WITOLD GOMBROWICZ Y ALBERTO FISCHERMAN

Anuncio
1
WITOLD GOMBROWICZ Y ALBERTO FISCHERMAN
Por Juan Carlos Gómez
Un estudiante francés, en el año del centenario de Gombrowicz, se acercó a mí en la
Feria del libro y me pidió que le firmara un ejemplar del “Diario”: –Usted me podría
informar si Gombrowicz escribió algo sobre cine pues yo en el “Diario” no encuentro
nada?; –Muy poco, me acuerdo de un comentario que me hizo por carta desde Vence
cuando en el año 1964 lo enteré de que Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson se
proponía filmar “Pornografía”.
“Goma, corre, averigüe que es lo de filmar la Pornografía, que no me hagan una
chanchada, sépalo se trata de treinta o cuarenta mil dólares. Hable con Arnesto si es que
tontamente no se peleó con él. Si no, que Ada le hable. Averigüen con discreción. Yo
no sé nada de eso”
Pero algo más había escrito sobre cine. Unos meses antes de su muerte “Le Figaro” le
mandó a Gombrowicz un cuestionario con preguntas sobre el cine. Les respondió que
por el momento no estaba en sus planes escribir un guión cinematográfico, pero que si
hubiera que llevar alguno de sus libros al cine elegiría “Pornografía” y “Cosmos”.
Los consejos que le daría al director de “Pornografía” serían los de que habría que
filmarla sin pornografía, nada más que sensualidad y poesía, pues pornografía es tan
sólo un título irónico.
Cuando Gombrowicz murió aparecieron polacos de buena voluntad, salidos de todos los
rincones, que se dispusieron a difundir la palabra del maestro por el mundo bajo el ala
protectora de la Vaca Sagrada.
Gombrowicz ha tenido muy mala suerte con el cine porque los polacos, cuando se trata
de él, juegan a ver quién se hace más el loco. Desde el “Ferdydurke” de Skolimoski
hasta la “Historia” de Gregorz Jarzyna los cineastas polacos se han ocupado de escribir
guiones con el propósito evidente de malograr las ideas de Gombrowicz.
De mis aventuras gombrowiczidas cinematográficas recuerdo la de una noche de mucho
calor, en el café Rex; el Alemán, Gombrowicz y yo decidimos ir al cine para aliviarnos
con la refrigeración. Caímos en una sala donde estaban pasando La Gran Guerra, una
película que venía precedida de una crítica muy buena, con Gassman y Sordi. Pasados
quince minutos, más o menos, Gombrowicz no aguantó más, no soportaba el dolor junto
a liviandad, y nos tuvimos que ir del cine. Un dramma giocoso, donde la risa, la guerra,
el dolor y la burla se sientan a la misma mesa.
A Gombrowicz le gustaba que lo fotografiaran, era vanidoso, posaba como emperador,
obispo o payaso... Nuestro fotógrafo, no podía ser de otra manera, era el Alemán, tenía
la costumbre de traer fotografías al café y sacar fotografías; jugábamos a ver qué foto
era la más estúpida, un juego que había inventado Gombrowicz siguiendo la ley de su
preferencias por las lecturas malas.
Sin embargo, Gombrowicz, igual que los indios, tenía el presentimiento de que las
fotografías le robaban el alma, por eso no miraba directamente a la lente de la cámara.
Pero el clic le devolvía la vida, el fotógrafo ya no podía hacer nada para transformarlo,
la cosa empezaba a reinar por sí misma en la fotografía y aplastaba con su realidad
implacable.
2
El margen de creación después del clic se volvía inexorablemente estrecho y pobre. El
fotógrafo lo había convertido en una cosa, como si hubiera fotografiado una piedra,
exactamente igual que a otros objetos. El clic lo liberaba del fotógrafo pero la foto le
robaba el alma.
Aunque sobre películas y no sobre fotografías, el Asno tenía también sus ideas sobre la
cámara, ese instrumento del diablo, como se lo manifestó a un periodista cuando se
estrenó “Gombrowicz o la seducción”, la película de Fischerman.
“Muchos pueblos primitivos, más sabios que nosotros, no se dejan fotografiar pues
suponen que le roban el alma. Pero hoy, nosotros tenemos un mundo que imita al cine.
La pantalla viene a ser el lugar de lo real (...)”
“Pero lo real no es simple: está allá, en ese rectángulo de bichitos de luz, es a la vez
deseable y angustiante; deseable, porque uno cree finalmente que existe y porque todos
queremos estar ahí; angustiante, porque me he sentido despojado de mi ser, reducido a
algunos gestos planeados por un demiurgo. Y, finalmente, convertido en otro, soy y no
soy yo. Por otro lado, está la vanidad, de la que no estoy exento, aunque la rechazo, me
parece inmoral”
El film de Alberto Fischerman tiene escenas inolvidables como la de Madame du
Plastique, una gombrowiczida que alcanzó su máxima celebridad en la película cuando
en una de sus escenas más logradas aparece en su carácter de fabricante de santos de
material plástico malogrando en las matrices el cuello de San Cayetano.
El anárquico Asno, contra todo lo que podría parecer, preparó con mucho cuidado la
bajada por una escalera con Quilombo, una de las escenas más logradas del film,
estudiando de memoria las palabras de Antonio frente al cadáver de César en el drama
de Shakespeare. Lo que es cierto también es que hubo que repetir la toma una docena de
veces porque se olvidaba del parlamento.
“En 1999 salieron en Emecé las “Cartas a un amigo argentino”, las cartas que
Gombrowicz dirige a Juan Carlos Gómez, ‘Goma’, después de dejar Buenos Aires y
trasladarse a Europa. Previamente a la presentación del libro, proyectamos en el Centro
Cultural de España la película de Alberto Fischerman ‘Gombrowicz o la seducción’, de
1986, con guión de aquél y de Rodolfo Rabanal (...)”
“Cuatro discípulos de Gombrowicz son convocados por el director, en una sola noche, a
conversar y a recordar al maestro ausente. Y lo cierto es que consiguieron traerlo del
túnel del tiempo, con una lucha emocional y una tensión que el espectador puede
percibir, como si Gombrowicz estuviera entre bastidores. La sesión fue presentada por
un parlamento brillante de Alan Pauls, que es un lujo, y luego habló Sabato (...)”
“Ese año Sabato había tenido un bajón de salud enorme y yo creo que tenía dificultades
para reconocer las situaciones. Nos contó acerca de su última visita a Gombrowicz y a
Rita en Vence, cuando aquél ya estaba muy enfermo. Pero, igual que un disco rayado,
cada vez que se acercaba el momento de contarnos lo que el polaco le había dicho,
Sabato se detenía bruscamente, como si fuera a llorar, y volvía a repetir el relato de su
llegada a Vence (...)”
“Repitió tres o cuatro veces el mismo movimiento de aproximación, sin que nadie se
atreviera a interrumpirlo. Al final, le toqué el brazo y le dije al oído: ‘Ernesto, ya está
bien, creo que todos lo hemos entendido’. Y el público lo despidió con un enorme
aplauso (...)”
3
En el año 1999 el Bucanero era el director del Centro Cultural de España y escribió
estas palabras en “La venganza del gallego”, un libro de recuerdos de su estada en la
Argentina. El Buey Corneta estaba subyugado con la película y dejaba rastros de su
emoción en cuanta oportunidad se le presentaba.
“"Ninguno de los cuatro discípulos (Rússovich, Gómez, Betelú y Di Paola) es actor,
pero los cuatro representan sus papeles en ‘Gombrowicz o la seducción’. Obligados a
repetir escenas, situaciones y textos que verdaderamente los unieron al escritor polaco,
sus interpretaciones están impregnadas de una admirable extrañeza”
Pero también la crítica especializada cinematográfica estaba cautivada con
“Gombrowicz o la seducción”.
“(...) Los tramos finales, en la piecita, reconstruyen casi teatralmente momentos donde
el espíritu del viejo amigo muerto se corporiza en el juego de transferencias íntimas de
Rússovich y Gómez (casi otro film dentro del film) (...)”
Claudio España escribe estas palabras en el diario La Nación refiriéndose a “¿A quién
quería más?”, uno de los doce capítulos en los que se divide la película.
“Entre Gombrowicz y yo siempre existía una barrera, una barrera que levantábamos
para no manifestar afecto, cariño. Esto lo padecí durante más o menos ocho años de
nuestra convivencia (...)”
“Yo, ocho años de amistad, pero sin convivencia. Me propuso la confesión de las almas
en el barco, cuando hicimos el viaje a Piriápolis, sin resultado; –Pero la convivencia es
más que eso, es la manifestación de la intimidad de dos hombres que están solos; –A mí
no me fue necesario acceder a eso que vos llamás intimidad. Nuestra amistad no
necesitaba de ese tipo de pruebas; –¿Qué querés decir, que Gombrowicz te quería a vos
más que a mí?; –Sí, y aunque tengo vergüenza de decirlo, me escribió que yo era su
mejor amigo; –Sólo a través del cuerpo se puede acceder a una forma más plena del
conocimiento del hombre; –¿Qué está insinuando Alejandro?, ¿adónde querés llegar?; –
No más allá de donde yo mismo llegué; –Ah, no, no viejo, no estoy dispuesto a tolerar
confesiones que por su carácter escandaloso comprometan a todos los otros argumentos;
–Gómez, te doy dos minutos para que abandones la mesa”
La Universidad Nacional del Litoral organizó en el año 1986 el Primer Encuentro
Nacional de Literatura y Crítica. Allí se exhibió “Gombrowicz o la seducción”, la
película de Fischerman, y allí conocí al Vate Marxista, al Buey Corneta y al Boxeador
Amateur.
Los integrantes del film nos fuimos a comer de madrugada a un restaurante cercano a la
Universidad acompañados por Javier Torre, director del Centro Cultural General San
Martín que, junto al Instituto Nacional de Cinematografía, habían producido la película.
Mientras Fischerman hablaba en una punta de la mesa de asuntos hasídicos e iniciáticos,
en la otra punta, hacíamos una parodia teatral de la película en la que yo representaba el
papel del virrey Sobremonte huyendo a campo traviesa en un carruaje con las joyas de
la corona.
Lamentablemente allí también escuché por primera vez los desvaríos del Vate Marxista
en los que Gombrowicz aparecía como el mejor escritor argentino del siglo XX, y en los
que la novela argentina sería algo así como una novela polaca traducida a un español
futuro. “Gombrowicz o la seducción” es una película dirigida por Alberto Fischerman,
una de las mejores de los años 80’ para algunos críticos, para otros, una de las mejores
4
de los últimos veinte años, y para otros más una de las mejores filmaciones argentinas
de todos los tiempos.
De sus características filmográficas podemos decir que fue producida, en sus dos
terceras partes, por el Instituto Nacional de Cinematografía, y en la tercera parte
restante, por el Centro Cultural General San Martín.
Realizada por el Taller de Producción de Egresados y Alumnos del Instituto fue filmada
en la que, tiempo atrás, fuera la Tienda San Miguel ubicada en la esquina de Suipacha y
Bartolomé Mitre.
La escasez de medios económicos con los que se produjo esta película lo indujeron a
Fischerman a no incluir su exhibición en el circuito comercial, no quería que la crítica la
ubicara entre las pobretonas, se exhibió y se sigue exhibiendo en cambio en funciones
especiales, en ciclos de revisión y en televisión.
Filmada a caballo de los meses de noviembre y diciembre de 1985 en muy pocos días, y
estrenada en el Teatro General San Martín en octubre de 1986, dejó una huella
imborrable en todos los que la hicimos.
Cuando la premiaron en el festival de Rotterdam en ese mismo año, Hubert Bals, el
creador y director de este festival, se refirió a la película.
“Un film como ‘Gombrowicz o la seducción’, por ejemplo, parte de una idea totalmente
nueva y se convierte en una obra fascinante que no puede dejar de verse hasta el final, y
así es como debe hacerse el cine. Es un film que enriquece al espectador”.
Nos las estamos viendo entonces con una idea original representada por los amigos, los
discípulos y también por aquellos que, sin haber sido nada de eso, lo conocieron. De los
discípulos podemos decir que, a más de que no son actores, se han vuelto un mito
argentino. Gombrowicz los eligió al azar, pero fue un azar riguroso. Todos rondábamos
los veinte años cuando nos hicimos sus amigos (Gombrowicz había pasado los
cincuenta), todos recibimos un apodo o nombre clave, y todos fuimos fieles.
Fischerman se propuso desde el principio realizar una obra distinta. Como no era
gombrowiczida supo enseguida qué es lo que no tenía que hacer. No tenía que hacer un
film sobre la obra de Gombrowicz, para eso estaban los polacos que la conocían al
dedillo, y éste no era el caso de Fischerman.
Después de haber leído el “Diario argentino” y “La seducción” buscó las huellas que
había dejado en los discípulos, y como era un psicólogo práctico nos reunió durante tres
meses seguidos con una frecuencia semanal, hasta que encontró esas huellas impresas
por Gombrowicz. Fischerman, que además de director de cine era músico, después de
estos encuentros se abocó inmediatamente a construir una estructura musical para
desarrollar su idea.
Dividió el film en doce capítulos, y entre los tres iniciales: Un enigma, Los exámenes y
Las polaquitas, y los tres finales: ¿A quién quería más?, El Motivo de la Compota y El
Rey Intocable, le trazó un círculo a todo el movimiento interno. Fischerman tuvo en
claro desde el principio que debía encontrar la forma para que Gombrowicz se volviera
argentino de una manera definitiva pues si no lo hacíamos nosotros nos lo iban a robar.
Este propósito no lo podía alcanzar con el proyecto de convertir en film alguna de sus
cuatro novelas o de sus tres piezas de teatro, pues la obra de Gombrowicz es universal,
no es argentina ni polaca. Entonces buscó los rastros en su otra obra, “su obra maestra
secreta”: su relación con la juventud, porque nosotros los discípulos rondábamos los
veinte años cuando nos hicimos amigos de él.
5
Y encontró esos rastros. Una vez que cayó en la cuenta de que ahí también estaba
Gombrowicz ya no tuvo ninguna duda: el film, además de original, iba a ser irrepetible
pues, si bien es cierto que la obra de Gombrowicz es perdurable, sus discípulos no lo
éramos, y esa substancia espiritual que él estaba sacando de nosotros se iría muriendo
después del film. Y así ocurrió, y sigue ocurriendo todavía.
La genialidad de la idea de Fischerman tiene entonces tres raíces fundamentales: en
primer lugar, el enorme respeto con el que trató a los discípulos y a Gombrowicz
mismo; en segundo lugar, el haber buscado desde el principio una originalidad basada
especialmente en el desarrollo de una idea irrepetible pues los discípulos iríamos
desapareciendo; y, por último, su talento.
Gombrowicz, aunque polaco, adoraba a Beethoven más que a ningún otro músico, al
punto que escribió en su “Diario” que era la única música que le había salido bien a la
humanidad, la única encantadora. La cosa es que en el capítulo de Los exámenes,
cuando uno de los discípulos estaba representando el papel de Gombrowicz y le pide a
otro que cante el quinto movimiento de la Sexta Sinfonía, se produce un momento
mágico, uno de esos momentos que siempre tienen las obras inspiradas, un
acontecimiento que no estaba programado ni pensado de antemano.
Ni bien ese discípulo empieza a silbar, a los pocos compases, empieza a acompañarlo
otro, tarareando como si estuviera ejecutando la melodía en el violonchelo, y
Fischerman, que era músico, empieza a tararear también, los demás se contagian y
deciden acompañarlos.
Fue tan conmovedora y repentina esta escena que las personas que presenciaban la
filmación empezaron a aplaudir y siguieron aplaudiendo hasta que estalló una ovación.
Este tema de la Sexta Sinfonía se convirtió así, de una manera no premeditada, en el
leitmotiv musical de la película y es la única voz que utiliza Gombrowicz para estar
presente entre nosotros.
Descargar