1 Voz y espacio en El camino de Yyaloide de Edgardo Rodríguez

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Voz y espacio en El camino de Yyaloide de Edgardo Rodríguez Juliá. Víctor Conenna.
UNMdP.
Según el recorte elegido, mi intención es problematizar el enlace de la voz negra
y el espacio representado en El camino de Yyaloide, novela del puertorriqueño Edgardo
Rodríguez Juliá, publicada en el año 1994. Para ello, debo referirme antes, brevemente,
a tres aspectos del texto que están vinculados entre sí y considero fundamentales en este
afán de verificar el modo de articulación de la voz negra.
En primer lugar quería referirme a la estructura interna. La novela, situada en el
siglo XVIII, se divide en tres grandes capítulos: "Formación del Niño Avilés" que,
como su nombre lo indica, narra la educación que el Obispo Trespalacios impone al
niño poseso y exorcizado, en tanto trata de esclarecer la profecía que se cierne en torno
de él; "El viaje menino", donde se relata el viaje iniciático del Niño Avilés por los
caños y mangles aledaños a San Juan Bautista, planeado también por el Obispo
Trespalacios, y "El tarot" que se puede sintetizar en el regreso del viaje y el
enfrentamiento del Niño Avilés con el Obispo. Mi interés está centrado principalmente
en el segundo capítulo.
El segundo de estos aspectos a considerar es el sistema de enunciación. El texto
tiene un narrador en tercera persona que se asume como historiador. Su trabajo consiste
en imaginar, tratar de interpretar la historia, y hacer conjeturas a partir de determinado
material: las miniaturas del pintor oficial Silvestre Andino Campeche (podríamos
denominarlas realistas, son casi el testimonio fotográfico del crecimiento y educación
del Niño Avilés), un conjunto de crónicas de la época, el Diario secreto del Obispo
Trespalacios y el Diario de navegación del Niño Avilés.
Por último debemos considerar el espacio geográfico representado en el texto.
La ciudad de San Juan Bautista es el asiento de las instituciones coloniales y, por lo
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tanto, el lugar más importante de Puerto Rico. Dentro de la ciudad están los barrios de
Piñones y Cangrejos (que son barrios de negros) y, al este, los caños y mangles que
forman vías de navegación poco exploradas y que el Niño Avilés tendrá que atravesar y
descubrir.
Ahora bien, una vez considerados estos tres aspectos, el principal escollo que
surge al intentar rastrear la voz negra se vincula con el sistema de enunciación, pues
éste, como dije anteriormente, está constituido por un tejido de crónicas articuladas por
un narrador en tercera persona. Nos preguntamos entonces si en estos textos, escritos
por cronistas españoles o criollos, blancos y católicos, para lectores españoles o criollos,
blancos y católicos, ¿es posible verificar las constantes y variaciones de los dispositivos
retóricos que configuran la memoria negra exiliada de la historiografía oficial
puertorriqueña? El peso de la tradición cultural y la construcción de una nueva cultura
en el exilio están estrechamente vinculados con el sistema oral que es recogido y
mediado por estas crónicas.
A lo largo del primer capítulo, cuyos hechos principales se centran en la plaza de
San Juan Bautista y en su Palacio Episcopal, las pocas referencias al mundo negro
tienen connotación negativa, se lo vincula a la superstición, el paganismo, la mala vida,
la promiscuidad. Sirva como ejemplo la descripción que uno de los cronistas hace de los
barrios negros:
...fueron de juerga y rumba toda la noche [...] al poblado de Piñones, que
éste queda más allá de Cangrejos, y es sitio donde el honor y la vida se juegan
sin mucha contemplación, siendo aquel litoral parque de fornicación y plaza de
baile. (33)
En esta primera parte, la manifestación más importante de la cultura negra es la
música. Aparece, en primer lugar, en los danzonetes "a paila de Cortijo" que interpreta
el maestro cafre, rey del toque aldeano y costeño, a pedido del Obispo Trespalacios.
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Luego, el mismo Obispo, temeroso de que esta música primitiva dañe el oído del niño,
prohibe el toque de tambores en las calles aledañas al Palacio Episcopal. De todos
modos, esta prohibición no sirve para evitar las visitas que el Niño Avilés y el negrito
Melodía, su paje y amigo, hacen a los barrios de Piñones y Cangrejos para beber
aguardiente y escuchar los toques de tambores africanos.
La voz de los negros no es recogida por los cronistas, salvo que su articulación sea
relevante a los asuntos tratados por los blancos. Ejemplo claro de ello es el episodio en
que el negrito Melodía debe dar su testimonio respecto de un hecho de sangre que
compromete seriamente al Niño Avilés, que termina con la muerte de Don Sebastián
Campos Masferrer, el hijo de una de las principales familias de San Juan, y que provoca
la indignación de los ciudadanos más ilustres.
Es en la segunda parte donde la voz de los negros adquiere mayor importancia, a
medida que adquiere mayor importancia el espacio geográfico representado. Retomo
aquí la cuestión del espacio. ¿Hacia dónde se viaja? El narrador, citando una crónica
posiblemente escrita por el secretario del Obispo, ofrece datos precisos sobre el destino
del viaje:
Don José habíale encomendado al Niño Avilés la exploración de los caños y
mangles al este de la ciudad. [...] aquellas lagunas forman vías navegables desde
el Caño de Miraflores, que está en la rada sureste de la bahía, hasta el litoral de
Vacía Talega, allá cerca de la desembocadura del Río Loíza. [...] Los
expedicionarios zarparon del muelle de Puerta de Tierra, y fueron a encontrarse
con abastos y remeros en el Cayo del Angel, allá en la boca del Gran Canal que
conduce a la primera laguna de la vía, la llamada de San José. (53, 54)
Encontramos aquí realemas, espacios físicos determinados, concretos, cuya
nominación procede de la imposición colonial y, por tanto, de la tradición
judeocristiana, pero ¿cómo son estos espacios? ¿Qué características tiene la zona que
debe recorrer el Niño Avilés? Es un delta de mangles prácticamente inexplorado que no
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figura en los mapas, de una vegetación frondosa y exuberante, de corrientes
traicioneras, de aguas con un olor apestoso, de canales llenos de lianas que hacen
imposible la navegación, protegido por la niebla y la leyenda y alejado de la autoridad
colonial. Es decir, que nos encontramos ante una serie de espacios que nos remiten a lo
difícil de acotar, lo inconmensurable, lo misterioso, lo recóndito y, consecuentemente
con las características anteriores, ingobernable.
A medida que la expedición avanza, el narrador en tercera persona, el historiador
que trataba de interpretar los hechos, desaparece (salvo que lo consideremos operando
desde los subtítulos), y la historia del viaje nos llega a través de la transcripción directa
de las Crónicas de Gracián, del Diario secreto del Obispo Trespalacios y del Diario de
navegación del Niño Avilés.
En el viaje aparecen, además de Melodía, otros tres personajes negros: Marcos, su
hijo Simón y, más adelante, Tomasa, quienes van a ser los encargados de contar y cantar
las leyendas, plegarias y cantos que fueron traídos de África y transmitidos en forma
oral por sus antepasados. A pesar de que la voz de estos es inscripta por Gracián, sus
enfrentamientos con el cronista son constantes. En estos parajes marginales, borrosos,
alejados de la autoridad, los negros se permiten desafiar y contradecir el punto de vista
único de los blancos.
Ante este hecho, puede surgir la siguiente pregunta: ¿por qué el cronista, que tilda
a los negros de fabuladores, noveleros, embusteros y otros sinónimos de mentirosos,
que les teme y los detesta, que es manifiestamente racista, de todos modos registra esta
oralidad tan efímera y la fija en la escritura?
Dije antes que la voz negra era recogida por los cronistas en tanto fuera relevante
a los asuntos de los blancos. En este caso, la relevancia la sustenta, por un lado, la
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ocasión de que el Niño Avilés esté interesado por conocer los misterios de la zona que
están explorando y, por otro, el hecho de que el mismo Avilés considere a los negros
como sus iguales (en varios segmentos del texto, los cronistas manifiestan, por ejemplo,
que Melodía más que su paje era su amigo). Pero, además, el afán de conocimiento del
Avilés exige explicaciones. Y éstas, dependientes de quien las suministre, sirven para
dar paso al antagonismo entre dos visiones del mundo: la de Gracián, basada en la
escritura, europeista, vinculada a la razón y por lo tanto al logos; y la cosmovisión de
los negros, basada en la oralidad, afroamericana, vinculada al trance alucinógeno
provocado por la hierba diabla y aferrada al mito. La explicación de algunos
acontecimientos específicos pone de manifiesto el conflicto entre estas dos perspectivas.
Así, la muerte de Pedro, uno de los remeros, sujeta al punto de vista de quien la
interprete, deviene en versiones desencontradas: pudo haber sucedido por el ataque de
un tiburón cubierto de una costra de limo verdinegro y caracolillos, criado y envejecido
en el río y extraviado en el laberinto de canales, o por el ataque de Mato, la serpiente
marina que le servía de corcel a la reina negra de esos lugares.
Pero mayor importancia para nuestro análisis tiene la discusión que se suscita a
raíz de unos zocos espetados en una laguna. Gracián, validando sus conocimientos en
otras lecturas (gesto que valida, también, el sistema escrito como fuente de saber), trata
de explicar el origen de estos zocos:
Le aseguré que era historia conocida por gente de lectura que los indios
caribes vivían por aquel litoral y venían a pescar a lagunas y mangles. Y para
burlarme más de su ignorancia le expliqué que los zocos aguantaban unas redes
de caña que tendían para cazar peces en lagunas y ríos. (68)
Otra es la explicación cuando Gracián inscribe la voz de Marcos, contando una
historia que, a su vez, le fue transmitida en forma oral por sus antepasados:
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Según él aquellos zocos eran el basamento de una ciudad lacustre de
negros que otrora se construyó en esa laguna. Y el fundador de esa colonia de
negros cimarrones fue un caudillo de nombre Mitumo, o algo así, que ya se me ha
olvidado aquel nombre extraño en lengua de África. (68)
Pero, además, es importante resaltar otro detalle: Gracián, y esto se puede
extender al resto de los hombres blancos, le teme a estas historias contadas por los
negros. Cito nuevamente al cronista:
Entonces me contrarié mucho con aquella loca conjetura, y a punto estuve
de tirarle el sopón caliente por la cabeza,, así de convencido estaba de que tantas
leyendas suyas más eran para joderme el ánimo que para advertirle al Avilés de
peligros reales que encontraríamos en la travesía. (67)
De esta manera lo discursivo cumple una doble función: por un lado, recuperar la
tradición cultural, y, por otro lado, proteger, junto a las características físicas del lugar,
ese espacio donde es posible el rescate de la memoria negra, donde se habla cangá y se
celebran ritos fúnebres africanos, donde los nombres propios (Laguna de Mato, tierra de
Yyaloide) responden también a la tradición africana y ya no a la judeocristiana, en
síntesis, un espacio de libertad donde es posible la construcción de una nueva cultura en
el exilio.
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