la ponencia de Manuel Peña Muñoz

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TESTIMONIO DE UNA AMISTAD
Tuve el privilegio de conocer a María Luisa Bombal en 1974 cuando acababa de
regresar de Estados Unidos y vivía en casa de su madre, en la calle 2 Poniente de Viña del
Mar. Yo era un estudiante de literatura en la Universidad Católica de Valparaíso que había
leído sus libros y deseaba conocerla. Fascinado por su obra y personalidad la visité muchas
veces a lo largo de los años, entablándose entre nosotros una particular amistad. María Luisa
era una mujer muy solitaria, divertida, soñadora y genial. Sufría de una gran tristeza. “Estoy
atacada a ratos por la gran tentación de Satanás: la melancolía”, me dijo. Pero de pronto se
volvía alegre cambiando de estados de ánimo con gran facilidad. La recuerdo como una
persona muy generosa que estimuló mi creación literaria. “Quiero que lo último que escriba,
sea la primera página de tu primer libro”, me dijo. Y así fue, pues escribió el prólogo de
Dorada Locura. El título lo sugirió ella después de reducir Berta o los dorados estambres de
la locura que le parecía muy largo. “Hay que buscar siempre la síntesis expresiva”, decía.
En los paseos que dábamos por la avenida Perú me hablaba de castillos de arena y de
estrellas de mar. También de Federico García Lorca y de Jorge Luis Borges, a quien llamaba
Georgie con tono familiar. Al poco tiempo vino a Chile a presentarle La Historia de María
Griselda en el Club Naval de Valparaíso. Se tomaron fotografías en la Escalera de la Muerte
del puerto pero María Luisa no quiso subir ningún peldaño porque era muy supersticiosa.
En todo veía significados mágicos como en los cuentos de Andersen que siempre leía.
Se sentía identificada con la Sirenita, extraña criatura, mitad pez, mitad mujer, que no puede
consumar el amor, tal como le ocurre a Yolanda en Las Islas Nuevas. “Hay mucho de la
literatura nórdica en mis cuentos”, decía. “Todo misterioso, envuelto en nieblas”, como en su
novela La Última Niebla. Apenas cincuenta páginas, pero escritas con maestría y sensibilidad
en una prosa impecable. Realidad e imaginación se mezclan en esta novela que tiene una prosa
musical llena de resonancias poéticas. Fue una novela que innovó en la literatura
hispanoamericana al romper con el estereotipo criollista y presentar una nueva forma de
escribir más apegada al surrealismo literario que había aprendido en Francia en la escuela de
André Breton.
Conocedora de la literatura europea, clásica y moderna, la obra de María Luisa
Bombal tiene ecos de los grandes autores de su tiempo. Formada en la escuela francesa, leyó a
Marcel Proust y a Alain Fournier, el autor de Le Grand Meaulnes donde - como en sus
novelas - nunca sabemos si lo vivido fue real o tan solo soñado. Leyó Victoria de Knut
Hamsun y el Werther de Goethe, puro ensueño, entre bruma y tragedia. Leyó Rebeca de la
escritora inglesa Daphne du Maurier que influye en su obra. Leyó a Tolstoi y a Edgard Allan
Poe. De todos ellos toma el manejo del suspenso, el misterio y la tensión psicológica de sus
personajes.
Precursora de una escritura femenina, María Luisa Bombal revela la esencia de la
mujer y combina sus percepciones más sutiles con una aguda inteligencia y un profundo
conocimiento literario.
En La Amortajada sentimos puro el idioma y misteriosa la atmósfera que envuelve la
perturbadora circunstancia: una mujer ha muerto y desde el cristal de su ataúd ve desfilar
rostros y recuerdos. Asediada por un constante devenir de asociaciones, esta "amortajada" está
en aquella zona ambigua del que acaba de morir y aún no entra definitivamente en la muerte.
En Las Islas Nuevas está la referencia al mito de la Medusa. Para la escritora, los mitos
clásicos eran la base de una creación literaria. “Hay que escribir una mitología moderna” solía
decir.
En El Árbol vemos lúcido el monólogo de una mujer que asiste a una sala de
conciertos y deja fluir sus recuerdos mientras escucha a Mozart, Beethoven y Chopin, cada
uno de ellos despertará un fragmento diferente de su conciencia. “Puede que la verdadera
felicidad consista en saber que hemos perdido la felicidad. Entonces empezamos a movernos
por la vida sin esperanzas ni miedos, capaces de gozar de los pequeños goces, que son los más
perdurables”, escribió.
En sus cuentos ensalza la relación de la mujer con la naturaleza. Allí está La Maja y el
ruiseñor que evoca su infancia en Viña del Mar, una ciudad rica, de palacios encantados y
amplios jardines donde leía novelas en francés junto a sus hermanas. El pequeño relato
inspirado en una pieza pianística del compositor español Enrique Granados, es una joya de la
literatura en castellano.
De todo escribía María Luisa: de medusas, de fantasmas y de castillos de arena. De
caracoles de mar y de mariposas nocturnas. Del perfume de las cinerarias en la noche, del
crepitar de las hojas secas y del lento reptar de las raíces.
Una verdadera racha de poesía invade su literatura escrita siempre con corrección
literaria unida a una imponderable sensación de magia. “Escribo con la pluma de un ángel que
tiene en la pupila una lágrima”, me dijo.
Sus palabras siguen tan vivas y bellas como cuando paseábamos a la orilla del mar.
Manuel Peña Muñoz.
Escritor.
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