El Vaticano y las políticas de salud reproductiva Conferencia auspiciada por el Grupo Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva del Parlamento Británico Londres, Reino Unido por Frances Kissling con una introducción de Geoffrey Clifton-Brown, Miembro del Parlamento Catholics for a Free Choice [Portadilla] El Vaticano y las políticas de salud reproductiva Conferencia auspiciada por el Grupo Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva del Parlamento Británico Frances Kissling Presidenta de Catholics for a Free Choice Salón Moses, Casa de los Lores Palacio de Westminster, Londres, 31 de enero de 1996 Traducción: Eduardo Barraza Agradecemos la ayuda de Marysa Navarro-Aranguren en la revisión y edición de este documento Índice Resumen, por Frances Kissling Introducción, Parlamento por Geoffrey Clifton-Brown, Miembro del El Vaticano y las políticas de salud reproductiva, por Frances Kissling Acerca de Catholics for a Free Choice © 1997 by Catholics for a Free Choice. Todos los derechos reservados. Primera edición en castellano, 1999. Frances Kissling, Presidenta de Catholics for a Free Choice (CFFC) desde 1982, ha participado activamente en el movimiento de mujeres por la salud desde 1970. Ha tenido también una actuación destacada en los esfuerzos por mejorar el estatus de las mujeres en la Iglesia Católica y en la sociedad a nivel nacional e internacional. Es fundadora del Global Fund for Women y de la International Network of Feminists Interested in Reproductive Health and Ethics (IN/FIRE). Ha sido tesorera de la International Women´s Health Coalition y fundadora de la Religious Consultation on Population, Reproductive Health, and Ethics. Geoffrey Clifton-Brown, ARICS, Miembro del Parlamento, fue electo presidente del Grupo Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva del Parlamento Británico en noviembre de 1995. Nacido en 1953, se educó en Eton y en el Royal Agricultural College en Cirencester, donde se graduó de Perito Agrimensor. Es director de su establecimiento agrícola en Norfolk. Entró al Parlamento como representante del partido conservador elegido por el distrito rural de Cirencester y de Tewkesbury en Gloucestershire, en 1992. Se unió de inmediato al Grupo Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva. Miembro del Comité Selecto de Medio Ambiente desde 1992, fue nombrado Secretario Privado Parlamentario del Ministerio de Agricultura en 1994. Es ciudadano honorario de la ciudad de Londres. Resumen por Frances Kissling, Presidenta Esta conferencia examina la participación de la Iglesia católica en la elaboración de políticas públicas — específicamente sobre el género, la sexualidad y la salud reproductiva— y ofrece pautas a parlamentarias y parlamentarios, legisladoras y legisladores, para evaluar las posiciones de quienes defienden principios religiosos sobre estos temas. Uno de los problemas más complejos en la elaboración de leyes y políticas públicas es determinar con precisión el papel que tienen las instituciones religiosas en su formulación. Es indudable que la religión puede estar —y de hecho lo ha estado— al servicio de los derechos humanos, de la justicia social y del bien común. Por otro lado, algunos señalan la religión como una fuerza que da ímpetu a los sectores que se resisten a aceptar los cambios en la situación legal que permita a las mujeres el ejercicio de sus derechos, en particular sus derechos reproductivos. La Iglesia Católica Apostólica y Romana, en particular, tiene una participación política destacada en temas de trascendencia nacional e internacional, con el objetivo de preservar un punto de vista religioso sobre el género, la sexualidad y la reproducción, ampliamente rechazado desde hace mucho tiempo. Y naturalmente, los principios religiosos traducidos a políticas públicas no afectan únicamente a católicos y católicas. Toda la ciudadanía está sujeta a esas leyes. Las parlamentarias y los parlamentarios, como todas las personas que elaboran políticas públicas, tienen que evaluar las posiciones de la Iglesia, como evaluarían las de organizaciones no gubernamentales, tales como las agencias de atención a la niñez, los grupos de derechos de las mujeres y los que trabajan sobre el medio ambiente. Aunque ciertos dirigentes eclesiáticos tengan dificultad en aceptar este principio-- por considerar que ocupan un lugar sagrado en el proceso político—no es aceptable que los dirigentes políticos les concedan ese espacio y los consideren actores privilegiados. Para evaluar posiciones sobre políticas públicas, provengan de grupos religiosos o de cualquier otra clase, las legisladoras y los legisladores pueden usar estos criterios: 1. ¿A quiénes dice representar el grupo? ¿Representa verdaderamente el sector que dice representar? 2. ¿Son sus datos exactos y válidos? 3. ¿Son propuestas de políticas que respetan los derechos de todas las personas en la sociedad y sirven al bien común? ¿Son propuestas que respetan otras religiones, el pluralismo y la tolerancia? 4. ¿Son políticas viables? Como se muestra en este documento, las posiciones de la Iglesia católica romana relacionadas con políticas públicas sobre género, sexualidad y salud reproductiva no se ajustan a estos criterios. Una nota final se refiere a la manera como la Iglesia presenta su posición: muchas teólogas y teólogos católicos han criticado el modo como la Iglesia ha fallado en expresar los alcances de su enseñanza en torno al aborto. Por ejemplo, los dirigentes eclesiásticos rara vez han reconocido en el discurso, si acaso lo han hecho, lo que fue admitido oficialmente en la “Declaración de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe sobre el aborto provocado” de 1974, a saber, que el Vaticano no sabe cuándo se convierte el feto en persona. Y puesto que no se sabe, las personas son libres de acudir a su conciencia para tomar buenas decisiones morales. Los dirigentes de la Iglesia han optado por no confiar en la capacidad de las mujeres para tomar estas decisiones, y buscan la manera de acabar todo debate o diálogo al respecto. Esta negativa no es aceptable para la mayoría de las y los creyentes católicos, y no es ciertamente el mejor camino para elaborar políticas públicas. Con ejemplos de las acciones de la Iglesia, este documento ofrece a quienes hacen políticas públicas un incentivo para contrarrestar esos esfuerzos. Introducción por Geoffrey Clifton-Brown, ARICS, Miembro del Parlamento Desde su concepción en 1979, el Grupo Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva, que tengo el honor de presidir, ha creado la tradición de invitar al Parlamento a conferencistas relevantes para los propósitos del Grupo. El fin es tratar asuntos destacados del dominio público que se relacionan con la población y la salud reproductiva. El Grupo, compuesto por una sección transversal de alrededor de 100 parlamentarias y parlamentarios tanto en la Casa de los Comunes como en la de los Lores, está dirigido por un comité igualmente transversal de quince parlamentarias y parlamentarios de ambas casas. Ha logrado que el gobierno dirija su atención a las necesidades de un mayor acceso a los servicios de salud reproductiva y a la distribución de atención a la salud reproductiva, en particular en los países en desarrollo, así como también a la necesidad de acceso universal a todos los métodos de planificación familiar en el Reino Unido. El Grupo busca influir en los autores de las políticas gubernamentales en estas materias. Mi predecesor, Richard Ottaway, Miembro del Parlamento, abrió el camino al ser invitado a formar parte de la delegación del gobierno del Reino Unido a la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de 1994, celebrada por la Organización de las Naciones Unidas en El Cairo. Otra integrante de nuestro comité, la baronesa Gould of Potternewton, presidió la delegación del Consejo Europeo durante la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing, en 1995. El Grupo mantiene una relación estrecha con quienes comparten sus puntos de vista en Europa y otros continentes, y alienta a las parlamentarias y los parlamentarios nuevos en el tema a formar grupos parlamentarios adecuados a sus propios sistemas organizativos para promover los derechos reproductivos en sus propios parlamentos. Estas actividades se han intensificado como parte del seguimiento del Programa de Acción de El Cairo. En este contexto, y reconociendo la importancia de la influencia de la Santa Sede en las políticas mundiales de población y salud reproductiva, en enero de 1996 los integrantes del Grupo tuvieron el privilegio de convocar a una reunión en el prestigiado Salón Moses de la Casa de los Lores. Un distinguido público de más de 100 invitados tuvo la oportunidad de escuchar y debatir la conferencia dictada por la presidenta de Catholics for a Free Choice, Frances Kissling, titulada “El Vaticano y las políticas de salud reproductiva”. Asistieron parlamentarias y parlamentarios, prensa y altos representantes de organizaciones no gubernamentales. Entre ellos estuvieron la prensa católica, el Catholic Fund for Overseas Development (CAFOD) y Catholics for a Changing Church. Frances Kissling fue una expositora eficaz y convincente. Su informado y sucinto análisis del papel que juegan las instituciones religiosas, y en particular la Iglesia católica romana, en la formulación de las políticas que afectan los derechos de las mujeres, la sexualidad y la atención a la salud reproductiva, fue sin duda de gran interés para las y los presentes. La Iglesia católica romana, en su calidad de “estado nación”, se ha revelado en las ultimas décadas como un importante actor político en varias conferencias mundiales de las Naciones Unidas en las cuales el estatus de las mujeres ha sido, si no central, al menos relevante en las discusiones. El Vaticano ha promovido visiones negativas de los métodos artificiales de planificación familiar y el aborto seguro, y por lo tanto ha negado los derechos y el estatus de las mujeres. La valentía de Frances Kissling y de Catholics for a Free Choice de usar sus derechos democráticos para hablar abiertamente de esos puntos de vista, permaneciendo fieles a su fe en la Iglesia católica romana, provocó tanto la admiración general como críticas, y condujo a una animada discusión plenaria. El Grupo Plural le está agradecido a Frances Kissling por haber usado su plataforma en el Parlamento y por haber iluminado a las parlamentarias y los parlamentarios y a las personas invitadas acerca de los objetivos del Vaticano y de Catholics for a Free Choice, respectivamente, en el debate sobre el estatus y los derechos reproductivos de las mujeres. Ha sido una de las ocasiones más alentadoras en que he tenido la fortuna de presidir en nombre del Grupo Parlamentario Plural para la Población, el Desarrollo y la Salud Reproductiva. Casa de los Comunes, Londres, enero de 1996. El Vaticano y las políticas de salud reproductiva por Frances Kissling Una de las cuestiones más importantes y complejas en la elaboración de políticas públicas y leyes es el papel que tienen en su formulación las instituciones religiosas. La pregunta más frecuente surge en relación con el activismo político de los grupos conservadores en el contexto de la política social que abarca lo que por tradición se ha definido como la esfera privada: la vida familiar, los derechos y papeles de las mujeres en la vida pública, la sexualidad y la reproducción. Los avances alcanzados en la protección legal de las mujeres contra la discriminación y en el desarrollo de la definición de los derechos individuales a tomar decisiones respecto a tener o no tener descendencia, cuando y de qué manera, han producido un significativo contragolpe cultural y político, en especial entre los grupos religiosos conservadores. Al mismo tiempo, las instituciones religiosas han hecho una enorme contribución a la sociedad moderna. Desde la ayuda humanitaria, incluyendo la provisión de atención a la salud y la educación, al papel de mediación en el arreglo de intratables conflictos civiles, la religión ha sido vista como una fuerza para hacer el bien y una aliada de los gobiernos. La presente exposición explora estas cuestiones a través de los lentes de la participación católica romana en los foros nacionales e internacionales. Proporcionaré a las parlamentarias y parlamentarios, y a quienes con ellos elaboran políticas públicas, algunos lineamientos para evaluar a quienes defienden posiciones basadas en principios religiosos. Por último, ofrezco algunas certezas personales referentes a las diferencias de opinión entre la feligresía católica y los representantes oficiales de la Iglesia católica. Se preguntarán por qué debemos interesarnos en los puntos de vista de la Iglesia católica romana sobre temas de políticas públicas. Después de todo, la Iglesia es una institución religiosa, y un principio de las sociedades democráticas es la libertad religiosa, contexto en el que la Iglesia católica tiene derecho a proponer sus puntos de vista, valores y principios. En la comunidad católica estos puntos de vista y valores se asumen con gran seriedad. Pero ¿qué papel juegan dichas posiciones en las vidas de quienes no son católicos o en la vida política de un país? Desde la Conferencia sobre Población y Desarrollo de El Cairo (1994) y la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing (1995), ha sido cada vez más patente por qué los puntos de vista del establecimiento católico afectan tanto a las personas católicas como a quienes no lo son. En esas conferencias, quizá por primera vez en el siglo XX, la Iglesia, en su calidad de Estado, fue un notorio actor político en asuntos de trascendencia nacional e internacional. Los derechos de las mujeres, la sexualidad, la salud reproductiva y las políticas de población estuvieron en la pantalla del radar político. El Vaticano, junto a los musulmanes y la derecha católica, se vio estimulado por la esperanza de preservar el punto de vista religioso tanto tiempo rechazado sobre el género, la sexualidad y la reproducción. Este punto de vista, especialmente cuando se transforma en políticas públicas en vez de en dogmas religiosos, va en detrimento del bienestar de las mujeres y las familias, de las comunidades y del planeta. Pone límites al derecho de las mujeres a tomar decisiones morales sobre sus vidas. Después de todo, cuando la Iglesia católica presenta una posición de política pública no son solamente las y los creyentes católicos romanos los afectados si esa posición se convierte en política pública. Cada mujer, cada hombre, cada niña o cada niño puede ser sujeto de la disposición respectiva, ya se trate de que la Iglesia esté en contra de todos los anticonceptivos, de que niegue la anticoncepción de emergencia a las mujeres que han sido violadas y buscan servicios en los hospitales católicos, de que emprenda acciones para hacer ilegal el aborto o volverlo inasequible, o de que impida los programas de educación sexual en las escuelas públicas o se rehuse a proporcionar información de los condones como medida de prevención contra la transmisión del VIH/SIDA. Tómese, por ejemplo, el caso de Polonia, tal vez la ilustración más sombría de las consecuencias de la posición de la Iglesia institucional en las vidas de las mujeres y las familias. Las polacas y los polacos que antes vieron a la Iglesia como una fuerza democratizadora, ahora dicen: “hemos cambiado una dictadura roja por una negra”. El aborto se ha vuelto ilegal al mismo tiempo que es cada vez más restringida la disponibilidad universal de los anticonceptivos. En Polonia se pide a las mujeres tener más criaturas y se eliminan al mismo tiempo, con el visto bueno de la Iglesia, las guarderías. El Papa puso en marcha una organización no gubernamental llamada Farmacéutas por la Vida. Los farmacéutas que se oponen a los anticonceptivos recorren el país, compran a las farmacias sus ya escasas existencias de condones y los destruyen. También se organizan para rechazar la anticoncepción de emergencia y los servicios para las jóvenes y los jóvenes. La Iglesia ha mostrado una gran habilidad para influir en las políticas públicas de ayuda al desarrollo. En la mayoría de los países hay una agencia de la Iglesia que trabaja internacionalmente para ofrecer ayuda humanitaria y asistencia para el desarrollo. Estas agencias han sido fundadas principalmente por los gobiernos. En los Estados Unidos, por ejemplo, Catholic Relief Services, que tiene un presupuesto anual de 290 millones de dólares, recibe cerca de 77 por ciento de sus recursos del gobierno estadounidense. ¿Es una agencia católica o gubernamental? Las agencias católicas han sido reconocidas por la calidad de sus servicios. Hacen muy bien su trabajo, creen en el empoderamiento y a menudo se encuentran en el frente de guerra de la ayuda humanitaria, el suministro de comida, alojamiento y servicios sanitarios para la gente de todo el mundo. Sin embargo, cuando se enfrentan a la cuestión de los derechos de las mujeres, en particular la salud reproductiva, esas agencias simplemente no ponen en práctica las políticas gubernamentales que requieren que sus beneficiarios practiquen la planificación familiar y ejerzan el derecho humano a tomar decisiones relacionadas con el número y espaciamiento de las hijas y los hijos. Todo lo dicho no sugiere que deba prohibirse a la Iglesia católica romana —o a cualquier otra institución— participar en la vida pública de las naciones, expresar sus valores o incluso influir en las políticas públicas. Es correcto que las voces religiosas sean escuchadas en todos los debates. Las religiones, todas las religiones, tienen mucho que ofrecer al desarrollo de políticas que comprenden valores. Doy la bienvenida a la voz de los obispos y la feligresía católica. No obstante, es responsabilidad de las parlamentarias y los parlamentarios, y de quienes como ellos elaboran políticas públicas, evaluar las posiciones de política pública que propone la Iglesia, de la misma manera que evalúan las posiciones de otras ONG, tales como los grupos prochoice, los de mujeres o los ambientalistas. Este principio ha sido difícil de aceptar para los dirigentes de la Iglesia. La aprobación católica del principio de separación de la iglesia y el Estado es muy reciente. Hace apenas treinta años que se aceptó en la “Declaración sobre la libertad religiosa” del Concilio Vaticano Segundo. Un hecho que deja atrás más de 17 siglos —desde la conversión de Constantino a 1966— de creencia inflexible en que la ley civil debe adecuarse a las enseñanzas morales de la Iglesia. Así pues, es comprensible que los dirigentes eclesiásticos aún tiendan a creer que ocupan un lugar sagrado en el proceso político. Pero es menos comprensible que las y los dirigentes políticos les concedan tal espacio y los traten como actores privilegiados. ¿Cómo pueden evitar esto las legisladoras y los legisladores? Quisiera sugerir cuatro criterios que pueden usarse en la evaluación de esas posiciones de política pública, sean presentadas por grupos religiosos o de cualquier otra clase. El primer criterio en forma de pregunta es éste: ¿a quién representa el grupo, cuál es el sector social que representa? ¿Ese sector está de acuerdo con ellos en los asuntos de que se trate? La lectura imparcial de las encuestas muestra que la feligresía católica no está de acuerdo con las posiciones de los obispos relacionadas con la población y la salud reproductiva. Por ejemplo, se estima que en Brasil cada año 1 y medio millones de mujeres tiene abortos clandestinos. Obviamente, estas mujeres, la mayoría de las cuales son católicas, no están de acuerdo con los obispos que afirman que el aborto está siempre equivocado moralmente hablando y debe ser ilegal. Están a tal grado en desacuerdo con tal convicción que arriesgan su salud y sus vidas en abortos que consideran necesarios. Cerca de 70 por ciento de las y los fieles católicos mexicanos creen que se puede ser “buen cristiano” y estar en desacuerdo con la Iglesia en materia de aborto. En Polonia, 66 por ciento de las católicas y los católicos opinan que el aborto debe ser legal en su país. En los Estados unidos, las encuestas indican de manera uniforme que sólo de 10 a 15 por ciento de las y los fieles católicos creen que el aborto debe ser ilegal en todas las circunstancias. Donde la anticoncepción es asequible, las católicas y los católicos la usan en un número casi igual a quienes no profesan la misma fe. Es claro que se han persuadido de que la abstinencia periódica —el único método de control natal permitido por el Vaticano— no tiene mucho que brindarles: menos del 5 por ciento lo usan a nivel mundial. Al menos un estudio demostró que en los Estados Unidos una gran mayoría de fieles apoya la ayuda financiera al mundo en desarrollo en materia de planificación familiar. Sobre un tema tan contencioso como el pago de abortos con fondos públicos, los católicos y las católicas están ligeramente más a favor que el resto de la población. Esto se debe posiblemente a un profundo compromiso con la Teología de la Liberación, en particular con el principio de la “opción preferencial” por las poblaciones más pobres y marginadas. A la vez, indica el deseo de que las mujeres pobres sean tratadas de la misma manera que las que tienen más recursos. Estos ejemplos dan idea de hasta qué punto los obispos no representan a las personas que dicen representar cuando apoyan la adopción de una legislación que limite el aborto o la planificación familiar. El segundo criterio que se debería adoptar en la evaluación de posiciones en políticas públicas es el siguiente: ¿Son honestos esos grupos? ¿Presentan datos precisos y válidos? La norteamericana Ruth Macklin, especialista en ética, dice que la buena ética comienza con los buenos datos. Hay que examinar lo que los obispos afirman sobre varios aspectos de las políticas públicas y ponderar si lo que dicen es realmente cierto. Por ejemplo, cuando presentan argumentos contra los programas de prevención del SIDA que incluyen información sobre el uso de condones, los obispos católicos han asegurado que los condones no previenen la transmisión del VIH. Algunos han ido más lejos y han declarado que los condones causan el SIDA y dan una falsa seguridad de completa protección. Más alarmantes todavía son las posiciones que adoptó el Vaticano tanto en la conferencia de El Cairo como en la de Beijing. Sus afirmaciones reflejaban una inexcusable falta de honestidad. Por ejemplo, en la Conferencia de El Cairo los obispos recalcaron que el documento final obligaba a las mujeres a aceptar la esterilización, cuando en realidad ni siquiera se menciona la esterilización en el documento. En cuanto al texto adoptado en Beijing, el Vaticano afirmó una y otra vez que como la palabra “madre” no se mencionaba ni siquiera una vez , era un documento anti familia. No sólo se menciona la palabra “madre”en la declaracion de Beijing sino que se habla de la maternidad y se la ensalza de muchas formas y con palabras distintas. El tercer criterio que necesitamos aplicar es nuestro compromiso con el bien común, es decir, no el beneficio de un grupo o de una religión en particular. ¿Las propuestas de políticas públicas respetan los derechos de todas y todos en la sociedad? ¿Respetan también otras religiones, el pluralismo y la tolerancia? No hay duda de que la Iglesia Católica es la religión con la posición más extremista con respecto a los anticonceptivos, la esterilización y el aborto. Casi todas las religiones han llegado a entender que la planificación familiar y los anticonceptivos son elementos importantes para el ejercicio de la responsabilidad en una pareja. La Iglesia Católica ni siquiera permite el uso de anticonceptivos por parejas católicas casadas o que han tenido una relación monogámica de por vida. En la medida en que la Iglesia ha aceptado la separación de la Iglesia y el Estado y la obligación de no promover leyes que puedan imponer límites en las prácticas de personas de otras religiones o sin religiones, va en contra de sus propias enseñanzas cuando defiende posiciones sobre planificación familiar que podrían limitar la libertad de anglicanos, hindús budistas y musulmanes. El Islam ha sido caracterizado como una de las religiones más conservadoras y sin embargo tiene una actitud abierta ante la planificación familiar y el uso de anticonceptivos. Una legisladora o un legislador que abogara por leyes que impusieran límites a la libertad que merecen las y los creyentes de otras religiones, transformando en ley el punto de vista de la Iglesia Católica, violaría los principios básicos de la tolerancia. El último criterio es utilitario. ¿Será viable la posición del grupo? ¿Se acabarán los abortos si son declarados ilegales? ¿Las mujeres no abortan en países donde el aborto es ilegal? Allí donde no hay control de la natalidad, salvo con planificación familiar natural, ¿las parejas pueden tener y cuidar el número de criaturas que quieren? Muchas católicas y católicos, incluyendo a las y los políticos, aceptan la enseñanza de la Iglesia en el sentido de que el aborto debe ser siempre rechazado desde el punto de vista moral, pero en la medida en que elaboran políticas públicas creen sinceramente que el mejor medio de reducir los abortos no es declararlos ilegales, sino más bien facilitar una infraestructura económica y social que permita a las personas cuidar de las criaturas que tienen. Y quieren especialmente ampliar la disponibilidad de un amplio espectro de métodos anticonceptivos. Si quienes elaboran políticas públicas aplican estos cuatro criterios a las posiciones que las autoridades eclesiásticas adoptan en cuestiones de género, sexualidad y salud reproductiva, tendrán que rechazarlas. No se trata de que quienes elaboran políticas públicas se conviertan en teólogas o teólogos. Pero no puedo dejar de mencionar que dentro de la Iglesia católica muchas teólogas y teólogos han criticado la falta de sutileza de las autoridades eclesiásticas al publicitar una version errónea de la historia de su posición sobre el aborto. Muy pocos observadores casuales no creerían, que la idea de que el feto es una persona desde el momento de la concepción, es la posición definitiva y dogmática de la Iglesia católica romana, o que tener un aborto es cometer un asesinato y que el aborto nunca puede permitirse, ni siquiera para salvar la vida de una mujer. Sin embargo, en un documento de 1974, la “Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el aborto provocado”, el Vaticano admite que no sabe cuándo se convierte el feto en persona, de la misma manera como lo admitiría, con plena honestidad, al igual que cualquiera de nosotros en este salón puede admitirlo. Quienes nos colocamos en lo que yo llamaría la tradición liberal, liberadora, del catolicismo, decimos que mientras no lo sepamos y la Iglesia no pueda hablarnos sobre los hechos de forma definitiva, las personas quedan libres de actuar según su conciencia y de tomar sus propias decisiones en los problemas que necesiten reseolver. Esta posición es atacada por la nueva ortodoxia derechista de la Iglesia, que básicamente afirma que la conciencia no es aplicable, a menos que se esté de acuerdo con la posición de la jerarquía. Este punto de vista demuestra falta de respeto hacia la capacidad de cada persona de actuar según su conciencia. Dice que las personas que actúan según su conciencia se comportan como si estuvieran en una cafetería y no como Dios lo quiere. Las personas que como yo nos declaramos católicas liberales respondemos que Dios quiere que usemos la inteligencia que nos dio y que respetemos nuestra capacidad de tomar decisiones morales. La Iglesia rehusa confiar en nuestra capacidad como mujeres para tomar buenas decisiones morales. Creo que si miramos la historia del mundo, vemos que las mujeres han dado a luz en las circunstancias más terribles y horrorosas y han cuidado de sus criaturas de la mejor manera que han podido, en el abandono, en la pobreza o en todas las circunstancias imaginables. Pensar que las autoridades de mi iglesia no pueden admitir y confiar en que las mujeres tomarán buenas decisiones sobre planificación familiar, esterilización y aborto, habla de la importancia central que tiene el patriarcado en el catolicismo. Un patriarcado que no solamente busca controlar a las mujeres, sino también acabar con todo debate y diálogo sobre esas cuestiones. Un patriarcado que afirma que esos temas han sido resueltos para siempre, y que no deberíamos perder el tiempo en hablar de ellos porque ya se nos ha dicho lo que hay que pensar. La gran mayoría de las católicas y los católicos no puede aceptar esto. No es tampoco la mejor manera de elaborar políticas públicas. Acerca de Catholics for a Free Choice Catholics for a Free Choice (CFFC) construye e impulsa una ética sexual y reproductiva basada en la justicia, que refleja un compromiso con el bienestar de las mujeres, y respeta y afirma su capacidad moral, y también la de los hombres, de tomar decisiones responsables y sólidas sobre sus vidas. Por medio del discurso, la educación y la defensa y la gestión, (advocacy), CFFC trabaja en los Estados Unidos y en el mundo para infundir esos valores en las políticas públicas, la vida comunitaria y las enseñanzas y el pensamiento social del catolicismo. La oficina internacional de CFFC está situada en Washington, D.C., y trabaja en asociación con grupos afiliados pero independientes en Argentina, Bolivia, Brasil y México. La oficina regional para América Latina está en Córdoba, Argentina. CFFC forma parte de Women-Church Convergence y Catholic Organizations for Renewal. Está afiliada a la Red Católica Europea /Church on the Move y al Movimiento Internacional “Somos Iglesia”. Para mayor información, comuníquese con: Serra Sippel, directora del Programa Internacional Catholics for a Free Choice 1436 Street NW, Suite 301 Washington, DC 20009 USA Tel.: 202.986-6093 Fax: 202.332-7995 E-mail: [email protected] Catholics for a Free Choice 1436 Street NW, Suite 301 Washington, DC 20009 USA Tel.: 202.986-6093 Fax: 202.332-7995 E-mail: [email protected] Frances Kissling, presidenta