doc. la física de descartes

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Por: Johman Carvajal Godoy
1. LA FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA CARTESIANA
Ahora bien, ¿en todo lo que traemos hasta aquí, qué papel juega Descartes? ¿Cuál es su
protagonismo en el desarrollo de la filosofía de la naturaleza del siglo XVII? Para hacer
una real valoración de la filosofía de la naturaleza de Descartes hemos considerado
anteriormente, en primer lugar, el antecedente teórico que discutían los modernos: la
filosofía de Aristóteles, o más bien, la idea que ellos tenían de lo que significaba su
filosofía; en términos cartesianos, la metafísica, la física y las demás ciencias. Y en
segundo lugar, contextualizarla con los demás asuntos que tienen que ver con ella de una
manera u otra, esto es, las teorías copernicanas, la cosmografía de Kepler y la filosofía
natural de Galilei. Hasta el momento hemos tenido una idea genérica de lo que ellos
significaron para la filosofía y el desarrollo del conocimiento científico. La historia de la
ciencia ha sido prolífica en tal cuestión.
Sin embargo, en el caso de Descartes, los
estudios sobre su física no han sido tan abundantes y significativos, pues aún se sigue
discutiendo qué parte de su filosofía es más importante, si sus estudios metafísicos o sus
investigaciones científicas, e incluso, si su ciencia hace parte del desarrollo del
pensamiento científico moderno.
Generalmente, tal historia de la ciencia se hace por la línea de los trabajos de Kepler y
Galilei, hasta llegar a Newton, sustentándose en aquella conocida afirmación newtoniana
de que sólo fue posible llevar la física-matemática, hasta sus máximas consecuencias, en
sus Principia, porque se apoyó, precisamente, en los hombros de dos gigantes, esto es,
los mencionados Kepler y Galilei. Las referencias a Descartes son mínimas, por no decir,
insignificantes. Asunto sospechoso si tenemos en cuenta que Newton estudió y asimiló la
obra de Descartes, como nos lo hacen saber sus biógrafos. De todas maneras, nuestra
intención es mostrar que a pesar de que se haya llegado a afirmar, y se siga sosteniendo,
que la física de Descartes es “equivocada”, muchos aspectos de sus teorías físicas fueron
y seguirán siendo válidas –aun en la actualidad-, como elementos esenciales de la
modernidad y como aspectos que sirvieron de apoyo a la construcción del pensamiento
científico moderno; por ejemplo, la formulación de la ley de inercia y la consideración
definitiva, para la cosmología moderna, de un universo ilimitado o infinito.
Por otra parte, si siguiéramos pensando en los términos de una “física equivocada” o en
“aspectos equivocados” de ella, no deja de ser de interés para la misma historia de la
ciencia, la contribución, desde el punto de vista epistemológico, de la física cartesiana, y
por ende, de su filosofía, en la conformación del pensamiento científico moderno.
Descartes no deja de ser un importante interlocutor en la producción filosófica y científica
de su tiempo, como lo podemos demostrar a propósito de lo que él piensa de los trabajos
de Galilei, o de lo que él mismo significó en la conformación del sistema de pensamiento
newtoniano.
Por otro lado, si calificáramos la obra cartesiana, desde categorías actuales, haciendo una
división tajante entre los trabajos filosóficos y los científicos, tendríamos que decir, sin
temor a equivocarnos, que su producción científica es más numerosa que su producción
filosófica y, desde nuestro punto de vista, mucho más importante; así, en el primer grupo
estarían las Regulae, Le monde (en sus dos divisiones, el Traité de l’homme y el Traité de
la lumière), los tres ensayos científicos que están precedidos por el Discours, esto es, la
Dioptrique, Les météores y La geometrie, y finalmente, Les principes. En el segundo
grupo podríamos señalar el Discours, las Meditationes y las Pasiones del alma.
1.1.
DESCARTES Y EL ARISTOTELISMO DEL SIGLO XVII
Una constante en la forma de proceder de los autores modernos -Copérnico, Bruno,
Kepler y Galilei-, es poner como antecedente fundamental de sus trabajos la filosofía
aristotélica de corte medieval.
De la misma manera, Descartes estableció una clara
polémica con la filosofía de la Escuela.
Esto nos lleva a ponderar su papel en el
desarrollo del pensamiento científico del siglo XVII, esto es, considerarlo como un
pensador moderno en todo el sentido de la palabra. Y no estrictamente porque se haya
inventado la filosofía moderna, como se ha sostenido en las tradicionales historias de la
filosofía, sino también porque gran parte de su ejercicio científico –que como hemos dicho
hace parte de su filosofía-, de sus hipótesis o tesis, en términos temáticos, son modernos,

Véase la carta de Descartes a Mersenne del 11 de octubre de 1638, en el cual expone su
pensamiento sobre Galilei.

Ciertamente, esta es una clasificación arbitraria, pues los elementos filosóficos y los científicos se
presentan indistintamente en la mayoría de las obras cartesianas, como es el caso de las Regulae,
el Discours y Les principes.
al igual que los más avezados pensadores de este siglo, aun con el prejuicio genérico de
que su física es errónea.
Como nuestro propósito es revalorizar el trabajo científico –en términos modernos- de
Descartes, no podemos dejar pasar por alto su actitud frente a la filosofía medieval
aristotélica, o al menos, la manera como, según él, se enseñaba la filosofía tradicional en
las Universidades de su tiempo. En la Carta-Prefacio de Les principes de la philosophie lo
deja entrever de este modo: “Al desconocer esta verdad, o bien, siendo conocida, al no
servirse de ella, la mayor parte de cuantos han deseado ser filósofos en los últimos años,
han seguido ciegamente a Aristóteles hasta el punto de corromper con frecuencia el
sentido de sus escritos, atribuyéndole diversas opiniones que, si de nuevo retornara a
este mundo, no reconocería como propias”1. Esta es la misma posición de Galilei en el
Diálogo a propósito de las observaciones hechas por el anteojo: “SALV. …afirmo que en
nuestro siglo disponemos de accidentes y observaciones nuevas y de tal carácter, que no
dudo que si Aristóteles viviese hoy cambiaría de opinión. Lo que se deduce claramente
de su propio modo de filosofar“2. De donde podemos deducir la disposición de ambos
frente a las tareas del pensar tradicional, esto es, una posición de rechazo frente a la
ortodoxia escolástica que los ubica en una nueva manera de ejercer la reflexión filosófica.
En el caso de Galilei se trataba de demostrar que las tesis científicas aristotélicas, por un
lado, se alejaban de los hallazgos de la ciencia del siglo XVII que necesariamente debían
ser verificados por la matemática y/o por la experimentación, y por el otro, que estaban
plagadas de especulaciones metafísicas que no tenían nada en común con las ciencias
demostrativas.
Por su parte, Descartes, como cualquier otro moderno, establece
distancia frente a la filosofía de Aristóteles, siguiendo lógicamente objetivos propios, que
obedecen a las necesidades que crea su propio proyecto. Ya no es la demostración
matemática y/o la corroboración experimental que propone Galilei, sino la reconstrucción
del pensamiento filosófico –en general- desde las ruinas del sistema aristotélico cuyo
colapso era evidente desde el siglo XVI con el De revolutionibus de Copérnico.
1
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.11.
GALILEI, Diálogo sobre los sistemas máximos del mundo ptolemaico y copernicano, Op. Cit.,
p.47.
Véanse las páginas siguientes del Diálogo donde Salviati y Simplicio centran su conversación en la
forma de proceder de los filósofos aristotélicos de la época.
2
Tal reconstrucción exige una estructura de conocimiento donde la metafísica, o más bien,
los principios metafísicos, se convierten en la parte fundamental, sin los cuales, no es
posible llegar a un conocimiento cierto de los fenómenos de la naturaleza. En otras
palabras, la misma estructura que defendían los escolásticos, pero cuyos contenidos no
estaban articulados a los nuevos descubrimientos experimentales –como los hechos por
Galilei con el anteojo- ni a los avances científicos que fueron posibles por las
demostraciones matemáticas –como las leyes del movimiento planetario de Kepler-. Las
novedosas explicaciones de los fenómenos naturales del siglo XVII planteaban la
necesidad de una nueva metafísica para fundamentar esa inédita visión del mundo.
Asistimos, pues, al resurgimiento de la metafísica –en este caso cartesiana- que la
metodología filosófica galileana había intentado destruir.
Desde este punto de vista, Descartes dirigió su discusión hacia las propuestas
metodológicas de la Escuela. Ello es una constante en toda su obra, desde los escritos
de juventud hasta los de madurez, desde las Regulae ad directionem ingenii de 1628
hasta Les principes de la philosophie de 1644. De esta manera en un texto tan temprano
como las Regulae encontramos lo siguiente: “Y, sin embargo, no por ello condenamos
aquella manera de filosofar que otros han seguido hasta ahora, ni las máquinas de guerra
de los silogismos probables de los escolásticos, tan apropiadas para las disputas: en
verdad, ejercitan los espíritus de los jóvenes y los promueven con cierta emulación; y es
mucho mejor instruirlos en tales opiniones…”3. Cuestión que afirma a propósito de la
necesidad de un nuevo método que nos lleve al conocimiento verdadero: los métodos
escolásticos sirven para entrenar a los novicios en ciertas habilidades en filosofía, pero
nunca para los grados superiores del conocimiento. De ahí la necesidad de un nuevo
método que perfeccione nuestro espíritu –propiamente ingenium-, porque en última
instancia, si nos sometemos a la forma en que los escolásticos ejercen la filosofía,
erramos el camino. En el Discours de la méthode lo señala irónicamente:
Sin embargo, tal forma de filosofar es muy cómoda para quienes no tienen
sino una mediocre capacidad, pues la oscuridad de sus distinciones y de los
principios de que se sirven es la causa de que puedan opinar sobre cualquier
materia de forma tan audaz como si la conocieran y sostener cuanto afirman
contra los más hábiles y sutiles sin que exista medio de convencerlos. En
3
DESCARTES, René. Reglas para la dirección del espíritu. Madrid: Alianza, 2003. p.72.
Esta afirmación, un tanto irónica, Descartes la hace a propósito de la necesidad de plantear una
nueva forma de hacer filosofía, es decir, la aplicación de nuevos métodos.
esto me parecen semejantes a un ciego que para batirse en igualdad de
condiciones con un vidente, le hiciera adentrarse en el fondo de una caverna
muy oscura. Y puedo afirmar que éstos tienen interés en que me abstenga
de publicar los principios de la filosofía que defiendo, pues siendo muy
simples y sencillos, como son, su publicación vendría a ser como abrir una
ventana y hacer entrar la luz del día en esta cueva donde tales filósofos han
descendido para batirse4.
También en las Regulae con un demoledor argumento nos muestra la necesidad de un
razonamiento ordenado que necesariamente está fuera del círculo filosófico de la
Escuela:
Pero muchos, o no reflexionan en lo que ella prescribe [la Regla V que
proclama que todo el método debe ser dirigido hacia el descubrimiento de la
verdad o a una Mathesis Universalis], o lo ignoran en absoluto, o presumen
que ellos no la necesitan, y con frecuencia examinan las cuestiones más
difíciles tan desordenadamente, que me parecen obrar del mismo modo que
si intentaran llegar de un solo salto desde la parte más baja de un edificio
hasta la más alta, bien sea desdeñando los grados de la escalera, que están
destinados a este uso, o bien no advirtiéndolos. Así proceden todos los
astrólogos, que no conociendo la naturaleza de los cielos, e incluso no
habiendo observado con perfección siquiera sus movimientos, esperan poder
indicar sus efectos. Así la mayoría de los que estudian la Mecánica sin la
Física, y fabrican al azar nuevos instrumentos para provocar movimientos.
Así también aquellos filósofos que, descuidando las experiencias, piensan
que la verdad surgirá de su propio cerebro, como Minerva del de Júpiter5.
Evidentemente la nueva filosofía cartesiana propone establecer distancia, en términos
metodológicos, con respecto a la filosofía de la Escuela. En otras palabras, se trata de
una feroz crítica a la forma en que la ortodoxia filosófica de la primera mitad del siglo XVII,
aborda los asuntos propios del conocimiento, tanto filosófico como científico.
En el Discours de la méthode esta crítica es severa, pues una gran extensión de la
Primera Parte está dedicada a socavar las concepciones generales de la filosofía y la
ciencia; y particularmente, de la ciencia, en términos metodológicos, que en el proyecto
cartesiano no puede existir por sí sola, pues debe tener como premisas fundamentales los
4
DESCARTES, René. Discurso del método, Dióptrica, Meteoros y Geometría. Madrid: Alfaguara,
1981. p.50-51.
5 DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.93-94.
Las barras son nuestras.
principios generales del conocimiento humano, esto es, los principios metafísicos que les
sirven como soporte y como justificación.
Sin embargo, las ciencias no adquieren o no aseguran su status científico por el hecho de
estar fundamentadas o por ser deducidas desde primeros principios. Deben cumplir ante
todo con una característica que Descartes no veía en la ciencia de la Escuela, y que ya
Galilei había puesto como uno de los principales requisitos de la metodología científica:
nos referimos a que toda ciencia que quiera ser considerada como tal tiene que ser
necesariamente demostrativa:
De igual modo, juzgaba que las ciencias expuestas en los libros, al menos
aquéllas cuyas razones solamente son probables y que carecen de
demostraciones, habiendo sido compuestas y progresivamente engrosadas
con las opiniones de muchas y diversas personas, no están tan cerca de la
verdad como los simples razonamientos que un hombre de buen sentido
puede naturalmente realizar en relación con aquellas cosas que se presentan6.
La ciencia es demostrativa ya sea por sí misma o mediante procedimientos metodológicos
precisos, planteándose así una necesidad de método, que debe excluir la probabilidad, la
conjetura o las simples hipótesis. No se puede hacer ciencia de cualquier forma. Hay
que cumplir requisitos formales ordenando paso por paso los procedimientos correctos,
cuyo rigor nos debe llevar a conclusiones irrefutables.
Ahora bien, la crítica a la ciencia de la Escuela no se queda únicamente en el análisis
formal o metodológico. Descartes va más allá, como cualquier moderno, cuando asume
que la parte principal de la ciencia es la física –la secundaria de ese gran árbol que es la
filosofía, cuyas raíz es la metafísica, según sus propias palabras en Les principes-. Pero
la física de la que él habla no es la física de Aristóteles ni mucho menos la física de los
escolásticos, que formalmente la entendieron como la concebía Aristóteles en su Física,
es decir, como todo proceso de generación y corrupción en la naturaleza o, lo que es lo
mismo, como todo cambio natural.

Véase el Discurso del método desde la p.6 hasta la p.10, o más correctamente, en la numeración
de A-T, desde A-T, VI, 5 hasta A-T, VI 11. (DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros
y geometría, Op. Cit., p. 6-10).
6 DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.11.
Como es de suponerse Descartes no entiende la física de este modo. A nuestro modo de
ver su concepto de la ciencia física es el mismo que asumieron los modernos en general,
es decir, no como cambio, o todo proceso de generación y corrupción natural, sino como
teoría del cambio de lugar, es decir, cada una de las diversas nociones de movimiento
observables –y no observables- que hay en todo el Cosmos. En otras palabras, todo lo
que se refiere a la estructura del universo que sólo es explicable mediante los distintos
movimientos existentes en la naturaleza.
Es la razón por la cual él asume un tipo de trabajo muy parecido al de Copérnico, Bruno,
Kepler y Galilei: sus tesis sobre la estructura del mundo se centran en el análisis de la
teoría del movimiento local de Aristóteles, en su teoría del cambio de lugar. Lo que
significa que como buen moderno sus propias argumentaciones sobre el movimiento, lo
que él entiende por movimiento, parten de una sumaria crítica de las concepciones
aristotélico-escolásticas del movimiento local. En el Traité de la lumière lo expresa así:
Los filósofos sostienen que la naturaleza de su movimiento es poco conocida
y, para hacerla inteligible de algún modo, no han sabido explicarla más
claramente que en estos términos: motus est actus entis in potentia, prout in
potentia est, términos que son para mi tan oscuros que me veo obligado a
dejarlos en su lengua, pues soy incapaz de interpretarlos. (Y, en efecto, las
palabras movimiento es el acto de un ser en potencia, en tanto que está en
potencia no son más claras porque estén en francés.)7
Esta alusión directa a la definición aristotélica de lo que es el movimiento también la
encontramos en las Regulae: “Pero en verdad, ¿acaso no parece que pronuncian
palabras mágicas que tienen una virtud oculta y por encima del alcance del espíritu
humano aquellos que dicen que el movimiento, cosa conocidísima para cualquiera, es el
acto de un ente en potencia en cuanto está en potencia? Pues ¿quién entiende estas
palabras? ¿Quién no reconocerá que aquellos han buscado un nudo en el junco?”8
Una definición del movimiento debe ser simple, comprensible y evidente por sí misma. Es
necesario, por tanto, proponer una nueva noción de movimiento que, por ende, implica

En ocasiones estos análisis también toman en cuenta la concepción del movimiento planetario de
Ptolomeo, el alejandrino.
7 DESCARTES, René. El mundo. Tratado de la luz. (Edición bilingüe). Barcelona: Anthropos, 1989.
p.113.
8 DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.146.
una concepción del mundo o del universo que sea coherente con dicha noción. De esta
manera, propone en el Traité de la lumière: “Yo no concibo ningún otro movimiento a
excepción del que es más fácil de concebir que las líneas de los geómetras: el que hace
que los cuerpos pasen de un lugar a otro y ocupen sucesivamente todos los espacios que
hay entre ambos”9.
En última instancia, se trata de replantear las clásicas concepciones del aristotelismo del
siglo XVII: del movimiento, de la estructura del Cosmos, de su composición material y de
la nueva metafísica que hace posible esa nueva ciencia. Como podemos ver, aquella es
una definición simple que se cumple para cualquier tipo de movimiento que observemos
en la naturaleza, eso sí, si entendemos este movimiento como teoría del cambio de lugar.
Debemos, pues, partir de la superación del presupuesto, bien desarrollado por los
escolásticos, de que no en todo cambio hay “cambio de lugar”, por ejemplo cuando un
caldero de cobre se oxida o cuando una persona envejece.
Es decir, en términos
modernos, que la teoría del cambio de lugar sólo es aplicable a los móviles, a los cuerpos,
cosas, seres o, en términos cartesianos, la res extensa –y, como se verá en las líneas
siguientes, a las partículas- que van de un determinado punto X a un determinado punto
Z, ya sea el movimiento circular, rectilíneo, adelante, atrás, arriba, abajo, izquierda,
derecha o la trayectoria de un proyectil. Siempre veríamos un cambio de lugar.
Sin embargo, es importante señalar que este tipo de movimientos no sólo se cumple para
los móviles o cuerpos observables; también es aplicable a ciertos movimientos que no
podemos percibir por los sentidos: se trata del movimiento de las partículas primarias de
la naturaleza, que son las que constituyen todos los cuerpos materiales o seres de la
naturaleza y que están infinitamente en movimiento llenando todo el universo,
exceptuando las partículas de los cuerpos sólidos que se encuentran en reposo. Nos
referimos, así, a la manera como Descartes piensa la composición material del universo,
negando de plano la existencia del vacío. Es decir, según él, no solamente podemos
conocer los objetos visibles en la naturaleza, sino también a otro tipo de cuerpos que no
podemos observar a simple vista.
9
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.115.
Ahora bien, ha de quedar claro que la física o la filosofía de la naturaleza de Descartes,
en este sentido, es estrictamente moderna.
Su desarrollo es posible gracias a la
necesidad de explicar el movimiento de una manera muy distinta a como lo entendían y lo
explicaban los filósofos aristotélicos de su tiempo. Es esencial entender que su analítica
del movimiento se inscribe en la tradición copernicana como una “teoría del cambio de
lugar”, y que es en este contexto donde formuló inicialmente en el Traité de la lumière, y
luego en Les principes de la philosophie, las tres leyes de la naturaleza, que son leyes del
movimiento, y que son, a su vez, los principios físicos de la ciencia en general, si y sólo
si, sea la física la parte más importante de la ciencia, como es evidente y demostrable en
Les principes.
En este orden de ideas, debemos, pues, mostrar en qué consiste la filosofía de la
naturaleza de Descartes y qué papel juega en el desarrollo del pensamiento filosóficocientífico del siglo XVII. Sin embargo, en el horizonte inmediato se nos presenta un
asunto importante que no hace alusión directa a su física, sino a cierta parte del proyecto
cartesiano para la ciencia. Es el denominado plan matemático para el conocimiento o, lo
que es lo mismo, la búsqueda de una Mathesis Universalis, que encontramos en un
escrito de juventud: las Regulae ad directionem ingenii. Creemos que un trabajo que
pretenda reivindicar el trabajo científico cartesiano no puede, bajo ninguna circunstancia,
dejar de lado este texto, pues éste constituye una teoría de la ciencia que necesariamente
complementa las concepciones físicas que encontrarán cuerpo en los textos de madurez.
En este sentido consideramos que el contenido de las Regulae hace parte de la idea de
ciencia moderna que Descartes explicita en los textos escritos luego de Le monde.
1.1.
EL PROYECTO MATEMÁTICO PARA LA CIENCIA
Omnis scientia est cognitio certa et evidens…10

Indudablemente estas tres leyes cartesianas prepararían el terreno a las leyes del movimiento de
Newton.
10 DESCARTES, Regula ad directionem ingenii, Op. Cit., A-T, X, 362.
En la versión española: “Toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente…” (DESCARTES,
Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.69).
La lectura de las Regulae desconcierta en el momento de tratar de encontrar una unidad
temática. Es un texto inacabado que deja la sensación de no llegar a ninguna conclusión,
es decir, que deja los problemas planteados y de un momento a otro termina
abruptamente, como si se hubiese olvidado de qué se estaba hablando o como si no
interesara escribir más sobre el tema. Esta cuestión ha generado diversas posiciones de
los especialistas acerca de si esta obra se encuentra articulada o no, en lo que podríamos
denominar, el sistema cartesiano. Nos queda, pues, planteada una pregunta: ¿Son las
Regulae un texto que se articula con el resto de la producción, si se quiere, científica
cartesiana?
Con respecto a este problema consideramos que las Regulae hacen parte de un proyecto
de unificación de la ciencia que encontramos abordado, a manera de resumen, en el
Discours de la méthode.
A nuestro juicio el método expuesto en las Regulae,
esencialmente, es el mismo que Descartes defendió en el Discours. Sin embargo, el
pensamiento cartesiano sobre la ciencia no se agota en estos dos textos.
Su obra
científica es más vasta y encontramos en ella rastros de este método, cuyo objetivo
central es llevarnos a una Mathesis Universalis, como es la pretensión final de las
Regulae.
Etimológicamente Descartes entiende por Mathesis Universalis: “… tan sólo lo mismo que
disciplina…”11. Sin embargo, éste no es el mismo sentido que le dio en las Regulae; la
Mathesis Universalis alude, más bien, a los estudios que se refieren al orden y la medida
como parte de la ciencia universal o general, que constituye el grado máximo del
conocimiento humano. El texto completo donde expresa esta idea es el siguiente:
Pues en esto no basta atender a la etimología de la palabra, ya que como el
término Mathesis significa tan sólo lo mismo que disciplina, no con menor
derecho que la Geometría se llamarían Matemáticas las demás ciencias. Y,
sin embargo, vemos que no hay casi nadie, con tal que haya pisado tan sólo
los umbrales de las escuelas, que no distinga fácilmente de entre cuanto se le
presente qué pertenece a la Mathesis y qué a las otras disciplinas. Y
considerando esto más atentamente al cabo se nota que solamente aquellas
en las que se estudia cierto orden y medida hacen referencia a la Mathesis, y
que no importa si tal medida ha de buscarse en los números, en las figuras,
en los astros, en los sonidos o en cualquier otro objeto; y que por lo tanto
11
DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.91.
debe haber una ciencia general que explique todo lo que puede buscarse
acerca del orden y la medida no adscrito a una materia especial, y que es
llamada no con un nombre adoptado, sino ya antiguo y recibido por el uso,
Mathesis Universalis, ya que en ésta se contiene todo aquello por lo que las
otras ciencias son llamadas partes de la matemática12.
Sobre este punto de vista el profesor Iván Darío Arango considera que la unidad temática
de la obra cartesiana es evidente:
El orden cronológico de las obras permite descubrir lo que podría llamarse un
“orden de los problemas”: Se encuentra inicialmente el método, que también
constituye un proyecto de unificación de las ciencias; posteriormente, los
principios de la física y los ensayos científicos, y finalmente, los temas de la
metafísica y de la moral. Aparentemente se trata aquí de un orden muy
simple que deja de lado la reciprocidad entre los diferentes temas:
reciprocidad entre la investigación en las ciencias, en la óptica
particularmente, y la concepción del método; o entre la investigación de los
principios de la física y los temas metafísicos.
Es innegable que estas reciprocidades existen pero no de una forma explícita.
En mi opinión, Reglas para la dirección del espíritu (1628) es una obra que se
reduce a una teoría de la ciencia y que es anterior a la constitución de la
metafísica cartesiana, aunque, como señala F. Alquié, hace necesaria esta
metafísica13.
En Les principes de la philosophie y en el Traité de la lumière (que fue escrito antes del
Discours), ya encontramos no un proyecto matemático para la ciencia, sino un proyecto
metafísico para el conocimiento en general, es decir, que ya no nos atenemos a un
método único cuyo fin es la unificación de la ciencia, bajo la influencia instrumental de la
matemática, sino que hay una finalidad completamente distinta que busca estructurar la
totalidad del conocimiento humano. Una cosa es plantear dicha unificación desde un
método que presenta numerales simples y ordenados a manera de escalones
ascendentes, y otra, afirmar que el conocimiento humano se debe fundamentar en
principios metafísicos de los cuales se pueden deducir todas las ciencias y cuya parte
más importante es la física. Es como si visualizáramos dos asuntos distintos.
12
Ibid, p.91.
ARANGO, Iván Darío. “Descartes según el orden de los problemas”. En: El enigma del espíritu
moderno (Ensayos). Medellín: Universidad de Antioquia, 2002. p.204.
Las negrillas son nuestras.

En términos cronológicos el Traité de la lumière es un texto anterior al Discours, allí Descartes ya
había expresado que Dios es un principio metafísico del conocimiento humano. Véase:
DESCARTES, El Mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.121.
13
Ahora bien, ¿Son realmente dos formas diferentes de abordar el problema del
conocimiento?
Creemos que se trata más bien de asuntos complementarios.
La
Mathesis Universalis que buscamos en el método cuyo instrumento propedéutico es la
matemática, llega a su culminación cuando Descartes plantea la necesidad de los
principios metafísicos de los cuales podemos deducir las leyes generales de la física y de
allí, todas las ciencias. Es decir, llegar a la unificación del conocimiento humano en un
ordenado sistema deductivo desde primeros principios. En este punto tendremos que
mirar, en fin, cómo se logra tal cuestión. Por ello comencemos a entender en detalle en
qué consiste esa búsqueda de la Mathesis Universalis.
Debemos partir, pues, de una premisa fundamental que plantea Descartes en las
Regulae: la ciencia es una. Esto significa que la pluralidad de ciencias y saberes que se
practicaban en la época, y que enumera en el Discours como las lenguas, las grandes
obras, las matemáticas, las artes mecánicas, la teología, la jurisprudencia, la elocuencia,
la poesía, la filosofía y las demás ciencias que toman sus principios de esta última,
muestran el estado de desorden del conocimiento en general, según la postura
cartesiana.
Desde la propuesta de las Regulae todo trabajo filosófico debe estar
enfocado hacia la idea de que las ciencias no son múltiples o innumerables, sino que
todas deben cumplir determinados propósitos de método que las unirían formalmente en
un todo universal, sin distinciones teóricas o limitaciones epistemológicas.
Se ha de dejar claro que en las Regulae, Descartes no pretende forjar modelos
matemáticos o, lo que es lo mismo, paradigmas metodológicos matemáticos para
mostrarnos la manera como debemos hacer ciencia. Se trata más bien de la necesidad
de encontrar la mejor forma de conocer el mundo, de llegar al grado más alto del
conocimiento humano, a una Mathesis Universalis, cumpliendo con ciertos requisitos que
necesariamente vienen dados, en primer lugar, por un método y, en segundo lugar, por
los procedimientos propios de una ciencia particular: la matemática.

Cfr. DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.6-9.
Véase también la carta a Mersenne, en la cual Descartes hace referencia a la falta de una
fundamentación metafísica de la ciencia de Galilei; allí se afirma que analizar problemas
particulares de ciencias particulares sin referencia a principios metafísicos es una mala forma de
hacer filosofía.
En otras palabras, el método, como la matemática, son instrumentos que permiten
acceder finalmente a la mencionada Mathesis.
estricto, una metodología científica.
No se trata de formular, en sentido
Es, más bien, la enunciación de una teoría del
conocimiento. Descartes lo afirma así en sus Regulae: “Para el conocimiento de las
cosas se han de considerar tan sólo dos términos, a saber, nosotros que conocemos y las
cosas mismas que son conocidas”14. Estos dos términos, lógicamente, deben encontrarse
mediados por el mencionado método y por el adiestramiento del espíritu por medio de la
matemática, que son, en última instancia, los dos caminos para llegar a un conocimiento
cierto del mundo, según las Regulae. El profesor Iván Darío Arango resalta este aspecto
de la filosofía cartesiana cuando escribe: “Con Descartes comienza el pensamiento
moderno porque a partir de sus obras el problema del conocimiento, de sus condiciones,
sus alcances y sus límites, se convierte en el problema fundamental de la filosofía”15.
Ahora, para ampliar este concepto de Mathesis Universalis debemos abordar los
siguientes aspectos que se han insinuado en párrafos anteriores: la matemática como
ciencia privilegiada y como propedéutica para el conocimiento; y la necesidad del método
científico para acceder al conocimiento verdadero.
1.1.1. La matemática como ciencia privilegiada y como propedéutica del ingenium
Para guiar correctamente el ingenium, es necesario emanciparlo de las enseñanzas
recibidas, “… si queremos seriamente proponernos a nosotros mismos reglas, con cuya
ayuda ascendamos hasta la cumbre del conocimiento humano…”16 Este es el objetivo
principal de cada una de las reglas de las Regulae: allegarnos al grado máximo del
conocimiento humano, como en su momento lo había propuesto, aunque de otro modo,
Aristóteles en su Metafísica.
Como es evidente, esta cuestión no es posible de cualquier manera.
Es necesario
ordenar el razonamiento para no equivocar el camino. Para ello se debe iniciar con las
14
DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.127.
ARANGO, Iván Darío. “La presencia de Descartes”. En: El enigma del espíritu moderno, Op.
Cit., p.4.
16 DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.73.

Véase el capítulo I del libro I de la Metafísica de Aristóteles (ARISTÓTELES, Metafísica, Op. Cit.,
p.2-10).
15
dos primeras reglas: la primera dice: “Regla I: El fin de los estudios debe ser la dirección
del espíritu para que emita juicios sólidos y verdaderos de todo lo que se presente”17. Y la
segunda: “Regla II: Conviene ocuparse tan sólo de aquellos objetos, sobre los que
nuestros espíritus parezcan ser suficientes para obtener un conocimiento cierto e
indudable”18. Siguiendo a Descartes, en estas dos reglas debemos resaltar los siguientes
aspectos: en primer lugar, dirigir o guiar el espíritu o, lo que es lo mismo, el entendimiento,
es decir, el ingenium, para que “emita juicios sólidos y verdaderos” sobre todo aquello que
se le presente. Ahora, para que esos juicios tengan esas características, el entendimiento
debe, en segundo lugar, atender sólo las cuestiones sobre las que haya la posibilidad de
adquirir conocimientos ciertos e indudables, es decir, preferir aquellos que aparentemente
no presenten ninguna duda y que puedan parecer ciertos. Es, en última instancia, una
inclinación del espíritu hacia los juicios cuyas características sean la certeza y la
indubitabilidad.
En este orden de ideas, es posible que el entendimiento se encuentre frente a ciertos
juicios que no tienen esa caracterización de indubitabilidad y certeza. Esos juicios los
denominaríamos simplemente probables o conjeturales. Los juicios probables, o aquellos
que se convierten en simples conjeturas, no deben, de ningún modo, ser considerados.
Descartes lo advierte así: “Y así, por esta regla [la segunda] rechazamos todos aquellos
conocimientos tan sólo probables y establecemos que no se debe dar asentimiento sino a
los perfectamente conocidos y de los que no puede dudarse”19. Se deben rechazar todos
los conocimientos probables y dudosos, es decir, la probabilidad y la duda no aluden, de
ninguna manera, al conocimiento verdadero.
Su eliminación implica una depuración
metódica de las formas en que se ejerce el entendimiento.
Ahora bien, las dos primeras reglas de las Regulae, y particularmente la segunda, con sus
tres características esenciales, esto es, 1) que los juicios sean indudables, 2) que sean
ciertos y 3) que estén fuera de toda probabilidad, remiten necesariamente a una ciencia
que posee todas estas características mencionadas: la matemática.
Descartes lo
menciona de esta manera: “… de modo que, si calculamos bien, de las ciencias ya
17
Ibid, p.63.
Ibid, p.69.
19 Ibid, p.70.
Las barras y las cursivas son nuestras.
18
descubiertas sólo quedan la Aritmética y la Geometría, a las que la observación de esta
regla nos reduce”20.
En la revisión de las diversas ciencias de su tiempo Descartes se dio cuenta que sólo la
aritmética y la geometría, o lo que es lo mismo, la matemática, se convierten en las
ciencias que cumplirían cabalmente las características mencionadas.
Sólo ellas nos
permiten que el ingenium acceda a conocimientos ciertos e indudables. Sin embargo, en
cierto pasaje de la Cuarta Regla amplía el panorama de las ciencias matemáticas:
“Habiéndome llevado estos pensamientos de los estudios particulares de la Aritmética y la
Geometría a cierta investigación general de la Mathesis, indagué, en primer lugar, qué
entienden todos precisamente por ese nombre y por qué no sólo las ya citadas, sino
también la Astronomía, la Música, la Óptica, la Mecánica y otras muchas se consideran
parte de las Matemáticas”21.
Esto nos lleva a los siguientes interrogantes: ¿Por qué la aritmética y la geometría son
mucho más ciertas que las demás ciencias? ¿Por qué sus juicios son ciertos e
indudables? En las Regulae Descartes lo responde así:
… porque sólo ellas se ocupan de un objeto de tal modo puro y simple que no
suponen absolutamente nada que la experiencia haya mostrado incierto, sino
que se asientan totalmente en una serie de consecuencias deducibles por
razonamiento. Son, por consiguiente, las más fáciles y transparentes de
todas [las ciencias], y tienen un objeto tal como el que requerimos, pues en
ellas, a no ser por inadvertencia, parece difícil equivocarse22.
Las matemáticas no se ocupan, en sentido restringido, de objetos sensibles, materiales o,
en términos cartesianos, de la res extensa. Sus objetos inmediatos son puros, a priori,
independientes de la experiencia. Sin embargo, tales objetos no entran en conflicto con
las demostraciones o verificaciones sensibles, por la experiencia, o si se quiere,
experimentales, pues si las ciencias matemáticas se aplican al razonamiento puro,
mediante procesos de deducción de verdades o de objetos simples, a verdades u objetos
20
Ibid, p.71.
Ibid, p.91.
Por comodidad, y si tenemos en cuenta el amplio contenido de ciencias que, según Descartes,
abarcan las matemáticas corrientes, además, de la evidente preferencia por la Aritmética y la
Geometría, en adelante sólo nos vamos a referir a estas dos últimas.
22 Ibid, p.75.
Las barras son nuestras.
21
matemáticos complejos, de hecho, son la forma más precisa de conocer el mundo natural.
Esto significa que no podemos establecer una separación abismal entre ellas y las
ciencias empíricas.
Ambas se ocupan de objetos distintos, pero las primeras por su
carácter de simplicidad y por ocuparse de verdades puras, establecen una cierta
superioridad que se traduce en la necesidad de establecer un conocimiento cierto del
mundo sólo a través de las ciencias matemáticas, estableciendo de hecho una cierta
desconfianza por el conocimiento mediante los sentidos.
fundamentales de la ciencia moderna.
Este es uno de los rasgos
La matematización de la naturaleza es una
constante que, como hemos visto, encontramos en la esencia de los trabajos de
Copérnico, Kepler y Galilei. Y la ciencia cartesiana no es extraña a dicho asunto. En la
Sexta Meditación de las Meditationes Descartes afirma: “Sólo me queda por examinar si
hay cosas materiales. Y ya sé que puede haberlas, al menos, en cuanto se las considera
como objetos de la pura matemática, puesto que de tal suerte las concibo clara y
distintamente”23. En otras palabras, el mundo material es objeto de la matemática.
Esto no quiere decir que las matemáticas, por ello, sean el modelo o paradigma de las
demás ciencias, es decir, que toda ciencia que quiera ser considerada como tal, en primer
lugar, debe ocuparse de objetos puros o matemáticos –pues eso sólo lo podrían hacer las
mismas matemáticas- o, en segundo lugar, copiar o seguir su procedimiento deductivo
desde verdades simples, ciertas, evidentes e indudables hacia verdades complejas o
compuestas, pero tan ciertas e indudables como las primeras, por el procedimiento
metodológico mismo. No se trata, en fin, de hacer lo que se propone cierta rama de la
filosofía de la ciencia del siglo XX –y aun de nuestro tiempo- de corte positivista, que en la
analítica de las ciencias y buscando un modelo científico universal, exige que toda ciencia
que quiera status de cientificidad debe seguir paso a paso el método científico diseñado
por la física-matemática de los siglos XVII y XVIII. Si no se cumplen estrictamente los
requisitos exigidos por dicho método entonces no podemos hablar de ciencia. La ciencia,
por excelencia, es la física-matemática y toda aquella que no siga su modelo
metodológico, nunca llegará a ser considerada como tal.
Es decir, que en términos
formales la ciencia es una.
23
DESCARTES, Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas, Op. Cit., p.61.
En otros pasajes de las Meditationes encontramos afirmaciones del mismo tipo (Cfr. la versión
española: Ibid, p.59, y la versión latina, Ibid, A-T, VII, 71).
En el caso de Descartes, cuando privilegia las matemáticas, no hay la pretensión, pues,
de hacer de éstas un modelo metodológico para todas las demás ciencias, que sigan su
proceder con el objetivo de llegar a la noción de una ciencia única, sino, más bien, de
presentar las únicas ciencias, que a su modo de ver, son el ejercicio que más conviene a
nuestro ingenium partiendo de su simplicidad, certeza, evidencia e indubitabilidad, para
ampliar nuestro conocimiento mediante severos razonamientos deductivos. Es, pues, un
ejercicio, una gimnasia, una propedéutica del ingenium para, de esta forma, acceder a la
Mathesis Universalis, como él mismo nos lo hace saber en Les principes: “Sin embargo,
aquella lógica que enseña a conducir adecuadamente la razón para descubrir las
verdades que se ignoran, dado que depende en gran medida del uso, es bueno que se
ejerza durante largo tiempo mediante la práctica de las reglas relacionadas con
cuestiones fáciles y simples, como son las de las Matemáticas”24.
De esta manera, al final de la Segunda Regla y pensando en la manera como en su
época los filósofos se aplicaban al conocimiento, expresa:
Y, sin embargo, no por eso debe sorprender que muchos espíritus
espontáneamente se dediquen más bien a otras artes o a la filosofía, pues
esto sucede porque cada uno se toma más confiadamente la libertad de
adivinar en un asunto oscuro que en uno evidente, y porque es mucho más
fácil hacer alguna conjetura sobre cualquier cuestión que llegar en una sola,
aun cuando sea fácil, a la verdad misma. Mas de todo esto se ha de concluir
no ciertamente que se han de aprender sólo la Aritmética y la Geometría, sino
únicamente que aquellos que buscan el recto camino de la verdad no deben
ocuparse de ningún objeto del que no puedan tener una certeza igual a la de
las demostraciones aritméticas y geométricas25.
Sin embargo, es importante considerar que para Descartes las matemáticas –el conjunto
de la aritmética y la geometría- no son las corrientes que usualmente conocemos. Es
bueno recordar que para los modernos –entre ellos Descartes, Kepler y Galilei- el
pensamiento matemático va más allá de los simples números y las figuras, es decir, que
las matemáticas no se agotan en la enumeración, las operaciones y las figuras
geométricas. Es una idea que el mismo Platón ya había desarrollado. Se trata de la
capacidad del entendimiento humano para independizar el conocimiento de las cosas
sensibles o de la experiencia; en otras palabras, la aplicación de métodos estrictamente
racionales que nos llevan, necesariamente, al conocimiento verdadero, sin tener que
24
25
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.15.
DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.75-76.
recurrir a las verificaciones empíricas. Descartes a ese modo superior de conocimiento
verdadero, que existe independientemente de la experiencia, de las cosas del mundo, lo
denomina Mathesis Universalis. En la Cuarta Regla lo dice así:
Y aunque debo hablar aquí muchas veces de figuras y números, puesto que
de ninguna otra disciplina pueden tomarse ejemplos tan evidentes y ciertos,
sin embargo, quienquiera que reflexione atentamente sobre mi idea
fácilmente se dará cuenta de que en absoluto pienso aquí en la Matemática
corriente, sino que expongo cierta disciplina distinta, de la cual aquéllas son
más bien envoltura que partes. Pues ésta debe contener los primeros
rudimentos de la razón humana y desplegarse para hacer salir de sí verdades
respecto de cualquier asunto, y, para hablar con franqueza, estoy convencido
de que es preferible a todo otro conocimiento que nos hayan transmitido los
hombres en cuanto es la fuente de todos los otros26.
Es decir, que la matemática común –Mathematica vulgaris- no alude expresamente a la
Mathesis Universalis. Kepler también lo había entendido de este modo. No hay duda de
que cuando piensa en el Dios que geometriza se refiere a la matemática como ciencia del
primer principio que rige el verdadero conocimiento de la estructura del mundo, no a la
matemática como simple ciencia de los números y las figuras geométricas, o como mero
lenguaje de expresión de la física. Este concepto de matemática es más sofisticado y no
se encuentra lejos de la idea cartesiana de la Mathesis Universalis: esa “disciplina
distinta” que no debemos confundir con la matemática corriente.
Ahora bien, podemos entender la matemática corriente de dos maneras: 1) en la forma en
que los matemáticos la practican y los filósofos la desechan y 2) como una ciencia de la
cual podemos dudar, a pesar de ser una ciencia privilegiada.
En primer lugar, a pesar de que la matemática es una ciencia cuyos objetos simples son
ciertos, indudables, claros y distintos, de los cuales podemos deducir verdades complejas
que poseen estas mismas características, no podemos afirmar que su práctica conlleve
dichos rasgos.
Los matemáticos, en su ejercicio, no necesariamente los mantienen.
Descartes lo expone así:
Cuando por primera vez me dediqué a las disciplinas Matemáticas, de
inmediato leí por completo la mayor parte de lo que suelen enseñar sus
26
Ibid, p.87.
autores, y cultivé preferentemente la Aritmética y la Geometría, porque se las
tenía por las más simples y como un camino para las demás. Pero por
entonces, ni en una ni en otra, caían en mis manos ni por casualidad autores
que me satisficieran plenamente: pues ciertamente leía en ellas muchas
veces cosas acerca de los números que yo comprobaba, habiendo hecho
cálculos, ser verdaderas; y respecto a las figuras, presentaban en cierto modo
ante los mismos ojos muchas verdades que concluían a partir de
determinadas consecuencias; pero por qué esto era así, y cómo eran
halladas, no parecían mostrarlo suficientemente a la mente; por lo que no me
extrañaba que la mayor parte incluso de los hombres de talento y eruditos o
en seguida desdeñasen, una vez tratadas por encima, estas disciplinas, como
pueriles y vanas, o por el contrario se apartasen atemorizados en el comienzo
mismo de aprenderlas, por muy difíciles y embrolladas. Pues, en verdad,
nada es más vano que ocuparse de simples números y de figuras
imaginarias, de tal modo que parezca que queremos contentarnos con el
conocimiento de tales bagatelas, y que dedicarse a estas demostraciones
superficiales, que se encuentran más veces por casualidad que por arte y que
incumben más a los ojos y a la imaginación que al entendimiento, a tal punto
que nos desacostumbramos en cierto modo a usar de la razón misma; y al
mismo tiempo nada es más complicado que resolver, con tal modo de
proceder, las nuevas dificultades encubiertas en números confusos27.
Y, en segundo lugar, el hecho de que las verdades simples o complejas de las
matemáticas aunque presenten las características mencionadas anteriormente, no
significa que no podamos dudar de ellas. En Les principes Descartes señala: “También
dudaremos de todas las otras cosas que nos han parecido muy ciertas en otro momento,
incluso de las demostraciones de la matemática y de sus principios, aun cuando sean
bastante manifiestos por sí mismos, dado que hay hombres que, razonando sobre tales
materias, se han equivocado”28.
En última instancia, la práctica de la matemática
corriente tradicional –Mathematica vulgaris- no nos garantiza, necesariamente, un camino
seguro hacia el conocimiento verdadero; no es, pues, desde este punto de vista, un
camino o un paradigma para las demás ciencias.
27
Ibid, p.87-88.
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.24.
Las cursivas en el original sirven como referencia del traductor para hacer el siguiente comentario:
“La expresión “assez manifestes” referida a los principios de la matemática sustituye a la expresión
canónica “quae haectenus putavimus esse per se nota” (...que hasta ahora hemos juzgado que son
evidentes por sí) (A-T, 6, 11).” Véase la nota de pie de página número 5, en: DESCARTES, Reglas
para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.24.
En la versión francesa: “Nous douterons aussi de toutes les autres choses qui nous ont semblé
autrefois très certaines, même des démonstrations de mathématique et de ses principes, encore
que d’eux-mêmes ils soient assez manifestes, à cause qu’il y a des hommes qui se sont mépris en
raisonnant sur de telles matières…”. (DESCARTES, Les principes de la philosophie, Op. Cit., p.65).
En el texto en francés las cursivas son nuestras.
28
En conclusión, podríamos indicar la propuesta central de las Regulae: una ciencia
universal o Mathesis Universalis que se ocupa de “los primeros rudimentos de la razón
humana”, o sea, de los primeros principios del conocimiento humano, por supuesto,
indudables, ciertos, claros y distintos, de los cuales podemos deducir verdades que
mantienen, necesariamente, las características de indubitabilidad, certeza, claridad y
distinción.
En otras palabras, en las Regulae Descartes se refiere a los primeros
principios del conocimiento, fuentes de todo conocimiento verdadero, que pertenecen
exclusivamente a la ciencia universal, o de manera más concreta, a una Mathesis
Universalis.
Por ello, ya habíamos afirmado que el proyecto filosófico de Descartes obedecía a la idea
de fundamentar el conocimiento humano desde primeros principios. Lógicamente no lo
hace de la misma manera en las Regulae y el Discours, donde se propone la búsqueda
de los “rudimentos de la razón” en la ciencia universal o Mathesis Universalis, a diferencia
de Les principes donde dichos principios son estrictamente metafísicos.
1.1.2. La necesidad del método
REGLA IV: El método es necesario para la investigación de
la verdad de las cosas29.
Para obtener la ciencia universal o la Mathesis Universalis, luego de haber preparado el
camino mediante el adiestramiento del ingenium por las ciencias matemáticas, debemos
acudir, necesariamente, según Descartes, al método científico. Es importante tener en
cuenta que cuando tanto en la Regulae como en el Discours se habla de método, no
hablamos de cualquier método, sino, necesariamente, de uno que guía hacia la mejor
forma de conocimiento. Por supuesto, que esta forma superior de conocimiento es la
ciencia, pero tampoco cualquier ciencia, sino la ciencia universal o general. Así que no
debemos temer a afirmar que el método al que se hace alusión en los textos citados es el
método científico cartesiano.
29
DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.82.
Ahora bien, debemos considerar inicialmente qué entiende Descartes por el método. En
las Regulae leemos: “Así pues, entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las
cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y no
empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentado siempre
gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es
capaz”30. La exposición de esas reglas y sus aplicaciones como medio para obtener el
conocimiento verdadero, aparecen explicadas extensamente en las Regulae y
básicamente son las mismas que Descartes enumera en la Segunda Parte del Discours:
El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la
había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía
evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis
juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que
no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en
tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más
fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los
objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a
poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo
inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a
los otros.
Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos
y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada31.
Su relación con las Regulae nos permite una visualización más amplia del alcance del
método científico cartesiano, si tenemos en cuenta, lógicamente, que éstas fueron
escritas mucho antes que el Discours. En este sentido, seguimos estableciendo lazos
importantes entre una obra y otra, y en términos filosóficos es de primordial importancia
mostrar la vecindad o complementariedad de ellas, en cuanto a las consideraciones
metodológicas y, consecuentemente, en cuanto a la idea de la unificación de la ciencia,
más el propósito de ordenar los procesos para un uso correcto del ingenium y, por ende,
acceder a los niveles superiores del conocimiento o, lo que es lo mismo, a la Mathesis
Universalis.
Así, en la Primera Parte del Discours Descartes escribe: “No dudo en afirmar que creo
haber tenido una gran suerte, pues desde mi juventud estuve en contacto con ciertas
30
31
Ibid, p.84.
DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.15-16.
orientaciones que suscitaron en mí consideraciones y máximas a partir de las cuales he
llegado a formar un método por medio del cual me parece que es posible acrecentar
gradualmente mis conocimientos y situarlos poco a poco en el grado más alto que sea
alcanzable...”32 Sin lugar a dudas es una referencia directa a las Regulae, razón por la
cual establecemos las siguientes relaciones:
a) El primer precepto del Discours considera que sólo podemos admitir como verdadero
todo aquello que se presente a mi ingenium de una manera evidente, clara y distinta,
razón por la cual no se puede poner en duda el conocimiento adquirido. Este precepto
está directamente relacionado con las Reglas II y III. Recordemos qué dicen cada
una: “REGLA II: Conviene ocuparse tan sólo de aquellos objetos, sobre los que
nuestros espíritus parezcan ser suficientes para obtener un conocimiento cierto e
indudable”. ”REGLA III: Acerca de los objetos propuestos se ha de buscar no lo que
otros hayan pensado o lo que nosotros mismos conjeturemos, sino lo que podamos
intuir clara y evidentemente o deducir con certeza; pues la ciencia no se adquiere de
otra manera”33. Ahora, las principales características de este primer precepto son las
siguientes: nuestro ingenium sólo debe aceptar como verdadero aquello que por
intuición se le presente de una forma evidente, clara y distinta, de modo que no
podamos dudar del conocimiento obtenido (el precepto gira en torno a los conceptos
de intuición, evidencia, claridad, distinción e indubitabilidad).
b) El segundo precepto afirma que debemos dividir la dificultades encontradas en tantas
partes sea necesario para resolverlas más fácilmente.
Así que sólo se trata de
división de dificultades, sin ir más allá, y se presenta como un paso previo al tercero,
en el cual se toma como punto de partida, precisamente, cada una de las partes
resultado de tal proceso, para deducir verdades complejas, tal y como se plantea en el
mismo precepto.
Es importante considerar que en términos de correspondencia,
estrictamente hablando, con alguna de las reglas de las Regulae, no existe una
32
Ibid, p.4.
Las cursivas son nuestras.

La referencia bibliográfica de esta cita y su respectiva versión latina la podemos ver en la página
247 de este trabajo.
Las cursivas son nuestras.
33 DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.76.
Las cursivas son nuestras.
relación directa, salvo con la Regla V que citaremos en el siguiente numeral, y que,
por obvias razones, si este precepto es el punto de partida del siguiente habría que
decir, entonces, que esta regla lo contiene.
c) El tercer precepto afirma que debemos deducir de los objetos más simples el
conocimiento de objetos complejos. Ahora bien, si debemos partir de los elementos
simples para, por deducción, hallar verdades complejas, estos elementos simples
podrían presentársenos de dos formas: 1) como elementos que se presentan
directamente al ingenium por intuición de una manera evidente, clara y distinta, y de
cuya verdad no podemos dudar y 2) como componentes de verdades complejas que
necesitan ser develadas y que se presentan al ingenium no por intuición, sino de
forma confusa, lo que hace necesario dividirlas en partes simples, como se mencionó
en el precepto anterior. En la Regla V esto se afirma de la siguiente manera: “REGLA
V: Todo el método consiste en el orden y la disposición de aquellas cosas a las que se
ha de dirigir la mirada de la mente a fin de que descubramos alguna verdad. Y la
observaremos exactamente si reducimos gradualmente las proposiciones complicadas
y oscuras a otras más simples, y si después intentamos ascender por los mismos
grados desde la intuición de las más simples hasta el conocimiento de todas las
demás”34.
d) Y finalmente, en el cuarto precepto se menciona que debemos realizar revisiones y
enumeraciones completas de las verdades obtenidas para asegurarnos que no se
omita absolutamente nada. Este precepto corresponde a la regla VII: “REGLA VII:
Para completar la ciencia es preciso recorrer en un movimiento continuo e
ininterrumpido del pensamiento todas y cada una de las cosas que conciernen a
nuestro propósito, y abarcarlas en una enumeración suficiente y ordenada”35.
Ahora bien, lo que dejan en claro estos preceptos, es que en ese orden presentado,
existen dos operaciones del entendimiento que son los puntos centrales alrededor de los
34
Ibid, p.93.
Las cursivas son nuestras.
35 Ibid, p.107.
Para tener una idea más completa de la vinculación de los textos mencionados véase el final de la
segunda parte donde Descartes hace consideraciones importantes, a propósito del método y la
importancia de las matemáticas (DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y
geometría, Op. Cit., p.16-18).
cuales gira el método científico o, lo que es lo mismo, las operaciones que nos sirven para
aprender ciencia. Ellos son: la intuición y la deducción. Por intuición Descartes entiende:
“... no el testimonio fluctuante de los sentidos o el juicio falaz de una imaginación que
compone mal, sino la concepción de una mente pura y atenta tan fácil y distinta, que en
absoluto quede duda alguna sobre aquello que entendemos; o, lo que es lo mismo, la
concepción no dudosa de una mente pura y atenta, que nace de la sola luz de la razón y
que por ser más simple es más cierta que la misma deducción...”36 Y por deducción “...
entendemos todo aquello que se sigue necesariamente de otras cosas conocidas con
certeza.
Pero hubo de hacerse así porque muchas cosas se conocen con certeza,
aunque ellas mismas no sean evidentes, tan sólo con que sean deducidas a partir de
principios verdaderos conocidos mediante un movimiento continuo e ininterrumpido del
pensamiento que intuye con transparencia cada cosa particular...”37
La intuición como la deducción son, pues, operaciones del entendimiento. Esto quiere
decir que son herramientas de la “luz de la razón”, o sea, que son puras o independientes
de la experiencia. En otras palabras, son todo lo contrario al “testimonio fluctuante” de los
sentidos.
Lo que significa que por los sentidos no obtenemos ningún tipo de
conocimiento, sino una cantidad de percepciones que se caracterizan por su oscuridad y
confusión.
Tanto la intuición como la deducción permiten un conocimiento puro,
estrictamente racional e independiente de la sensibilidad, mediante conocimientos
evidentes, claros, distintos e indudables. El “conocimiento” por los sentidos sería todo lo
contrario: confuso, oscuro y dudoso. En líneas anteriores citábamos dos afirmaciones de
Descartes –una de Les principes y la otra de las Meditationes- en la cual nos invitaba a
desconfiar de los sentidos como malos instrumentos de conocimiento, usando la
expresión platónica: no debemos confiar en quienes nos engañan.
Así pues, para efectos de tener una cabal comprensión de la filosofía de la naturaleza de
Descartes, es importantísimo tener en cuenta este previo: no hay conocimiento verdadero
por los sentidos. Toda la física cartesiana aunque trata de objetos materiales o cosas, se
enmarca necesariamente en un sistema deductivo desde primeros principios, y todos sus
componentes obedecen a leyes estrictas, dadas desde esos principios y afianzándose en
principios físicos de la naturaleza –que realmente serían principios secundarios en ese
36
37
Ibid, p.79.
Ibid, p.80.
gran sistema de conocimiento-. Así, pues, la ciencia cartesiana –y vale para el caso
específico de la física- sólo es comprensible estableciendo una ruptura drástica con el
“conocimiento” por la experiencia, porque, en términos cartesianos, tal “conocimiento” no
existe.
El conocimiento verdadero es, necesariamente, racional, es decir, está en el
ingenium, y es producto, como se dijo, de la correcta utilización del método y del preciso
uso las dos mencionadas operaciones del pensamiento: la intuición y la deducción.
Lógicamente, las investigaciones de la naturaleza tienen que estar supeditadas a las
mencionadas condiciones metodológicas que hagan posible encontrar el conocimiento
verdadero. Los programas de indagación que se ocupan del mundo físico, deben partir,
pues, del supuesto de que las ciencias de la naturaleza, en primer lugar, son dudosas e
inciertas y, en segundo lugar, que pocas cosas que se encuentran en la naturaleza
pueden ser percibidas mediante intuiciones evidentes, claras, distintas e indudables y, por
lo tanto, hay que identificarlas. Veamos:
a. Las ciencias naturales son dudosas e inciertas.
En la Primera Meditación de las
Meditationes Descartes escribe:
Por lo cual, acaso no sería mala conclusión si dijésemos que la física, la
astronomía, la medicina y todas las demás ciencias que dependen de la
consideración de cosas compuestas, son muy dudosas e inciertas; pero que
la aritmética, la geometría y demás ciencias de este género, que no tratan
sino de cosas muy simples y generales, sin ocuparse mucho de si tales cosas
existen o no en la naturaleza contienen algo cierto e indudable. Pues,
duerma yo o esté despierto, dos más tres serán siempre cinco, y el cuadrado
no tendrá más de cuatro lados; no pareciendo posible que verdades tan
patentes puedan ser sospechosas de falsedad o incertidumbre alguna38.
Pero, ¿Qué proporciona esa incertidumbre o la pretendida falsedad del conocimiento
del mundo natural, que no tienen las matemáticas en general? El conocimiento por
los sentidos.
De allí la necesidad de una fundamentación de este tipo de
conocimientos desde principios matemáticos o metafísicos, de dos modos: 1) en la
medida en que las ciencias naturales se acomoden al razonamiento matemático, y 2)
como conocimiento fundamentado en principios metafísicos ciertos e indudables: Dios
y el sujeto pensante. Matemáticos, si nos atenemos a las Regulae y al Discours; y
metafísicos, a Les principes.
38
DESCARTES, Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas, Op. Cit., p.19.
b. Pocas cosas del mundo natural pueden ser percibidas mediante intuiciones evidentes,
claras, distintas e indudables.
En la tercera meditación de las Meditationes
encontramos:
Y, tocante a las ideas de las cosas corpóreas, nada me parece hacer en ellas
tan excelente que no pueda proceder de mí mismo; pues si las considero más
a fondo y las examino como ayer hice con la idea de la cera, advierto en ellas
muy pocas cosas que yo conciba clara y distintamente; a saber: la magnitud,
o sea, la extensión en longitud, anchura y profundidad; la figura, formada por
los límites de esa extensión; la situación que mantienen entre sí los cuerpos
diversamente delimitados; el movimiento, o sea, el cambio de tal situación;
puede añadirse la substancia, la duración y el número39.
En cuestiones físicas sólo la extensión, anchura, profundidad, la figura o los límites de
la extensión, el lugar, el movimiento, la substancia, la duración y el número, son las
pocas cosas del mundo material que podemos percibir clara y distintamente. Pero,
¿Estas intuiciones claras y distintas las percibo por los sentidos? Por supuesto que
no. Toda percepción por los sentidos está viciada de hecho. Son percepciones que
pueden hacerse, únicamente, por el ingenium.
En fin, el método nos lleva, pues, hacia la idea de que las tareas del pensar tienen que
estar supeditadas al orden: se trata de guiar el entendimiento mediante el método
científico, que está constituido por un conjunto de reglas, cuyo producto es poder
asegurar el conocimiento verdadero. Dicho conocimiento verdadero está en el ingenium
en donde la ciencia natural está sujeta a la investigación pura, y de ninguna manera a la
indagación empírica.
1.2.
EL PROYECTO METAFÍSICO DE DESCARTES
Tras la exposición del proyecto matemático para el conocimiento, Descartes emprende, lo
que podríamos denominar un proyecto metafísico para el conocimiento humano. Es decir,
asumir que la metafísica es la ciencia primera que fundamenta no sólo el conocimiento en
39
Ibid, p.37.
general, sino también aquella que presenta los principios que se convierten en la
condición de posibilidad de la existencia de las cosas del mundo. En este sentido hay que
considerar que Descartes aun sigue manejando formalmente, como se ha dicho, la
definición aristotélica de la filosofía como totalidad del conocimiento humano; como es
evidente en la Carta-Prefacio de Les principes de la philosophie, donde encontramos
aquella idea que citamos al comienzo de este trabajo en la cual la filosofía es comparada
con un gran árbol cuya raíz es la metafísica, la física el tronco y las ramas las demás
ciencias. Esto nos lleva, necesariamente, a una cierta concepción de la filosofía que no
es común en la primera mitad del siglo XVII. Lo que se impone en este período son las
clásicas concepciones aristotélicas de la Escuela, pero coexisten con novedosas ideas
que intentaban hacerse un lugar en la tradición intelectual europea en este siglo.
En cuanto a lo que pensaban los escolásticos sobre qué es la filosofía, sabemos
históricamente que esta concepción no se encontraba muy lejos de las argumentaciones
de Aristóteles, al menos de su Metafísica. Por otro lado, si consideramos la manera en
que Kepler y Galilei conciben la filosofía, sabemos que su idea general y sus aplicaciones
metodológicas se alejaban bastante de la tradición de la Escuela, pues sus trabajos se
circunscribían, como hemos afirmado, sólo a cierta parte de la gran filosofía neoaristotélica.
En el caso de Kepler el desciframiento de la estructura del mundo, en primer lugar,
mediante la búsqueda de la regularidad, orden y armonía numérica, mediante la idea del
Dios geómetra de Platón y, en segundo lugar, el examen de los movimientos planetarios y
su proporcionalidad numérica, partiendo de las rigurosas observaciones astronómicas
llevadas a cabo por Brahe, durante años, del planeta Marte.
Sin lugar a dudas, en esta primera mitad del siglo XVII, nadie estaba más alejado de la
filosofía de la Escuela que Galilei, pues sus trabajos se centraban en la analítica de
problemas particulares que obedecían más a las prioridades de su pensamiento en
determinadas épocas de su producción intelectual, que a un proyecto filosófico ordenado
desde principios metafísicos, a la manera de la Escuela, como se vería más tarde en el
proyecto cartesiano (aunque no del mismo modo que aquella). No sin razón éste es el
principal punto de la crítica cartesiana al trabajo de Galilei: su falta de utilización del
recurso metafísico. Etienne Gilson lo señala de este modo:
... quant à la Physico-mathématique de Galilée, dont le succès était alors si
vif, on a vu que l’absence de systématisation était précisément ce que
Descartes lui reprochait. Si c’était un calcul de sa part, c’était un bien mauvais
calcul, et tous ceux qui représenteront au XVII siècle la vraie tradition de la
physique mathématique et expérimentale s’accorderont pour le lui reprocher.
En outre, il est extrêmement remarquable que les thèses physiques déduites
par Descartes de sa métaphysique ne soient pas toujours des vérités, mais
parfois des erreurs graves, dont le caractère erroné porte la marque des
thèses métaphysiques auxquelles Descartes les relie. Il reproche à Galilée de
se tromper sur les lois de la chute des corps parce qu’il n’a pas “les vrais
principes de la physique”, et c’est précisément lui qui se trompe pour avoir
inconsidérément usé de l’immutabilité divine dans une question d’expérience
où elle n’a que faire40.
Así, para acercarnos al concepto de filosofía de Descartes, debemos tener en cuenta, de
hecho, que fue el primero que se dio cuenta de la necesidad de una nueva filosofía, tras
las largas discusiones sobre la estructura del mundo que se desencadenaron en Europa
luego de la publicación del De revolutionibus de Copérnico en 1543.
Entre otras,
podríamos señalar:
1) Las especulaciones de Giordano Bruno sobre la infinitud del universo.
2) La cosmología y las observaciones astronómicas de Tycho Brahe.
3) La noción del Dios geómetra y las tres leyes del movimiento planetario de Kepler.
4) Las observaciones astronómicas de Galilei en los primeros años del XVII, sus
disputas metodológicas con los jesuitas hacia 1623, la defensa del mundo
copernicano en el Diálogo de 1632 y la extraordinaria formulación de la ley de la
caída de los cuerpos en las Consideraciones y demostraciones matemáticas de
1638.
40
GILSON, Étienne. Études sur le rôle de la pensée médiévale dans la formation du système
cartésien. Paris: Libraire philosophique J. Vrin, 1967. p.179.
En español: “… en cuanto a la Física-matemática de Galileo, cuyo éxito era tan evidente, se ha
visto que Descartes le discutía, precisamente, la ausencia de sistematización. Si se hace una
revisión de ello, esta apreciaciación fue incorrecta, y todos aquellos que representaron en el siglo
XVII la vieja tradición de la física matemática experimental se pusieron de acuerdo para
reprochárselo. De este modo, resulta sumamente interesante que las tesis físicas deducidas por
Descartes de su metafísica, no son siempre verdaderas, sino, a veces, equivocaciones graves,
cuyo carácter erróneo es evidente cuando Descartes las infiere de las tesis metafísicas. Él le
critica a Galileo su desacierto acerca de las leyes de la caída de los cuerpos, porque no tiene en
cuenta “los verdaderos principios de la física”, sin embargo, Descartes yerra por haber empleado
excesivamente la inmutabilidad divina en un asunto empírico en el cual no tiene cabida alguna.”
La traducción es nuestra.
Para Descartes la nueva filosofía, pues, debía comprender todos estos novedosos
hallazgos teóricos y científicos, y no sólo eso, sino también, revisarlos, ordenarlos y
fundamentarlos en un nuevo sistema filosófico cuya parte principal, necesariamente, tenía
que ser la metafísica.
De este modo, para utilizar la figura de W. Jaeger en su Semblanza de Aristóteles, de la
misma manera que todos los elementos y aspectos del conjunto de las ciencias
convergen en esa metafísica –cartesiana-, a su vez, ésta se expande a todas ellas. Sin
embargo, como se ha repetido, la metafísica es la ciencia primera, por lo tanto, las
ciencias deben someterse a los sistemas deductivos impuestos por y desde ella. De ahí
que en un trabajo que intente revalorar la filosofía de la naturaleza de Descartes, no se
pueda hacer aisladamente, sino que hay que enmarcarlo en su sistema de pensamiento,
esto es, en su cabal comprensión de lo que es la filosofía, pero sobre todo, en lo que ella
significa en sus textos de madurez, que son, ante todo, científicos.
Es en este punto donde adquiere importancia su filosofía de la naturaleza: no tiene
sentido abordar la física, si no la articulamos en su sistema filosófico. La física, por lo
tanto, no es entendible sin la metafísica y la metafísica sin las especulaciones científicas.
Hay que entender la filosofía cartesiana, en general, como un todo. Este es el concepto
básico en el que nos venimos apoyando en este trabajo, aunque para algunos teóricos de
la obra cartesiana la relación entre la metafísica y la física es inexistente. Sobre ello el
profesor Iván Darío Arango escribe: “Para algunos intérpretes es clara la relación que se
presenta entre el método y la física pero no la que se presenta entre la física y la
metafísica.
Tanto L. Liard como E. Cassirer consideran que la metafísica es
sobreabundante; ambos insisten en afirmar que la ciencia es el resultado del método y no
de la metafísica”41. Sobre este asunto la posición de Koyré es clara: “Una ciencia de tipo
cartesiano, que postula el valor real del matematismo y que construye una física
geométrica, no puede quedarse sin una metafísica e incluso no puede comenzar sino con
ella”42.
ARANGO, Iván Darío. “Descartes según el orden de los problemas”. En: El enigma del espíritu
moderno, Op. Cit., p.212.
Las cursivas son nuestras.
42 KOYRÉ, Alexandre. Entretiens sur Descartes. Citado por ARANGO, Iván Darío. “Descartes
según el orden de los problemas”. En: El enigma del espíritu moderno, Op. Cit., p.212.
Las cursivas son nuestras.
41
Entonces, ¿Qué es la filosofía para Descartes? Dentro de la producción cartesiana la
exposición más precisa sobre el tema la encontramos en la Carta-Prefacio que él escribió
al traductor, del latín al francés, de Les principes de la philosophie. Consideramos que
esta Carta-Prefacio es uno de los textos de mayor importancia filosófica y epistemológica
de la obra cartesiana debido a que allí encontramos posiciones muy claras con respecto a
lo que entiende por filosofía, metafísica y su relación con las ciencias físicas o de la
naturaleza. Ninguna otra obra suya es tan precisa en tal conceptualización, además de
que, como hemos afirmado, aparece en un texto de madurez filosófica e intelectual.
Por ello, debemos recurrir a Les principes para mirar de cerca, finalmente, qué entiende
por filosofía. Descartes escribe:
Hubiera explicado, en primer lugar, lo que es la Filosofía, iniciando la
exposición por los temas más difundidos; este es el caso de lo que significa la
palabra Filosofía: el estudio de la Sabiduría; que por Sabiduría no sólo hemos
de entender la prudencia en el obrar, sino un perfecto conocimiento de cuanto
el hombre puede conocer, bien en relación con la conducta que debe adoptar
en la vida, bien en relación con la conservación de la salud o con la invención
de todas las artes; que para que este conocimiento sea tal, es necesario que
sea deducido de las primeras causas, de suerte que, para intentar adquirirlo,
a lo cual se denomina filosofar, es preciso comenzar por la investigación de
las primeras causas, es decir, de los Principios...43
La filosofía es, pues, aquello que nos sirve para obtener conocimiento desde primeras
causas o primeros principios, mediante la aplicación sistemática de la deducción, en
donde los principios se convierten en la razón de ser de la reflexión filosófica o, lo que es
lo mismo, en la condición de posibilidad de la estructura del conocimiento, sin los cuales
no es posible el conocimiento del mundo físico.
Ahora bien, ¿Qué entiende Descartes por primeros principios? Tanto en Descartes como
en Aristóteles estos primeros principios tienen las mismas características: son aquellos

Véase el texto completo en DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.7-19.
Por obvias razones esta Carta-Prefacio, que fue escrita originalmente en francés, no aparece en la
primera edición latina –que fue en la lengua en la cual fueron escritos Los principios de la filosofía-,
sino que fue introducida a la traducción del francés al latín en la segunda edición latina de 1650.
Sobre la traducción francesa de Los Principios Descartes escribe: “Vuestra traducción de mis
Principios es tan clara y perfecta, que espero que sean leídos por más personas en francés que en
latín y que sean mejor comprendidos.” (DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.7).
43 DESCARTES, Los principios de la filosofía., Op. Cit., p.7-8.
que no proceden de otros principios y de los cuales vienen todos los demás y, en general,
todo el conocimiento humano. En la Carta-Prefacio de Les principes leemos:
...estos Principios deben satisfacer dos condiciones: de acuerdo con la
primera han de ser tan claros y tan evidentes que el espíritu humano no
pueda dudar de su verdad cuando atentamente se dedica a examinarlos; de
acuerdo con la segunda, el conocimiento de todas las otras cosas ha de
depender de estos principios, de modo que pudieran ser conocidos sin que
las otras cosas nos fueran conocidas, pero no a la inversa, esto es, éstas sin
aquéllos; además, es preciso intentar deducir de tal forma de estos principios
el conocimiento de las cosas que dependen de ellos, que nada haya en toda
la serie de deducciones efectuadas que no sea muy manifiesto44.
Los principios, en primer lugar, que tienen que presentarse al ingenium por intuición, tan
claros y distintos, de cuya verdad no puedo dudar, nos remiten al Primer Precepto del
Discours y a las Reglas II y III de las Regulae. En estos dos textos toda percepción por
intuición es lo que únicamente el entendimiento puede considerar como verdadero. Por
supuesto, que dicha caracterización Descartes la aplica o la transfiere en Les principes de
la philosophie a los primeros principios. Éstos tienen que ser concebidos mediante la
intuición, por lo cual, son evidentes, claros, distintos e indudables, esto es,
necesariamente verdaderos.
Y, en segundo lugar, debemos atenernos a la idea
aristotélica de lo que significan los primeros principios: el conocimiento de las cosas
depende de ellos, pero el conocimiento de ellos no depende absolutamente de nada,
además de que ese conocimiento de las cosas –que proviene de los primeros principiostiene que ser producto de procedimientos deductivos, por lo que es también,

Sobre este asunto Desmond Clarke plantea que la palabra principio o principia tiene en Descartes
un sentido ambiguo. Esta idea se apoya en algunos textos cartesianos donde el mismo Descartes
afirma su multiplicidad de sentidos. Los textos se encuentran en una carta a Clerselier de 1646:
“Tan sólo añadiré que la palabra “principia” puede entenderse de muy diversas formas. Una cosa
es buscar una noción común tan clara y general que pueda servir como principio para probar la
existencia de todos los seres, los Entia, que descubramos más tarde; y otra, buscar un ser cuya
existencia es conocida por nosotros mejor que ninguna otra cosa, de modo que pueda servir como
principio para descubrir el resto (IV, 444; en cursiva en el original).” Y en la misma escribe: “En el
primer sentido, puede decirse que “no es posible que algo sea y no sea al mismo tiempo” es un
principio… En el segundo sentido, el primer principio es que nuestra alma existe, ya que no hay
nada cuya existencia sea mejor conocida para nosotros.” (Ambos textos citados por CLARKE,
Desmond. La filosofía de la ciencia de Descartes. Madrid: Alianza, 1986. p.92). Así pues, para lo
que interesa a este trabajo asumimos el segundo sentido teniendo en cuenta su relación con la
física, que es el que Descartes asume en Les principes.
44 Ibid, p.8.

Cfr. Primer Precepto (DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op.
Cit., p.15-16. También la Regla II (DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit.,
p.63, y la Regla III (DESCARTES, Reglas para la dirección del espíritu, Op. Cit., p.69.
necesariamente, verdadero. Lo que quiere decir que si la física es deducida de primeros
principios metafísicos, tiene que ser, necesariamente, verdadera. Esto, en consecuencia,
es contrario a las interpretaciones y a la opinión extendida de que en Descartes toda la
parte de su filosofía que se refiere al conocimiento del mundo natural es secundaria y
falaz, cuando es caracterizado como un pensador moderno neoplatónico cuyo
pensamiento apuesta por el matematismo y el racionalismo a ultranza.
Ahora bien, aunque hemos señalado que los primeros principios son verdaderos, no
proceden de otros y el entendimiento los puede percibir por intuición, es posible demostrar
de qué manera ellos son absolutamente primeros. Tanto en el Discours como en Les
principes encontramos razonamientos análogos que nos presentan dichos principios del
conocimiento humano recurriendo a una metodología que podríamos denominar
“racionalista”, en otras palabras, se trata de buscar o demostrar la existencia de esos
principios mediante un procedimiento estrictamente racional. De hecho para Descartes la
demostración de la existencia de los primeros principios es muy parecida a las
demostraciones geométricas, en donde no hay ningún recurso a las experimentales o
empíricas. Esto nos lo hace saber en el Discours. En la Cuarta Parte afirma:
Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces
era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal
razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo.
Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto,
encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma
que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean
iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del
centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos
tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier
demostración geométrica45.
Y más adelante en la quinta parte dice: “Siempre he permanecido firme en la decisión que
había tomado de no suponer ningún otro principio que aquél del que me he servido para
demostrar la existencia de Dios y del alma, así como en la de no aceptar como verdadero
nada que no me pareciera más claro y más cierto de lo que me habían parecido las
demostraciones de los geómetras”46.
45
46
DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.28.
Ibid, p.31
Así pues, ¿Cómo demostrar la existencia de esos primeros principios, esto es, de Dios y
del sujeto pensante? En la Cuarta Parte del Discours leemos: “Pero puesto que deseaba
entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese
todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que
pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no
quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable”47.
Es decir, que la
búsqueda de los primeros principios debemos emprenderla por cierto camino, o más bien,
aplicando un método que en nada se parece al método científico que hemos mencionado
a partir de las Regulae y el Discours. Ahora bien, ¿Qué sendero seguir para buscar esos
primeros principios? ¿De qué manera podemos demostrar que son absolutamente
primeros y que no dependen de nada, ni de una cosa ni de otros principios?
Es bien conocido el procedimiento por el cual Descartes demuestra la existencia de esos
primeros principios, pues es la parte de la filosofía cartesiana más conocida y más
trabajada en los círculos académicos desde las Meditationes.
Este texto se ocupa
extensamente de tal cuestión. Sin embargo, no es nuestro interés profundizar en dicho
procedimiento que la metafísica tradicional ha denominado la “duda metódica”, es decir,
toda aquella reflexión que nos demuestra la existencia del sujeto pensante y de Dios
como primeros principios.
Sin embargo, recordemos que las demostraciones de tal existencia tienen como punto de
partida dudar de la existencia de todo. En Les principes, la Primera Parte, que se ocupa
de los principios del conocimiento humano, comienza precisamente con la idea de aplicar
la duda a las formas de conocimiento en general.
Basta mencionar los primeros
numerales de este texto de madurez:
“1. Para examinar la verdad es preciso, una vez al menos en la vida, poner en duda todas
las cosas y hacerlo en tanto sea posible”48.
47
Ibid, p.24-25.
El título de esa Primera Parte es Sobre los principios del conocimiento humano. Cfr.
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.21.
48 DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.21.

“2. También es útil considerar como falsas todas las cosas acerca de las cuales cabe
dudar”49.
“3. En modo alguno debemos hacer extensiva esta duda al gobierno de nuestras
acciones. Sin embargo, debe destacarse que sólo entiendo que debemos servirnos de
una forma de duda tan generalizada cuando comenzamos a aplicarnos a la contemplación
de la verdad”50.
“4. Por qué se puede dudar de la verdad de las cosas sensibles”51.
“5. Por qué también se puede dudar de la verdad de las demostraciones de la
matemática”52.
“6. Tenemos un libre albedrío que nos permite abstenernos de creer lo que es dudoso y,
de este modo, impide que erremos”53.
Se trata de examinar la verdad, de buscarla, de alcanzar la certeza en el conocimiento.
Para poderlo llevar a cabo es necesario dudar. Así, ésta se convierte en el presupuesto
fundamental para alcanzar el conocimiento verdadero. A ello apuntan los numerales 1, 2,
3 y 6. La indubitabilidad es la condición de la verdad o, si se quiere, del conocimiento
cierto. Nada de lo que podamos dudar puede ser considerado como verdadero: ni las
cosas sensibles, ni las demostraciones matemáticas, dos continentes que abarcan toda
forma de conocimiento, cuya fundamentación se encuentra en las verdades metafísicas o
los primeros principios del conocimiento humano.
De ahí que en un procedimiento
deductivo Descartes nos introduzca de forma inmediata en aquello que podemos conocer
sin lugar a dudas: los primeros principios.
Luego de los numerales citados anteriormente, en el 7 de la Primera Parte de Les
principes afirma:
49
Ibid, p.22.
Ibid, p.22.
51 Ibid, p. 23.
52 Ibid, p.24.
53 Ibid, p.24.
50
7. No podríamos dudar sin existir y éste es el primer conocimiento cierto que
se puede adquirir. En tanto rechazamos de esta forma todo aquello de lo que
podemos dudar e incluso llegamos a fingir que es falso, fácilmente
suponemos que no hay Dios, ni cielo, ni tierra..., y que no tenemos cuerpo;
pero no podríamos suponer de igual forma que no somos mientras estamos
dudando de la verdad de todas estas cosas, pues es tal la repugnancia que
advertimos al concebir que lo que piensa no es verdaderamente al mismo
tiempo que piensa, que, a pesar de las más extravagantes suposiciones, no
podríamos impedirnos creer que esta conclusión, YO PIENSO, LUEGO SOY,
sea verdadera y, en consecuencia, la primera y la más cierta que se presenta
ante quien conduce sus pensamientos por orden54.
En la segunda meditación de las Meditationes Descartes lo expresa de este modo: “De
manera que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso
concluir y dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es
necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu”55. Sin
lugar a dudas podemos afirmar con Descartes que yo pienso, luego soy es el primer
principio del conocimiento humano.
Esto nos marca un camino para abordar el otro primer principio mencionado: Dios. Como
sabemos en términos cronológicos el primer trabajo en el que Descartes abordó tal
cuestión fue en Le monde: Traité de la lumière de 1634, que sin temor a equivocarnos
podríamos llamar su primera obra de filosofía natural. Sin embargo, a pesar de ser una
obra científica, es allí donde aparece mencionado por primera vez este principio
metafísico del conocimiento. Lo que nos lleva a reiterar que en su gran proyecto filosófico
la obra temprana de Descartes se encuentra relacionada con su producción de madurez,
específicamente con el texto que más nos interesa: Les principes de la philosophie.
En Le monde: Traité de la lumière leemos: “Y, en efecto, ¿qué fundamento más firme y
sólido podría encontrarse para establecer una verdad –aunque se escogiera a capricho-
54
Ibid, p.25.
DESCARTES, Meditaciones metafísicas con objeciones y respuestas, Op. Cit., p.24.
Cfr. además, la Cuarta Parte del Discours donde Descartes afirma: “Y dándome cuenta de que esta
verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla
sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.” Las negrillas son
nuestras. (DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.25).

El orden que seguiremos, para abordar el tema de Dios como primer principio, será cronológico,
es decir, inicialmente Le monde: Traité de la lumière, luego el Discours y después las Meditationes
y Les principes. No podemos olvidar que el Traité de la lumière es una obra muy anterior a estos
tres últimos: en su orden 1637, 1641 y 1644.
55
que la misma firmeza e inmutabilidad de Dios?”56 De hecho, la verdad que Descartes
trata de establecer en este texto es la veracidad de las tres leyes de
la naturaleza,
que son por las que se rigen todos los movimientos del universo. Sólo podemos
decir que esas leyes son verdaderas, si se siguen de la afirmación de la existencia y la
inmutabilidad de Dios, es decir, si las deducimos de este principio.
Ahora bien, aunque en dicho texto encontramos una referencia a Dios como principio
metafísico del conocimiento, no es clara su relación con la idea del sujeto que piensa, ni
mucho menos con la manera en que se constituye en un principio. Lógicamente estos
asuntos aparecen expuestos y delimitados en obras posteriores como el Discours, las
Meditationes y Les principes.
Así, en la Cuarta Parte del Discours Descartes nos hace una larga exposición de cómo
podemos llegar a la certeza de que Dios es un principio metafísico:
A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia,
mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era una
perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había
aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con
evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese
más perfecta [Dios]. En relación con los pensamientos que poseía de seres
que existen fuera de mí, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros
mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no
constatando nada de tales pensamientos que me pareciera hacerlos
superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes
de mi naturaleza en tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que
procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mí.
Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que
el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y
puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una
consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existente
en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí
mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido
inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo
que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las
cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra
que fuese Dios57.
56
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.121.
DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.26.
Las barras y las cursivas son nuestras.
57
En la medida en que dudo de la existencia de los seres, las cosas o los objetos del
mundo, de las verdades de la matemática, e incluso, de la misma existencia de Dios, no
puedo dudar de que en el mismo instante en que lo hago, existo. Por supuesto, esos
pensamientos y mi existencia no están puestos en mí al azar, sino, necesariamente, por
un Ser Perfecto.
En otras palabras, la idea de Dios como ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente,
todopoderoso y con todos los atributos de perfección que mi ingenium pueda concebir,
procede de la existencia de Dios como primer principio. De esta manera, en la Tercera
Meditación de las Meditationes afirma:
Así pues, sólo queda la idea de Dios, en la que debe considerarse si hay algo
que no pueda proceder de mí mismo. Por “Dios” entiendo una substancia
infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, que me
ha creado a mí mismo y a todas las demás cosas que existen (si es que
existe alguna). Pues bien, eso que entiendo por Dios es tan grande y
eminente, que cuanto más atentamente lo considero menos convencido estoy
de que una idea así pueda proceder sólo de mí. Y, por consiguiente, hay que
concluir necesariamente, según lo antedicho, que Dios existe. Pues, aunque
yo tenga la idea de substancia en virtud de ser yo una substancia, no podría
tener la idea de una substancia infinita, siendo yo finito, si no la hubiera
puesto en mí una substancia que verdaderamente fuese infinita58.
Esta idea es definitiva en la conformación de la estructura de Les principes. Los principios
del conocimiento humano, el sujeto pensante y Dios, se constituyen en los elementos
fundamentales que sirven para justificar el conocimiento de los fenómenos naturales o, en
otras palabras, para el desarrollo posterior de la física o la filosofía de la naturaleza. Así
pues, no es gratuito que Descartes recurra de nuevo a dichos principios en el mencionado
Les principes, con las características de ser necesariamente primeros, que no proceden
de nada y donde todo el conocimiento proviene de ellos.
1.3.
58
PRINCIPALES RASGOS DE LA FÍSICA DE DESCARTES
DESCARTES, Meditaciones metafísicas, Op. Cit., p.39.
Cfr. los numerales del 10 al 25 de la primera Parte de Les principes de la philosophie de
Descartes (DESCARTES, René, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.27-36).

No acepto principios en Física que no sean aceptados en
Matemáticas con el fin de poder probar mediante
demostración todo lo que de ellos deduciré; estos principios
bastan en tanto que todos los fenómenos de la naturaleza
puedan ser explicados por medio de ellos59.
1.3.1. Tránsito de la metafísica a la física
Para mostrar la validez de la filosofía de la naturaleza de Descartes nos hemos inclinado,
como se ha visto, por la interpretación que sostiene una relación directa entre la
metafísica y la ciencia. Creemos que a pesar de plantear una nueva filosofía que intenta
superar las formas de pensamiento de la Escuela, Descartes recurre de nuevo a una de
las herencias más fuertes que dejó Aristóteles a los pensadores escolásticos: la
necesidad de justificar desde la metafísica todo tipo de conocimiento, incluido todo aquello
que se refiere al conocimiento de los fenómenos naturales.
Lógicamente, en cuanto al saber que trata de la naturaleza, pensó en una ciencia
privilegiada: la física. No es difícil demostrar esta cuestión. De hecho podemos hacer dos
tipos de referencias: las textuales y sus proyectos editoriales. En cuanto al primero, ya
hemos señalado cómo literalmente en la Carta-Prefacio de la edición francesa de Les
principes considera la metáfora del gran árbol del saber, en la cual la metafísica ocupa el
primer lugar y la física es la más importante del resto de todo aquello que podríamos
denominar ciencias. Esto, por supuesto, está soportado en una justificación de corte
histórico que radica en la importancia que Aristóteles le había dado a la física como la
ciencia que se ocupa de todo proceso de generación y corrupción de la naturaleza, es
decir, de todo cambio que se presente en el mundo fenoménico. Sin embargo, como
hemos afirmado, Descartes no sigue manejando en el siglo XVII este concepto, sino el
que heredó de los nominalistas de París y de la tradición copernicana, esto es, la física
como aquello que trata del movimiento como una teoría del cambio de lugar, o una teoría
del movimiento en sentido restringido. De allí que las leyes de la naturaleza cartesianas
son leyes del movimiento que se constituyen en los fundamentos explicativos del orden y
la estructura del universo.
59
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.119.
En cuanto al segundo, Descartes escribió sobre la ciencia física como ninguna otra. De
ella se ocupan propiamente Le monde: Traité de la lumière, Les principes de la
philosophie, y los ensayos científicos denominados Les météores y la Dioptrique. Y en
sus obras filosóficas, como el Discours y las Meditationes, las referencias al conocimiento
del mundo físico son notables y corrientes.
Así que debemos considerar que la relación entre metafísica y física es evidente, y sobre
todo, que no es posible valorar y entender la física cartesiana si no partimos de ella, pues,
de hecho, sólo a partir de la metafísica los principios del conocimiento del mundo natural
tienen validez y razón de ser.
1.3.2. Principios físicos de la Física
En la física cartesiana existen dos principios o presupuestos básicos para todo tipo de
conocimiento del mundo natural: la substancia como extensión y la substancia constituida
de partículas de trayectorias geometrizables. Como podemos ver ambos tienen como
referente fundamental el concepto de substancia.
Entonces, ¿Qué entendemos por
substancia en la filosofía de la naturaleza cartesiana?
La substancia es un concepto genérico que contempla tanto a Dios y al sujeto pensante,
como a los seres del mundo material, es decir, la substancia divina, la substancia
pensante y la substancia extensa. Estas subdivisiones tienen significaciones distintas.
De hecho, en el parágrafo 51 de Les principes, Descartes escribe que: “… este nombre no
puede ser atribuido a Dios y a las creaturas en el mismo sentido”60. Además de las
diferentes significaciones ellas poseen atributos que las caracterizan de manera particular,
así: “Aun cuando cualquier atributo baste para dar a conocer la substancia, sin embargo
cada substancia posee uno que constituye su naturaleza y su esencia y del cual
dependen todos los otros. A saber, la extensión tridimensional constituye la naturaleza de
60
Ibid, p.51.
la substancia corporal; el pensamiento constituye la naturaleza de la substancia que
piensa”61.
La substancia divina no es creada y no depende para su existencia de otra, es decir, que
existe en sí y por sí. Por el contrario, la substancia pensante es creada y su existencia
depende de Dios, con la característica de que es inmaterial, o lo que es lo mismo, no
posee extensión (de estos dos tipos de substancia se ocupa la metafísica). Por otro lado,
tenemos la substancia extensa cuya existencia depende de Dios como creatura. Esta
substancia extensa constituye el mundo material, es decir, el universo visible, y es de lo
que se ocupa exclusivamente la física.
De manera que cuando hablamos de los
principios físicos de la física o de las substancias que constituyen el mundo fenoménico,
nos referimos a la substancia extensa y no a la divina o a la pensante.
En el parágrafo 1 de la Segunda Parte de Les principes, Descartes escribe: “… que existe
una substancia extensa en longitud, latitud y profundidad, que existe en el presente en el
mundo con todas las propiedades que manifiestamente conocemos que le pertenecen.
Esta substancia extensa es lo que propiamente denominamos cuerpo o la substancia de
las cosas materiales”62. Todo el mundo material o todo aquello de lo que está hecho el
universo que podemos observar a nuestro alrededor, está constituido, pues, de la
substancia extensa, cuya característica esencial es la tridimensionalidad. Sin embargo,
esta tridimensionalidad no significa que la podemos percibir mediante el concurso de los
sentidos, pues puede parecer como si el recurso a la sensibilidad fuera uno de sus
principales atributos. En realidad, es el ingenium el que percibe clara y distintamente el
mundo material en sus tres componentes: largo, ancho y profundo. ¿Qué es entonces lo
que perciben nuestros sentidos? Ellos perciben cualidades como los colores, la dureza, el
61
Ibid, p.53.
Las cursivas son nuestras.
En la versión francesa: “Mais encore que tout attribut soit suffisant pour faire connoître la
substance, il y en a toutefois un en chacune qui constitue sa nature et son essence, et de qui tous
les autres dépendent. A savoir l’étendue en longueur, largeur et profondeur, constitue la nature de
la substance corporelle; et la pensée constitue la nature de la substance qui pense.” (Ibid, p.96).
Es importante considerar que en la traducción española aparece: la extensión tridimensional
constituye la naturaleza de la substancia corporal; si nos atenemos a la versión francesa
(l’étendue en longueur, largeur et profondeur, constitue la nature de la substance corporelle)
sería más preciso traducir como la extensión en longitud, latitud y profundidad constituyen la
naturaleza de la substancia corporal; pues para el lector es más claro especificar los componentes
del espacio tridimensional, tal y como lo prefiere Descartes en el texto original en francés y como el
traductor de la versión española citada hace en otras partes de Los principios de la filosofía.
62 Ibid, p.72.
peso, la levedad, etc., entre otras, que no hacen parte de la esencialidad de los cuerpos.
Según Descartes, la verdadera naturaleza de la materia está en el hecho de ser
tridimensional:
“4. Ni el peso, ni la dureza ni el color, etc., constituyen la naturaleza del
cuerpo, sino sólo la extensión.
Haciendo esto, conoceremos que la
naturaleza de la materia o del cuerpo tomado en general, en modo alguno
consiste en que sea una cosa dura, o pesada, o con un color, o de cualquier
otro modo que afecte a nuestros sentidos, sino que la naturaleza del cuerpo
solamente reside en ser una substancia extensa en longitud, anchura y
profundidad. En relación con la dureza, no conocemos otra cosa de ella por
medio del tacto, sino que las partes de los cuerpos duros resisten al
movimiento de nuestras manos cuando las alcanzan; si cuantas veces
dirigimos nuestras manos hacia alguna parte, los cuerpos que se encontrasen
en ese lugar, se retirasen tan rápidamente como se aproximan nuestras
manos, es cierto que nunca sentiríamos dureza alguna; y sin embargo, no
tenemos razón alguna que nos pueda hacer creer que los cuerpos que se
retirasen del modo indicado, perdieran por ello aquello en virtud de lo cual son
cuerpos. De ello se sigue que su naturaleza no consiste en la dureza que
algunas veces sentimos con ocasión de su presencia, ni tampoco en el peso,
color u otras cualidades de este género, pues si examinamos un cuerpo
cualquiera, podemos pensar que no posee estas cualidades y, sin embargo,
clara y distintamente conocemos que tiene todo aquello que le constituye
como cuerpo con tal de que sea extenso en longitud, anchura y profundidad.
Así pues, se sigue que, para ser, no tiene necesidad de ellas en forma
alguna, y que su naturaleza consiste sólo en que es una substancia que
posee extensión63.
Nuestros sentidos pueden percibir ciertas cualidades de los cuerpos, pero dichas
cualidades no permiten conocer esencialmente lo que es la naturaleza de un cuerpo
determinado, pues esas percepciones sólo son posibles por la experiencia, y todo
conocimiento que se adquiera de este modo, como se ha visto, esta viciado de hecho. De
manera, que para obtener un conocimiento cierto del mundo debo percibir la verdadera
forma y esencia del mundo material, y eso sólo es posible mediante las percepciones
claras y distintas del ingenium, en otras palabras, distinguir el mundo material o la
substancia extensa mediante su esencia tridimensional.
Esto, en última instancia, es lo
que convierte a la mencionada substancia extensa en un principio fundamental para
referirnos a la descripción del mundo físico o material.
63
Ibid, p.73-74.
Ahora bien, el segundo principio que habíamos mencionado es que la substancia extensa
está constituida de partículas de trayectorias geometrizables, es decir, que pueden estar
en movimiento o en reposo -geometrizables- en determinados estados de la materia.
Este principio es fundamental para entender la composición del mundo material. En Les
météores escribe:
En primer lugar, supongo que el agua, la tierra, el aire y cuantos cuerpos nos
rodean están compuestos de diversas y pequeñas partes de figuras y
tamaños diferentes, que jamás están bien ordenadas ni tan perfectamente
unidas como para que no existan espacios en torno a cada una de ellas;
asimismo, supongo que estos no están vacíos, sino repletos de aquella
materia sutil por medio de la cual he explicado antes que se comunicaba la
acción de la luz. En segundo lugar, supongo que las pequeñas partes de las
que el agua está compuesta son largas, ligeras y deslizantes como pequeñas
anguilas que, aunque se unan y se entrelacen, esto no se realiza en modo tal
que no puedan ser fácilmente separables; por el contrario, casi todas las
partes, tanto de la tierra como del aire y de la mayor parte de los otros
cuerpos tienen formas muy irregulares y desiguales, de suerte que no pueden
estar mínimamente unidas sin que se junten y entrelacen unas con otras, tal
como sucede con las diversas ramas de los arbustos que crecen juntos en un
seto; unidas de este modo dan lugar a la formación de cuerpos duros como la
tierra, la madera u otros parecidos. Por el contrario, si están simplemente
amontonadas unas sobre otras, muy poco o nada entrelazadas y, a la vez,
son tan pequeñas que pueden ser fácilmente reblandecidas y separadas por
la agitación de la materia sutil que las rodea, deben ocupar mucho espacio y
formar cuerpos líquidos muy raros y muy ligeros, como los aceites y el aire64.
La materia, en general, está compuesta de pequeñas partículas que tienen muy diversas
formas. Sin embargo, tienen la misma esencia material que, a su vez no difiere de la
materia sutil que llena todos los espacios que hay entre esas partículas.
Es muy
importante tener en cuenta que la afirmación de la materia sutil aparece en dos de los
ensayos científicos de 1637 la Dioptrique y Les météores; en el Traité de la lumière de
1634 no hay referencias a ella, y en Les principes de 1644 niega la existencia de cualquier
otra substancia distinta a las partículas elementales que componen la materia; esto es
evidente en un pasaje típico de Les principes:
64
DESCARTES, René. Los meteoros. En: DESCARTES, Discurso del método, dióptrica, meteoros
y geometría, Op. Cit., p.180-181.

En Les météores aparece muy clara esta idea de la materia sutil: “… se debe pensar que la
materia sutil que rellena los espacios existentes entre las partes de estos cuerpos es de tal
naturaleza que no cesa jamás de moverse en todas direcciones con gran velocidad, aunque no sea
exactamente la misma en todos los lugares y en todos los instantes…” (DESCARTES, René. Los
meteoros. En: Discurso del método, dióptrica, meteoros y geometría, Op. Cit., p.181).
55. Ninguna substancia une las partes de los cuerpos duros; basta con que
unas partes respecto de otras se encuentren en reposo. No creo que se
pueda imaginar algún elemento de unión más adecuado para mantener
unidas las partes de los cuerpos duros que su propio reposo. ¿De qué
naturaleza podría ser tal elemento? No será otra cosa que subsista por sí
misma, pues todas estas pequeñas partes siendo substancias, en virtud de
qué razón estarían más unidas por otras substancias de lo que lo estarían por
ellas mismas? Tampoco será una cualidad diferente del reposo, puesto que
no existe ninguna cualidad más contraria al movimiento, que pudiera separar
estas partes, de lo que se opone el reposo de las mismas. Ahora bien,
además de las substancias y de sus cualidades no sabemos de la
existencia de otro género de cosas65.
¿Qué habría, pues, entre partícula y partícula aun en los cuerpos líquidos y el aire?
Partículas en movimiento que constituyen esos cuerpos dado que ellas mismas son
substancias. De manera que el espacio que puede haber entre partícula y partícula,
sobre todo en los cuerpos líquidos y el aire, siempre será rellenado por partículas en
movimiento que ocupan instantáneamente los espacios que hay entre ellas.
De plano, como es evidente, Descartes niega la existencia del espacio vacío. Es una
constante en la filosofía de la naturaleza cartesiana considerar que el espacio vacío no
existe, es decir, que el universo, que a su vez es ilimitado, está lleno de materia o cuerpos
o substancia extensa con sus características de tridimensionalidad, esto es, toda la
materia que llena el universo tienen extensión en longitud, anchura y profundidad; además
de que dicha substancia extensa en su forma o límites acumula partículas según sea
dura, líquida o aire.
El rechazo de la existencia del espacio vacío en Descartes está ligado a su noción de un
universo indefinido.
Las clásicas preguntas que se le formulaban a los sistemas del
mundo cerrados por la esfera de las estrellas fijas –por ejemplo, el de Filolao, Platón,
Aristóteles, Ptolomeo, los medievales cristianos y árabes, Copérnico y Galilei-, dejaban
indeterminada la cuestión de qué había más allá de dicha esfera y suponían siempre la
existencia de una nada infinita o de un espacio infinito que repugnaba al pensamiento
tradicional de occidente. Para el pensamiento cartesiano es mucho más plausible la idea
de un universo ilimitado o indefinido, que disuelve el límite, como condición de posibilidad
de un universo lleno de materia o de substancia extensa, pues el vacío o la nada absoluta
65
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.111.
Las negrillas son nuestras.
rechazarían toda la lógica que supone la existencia de un todo material cuya extensión en
longitud, anchura y profundidad, explica coherentemente el mundo que percibimos por los
sentidos.
Así en el Traité de la lumière nos dice: “… supongamos que la materia creada por Dios se
extiende a lo lejos por todos lados hasta una distancia indefinida (puesto que es más
verosímil y tenemos más poder para prescribir límites a la acción de nuestro pensamiento
que no a las obras de Dios)”66. De cierta forma, la existencia de un universo indefinido se
explica por la perfección de Dios; y no sólo eso, sino también porque es mucho más
coherente afirmar que el universo es indefinido y está lleno de materia, que decir que está
limitado por la esfera de las fijas y que fuera del límite no hay absolutamente nada.
En el pensamiento cartesiano, pues, no puede existir la nada o el espacio vacío pues
estos conceptos chocan con la idea de un universo físico constituido esencialmente por
materia o substancia extensa. De manera que si hablamos de la nada o del vacío, éstos
se constituyen más bien en entidades metafísicas, y no físicas o naturales, como debe ser
cualquier elemento que haga parte del universo visible. Así en Les principes escribe:
16. Repugna la existencia del vacío en el sentido en el que los filósofos usan
esta palabra. En relación con el vacío en el sentido en el que los filósofos
toman esta palabra, a saber, entendiendo por tal un espacio en el que no hay
substancia, es evidente que no puede darse en el universo, ya que la
extensión del espacio o del lugar interior no difiere de la extensión del cuerpo.
Y como, a partir de que un cuerpo es extenso en longitud, anchura y
profundidad, tenemos razón para concluir que es substancia, ya que
concebimos que no es posible que lo que no es tenga extensión, debemos
concluir lo mismo del espacio que se supone vacío: a saber, que dado que en
él hay extensión, necesariamente hay en él substancia67.
La extensión en longitud, anchura y profundidad se encuentra en todos los lugares del
universo, incluso donde parece que no hay nada como en el elemento aire. De hecho, el
66
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.101.
Es importante que tengamos en cuenta la nota aclaratoria sobre esta frase que aparece en la
traducción española: “En la versión latina “Repugnare ut detur vacuum, sive in quo nulla plane sit
res” (“Repugna que se dé el vacío, es decir, aquello en lo que no hay absolutamente nada”; A-T,
49, margen)”. (Citado en: DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.82).
Las negrillas son nuestras.
Traemos esta aclaración dado que el texto latino es más contundente en cuanto a lo que Descartes
piensa sobre el vacío.
67 DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.82.

aire está compuesto de la misma materia que los sólidos y los fluidos, por lo que todos
están llenos de partículas en movimiento –o en reposo si son de un cuerpo duro- que no
dejan lugar al vacío. Así Descartes puede llegar a afirmar:
… los espacios donde nada sentimos están llenos de la misma materia y
contienen –como mínimo- tanta materia como los que están ocupados por
cuerpos que sentimos. De modo que, cuando un recipiente, por ejemplo, está
lleno de oro o de plomo, no contiene por ello más materia que cuando
pensamos que está vacío: cosa que puede parecer sumamente extraña a
muchos cuya razón no se extiende más allá de sus dedos, y que piensan que
sólo hay en el mundo lo que tocan68.
La cantidad de materia es la misma en todos los lugares del universo en cualquiera de los
estados que se presente ya sea sólido, líquido o aire, y de ninguna manera éste puede
ser confundido con el vacío, como podría ser lo usual en la vida cotidiana, estableciendo
una diferencia sustancial entre los dos primeros y este último. En otro pasaje del Traité
de la lumière Descartes nos recuerda este asunto:
Sobre esto, en primer lugar, deseo observéis que todos los cuerpos –tanto
duros como líquidos- están compuestos de una misma materia, y que es
imposible concebir que las partes de esta materia formen nunca un cuerpo
más sólido que al estar cada una en contacto por todos lados con las que la
rodean. De donde se sigue –según me parece- que, si puede existir el vacío
en algún lugar, debe ser antes en los cuerpos duros que en los líquidos, pues
es evidente que las partes de estos últimos pueden comprimirse y disponerse
unas contra otras mucho más fácilmente –a causa de que se mueven- que no
las de los duros –que carecen de movimiento-. […] E igualmente, si
consideráis algunas de las experiencias de que se sirven usualmente los
filósofos para mostrar que no existe el vacío en la naturaleza, conoceréis
fácilmente que todos estos espacios que el pueblo estima vacíos, y en los que
sólo sentimos aire, están al menos tan llenos –y llenos de la misma materiacomo aquellos donde sentimos los otros cuerpos69.
Esta misma la idea la volvemos a encontrar en Les principes: “De donde se sigue que un
cuerpo es líquido cuando se encuentra dividido en múltiples pequeñas partes que se
mueven con independencia las unas de las otras en diferentes y diversas formas; que es
duro, cuando todas sus partes entran en contacto y unas reposan junto a las otras”70.
68
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.79.
Ibid, p.71 y 73.
Las barras son nuestras.
70 DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.110.
69
Así pues, como se ha afirmado anteriormente, entre partícula y partícula de la substancia
extensa puede haber espacio, pero de ninguna manera espacio vacío, sino espacio lleno
partículas en movimiento o en reposo, o en su defecto, materia sutil. Es muy importante
tener en cuenta, pues, que este tipo de materia llenaría todos los espacios que dejan
entre sí las partículas que componen los cuerpos o la substancia extensa, al menos en
Les météores, pues la materia es la misma en todos los lugares del universo.
Ahora bien, es necesario aclarar que las partículas que componen la materia, los cuerpos
o la substancia extensa, no podemos confundirlas con los átomos de los que nos habían
hablado los griegos Demócrito y Leucipo.
Recordemos que en la filosofía clásica el
concepto de átomo se encuentra definido en su propio sentido etimológico: átomo
significa sin división (ssin - s = división). Es decir, la
partícula más pequeña que podemos encontrar en la naturaleza, no es, de ninguna
manera, divisible. Por el contrario, las partículas de las que nos habla Descartes tienen
características muy diferentes a los s. En Les principes escribe:
20. Los cuerpos no contienen átomos o cuerpos indivisibles. También es muy
fácilmente cognoscible que no existen átomos o partes de los cuerpos que
sean indivisibles, tal y como algunos filósofos han imaginado. Por muy
pequeñas que supongamos que son tales partes, sin embargo, puesto que
deben ser extensas, concebimos que no debe de existir entre ellas alguna
que aún no pueda ser dividida dos o más número de veces en otras más
pequeñas, de donde se sigue que es divisible. Pues, a partir de que nosotros
concebimos clara y distintamente que una cosa puede ser dividida, debemos
juzgar que es divisible, puesto que, si juzgáramos acerca de ello de otra
forma, el juicio que de esta cosa haríamos sería contrario al conocimiento que
de ella tenemos. Y aunque supusiéramos que Dios hubiera reducido una
parte de la materia a una dimensión tan extrema que ya no pudiera ser
dividida en otras partes más pequeñas, no podríamos concluir por ello que
sería indivisible puesto que, aunque Dios hubiera reducido esta parte a una
dimensión tal que ninguna criatura pudiera dividirla, no ha podido privarse a sí
mismo de subdividirla, puesto que no le es posible reducir su omnipotencia,
como ya hemos hecho notar. Por ello diremos que la parte extensa más
pequeña que pudiera ser en el mundo siempre puede ser dividida porque
tal es en razón de su naturaleza71.
Más adelante continúa:
71
Ibid, p.85.
Las negrillas son nuestras.
34. Se sigue de ello que la materia se divide en indefinidas e innumerables
partes. Sin embargo, preciso es asumir que hay algo en este movimiento que
nuestra alma concibe como verdadero, pero que, sin embargo, no puede
comprender; a saber una división de las partes de la materia hasta el infinito o
bien una división indefinida y que se produce en tantas partes que nosotros
no podríamos determinar mediante el pensamiento alguna parte tan pequeña
que no concibiésemos que pudiera ser dividida en efecto en otras más
pequeñas. […] Pero, con el fin de que esto sea, es preciso que todas las
pequeñas partes que quepa imaginar y que son verdaderamente
innumerables, se separen algo las unas de las otras, pues, por pequeña que
sea la separación, no deja de ser una verdadera división72.
Las partículas son divisibles al infinito, es decir, que por pequeñas que sean siempre
podrán ser divididas en un número indeterminado. Este argumento es fundamental para
una cabal comprensión del universo lleno de materia de Descartes. Las partículas que se
pueden dividir infinitamente son la condición de posibilidad de que no podamos concebir
la existencia del vacío: por pequeñísimo que sea un espacio siempre podrá ser ocupado
por una minúscula partícula, esto es, que por ínfima que sea siempre tendrá extensión en
longitud, anchura y profundidad. Aquí surge una pregunta: ¿Pueden los sentidos percibir
estas infinitas divisiones? De ninguna manera. Solamente las podemos percibir clara y
distintamente mediante el entendimiento. Una cosa es que sea un evento incomprensible
para el alma –propiamente mens, no tanto esprit como en la versión francesa o espíritu
como se suele traducir al español, sino como entendimiento, que es el término latino que
Descartes usa en este contexto-, pues al fin y al cabo las representaciones que nos
hacemos son sensibles, y otra cosa la manera como las podemos percibir en nuestro
ingenium. De hecho, afirmar que las partículas o partes de la materia son divisibles
indefinidamente, es un principio del pensamiento que hace posible el conocimiento cierto
del mundo, y para poderlo percibir necesitamos el concurso de la razón.
Por ello
Descartes nos dice en el parágrafo 35 de la Segunda Parte de Les principes: “No
debemos dudar que esta división se produce aun cuando no la podamos comprender”73.
Lógicamente, tanto las partículas como los cuerpos que están en movimiento no se
mueven al azar o de manera desordenada o caótica. Todo movimiento que se presente
en la naturaleza está regido por leyes que Descartes denomina leyes de la naturaleza,
72
Ibid, p.95.
Las negrillas y las barras son nuestras.
73 Ibid, p.95.
que tienen como objetivo ordenar el posible caos que se puede dar en el mundo natural
con los infinitos movimientos tanto de los cuerpos como de las partículas.
1.3.3. Principios físicos del movimiento
Tanto en el Traité de la lumière como en Les principes de la philosophie encontramos
enunciadas las leyes de la naturaleza.
Son los dos únicos textos de las obras que
podríamos denominar científicas, en las cuales aparecen formuladas. Por supuesto, es
necesario aclarar que los contemporáneos de Descartes no conocieron el primer libro,
que como se sabe, él había retirado de la imprenta en 1634 -y que nunca publicó-, luego
de que se enteró de la condena de Galilei por la publicación del Diálogo de 1632, en la
que éste defendía el sistema copernicano frente a la astronomía matemática de Ptolomeo
y la filosofía escolástica. Sin embargo, por cuestiones de rigor con la totalidad de la obra
de Descartes vamos a citar los dos textos, pues al fin y al cabo, esencialmente las dos
exposiciones tratan el asunto de la misma manera.
Si partimos del orden que nos presenta Descartes, donde el punto de partida son los
principios metafísicos del conocimiento humano, de donde deducimos los principios
físicos de la física, nos aparecen, también por deducción, otros principios que
denominaremos principios físicos del movimiento y que él llamó en las dos obras
científicas citadas, leyes de la naturaleza.
Estas leyes son las que rigen todos los
movimientos que existen en el mundo fenoménico, ya sea de los cuerpos materiales o de
las partículas que componen esos cuerpos.
Descartes tiene una clara noción de lo que significa la expresión leyes de la naturaleza.
Por ello, antes de desarrollar las tres leyes es importante considerar qué es lo que
entiende por dicha expresión, pues en la primera mitad del siglo XVII una enunciación de
este tipo es completamente novedosa. Sólo en una obra galileana –las Consideraciones
y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias- encontramos formulaciones de
este tipo, aunque esencialmente no son las mismas; como sabemos, es en este texto
donde Galilei formula su ley de la caída de los cuerpos o ley de los movimientos
uniformemente acelerados, que no tiene nada que ver con las leyes cartesianas, pues
éstas son válidas para cualquier tipo de movimiento que se presente en la naturaleza. En
este mismo orden de ideas, hay que decir que las leyes keplerianas sólo son aplicables a
los movimientos planetarios y no a la totalidad de los movimientos que se presentan en el
universo.
Además, hay que tener en cuenta que las leyes enunciadas están
fundamentadas en sus propias nociones del espacio: en el caso de Galilei y Kepler en el
espacio geométrico copernicano, es decir, necesariamente finito o cerrado por las fijas; y
en el caso de Descartes en el espacio indefinido, ilimitado o infinito, cuyas características
hacen posible pensar los movimientos uniformes rectilíneos infinitos. Una concepción del
espacio de esta naturaleza es lo que llamaríamos, sin temor a equivocarnos, moderna en
todo el sentido de la palabra, sin los tintes medievales de las concepciones galileanas y
keplerianas del espacio.
Así pues, en el Traité de la lumière leemos:
En primer lugar, sabed que no entiendo por naturaleza ninguna diosa (o
cualquier otro tipo de poder imaginario), sino que me sirvo de esta palabra
para significar la misma materia en tanto la considero con todas las
cualidades que le he atribuido comprendidas simultáneamente y bajo la
condición de que Dios la conserva del mismo modo que la ha creado. Del
hecho de que Dios la conserva, se sigue necesariamente que debe haber
numerosos cambios en sus partes que, no pudiendo propiamente –según me
parece- atribuirse a la acción de Dios porque la materia no cambia en nada,
los atribuyo a la naturaleza; y denomino leyes de la naturaleza a las reglas
que han seguido aquellos cambios74.
La idea de una fu¿sis o naturaleza divina o sobrenatural tenía que ver, sobre todo a
finales del siglo XVI y principios del XVII, que es el contexto socio-cultural en el cual se
encuentra Descartes, con la posible identificación de un espacio infinito con Dios –como
ser infinito e inmutable-, como ya habían afirmado los jueces durante el juicio y la
posterior condena de Giordano Bruno en 1600. No es casual que Descartes –cuyo temor
a las autoridades eclesiásticas es evidente- haga una aclaración que intente superar esa
posible identificación de su espacio infinito con Dios o con cualquier entidad divina que lo
lleve a una concepción de un universo animista.
Por otro lado, para desarrollar las tres leyes de la naturaleza es necesario atender la
afirmación de Descartes de que la materia no cambia, es decir, es una y se conserva en
el espacio infinito. Anteriormente se ha señalado que los cuerpos duros, los líquidos y el
74
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.109 y 111.
aire –que son los elementos compuestos que están en la naturaleza-, están constituidos
de la misma materia, es decir, de partículas que siempre se pueden dividir. Tanto los
cuerpos como las partículas tienen extensión en longitud, anchura y profundidad, y llenan
el universo en todas direcciones al infinito. O sea, que la materia es la misma. Esto nos
lleva a afirmar con Descartes el principio de conservación de la materia como un principio
fundamental que antecede la formulación de las leyes de la naturaleza.
1.3.3.1.
Primera ley de la naturaleza: ley de inercia
La obra de Descartes en la cual encontramos inicialmente formulada la primera ley de la
naturaleza es el Traité de la lumière:
La primera es: cada parte de la materia en particular permanece siempre en
un mismo estado mientras el encuentro con otras no le obliga a cambiarlo.
En otras palabras: si tienen un cierto tamaño, no disminuirá a menos que
otras partes la dividan; si es redonda o cuadrada, no cambiará esta figura sin
que las otras la fuercen; si está quieta en cierto lugar, no saldrá de allí si otras
no la echan; y, si ha empezado a moverse, continuará siempre con la misma
fuerza hasta que otras la detengan o la disminuyan75.
En Les principes de la philosophie aparece formulada de este modo:
37. La primera ley de la naturaleza: cada cosa permanece en el estado en el
que está mientras que nada modifica ese estado. A partir de que Dios no
está en modo alguno sujeto a cambio y a partir de que Dios siempre actúa de
la misma forma, podemos llegar al conocimiento de ciertas reglas a las que
denomino leyes de la naturaleza, y que son las causas segundas de los
diversos movimientos que nosotros observamos en todos los cuerpos; esto
las hace muy dignas de consideración. De acuerdo con la primera de ellas
cada cosa en particular se mantiene en el mismo estado en tanto que es
posible y sólo lo modifica en razón del encuentro con otras causas exteriores.
Así vemos todos los días que cuando una cierta parte de esta materia es
cuadrada, permanece con esta forma si nada acontece que modifique su
figura; de igual modo, apreciamos que si está en reposo, no comienza a
moverse por sí misma. Pero que cuando ha comenzado a moverse, no
tenemos alguna razón para pensar que deba jamás cesar de moverse con la

El esquema que usaremos en la exposición de las tres leyes de la naturaleza será el de Les
principes de la philosophie. La razón es que, como hemos afirmado, las tres leyes esencialmente
son las mismas, pero el orden cambia en los dos textos citados. En el Traité de la lumière:
primera, ley de inercia; segunda, ley de choque; y tercera, ley del movimiento rectilíneo infinito. En
Les principes de la philosophie: primera, ley de inercia; segunda, ley del movimiento rectilíneo
infinito; y tercera, ley de choque.
75 Ibid, p.111 y 113.
misma fuerza mientras no encuentre algo que retarde o que frene su
movimiento. De modo que, si un cuerpo ha comenzado a moverse, debemos
concluir que continuará moviéndose y que jamás se detendrá por sí mismo.
Pero, puesto que habitamos una tierra cuya constitución es de tal que todos
los movimientos que se hacen en torno nuestro cesan en poco tiempo y
frecuentemente cesan en razón de causas que están ocultas a nuestros
sentidos, hemos juzgado desde el inicio de nuestra vida que los movimientos
que cesan de producirse por razones desconocidas, se detienen por sí
mismos; por ello tenemos en el presente una gran inclinación a juzgar de
parecido modo acerca de todos los otros movimientos que son en el mundo, a
saber, que naturalmente cesan por sí mismos o que naturalmente tienden al
reposo; juicio que hacemos, porque nos parece que hemos hecho la
experiencia en circunstancias diversas. Y sin embargo, no es sino un falso
prejuicio que repugna manifiestamente a las leyes de la naturaleza, pues el
reposo es contrario al movimiento y nada en razón del instinto propio de su
naturaleza tiende en contra suya o bien tiende a la destrucción de sí mismo76.
Podríamos decir que esta ley contiene seis características esenciales:
1) Un cuerpo cualquiera o una partícula de materia tiende a mantener su figura, forma o
los límites de su extensión en longitud, anchura y profundidad, si otro cuerpo o
partícula no cambian dicha forma.
2) Un cuerpo que está reposo permanecerá siempre en este estado si no hay otro cuerpo
o causa que lo haga mover.
3) Un cuerpo que ha comenzado a moverse continuará moviéndose eternamente,
siempre y cuando no haya alguna causa, ya sea una fuerza o cuerpo que impida su
movimiento.
4) En el texto citado Descartes afirma: “… al conocimiento de ciertas reglas a las que
denomino leyes de la naturaleza, y que son las causas segundas de los diversos
movimientos…” Puede parecer que inmediatamente de los principios metafísicos del
conocimiento humano (o lo que es lo mismo, de las primeras causas del
conocimiento), vienen esas causas segundas.
Consideramos que este término –
segundas, tal y como aparece en la traducción española- puede confundirnos con la
consideración exclusiva de que las leyes de la naturaleza son principios que siguen
inmediatamente a los primeros, eliminando la presencia de otros principios también
76
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.97-99.
segundos –o más exactamente, secundarios- como la substancia extensa o la
substancia de trayectorias geometrizables. Por ello es más correcto que asumamos
el sentido que le da Descartes en la versión latina de Les principes cuando escribe:
“causae secundariae ac particulares” que podríamos traducir como causas
secundarias y/o particulares.
De hecho la versión francesa puede también
introducirnos en dicha confusión: allí aparece como “les causes secondes des divers
mouvements”77, esto es, la misma idea de que las causas son segundas. Debemos
asumir, necesariamente, que es más correcto decir causas secundarias -y/o
particulares-, pues la historia de la filosofía –y de la ciencia- ha aceptado
tradicionalmente los dos conceptos: causas primeras y causas secundarias. Nunca
causas terceras o algo por el estilo. El término causas secundarias, es mucho más
universal que causas segundas.
5)
Según esta primera ley el reposo y el movimiento son estados contrarios. Esta es
una idea que se encontraba en la base de la física de Aristóteles, pues su cosmología
refería todos los movimientos que hay en el Cosmos, esto es, los circulares y los
rectilíneos, al centro absoluto del universo, en donde los movimientos ocurrían
alrededor, desde y hacia el centro. En Descartes, podemos afirmar, que ésta es una
concepción clásica, pues la moderna noción del movimiento hace del reposo y el
movimiento estados equivalentes, como es evidente en la obra de Galilei, a través del
principio de relatividad del movimiento.
6)
La verdadera esencia de lo que es el movimiento no puede ser percibida por los
sentidos. Es decir, que sólo por el ingenium podemos concebir clara y distintamente
los movimientos reales que hay en la naturaleza, de los cuerpos y de las partículas que
los componen.
Por otro lado, no deja de ser impresionante el esfuerzo racional de Descartes por
representarse un cuerpo que ha comenzado a moverse, y que por ello se moverá
eternamente a no ser que una fuerza u otro cuerpo se lo impida. En la obra cartesiana es
imposible demostrar que una afirmación de este tipo proceda de datos experimentales o

Véase la nota de pie de página número 86 de DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op.
Cit., p.97.
77 DESCARTES, René, Les principes de la philosophie, Op. Cit., p.152.
de resultados obtenidos por la experiencia.
Sólo la capacidad representativa del
razonamiento matemático puede llevarnos a la formulación de una ley como ésta. Sin
embargo, ello no significa que dichas leyes se queden en el plano de la matemática pura
o del razonamiento abstracto. El objetivo de la formulación de esas leyes es que los
movimientos sean explicados por ellas. Así que no es raro encontrar sus comprobaciones
empíricas, por ejemplo:
38. Por qué los cuerpos lanzados por la mano continúan moviéndose después
de haber abandonado la mano. Vemos la prueba todos los días de esta
primera regla cuantas veces lanzamos cosas a lo lejos. No existe otra razón
para que continúen moviéndose estos cuerpos, cuando han abandonado la
mano de quien los ha lanzado, sino que, de acuerdo con las leyes de la
naturaleza, todos los cuerpos que se mueven continúen moviéndose hasta
que su movimiento sea detenido por algunos otros cuerpos... Y es evidente
que el aire y los otros cuerpos líquidos entre los cuales apreciamos que se
mueven estos cuerpos así propulsados, disminuyen poco a poco la velocidad
de su movimiento; es más, nuestra misma mano nos permite sentir la
resistencia del aire si procedemos a sacudir con bastante velocidad un
abanico que estuviera abierto; asimismo, no hay cuerpo fluido sobre la tierra
que no oponga resistencia, aún más manifiestamente que el aire, a los
movimientos de los otros cuerpos78…
1.3.3.2.
Segunda ley de la naturaleza: ley del movimiento rectilíneo infinito
La segunda ley de la naturaleza se enuncia así en el Traité de la lumière (recordemos que
en esta obra es realmente la tercera):
... cuando un cuerpo se mueve, aunque su movimiento se haga con
frecuencia en línea curva y aunque no pueda efectuarse ninguno que no sea
circular en cierto sentido –como se ha dicho más arriba-, no obstante cada
una de sus partes en particular tiende siempre a proseguir el suyo en línea
recta. De este modo su acción –es decir, la inclinación que las partes tienen
a moverse- es distinta de su movimiento.
Por ejemplo, si se hace girar una rueda sobre su eje, aunque todas sus partes
den vueltas –pues estando unidas una a otra no podrían girar de otro modo-,
su inclinación es, sin embargo, a desplazarse rectilíneamente, tal como se
muestra claramente si por azar alguna se separa de las otras: tan pronto
como está en libertad, su movimiento cesa de ser circular y prosigue en línea
recta.

En la obra de Galilei sí es posible demostrar cómo su ley de la caída de los cuerpos procede de
datos experimentales.
78 DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.99.
De igual modo, cuando se hace girar una piedra en una honda, no sólo se
desplaza rectilíneamente tan pronto como sale disparada, sino que incluso,
mientras permanece atada, tira del centro de la honda y tensa la cuerda,
mostrando así con toda evidencia que mantiene siempre su inclinación a
desplazarse en línea recta y que se mueve circularmente por fuerza79.
Y en Les principes de la philosophie:
39. La segunda ley de la naturaleza: Todo cuerpo que se mueve tiende a
continuar su movimiento en línea recta. De acuerdo con la segunda ley de
la naturaleza cada parte de la materia, aisladamente considerada, no
tiende a seguir su movimiento trazando líneas curvas, sino siguiendo
líneas rectas, aunque varias de sus partes sean frecuentemente obligadas
a desviarse, porque encuentran otras en su camino y aunque cuando un
cuerpo se mueva, siempre se forme un círculo o un anillo de toda la
materia que es movida a la vez80.
Lo más importante de esta regla es el privilegio de los movimientos rectilíneos frente a
otro tipo de movimientos y, sobre todo, poner en tela de juicio la magnificencia histórica de
los movimientos circulares.
En la primera mitad del siglo XVII ésta es una de las
contribuciones más importantes al desarrollo de la ciencia moderna. Por primera vez se
supera la idea de que los movimientos circulares son los movimientos por excelencia.
Desde la axiomatización de la circularidad por parte de Platón, pasando por la cosmología
aristotélica, la astronomía de Ptolomeo, los modelos del universo de los medievales
cristianos y árabes, y aun, los modernos como Copérnico que afirmaba la existencia del
movimiento circular como el único movimiento natural que hay en el mundo, el primer
universo de Kepler con su Cosmos esférico constituido de esferas soportadas por los
sólidos regulares, la consecuente formulación de las tres leyes del movimiento planetario
que se cumplen en un universo cerrado por la esfera de las fijas, la medieval cosmología
de Galileo que seguía pensando que los planetas se movían en órbitas circulares en un
universo esférico con movimientos de traslación circular, y lógicamente, su idea de que
puede existir un cuerpo que se mueve infinitamente en un plano-circular, es decir, en un
círculo tan grande cuya superficie es plana, o lo que es lo mismo, la superficie de la
Tierra, negando la existencia de movimientos rectilíneos infinitos que, de hecho, no
pueden desarrollarse en un universo cerrado como el suyo y que por tal razón percibe su
inercia en el denominado plano-circular, en fin, luego de numerosas y diversas
concepciones cosmológicas y astronómicas, a través de la historia del pensamiento
79
80
DESCARTES El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.123.
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.100.
occidental con los consiguientes modelos teóricos que superaron el trajinar de los siglos,
que esencialmente afirmaban el movimiento circular como el único infinito, perfecto,
inmutable y natural, después de todo ello, en una pequeña obra de 1634 y en otra
magnífica de 1644, afirma como una ley de la naturaleza la tendencia de los cuerpos y de
cada una de sus partes –las partículas de materia- a moverse en línea recta.
Consideramos que por este simple hecho Descartes debería aparecer más asiduamente,
y no sólo ello, sino también como un paso obligado, en la historia de la constitución del
pensamiento científico moderno y su contribución al desarrollo de uno de los sistemas de
pensamiento científico más grande de todos los tiempos: el newtoniano. Sin embargo, lo
que podemos observar tanto en los centros de estudios de filosofía como de ciencias, es
que este aspecto del pensamiento cartesiano es en términos generales obviado o
investigado parcialmente.
Casi nunca como una de las contribuciones más
impresionantes al desarrollo de la ciencia de la naturaleza moderna y como uno de los
interlocutores más interesantes en la dinámica del pensamiento científico, iniciada por
Copérnico y finalizada magistralmente por Newton.
1.3.3.3.
Tercera ley de la naturaleza: ley de choque
La tercera ley de la naturaleza se formula en el Traité de la lumière del siguiente modo (en
este texto Descartes la presenta como la segunda): “... cuando un cuerpo impele otro, no
puede darle ningún movimiento si él no pierde simultáneamente igual cantidad del suyo, ni
restarle si el suyo no aumenta en igual cantidad”81. Sin embargo, en Les principes de la
philosophie hay una variante notable: se trata de que Descartes enuncia la ley de otro
modo, además de que le hace siete variantes que la explicitan detalladamente. Veamos:
40. De acuerdo con la tercera ley de la naturaleza si un cuerpo en movimiento
choca con otro más fuerte que él, no pierde nada de su movimiento; ahora
bien, si encuentra otro más débil y que puede mover, pierde tanto movimiento
como comunica al otro. Esta es la tercera ley de la naturaleza: si un cuerpo
que se mueve y que alcanza a otro cuerpo, tiene menos fuerza para continuar
moviéndose en línea recta de la que este otro cuerpo tiene para resistir al
primero, pierde la determinación de su movimiento… sin perder nada de su
movimiento; pero si tiene más fuerza, mueve este otro cuerpo y pierde tanto
81
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.117.
movimiento como transmite al otro. Así vemos que un cuerpo duro que
nosotros hemos lanzado contra otro que es más grande y más duro y está en
reposo, retorna hacia el mismo punto de donde procede y no pierde nada de
su movimiento; ahora bien, si el cuerpo con el que choca es blando, entonces
se detiene porque le transfiere su movimiento. Las causas particulares de los
cambios que acontecen a los cuerpos, están todas comprendidas en esta
regla, al menos, aquellas causas que son corporales, pues no cuestiono en
este momento si los ángeles o los pensamientos de los hombres tienen la
fuerza de mover los cuerpos; ésta es una cuestión que reservo para su
estudio en un tratado que espero construir sobre el hombre82.
Una ley de esta naturaleza contradice la evidencia empírica. Recordemos que, de hecho,
tal evidencia es lo que menos interés tiene en la formulación de los principios secundarios
o de los principios físicos de los movimientos que hay en la naturaleza. Esta ley es,
necesariamente, matemática, es decir, se explica sólo racionalmente y las aplicaciones
empíricas son a posteriori.
En los subsiguientes parágrafos de Les principes, Descartes expone las reglas que
complementan esta ley -es bueno aclarar que en el Traité de la lumière dichas reglas no
aparecen y que la enunciación de la ley es tal y como se presentó más arriba, sin ningún
agregado-. En Les principes, pues, nos menciona la necesidad de exponer estas reglas
en el parágrafo 45 de la Segunda Parte: “Cómo se puede determinar la cantidad de
movimiento que intercambian los cuerpos al chocar entre sí de acuerdo con las siguientes
reglas”83. Así pues, ellas son las siguientes:
46. La primera regla.
C
B
De acuerdo con la primera, si dos cuerpos, sean por ejemplo B y C, son
exactamente iguales y se mueven con igual velocidad y en línea recta el uno
hacia el otro.., cuando se llegaran a encontrar, ambos cuerpos volverían hacia
atrás y cada uno de ellos volvería hacia el lado de donde hubiera procedido
sin perder nada de su velocidad. […]
82
83
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.101-102.
Ibid, p.104.
47. La segunda regla.
En el supuesto de que se dieran las condiciones anteriormente descritas, pero
B fuera al menos un poco más grande que C, y se llegaran a encontrar con
una misma velocidad, solamente C retrocedería hacia el punto de donde
procediera y ambos cuerpos continuarían su movimiento hacia un mismo
lado, pues teniendo B más fuerza que C, B no podría ser rechazado por C.
48. La tercera regla.
Si estos dos cuerpos fueran de una misma dimensión, pero B se desplazara
al menos con una velocidad superior a la velocidad con que C se desplaza,
entonces y producido el choque, no sólo C sería el único que volvería hacia
atrás, sino que se desplazarían los dos a la vez, como en el caso
anteriormente expuesto, hacia el punto del que ha procedido C; también sería
necesario que B transfiriera a C la mitad de la velocidad en que B excede a C,
puesto que, desplazándose C ante él, no podría desplazarse más
rápidamente que él. […]
49. La cuarta regla.
Si el cuerpo C fuera de dimensiones superiores al cuerpo B, por pequeña que
fuera la diferencia, y si el cuerpo C se encontrara en reposo absoluto (es
decir, si el cuerpo C no sólo careciera de todo movimiento aparente, sino que
también el cuerpo C no estuviera rodeado de aire, ni de cualesquiera otros
cuerpos líquidos, los cuales, como habré de exponer, disponen los cuerpos
duros que circundan de modo tal que facilitan su desplazamiento), sea cual
fuere la velocidad con la que el cuerpo B pudiera alcanzar a C, nunca tendría
fuerza para poner al cuerpo C en movimiento. Por el contrario, el cuerpo B
sería lanzado hacia el mismo lado del que hubiera procedido antes de
alcanzar a C. […]
50. La quinta regla.
Si, por el contrario, el cuerpo C fuera de dimensiones menores a las del
cuerpo B, aun cuando la diferencia entre dimensiones de ambos fuera muy
reducida, entonces el cuerpo B no se desplazaría con una velocidad tan
reducida hacia el cuerpo C, al que supongo que se encuentra en reposo
perfecto, como para que no tuviera la fuerza de impulsar al cuerpo C y
transferirle la cantidad de movimiento que es necesaria para que ambos
cuerpos se desplazaran a igual velocidad después de producirse el choque; a
saber, si las dimensiones de B doblaran a las de C, no le transferiría más que
un tercio de su movimiento, pues tal tercio produciría un movimiento tan
rápido en C como el que producirían los otros dos tercios en B, ya que lo
hemos supuesto dos veces superior en dimensiones. […]
51. La sexta regla.
Si el cuerpo C estuviera en reposo y, en razón de sus dimensiones, fuera
exactamente igual al cuerpo B que se desplaza hacia el cuerpo C, sería
preciso necesariamente que fuese en parte impulsado por B y que, en parte,
hiciera a B retroceder en sentido contrario; de suerte que si B se dirigiera
hacia C con cuatro grados de velocidad, sería preciso que le transfiriera uno y
que con los otros tres fuera rechazado hacia el lado de donde hubiera
procedido. […]
52. La séptima regla.
De acuerdo con la séptima y última regla si B y C se desplazan en una misma
dirección y C precede a B, pero C se desplaza más lentamente que B, de
modo que finalmente sea alcanzado por B, puede suceder que B transfiera
una parte de su velocidad a C, para impulsarlo delante de sí; y puede suceder
también que B no le transfiera cantidad alguna de movimiento a C, sino que
retorne hacia el punto de donde procede con todo su movimiento. […]84
Todas estas pretendidas demostraciones de la tercera ley fueron las que finalmente
impidieron que las leyes de la naturaleza de Descartes fueran aceptadas por los
pensadores de la época –como Newton-, pues veían un racionalismo a ultranza con poca
aplicabilidad a la experiencia. Es decir, estas reglas ciertamente forzaban los fenómenos
naturales acomodándolos a la fuerza en su visión de los movimientos. De esta manera no
es raro encontrar en Descartes una expresión como esta: “Las demostraciones de todo
esto son tan ciertas que aun cuando la experiencia nos pareciera mostrar lo contrario, sin
embargo estaríamos más obligados a dar crédito a nuestra razón que a nuestros
sentidos”85. Éste, como sabemos, es un presupuesto fundamental en toda la reflexión
cartesiana sobre la ciencia, que de ninguna manera, desde este punto de vista, es
empirista,
sino,
racionalista,
en
el
que
el
conocimiento
humano
obedece,
necesariamente, a procesos racionales y no a la formulación de teorías partiendo de
eventos empíricos o experimentales. ¿Cuál es, entonces, la motivación de Descartes
para llevar a cabo enunciaciones de esta naturaleza? El objetivo es claro: llegar a la
formulación del principio de conservación del movimiento.
Este es un principio
fundamental para la cabal comprensión de su física. La cantidad de movimiento que hay
en el universo es la misma y constante desde que Dios creó el universo. Todos los
cuerpos y partículas –de diversas formas y figuras- que están en movimiento y en reposo
en la naturaleza, chocan entre sí, cambian de dirección, mantienen la misma, rebotan,
mueven materia que está en reposo absoluto, cambian de velocidad –la aumentan o la
merman- o la mantienen, toda esa substancia extensa lo que hace es cambiar o transmitir
determinadas cantidades de movimiento que no están sujetas al azar sino a las siete
reglas mencionadas, es decir, que se mantiene la misma cantidad de movimiento a pesar
84
Ibid, p.105-109.
Las barras son nuestras.
85 Ibid, p.109.

La idea de Descartes como un empirista es la tesis central de delicioso libro de Desmond Clarke
titulado La filosofía de la ciencia de Descartes. Véase: CLARKE, Desmond, La filosofía de la
ciencia de Descartes, Op. Cit., particularmente el Cap. 1: Introducción, p.15-29.
del aparente caos de cuerpos y partículas en movimiento y en reposo. En el Traité de la
lumière lo afirma de este modo:
Suponiendo que ha puesto [Dios] una determinada cantidad de movimientos
en toda la materia en general desde el primer instante que la creó, es preciso
sostener que conserva siempre la misma cantidad o bien creer que no actúa
siempre de la misma manera. Suponiendo así que, desde ese primer
instante, las diversas partes de la materia, en que estos movimientos se
encontraban desigualmente dispersos, comenzaron a conservarlos o a
transferirlos de una a otra según la fuerza que tenían, se ha de pensar
necesariamente que Dios continúa siempre provocando lo mismo86.
Y en el parágrafo 36 de la Segunda Parte de Les principes lo plantea de esta manera:
“Dios es la primera causa del movimiento y mantiene constante la cantidad de movimiento
en el universo.
[…] el movimiento […] tiene una cierta cantidad que ni aumenta ni
disminuye jamás, aun cuando exista más o menos movimiento en alguna de sus partes”87.
Este es un problema fundamental que a finales del siglo XVII enfrentará a los pensadores
newtonianos –mejor dicho, al mismo Newton- con Leibniz, precisamente, por el problema
de la conservación o no de la cantidad de movimiento que hay en el universo; de manera
más exacta, si el movimiento se conserva o tiende a acabarse.
Según Newton, la
cantidad de movimiento en el universo tiende a acabarse, es decir, que tiende al reposo;
esta es la razón por la cual Dios, de vez en cuando, interviene en él para imprimirle la
cantidad de movimiento necesaria para que siga existiendo; por ello, según Leibniz, el
Dios de Newton es un relojero que de vez en cuando debe darle cuerda el reloj para que
siga funcionando, es por tanto, un Dios imperfecto. De cierta manera, Leibniz es heredero
del racionalismo cartesiano; así, defiende la idea de que Dios en el momento de la
creación puso una cantidad de movimiento en el mundo que se mantiene constante y, por
lo tanto, Dios no interviene en el mundo; es la razón por la que Newton, acusando de
86
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.121.
Las barras son nuestras.
87 DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.96.
Las barras son nuestras.
herejía a Leibniz, afirmaba que el Dios de Leibniz es un Dios holgazán, que creó el
universo y el movimiento, y se acostó a dormir.
En conclusión, para la historia de la ciencia, como se ha insinuado, estas tres leyes de la
naturaleza fueron las que finalmente Newton asumió o tuvo en cuenta para la elaboración
de sus leyes del movimiento en sus Principia, pues ni en la obra de Kepler o en la de
Galilei encontramos leyes de la naturaleza o del movimiento enunciadas de esta manera,
o al menos que se le parezcan.
Es demasiado importante considerar que para la
formulación de la ley de inercia de Newton –la primera ley del movimiento- es fundamental
el trabajo cartesiano, pues sólo allí encontramos la idea de un cuerpo moviéndose en
línea recta al infinito, lo que supone la concepción clara de un espacio infinito, que no
encontramos ni en Kepler ni en Galilei, cuyas nociones de un universo cerrado eran tan
clásicas como las griegas o medievales. No sobra mencionar las leyes de Newton, para
hacer el ejercicio de posibles analogías, semejanzas y diferencias con las cartesianas; lo
que no podemos negar es su cercana familiaridad teórica. Así pues, Newton las llamó
“Axiomas o leyes del movimiento”, y son las siguientes:
LEY PRIMERA
Todos los cuerpos perseveran en su estado de reposo o de movimiento uniforme
en línea recta, salvo que se vean forzados a cambiar ese estado por fuerzas
impresas.
Los proyectiles perseveran en sus movimientos mientras no sean retardados
por la resistencia del aire o impelidos hacia abajo por la fuerza de gravedad.
Una peonza, cuyas partes se ven continuamente apartadas de movimientos
rectilíneos por su cohesión, no cesaría de girar si no fuese retrasada por el
aire. Los cuerpos mayores de los planetas y cometas, que encuentran menos
resistencia en los espacios libres, preservan durante mucho más tiempo sus
movimientos progresivos y circulares.
LEY II
El cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa, y se hace
en la dirección de la línea recta en la que se imprime esa fuerza.
Si una fuerza cualquiera genera un movimiento, una fuerza doble generará el
doble de movimiento, una triple el triple, tanto si la fuerza es impresa entera y
a la vez como si lo es gradual y sucesivamente. Y cuando el cuerpo se movía
antes, este movimiento (dirigido siempre siguiendo a la fuerza generadora) se
añade, se resta o se une oblicuamente al movimiento anterior, según

Este problema lo vemos ampliamente desarrollado en el texto llamado La polémica LeibnizClarke. Aunque propiamente no se centra en problemas teológicos o en especular sobre el papel
de Dios en el mundo, pues el libro trata de los problemas fundamentales de física –la gravedad, el
vacío, el movimiento, etc.-, de todas maneras vemos allí una interesante discusión acerca de este
asunto. Véase: La polémica Leibniz-Clarke. Madrid: Taurus, 1980.
coadyuve, se oponga o se vincule oblicuamente a él, componiendo así un
nuevo movimiento formado por la determinación de ambos.
LEY III
Para toda acción hay siempre una reacción opuesta o igual. Las acciones
recíprocas de dos cuerpos entre sí son siempre iguales y dirigidas hacia partes
contrarias.
Cualquier cosa que arrastre o comprima a otra es igualmente arrastrada o
comprimida por esa otra. Si se aprieta una piedra con el dedo, el dedo es
apretado también por la piedra. Si un caballo arrastra una piedra atada a una
cuerda, el caballo (por así decirlo) será también arrastrado hacia atrás: la
cuerda distendida, debido al esfuerzo mismo por relajarse, arrastrará al
caballo hacia la piedra tanto como a la piedra hacia el caballo, estorbando el
progreso de uno tanto como promueve el progreso del otro. Si un cuerpo
tropieza con otro y, debido a su fuerza, cambia el movimiento de éste, él
también (debido a la igualdad de la presión mutua) sufrirá un cambio igual en
su propio movimiento hacia la parte contraria. Los cambios producidos por
esas acciones no son iguales en las velocidades, pero sí en los movimientos
de los cuerpos, siempre que no se vean estorbados por ningún otro
impedimento. Pues como los movimientos han cambiado igualmente, los
cambios de las velocidades hechos hacia partes contrarias son inversamente
proporcionales a los cuerpos88.
Reiteramos, hoy sabemos que Newton estudió concienzudamente la obra de Descartes, y
que la enunciación de sus tres leyes del movimiento se debe en gran parte a las
formulaciones cartesianas mencionadas. Pues, de hecho, la concepción de un cuerpo en
movimiento rectilíneo infinito a una velocidad constante sin ninguna fuerza que se lo
impida, tiene como previo fundamental la idea de un universo indefinido, ilimitado o
infinito. Y entre los modernos de la primera mitad del siglo XVII, la idea de un universo de
tales dimensiones –aun con todos los problemas teóricos que tiene-, sólo lo encontramos
en la obra de Descartes. Kepler y Galilei –aun con las sospechas de este último de que el
universo puede ser infinito, pero que, como vimos, no llegó a afirmar en su obra científica,
sino en la famosa carta a Liceti, insistimos, como sospecha, no como una afirmación de
tipo físico- no tienen la noción “física” de un universo que no está limitado por la esfera de
las fijas. Ni siquiera Giordano Bruno, cuyas afirmaciones acerca de la existencia de un
universo infinito estaban más cerca de especulaciones metafísicas que de teorías físicas.
1.3.4. El universo ilimitado: ¿Cuestión física o metafísica?
88
NEWTON, Isaac. Principios matemáticos. Barcelona: Altaya, 1993. p.41-42.
¿Qué deberá hacerse con quien ha encontrado el modo de
subir al cielo, rebasar la circunferencia de las estrellas,
dejar a sus espaldas la convexa superficie del
firmamento?89
Uno de las características fundamentales de la física de Descartes es la moderna
concepción del universo infinito. En muchas historias de la ciencia, de corte tradicional,
este formidable adelanto en la comprensión del universo moderno, se le atribuye, casi
siempre, a Giordano Bruno. Sin embargo, en la destrucción del límite del mundo clásico
las consideraciones cartesianas sobre esta cuestión son fundamentales.
Pero, en términos epsitemológicos, el infinito universo de Bruno, ¿Es un trabajo previo
que hace posible la concepción del universo ilimitado en la física cartesiana? Porque si
en la física de Descartes una de las partes más importantes es la concepción de un
espacio ilimitado, de todas maneras, infinito, puede parecer inevitable establecer
relaciones o familiaridad con las hipótesis brunianas.
Por ello, es necesario mostrar
cuáles son los alcances y límites de cada una de ellas.
En los clásicos sistemas del mundo la finitud, prácticamente, se daba como un hecho;
para la modernidad este asunto no era tan evidente. Desde el siglo XV Nicolás de Cusa
(1401-1464) ya había hecho una interesante reflexión sobre esta cuestión; y el inglés
Thomas Digges (1545-1595) –que hacia 1576, algunos años después de Copérnico y
mucho antes de la publicación de las obras donde Bruno expone sus ideas sobre el
universo infinito en 1584-, nos habla de un universo en el cual la esfera de las fijas queda
difuminada en un espacio ilimitado. En esencia, el universo tiene el Sol como centro
común de los planetas –incluida la Tierra que además tiene un movimiento de rotación de
24 horas-, la Luna gira alrededor de esta última y más allá de la esfera de Saturno las
estrellas fijas se encuentran ubicadas a diversas distancias en un espacio indefinido, tanto
las visibles como las invisibles.
Digges lo expresa de este modo:
89

BRUNO, Giordano. La cena de las cenizas. Madrid: Alianza, 1987. p.68.
Cfr. DE CUSA, Nicolás. De la docta ignorancia. Buenos Aires: Lautaro, 1948.
Y, sin embargo, como ya se dijo, el gran círculo no es más que un punto en
comparación con la inmensidad del firmamento; de ello puede fácilmente
colegirse cuán ínfima es la parte de la creación divina que nuestro mundo
elemental y corruptible representa. Pero, aun así, nunca podremos dejar de
admirar la inmensidad de todo lo demás, en particular la de esa esfera inmóvil
engalanada por innumerables luminarias, que se extiende ilimitadamente
hacia arriba en altitud esférica90.
La razón por la cual Digges llegó a esta conclusión es simple: “Muy bien podemos pensar
que ésta es la gloriosa corte del gran Dios, acerca de cuyas invisibles e inescrutables
obras nosotros tan sólo podemos conjeturar sobre la base de lo que no es dado ver, y a
cuyo infinito poder y majestad únicamente puede convenir un lugar infinito que supere
tanto en cantidad como en cualidad a todo los demás”91. Es decir, que no hay en
Digges una demostración de carácter empírico, experimental o matemático, de la infinitud
del universo. Sus razones son fundamentalmente metafísicas.
Ahora bien, en esta tradición podemos inscribir también la obra de Bruno. Sus hipótesis
sobre el universo infinito aparecen en dos de sus obras: La cena de las cenizas y Sobre el
infinito universo y los mundos, ambas de 1584. En La cena de las cenizas escribe:
Así conocemos tantas estrellas, tantos astros, tantos númenes, como son
todos esos centenares de miles que asisten al servicio y contemplación del
primero, universal, infinito y eterno eficiente. Ya no está encarcelada nunca
más nuestra razón con los cepos de los fantásticos ocho, nueve y diez
móviles y motores. Sabemos que no hay más que un cielo, una inmensa
región etérea en la que estas magníficas luminarias conservan las propias
distancias por comodidad en la participación de la vida perpetua92.
Y en Sobre el infinito universo y los mundos las posturas son más contundentes: “… hay
un infinito, es decir, una región etérea inmensa, en la cual existen innumerables e infinitos
cuerpos, como la tierra, la luna y el sol…”93 Y más adelante: “Existen, pues, innumerables
soles; existen infinitas tierras que giran igualmente en torno a dichos soles, del mismo
90
COPÉRNICO, Nicolás, DIGGES, Thomas y GALILEI, Galileo, Op. Cit., p.61.
Las negrillas son nuestras.
91 Ibid. p.61.
Las negrillas son nuestras.
92 BRUNO, La cena de las cenizas, Op. Cit., p.71.
93 BRUNO, Sobre el infinito universo y los mundos, Op. Cit., p.86
modo que vemos a estos siete (planetas) girar en torno a este sol que está cerca de
nosotros”94.
Pero, ¿Cuáles son las posibles demostraciones de que el universo es de tal naturaleza?
No son ni empíricas, experimentales o matemáticas. Todas ellas son metafísicas, es
decir, que se encuentran enmarcadas en el tipo de argumentación que usaban los
mismos aristotélicos que Bruno combatía. Veamos como lo expone: “… considerar al
mundo o, como vos decís, al universo, sin límite, no comporta inconveniente alguno y nos
viene a librar de innumerables dificultades en que nos vemos envueltos cuando
sostenemos lo contrario”95. Es decir, es más sencillo y lógico defender la infinitud del
universo, pues comporta menos dificultades para el entendimiento.
De esta manera,
según Bruno, es mediante rigurosos razonamientos como podemos demostrarlo, o lo que
es lo mismo, debemos inclinarnos por el poder de la razón y las leyes que la rigen. Así
pues:
No hay sentido que vea el infinito, no hay sentido de quien se pueda exigir
esta conclusión, porque el infinito no puede ser objeto de los sentidos, y, en
consecuencia, quien pretende conocerlo por medio de los sentidos es
semejante a quien quisiera ver con los ojos la substancia y la esencia, y quien
negase por eso la cosa, por cuanto no es sensible o visible, llegaría a negar la
propia substancia y ser. Por eso, debe haber moderación en eso de pedir
testimonio a los sentidos. A esto no hacemos lugar sino cuando se trata de
cosas sensibles y aún no sin sospecha, si aquéllos no intervienen en el juicio
junto a la razón. Al intelecto le corresponde juzgar y dar razón de las cosas
ausentes y separadas de nosotros por distancia temporal o intervalo espacial.
Y aquí más que suficiente testimonio tenemos de los sentidos en el hecho de
que éstos no son capaces de afirmar lo contrario y evidencian además su
debilidad e insuficiencia al ocasionar una apariencia de finitud gracias a su
horizonte, con el cual se ve también cuán inconstantes son. Ahora bien, así
como por experiencia sabemos que nos engañan en lo que toca a la
superficie de este globo en el cual nos hallamos, mucho más debemos
sospecharlo en lo que respecta al límite que nos hace ver en la concavidad
estelar96.
En cuanto a lo que Galilei y Kepler pensaban sobre la infinitud del universo, sus
consideraciones son de muy distinta índole a las expuestas por Digges y Bruno. Ya
hemos citado varias veces lo que Galilei pensaba sobre el universo infinito: en ninguna de
sus obras de cosmología aparece una afirmación de este tipo. Su sistema del mundo es
94
Ibid, p.114.
Ibid, p.71.
96 Ibid, p.63-64.
95
tan cerrado o limitado por las fijas como el de cualquier astrónomo o cosmólogo clásico, o
como los medievales.
Recordemos que los pensamientos galileanos sobre el infinito
universo aparecen en su correspondencia y no en sus textos publicados. Sabemos las
razones: no hallaremos en sus obras afirmaciones en las que no pueda hacer
demostraciones matemáticas o experimentales; basta pensar en la disputa metodológica
que encontramos en El ensayador, a propósito del movimiento de los cometas.
Kepler es un poco más arriesgado.
A pesar de que en ninguna de sus obras de
cosmología o astronomía afirma la infinitud del universo, en la Conversación con el
mensajero sideral, que es un texto publicado y leído en Europa, y que lo escribió como
respuesta al pedido que le hizo Galilei para que afirmara que sus observaciones por el
telescopio y su consecuente interpretación matemática de esas observaciones, eran
verdaderas, consideró la hipótesis de que el universo es infinito. Así, afirma:
… Wackher creía que sin duda estos nuevos planetas [los cuatro de Júpiter
descubiertos por Galilei] giraban en torno a algunas de las estrellas fijas (cosa
que hacía ya mucho tiempo me había aducido basándose en las
especulaciones del cardenal de Cusa y Giordano Bruno), de modo que si
hasta ahora se habían ocultado allí cuatro planetas, ¿qué nos habría de
impedir creer que tras este exordio se habrían de detectar allí a continuación
muchísimos otros? Por tanto, o el mundo éste es infinito, como querían
Meliso y el autor de la filosofía magnética, Guillermo Gilberto, o como
pensaban Demócrito y Leucipo y, entre los más modernos, Bruno y Brutio,
amigos tuyos y mío, Galileo, hay otros infinitos mundos (o Tierras, como dice
Bruno) semejantes a este nuestro97.
El razonamiento de Kepler es severo.
Sin embargo, en primer lugar, su apego a la
tradición lo aleja de la noción del espacio infinito y, en segundo lugar, este tipo de
argumentación es necesariamente metafísica, o lógica si se quiere, pero no habría forma
de demostrar que ello así sea. En consecuencia, el rechazo de Kepler a la existencia del
universo infinito es una parte fundamental de sus concepciones cosmológicas:
¿Qué otra cosa se desprende de ello, Galileo, sino que las fijas emiten sus
luces desde dentro, mientras que los opacos planetas se iluminan desde
97
GALILEO y KEPLER, El mensaje y el mensajero sideral, Op. Cit., p.102.
Las barras son nuestras.

Un completo tratamiento del rechazo de Kepler a la idea del universo infinito la podemos
encontrar en Del mundo cerrado al universo infinito de A. Koyré. Cfr. KOYRÉ, Alexandre. Del
mundo cerrado al universo infinito. México: Siglo XXI, 2000. Particularmente el Capítulo III
denominado “La nueva astronomía contra la nueva metafísica”, p.61-86.
fuera; esto es, para decirlo con palabras de Bruno, que aquéllas son Soles y
éstos Lunas o Tierras? Con todo, para que éste no nos arrastre a su doctrina
de los infinitos mundos, tantos cuantas fijas hay y todos ellos semejantes al
nuestro, viene en nuestra ayuda tu tercera observación sobre la innumerable
multitud de fijas, que es superior a la conocida por los antiguos, no dudando
en estimar que se ven más de diez mil estrellas. Cuanto más numerosas y
más frecuentes, tanto más fuerte es mi argumento expuesto en el capítulo
XXI del libro sobre la nueva estrella en contra de la infinitud del mundo, que
demuestra que este lugar donde moramos los hombres con nuestro Sol y los
planetas es la cavidad principal del mundo, no pudiendo ocurrir que desde
ninguna de las fijas se vea una configuración del mundo como la que se
observa desde nuestra Tierra o incluso desde el Sol98.
Para Kepler, de todas maneras, nuestro sistema solar como la “cavidad principal del
mundo” es el centro del universo, y un universo infinito no puede tener un centro absoluto,
como es su pretensión.
Por lo que respecta a Descartes, sabemos que una las partes centrales de su física o de
su filosofía natural es la afirmación de que el universo es infinito. Esta fundamental tesis
es esbozada inicialmente en el Traité de la lumière y recabada en Les principes de la
philosophie.
El universo infinito es para Descartes un concepto esencial que se debe anteponer a la
concepción de los movimientos rectilíneos infinitos (que son los movimientos que
privilegia la moderna ciencia), y por ende, a la formulación de la ley de inercia que, como
sabemos, es una de las leyes fundamentales del aparato científico moderno. Nuestra
tesis, como se ha esbozado, es tratar de mostrar que ambas ideas son cabalmente
modernas y que su mutua implicación es evidente e indiscutible.
Ahora bien, es importante tener en cuenta que, propiamente, Descartes no habla de
universo infinito. En términos cartesianos sería un universo ilimitado. Las razones no son
ni filosóficas ni científicas, sino de índole religiosa, porque ya Bruno había sido acusado
de herejía, pues confundía a Dios con el universo, cuando afirmaba que el universo es
infinito y lo único infinito que existe es Dios, lo que significaba que el infinito es Dios o
Dios es el infinito.
98
Ibid, p.134.
Esto puede parecer un simple problema de semántica, pero Bruno se vio por ello en
serias dificultades. De manera que Descartes asume este asunto afirmando que si Dios
es infinito, el universo es ilimitado.
26. No se debe intentar la comprensión de lo infinito, sino que sólo se debe
pensar que todo aquello en lo que no encontramos límites, es indefinido. De
este modo no nos veremos nunca envueltos en las disputas acerca de lo
infinito, pues sería ridículo que nosotros, siendo finitos, intentásemos
determinar algo infinito y, de esta forma, suponerlo finito, pues intentamos
comprenderlo. Por tal razón, no pretendemos dar respuesta a quienes se
cuestionan si la mitad de una línea finita es infinita, si el número infinito es par
o impar, o bien otras cuestiones semejantes, puesto que sólo quienes se
imaginan que su ingenio es infinito parecen ser los que estiman que tales
dificultades han de ser analizadas. Nosotros, viendo cosas en las que, en
cierto sentido, no apreciamos límites, no aseguraremos que sean infinitas por
tal razón, sino que simplemente las consideramos indefinidas. De este modo
y dado que no seríamos capaces de imaginar una extensión tan grande que,
al mismo tiempo, impidiera concebir otra mayor, afirmaremos que la magnitud
de las cosas posibles es indefinida. Y puesto que no se podría dividir un
cuerpo en partes tan pequeñas que no fueran, a su vez, divisibles,
concluiremos que la cantidad puede ser divisible en un número indefinido de
partes. Y puesto que no seríamos capaces de imaginar tantas estrellas que
excluyéramos la posibilidad de que Dios hubiera podido crear más,
supondremos que su número es indefinido99.
De hecho, participar en disputas donde se hable del infinito, y ciertamente, asignarle este
adjetivo al universo, es pisar en tierras movedizas. ¿Estaba pensando Descartes en la
ejecución de Bruno en 1600 y en la condena de Galilei en 1633? No cabe la menor duda.
Sus prejuicios y prevenciones nos trasladan a una discusión puramente semántica, pues,
al fin y al cabo, decir que el universo es ilimitado, indefinido o infinito, es lo mismo. De
este modo se interroga: “Qué diferencia hay entre indefinido e infinito”100.
Y luego
responde:
De estas cosas diremos que son indefinidas [de las líneas, del número infinito]
y no infinitas con el fin de reservar solamente para Dios la calificación de
infinito, tanto en razón de que no observemos límites en sus perfecciones,
como también a causa de que estamos muy seguros de que no puede
tenerlos. En relación con todas las otras cosas, sabemos que no son tan
absolutamente perfectas, puesto que, aunque en ocasiones observemos
propiedades que nos parecen no tener límites, sin embargo conocemos que
99
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.37.
Las negrillas son nuestras.
100 Ibid, p.37.
esto procede del defecto de nuestro entendimiento y no de la naturaleza de
esa cosa101.
Así llegamos a la conclusión definitiva:
21. La extensión del mundo es indefinida. También sabemos que este
mundo, es decir, la materia extensa que compone el universo, no tiene
límites, puesto que, cualquiera que fuera la parte en la que deseemos fingir
estos límites, aún podemos imaginar un más allá de los espacios
indefinidamente extensos, que nosotros no sólo imaginamos, sino que
concebimos ser en efecto tales como los imaginamos; de suerte que
contienen un cuerpo indefinidamente extenso, porque la idea de la extensión
que nosotros concebimos en un espacio, cualquiera que sea, es la verdadera
idea que debemos tener del cuerpo102.
Si la materia y el espacio son conceptos isomórficos, y si el universo está constituido de
un espacio indefinido, la materia es también indefinida y lo llena por todas partes o en
todas direcciones, sin dejar un solo intersticio para el vacío. El vacío no puede suponer el
espacio indefinido y viceversa, tal como fueron las motivaciones de muchos filósofos
clásicos y aun de algunos modernos, para poder afirmar la finitud del mundo.
Así pues, ¿Es esta tesis cartesiana una simple especulación metafísica? ¿O es producto
de sus divagaciones racionalistas? Creemos que por primera vez en el siglo XVII y en la
historia del pensamiento científico, tenemos una concepción física de las dimensiones del
universo, porque las razones cartesianas para afirmar la infinitud del universo, aunque no
se basan en demostraciones experimentales –como las actuales teorías sobre esta
cuestión-, sí se apoyan en argumentaciones lógicas –o si se quiere matemáticas- que lo
dan como un supuesto fundamental para que sea la condición de posibilidad de la
existencia de los movimientos rectilíneos infinitos; es decir, que la inercia cartesiana sólo
es posible en un espacio infinito.
Sabemos que en tiempos de Descartes es
prácticamente imposible demostrar experimentalmente que un cuerpo se mueva, en
ausencia de fuerzas, en línea recta. Únicamente podríamos concebir tal cuerpo como un
punto geométrico que se mueve por una línea recta infinita, en un espacio indefinido.
Esto quiere decir que el espacio indefinido que él concibe es necesariamente geométrico
como nos lo hace saber en el Discours: “…y habiéndome propuesto el objeto de los
geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso
101
102
Ibid, p.37-38.
Ibid, p.85-86.
en longitud, anchura y profundidad, divisible en diversas partes, que podían tener diversas
figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues
los geómetras suponen esto en su objeto…”103
Desde este punto de vista, la concepción del universo infinito y los cuerpos que en
ausencia de fuerzas se mueven en línea recta indefinidamente, son nociones modernas
en todo el sentido de la palabra, que no están fuera del increíble avance del pensamiento
científico de esta época. Tal vez esta noción física del universo fue rechazada o no tenida
prácticamente en cuenta por la historia del pensamiento científico por diversas causas
que se encuentran fuera de la esencia misma de sus teorías: de pronto el exagerado
deductivismo racionalista o la afirmación de un universo lleno de materia extensa en
longitud, anchura y profundidad, o de cuerpos materiales constituidos de pequeñas
partículas en movimiento o en reposo.
En conclusión, la moderna concepción del universo infinito, con todas las implicaciones o
consecuencias, que ello conlleva, en el plano de la ciencia y de la filosofía modernas, se
la debemos no tanto a Bruno o al mismo Newton, como sí a Descartes.
1.3.5. Concepción del movimiento
Es muy importante que le dediquemos unas líneas a la noción de movimiento que es uno
de los conceptos físicos más interesantes de Descartes. En resumen, debemos afirmar,
que él debe superar dos ideas fundamentales del movimiento que están buscando su
lugar en la primera mitad del siglo XVII: la aristotélica con su clásica concepción de
movimientos circulares infinitos y rectilíneos finitos en un espacio cerrado por la esfera de
las fijas; y la copernicana y su espacio geométrico, también cerrado, donde sólo existen
los movimientos naturales esféricos, por ejemplo, los movimientos naturales de la Tierra –
de rotación, traslación y precesión de los equinoccios-.
Ya hemos mencionado algunas cuestiones que tienen que ver con lo que Descartes
entiende por movimiento: 1) una definición inicial, muy simple, que conceptúa el
movimiento como un móvil que se desplaza de un lugar a otro, de un punto A a un punto
103
DESCARTES, Discurso del método, Op. Cit., p.27.
B; 2) por ende, esta definición se enmarca en la idea moderna de que el movimiento es el
movimiento local o teoría del cambio de lugar, que, a su vez, no es estrictamente la idea
aristotélica del movimiento; 3) que la res extensa –tanto los cuerpos como las pequeñas
partículas que los constituyen- están en movimiento o, en su defecto, en reposo, llenando
todo el universo; 4) por lo tanto, que el vacío no existe, de donde se sigue que los cuerpos
y las partículas no se mueve en el vacío, sino en un universo lleno por todas partes de
materia; 5) que dichos movimientos están regidos por leyes –las tres mencionadas- que
ordenan el mundo; 6) y finalmente, la tesis de que el universo no tiene límites, es decir,
que es infinito.
En líneas anteriores decíamos que la noción de movimiento de Descartes, que
conocíamos hasta el momento, es muy simple; esta definición aparece por primera vez en
el Traité de la lumière, pero en Les principes es mucho más compleja. De hecho, en este
último es el punto de partida para poder explicar lo que realmente entiende por
movimiento, además, que en el contexto del primero tenía que ver con la idea de
presentar una definición sencilla para poderla anteponer a la compleja definición
aristotélica del movimiento –e incluso ridiculizarla-: motus est actus entis in potentia, prout
in potentia est. En otras palabras, su concepto del movimiento no es tan simple como
puede parecer a primera vista.
En el parágrafo 24 de la Segunda Parte de Les principes de la philosophie encontramos
planteada esta idea:
El movimiento (es decir, aquel movimiento que se desarrolla desde un lugar
a otro, pues es el único que concibo y tampoco creo que sea preciso
suponer otro en la naturaleza), no es otra cosa, tal y como de ordinario se
entiende, que LA ACCIÓN POR LA CUAL UN CUERPO PASA DE UN
LUGAR A OTRO LUGAR. Y de igual modo que anteriormente hemos
señalado que una misma cosa en un mismo tiempo cambia de lugar y no
cambia, de igual modo podemos decir que se mueve y no se mueve. Es así,
pues, por ejemplo, quien está sentado en la popa de un barco al que el viento
impulsa, cree moverse cuando solamente presta atención a la ribera de la que
ha partido y a la que considera inmóvil, y no cree moverse cuando solamente
atiende al barco sobre el que se encuentra por cuanto no cambia de situación
respecto de sus partes104.
104
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.87.
Las negrillas son nuestras.
Obviamente, es lo que Descartes define por movimiento según el uso común, si
atendemos al título del parágrafo citado. Sin embargo, es importante tener en cuenta los
siguientes aspectos: en primer lugar, que Descartes entiende por todo movimiento, en
esta primera definición, el desplazamiento de un lugar a otro de un móvil o de un cuerpo,
o sea, el recorrido de una substancia extensa de un punto determinado a otro; en última
instancia, se refiere sólo al movimiento local. Y en segundo lugar, que aunque, según el
mismo Descartes, los estados de movimiento y reposo sean contrarios, sólo pueden ser
percibidos si dichos estados tienen un punto de referencia para poderlos determinar.
¿Estamos hablando entonces de un principio de relatividad del movimiento?
En Descartes este principio no aparece formulado como tal o como una ley de la
naturaleza. Podríamos decir que su noción de la relatividad es incipiente y no presenta
los niveles de elaboración que encontramos en Galilei -incluso en Copérnico y en Bruno-,
pues éstos lo presentan como uno de los argumentos por los cuales es posible explicar
que la Tierra tiene movimientos, el cual no podemos percibir, precisamente, porque
observamos desde ella.
En el caso de Descartes este argumento es útil para mostrar que sólo podemos percibir el
movimiento o el reposo de un cuerpo cualquiera, siempre y cuando tengamos, como se
dijo, un punto de referencia.
Y eso, al menos, nos acerca a la idea moderna del
movimiento, pues establece distancias enormes con respecto a la noción peripatética del
movimiento y el reposo.
Ahora bien, antes de continuar tratando el problema del movimiento, debemos precisar
primero el concepto de lugar que aparece en la definición citada anteriormente. ¿Qué
entiende Descartes por lugar? ¿Lo mismo que el espacio? Ya hemos mencionado que
por espacio él entendía una entidad única, infinita y llena de materia –en todas
direcciones- en la que el vacío no existe.
Por estar lleno de materia es la razón por la
cual no hay diferencia entre él y la extensión. Recordemos que la materia es extensa en
longitud, anchura y profundidad, por lo que dichos atributos participan también de la
esencia del espacio. Descartes lo explica así:

El título del parágrafo 24 de la Segunda Parte es: “Sobre lo que es el movimiento según el uso
común.” (DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.87).
11. En qué sentido se puede afirmar que el espacio no difiere realmente del
cuerpo que contiene. Fácil será conocer que la misma extensión que
constituye la naturaleza del cuerpo, constituye la naturaleza del espacio, y
que no difieren entre sí sino como la naturaleza de la especie o del género
difiere de la del individuo: si para determinar mejor la verdadera idea que
tenemos de algún cuerpo, tomamos por ejemplo una piedra y retiramos de
ella cuanto sabemos que no pertenece a la naturaleza del cuerpo; esto es,
quitemos, en primer lugar, la dureza, puesto que si pulverizamos esta piedra,
perdería su dureza y, por ello, no dejaría de ser cuerpo; quitémosle también el
color, puesto que hemos visto en ocasiones piedras tan transparentes que no
tenían color; quitémosle también el peso, pues vemos que el fuego, aun
cuando sea muy ligero, no deja de ser considerado cuerpo; quitémosle el frío,
el calor y todas las otras cualidades de este género, puesto que no pensamos
que estén en la piedra, o puesto que no pensamos que esta piedra cambie de
naturaleza porque nos parece en unos momentos fría y en otros caliente.
Después de haber examinado de esta forma la piedra, hallaremos que la
verdadera idea que de ella tenemos consiste solamente en que nosotros
apercibimos distintamente que es una substancia extensa en longitud,
anchura y profundidad; esto mismo está ya comprendido en la idea que
tenemos del espacio...105
Así pues, se entiende por lugar lo que indica la situación de un cuerpo en relación con
otros que se encuentran en la proximidad. Para determinar el lugar en el cual hay un
cuerpo en reposo o el que uno desocupa para ocupar otro, es necesario que tenga alguno
o varios cerca de él; esto quiere decir, que la condición para señalar un lugar en el que
está ubicado un cuerpo es que otros le sirvan como punto de referencia. Sin embargo, si
pensamos el lugar en estos términos hay que decir que él toma la forma del cuerpo que lo
ocupa, es decir, la extensión en longitud, anchura y profundidad. Lo que quiere decir, que
de alguna manera espacio y lugar, ciertamente, son lo mismo, dado que si un lugar es
abandonado será llenado por otro cuya materia es esencialmente la misma, ya sea aire,
líquido o sólido, porque al fin y al cabo la materia es la misma, es decir, extensa en
longitud, latitud y profundidad. ¿Entonces, en qué difieren? Descartes lo responde así:
“... el lugar y el espacio difieren en razón de sus nombres porque la palabra lugar nos
señala de modo más expreso la situación que la magnitud o la figura; por el contrario,
pensamos más bien en la magnitud y en la figura cuando se habla de espacio”106. El lugar
y el espacio se diferencian sólo en el nombre, es decir, que esencialmente son la misma
cosa. En otras palabras, esta diferencia la hacemos a nivel del lenguaje común para
expresar los modos en que se mueven los cuerpos, pero en nada afecta lo que, en
términos físicos, significan realmente el espacio y el lugar, y su relación isomórfica con la
105
106
Ibid, p.78-79.
Ibid, p.80-81.
materia. Esto quiere decir, en fin, que los denominados -en nuestra forma ordinaria de
hablar- espacios o lugares, son percepciones sensibles o, más bien, representaciones
que nos hacemos del mundo de la experiencia, porque, si lo expresáramos de manera
correcta, tendríamos que decir que el espacio es uno y, por ende, el lugar también.
Únicamente nos acercaríamos a una descripción común de los diversos lugares que
ocupan los cuerpos que hay en el universo, siempre y cuando, podamos diferenciar los
lugares internos y los externos para poder representarnos objetos.
De forma clara
Descartes lo expresa así:
Así pues, nunca distinguimos el espacio de la extensión en longitud, anchura
y profundidad; sin embargo, consideramos algunas veces el lugar como
interno a la cosa, que está en él, y, a veces, como si fuese externo a la cosa.
El lugar interno no difiere en forma alguna del espacio; pero el lugar externo lo
tomamos, en algunos casos, bien por la superficie que rodea inmediatamente
la cosa que está situada, debiendo notarse que por superficie no debe
entenderse parte alguna del cuerpo que rodea, sino solamente el límite que
se encuentra entre el cuerpo que rodea y el que es rodeado, que no es sino
un modo o una forma; el lugar externo bien podemos tomarlo por la superficie
en general, que no es parte de un cuerpo más bien que de otro y que siempre
parece la misma, en tanto que es de la misma magnitud y la misma figura.
Pues, auque veamos que el cuerpo que rodea a otro cuerpo pasa a otra parte
con su superficie, no tenemos costumbre de afirmar que el cuerpo envuelto
haya cambiado de lugar cuando se mantiene en la misma situación respecto
de los otros cuerpos a los que consideramos como inmóviles107.
Es decir, el lugar interno coincide con la extensión del cuerpo, mientras que el externo es
sólo el límite o superficie, que es “un modo o una forma” que no hace parte del cuerpo en
su esencia. Pero, aunque hagamos estas consideraciones acerca del lugar interno y del
externo, de todas maneras tendríamos que concluir que, en términos genéricos, el lugar
es uno –como lo es el espacio y la materia-, pues al fin y al cabo, todos tienen en común
la extensión en longitud, anchura y profundidad.
Ahora bien, como se ha dicho, nos interesa en este aparte desarrollar la concepción del
movimiento, y hemos comenzado por la definición que da Descartes del movimiento
según la idea corriente que tenemos de él. También hemos mencionado que su noción
del movimiento es mucho más compleja de lo que parece ser. Así pues, en Les principes
de la philosophie encontramos el siguiente texto:
107
Ibid, p.81-82.
25. Sobre lo que es el movimiento propiamente dicho. Ahora bien, si en vez
de satisfacernos con lo que solamente tiene como fundamento el uso
ordinario, deseamos saber lo que en verdad es el movimiento, diremos, con el
fin de atribuirle una naturaleza determinada, que es LA TRASLACIÓN DE
UNA PARTE DE LA MATERIA O DE UN CUERPO DE LA VECINDAD DE
LOS QUE CONTACTAN INMEDIATAMENTE CON ÉL Y QUE
CONSIDERAMOS COMO EN REPOSO A LA VECINDAD DE OTROS.
Entiendo por UN CUERPO o bien por UNA PARTE DE LA MATERIA todo lo
que es transportado a la vez, aunque esté compuesto de partes diversas que
emplean su agitación para producir otros movimientos. Y digo que es LA
TRASLACIÓN y no digo la acción o la fuerza que transporta con el fin de
mostrar que el movimiento siempre está en el móvil y no en aquel que mueve,
pues me parece que no existe costumbre de distinguir con cuidado estas dos
cosas. Además, entiendo que es una propiedad de la cosa que tiene figura y
el reposo lo es de la cosa que está en reposo108.
Y agrega:
27. El movimiento y el reposo sólo son dos formas del cuerpo en el que se
dan. Pero puesto que aquí no estamos tratando de la acción que se produce
en el que mueve o en quien detiene el movimiento, y puesto que
consideramos principalmente la traslación o el reposo, es evidente que esta
traslación no es nada fuera del cuerpo que se mueve, sino que solamente un
cuerpo se encuentra dispuesto de otra forma cuando está siendo transportado
que cuando no lo está. De suerte que el movimiento y el reposo sólo son dos
diversas formas del cuerpo109.
Si como habíamos afirmado, con Descartes, que prácticamente no podemos establecer
diferencias entre espacio, lugar y materia, salvo por sus nombres, y que el movimiento,
según el uso corriente, es el desplazamiento de un cuerpo de un lugar a otro –como si
existiesen dos lugares o más en la naturaleza-, es necesario, según él, precisar en qué
consiste realmente el movimiento. La definición que aparece en la anterior cita supone, de
hecho, la existencia de un universo lleno de materia por todas partes, esto es, el
movimiento es el desplazamiento o traslación de un cuerpo –o parte de la materia- desde
la proximidad de otros cuerpos que están en reposo, hasta la vecindad de otros cuerpos
que también están en reposo. Lógicamente que cualquier cuerpo que está en reposo, se
encuentra en este estado, sólo en relación con otros cuerpos que también lo están.
En una definición planteada de esta forma es fundamental preguntarse por la causa de
esa traslación o, lo que es lo mismo, interrogarse por aquello que la hace posible.
108
109
Ibid, p.87-88.
Ibid, p.89.
Usualmente, en términos comunes responderíamos que un cuerpo tiene movimiento
porque una fuerza exterior, o cierto ímpetus, o un motor, hace que se mueva de
determinada forma. En la física cartesiana la causa del movimiento se explica de otro
modo: el movimiento está en el móvil o en el cuerpo que se está moviendo, es decir, que
todo móvil –según las dos primeras leyes de la naturaleza- tiende a moverse en línea
recta infinitamente, a no ser que una fuerza se lo impida. Esto significa que un cuerpo se
mueve por sí mismo y que, por el contrario, la fuerza –o cualquier tipo de fuerzas- impide
el movimiento, que de suyo es rectilíneo e infinito. Por otro lado, si un cuerpo está en
reposo, éste se encuentra en el mismo cuerpo y no en alguna fuerza exterior que le
imponga ese estado, sí y sólo sí, tengamos en cuenta la primera ley de la naturaleza. Las
fuerzas exteriores impiden el movimiento o el reposo de todos los cuerpos del universo,
no son su causa. En otras palabras, para la comprensión del movimiento en la filosofía de
la naturaleza de Descartes, es fundamental enmarcarla en su concepción de la inercia y
en la idea de privilegiar el movimiento rectilíneo infinito, esto es, en sus dos primeras
leyes de la naturaleza.
Para efectos de la construcción del concepto de movimiento en la modernidad, como lo
entienden Galilei y Newton, el cartesiano se encuentra lejos del de estos dos.
Sin
embargo, consideramos, como se ha afirmado, que Descartes no deja de ser un
interlocutor fundamental para los debates que sobre el tema se dan en el siglo XVII y,
sobre todo, la importancia de sus tesis en la conformación del concepto newtoniano del
movimiento.
1.3.6. Constitución material del universo
Entre los múltiples escritos de los principales autores modernos –Copérnico, Bruno,
Brahe, Kepler y Galilei- nunca faltaron sus especulaciones cosmológicas. Es más, ellas
se constituyeron en el eje central de cada uno de sus sistemas filosófico-científicos. Por
supuesto, Descartes no está libre de esta tendencia, pues, sus apreciaciones
cosmológicas ocupan gran parte de su obra.
Éstas las hallamos en el Traité de la
lumière, Les météores y Les principes de la philosophie. En ninguna otra de sus obras las
encontramos, pues sus preocupaciones sobre diversos temas lo llevaban a especificar
tratados, ya sea de metodología científica, metafísica, geometría o filosofía práctica.
Ahora bien, para desarrollar su cosmología debemos tener dos presupuestos como
previos fundamentales: en primer lugar, que el universo no tiene límites, es decir, que es
infinito; y en segundo lugar, que está lleno de materia por todas partes –que es, además,
una-, por lo que no existe el vacío.
1.3.6.1.
El sol inmóvil en el centro de nuestro mundo
Para Descartes el Sol se encuentra en el centro de nuestro mundo o, en términos más
contemporáneos, de nuestro sistema solar. En la Tercera Parte de Les principes afirma
que: “… podemos pensar que el Sol tiene en común con las estrellas fijas que no se
desplaza de una a otra región del cielo”110. O sea, que no tiene movimiento de traslación
y por lo tanto de rotación sobre su eje, es decir, que se encuentra en reposo en el lugar en
el que está ubicado. Una afirmación de este tipo en un texto de 1644 es bastante notoria
por lo siguiente:
a. Se asume que el Sol es el centro de nuestro sistema solar, es decir, que es una
estrella como las demás fijas que vemos en el cielo –no necesariamente en el centro
absoluto, sino, como punto alrededor del cual giran los planetas-. Queriendo decir, que
cada una de ellas es un sistema solar con sus propios planetas como lo había afirmado
Giordano Bruno.
b. El Sol sin movimientos es una herencia de la astronomía matemática de Copérnico,
que lo concebía de esta forma, por lo que indicamos en su momento que su sistema
del mundo no era heliocéntrico –pues no estaba en el centro absoluto del mundo-, sino
heliostático.
Más exactamente, el sistema del mundo que concibe Descartes es
heliostático.
c. Para cuando Descartes escribe los principios en 1644, ya Galilei había demostrado
matemáticamente –en un texto que publica en 1612 sobre las manchas solares- el
desplazamiento de las manchas solares con la superficie del Sol, es decir, que el Sol
rotaba sobre su eje.
También es importante mencionar dos cosas: en primer lugar, que el Sol tiene luz propia
como cada una de las estrellas fijas. En Les principes lo enuncia de este modo: “… el Sol
110
Ibid, p.131.
tiene en común con la llama y con todas las estrellas fijas que de él surge la luz, la cual no
recibe de otro cuerpo…”111 Esta característica lo hace diferente –con las estrellas fijas- de
los planetas de nuestro sistema solar y de todos los sistemas del universo, pues son
cuerpos opacos que tienen luz propia. Es la razón por la cual no podemos percibir a
simple vista planetas de esos otros sistemas, pues la luz que reflejan no tiene la
intensidad de una estrella que la tiene, precisamente, porque el cuerpo opaco la refleja.
Sin embargo, vemos la luz de los cinco planetas de nuestro sistema debido a la
proximidad de esos cuerpos celestes con respecto a nosotros y al Sol, pues ellos la
reflejan –recordemos que ya Galilei había demostrado esto en 1611, cuando observó las
fases de Venus-. Y en segundo lugar, que a pesar de que el Sol no tenga movimientos
todas las partes de su superficie lo tienen. Así lo explica Descartes:
… imaginemos también que [el Sol] es semejante a la llama en lo que se
refiere a su movimiento y que es semejante a las estrellas fijas en lo que
concierne a su situación. […] Pero, sin embargo, su movimiento sólo
consiste en que cada una de estas partes se mueve separadamente pues
toda la llama no pasa por ello de un lugar al otro a no ser que sea
transportada por algún cuerpo al que está unida. Así, nosotros podemos
creer que el Sol está compuesto de una materia muy líquida y cuyas partes
están tan altamente agitadas que arrastran consigo las partes próximas del
cielo y las que le circundan…112
Para entender mejor esta idea debemos considerar, ante todo, que la materia que hay en
el universo –incluidos todos los cuerpos celestes- es única y está compuesta de pequeñas
partículas que se pueden dividir hasta el infinito. Pero esa materia se nos presenta a
nosotros en tres estados: sólido, líquido y aire, o lo que es lo mismo -en términos de la
filosofía clásica-, en tres elementos: tierra, fuego y aire. En el Traité de la lumière se
explica así:
Concibo el primer elemento –al que puede llamarse fuego- como el líquido
más sutil y penetrante que hay en el mundo. Y, siguiendo lo que se ha dicho
más arriba acerca de la naturaleza de los líquidos, imagino que sus partes
son mucho menores y se mueven mucho más deprisa que las de los otros
cuerpos. O, mejor –para no estar obligado a admitir el vacío en la naturaleza, no le atribuyo partes con figura y tamaño determinados, sino que me
persuado de que basta la impetuosidad de su movimiento para que, por
colisión con otros cuerpos, se divida en todas las formas y sentidos y para
111
Ibid, p.131.
Ibid, p.131.
Las barras son nuestras.
112
que sus partes cambien de figura continuamente adaptándose a los lugares
donde entran, de modo que en las partes de los otros cuerpos no exista paso
tan estrecho ni ángulo tan pequeño por donde las partes de este elemento no
puedan penetrar sin dificultad, llenándolos por completo.
Concibo también el segundo –al que puede tomarse por el elemento airecomo un líquido muy sutil en comparación con el tercero, pero, comparándolo
con el primero, es preciso atribuir a cada una de sus partes algún tamaño y
figura, e imaginarlas casi redondas y como granos de arena y polen cuando
están juntas. De este modo, no se pueden disponer ni comprimir entre sí sin
que queden siempre a su alrededor numerosos intervalos diminutos, en los
que le es más fácil deslizarse al primer elemento que no a estas partes
cambiar especialmente de figura para llenarlos. Y así me persuado de que
este segundo elemento no puede hallarse puro en ningún lugar del mundo,
esto es, sin contener siempre algo de la materia del primero.
Además de estos dos elementos sólo admito un tercero, a saber, el de la
tierra, del que juzgo que sus partes son tanto mayores y se mueven tanto más
despacio, en comparación a las del segundo, como éstas en comparación a
las del primero. Asimismo, creo que es conveniente concebirlo como una o
varias masas grandes cuyas partes tienen poco o incluso carecen de
movimiento que les haga cambiar de situación en relación unas con otras113.
En conclusión, si el Sol tiene fuego propio, la materia de la que está constituido es materia
líquida, pues el fuego es líquido –como el aire, pero más sutil-; por el contrario, el
elemento tierra está hecho de materia dura, teniendo siempre en cuenta que toda esa
materia es la misma, que está compuesta de partículas en movimiento o en reposo –
según el caso- y que es extensa en longitud, anchura y profundidad. Por otro lado, la
composición de estos elementos explica por qué los cielos son líquidos, es decir, los
espacios que hay entre los planetas y entre las estrellas fijas están llenos de materia
líquida, o sea, de aire y fuego; así también, la materia del Sol es líquida o, lo que es lo
mismo, puro fuego, como la de todas las estrellas fijas; y finalmente, los planetas opacos
son “tierras” o, en otras palabras, están hechos del elemento tierra, que es duro y pesado,
lo que significa que la Tierra y los infinitos planetas del universo que giran alrededor de las
infinitas estrellas o soles, están constituidos del mismo elemento material.
1.3.6.2.
Las distancias interplanetarias
Una de las preocupaciones de los clásicos sistemas del mundo es el tamaño del universo.
Como sabemos, este problema ocupó un lugar de privilegio en las explicaciones de
113
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.85 y 87.
Ptolomeo y Copérnico.
El mundo de Ptolomeo –como el de la gran mayoría de los
cosmólogos antiguos- es muy pequeño, siendo el tamaño de la Tierra muy grande con
respecto a la distancia existente entre el centro del mundo y la esfera límite. En términos
técnicos esto significaba que dos observadores que se ubicaran en distintos puntos de la
Tierra para observar una misma estrella, podrían establecer, entre ambos, un ángulo
determinado que se denomina paralaje.
Por el contrario, el mundo de Copérnico es mucho más grande. Como hemos visto, para
Copérnico, si dos observadores ubicados en distintos lugares de la Tierra miran la misma
estrella no establecen ningún ángulo, es decir, que hay ausencia de paralaje, y si esto es
así, el tamaño de la Tierra es un punto –es insignificante- y la distancia Tierra-Sol es
pequeñísima, con respecto a la enorme distancia que hay entre el centro del mundo y la
esfera de las fijas.
Como en Descartes ya no encontramos la idea de un universo cerrado por las fijas, sino
un universo ilimitado –o infinito que es lo mismo-, su preocupación se centrará en mostrar
las enormes distancias que hay entre los cuerpos celestes que constituyen nuestro
sistema solar.
Es bueno aclarar que Descartes no es astrónomo-matemático como
Copérnico o Kepler, ni astrónomo experimental como Galilei. Todas sus teorías sobre la
estructura y composición del universo son, necesariamente, especulativas o si se quiere,
metafísicas o racionalistas; razón por la cual en gran parte de las historias de las ciencias
o de la filosofía, las referencias acerca de estos asuntos son casi nulas. Ni que decir de la
tradición científica de corte positivista que ha eliminado de la ciencia todo tinte de
metafísica o racionalismo cartesiano.
Ahora bien, esta cuestión Descartes la desarrolla desde los siguientes aspectos: las
dimensiones y la proporción de las distancias que hay entre la Tierra, el Sol y la Luna; y la
distancia entre el Sol y los otros planetas, y entre la Tierra y las estrellas fijas.
Sin
embargo, hay que tener en cuenta que estas descripciones no son obtenidas por la
experiencia o por la observación de fenómenos, sino, mediante deducciones desde
primeros principios.
Así, antes de comenzar a hacer dichas descripciones en Les
principes, Descartes pone como condición de posibilidad para desarrollar este asunto,
asumir que ellas se encuentran enmarcadas en un sistema deductivo desde primeras
causas:
Los principios que he explicado son tan amplios que pueden ser deducidas
muchas más cosas de las que nosotros vemos en el mundo y muchas más de
las podríamos abarcar con el pensamiento a lo largo de toda nuestra vida.
Esta es la razón por la que procederé en este lugar a realizar una breve
descripción de los principales fenómenos, cuyas causas deseo investigar;
descripción que no realizo con la finalidad de obtener a partir de la misma
razones que sirvan para probar lo que he de exponer, pues tengo el propósito
de explicar los efectos por sus causas y no las causas por sus efectos, sino
con el fin de que podamos seleccionar entre una infinidad de efectos que
pueden ser deducidos de las mismas causas, aquellos que principalmente
debemos intentar deducir a partir de ellos114.
a) Las dimensiones y la proporción de las distancias que hay entre la Tierra, el Sol y la
Luna. En Les principes escribe:
Nos parece que la Tierra es de dimensiones muy superiores a las que poseen
todos los otros cuerpos que hay en el mundo, y que la Luna y Sol son de
mayores dimensiones que las estrellas. Ahora bien, si corregimos el error de
nuestra visión mediante infalibles razonamientos, conoceremos, en primer
lugar, que la distancia a la que la Luna se encuentra de la Tierra es
equivalente a unos treinta diámetros de la Tierra y que el Sol se encuentra a
una distancia equivalente a seiscientos o setecientos diámetros; asimismo,
comparando estas distancias con el aparente diámetro del Sol y de la Luna,
hallaremos que la Luna es más pequeña que la Tierra y que el Sol es mucho
más grande que la Tierra115.
¿Cómo demostrar que ello es así? No hay forma de hacerlo. Afirmaciones como que
la Tierra es más grande que el resto de planetas de nuestro sistema, que la Luna es
más pequeña que la Tierra y ésta más pequeña que el Sol, y además, el cálculo
numérico de las distancias Tierra-Luna y Tierra-Sol, no tienen otra explicación distinta,
según Descartes, a que ellas son sometidas a “infalibles razonamientos”. No existe el
recurso a la verificación empírica o a la demostración matemática. Si comparamos, por
ejemplo, los cálculos que en su momento hizo Aristarco de Samos sobre los tamaños
relativos de la Tierra, el Sol y la Luna, y de las distancias que hay entre ellos, no
podríamos decir cuál de ellas es más correcta, porque no hay forma de demostrarlo.
Es decir, que a pesar de que las hipótesis cartesianas se formulan en pleno siglo XVII,
aun mucho después de las tres leyes del movimiento planetario de Kepler, no son ni
114
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.123-124.
Ibid, p.124.
Las negrillas son nuestras.
115
más exactas ni mejores que las de Aristarco. Todo se reduce a que son producto de
las luces de la razón.
b) La distancia entre el Sol y los otros planetas, y entre la Tierra y las estrellas fijas.
“Conocemos también por medio de nuestros ojos cuando están asistidos por la
razón que la distancia a la que Mercurio se encuentra del Sol es equivalente a
doscientos diámetros de la Tierra; que Venus está a más de cuatrocientos; que Marte
está a más de novecientos o mil diámetros; que Júpiter se encuentra a más de tres mil
y que Saturno se encuentra a cinco o seis mil”116.
Y complementa:
En relación con las estrellas fijas y ateniéndonos a sus apariencias, no
debemos creer que están más próximas a nosotros o al Sol de lo que está
Saturno; nada apreciamos que nos impida suponer que están más alejadas,
hasta alcanzar una distancia indefinida. Es más, podremos concluir a partir
de lo que he de exponer en relación con los movimientos de los cielos, que
están tan alejadas de la Tierra, que Saturno, en comparación con la distancia
a que ellas se encuentran, está muy próximo a la Tierra117.
No hay ninguna lógica numérica o matemática que sustenten estas distancias
presentadas por Descartes.
En el caso de los planetas, no tienen que ver
proporcionalmente con los períodos alrededor del Sol, que ya habían sido medidos
observacionalmente por los antiguos y corroborados por los mismos modernos;
además, demostradas esas proporciones –entre las distancias medias del Sol a los
planetas y los períodos de éstos- por la tercera ley del movimiento planetario de
Kepler.
Tampoco hay demostraciones matemáticas o experimentales –más
correctamente,
observacionales-
de
esas
cifras
y,
sobre
todo,
que
tales
demostraciones, según Descartes, no son necesarias, pues, esas distancias son
deducidas de los primeros principios. Si pensamos en las conclusiones acerca de las
distancias Tierra-Saturno y la Tierra y las fijas, esta argumentación no es distinta a las
expuestas por Copérnico en el De revolutionibus, cuando habla del tamaño del
universo
116
Ahora bien, las demostraciones matemáticas deberían sustentarse en la
Ibid, p.124.
Las negrillas son nuestras.
117 Ibid, p.125.
medición de fenómenos observables, sin embargo, Descartes no toma en cuenta la
experiencia, y ésta no es el punto de partida para el verdadero conocimiento del
mundo, sino, que las matemáticas por sí solas deberían bastar para ello e imponer su
criterio frente al falaz mundo de la empiria.
En el caso de las demostraciones
experimentales o que se verifiquen por la experiencia -por sí mismas, sin el recurso a
la matemática-, Descartes considera que éstas tienen que estar “asistidas por la
razón”, es decir, que una correcta descripción del mundo, que permita su conocimiento,
sólo es posible si la razón dicta las condiciones a la experiencia, pues debemos
conocer, además de lo que vemos, lo que no podemos ver, o sea, incluso todo aquello
que no podemos percibir por los sentidos.
Finalmente, habría que decir que si partimos del hecho de que la física cartesiana
pertenece a un sistema de pensamiento donde hay ausencia de demostraciones
matemáticas y/o experimentales, la ciencia del siglo XVII -al estilo de la metodología
galileana, que al fin y al cabo fue la que dio las directrices a los programas de
investigación científica modernos- considera que afirmaciones de este tipo se quedan en
el plano de la especulación racionalista, sin ninguna adherencia a lo que los modernos
entendieron por ciencia. Es claro que no hay manera de demostrar lo dicho. Y si la
ciencia es demostrativa, el sistema cartesiano falla por el excesivo racionalismo que es
producto de la estructura de su pensamiento deductivista desde primeros principios
metafísicos. De nuevo, habría que reiterar, que esa es la razón por la cual prácticamente
su ciencia de la naturaleza fue eliminada de la historia de la cientificidad moderna.
1.3.6.3.
Los torbellinos celestes
¿Cómo se mueven los cuerpos celestes y los cielos en general? ¿Cuáles son las causas
de esos movimientos?
Estos son algunos de los principales problemas que se le
presentaban tanto a los cosmólogos de la antigüedad como a los modernos. Para la
primera mitad del siglo XVII, ésto no había sido solucionado satisfactoriamente. De ahí
que encontremos en la filosofía de la naturaleza de Descartes arriesgadas soluciones
sobre la cuestión.
Por supuesto, que las explicaciones cartesianas sobre los movimientos que hay en los
cielos se enmarcan en el orden deductivo desde principios metafísicos, principios físicos y
principios o leyes de la naturaleza, es decir, que ellas no están fuera del sistema de
pensamiento que propone en la totalidad de su obra científica. Por tal razón, hay que
tener en cuenta, como se ha afirmado anteriormente, con Descartes, que el infinito
universo sólo posee los tres elementos primarios: tierra, aire y fuego –sin espacios vacíos; y que a su vez, esencialmente no existe diferencia entre ellos, pues están compuestos
de minúsculas partículas divisibles constituidas de la misma materia, cuya característica
es ser extensa en longitud, anchura y profundidad. Además, hay que considerar que en
los cielos únicamente hay fuego y aire, y que ellos son líquidos, siendo más sutil el
primero que el segundo.
Sin embargo, es bueno recordar que el Sol y las infinitas
estrellas fijas son puro fuego y que los innumerables planetas opacos –como la Tierra y
los otros cinco de nuestro sistema- son pesados y materialmente están hechos del
elemento tierra.
Ahora bien, ateniéndonos a estos aspectos mencionados es importante insistir sobre lo
que nos ocupa.
¿Cuál es la causa que hace posible los diversos movimientos que
observamos –y también de los que no vemos-? Para Descartes, es fundamental que
partamos de la idea de la composición corpuscular de la materia del universo. En el
Traité de la lumière anota que en el espacio se encuentran “… partículas que se mueven
separadamente unas de otras con un movimiento muy rápido y violento, y que, agitándose
de este modo, impelen y mueven consigo las partes del cuerpo al que tocan sin ofrecerles
demasiada resistencia”118. Ese movimiento tan rápido y violento de las partículas que
“impelen y mueven consigo las partes del cuerpo al que tocan” es la causa de que los
cielos y los planetas se muevan de manera determinada. Todos ellos tienen movimientos
circulares –o aproximadamente circulares- alrededor de un centro, que es siempre una
estrella fija como el Sol. A esos movimientos Descartes los denominó torbellinos, es
decir, una cantidad inmensa de materia que se mueve alrededor de un centro, en donde
los pesados planetas son llevados o “arrastrados” por la materia líquida que compone los
cielos.
118
DESCARTES, El mundo. Tratado de la luz, Op. Cit., p.55.
Las cursivas son nuestras.
Así, en primer lugar, cuando decimos cielo nos referimos, según Descartes, a cada uno
de los sistemas solares independientes; por lo que sólo es visible nuestro cielo –el
primero- y el segundo cielo –el más próximo a nosotros- que es el conjunto de estrellas
más cercanas a nosotros. En Les principes lo plantea así:
53. Tres cielos pueden distinguirse en el universo. No será sin razón que
considere toda la materia comprendida en el espacio AEI, que da lugar a un
torbellino alrededor del centro S, como el primer cielo; toda la materia que
conforma un gran número de otros torbellinos en torno a los centros F, y
semejantes, como el segundo; finalmente, toda la que está más allá de estos
dos cielos como el tercero. Asimismo, estoy persuadido que el tercero es
inmenso respecto del segundo, al igual que el segundo es inmenso respecto
del primero. Ahora bien, no tendré en este lugar oportunidad de hablar de
este tercer cielo, puesto que no constatamos en él cosa alguna que pueda ser
vista por nosotros en esta vida y sólo he asumido tratar del mundo visible. De
igual modo, considero todos los torbellinos que se generan en torno a los
centros F, f como un solo cielo, puesto que no nos parecen diferentes y deben
ser todos ellos considerados de igual forma119.
Donde S es el sol, y F y f las diversas estrellas fijas visibles desde la Tierra. De esta
manera, no podemos observar el tercer cielo debido a que el universo es infinito y
nuestros sentidos no pueden hacerlo, pero sí podemos deducir que hay innumerables
torbellinos que llenan esa infinitud cuya materia es siempre la misma. En segundo lugar,
los planetas de nuestro sistema solar –incluida la Tierra, pues como se ha podido
entrever, Descartes acepta el heliostaticismo de Copérnico- y todos los que hay en el
universo, tienen movimientos alrededor de un centro que es, necesariamente, una estrella
fija cualquiera. Y, como se ha dicho, todos ellos son literalmente transportados por la
materia líquida del cielo. Por ello, nos dice Descartes:
25. Los cielos transportan consigo toda la materia que contienen. Ahora bien,
creo que muchos de los que atribuyen tal propiedad a la materia del cielo, se
equivocan al imaginar los cielos como un espacio enteramente vacío, de
modo tal que no opone resistencia al movimiento de los otros cuerpos y en el
que no existe fuerza alguna que los mueva y los arrastre consigo. Pienso así,
pues no sólo tal vacío no puede existir en la naturaleza, sino que además
todos los líquidos tienen esto en común: la razón en virtud de la cual no
oponen resistencia a los movimientos de los otros cuerpos no es el que
tengan menos materia que ellos, sino que tienen una agitación igual o
superior y sus pequeñas partes pueden ser determinadas fácilmente a
moverse en cualquier sentido; y cuando sucede que todas ellas son
determinadas a moverse a la vez y en un mismo sentido, esto da lugar a que
119
DESCARTES, Los principios de la filosofía, Op. Cit., p.155-157.
arrastren consigo todos los cuerpos que abarcan y rodean por todos lados,
siempre que alguna cosa externa no impida su arrastre, aunque estos
cuerpos se encuentren en completo reposo, sean duros o sólidos, tal como se
sigue evidentemente de lo que ha sido dicho anteriormente acerca de la
naturaleza de los cuerpos líquidos120.
Como se ha afirmado, parte de la materia que contienen los cielos son los duros y
pesados planetas. ¿Qué puede mover algo tan grande y tan pesado como la Tierra?
Tiene que ser un cuerpo material con la cantidad necesaria de fuerza para poder moverla.
Si recordamos lo que Descartes pensaba sobre las causas generales del movimiento de
los cuerpos, la capacidad de un móvil para trasladarse de un lugar a otro está en el propio
móvil y no en una fuerza externa que lo haga mover; del mismo modo que un cuerpo que
está en reposo se encuentra en ese estado por la naturaleza misma del cuerpo; es decir,
que las fuerzas, por el contrario, impiden que un cuerpo se mueva, si y solo si, se
cumplan las dos primeras leyes de la naturaleza que afirman que un cuerpo que está en
movimiento rectilíneo infinito siempre permanecerá en este estado si no hay ninguna
fuerza que se lo impida; y si está en reposo permanecerá igual si no hay una fuerza que lo
haga mover; porque un cuerpo que esté en movimiento rectilíneo infinito se mueve por sí
mismo y no es impulsado por nada, como un cuerpo en reposo lo está por sí mismo y
ninguna fuerza lo obliga a permanecer en su lugar.
La crítica que Descartes hace a los filósofos que aceptan el vacío es que éstos deducen
su existencia de la aparente falta de resistencia que tienen los movimientos de los
planetas, pues lo que se observa en el mundo de los fenómenos es que, por el contrario,
los líquidos parecen resistir a los movimientos de los cuerpos duros o sólidos. Y si esto
es así, ¿Por qué Descartes afirma que la materia líquida de los cielos no resiste el
movimiento de los planetas?
Esta disputa sobre la existencia del vacío es bastante interesante en la primera mitad del
siglo XVII.
Como sabemos, los planetas de Copérnico –en el siglo XVI-suponen su
existencia, aunque no lo afirma de ninguna manera; lo mismo ocurre con el segundo
Kepler –el de las tres leyes del movimiento planetario- que esboza una rústica idea de la
gravitación solar sobre los planetas –con su segunda ley- como causa de su movimiento,
120
Ibid, p.134.
lo que supone, un espacio vacío en el cual se deben mover; en la cosmología galileana –
expuesta en su Diálogo- el espacio vacío se da como un supuesto, allí los planetas
sencillamente tienen movimientos circulares infinitos, sin nada que les impida este
movimiento, pues es el que tienen desde el momento en que cayeron de las alturas del
cielo cuando comenzaron a moverse en forma circular, no existiendo ninguna fuerza que
se los impida –recordemos que esta idea esta articulada a la inercia galileana, cuya
característica es que se cumple en movimientos circulares infinitos-.
Ahora bien, volvamos sobre el interrogante. Si los planetas no se mueven por el espacio
vacío, sino por un espacio material líquido, ¿Por qué el movimiento de los duros y
pesados planetas no es resistido por ese material líquido, como parece demostrarlo la
experiencia, por ejemplo, con una piedra lanzada a un estanque o la resistencia que
sentimos cuando movemos una mano dentro del agua?
En primer lugar, porque la Tierra no se mueve por un cielo líquido en reposo. Ya hemos
afirmado, con Descartes, que la materia líquida de nuestro cielo tiene movimiento
alrededor del Sol, es decir, que es propio de los cielos moverse de esta forma, pues el
continuo choque de las partículas que lo componen siguen sin dificultad, como una
corriente de agua, el entorno del cielo que llenan, en el que la Tierra es llevada de la
misma manera en que el agua transporta un corcho.
Y, en segundo lugar, esto es posible sólo porque la Tierra reposa en su cielo. En Les
principes lo escribe así:
26. La Tierra reposa en su cielo, pero es arrastrada por él. [...] puesto que
vemos que la Tierra no está sostenida por columnas, ni se encuentra
suspendida en el aire mediante cables, sino que está rodeada por doquier por
un cielo muy líquido, pensemos que está en reposo y que no tiene propensión
al movimiento, ya que no nos percatamos del mismo estando ubicados en
ella; pero no juzguemos que esto también pueda impedir que sea arrastrada
por el curso del cielo y que siga el curso de su movimiento sin, por tanto,
moverse. Acontece todo de igual forma que un barco que no es impulsado
por el viento ni por los remos, que no está retenido por las anclas, y que
permanece en reposo en el medio del mar; el flujo y el reflujo de esta gran
masa de agua arrastra el barco insensiblemente consigo121.
121
Ibid, p.134.
Las barras son nuestras.
Es decir, que la Tierra literalmente es transportada o llevada por el material líquido que
compone el cielo, permaneciendo en su lugar en reposo, pero siendo movida, incluido el
lugar en el que está, por una gran masa líquida que se desplaza en bloque, no oponiendo
ninguna resistencia.
De todas maneras, no sentimos ese movimiento porque
naturalmente estamos en reposo con la Tierra y establecemos relaciones de
desplazamientos sólo con los mismos objetos que están en ella o en nuestra vecindad.
Esta explicación del aparente movimiento de la Tierra, por supuesto, debe ser aplicada a
los demás planetas de nuestro sistema y a los innumerables planetas que existen en el
universo. Por ello, Descartes escribe:
Y al igual que todos los otros planetas se parecen a la Tierra en cuanto que
son opacos y reflejan los rayos del Sol, tenemos razón para creer que los
planetas también son semejantes a la Tierra por cuanto que permanecen
como en reposo en la parte del cielo en que cada uno se encuentra y que
todo el cambio que se observa en su situación procede solamente de que
siguen el movimiento de la materia del cielo que los circunda122.
Es importante reiterar, entonces, que los movimientos planetarios o el cambio de situación
o lugar, es aparente, porque en términos reales, todos se encuentran en reposo, o lo que
es lo mismo, en su estado natural como cuerpos celestes sólidos y pesados. Así, que:
“No se puede decir que la Tierra o los planetas, hablando con propiedad, se muevan, aun
cuando sean transportados”123. Y continúa Descartes:
Es conveniente recordar lo que se ha expuesto en otro lugar en relación con
el movimiento; a saber, que, propiamente hablando, el movimiento sólo es el
transporte desde un cuerpo desde la proximidad de aquellos cuerpos con los
que contacta inmediatamente y a los que consideramos como en reposo,
hacia la proximidad con otros cuerpos; ahora bien, según el uso común,
frecuentemente se denomina con el término movimiento toda acción que hace
que un cuerpo pase de un lugar a otro. En este sentido, se puede decir que
una cosa al mismo tiempo se mueve y no se mueve, según se determine su
lugar de modo diverso. De donde se sigue que no se podría hallar en la
Tierra ni en los otros planetas movimiento alguno, de acuerdo con la
significación propia de esta palabra, porque no son transportados desde la
proximidad de las partes del cielo que les son tangentes, en tanto que
consideramos estas partes como en reposo; es así, pues para ser
transportados de este modo, sería necesario que los planetas se alejasen al
mismo tiempo de todas las partes de ese cielo, tomado en su conjunto; esto
122
123
Ibid, p.135.
Ibid, p.135.
no sucede. Más bien, siendo líquida la materia del cielo, y estando muy
agitadas las partes que componen esa materia, en la misma medida en que
algunas de esas partes se alejan del planeta al que son tangenciales, en esa
misma medida lo hacen las otras, y lo hacen en virtud de un movimiento que
les es propio y que se les debe atribuir y no al planeta del que se distancian;
de igual manera que se atribuyen los particulares transportes del aire y del
fuego que están sobre la superficie de la tierra al aire o al agua y no a la
Tierra124.
Las limitaciones de las teorías cartesianas sobre el movimiento de los planetas proceden
de los principios que las rigen. Un planeta, que propiamente hablando, está en reposo y,
sin embargo, vemos que cambia de situación o lugar, introduce una cierta confusión al
entendimiento. Pero, ciertamente, es éste el único que puede darle validez a semejante
tesis, esto es, debemos volver sobre la característica fundamental del deductivismo
cartesiano: lo que hemos denominado “racionalismo a ultranza”, o, en otras palabras,
desarrollar la idea de que toda explicación de los fenómenos naturales debe regirse por
principios, ya sea primeros o secundarios. Esto significa, en última instancia, que las
explicaciones de la naturaleza del universo deben acomodarse a dichos principios, y
nunca éstos a aquellas. Creemos que es ahí, donde encontramos las principales fisuras
de la filosofía natural de Descartes, a pesar de que muchas de sus teorías son de
avanzada y estrictamente modernas.
Es, pues, la razón fundamental por la que la
historiografía científica, e incluso, la historia de la filosofía, lo consideran más un filósofo
metafísico que un científico moderno.
124
Ibid, p.135-136.
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