Aquel lugar endémico de `toses húmedas`

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Santiago Rego. Santander
11 de diciembre de 2001
Aquel lugar endémico de 'toses húmedas'
Una exposición de material clínico, conferencias y conciertos sirven estos días para
celebrar el 50 aniversario del Hospital de Liencres, uno de los pocos antituberculosos
que se salvó del cierre a finales de los 70.
Un grupo de enfermeras delante del Hospital de
la Santa Cruz de Liencres (Santander), en los
años cincuenta.Foto: Roberto Rui
El Hospital de la Santa Cruz de Liencres, uno de los muchos centros antituberculosos
que se pusieron en marcha a mediados del pasado siglo en España, es hoy uno de los
pocos en su género que ha logrado cambiar de centuria con un magnífico estado de
salud, aunque ahora atendiendo a pacientes agudos.
Tras la dolorosa guerra civil y en un país en el que todavía se mantenía la cartilla de
racionamiento, Liencres, a las afueras de Santander, fue el lugar elegido para levantar
un gran hospital -450 camas- que hiciera frente a las llamadas toses húmedas de los
pacientes con tuberculosis.
Una exposición de material clínico sacado de los almacenes, varias conferencias, mesas
redondas y conciertos han servido estos días para conmemorar el cincuenta aniversario
de este hospital, propiedad del Gobierno de Cantabria, y que en 1951 inició una
intensa actividad asistencial tras su construcción por el Patronato Nacional
Antituberculoso. Mucho tuvieron que ver en ello los datos epidemiológicos, que
demostraban que Cantabria estaba muy afectada por la tuberculosis, incluso por
encima de la media nacional.
Se decía, recuerda Francisco Vázquez de Quevedo, cirujano del Hospital Valdecilla y
académico correspondiente de la Real Academia de Medicina, que Cantabria era "un
lugar endémico de toses húmedas, pues no menos de 450 personas morían cada año a
causa de la tuberculosis". De ahí que los criterios de planificación de los expertos -una
cama por muerte y año- apuntasen a la necesidad de un hospital de 450 camas para la
entonces provincia de Santander.
Ubicación y diseño
Las autoridades del Patronato escogieron Liencres -término municipal de Piélagos- para
levantar un hospital a pocos metros del mar Cantábrico, y en medio de amplias
praderas.
Los arquitectos diseñaron un edificio con ventanales orientados al mediodía, extremo
que obedecía, en parte, a las directrices terapéuticas de la época: ambiente muy
ventilado, una adecuada alimentación y el empleo de fármacos y cirugía. "Un lugar
sano", en palabras de Vázquez, donde los pacientes con los pulmones infectados
encontraban además, silencio, reposo y sol.
Marcos Gómez Gutiérrez, actual director gerente del centro, resalta que en una
situación social tan desfavorable como la de aquellos años, "las poblaciones siempre
incrementan su morbilidad y mortalidad". De ahí que las patologías infecciosas, entre
ellas la tuberculosis respiratoria, constituyeran el mayor problema por su alta
contagiosidad y muerte. "Si revisamos el primer libro de Registro de Ingresos de
Enfermos de Liencres -que ha sido expuesto al público estos días-, observamos el alto
número de fallecimientos por tuberculosis, una patología tan prevalente que obligó a la
Administración a diseñar una red de hospitales antituberculosos por todo el país",
precisa Gómez.
Unas inversiones muy grandes en una época de gran escasez de recursos, y que ahora
son puestas en duda por los estudiosos de la epidemiología y la planificación sanitaria.
¿El motivo?: Liencres y otros hospitales se pusieron a funcionar justo en el momento
en el que comenzó a comercializarse la estreptomicina (1950), primer medicamento
útil en el tratamiento de la tuberculosis respiratoria.
Duros comienzos
Los comienzos de Liencres fueron muy difíciles, pues la posibilidad de contagio de la
enfermedad, la elevada mortalidad que causaba y los largos periodos de internamiento
necesarios para el tratamiento, producían tal grado de temor entre la población que no
todas las personas estaban dispuestas a trabajar en este centro, a pesar de las
dificultades económicas del momento. El miedo al contagio provocaba el rechazo
mayoritario del personal no sanitario, porque médicos y enfermeras dejaron sus
fuerzas en la lucha contra esta enfermedad.
La historia de Liencres recoge que la dirección del hospital tuvo que recurrir, en
bastantes ocasiones a contratar como trabajadores a pacientes que habían estado en
el centro y que habían conseguido el alta tras imponerse a la enfermedad. El
desarraigo familiar y social de aquéllos que contraían la tuberculosis hizo que fueran
bastante los pacientes, de los más variados oficios, que pasaron a formar parte, tras su
internamiento, de la nómina de empleados del establecimiento sanitario.
No se sabe muy bien cómo, pero lo cierto es que en la década de los setenta, cuando
la mayoría de los antituberculosos cerraron, Liencres se salvó de la quema. Dicen que
todo se debió al empeño del que fuera director de Valdecilla, Segundo López Vélez,
quien también dirigió con anterioridad el antituberculoso cántabro.
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