JURISPRUDENCIA ARTGENTINA

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El proceso judicial versus la economía
Por Augusto M. Morello
Doctrina JA, 12/10/2005
I. INTRODUCCIÓN
a) Insistir sobre las penurias del proceso civil (lato sensu) y acerca de que el mundo de la justicia
parece condenado a un inmovilismo o disfuncionalidad incorregibles cuyos órganos y técnicas de
actuación se arrastran torpemente en la realidad veloz y cambiante que nos rodea, es repetir un libreto
conocido y agotado que no suscita ningún entusiasmo recordar. Las páginas desencantadas -y no sólo
entre nosotros, porque Italia y España acompañan con sus lamentos afines- son incontables y se
alternan con períodos de fatiga crítica o de resignado conformismo con un estado de cosas en las que
la prestación eficiente del "servicio" de justicia parece destinada a satisfacerse de manera siempre
tardía, costosa y cuyos resultados, digámoslo eufemísticamente, "no conforman ni a unos ni a otros",
terminando en ser aceptados a falta de otros mejores.
b) Bien alecciona el catedrático Dr. Julio H. G. Olivera que puesto que la justicia, función esencial del
Derecho, es desde el punto de mira económico un bien público, las consideraciones anteriores indican
que la tasa de crecimiento económico de un país depende de su grado de juridicidad y, agregamos
nosotros, en la calidad y tiempo oportuno en que se brinda, con resultados útiles respecto de la
prestación del servicio que tiene a su cargo. Es una variable fundamental que regula la tasa de
crecimiento económico de cada país y, en su proporción, en el de la globalización, como lo
demuestran los países de alta juridicidad (nota).
En resumen: una acción concertada y coherente entre los objetivos o metas a lograrse por el Poder
Judicial, oficiando a través de sus órganos en el accionar del "servicio" con que se realiza la justicia,
estando en sintonía y complementación los principios jurídicos con los económicos, que no son
disonantes -economía, simplificación, resultados útiles al menos costo y en el tiempo debido pero sin
demoras que desnaturalicen los fines de la justicia- es la plataforma que sostiene la actividad de los
tribunales.
c) No insistiremos, en esta oportunidad, en un relato conocido para nada recibido con tolerancia y
buena prensa, sino con disgusto y mal humor. Ir a los tribunales y aguardar sin término la posible y
tardía respuesta es un paciente comportamiento del justiciable argentino (y no sólo de nosotros), que
descarta alcanzar el reconocimiento de su razón y verdad en tiempo propio, es decir, en el que todavía
cuente y valga para los fines de la justicia. La fatiga en los esfuerzos superadores se palpa en el rostro
de la gente y en el talante de los colegas al traspasar las puertas del Palacio de Tribunales. Empezar un
pleito sin saber ni poder prever cuándo en él habrá no sólo sentencia sino también el acabado
cumplimiento de sus mandatos es tarea hercúlea y abate y posterga las mejores ilusiones.
d) El punto de mira de este ensayo, precedido cercanamente por otro (nota) introductorio en el que
llamábamos la atención sobre la división de aguas entre los fines y metas a alcanzar por el Poder
Judicial y el desenvolvimiento del mismo en cada uno de sus emprendimientos y concreciones,
colisionantes con los dictados y fundamentos de la teoría económica, quiere ceñirse a desarrollar lo
que en aquella oportunidad presentamos en escorzo y tentativa introducción de un tema de enorme
riqueza teórica y práctica. Y en el que se engolfan buena parte de las fricciones, disonancias,
desviaciones y notorio quiebre entre los postulados teóricos y fines a alcanzar por las políticas judicial
y procesal, al igual que los postulados que enuncia, difunde y defiende la ciencia Economía de manera
específica en su versión actualizada del neoliberalismo y la dominante y excluyente gravitación del
mercado y sus fundamentos. La crisis, en concreto, de la asimétrica modalidad operativa del "servicio"
de justicia por los órganos del Poder Judicial. Fenómeno común -y reproches convergentes en el área
latina (Italia, Francia, España, Portugal y su proyección con similares rasgos Iberoamericanos)-, con
sus matices y grados de intensidad.
e) No cabe fugarse de la realidad, ni tampoco encorsetarla, pero el siglo XXI deberá resolver o
morigerar el divorcio entre el tiempo de la justicia -posible y razonable- y el del tiempo legal,
deformado por la disfuncionalidad antieconómica y las exigencias y expectativas de los usuarios
respecto de lo que sienten y aguardan, en concreto, como respuesta a su demanda cuando ella es
legítima y razonable.
f) Es obligado el parangón con el servicio hospitalario; el tiempo y la racionalidad en el uso de los
recursos son determinantes. No cabe engrosar la lista de espera para todas las intervenciones,
especialmente las complejas; el uso de las camas no es el de un hotel: la curación ambulatoria cuenta
más que la ocupación de habitaciones.
En esas decisiones los criterios políticos económicos son fundamentales y el servicio (organizado
como empresa), en su práctica, debe experimentar continuos progresos para conformarse mejor a los
principios a aplicar de modo riguroso y constante. Y en ello autoridades sanitarias, médicos, equipos
de auxiliares y pacientes deben cooperar al resultado útil de las actividades, aplicando las fórmulas de
trabajo más adecuadas, de manera prudente y efectiva. Se halla en juego una exigencia ética del
"servicio", además de la responsabilidad social. De lo contrario se anularía la creatividad y el carácter
innovador de la empresa (del (nota).
De su lado, ese ingrediente -el ético- no está ausente de la litigación (nota). Va de suyo que el proceso
(no sólo el civil, que es en el que nos centramos) no puede jugar como francotirador de los cánones
económicos que gobiernan la racionalidad de la actividad específica, homogénea con la que rige al
conjunto de los servicios. Ni desconocerlas, ni agredirlas.
g) Comprimiremos las reflexiones por razones de espacio, y con miras a instalar un tópico cargado de
retos y urgencias que el estudioso, el jurista y el político del Derecho no pueden soslayar.
II. CONTRASENTIDOS Y DISFUNCIONALIDAD DE LA JUSTICIA
a) Desde el proceso civil todas las señales son agresivas o muestran la distorsión de los principios de la
filosofía económica, aun bifurcándola, entre nosotros, en un esquema eventualmente neoliberal (años
'90) y que se matiza, en el presente, con notorios rasgos de la doctrina y prácticas keynesianas (gasto
público, inflación, superávit fiscal).
Esa manifiesta y general asimetría -conocida y al cabo aceptada por los operadores jurídicos, que son
los que protagonizan o sufren los abusos y contrasentidos de la jurisdicción y ofician (oficiamos) sin
rubor en las secuelas circulares y retardatarias en la escenografía y representación del tiempo muerto
del proceso- es parecida, con mayor envergadura y resultados disvaliosos, al impuesto al cheque. Otro
invento que ha sabido hacer campamento (no cuesta mucho, en la frondosa imaginación fiscalista de
nuestra Administración), contrario a todo proceso económico cuyas prioridades -por cierto positivas y
en abono del interés general y la felicidad de la población (Preámbulo de nuestra sabia Ley
Fundamental [LA 1995-A-26])- tengan en miras la reactivación y el dinamismo de la actividad
económica y sus frutos. Ese impuesto a los débitos y créditos bancarios, llamado comúnmente
impuesto al cheque, es un gravamen diabólico que sabotea los buenos principios en que se sustenta la
lógica económica: lejos de una transición y un fugaz ingreso en una aguda emergencia económica,
también ha llegado para quedarse, y nada de vida transitoria, superadas las causas que se alegaron para
su creación. Goza de buena salud y deteriora la de la Nación, al hacer recurrir a la población al manejo
peligroso de grandes cantidades de dinero en efectivo, con lo cual impide la motorización de la
función bancaria y traba las transacciones de la vida mercantil (nota).
b) La justicia (no el poder, sino el "servicio") se instala en las antípodas del marco económico, porque
en ese accionar desbarranca a sus principios, reglas básicas y estándares operativos. La actividad que
desarrolla, circular y costosa, divorciada del tiempo razonable de la justicia que se supone, no es sino
el que contemplan las leyes y los Códigos Procesales para regular sus fases estructurales, los que, en la
realidad de la litigación, sólo quedan como hipótesis frustrada.
Y las causas de ello -lo hemos señalado infinidad de veces- son por una parte "internas", defectos
congénitos y que se arrastran sin solución de continuidad: a veces lleva meses y meses contar con juez
hábil, continuando con las dilatadas e interminables notificaciones, traslados, incidentes, nulidades,
recursos de nunca acabar, con imaginación y puja continua para llevar el caso -como regla- a los
estrados de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (o simplemente a la Corte Interamericana del
Pacto de San José de Costa Rica [LA 1994-B-1615]); las "demoras indebidas" (contrarias a las
exigencias de la economía) se convierten en la línea de sentido y llevan a la crisis de armonización y
coherencia -las que deberían matizar el acople jurídico con el económico en el quehacer de la justicia-.
¡Vaya apoyo triste y sin alma el de esta realidad, el que brinda el andamiaje vetusto del "servicio", a
los postulados abarcadores de la Economía! Y cómo impacta ello muy desfavorablemente contra la
paz social, porque la tercería, el conflicto, el quiebre de las relaciones interactuantes en la litis
conspiran contra la disuasión, la concordia y la cooperación, atributos que privilegia la economía para
alcanzar sus fines (y ello supone un abuso de tiempo, costos y calidad pronta y definitiva de resultados
útiles [Corte Sup., Fallos, 307:1018; "Signa S.R.L." {JA 1997-IV-298}, del 25/9/1997, consid. 6, DJ
1998-2-8121]).
Pero además gravitan las causas externas al encofrado procedimental, porque la política judicial
también lo enfrenta disvaliosamente. El caso "Itzcovich v. ANSeS.", del 29/3/2005, es ilevantable
referente de las deformaciones institucionales que originan legitimaciones que llevan a la Corte a
convertirse en un embudo con un asfixiante cuello de botella que ahoga la solución oportuna de una
grave cuestión de dimensión social, que no debería derivarse "normalmente" al conocimiento del alto
tribunal de la Nación. Baste con observar las estadísticas para confeccionar esta afirmación. En 1998,
año en que la Corte Nacional dictó el mayor número de sentencias de su historia al emitir 45.800
(¡sic!) fallos, 40.067 de ellos eran previsionales. De la misma forma, si tomamos los últimos
guarismos disponibles, se observa que de 19.888 sentencias dictadas en 2003, 11.400 se refieren a
haberes jubilatorios. No podemos evitar el señalar lo lejos que estamos de las 100 sentencias (en el
2004 dictó 93) expedidas por la Suprema Corte de los EE.UU., país con una población cercana a los
300 millones de habitantes, diez veces superior a la nuestra.
Los ejemplos se multiplican, y la inflación recursiva busca en la Corte Suprema la solución que deben
proveer los poderes políticos cuando la respuesta debe apuntar a las causas (del desempleo, la crisis de
la salud, la educación, el mercado, la vivienda, el acceso a la cultura), lo que no pueden brindar los
jueces con políticas de fondo específicas, y no cuentan con recursos para ello. No se trata ya de
activismo sino del papel competencial de cada área de gobierno. Una semana más tarde el Senado de
la Nación convirtió en ley el proyecto de derogación del art. 19 ley 24463 (LA 1995-A-135),
suprimiendo así el distorsionante recurso ordinario previsional ante la Corte superior.
Similares baches e indefiniciones se hacen oír por doquier (pequeñas causas, proceso monitorio,
ejecución de sentencias, subastas, ejecuciones contra el Estado, ferias, días de huelga y paros, horarios,
no utilización racional de los edificios en donde funcionan los tribunales -sólo en un turno-, etc.); son
circunstancias reales que dan la espalda a los requerimientos sensatos que exigen las demandas, las
demandas de la gente y el costado de la economía, a la prestación de la justicia.
c) También la economía pierde todas las batallas en el campo de la litigación, no sólo en la civil, cuya
gestión y resultados son, por lo general, contrarios a la buena lógica que anida en el principio de
economía procesal, concentración, unidad de jurisdicción, acceso irrestricto a la justicia y
razonabilidad de costos y costas, de manera que el tiempo legal dispuesto para la realización de su
trámite y finiquito establecido para corresponderse con el real, sin demoras indebidas y observando la
imprescindible razonabilidad en la prestación del servicio que está a cargo de los órganos (tribunales)
del Poder Judicial, queda absolutamente desvirtuado. El tiempo muerto del proceso se enfrenta y les
gana a los postulados que esgrime el mercado y a la lógica de la teoría económica (nota).
d) Tantas evidencias aleccionan en el sentido de que hay que cambiar la mentalidad, el rumbo, el estilo
y las respuestas. No podrá negarse la imagen disfuncional del "servicio" que se sustenta en un
razonamiento que está adecuadamente respaldado en comprobaciones objetivas que excluyen juicios
subjetivos o superficiales. De manera que con el paso del tiempo parece cada vez más aguda y
profunda la quiebra que enfrenta al proceso civil con la "buena" doctrina económica, y es notorio que,
más pronto que tarde, se ha de gestar un nuevo modelo que los armonice, en el eje de la razonabilidad,
porque persistir en esa contradicción es sucumbir a un roce que sólo puede deparar -como lo corrobora
el espejo de la frustración en los resultados- el desaire a la superación ansiada.
e) Admitiendo, desde luego, las limitaciones y las injusticias a las que conlleva la economía de
mercado, y descreyendo del juego "libre y espontáneo" de sus fuerzas, que se excluyen de los valores
del Derecho, posponiendo los fines y metas del Estado de justicia; lo cual requiere, indefectiblemente,
la presencia activa y prudente del Estado, que imponga deberes y fije límites obrando como engranaje
esencial o palanca del equilibrio (Sanguinetti, Julio M., "Los faros del siglo XX", "La Nación" del
11/8/2005, p. 21). Queremos decir que tal filosofía económica no puede olvidarse, privilegiando
desproporcionadamente la libertad en desmedro de la igualdad, lo que afecta la concepción efectiva y
democrática del acceso a la justicia, rol imprescindible del Estado de Derecho, concurrente con la
reafirmación de las libertades formales (Raymond, Aron), síntesis de la amalgama paz social con
justicia, por la que bregamos con insistencia.
III. REPLANTEOS
a) Mas es indudable que para que pueda triunfar la mejor concepción de la economía de mercado al
menor costo político, a la protección de la justicia (el servicio del Poder Judicial) le corresponde
modificar la técnica y forma de su funcionamiento, razonando sus políticas e implementaciones a
partir de la realidad y de la observancia estricta de los principios y estándares que rigen (deben regir)
su mecánica operativa como verdadera "empresa de servicio", y a través de la cooperación de sus
operadores (nota).
b) Al cabo, que deben cambiar los paradigmas y parámetros en uso, adecuándoselos a las mudanzas y
adaptaciones continuas respecto de las que la complejidad y dinámica de la realidad presiona e impone
a las instituciones, para que éstas, puestas al día, puedan servir con eficacia las demandas de los
usuarios del poder-servicio de la jurisdicción.
Y ese tema no es simple, en la turbulencia y arrolladora velocidad en que se suceden los cambios, las
mudanzas, obligando a los científicos y a los operadores jurídicos en particular (abogados, jueces,
miembros de los Ministerios Públicos, y nuevos y gravitantes legitimados: defensor del pueblo,
amigos del Tribunal, etc.) a ir tipificando una dilatada y diversa comprensión estructural de la moderna
litigación. Todo ello reclama, al mismo tiempo, una nueva educación de los operadores jurídicos
(nota).
c) Desde la ventana de la Corte la preocupación es convergente.
1) Una renovada caracterización del proceso justo impactó en esa puesta al día que demanda el control
suficiente sobre la debida motivación de la sentencia definitiva o a ella equiparada por sus efectos,
control que se evidencia en el registro más exigente cuando se lleva a cabo en la Corte Suprema por la
vía del recurso extraordinario con fundamento en la generosa doctrina de la arbitrariedad de sentencia.
2) La Corte Suprema, que bien sabe ejercer el uso del tiempo y abstenerse de decidir cuando la
cuestión federal no esté todavía madura o sea conveniente que primero encuentre soportes más
acabados en la opinión pública o en el tratamiento legislativo, por regla, sin embargo, asume ("pesca")
el caso y da respuesta a lo que se le propone, con dibujos que son cada vez más intensos, ante
cuestiones de inusitada gravedad moral. Y lo hace sin "esquives", porque su voz despeja las incógnitas
y desea que sea escuchada y brinde orientación, imponiendo su autoridad; con argumentos y razones
plausibles, sin dejarnos en callejones sin salida.
3) La nueva Corte debe ahuyentar a los fantasmas que rondaban en torno suyo y afeaban su imagen e
independencia. Si actúa con la autonomía de criterio acertará en el nivel superador de sus fallos y hará
docencia cívica predicando con valores, aportando decididamente a consolidar la República. El tiempo
agrandará su figura porque inyectará confianza al cuerpo social y pugnará a favor de la seguridad
jurídica, sin las cuales la calidad de las instituciones se resiente y éstas quedan sin los sostenes ni
ejemplos que se requieren para relanzar a la Argentina. De obrar en consecuencia, ni el Derecho ni la
justicia serán problemas porque estarán instalados en el lado de las soluciones, con todo su potencial,
que no es poco. Constituirán continua referencia y espejo que serán seguidos por los demás sectores de
la vida nacional; en primer lugar, el político, tan disminuido y obligado a una verdadera -e
impostergable- puesta al día, para estar a la altura de las circunstancias.
4) Vistos y destacados el papel político (con mayúscula no partidista) que tiene y ejerce el alto tribunal
y su nueva conformación -original, con la entrada por primera vez de dos mujeres, respetables juristas, la recreación de una nueva cultura jurídica, las coordenadas de otros paradigmas, más activistas en la
defensa de los derechos individuales y en el amparo de los de incidencia colectiva, con replanteos
fundamentales en asuntos de clara gravedad institucional y moral, y de repercusión transnacional
(extradición de terroristas, arbitraje en cuestiones soberanas). En todos estos asuntos de alto calado
para la sociedad la voz de la Corte debe escucharse.
En los años 2004-2005 los cambios no han sido avaros (nota) en punto a los otros poderes del Estado,
ni respecto de la sociedad; en las relaciones personales internas entre los propios altos magistrados; en
el respeto de la opinión pública y los medios. Hemos marcado disensos y reservas con relación a
algunas de esas recurrentes decisiones, y parece que se asiste a una etapa -quizás algo desbordada- de
incidencia de las doctrinas que buscan consolidarse a través de "unanimidades".
Este renovado paisaje señala la ruta correcta y apunta, desde un vértice tan axial, a compatibilizar la
conjunción criteriosa y en sinfonía del Derecho con la Economía (nota).
IV. EXHORTACIÓN
Hemos retornado a un asunto enorme que perturba las buenas relaciones del Derecho con la
Economía, en la fragua viva de la litigación. El debate al respecto debe instalarse, ser analizado, y
quienes sean más competentes han de aportar ideas y propuestas a ser articuladas inteligentemente en
la concepción de un pacto de Estado para la justicia que conlleve las innovaciones, ajustes y
racionalización que reclama la profunda quiebra que hemos descripto en trazos muy apretados.
El cuadro de situación es aflictivo y por demás oneroso; las carencias funcionales y el divorcio con la
marcha del tiempo desnudan la deprimente realidad.
Si imaginamos un sugerente pacto de Estado para la justicia, envolvente de un complejo laberinto que
llevará tiempo recorrer y alisar, pero al cual la vida del proceso debe ritmar con la de la economía claro es que asegurando los valores del Derecho por sobre los del mercado-, y que será inexcusable
recorrer en el mediano y largo plazo, alcanzaremos el enganche y armonización de lo jurídico con lo
económico, respetándose cada uno de sus lógicos intereses en una síntesis superadora. Reduciremos
los quiebres, desafíos que tan torpemente hemos querido poner a la consideración de los que saben
más y acerca de la eficiencia de nuevos senderos sin repetir los que están en uso, lo cual es
convocante, sin que podamos cerrar los ojos ni desentendernos de él.
No parece que haya avances si persiste esa desincronización tan frustratoria. De lo contrario nada
habremos aprendido y volveremos a perder otra batalla contra la racionalidad, sin querer mirarnos en
el espejo de la realidad. Y no es cierto que no se pueda cambiar.
Si ello se logra, los dos polos conformarán, al fin, el sistema y se preservarán los valores involucrados:
paz social con justicia. Por arte de encantamiento la gente enfriará las críticas, se revertirá su imagen y
efectividad, La correcta utilización de los recursos, al generarse un clima de certidumbre y eficiencia,
contribuirá al crecimiento de la economía (nota).
Se articularán métodos de complementación hoy desanillados y opuestos a los principios convergentes
en la teoría, pero absolutamente divorciados en el derecho vívido.
Las soluciones, claro es, no son para hoy ni para mañana, pero deberemos estar en claro y empezar a
recorrer la ruta correcta, pues las complejidades políticas y jurídicas son innumerables, y las
resistencias -de mentalidad al proceso de cambio- son homéricas frente al espíritu conservador de los
operadores jurídicos (12)(nota).
El potencial de la justicia se acrecentará de manera notable si le hacemos más caso y en los hechos
somos fieles, con las reservas señaladas, a los dictados de la Economía.
NOTAS:
Oliver, Julio H. G., "Globalización, crecimiento económico y bienes públicos", comunicación a la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales del 9/4/2004, "Anales", t. 41, cap. IV ("La justicia
como bien público"). Para lo que sigue conf. Morello, Augusto M., "La reforma del la justicia", 1999,
Ed. Platense; íd., "Al final de una época", 2001, Ed. Platense; íd., "La Justicia de frente a la realidad",
2002, Ed. Rubinzal-Culzoni; íd., "El Estado de justicia", 2003, Ed. Platense; íd., "Modernización y
calidad de las instituciones", 2004, Ed. Platense; íd., "Formación de los operadores jurídicos", 2005,
Ed. Platense, y bibliografía en ellos referenciada.
Morello, Augusto M., "Los abusos en los litigios y su impacto en la economía", DJ 2005-1-551.
Cortina, Adela, "Ética de la empresa, no sólo responsabilidad social", "El País" del 20/8/2005, Madrid,
ps. 11 y 12.
Comoglio, Luigi P., "Ética e técnica del giusto processo", 2004, Ed. Giappichelli, Torino, ps. 3/14 y
363/377.
Del economista, Falces, Diego N. en "La Nación" del 16/8/2003, p. 14. En forma parecida al impacto
ambiental, tan sensible y de aguda incidencia en la radicación de las dos papeleras en territorio oriental
y en las márgenes del río Uruguay, decisivas para habilitar su autorización e iniciar sus actividades,
que pueden ser polucionantes.
Hace años, trabajando en el Proyecto del Código Procesal de la provincia de Buenos Aires, el Dr.
Mario Kaminker demostró que el tiempo muerto del proceso civil y sus notificaciones en el desarrollo
de un proceso de conocimiento requiere no menos de 43 notificaciones por cédula de los actos a
comunicar, que demandaban más de dos años y medio, lo que impedía dar "sentido" al tiempo ideal
para consumar un proceso justo en la dinámica actual. Ninguna cultura jurídica del presente puede
sostener una brecha tan negativa entre el tiempo del proceso y el de la justicia. Si no se ajusta una
diagramación moderna y tolerable en la estructuración de un proceso civil, ningún avance podrá
expresarse y continuaremos de intento en intento y de revisación en revisación ("El Gobierno
abandonó la reforma judicial", "La Nación" del 22/5/2005, p. 22). ¡Ni qué decir en punto al proceso
penal! Ver las agudas reflexiones del Dr. Ramírez, Jorge O., "Función precautelar", 2005, Ed. Astrea,
parágs. 31 y ss. y 62 y ss.
Morello, Augusto M., "El Estado de justicia", 2003, Ed. Platense; íd., "Constitución y proceso", 1998,
Ed. Platense - Abeledo-Perrot; íd., "El proceso justo", 2005, Ed. Platense - LexisNexis.
Morello, Augusto M., "Formación de los operadores jurídicos", 2005, Ed. Platense.
Morello, Augusto M., "El proceso justo" cit.; íd., "La Corte Suprema en el sistema político", 2005, Ed.
Platense-LexisNexis (Anexo). Se halla vigente la sabia advertencia del Dr. Genaro R. Carrió: el
recurrente casi siempre espera más de lo que la Corte Suprema está dispuesta a conocer y decidir. No
es beneficioso generar un excesivo optimismo acerca del ingreso y procedencia (éxito) del recurso
extraordinario. Sólo prudente expectativa, confiando en el responsable esfuerzo crítico de
fundamentación desplegado en la elaboración del escrito y en el peso de las razones que lo motivan.
Ver Zommer, Laura, "La nueva Corte. En busca de más transparencia", "La Nación", "Enfoques", del
14/8/2005, ps. 1 y 3.
Morello, Augusto M., "La Corte Suprema en el sistema político" cit., caps. 7/13.
La aceleración y la complejidad de los negocios -y, en general, de los vínculos- en los que se
interrelaciona jurídicamente la gente al gestionar sus intereses y resolver sus problemas dan lugar a un
abanico de actividades en la red de enlaces cotidianos y de aquellas controversias respecto de las que
la justicia posibilita, civilizadamente, encontrar solución a sus conflictos.
Esa tarea de paz social con justicia, destacada por el inolvidable Mauro Cappelletti, obliga a mucho y
de modo permanente.
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