Visualização do documento [GEORGIANA 02] [BALOGH MARY] MELODIA SILÊNCIOSA.doc (1179 KB) Baixar Mary Balogh Melodía Silenciosa 2º Serie Georgiana Reconocimiento: Un reconocimiento especial a las personas que realizaron los tres primeros capítulos de este libro y que nos motivaron a terminar su tarea para disfrute de todas. ÍNDICE Argumento Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 5 6 17 28 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 39 48 59 70 82 93 106 116 127 139 149 159 170 182 194 205 216 226 235 247 259 272 283 292 302 312 Argumento Lady Emily Marlowe nunca ha olvidado al apuesto y valiente lord Ashley Kendrick, el cuál marchó a la India cuando ella apenas era una chiquilla y donde este contrajo matrimonio con otra. Ahora, ella es toda una mujer y está comprometida con otro hombre cuando Ashley regresa, viudo, solo y desesperadamente infeliz. El amor que Emily sentía por él revive, pero Ashley guarda un oscuro y peligroso secreto, del que ella no puede enterarse. Prólogo 1756 Era difícil hacer las maletas. Pero era imposible quedarse. Estaba yéndose por su propia elección porque era joven, lleno de energía y aventurero y ya había esperado bastante para forjarse su propia vida. Se marchaba hacia nuevas posibilidades, nuevos sueños. Pero dejaba atrás lugares y personas. Y aunque, siendo joven, estaba seguro de que volvería a verlos a todos algún día, también sabía que muchos años podrían pasar hasta que lo hiciera. No era fácil marcharse. Lord Ashley Kendrick era hijo de un duque. Un hijo menor, y por lo tanto un hombre en necesidad de empleo. Pero ni la armada ni la iglesia, las profesiones aceptadas para los hijos menores, le habían interesado y entonces no había hecho nada más productivo con sus veintitrés años que irse de juerga y manejar la propiedad de Bowden Abbey para su hermano, Luke, el duque de Harndon, durante los últimos meses. Los negocios siempre lo habían atraído, pero su padre le había prohibido involucrarse en algo que él consideraba por debajo de la dignidad de un aristócrata, incluso la de los hijos menores. Luke pensaba diferente. Y entonces Ashley, con la reacia bendición de su hermano, se encontraba camino a la India, para ocupar su nuevo puesto con la Compañía de las Indias Orientales. Estaba ansioso por irse. Finalmente iba a ser independiente, haciendo lo que quisiera hacer, demostrando que podía forjar su propio destino. A duras penas podía contenerse de empezar su nueva vida, de llegar a la India, de dejar de depender de su hermano. Pero era duro decir adiós. Ya lo había hecho la noche anterior antes de marcharse a su habitación y les había rogado a todos que lo dejaran solo la mañana siguiente, para marcharse de Bowden Abbey como si fuera a hacer un mandado cualquiera. Le había dicho adiós a Luke; a Anna, su cuñada; a Joy, su pequeña hija; a Emmy… Ah, pero no se había despedido realmente de Emmy. La había llevado aparte y le había dicho que se marchaba al día siguiente, que era verdad. Pero entonces había puesto sus manos sobre sus hombros, sonriéndole alegremente le había dicho que fuera una buena chica, y se había alejado antes que ella pudiera responderle. Emmy no hubiera podido responderle verbalmente aún cuando hubiera querido hacerlo. Ella era sordomuda. Podía leer los labios, pero no tenía manera de comunicar sus pensamientos a excepción de sus grandes ojos grises; y con ciertas expresiones faciales y gestos de los cuales él se había percatado durante el año que llevaba conociéndola, y otras que habían acordado de manera privada, secreta, pero sin poder calificarse como un lenguaje. Ella no podía leer o escribir. Era la hermana de Anna y había llegado a Bowden Abbey al poco tiempo del casamiento de Anna con Luke. Emmy era una niña. Aunque con quince años, su discapacidad y su salvaje sentido de la libertad, raramente se vestía o comportada como una pequeña dama, hacían que Ashley pensara en ella como una cría. Una niña preciosa por la cual él sentía un profundo afecto y a quien se había acostumbrado a confiarle sus frustraciones y sus sueños. Una niña que lo adoraba. No era una presunción suya pensar así. Ella pasaba cada momento libre en su compañía, mirándolo directamente o a través de la ventana de la habitación donde estuviese trabajando, mirándolo con esos maravillosos, expresivos ojos, siguiéndolo a través de la propiedad. Ella nunca era una molestia. Su afecto hacía ella no era algo que él pudiera explicar satisfactoriamente en palabras. Tenía miedo de los ojos de Emmy el día anterior a su partida. No tenía el coraje de decir adiós. Así que había dicho aquello y se había apurado en apartarse de ella, como si no fuera más para él que una niña por quien sintiese un mero cariño. Se arrepentía de su cobardía al día siguiente. Pero odiaba las despedidas. Se había levantado temprano. No había sido capaz de dormir, su mente dando vueltas con la excitación de lo que le esperaba, su cuerpo ansioso por estar en camino, sus emociones indecisas entre una impaciencia por marcharse y una pesadumbre al dejar atrás todo lo que le era familiar y querido. Se levantó temprano para darle a Bowden Abbey, su hogar desde la niñez, un último vistazo. Ciertamente él era el heredero de todo, siendo una niña el primogénito de Luke y Anna. Pero ellos tendrían varones, estaba seguro. Él esperaba que los tuvieran. Ser el heredero no era importante para él, sin importar cuánto amara a Bowden. Él quería su propia vida. Quería construir su propia fortuna y elegir su hogar y seguir sus sueños. Pero amaba apasionadamente a Bowden ahora que se estaba yendo y no sabía cuándo volvería. Si lo hacía. Caminó rápidamente hacia la parte trasera de la casa, observando como el rocío de la madrugada humedecía sus botas, sintiendo la brisa fresca removiendo su capa y su tricornio. No miró atrás hasta que llegó a una elevación del terreno, desde el cual se tenía una vista panorámica de la mansión y más allá hacia los jardines y los árboles del parque que se extendía en todas las direcciones. Hogar. E Inglaterra. Los iba a extrañar a ambos. Descendió por la cara occidental de la colina y se dirigió hacia los árboles que se encontraban cerca de allí y a través de ellos hacia las cascadas, la porción del río que se derramaba repentinamente sobre las empinadas rocas antes de volver a su curso tranquilo al frente de la casa. Había pasado muchas horas del año anterior en las cascadas, buscando soledad y paz. Buscando un propósito. Buscándose a sí mismo, quizás. Un poco más de un año atrás, se había encontrado en Londres. Pero Luke había regresado de una larga estadía en Paris, lo había sacado de profundas deudas y de la vida salvaje y sin sentido del placer y el libertinaje, y le había ordenado que regresara a Bowden hasta que hubiese decidido que quería hacer de su vida. Trepó hasta la piedra chata que sobresalía por sobre las cascadas y se quedó mirando el agua que se precipitaba burbujeante sobre las rocas más abajo. Emmy había pasado muchas horas allí con él. Sonrió. Una vez le había dicho que era muy buena escuchando. Era verdad, aunque no pudiese escuchar ni una palabra de lo que dijera. Ella escuchaba con sus ojos y lo consolaba con sus sonrisas y su cálida manito en la suya. Querida, dulce Emmy. Quizás iba a extrañarla más a ella que al resto. Había un extraño dolor en su corazón cada vez que pensaba en ella, su pequeño cervatillo, como una muestra silvestre e intacta de la naturaleza. Raramente usaba miriñaque debajo de sus vestidos y casi nunca vestía cofias. De hecho, ni siquiera peinaba su cabello muy seguido, lo dejaba caer, rubio, suelto y ondeado hasta la cintura. Y cada vez que podía, iba descalza. No sabía como hubiera sobrevivido ese año sin Emmy para hablarle, sin su simpatía o su alegría para calmar sus lastimados sentimientos. Se había sentido odiado y rechazado por Luke, su amado hermano, y su propio sentido de la culpa no lo había ayudado a resignarse a lo que a su tiempo él consideraba como injustificada tiranía. Inspiró una bocanada de aire y lo exhaló lentamente. Era hora de volver a la casa. Desayunaría mientras el carruaje era preparado y sus baúles cargados, y luego estaría en camino. Caminó dando zancadas a través de los árboles en dirección a la mansión. Esperaba que todos se atuvieran a su promesa de no bajar a despedirlo. Deseaba que con solo chasquear los dedos se encontrara a bordo de un barco, lejos de la vista de la costa inglesa. Deseó que no existiera el momento de partir. Ashley le había dicho que hoy partía. No había sido inesperado. Desde hacía semanas que estaba entusiasmado con la idea de unirse a la Compañía de las Indias Orientales y de viajar a la India. Ese propósito le daba a sus ojos un resplandor y otro ritmo a sus pasos, y ella sabía que lo había perdido. Que ya no la necesitaba. Nunca la había evitado o negado su compañía. Tampoco había dejado de hablarle o de sonreírle o permitirle que lo acompañara en sus recorridas por la propiedad, o que se sentara con él en su oficina mientras trabajaba. Y tampoco había dejado de sostener su mano mientras caminaban o dejado de llamarla su pequeño cervatillo. No, nada de su cariño había abandonado sus gestos. Pero estaba marchándose. Estaba yéndose hacia la nueva vida que anhelaba. Que necesitaba. Estaba contenta por él. Realmente contenta. Sí, lo estaba. Sí que lo estaba. Lady Emily Marlowe se encogió sobre el asiento de la ventana en su habitación y observó el gris y triste amanecer. Intentó ganar un poco de paz de la vista de árboles y jardines. Intentó dejar que calmaran su corazón dolorido. Su corazón a punto de romperse. No quería verlo hoy. No sería capaz de soportar verlo partir. Simplemente dolería demasiado. Aún así, en vez de paz, el único sentimiento que la embargaba era el pánico. ¿Se había marchado ya? No podía ver el camino, ni la cochera desde su habitación. Quizás el carruaje estuviera todavía ante la puerta de entrada. Quizás ahora estuviera subiéndose al mismo, luego de haber abrazado a Anna y a Luke, ¿habrían llevado a Joy para que pudiera darle un beso de despedida? Estaría buscándola a ella. Estaría desilusionado que no se encontrara alrededor. ¿Creería que no le importaba? Quizás ya se estaba alejando. En ese preciso instante. Era posible que no volviera a verlo nunca más. Nunca más. Se incorporó de repente y corrió a su vestidor. Se calzo deprisa y tomó la primer capa que pudo alcanzar, la roja. Se la tiró sobre los hombros, salió corriendo de su habitación y bajó las escaleras. ¿Llegaría a tiempo? Sentía que se moriría si no lo alcanzaba. Ashley, oh Ashley. Había solo un lacayo en el pasillo. Y una montaña de cajas y baúles frente a la puerta, que se encontraba abierta. No había ningún carruaje fuera. Emily casi se cae del alivio. No estaba tan atrasada. No. Aún así no podía verlo a la cara. Iba a hacer una escena. Iba a llorar. Lo cual haría que él se pusiera incómodo y triste. Y tendría que ver la lástima en los ojos de Anna y Luke. Corrió hacia fuera, bajando los escalones de la entrada hasta la terraza y luego hasta los jardines. Corrió desesperadamente a través de tres parcelas de jardín y el declive que hacía el parque hasta el puente de piedra sobre el río. Pasó corriendo por éste y se adentró entre los árboles que bordeaban el camino desde la mansión hasta el pueblo. Pero no corrió hasta allí. Se detuvo a mitad del camino, intentando recuperar el aliento. Se apoyó contra el tronco de un viejo roble y esperó. Miraría pasar su coche. Y se despediría privadamente. No lo vería a él, se dio cuenta. Sólo su carruaje. Él tampoco la vería. No sabría que había ido hasta allí a decirle adiós. Pero estaba bien así. Por mucho cariño que le tuviera, para él ella solo era como una hermana pequeña a la que malcriar. Ella podía recordar el día que se conocieron, el día que ella llegó a Bowden Abbey para vivir con Anna, sintiéndose extraña y apabullada. Luke le había caído bien instantáneamente, aunque luego se había enterado que su hermana Anna estaba aterrorizada de su apariencia elegante y sus modales formales. Pero él había sido amable con ella y le había hablado como si fuera una persona real que tuviera oídos y pudiera escuchar. E increíblemente ella había entendido casi todo lo que había dicho, formando cuidadosamente las palabras con los labios mientras la miraba de frente. Muchas personas se olvidaban de hacer eso. Pero se había sentido incómoda mientras tomaban té en uno de los salones hasta que Ashley llegó y exigió que los presentaran. Entonces él le había hecho una reverencia, sonreído y hablado. —Como que vivo —había dicho—, ésta es una belleza en potencia. Su servidor, señora. Había podido ver cada palabra. Alto, guapo, encantador. Se había sentado al lado de su hermana, Doris, y había procedido a hablar con ella luego de guiñarle a Emily. Le había robado el corazón. Tan simple como eso. Lo había adorado desde ese mismo momento, como no había adorado a nadie jamás, ni siquiera a Anna. Ashley tenía un corazón afectuoso. Amaba a Luke, aunque habían estado alejados por casi un año. Amaba a su hermana y a su madre, quienes estaban ahora en Londres, y amaba a Anna y a Joy. También la amaba a ella. Pero no más intensamente que como amaba a los otros. Ella era Emmy, su pequeño cervatillo. Solo una niña para él. No sabía que ella era una mujer. Se olvidaría de ella en un mes. No, no creía eso. No había nada superficial en el amor de Ashley. La recordaría cariñosamente —tal como recordaría al resto de su familia. Ella lo llevaría en su corazón —muy dentro de su corazón— por el resto de su vida. Él era toda su vida. Su todo. La vida estaría tan vacía sin Ashley. Sin sentido. Lo amaba con toda la pasión y la intensa fidelidad de sus quince años. No lo amaba como una niña, sino como una mujer ama a su alma gemela. Quizás hasta más profundamente que la mayoría de las mujeres. Había tan poco aparte de la vista del mundo que la rodeaba para llenar su corazón y mente. De alguna manera se había construido un mundo de sueños antes de conocer a Ashley. No siempre había sido fácil. Había habido mucha frustración, incluso caprichos cuando era más joven — cuando todavía recordaba bastantes sonidos como para estar aterrorizada por su ausencia. No tenía memoria consciente del sonido antes de se hiciera el silencio completo después de la fiebre que casi acababa con su vida cuando tenía cuatro años. Solo algunos indicios, anhelos. No sabía bien que eran. Siempre la eludían. Ashley se había convertido en su sueño. Le había dado a sus días sentido y a sus noches fantasías. No sabía que iba a hacer hoy cuando su sueño se marchara. Estaba comenzando a pensar que se había perdido su partida después de todo. Quizás se hubiera adelantado y dejado su equipaje para que lo alcanzara luego. Estaba casi entumecida por el frío. El viento azotaba y golpeaba. Pero por fin escuchó el carro que se acercaba. No que lo escuchara en el sentido estricto de la palabra, muchas veces se preguntaba cómo sería escuchar. Pero sintió las vibraciones de un carro aproximándose. Se apretó más contra el árbol, mientras la pena se acumulada en la base de su estómago como un peso muerto. Se estaba marchando para siempre y todo lo que vería seria el carruaje de Luke, el cual se lo estaba llevando a Londres. El pánico la obligó a inclinarse hacia delante, a medida que el carruaje avanzaba, desesperada por un último vistazo. No vio nada más que el carro pasar. Gimió incoherentemente. Pero luego disminuyó la velocidad hasta que se detuvo. Y la puerta más cercana a ella se abrió desde el interior. 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