TEATRO CHILENO HOY Y MAÑANA: HISTORICIDAD y AUTORREFLEXIÓN María de la Luz Hurtado (Pontificia Universidad Católica de Chile) 1. De la historicidad de lo teatral Configurar una visión de las principales vertientes que recorren al teatro chileno en este inicio de siglo XXI es un desafío que involucra diversas aristas. Para ello, apelaré al concepto de “historicidad” en el teatro, crucial en la relación viva del creador con la realidad, la que implica la tarea de encontrar la(s) ¡ma gen(es) que impacta(n) en la sensibilidad histórica del espectador, golpeando en un sentido de conexión con eventos representados en el escenario. Es importante aclarar que me situaré en el teatro de Santiago, campo denso y múltiple, ya que al consolidado núcleo de teatro universitario e independiente que mantuvo funcionando al teatro durante la dictadura militar (1973-1990) se suma en las últimas dos décadas un numeroso contingente formado en las 26 escuelas universitarias existentes en Santiago y regiones, lo que arroja un campo con decenas de compañías en funcionamiento en las antiguas y nuevas salas y en espacios no tradicionales, ante públicos activos y segmentados. El crecimiento es exponencial: en 2006, hubo alrededor de doscientos estrenos al año, diez veces más que en 1960, cuando el Ictus entraba a acrecentar el panorama del teatro independiente nacional. De la acumulación, ¿se produce, a veces, el salto cualitativo? ¿Es posible establecer algunas constantes en este campo plural y heterogéneo? Creo que sí existen corrientes subterráneas, series que se potencian; tradiciones actorales y estéticas revisitadas, claves de valoración que constituyen escuelas identificables, aunque en permanente 1 En 1960, había en Santiago un promedio de 20 estrenos al año en el circuito profesional “de arte”; en los 70, se duplicó a 40 estrenos y desde hace algunos años, son ya casi imposibles de cuantificar: ya en el 2000, hubo al menos 100 estrenos de autor nacional y 60 de autor extranjero. Movimiento. Para comprenderlas, es importante situarse en la perspectiva de dos momentos históricos que postulo tienen una corriente subyacente en común: Todos sabemos que durante los diecisiete años de Gobierno Militar liderados por Pinochet, la resistencia cultural se centró fuertemente en el teatro, ya que el cine, la televisión y la industria editorial estaban sujetos a férrea censura. El teatro acompañó muy cercanamente la discusión crítica, la denuncia, la expresión de una sensibilidad herida por los rotundos cambios culturales y de proyecto social que vivía el país. A la distancia, se ve como una etapa heroica, en la que se corrían, a la vez, riesgos personales y riesgos artísticos, acompañados por un público que celebraba y compartía esta actitud. Había un “sentido” que unía el quehacer con la propia identidad, y en el cual ICTUS, entre otros, fue baluarte principal. En un segundo momento, una vez atravesada la línea que superaba la Dictadura en 1990 por la asunción del primer gobierno de centroizquierda de la Concertación por la Democracia, los diagnósticos de las prácticas culturales no fueron tan nítidos ni consensuales. 2 Una opinión recurrente ha sido que el teatro en las post-dictaduras latinoamericanas, incluyendo el chileno, responde a autorías con obsesiones ancladas en biografías particulares que no convocan ni representan a un supuesto espacio de lo nacional o de la época que se vive. Que esa privatización sería una evasión de la memoria, un olvido de la historia políticosocial más dolorosa y conflictiva, recientemente vivida. Que sería un teatro despolitizado y volcado a sub-grupos minoritarios, decayendo su convocatoria y, por ende, su historicidad. Discrepo de este diagnóstico: creo que la memoria histórica y los temas acuciantes del presente, en su sentido más profundo, constituyen el material y referente del teatro chileno post dictadura, pero que los aborda de un modo muy diferente al del movimiento teatral anterior. Nuevos paradigmas estéticos se fueron desarrollando, en una explosión de formas expresivas preñadas de ambigüedad, de poesía, cruzando las perspectivas personales con las históricas. Fue una difícil transición la de redefinir el rol del teatro y volver a plantearse sus necesidades y modos de expresión. El oficiante del teatro vuelve la mirada hacia sí y se reconoce como un sujeto en estado de conflicto y autorreflexión. Muchas obras toman por protagonistas a los creadores de la poesía, de la escena y del pensamiento científico innovador, siendo las disyuntivas existenciales y políticas de la creación homologables y punto de partida para la reflexión sobre lo social en su conjunto. En los inicios de este nuevo momento, próximo a la instauración del gobierno de la Concertación, se produjo un teatro simbólico y hermético y, a medida que transcurrían los casi dieciocho años de estos gobiernos y que los problemas del modelo neoliberal y de la política de consensos afloraron, los temas no resueltos de la memoria y la equidad fueron reemergiendo en un teatro crítico más referencial y realista. Habiéndose explorado en los 90 los intersticios entre subjetividad e historia, el nuevo siglo, aunque mantiene vigente esta vertiente, vuelve de nuevo la vista a una historia factual, testimonial, concreta: una gran fuente del teatro chileno en los dos mil, en tanto construcción/apelación de su historicidad, es lo vivido en el espacio real. Lo teatral se convierte en actualización de la memoria desde y a partir de ejes válidos en el presente. No por eso se regresa al realismo tal cual, sino se descomponen y recomponen los elementos de lo teatral, retomando protagonismo la palabra junto al cuerpo del actor. Algunos modos de resolución de esta tensión son los siguientes: -Potencia de la palabra / cuerpo en el escenario Algunos directores y dramaturgos, como Rodrigo Pérez, centran su teatro en la fuerza crítica y subversiva de instalar un texto potente en 2 En el plano institucional se ha contado con políticas de fomento a la actividad teatral: Concurso del Consejo de la Cultura para montajes, investigación, infraestructura, etc., Concurso de Dramaturgia de Secretaría General de Gobierno, apertura de salas en comunas y centros culturales, etc. 3 el escenario. La gestualidad y caracterización de sus actores se concentra en interpretar el texto más que el personaje, en encontrar la verdad del texto más que en decir el texto con verdad. Afirma que es una postura política sustraer a la palabra de la manipulación, la enajenación y el doblez a que la somete la retórica oficial, donde opera como una hipócrita arma de ocultación. Esta senda encuentra su culminación en el 2005-2006 con la Trilogía La Patria, que incluye Madre, Padre y Cuerpo. En Cuerpo, por ejemplo, una vertiente de la obra son citas de declaraciones de ciudadanos chilenos sobre su experiencia de prisión política y tortura recogidos en el Informe Valech (1990). Son textos con huellas de la identidad nacional de sus diferentes emisores, los que se transforman en metáfora colectiva al ser puestos ante la visibilidad y la escucha públicas. La crudeza del tema lo abordó Pérez con estilización y contención, ya que las narraciones fueron realizadas en un tono neutro, las que a su vez impactan en el cuerpo de bailarines y actores. Estos cuerpos aparecen en su fragilidad y vulnerabilidad máximas, al romperse la distinción entre lo privado y lo público, entre el mandato ético de cuidar, respetar y preservar la vida y la acción transgresora de violarla, violentarla, exponerla, herirla desde y en el cuerpo mismo de las víctimas. Se pone al cuerpo en contacto con la palabra que narra la acción que se ejerce sobre él (se cruza así, el saber del cuerpo con el saber sobre el cuerpo). Otra yeta de exploración teatral entre experiencia y corporalidad la ocupa el llamado texto-acción, donde la palabra recorre y anima la mixtura entre lo brutalmente empírico o real y el sueño e imaginario. Es el caso de Hombre con pie sobre una espalda de niño, de Juan Claudio Burgos, el cual, a través del ejercicio exacerbado de la palabra, se remite al momento psíquico fundante de la sexualidad y del poder, entre el delirio místico y la disección pormenorizada y sensorial de lo factual corporal. Ante la presencia ausente de los padres -de una madre que no ve lo que no quiere ver y de una presencia paterna omnipotente-, a la postre, ese pie que seduce y Texto publicado en Revista Apuntes N°126-127, Santiago: Escuela de Teatro PUC, Especial 2005, pp. 135-144. tortura a un niño en el espacio sagrado de la iglesia también es el de la bota militar, en un salto metafórico de lo privado a lo público que contextualiza biográfica, histórica y políticamente al autor. -Recreación de hitos traumáticos de la historia colectiva El teatro en este inicio del siglo ha vuelto sobre antiguos martirios colectivos: los de hace un siglo o los que rodean al Golpe Militar de 1973 magnetizan a jóvenes que no vivieron ese tiempo, los que se han dedicado a recrear el mundo socio-cultural, personal y político de los sujetos y grupos sociales significativos en forjar la historia chilena desde la base social. 4 Por ejemplo, Santa María de las flores negras, de la Compañía Patogallina, basada en una novela histórica de Rivera Letelier sobre la brutal matanza de miles de mineros del salitre y sus familias en los albores del siglo XX en el norte de Chile. El teatro de muñecos, los artilugios escenográficos, los personajes arquetípicos, la rítmica impuesta por una banda musical en vivo que acompasan los movimientos convencionalizados de actores y muñecos, confieren al espectáculo un carácter épico de gran escala, acorde con la magnitud del horror narrado. Está Machasa, en dirección de Guillermo Alfaro, se focaliza el mundo obrero sindicalizado de las grandes textiles en tiempos de auge del movimiento popular de 1960 y 70, y Liceo A-73, de la Universidad Arcis en dirección de Cristián Soto, indaga en el medio estudiantil durante los años más autoritarios y represivos de la dictadura. Estas obras se fundaron en investigación de documentos y recopilando testimonios de primera fuente, activando la memoria oral. Hay muchas obras que se articulan en torno a personas identificables de la historia próxima o pasada, muchas veces, íconos enclavados en el imaginario nacional, latinoamericano o mundial. En esta senda destaca La huida de Andrés Pérez, 2001, en el vértice del testimonio personaF, la denuncia y el homenaje a esos otros sujetos de la represión de Estado, los homosexuales asesinados en el gobierno de González Videla (1949) durante la caza de brujas planetaria que se impulsó desde el eje de la guerra fría (macarthismo y stalinismo). La continúa Tengo miedo torero, por el colectivo Chilean Business basada en la novela autobiográfica del escritor Pedro Lemebel, que testimonia la experiencia de otra marginalidad durante el régimen militar, la de las minorías sexuales. El pasado 2007 una de las más logradas obras del año reconstruyó magistralmente un duro suceso poicial que remeció al país, el asesinato y descuaratizamiento del joven homosexual HP- Hans Pozo, realizada por un grupo de exalumnos de la U. Arcis. Obra sobre las complejidades y ambigüedades de la homosexualidad, e incluso ternuras de ella, se proyecta a la indagación en los mundos de la pobreza, de la realidad urbana poblacional, las exigencias y convenciones sociales, la justicia chilena y sus laberintos y procedimientos kafkianos. Obra con dejos brechtianos, de una poética del cuerpo delicada y rigurosa, con guiños a lo nacional, a sus íconos reformateados y resemantizados en la sociedad globalizada, sin dejar de ser nuestra (genial e inolvidable es una cueca urbana que baila la madre de Hans). Similar relación establece Manuela Oyarzún y la Compañía Teatro del Hijo en La mujer gallina, basada en el hecho real de una mujer confinada por sus parientes por décadas en un gallinero, viviendo en la máxima deprivación afectiva, fisiológica y material, apuntando a la existencia de una cultura de la crueldad y de la aniquilación perversa del otro, mediante lenguajes de fuerte simbolismo en la corporalidad violentada. -Espectacularización satírica de la postdictadura neo-liberal y la globalización 5 Una pléyade de obras se remiten a lo político-cultural contingente hacia el 2000, a la sociedad de consumo globalizada y a la política de consensos o de transacciones de la actual democracia. Desde la dictadura se proyecta la postdictadura en ejes de continuidad en cuanto a la manipulación de cuerpos e idearios, adentrándose en la crítica a la impostura y a la violencia cultural y factual, con sus otras/mismas traiciones y abusos sobre el más débil (étnico, social, generacional, de género, económico). La extensa y brillante dramaturgia de Benjamín Galemiri, escenificada inicialmente por El Bufón Negro, desarrolla una despiadada e irónica sátira a la seducción amorosa desplegada por personajes con crisis de identidad presionados por una sociedad neo-liberal, en la cual el exitismo en el sexo, el dinero y el intelecto simbolizan la potencia fálica. Las máscaras y juegos dislocados de estos personajes llegan a límites delirantes. Destacan Déjala sangrar, en el Teatro Nacional de la Universidad de Chile, e Infamante Electra en Teatro Camino, con dirección de Raúl Ruiz, como también El neoproceso(2006) en el Teatro de la Universidad Católica. Ahora, entonces, también la era de la Concertación está en la mira crítica. Dignas de destacar son dos obras que abordan críticamente dos modelos que atraviesan instaituciones centrales en la vida nacional y su identidad comunitaria, ahora, atravesadas y recompuestas desde una lógica neoliberal. Me refiero a la creación colectiva de ICTUS “Okupación”, del 2007,que ironiza cruda y lúcidamente en torno a la nueva institucionaolidad educacional y su proyección perversa en el campo laboral, así como La María cochina tratada en libre comercio, 2006, que trata la globalización que penetra el mundo campesino a través de una comedia musical con dramaturgia y dirección de Cristián Soto. A una escala menos épica, intriga la vida del hombre urbano medio, del empleado, en sus espacios de rutina, fracaso, fealdad y truculencia. En la aproximación a este mundo de nuevo aparece lo tragicómico, lo excesivo, el kitsch estridente, riesgoso en su violencia, destacando Mano de obra, dirigida por Alfredo Castro, basado en la novela de Diamela Eltit. La Compañía La María, dirigida por Alexis Moreno, también desarrolla una dramaturgia que explora los mitos urbanos, encontrando su matriz en los géneros populares citados/satirizados: Trauma, de Compañía La María en dirección de Alexis Moreno, un melodrama negro o de terror en un entorno familiar, tratan estos ambientes de modo más humorístico aunque igualmente punzante. En este tipo de obras prima la parodia desatada y delirante a los géneros de la industria cultural y de la entretención de masas, en conexión con otros géneros de ficción que hacen parte de nuestro imaginario compartido, incluyendo el kitsch, el melodrama, los íconos 6 urbanos, los gestos generacionales hiperbolizados, satirizados, ironizados, desbordados, llevados al límite del absurdo y de la exageración redundante de elementos (cine de thríller, video juegos), en un espiral kafkiano, o mejor, borgiano que, desde la travesía por la fiesta, concluye inevitablemente en muerte y asesinato. También ronda el suicidio como culminación trágica de la sociedad hiper industrial, despersonalizada y de la superabundancia carente de sentido: esto está como motivo central en Narciso, de Manuela Infante, mediante un preciso juego de espejos en un asfixiante baño en el que se confronta una adolescente y su doble, o en clave futurista, en Santiago High-Tech, de Cristián Soto. Otra alternativa es que lo urbano intimidador ya no conduce al suicidio pero sí a la intervención del cuerpo en su máxima intimidad (Vida de otros, de Ana López), con prótesis de alta tecnología que rompen cruel y cínicamente la barrera entre entre el disfraz que oculta y el exhibicionismo que pone despiadadamente a cada cual en el centro del espectáculo. Valdría la pena agregar que muchos de los grupos de nuevas generaciones abren espacios teatrales no convencionales, con escenografías y vestuarios que realizan guiños a la sociedad de consumo transmutada en deshecho, mediante el uso de materiales reciclados que exhiben lo que son: un pastiche con las costuras y los remaches ostentosamente a la vista. Son señales que apuntan a la performance social dominante desde su satirización o parodia lúdica. La autorreflexión en torno a lo teatral: representación, ficción y realidad Existe, entonces, en este teatro realizado en el Chile del primer decenio del dos mil, un puente entre el testimonio personal, que amarra la identificación del actor y del creador con su relato y con el público, y la experiencia corporal total que funde realidad/ficción, siempre con los mecanismos teatrales a la vista: no hay truco, todo se expone. En el intersticio entre lo real y lo ficcional, entre la cita cultural y la del sentido común, entre la estilización depurada y la sobreabundancia grotesca de elementos, estamos ante un teatro fuertemente político y estético. Hoy en Chile se está haciendo un teatro que elabora su historicidad desde los lenguajes hiperbolizados de lo teatral, y que al hacerlo, incluye al teatro mismo como otra práctica historificada de la cual hay que hacer y reconstruir críticamente su modo de re-presentar la representación. Creo es un caso nuevo, aunque no inédito —recordemos la primera escena de la ya mítica “Cuestionemos la Cuestión” de Ictus hace ya exactamente cuarenta años: 1968, cuando un grupo de actores usando sus nombres verdaderos realizan una dinámica de terapia de grupo, en que se preguntan desde donde, 7 como y qué decir y hacer en el esenario, a partir de quienes ellos son en la vida real: cómo representar-se y representar lo social, en la representación del teatro, cosa que realizan experimetnalmente en los siguientes cuadros de la obra. Actualmente, es común que las obras contengan como eje central o paralelo el problema de la creación teatral, del cuerpo actoral, de la representación. Es un modo de parateatralidad: la autorreflexión en lo teatral de la práctica teatral, haciendo evidente los mecanismos de cosnatrucción de la ficción en un delgado pliegue con lo real. Lo hace Pérez en su trilogía, en la que analoga la tortura politica con la experiencia de tortura que también sufre/realiza el actor que se expone en fragilidad existencial y corprolal en escena, por lo que la segunda cadena de textos intercalados en Cuerpo son citas de Para Louis de Funes, de Valére Novarina, acerca de la violencia psíquica- física del actor en escena. Castro realiza algo similar en Las Sirvientas y en otras obras recientes, como también, este es el tema central en obras tan potentes como “Fin del Eclipse” de Ramón Griffero, un caleidoscopio acerca de las construcciones ficcionales del dramaturgo, en permanetnte transformación, evocación, desarticulación, preso de una utopía imposible de tocar la realidad, concluyendo que lo único real es lo que ocurre en el escenario mismo (salvo, y también, la muerte). Corona esta línea la obra reciente de Manuela Infante, “Cristo”, que continúa su exploración iniciada en “Juana”. Aquí, es una cebolla de múltiples capas entramadas la que se va descomponiendo, en un juego irónico cada vez más profundo acerca de los límites de la verdad y su representación, puestos en la con-figuración de un personaje/pesona/ícono tan emblemático en la cultura occidental como es Cristo. Emplean para ello desde la teconología más sofisticada, grabaciones en video previas, grabaciones realizadas durante la representación en escena, escenografís que se arman y desarman a vista delpúblico con elemetneos precarios y pobres como es el cartón, capaces de contruir imaginario y sombras chinas anticipatorias o confirmadoras de los que se improvisó sin verdaderametne hacerlo, de lo que se representó sin ser capaz de represetnar. Esta fuga del sentido postmoderno es abismal en sus alcances, en ese sentido, profundamente político, como también, profundamente lúdico y teatral. ¿El teatro de mañana? No soy ni puedo aventurarlo. Sé, no obstante, que la diversidad de lenguaje y teatralidades cada vez se amplifica más, y son efectivas ya sea en su teatralidad más “pobre” en el sentido Grotowskiano, ese realizado fundamentalmente a través de las capacidades expresivas directas del actor — voz, movimiento, gesto, a lo más con escenografías, vestuario e iluminación que lo realzan más que lo copan, o también, utilizando al máximo las nuevas tecnologías y los artificios teatrales. Sea para re-pensar una vez más el pasado personal/social, o para abordar nuevos acontecimientos o aconteceres. Por un 8 lado, esta y estará el teatro tipo “Sueños de la memoria. Confidencias” de Ictus, creación colectiva íntima, emotiva, por momentos mágicas, siempre reflexiva y con un punto de vista histórico-social en cruce con lo personal de esos tiempos que a todos nos asolan y persiguen para volver a descifrarlos; o también, quizás ese mismo tiempo revisitado desde la distancia de un texto europeo (Varicchio) sobre otra guerra parecida a la nuestra, y territorializado y encarnado desde lo nacional latinoamericano desde una artesanía visual y actoral cuy artificio máximo deslinda entre lo escénico y lo fílmico, una vez más, entre presencia y cosntrucción virtual de ella. Me refiero a la última y polémica creación de La Troppa, Sin sangre. Habrá siempre teatro de divertimento, teatro de re-poner autores y textos bien construidos aunque no necesariamente originales, pero cuya actuación y temática nos remuevan, habrá otros que en verdad nos choquen y desagraden, o que nos cueste descubrir hacia dónde, por qué, para qué. Saltos generacionales fuertes; otros, construidos como puentes de resignificación. A veces se asesina a los maestros, otroa, se les traiciona para serle fieoles en lo fundamental, como decía Heiner Muller de su relación con Brecht. Pero creo que nuestro teatro en Chile tiene asegurada larga vida, porque ya está profundametne entramado en la cultura de oficiantes y del público, y, a riesgo de ser muy moderna más que postmoderna, tengo fe en la infinita capacidad de regeneración de la cultura y de la historia para dar cuenta de esa siempre nueva y paradojal historia que nos va constituyendo como habitantes de esta nación y del mundo. Lo único que sé es, parafraseando a Neruda, que, al modo de “nosotros los de entonces ya no somos los de ahora”, que “el teatro de entonces ya no es el teatro de ahora”, como también, “el teatro del mañana no será el de ahora”. Aunque también, de muchos modos, lo será. Para eso está en la cultura impresa honda la huella de las improntas teatrales históricas. Sino, recorran los 50 años de vida teatral, política, artística y cultural de ICTUS.