Edipo Rey Prólogo La acotación inicial de la obra es una indicación temprana del estado en el que Edipo comienza la obra que, como corresponde a un héroe trágico, es su punto más alto. El templo de Apolo aparece en el fondo, prefigurando la naturaleza divina de la plaga, y el pueblo se reúne alrededor de su rey en los tiempos de crisis. Es un líder respetado y admirado, al punto que los suplicantes portan ramas de olivo, elemento típico de los rituales religiosos. La ubicación de la acción frente a las gradas del palacio destacan el rol de Edipo como Rey, su rol social; de hecho, uno de los conflictos centrales será entre el deber social que significa el trono y la historia personal, entre lo individual y lo colectivo. En el primer parlamento el propio Edipo demuestra su naturaleza bondadosa para con el pueblo que ha venido a gobernar, en tanto aparece en persona enfrente a los ciudadanos; esta relación es reforzada por el uso de la expresión “Hijos míos”, que denota un paternalismo y una voluntad de proteger, pero que tembién muestra una pequeña dosis de la soberbia que luego será su caída. Edipo comienza la obra en su punto más alto, pero ya se entreven algunas de sus características más negativas, elemento remarcado por el propio Edipo al afirmar “yo llamado por todos el insigne Edipo”. El Sacerdote es el representante de la sociedad en su conjunto, y como tal lo trata Edipo. La preocupación del rey es notable, y realiza una cadena de preguntas “¿Cuál es vuestra aflicción? ¿Teméis algo? ¿Deseáis algo?” sin dar a su interlocutor la oportunidad a responder, y en su afirmación “yo quiero poner remedio a todo” se ve su voluntad de ayudar su excesiva confianza en sí mismo. Hay un grado de ironía trágica en su siguiente afirmación: “¡Fuera cruel si no me compadeciera de estos suplicantes!”, en tanto más tarde Edipo cerrará sus ojos a la verdad, en un acto que prolongará la plaga; su historia personal y su soberbia causarán más daño. El Sacerdote, por su parte, destaca su rol social, propio de su papel religioso, y resume la totalidad del pueblo que acude por ayuda al mencionar sus extremos en términos de edad: los jóvenes que “aún no tienen alas para volar” y los sacerdotes “respetables por su ancianidad”. La multitud se postra frente al templo de Palas Atenea, diosa de la sabiduría; este dato no es menor, en tanto muestra la convicción que el pueblo tiene de que será la sabiduría, la inteligencia, la que los llevará a buen puerto, y Edipo es un héroe cuya gloria no es debido a grandes actos de proeza física sino a su inteligencia. Hay una cierta ironia en este hecho: en realidad la inteligencia que Edipo demostró al vencer a las Esfinge es en realidad la cause de la crisis. El Sacerdote describirá la plaga utilizando imágenes que destacan su totalidad. Primero iguala la ciudad a un barco “la ciudad zozobra...”, un imagen de que hace énfasis en lo colectivo, para luego personificarla “no puede levantar la cabeza”, en una metáfora extendida que presenta a la peste como un mar: extenso, salvaje, profundo. Se utiliza una gradación en el relato detallado de los efectos de la peste, comenzando por lo más básico y vital (“los frutos de la tierra”), siguiendo por aquello que depende de la tierra (“los ganados que no tienen pastoreo”) y culminando con lo humano (“perecen los partos de las mujeres estériles”). La plaga amenaza la continuidad y el futuro de ese colectivo que es la ciudad en todos sus planos: vegetal, animal y humano. La plaga es personificada como “un dios de fuego”, reforzando la idea de que su origen está en el plano divino, lo cual era común en la época, en tanto las calamidades naturales eran a menudo interpretadas como señales o castigos de los dioses. La ciudad está pereciendo, y “el negro Plutón” se enriquece; Plutón es el dios del inframundo, la tierra de los muertos, y el adjetivo “negro” muestra el miedo ante esta muerte masiva. Antes de adentrasre en el captatio benevolentia, el proceso de alabar a la persona a la cual se le pide algo, el Sacerdorte advierte a Edipo contra la soberbia y le recuerda: “Ni yo ni estos nos postramos ahora entre estas aras juzgándote igual a los dioses...”. Realizada la advertencia, el Sacerdota recapitula los logros de Edipo hasta entonces “...nos libraste del tributo que pagábamos a la terrible cantatriz” y destaca que Edipo los salvó no por pedido del pueblo sino por voluntad propia, “con el auxulio del dios”. Estas palabras ocultan la realidad terrible: el encuentro de Edipo con la Esfinge fue casual, uno más en una serie de eventos fortuitos que llevarán a Edipo a su destino. El mismo hombre al cual piden ayuda es, en realidad, el causante del sufrimiento. El Sacerdote alaba nuevamente a Edipo “gratísimo a todos”, y explicita la confianza que los Cadmeos tienen en la sabiduría y la inteligencia (“creo que los consejos de los hombres prudentes suelen hacer feliz el resultado de la empresas”), cayendo nuevamente en la ironía trágica, pues esa inteligencia es la causante de la peste. Terminado el captatio benevolentia, aparece el pedido de salvación propiamente dicho. El Sacerdote intenta persuadir a Edipo utilizando argumentos de varios ámbitos: apela al honor del rey “ya que esta tierra te aclama como su salvador” y a su orgullo, remarcando que si no logra salvar a la ciudad será recordado por su fracaso; luego de utilizar argumentos de índole individual resalta su rol social de rey y le recuerda que ese rol solo tiene sentido en tanto papel dentro de un colectivo: un rey sin súbditos no es un rey. Así, el Sacerdote busca convencer a Edipo apelando a su individualidad y a su rol social. El intento de persuasión es, en realidad innecesario. Edipo ya conoce los hechos y ya se ha puesto en marcha para solucionarlos. Nuevamente podemos ver sus atributos positivos, su preocupación y compasión por su pueblo. Edipo está plenamente consciente de sus deberes como rey, del lugar que ocupa en la sociedad y afirma: “... no hay nadie que padezca como yo. Porque vuestro dolor es individual y no de todos; pero mi alma gime por mí, por vosotros y por toda la ciudad”. Edipo también busca la solución al problema en su inteligencia (“he recorrido muchas sendas con las divagaciones de mi mente...”, decidiendo finalmente enviar a Creón a consrultar el oráculo. Ha dado la responsabilidad a un familiar, lo cual demuestra nuevamente su voluntad de ayudar y su estado inicial como rey sabio y justo; su compasión es ilustrada por la inquietud que siente ante la demora de su enviado. En su diálogo con Creón queda clara su ansiedad (“¿Es esto sólo lo que nos dices?”) y su benevolencia, en tanto le ordena que hable frente a todos (“Habla delante de todos; porque más me duele su desgracia que la mía propia”). Ni bien Edipo obtiene la información necesaria (que la peste es el resultado del crimen cometido contra Layo, el rey anterior) pone en acción su intelecto, realizando preguntas concretas que buscan avanzar la investigación, y extrae conclusiones lógicas, pero su ignorancia con respecto a su parentezco lo llevará a afirmar que conoce a Layo “de nombre”, pero que jamás lo ha visto cuando en realidad él ha sido el asesino. Edipo es caracterizado por su inteligencia, y será su soberbia intelectual la que provocará la até, la ceguera trágica que veremos en la obra. Ya en el prólogo podemos apreciar un nuevo ejemplo de ironía trágica cuando Edipo afirma que ha de resolver el caso no solamente por la ciudad sino porque el que ya mató un rey puede intentar causar daño al nuevo rey; efectivamente, él mismo se causará un daño terrible al final de la obra. El prólogo termina con una nueva afirmación de la naturaleza colectiva de la plaga y del rol colectivo del rey: “Llegaremos a un éxito feliz con la ayuda del dios, o nos hundiremos por completo”. Esto retoma la imagen del barco utilizada por el sacerdote y refuerza el conflicto entre lo social y lo individual: la historia personal de Edipo tiene consecuencias colectivas, y sus defectos individuales (su soberbia intelectual) le impedirán continuar sabiamente en su rol social de rey, llevándolo a su caída. Primer Episodio Al comienzo del Episodio Edipo responde a las palabras del coro. El parlamento presnta una ironía trágiva que refleja la ignorancia de Edipo ante los hechos reales. Se declara “ajeno a los hechos que narran, ignorante del crimen perpretado”, cuando en realidad él no sólo no es ajeno, sino que es el asesino. Ante la situación, Edipo realizará un decreto con peso de maldición, que será elaborado con un cuidado y precisión terribles. Edipo usará su inteligencia para no dejar al criminal vía de escape, sin saber que la maldición recaerá sobre él. El castigo es el total aislamiento social (“prohibo que nadie lo reciba en esta tierra”), incluyendo la exclusión de los rituales religiosos, uno de los prinicpales pilares de la identidad colectiva. El regicidio es un crimen colectivo, y por lo tanto el castigo también lo es; al mismo tiempo el patricido y el incesto es un crímen contra las leyes humanas y naturales, y la peste es un castigo natural ante este crimen (“arrójenlo de sus casas, pues es una peste para nosotros”). Edipo refuerza su castigo contra sí mismo al afirmar “si, sabiéndolo yo, vive dentro de mi palacio, ¡caigan sobre mí las maldiciones que he deseado al criminal!”; Edipo se maldice a sí mismo por partida doble, sin saberlo. El cerco se cierra completamente sobre él cuando agrega que los Cadmeos han de aislar al criminal, o una nueva peste peor que la que sufren caerá sobre la ciudad. En su inteligencia para atrapar al asesino se ha cerrado cualquier vía de escape a su destino terrible. Este parlamento también contiene varias ironías trágicas, en las que Edipo dirá la verdad sin siquiera saberlo: al realizar su maldición el rey ilustra la cercanía que siente con respecto a su antecesor, y destaca que “tengo su alcoba y su misma mujer”, y que si Layo hubiera tenido hijos, sus hijos serían como hermanos. En realidad, claro está, Edipo es simultáneamente padre y hermano de sus hijos. La ironía trágica se manifiesta maravillosamente cuando Edipo afirma “tomaré yo el asunto como si se tratara de mi propio padre”. El corifeo, representante del pueblo como colectivo, niega su culpa y sugiere acudir al adivino Tiresias. Edipo nuevamente demuestra su iniciativa, en tanto por consejo de Creón ya ha enviado a por él, y nuevamente se siente inquieto por la demora. Mientras esperan, Edipo continúa investigando y recibe una pieza de información defectuosa (“fue muerto por unos viandantes”) que lo alejará de la pista. Los razonamientos de Edipo, como veremos, son lógicamente correctos, pero parten de información errónea. Al llegar Tiresias Edipo rogará por su ayuda de la misma manera que el Sacerdote le rogó a él en el Prólogo, realizando un captatio benevolentia (“tú eres, ilustre, el único guía y salvador que hemos encontrado”) y apelando tanto al plano individual (“sálvate a tí mismo”) como al colectivo (“es una hermosa acción que el hombre coopere con lo que tenga y posea”). Nuevamente se ve la importancia que el lugar en la sociedad, en el conjunto, tiene dentro de la obra. Tiresias se lamenta de su don, en tanto puede ver el destino, mas no cambiarlo. En la concepción griega, el destino es externo al hombre y más poderoso que éste; es, incluso, más poderoso que los mismos dioses. Cada paso que Edipo ha dado para escapar a su destino sólo lo ha acercado más a él. Tiresias sabe esto y conoce cómo ha de caer Edipo; por lo tanto, no tiene sentido que hable, pues sólo traerá más dolor al rey a sí mismo. Ante la negativa, Edipo nuevamente hace énfasis en el deber de tiresias como parte de un grupo (“Has hablado injusta y hostilmente contra esta ciudad que te nutrió”); cuando el silencio de Tiresias se mantiene, Edipo redobla la súplica (“todos los aquí suplicantes nos posternamos ante tí”). La respuesta de Tiresias contiene el primer indicador directo de que Edipo es la causa de la tragedia (“no diré jamás nada, por no revelar jamás tus males”. En este punto Edipo cae en el até, en la ceguera trágica, pues no logra ver esta sutil pista. En cambio, apela a su razonamiento: si Tiresias no habla, la ciudad caerá; por lo tanto, el silencio de adivino indica el deseo de que la ciudad caiga: aquel que actúa en contra de su ciudad es un traidor. Esta línea lógica es, desde el punto de vista de Edipo, impecable: no falla su razón, pero su ignorancia de los hechos lo hacen llegar a conclusiones falsas que él, en su soberbia, toma como verdaderas, por lo que acusa directamente a Tiresias de traidor “¿Sabiendo no hablas, sino que tramas traicionarnos y hundir la ciudad”? Nuevamente Tiresias señala sutilmente que la causa es Edipo (“No quiero llenarme ni llenarte de amargura...”). Y, nuevamente, la ceguera trágica de Edipo le impide percibir la sugerencia. Es aquí donde se empieza a percibir una falla secundaria en Edipo, que hasta ahora no había aparecido en el texto (mas sí en la historia que lo precede): sus tendencias violentas, su facilidad para la ira, que causó la muerte de Layo; Tiresas nota esto y se lo hace notar (“Reprendiste mi ira y no te has dado cuenta que la tienes en tí mismo”). El adivino se mantiene en silencio, negándose a hablar, y Edipo arroja una nueva acusación, también producto de su racionalidad: “Sábete que me parece que tú has tramado y perpretado la nefanda obra, aunque no con tus manos hayas matado a Layo...”). El silencio de Tiresias le resulta sospechoso, y concluye que, si tiene algo que ocultar, debe ser porque el mismo adivino estuvo involucrado en el asesinato de Layo. Nuevamente, el razonamiento no es incorrecto, pero la falta de información es lo que lo lleva a una conclusión equivocada. Ante esta acusasión, Tiresias dice directamente la verdad: “tú eres el que impíamente manchas esta ciudad”. La ceguera de Edipo es aquí evidente, en tanto descarta la acusación como un producto de la “desverguenza”. En ningún momento considera que pueda haber verdad, y que sus razonamientos pueden ser erróneos. Luego de untercambio alterado en el que Edipo exige que Tiresias repita lo que ha dicho, el adivino revela la verdad de forma inequívoca: “Lo que digo es que tú eres el asesino que buscas”. Edipo descarta nuevamente la verdad, tachándola de “insultos”.. Incluso cuando Tiresias elabora sobre la verdad, agregando información crucial (“no sabes que estás unido vergonzosamente a tus más queridos seres”), Edipo descarta el dato sin siquiera considerarlo: “¿Y piensas seguir injuriándome impunemente?”; de hecho, lo ha descartado antes de escucharlo: “Dí cuanto quieras: hablarás en vano” He aquí la gran ironía trágica del Episodio: el ciego es el que puede ver la verdad; el que puede ver está ciego a ella. Edipo resalta la ceguera del anciano, y lo acusa de ser “ciego del oído, de la inteligencia y de los ojos”. Tiresias, que al igual que el público conoce el desenlace de la historia, destaca la ironía trágica del dicho: “Eres un desdichado al arrojar contra mí los mismos insultos que dentro de poco éstos te arrojarán a tí”. Edipo lleva la ironía a un nivel simbólico al afirmar que él puede ver la luz; la luz es un símbolo de la verdad, la razón y el conocimiento. Es edipo quien, en realidad está en la oscuridad de la ignorancia. Esta ignoracnia llevará a Edipo a realizar un nuevo razonamiento: Tiresias es un traidor, y ha sido Creón quien ha sugerido su ayuda; por lo tanto, es lógico que Creón sea, también un traidor. Inmediatamente convencido de la verdad de su intelecto, Edipo se lamenta ante la traición de su cuñado y amigo, y agrega una nueva acusasión: Tiresias es un farsante, y no tiene el don de la adivinación, puesto que no pudo salvar a la ciudad de las adivinazas terribles de la Esfinge. Su soberbia intelectual sale a relucir más que nunca: “Tuve que venir yo, el ignorante Edipo, y con mi ingenio, no con agüeros, hice callar a la Esfinge”, así como sus tendencias violentas: “Si no fueras anciano, tendrías que manifestar en la tortura qué es lo que piensas...” El rey sabio y justo comienza a comportarse como un tirano ignorante, y el Coro se sorprende, interviniendo y descartando todo lo dicho como el producto de la ira. Tiresias, en cambio, resalta a Edipo no como rey, sino como hombre (“me considero tu igual para hablarte”) y destaca la ironía presente en todo el episodio: “por ciego me injuriaste tú que ves, y no ves en que maldad estás, ni con quienes habitas.” En este parlamento, Tiresias revela toda la verdad, y su tono adquiere un matiz de lástima (“¿Qué puerto no repetirá tus lamentos...?”), destacando que lo que parecía un bien, un triunfo (...cuando adviertas tus nupcias a las cuales llegaste como a un mar carente de puerto, después de feliz navegación”), el matrimino de Edipo y Yocasta es en realidad un paso más hacia el destino terrible. Una vez más, Edipo no escucha las palabras del adivino, y el encadenamiento de preguntas delata su alteración. Ante la reacción de Edipo, Tiresias intenta obtener finalmente su atención mencionando su parentezco; tema de especial importancia para Edipo (“...para tus padres que te engendraron fui un sabio”). Ante la pregunta de Edipo, Tiresias responde “Este día te engendrará y te perderá”; he aquí la paradoja: Edipo finalmente descubrirá su verdadero parentezco, pero en ese descubrimiento está la verdad que lo llevará a su perdición, y su autocastigo. Edipo, en su cegera, no comprende la verdad en estas palabras y las clasificas como enignmáticas y oscuras. Tiresias, enconces, destacará una segunda paradoja: la inteligencia de Edipo, su principal orgullo, es parcialmente el origen del castigo divino, del incesto y de la caída: “Sin embargo tu propia fortuna te perdió”. Tiresias se retira, y Edipo da una nueva muestra de su ceguera al expresar su alivio: culpa a Tiresias de su angustia, y afirma: “si te vas ya no sufriré más”. No considera lo que Tiresias ha dicho: que él mismo es la causa de su sufrimiento. En el parlamento final Tiresias realiza una última apelación: reitera lo dicho de forma directa (...el tal duerme con los suyos; que es hermano y padre a la vez, hijo y esposo de la mujer que lo engendró; que es asesino de su padre y siembra donde él sembró...) y vaticina lo que vendrá: “...porque de vidente se volverá ciego, y de rico pobre. Y se marchará a tierra extrañas tanteando el camino con su báculo”. Tiresias, como el público, es el que puede ver la caída trágica, pero, igual que el público, no puede hacer nada para evitarla y siente horror y compasión, lo cual lo lleva a apelar a la inteligencia de Edipo: “...medita estas cosas; y si demuestras que he mentido, ¡entonces sí puedes decir que no entiendo de vaticinios”. Tiresias sabe que Edipo efectivamente no puede demostrar que haya falsedad en sus palabras, y espera que esto lo mueva hacia la luz; pero es un acto de desesperación: todo es en vano, y el destino es inevitable. Cuando Edipo finalmente tenga su anagnórisis, ya será demasiado tarde.