a considerarse a sí mismo como “un indiano de las letras”. En el bellísimo
relato“Luz de Domingo” (1916) Castor y Balbina mueren en el naufragio del vapor que
los llevaba a América., tal como no era infrecuente entonces, cuando una famosa
naviera tuvo que cesar su actividad por haberse hundido todos sus barcos. En “La Pata
de la Raposa”, “don Medardo Tramontana estaba reputado en Pilares como uno de los
capitalistas más fuertes”. “Entre los 40 y los 15 la mayoría de las vírgenes pilareñas
aspiraron a la dulce posesión de la onza” (Arias, Pág. 86). Y, aunque tenía problemas de
diglosia con el bable y el castellano, decía “no acompares”, y se había dejado el hígado
en Santiago de Cuba, las familias bien de Pilares, con economía mal, deseaban
vivamente casar una de sus hijas con don Medardo.
Luis Arias es muy crítico con la visión negativa y burlona que nuestros grandes
novelistas tuvieron para con los indianos, ya que considera injusto el olvido de las
numerosas aportaciones al Principado de nuestros emigrantes americanos: escuelas,
traídas de agua, caminos, parques, fundaciones, becas escolares, industrias, bancos,
comercios, etc.- Como Valentín Andrés Álvarez, considera que no puede entenderse la
historia contemporánea de Asturias, si no se tiene en cuenta las aportaciones de nuestros
emigrantes y, particularmente, de nuestros indianos.
A modo de epílogo, incluye este libro a Xuan Bello, al lado de los clásicos. El
escritor de Paniceiros nos cuenta dos guapísimas historias de perdedores de la
emigración: la de Ana Cabornu, que enloqueció esperando al marido que había
marchado a América al día siguiente de la boda, y la exagerada historia del enano Ros,
americano del pote, que se hizo rico y se casó con una mulata de ojos verdes, pero que
volvió al pueblo probe, tan probe que contaba su vida, con mil variantes, en la taberna, a
ver si d’alguno lo brindaba con un vaso de vino.
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