EL ROCK VIVE

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EL ROCK VIVE
En la noche del 13 de marzo, los buenos y mejores tiempos se revivieron. Ni el frío ni
la lluvia que trajo el temporal invernal pudieron evitar el encuentro de estos viejos
amigos, que alguna vez bajo el nombre de “La sede” izaron la bandera del rock en Santa
Rosa. Hablaron de todo lo que había pasado en sus vidas hasta ese momento; ni la
rebeldía ni el inconformismo ni el amor por el rock and roll habían muerto. Claro, los
años hicieron su efecto; ya no era uno de los diálogos típicos del parche; parecía más
bien una tertulia de intelectuales sin título.
El tema principal de la improvisada discusión fue el rock y por supuesto sus inicios.
Juan contaba con el entusiasmo de un predicador, cómo se instaló en el país. Recordaba
que llegó a principios de los sesentas, con los primeros sonidos alternos provenientes
de México. Dice también que hoy se ven algunos resquicios de lo que fue el género
alguna vez, especialmente en las grandes ciudades donde jóvenes y adultos se
congregan en un mismo coro para darle vida a las tonadas del rock, que alguna vez se
creyeron muertas. “Con el transcurrir del tiempo y el surgir de nuevas tendencias en
su mayoría pasajeras, el rock fue perdiendo adeptos, pero a su vez adquiriendo
madurez”, agrega Mauricio, el que alguna vez fue baterista de la banda.
Lo que antes era un llamado a la rebeldía juvenil, hoy se ha consagrado tras el surgir de
numerosas bandas en una de las pocas culturas que ha prevalecido por años a pesar de
las típicas críticas de la sociedad colombiana quien sin medir sus comentarios,
reprocha sus sonidos y líricas diciendo que esta es “música que lleva consigo malas
influencias para sus seguidores”; afirman con cierto tono amargo. Recuerdan las
constantes críticas cuando las señoras del barrio decían que era una música con la cual
los jóvenes llegan a las drogas, las matanzas, el satanismo e insurrección. De vez en
cuando aflora en el grupo la risa, que ilumina un poco la melancolía del momento.
Como en un salto de la adolescencia a la madurez, la conversación se vuelve seria de
nuevo. Por fin Diego deja oír su voz, la misma que hacía los coros, mientras sus manos
se ocupaban de la guitarra. Con gran sentido de pertenencia hacia la ciudad que le
mostró las amarguras y delicias de la vida, habla de Medellín: “pero nuestra gente es
quien se encarga de demostrar que estas acotaciones no son del todo ciertas; la mejor
muestra de esto es la gente de Medellín una de las ciudades más importantes de
nuestro país que día a día expone el lado artístico del género y recalca la delicadeza y
armonía con las que se hace lo mejor del mundo: el rock. Por los festivales y
homenajes y por el gran aporte intelectual que le han dado a la cultura, nos damos
cuenta que “Medallo” es la semilla que cultivó el género en toda Antioquia”. Aunque
según los expertos esta ciudad no es escenario para el rock, estos amantes del caos
citadino la defienden con todos los argumentos posibles dándole un lugar importante a
los grupos que de allí vienen.
Sin embargo, el rock no se limita exclusivamente a las urbes; en algunos pueblos su
influencia es igualmente notoria. Un ejemplo de esto es Santa Rosa, que a pesar de sus
tradiciones religiosas deja ver una pequeña cultura que poco a poco va en
crecimiento. Jóvenes y no tan jóvenes con una perspectiva de vida muy personal, al
igual que una posición muy neutral dentro de las problemáticas del pueblo; así eran en
su adolescencia los muchachos de “la Sede” y así son los que ahora siguen los rastros
del rock.
2
Dos lugares que han prevalecido a la dura prueba de ser minoría son Keops y Pilatos,
porque como diría uno de los grandes roqueros que ha dado Colombia, Elkin Ramírez,
vocalista de Kraken, “toda religión merece un templo”. Y es que para el “rocker”, el
género es de cierta forma como una religión. Esto se refleja en su filosofía, a la cual
hace referencia Juan, voz fundadora de lo que fuera “La sede”, explicándola en lo que
llama una identidad colectiva que ayuda al entendimiento, partiendo del respeto a la
identidad personal. Según Mauricio, además de un templo, el rock es gran merecedor
de un culto, y qué mejor para esto que sentir el género en vivo.
Santa Rosa ha contado con la suerte para algunos, aclara Diego, de presenciar muy
buenos “toques”. Uno, por no decir el mejor ejemplo, es Agaz una agrupación con
excelentes músicos, reconocimiento y trayectoria. Santa Rosa puede dar más que uno o
dos toques al año que es lo que se está ofreciendo. “Acá hay talento y ganas”, continúa
diciendo Diego. “Aunque es comprensible”, complementa Juan; lo que no vende no se
busca y esa es la ventaja de cierta forma del rock, porque si fuera un género de consumo
se perdería esa exclusividad que lo caracteriza.
Con el pasar de la noche, los recuerdos y las anécdotas, va llegando el sueño y con él
un día más en el que “La sede” queda en el olvido de los que por error o por gusto
alguna vez la escucharon. La despedida es corta pero calurosa. Cada uno se va para su
casa a terminar la noche al ritmo de una suave balada, con el volumen muy bajo para no
despertar al resto de la familia. Se van con el agridulce sabor de haber sonado su música
algún día, y con la esperanza de haber sido escuchados.
Porque aquí no se puede, pero se hace…el rock es eterno y a Santa Rosa de seguro le
tocará un pedacito de eternidad…
MARCELA PEREZ GRISALES
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