Antón Chéjov. El jardín de los cerezos. “El jardín de los cerezos” llegó a ser el testamento de Chéjov. Ocho meses antes de la muerte Chéjov envía la pieza al Teatro de Arte de Moscú; medio año antes asiste a su estreno; a vísperas de su salida para Badenweiler la obra se edita como un libro independiente. Una vez publicada la pieza, Vladímir Korolenko expresó la opinión común: «“El jardín de los cerezos” del difunto Chéjov ya ha provocado toda una literatura. Esta vez relaciona su angustia con un viejo motivo – el descuido y ruina de los nobles. Y por eso causa una impresión menos fuerte que otros dramas de Chéjov y en especial sus relatos. Es bastante extraño que cuando toda una generación tuvo tiempo para nacer y morir después de la catástrofe desencadenada sobre jardines de sombra, parques acogedores y alamedas meditativas, nos inviten a suspirar por las sombras del pasado que antes llenaba el abandono actual. De verdad, hay que ahorrar nuestros suspiros. Así empezó y así sigue: ruina de servidumbre, fincas pobres, generación joven.» El problema de Chéjov fue formulado de mejor manera por un escolar anónimo que había leído demasiados manuales: “Chéjov estando con un pie en el pasado, con el otro saludaba el futuro”. La primera paradoja de “El jardín de los cerezos” consiste en que casi todos los personajes no quepan en los roles teatrales y literarios acostumbrados y además desbordan sus papeles sociales: Ranevskaia y Gaiev se presentan fuera de la poesía de la vida de los propietarios rurales típica para la obra de Tolstoy o Turgenev. Falta también la cólera satírica y la mirada desesperanzada respecto a los héroes de esta índole tan características para Saltykov-Shchedrin. “El hecho de poseer las almas vivas les ha degenerado a todos, a los que vivían antes y a los que viven ahora…” – así acusa Pietr Trofimov. Pero ¡hombre! ¿Qué y a quién posee Ranevskaia? No es capaz ni dominar sus propios sentimientos. Aún menos razones para pretender al papel del poseedor tiene su hermano que, según sus propias palabras, ha gastado su fortuna en caramelos. “Yo, Yermolai Alexéich, lo entiendo así: usted es un hombre rico, pronto será millionario. Como el metabolismo de la naturaleza necesita la presencia de un animal carnívoro que devore todo lo que vea, de la misma manera es necesaria tu presencia”, – inculpa el mismo Trofimov a Lopajin. Pero es una opinión fugaz, es difícil creerle. Un poco más tarde en este “animal carnívoro” Trofimov notará algo muy distinto: “Tienes los dedos finos y delicados como un artista, tienes un alma fina y delicada”. En su carta Chéjov escribirá con certeza: “El papel de Lopájin no está destinado para un chillón. No es necesario que sea un mercader. Es una persona de carácter blando”. Por lo tanto el mercader de Chéjov no tiene nada que ver con las tradiciones de Ostrovskij o Saltykov-Shchedrin. Y el mismo Petia Trofimov, “estudiante de siempre” y “señor tiñoso”, con sus sueños con el porvenir despejado y Rusia convertida en un jardín, dista muy lejos de las reglas de la representación de un hombre nuevo en cualquier sentido – sea la concepción de Turguénev, o sea el género de la novela sobre el hombre nuevo, o sea la obra de Gorki con su personaje Nil de “Pequeños burgueses”. A la primera vista no entran en colisión los tipos sociales, sino las excepciones sociales. Lo individual en los héroes de Chéjov – sus fantasías, caprichos, delicadez sicológica – evidentemente tiene más importancia que las máscaras sociales que ellos a veces con gusto se ponen uno a otro. En “El jardín de los cerezos” através de la estravagancia y casualidad de las reacciones individuales, através de la telaraña de palabras se revela la férrea ley de la necesidad social, el mudo paso de la Historia. Es verdad, Ranevskaia y su hermano son bondadosos, atractivos y no tienen culpa personal de los pecados de la servidumbre de los que les acusa “el estudiante de siempre”. Sin embargo, en la cocina a sus sirvientes se les alimenta de guisantes, en la casa se queda para morir “el último de los Mohicanos” – el camarero Firz, y el lacayo Yasha aparece como el producto abominable precisamente de este modo de vivir. Sí, Lopájin es un mercader con un alma sutil y los dedos delicados. Trata de romper el papel destinado para él como si fuera una camisa de fuerza: vuelve a convencer, a recordar, a persuadir, ofrece dinero a préstamo. Pero por fin obra igual que han obrado Kolupaev o Razuvaev de Saltykov-Shchedrin, sin pensar ni tener remordimientos, es decir llega a ser un hacha en las manos del destino: compra y tala el jardín de los cerezos, “el más bello del mundo”. Y “el estudiante de siempre” con su calva prematura, hambriento, desamparado, pero lleno de presentimientos incomprensibles, logra llevarse a una novia más, como en el último relato de Chéjov. Mirando al futuro no puede encontrar sus viejos chanclos de goma, a lo filósofo viejo que cayó al hoyo por haber contemplado las estrellas en el cielo. Así, evitando en directo el tema social, al fin y al cabo Chéjov logra confirmar lo lógica de la Historia: el mundo se cambia, el jardín está condenado, y ningún mercader bondadoso es capaz de cambiar nada – para cada Lopájin hay su propio Deriganov. Pero en esta comedia extraña de Chéjov resulta la más importante bien otra cosa. En el fondo de esos motivos viejos, de la simple y aburrida historia sobre la ruina de los nobles y el cambio del propietario se oculta otra “intención testaruda, se desarrolla un otro drama”* (*B.Pasternak. Hamlet). La peculiaridad del conflicto en la obra de Chéjov fue determinada de la manera más profunda y exacta por Alexandr Skaftymov. El conflicto dramático no consiste en las tendencias volitivas de distintos personajes, sino en las contradicciones objetivas ante las cuales pierde su fuerza la voluntad individual. Y cada una de sus piezas clama: no tienen la culpa las personas concretas, sino toda la estructura de la vida. Desarrollando esta idea se suele hablar de la acción exterior e interior, del argumento exterior e interior de los relatos y piezas de Chéjov. La variedad de temas, leitmotives, comparaciones y alusiones de “El jardín de los cerezos” forma un dibujo caprichoso, pero lógico. No es casualidad que se discuta con frecuencia no sólo el carácter narrativo del drama de Chéjov, sino también su naturaleza lírica y estructura musical. En realidad, el principio de repitición, de recordatorios regulares y regreso aquí no tiene menos importancia que en la poesía. Casi cada personaje tiene su tema constante: siempre anda quejándose Yepijódov, con fervor busca dinero Simeónov-Pishchik, tres veces menciona los telegramas de París Ranevskaia, varias veces se discuten las relaciones entre Varia y Lopájin, recuerdan su niñez Gaiev, Ranevskaia, Carlota, Lopájin. Pero más de todo los héroes razonan sobre la vida que va desapareciéndose, desvaneciéndose. El protagonista invisible en las piezas de Chejov, igual que en otras obras suyas, es el despiadado tiempo que se va. Esta fórmula de María Kallash le gustaba mucho a Bunin, que en general no era admirador de las piezas de Cjéjov. El destino de un hombre en el flujo del tiempo – con estas palabras exactas, aunque suenen un poco líricas y abstractas, se puede definir el argumento interior de “El jardin de los cerezos”. En realidad, la pieza esta rellena de las indicaciones del tiempo, puntos de referencia, señales. Aquí tienen el cronometraje del primer acto: con un retraso de dos horas llega el tren, hace cinco años se fue de la finca Ranevskaia, de sus quince años se recuerda Lopájin que quiere salir para Járkov a las cuatro y pico y volver dentro de tres semanas; el mismo Lopájin sueña con un “datchnik”, un veraneante que en veinte años va a abundar en estos lugares; Firz hace memoria de su pasado lejano – de lo que pasaba hace cuarenta o cincuenta años. Ana vuelve a recordarse de su padre que murió hace seis años y de su pequeño hermanito ahogado unos meses después de la muerte de aquél, y Gaiev se presenta como un hombre de la década de los ochenta e invita a todos celebrar el centenario “del armario venerable”. Y en seguida es nombrada la fatal fecha de la subasta – el 22 de agosto. El tiempo de los personajes es de naturaleza diferente. Se mide con minutos, meses, años, es decir, tiene puntos distintos de referencia. El tiempo de Firz es casi fabuloso. Está concentrado en el pasado y parece no tener contorno firme: “vivo desde hace mucho”. Lopájin opera con la exactitud actual de horas y minutos. El tiempo de Trofimov está orientado al futuro. Es tan amplio y vago como el pasado de Firz. Aún siendo vencedores o vencidos en el argumento exterior, los héroes de “El jardín de los cerezos” se aproximan mucho uno a otro en el argumento interior. En los momentos menos oportunos, durante las conversaciones habituales los personajes chocan con el fenómeno incomprensible de la vida, de la existencia humana. Sus palabras son simples, en ellas no hay nada de sabio, ninguna filosofía del tiempo especial, si vamos a apreciarlas del punto de vista de la lógica objetiva del drama. Pero hay algo otro – un profundo lirismo que sugiere las líneas de Pushkin, también muy simples: “ Pasan los días volando, y cada hora hurta una parcela de la existencia, pero nosotros juntos presuponemos que viviremos, mientras tanto – de súbito – moriremos”. Prácticamente cada personaje, siquiera el más absurdo, excepto el nuevo lacayo Yasha que está siempre en sumo grado contento de sí mismo, tiene un momento de la verdad y toma la conciencia de sí mismo. Esta comprensión es traumática. Es que se trata de la soledad, desgracias, vida pasada y posibilidades perdidas. Sin embargo, es salubre, porque descubre detrás de las alegres máscaras de vodevil las almas vivas llenas de sufrimiento. A los héroes de Chéjov se les apodaba “la gente sombría” según los títulos de los conjuntos de relatos de fines de la década de los ochenta. A lo mejor resulta más exacto y más universal otro término – “la gente nerviosa”. En los diccionarios de la lengua rusa la palabra “nervioso” apareció a principios del siglo XIX, pero no se usaba en la literatura. En la obra de Pushkin se encuentra una sola vez y además en un artículo crítico, y otra vez figuran “los nervios” en una carta suya y “nervoso” en la inacabada “Novela en cartas”. La nerviosidad resulta una característica periférica del mundo de Pushkin y de sus coetáneos y aparece muy rara vez en la descripción de los personajes concretos como, por ejemplo, de una doncella sentimental. El mundo donde existen los héroes de Pushkin, Gógol y después de Turguénev, Goncharov y Tolstoy puede ser trágico, pero de todos modos es estable y tiene una base firme. De súbito todo se estremeció, empezó a balancear bajo los pies. El grito, histeria, ataques de nervios dejaron de ser excepción convirtiéndose en la norma. “¡Cuán nerviosos son todos, cuán nerviosos!” – hace su diagnóstico el doctor Dorn en “La gaviota”. “Sentía que a sus nervios, casi enfermos y fatigados, responden como el hierro al imán los nervios de aquella joven que lloraba y se estremecía” – así se describe el amor de los personajes de “El jardín de los cerezos”. La nerviosidad es típica para el mundo literario del doctor Chéjov. En “El jardín de los cerezos” llega a ser forma de existencia común, penetra la atmósfera de la pieza. La dominante, alma y corazón de la obra resulta precisamente esta atmósfera de inestabilidad, nerviosidad, de “vida en desorden”: “Mis manos tiemblan. Mis piernas flaquean.Tengo miedo de caer” (Duniasha); “No he dormido en todo el viaje. La angustia me impedía conciliar el sueño” (Ania); “¿Cómo sobrevivir a una alegría tan intensa?” (Ranévskaia); “Me tiemblan las manos: hace tiempo que no juego al billar” (Gaiev); “El corazón me late tan fuerte” (Varia); “Esperen, señores, hagan el favor… mi cabeza vacila, no puedo hablar” (Lopájin). De todos modos, el personaje central de la comedia de Chéjov que se destaca en esta atmósfera común de nerviosidad y de “vida en desorden” existe, aunque se le nota muy rara vez. Korolenko, cuya reseña ya hemos mencionado, logró ver el lugar especial de este personaje en la comedia de Chéjov. “El protagonista de este último drama, su centro que provoca la mayor compasión, es el jardín de los cerezos que creció en la paz de la servidumbre y está condenado ahora a la tala gracias a abusos desenfrenados, egoísmo e inadaptación a la vida de los epígonos de la servidumbre”, – escribía Korolenko. Una vez, a fines de los años ochenta, Chéjov hizo protagonista de su novela corta a “la estepa olvidada”. Los destinos humanos en esta obra se comprobaban por la naturaleza. El paisaje recibía más importancia que el género. La estructura de la última comedia es semejante. Coincide hasta la poética del título que destaca al protagonista – la estepa, el jardín de los cerezos. Como los demás personajes, el jardín de los cerezos pertenece a los dos argumentos. Nos ofrecen sus características empíricas y corrientes: desde la ventana de la casa se ven los árboles en flor, antes aquí se recogía buenas cosechas, hay información sobre este jardín en la enciclopedia y en el final de la pieza lo talan los alegres leñadores. Pero en el argumento interior el jardín se convierte en un simple y profundo símbolo que nos permite reunir diferentes motivos de la pieza y enseñar los caracteres fuera del conflicto directo.Precisamente el jardín forma el foco de razonamientos de los héroes sobre el tiempo, el pasado y el futuro. Es él quien provoca los monólogos de confesión y marca los puntos decisivos de la acción: “¡Estoy en casa! Mañana por la mañana al levantarme iré al jardín…” (Ania); “La situación topográfica es de primer orden. El río es profundo. Habrá que poner un poco de orden; demoler los edificios. He aquí, por ejemplo, esta casa, que ya no vale nada. Todo lo viejo, lo rancio, lo inútil, tendrá que desaparecer. Habrá que talar el jardín de los cerezos…” (Lopajin); “¿Talar el jardín de los cerezos? Permítame que le diga, querido amigo, que usted no entiende nada de este asunto. Nuestro jardín de los cerezos es lo más notable, sin disputa, que existe en toda la comarca” (Ranévskaia); “¿Notable, este jardín? Lo único que tiene de notable es su superficie” (Lopajin); “El jardín está enteramente blanco. Observa, Luba: esta larga avenida se prolonga directamente como una correa. Brilla en las noches de luna. Siempre fue así. ¿Te acuerdas? Tú no olvidaste los días que transcurrieron…” (Gaiev); “Toda Rusia es actualmente su jardín. La tierra es vasta y magnífica. Los bellos lugares abundan en todas partes” (Trofímov); “¡Vengan acá! ¡Mañana se oirá otra música: la del hacha de Yermolái Lopajin cortando los cerezos, en cuyo ex jardín se elevarán las datchas. Una vida nueva renacerá en estos parajes” (Lopajin); “¡Ay, mi querido jardín! ¡Mi querido, mi hermoso jardín!… ¡Mi vida, mi juventud, mi felicidad! ¡Adiós!… ¡Adiós!…” (Ranévskaia). La obra de Chéjov provocó reproches severos por parte de Bunin que se consideraba un gran especialista en la vida y cultura de propietarios rurales. El autor de “Las manzanas de otoño” no vió más que el argumento exterior de la pieza de Chéjov y le reprochó del error: “Pese a lo que escribe Chéjov, en ninguna parte de Rusia había jardines de puros cerezos: en los jardines de fincas había sólo unas parcelas de cerezos, aunque fueran a veces bastante amplias, y en ninguna parte de Rusia estas parcelas se situaban cerca de la casa de los dueños; además no había y no hay nada de bonito en los cerezos, realmente feos, que como es sabido son torcidos y tienen hojas y florecitas pequeñas (que no parecen en absoluto a lo que florece de una manera tan abundante y espléndida bajo las ventanas de la casa señorial en el Teatro de Arte de Moscú)”. El director de teatro moderno Anatoliy Efros le replica: “Con esta obra de Chéjov la verdad de Bunin (a lo mejor tiene alguna razón) dejó de parecer verdad. Ahora en nuestra conciencia existen jardines de este tipo, aunque en realidad no fueran precisamente así”. El jardín de los cerezos sugiere la Moscú de “Las tres hermanas” – uno no puede entrar en él con estar bajo la ventana. Es lugar de sueños, recuerdos, aspiraciones, vanas esperanzas. El otro símbolo clave de la pieza es el sonido de una cuerda de violín que se estalla. Al parecer esta cuerda apareció por primera vez en el “Diario de un loco” por Gógol: “Una niebla gris azulada se extiende bajo los pies; una cuerda suena en la niebla; por una parte está el mar, por otra está Italia; allí se ven las isbas rusas. ¿No es que mi casa azulee a lo lejos?” La imagen de Chéjov encuentra sus paralelos en las obras de Heine, Délvig, Turguénev, Kuprín, en las traducciones rusas de “Hamlet”. En el epílogo de “Guerra y paz” se trata del cambio de las épocas, del final de una y del comienzo de otra espira de la Historia. Pierre Bezukhov razona: “Persiguen todo lo que es joven y honrado. Todos ven que esto no puede seguir así. La cuerda está demasiado tensa y no tardará en estallar”. Y poco después: “ahora había que hacer algo más que permanecer a la espera de que estalle de un momento a otro la cuerda tensa. Cuando todo el mundo aguarda una convulsión inevitable, es urgente que el mayor número posible de hombres se mantenga firme para oponerse a la catástrofe general”. Así que estalló aquella cuerda tensa, aunque en el final de la pieza de Chéjov nadie, excepto el autor, lo ha notado. La catástrofe común fue percibida por los personajes como su desgracia o triunfo personal. Si el jardín de los cerezos forma el centro del mundo descrito, el sonido de la cuerda estallada simboliza su fin. Además el fin total e irreversible, sin división calmante en pecadores y justos. Prácticamente todos los héroes tratan de huir de la realidad. Esta es la condena a los tiempos nuevos. Por otra parte, la pérdida del jardín de los cerezos es la condena (claro que en distinto grado) a las personas que no pudieron o no quisieron salvarlo. A principios del siglo XX Chéjov adivina una nueva forma de la existencia humana. La despedida de las sombras del pasado, pérdida de la casa, destrucción del jardín, salida al gran camino donde espera un porvenir amenazante y “la vida de desorden”. La casa abandonada se nos presenta como el paraíso perdido: “La vida ha pasado como si no hubiera vivido” – “y no hay defensa contra el destino”* (*A.Pushkin. “Gitanos”). “Ruido lejano, como si viniera del cielo, como el de una cuerda de violín, que estalla. Ruido siniestro que se extingue poco a poco. Todo está en calma. En el profundo silencio los hachazos continúan”. Telón. Así termina la comedia de Chéjov. Dentro de quince anos un literato que de una manera familiar llamaba a Chéjov “nuestro Antosha Chejonté” en su “Divina comedia” sustituyó el sonido de la cuerda por el estruendo de hierro y bajó su telón sobre el pasado de Rusia. “Con estrépito, con crujido, con chillido se baja sobre la historia rusa el telón de hierro. El espectáculo se acabó, el público se levantó. Ya fue hora de ponerse los abrigos de piel y regresar a casa. Miraron a su alrededor. No había abrigos ni casas” (Vasilii Rózanov. “Apocalipsis de nuestros días”).