La demagogia de "escuelas religiosas para ricos" Josep Miró i Ardèvol Empieza el curso y con él se repiten las fijaciones obsesivas de siempre por parte de los de siempre. Ignacio Sotelo, una persona que es catedrático de sociología escribía en El País lo siguiente: “nadie pone en tela de juicio que una institución privada pueda crear centros educativos con personalidad propia, pero ¿es de recibo que sean financiados a cargo al erario?” Y seguía: “cada vez son más los que se indignan ante el resultado al que se está llegando con la financiación estatal de la enseñanza católica. Una escuela pública de baja calidad para los pobres y los hijos de los inmigrantes y una controlada por la Iglesia para los sectores medios, pero que paga el Estado”. No se pueden escribir más tonterías en menos milímetros cuadrados de papel. Para empezar, el Estado nunca paga nada, lo pagamos nosotros con nuestros impuestos. No existe una escuela religiosa pagada por el Estado, existe en el marco de la libertad de enseñar la posibilidad de elección –por cierto cada vez más restringida- de acuerdo con los criterios morales y religiosos de los padres garantizados de una forma precisa por la Constitución española en su artículo 27.3. De este principio nace en España como en casi todos los países de Europa, el concierto económico. Pero no solo para la escuela religiosa sino para todo tipo de escuelas que cumplan las condiciones de la concertación, sean laicas o aconfesionales. El Estado no aporta dinero porque sea religiosa, lo hace porque está obligado por ley con cualquier tipo de centro. Esto un catedrático de sociología aunque sea en excedencia, debería saberlo. Y debería saber que le paga mal de manera que impide la gratuidad real de los centros, porque aporta sólo el 60% del coste de una plaza en la escuela pública. El problema de la degradación de la escuela pública no es porque exista una escuela religiosa, que en muchos lugares sigue supliendo a aquella. Es más, en muchas ciudades las familias musulmanas prefieren enviar a sus hijas a la escuela confesional católica que a la pública, porque las consideran mejor protegidas en sus valores fundamentales. El problema de los centros públicos es otro. Por una parte es el fracaso de los distintos planes y leyes empezando por el desastre de la LOGSE, y por otra porque el tipo de concierto de la concertada impide que las personas con menos recursos puedan acudir a ella, porque al no pagar el coste real de la plaza se obliga a los padres a sufragar la diferencia. Ignacio Sotelo, que es un hombre teóricamente leído y viajado, debe saber que los países que le puedan parecer más progresistas de Europa, como Holanda y Suecia, tienen sistemas de enseñanza mucho más radicales que el español, puesto que en España el control del Estado y las autonomías sobre la escuela es todavía asfixiante. En Holanda todo grupo puede constituir su propio centro, y si cumple unos fundamentos técnicos recibirá una subvención que asegure la gratuidad, y así encontrará escuelas católicas, protestantes, ateas, judías, de manera que la escuela pública es absolutamente minoritaria. En Suecia, el paradigma del socialismo democrático europeo, todas las familias reciben un cheque escolar y pueden elegir el centro donde desean acudir. Allí la posibilidad de crear una escuela ya no obedece solo a criterios religiosos y morales, sino que puede ser simplemente técnicos o empresariales. La única obligación es que el precio de la matricula no sea superior al cheque escolar que cada familia ha recibido. Si una empresa privada cree que puede montar un buen centro que compita con los demás y generar beneficio al mismo precio de matrícula, es libre de hacerlo. Este laicismo de la exclusión religiosa que predican muchos sectores del socialismo, el grupo PRISA, y que también encarna este artículo de Ignacio Sotelo, se basa, hay que decir las cosas por su nombre, en la demagogia y el engaño. Ya ni tan solo queda la esperanza de una persona que firma catedrático argumente con rigor intelectual. El sectarismo le puede más que la capacidad de razonar. Quien quiera puede criticar a la Iglesia y a las escuelas religiosas, pero si utiliza hechos éstos han de responder mínimamente a la realidad.