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REVISTA ESPAÑOLA DE INVESTIGACIONES QUIRURGICAS
Spanish Journal of Surgical Research
ARTÍCULOS
ESPECIALES
Vol XIV nº:2 (127-133) 2011
LA MANTEQUILLA CÁUSTICA.
UN CAPÍTULO DE LA HISTORIA DEL CÁNCER EN ESPAÑA.
Rojo Vega A
Cátedra de Historia de la Medicina. Universidad de Valladolid. España.
Correspondencia:
Prof. Anastasio Rojo Vega
Cátedra de Historia de la Medicina
Facultad de Medicina
Avda. Ramón y Cajal s/n
47005 Valladolid. España
E-mail: [email protected]
DE LA REINA ANA DE AUSTRIA Y PIERRE
ALLIOTH, A JUAN ANTONIO CONESA 1
En los siglos XVI y XVII, los Aforismos de Hipócrates se convirtieron en una especie de cartilla-guía, práctico-filosófica, en
la que médicos y cirujanos creían posible hallar la inspiración
necesaria para resolver todos los casos ofrecidos a su Arte, por
extraños que fueran. Los Aforismos eran materia para dar que
pensar. Un tesoro de píldoras doradas entre las que se encontraba la nº38, de la Sección IV, traducida y puesta en verso por
Manuel Casal y Aguado como: Curar los cancros ocultos / Será acelerar la vida, / Y así más vale dejarlos, / Pues aunque parezca impía / crueldad,
más tiempo vive / quien menos los medicina (Casal 1818, 175).
Según López de Araujo, al descubrirse un día una pequeña ulcerita en el pecho izquierdo, llamó al primer médico de
la Casa Real, Monsieur Gendron, quien, presente en su mente
el aforismo mencionado de Hipócrates, dictaminó lo que cualquier médico universitario de la época habría dicho ante casos
semejantes: era un cáncer, por lo tanto incurable. Todo lo que
la medicina y la cirugía podían hacer era intentar aliviar los
accidentes futuros que inevitablemente había de padecer la
soberana. Medicación paliativa sin esperanzas.
Es decir, que Hipócrates se inclinaba en el caso de los cánceres por la inoperancia, por el dejar a la Naturaleza seguir su
curso, entendiendo que el proceso era mortal de necesidad e
irremediable.
Galeno no dijo más. La única solución posible hierro y
fuego, bisturí y cauterio... o corrosivos, que causaban tan atroces sufrimientos a los con ellos tratados, que rebasaban lo
expuesto por el dicho: a veces es peor el remedio que la enfermedad.
Ahora bien, ¿qué enfermo, qué familia, se resignaba a
aguardar una muerte horrible de cualquiera de las maneras,
sin hacer nada contra ella? Véase lo que era el curso de un
cáncer antiguo en una descripción de López Araujo:
“Acuérdome, que estando yo por Médico Practicante del Hospital
General [de Madrid], hubo un enfermo en la Sala de Santiago con un
cancro en los labios, que subiendo como el fuego, cuando se quema
un papel, le comió, y destrozó los carrillos, narices, y ojos en brevísimo tiempo, con admiración de médicos, y cirujanos : su clamor continuo de día, y de noche era pedir agua; si bien que por haber faltado
con tanta celeridad las partes para la formación de la voz, solo se percibía un ronco sonido, en el que poco a poco vino a parar la voz tan
repetida de la agua, que al principio claramente articulaba, y dándosela con abundancia el caritativo Hermano de la sala, no hay duda
murió con algún consuelo” (López Araujo 1737, 3).
Nadie se abandonaba a una suerte tan miserable y menos
que nadie las clases privilegiadas; muestra notable de ello fue
lo sucedido a la reina Ana de Austria (1601-1666), vallisoletana, hija de Felipe III de España, y esposa de Luis XIII de Francia.
Figura 1.- Ana de Austria (1601-1666)
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Así quedó la cosa, pero sólo un breve tiempo, pues “no cree
fácilmente la Corte, que puedan sobrevenir males incurables a testas coronadas” (López Araujo 1737, 6). Gendron, primer médico, fue
relegado, apartado, de la reina, y su lugar fue ocupado por un
práctico con fama de milagrero, un servidor del duque de
Lorena llamado Pierre Allioth.
López Araujo falsea lo ocurrido, conscientemente o por
estar mal informado. L’abbé Gendron no era médico, sino uno
Figura 2.Mémoires de Ana
de Austria
Figura 3.- Luis XIV por Rigaud (1701)
de tantos prácticos inventores de secretos. Un cura de Voves,
antes de ser llamado a la Corte para tratar a Ana, que había
regresado a Francia, desde tierras americanas, con la piedra
eirana – pierre Érienne –. Una especie de sal petrificada que se
recolectaba a orillas del lago Eire, de ahí su nombre, a la que
atribuía propiedades maravillosas 2.
Detengámonos un momento en Ana de Austria, por tratarse de una reina española. Madame de Motteville nos ofrece información preciosa sobre la que acabaría siendo su última
enfermedad, en las Mémoires pour servir a l’Histoire d’Anne
d’Autriche épouse de Louis XIII. Roi de France.
En 1664 “sintió considerables dolores en su seno”, al tiempo que
los cortesanos advertían que su piel iba tomando un feo color
amarillento. Consultó entonces a los auténticos Médicos de
Cámara, cuyo tratamiento a base de cicuta no sirvió absolutamente para nada 3.
La verdad es que tales médicos no despertaban la confianza de la reina madre. El primero de todos –premier medecin
du roi -, Vallot, era tan gran conocedor de las drogas ordinarias y químicas, como incapaz de defender sus opiniones frente a otros médicos. El segundo, Seguin, no empleaba más terapéutica “que la que era la moda de la Facultad de París” de la época.
Sangrías. Sangrar siempre, sin tomar en cuenta otros remedios.
Figura 4.- Fallopio. De ulceribus & tumoribus (1563)
128
El 24 de Diciembre de dicho año de 1664, la enfermedad
tomó proporciones aterradoras. Pasó una mala noche y al llamar a los médicos por la mañana “encontraron su seno en tal
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Figura 6.Ettmuller. Pratique
Chirurgique (1691)
Figura 5.- Blondel contra Galileo (1661)
estado, que se quedaron asombrados”. Fue sólo entonces
cuando el mal se dió oficialmente por incurable: “Se hizo inmediatamente una consulta con los más célebres médicos y cirujanos de París.
Todos concluyeron que era un cáncer, y que dicho mal no tenía remedio”
(Mémoires, 196). Momento de estupor en el que alguien pensó
en Gendron: “Después, viendo que estos remedios [los de los médicos de
la Cámara Real] no la aliviaban, la reina se dejó aconsejar por varias personas, que le hablaron de un pobre cura de aldea, llamado Gendron, que curaba a los pobres, y que había adquirido reputación”... en el tratamiento
de enfermedades semejantes a la de la soberana. Gendron,
sigue relatando Madame de Motteville, prometió que endurecería el pecho encancerado hasta dejarlo como una piedra, de
tal modo que en adelante la reina pudiese proseguir su vida
como si nunca hubiese tenido mal alguno en él (Mémoires,
197).
Como puede imaginarse, el remedio de Gendron tampoco
respondió a lo que de él se esperaba, dando pie a que fuese
llamado Allioth: “había muchas otras personas que presumían de conocer maravillosos secretos y que aseguraban poder curar a la reina madre, si
ella quería ponerse en sus manos. Entre ellos había un cierto lorenés, llamado Alliot [...]” (Mémoires, 199).
Allioth se presentaba al público como verdugo del cáncer,
en un opúsculo que López Araujo recoge bajo el título Correo
a los Príncipes de la Medicina Hyppocrates, y Galeno, con la noticia
del Cancro, castigado sin hierro, y fuego, despachado por el Doctor
Pedro Allioth (París, 1665), y que Ettmuller antes que Araujo
había señalado como Noticia sobre el cáncer curado sin hierro ni
fuego, contra la práctica de Hipócrates y Galeno, para los aficionados
a la Cirugía, por Pierre Allioth de Barleduc, consejero y médico ordinario del duque de Lorena (París, 1665) 4. Un opúsculo en el que
se mostraba partidario incondicional de Juan Bautista van
Helmont (1579-1644) y de la Medicina Química. Había elaborado una teoría personal según la cual los cánceres eran pro-
ducidos por humores ácidos corrosivos, que se imponían a los
naturales salinos y balsámicos; luego, por el principio de contraria contrariis, su curación debía ser fácil y posible aplicando
sus contrarios, álcalis o lixiviantes como hieles de animales, tártaro – tartrato ácido de potasio -, ojos de cangrejo, espíritu de
nitro dulcificado – alcohol nítrico etéreo, o éter nitroso -, aro
– Arum italicum, vit de chien, es decir pene de perro en francés (Laguna 1566, 244) –, y serpentaria –Aristolochia serpentaria-, preparados todos ellos según el Arte Chimica, para obtener
un álkali secreto, cuya fórmula, comprada por el rey francés,
fue desconocida para el gran público hasta que su hijo, JeanBaptiste Allioth, decidió divulgarla en otro papel, Traité du cancer [...] avec un examen du système de la pratique de M. Helvetius
(París, 1698). Jean-Baptiste podría haberse ahorrado la edición. Para esas fechas ya nadie creía en el álkali de su padre
(Cloquet 1821, 535).
Los médicos de Cámara antes citados no llevaron muy bien
la intromisión de semejantes prácticos. La Real Academia parisina delegó en su mejor polemista, François Blondel, decano
de la Facultad, una réplica adecuada a quien se jactaba de contar “no menos que a centenares los cancros, que había curado con su remedio secreto”.
Blondel era un contrincante terrible. Constan, a lo largo de
su trayectoria, la acusación de herejía que hizo contra su colega Lami, por sostener el sistema de Copérnico; y las no menos
famosas contra Le Camus y Mauvillan. Se ha escrito que la
Facultad de Medicina de París sólo tuvo tranquilidad con su
muerte, acaecida el 5 de de Septiembre de 1682. Fue “enemigo
declarado de los nuevos descubrimientos de la química, cualquiera que fuese
su utilidad. Trataba de brujos a todos los que empleaban el emético – vino
antimonial -, y pretendía que habían hecho pacto con el demonio”
(Bibliotheque 1776, 503-4).
Pero, como había mucha gente que consideraba a Blondel
y a sus representados como atrasados galenistas, Allioth impuso su ley a la cabecera de Ana de Austria, la cual, pese a sus
esfuerzos, acabó falleciendo el 10 de Enero de 1666. Su última
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confesión la hizo en español, “esta ilustre madre le dijo delante de mi,
en español, pidiese a su confesor se llegase a verla por la tarde [...] era español, buen religioso, y buen hombre, pero simple, quizás demasiado para confesar en la hora de la muerte a una reina que había sido Regente [...]”
(Mémoires, 218). Se cuenta que su hijo Luis XIV se desvaneció al
tener noticia del fallecimiento. Un consejero, intentando consolarle, le dijo: “¡Fue una gran Reina!”, a lo que el Rey Sol respondió: “No, caballero, ¡Fue un gran Rey!”.
¿Por qué López de Araujo se recrea tanto, en 1737, narrando la historia de Allioth y Ana de Austria? Porque quiere ofrecer al lector de su obra unos antecedentes paralelos a lo sucedido en España con Juan Antonio de Conesa.
JUAN ANTONIO CONESA,
EL MURCIANO SANADOR DE CANCROS
En 1736, un pobre se acercó al Licenciado Mateo Giorro
Portillo, cirujano latino y examinador del Protomedicato,
“pidiéndome por Dios le curase de una lupia [“Se da el nombre de lupias a
unos tumores que tienen su asiento, no solo en el tejido celular subcutáneo,
sino también en lo interior de los órganos” (Diccionario 1826, 127)] exulcerada, carcinomatosa, que padecía en la mano derecha, del tamaño de un
gran limón que ocupaba toda la palma [...]”.
Había acudido antes a Monsieur Legendre, a quien se
refiere Francisco Suárez de Ribera, en su Cirugía Methódica,
como cirujano de su majestad (1722, 122), el cual le había despachado con que nada podía hacerse más que cortar la mano.
El mendigo no había querido someterse a tal prueba y por ello
estaba ante Giorro, mostrándole el tumor a la par que sus
esperanzas.
Dubitativo, sin atreverse a dar opinión, Giorro le llevó ante
su maestro, Manuel de Lyra. La cuestión que le rondaba la
cabeza era ¿podía aquel hombre ser curado sin amputación?.
Quizás, le respondió Lyra, pero sería una cura muy cara, con
una estancia muy larga en el hospital, donde el enfermo debería alquilar un aposento.
Había que reunir, pues, los fondos necesarios para ello y
Giorro, buen cristiano, se prestó a hacer de limosnero del cuitado, acompañándole a visitar posibles benefactores. Los académicos matritenses colaboraron dando cada cual lo que estimó oportuno, destacándose entre todos el doctor Francisco
Sueiras, titular del Hospital Real de Santiago de Compostela y
estante en Madrid, que puso todo un doblón de oro.
Llevaban ya siete pesos el día en que a Giorro se le ocurrió
visitar a un eclesiástico murciano. La visita dió un giro imprevisto a la situación.
Tal vez fuese por amistad que tenía con Giorro, por lo que
fuera, el religioso se ofreció a colaborar con ambos, cirujano y
canceroso, de una manera inédita y directa: “se le llevaría a
Murcia para que don Juan Antonio Conesa le curase con su arcano 5”
(Giorro 1738, Prólogo).
Dicho y hecho. Quince días después de la partida, el cirujano madrileño recibía una caja remitida desde la capital murciana, y
“en ella la lupia, y una carta de este eclesiástico, que se llama don
Blas Torrente Bustamante, en que me dice, como sin haber hecho
cama el pobre, ni sentido más alteración, que seis horas de dolor, las
tres veces que se le aplicó el arcano, don Juan Antonio Conesa le quitó
la lupia: la que con la carta presenté en la Academia con admiración
de todos, y está en mi poder para el que quisiese verla; y dentro de
poco tiempo vino [a Madrid] perfectamente curado, admirando [a] los
Académicos, y [a] todos los inteligentes, que le habían visto enfermo,
la felicidad de tan estupendo caso”.
El práctico de los cancros, Conesa, no lo estaba pasando
muy bien en su tierra, perseguido por el Colegio Médico local,6
“emulado de algunos Facultativos, y en el embarazo de poder usar de su
arcano”, así que no hubo que hacer grandes maniobras para
convencerle de que se trasladase a la Corte, cosa que hizo el
mismo año de 1736, tras pedir a Giorro “si podía sacar licencia para
que le practicase”, ya que las leyes disponían
“Que los Protomédicos no den licencia a ninguna persona que no
fuere médico, o boticario aprobado, para que hagan polvos, o tabletas purgativas, ni receten, no siendo médicos, o cirujanos aprobados,
porque los ignorantes suelen dar estas cosas sin comunicarlo con
médicos, y se han visto y se ven muchas muertes, y malos sucesos,
pues no saben para darlos la ocasión, ni conocen el humor, ni la complexión del enfermo, ni sus fuerzas” (Muñoz 1751, 353).
Giorro, ya se ha visto, era, él mismo, examinador del
Protomedicato, de forma que no tuvo dificultad en conseguir
del Doctor Baltasar de la Torre, protomédico, la anhelada
Licencia; eso sí, con condición que el murciano curase en presencia y bajo vigilancia facultativa.
Su llegada a la Corte no había pasado desapercibida. Las
noticias vuelan:
Figura 7.Ettmuller.
Operum
omnium
(1690).
Crinonibus.
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“Fue tal la multitud de dolientes que concurrió, especialmente de
pobres, que parecía Carnicería [las Carnicerías se llenaban de gente
cuando acababan de matar a un animal, ya que la gente se peleaba
por piezas como las asaduras] la casa de don Diego Calvarrón, quien
llevado de la caridad, tenía toda su familia empleada en servirlos,
franqueando piadoso cuanto se ofrecía para curarlos, costeando la
botica necesaria [...] Unos iban con úlceras, otros con tumores, y
demás casos concernientes a la cirugía” (Giorro 1738, Prólogo).
En la euforia del momento, Giorro tuvo que frenar el
ímpetu de Conesa, quien, más atrevido de lo que convenía, no
se redujo solo a curar de cáncer, en los límites señalados por la
Licencia, sino que comenzó a aceptar cualquier afecto quirúrgico que se le presentase, del tipo que fuese:
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“Lo que pública, y privadamente le reprendí, diciendo, no excediese del permiso concedido, y porque le conocí sin inteligencia; y así,
delante de los enfermos, y profesores, decía [Giorro]: Este caballero
sólo tiene especial medicamento para curar algunos tumores, y úlceras, de lo demás, nada entiende” (Giorro 1738, Prólogo).
No había momento del día que no estuviese curando y
eran muchos los profesionales que acudían a ver lo qué hacía
y cómo; uno de ellos el doctor Araujo, a cuya petición y la de
otros
“Expertos cirujanos del Hospital General, a instancias de todos, se
aplicó a un zaratán exulcerado, que padecía una pobre en el Hospital
de la Pasión, el que con razón don Pedro de la Hera, cirujano mayor
entonces de dicho hospital, y al presente segundo del General, capituló por incurable, y dijo Conesa curaría la úlcera. A lo que repliqué
eso es mucho prometer en un caso, que por sus circunstancias es ya
inmedicable; lo que se conseguirá, es, que sin alteración del todo, ni
de la parte, se desmonte la excrecencia carcinomatosa, y labios callosos, acondicionando mejor la úlcera : como sucedió puntualmente,
pues llegó a cicatrizarse más de un dedo a su circunferencia (cosa
nunca vista en caso semejante) por donde se echa de ver la excelencia del medicamento; que a no estar tan apoderado, y exaltado el vicio
en el todo, hubiera curado; pero en tal estado siempre es irremediable: murió esta pobre. Dios la haya perdonado”.
Inmediatamente surgieron voces que acusaban a Conesa
de haber matado a dicha mujer con el corrosivo, pero Giorro
seguía confiando en la “excelencia del medicamento”, razón por la
que atrajo a otros médicos de prestigio a contemplar las experiencias del murciano; facultativos como Nicolás Valle, cirujano
de Su Majestad, y Francisco Pereña, médico de la Familia Real.
Los experimentos no resultaron nada halagüeños. Todas
las mujeres con cáncer de mama tratadas murieron. El crédito
de Conesa se resintió, y más con la entrada en polémica de
López de Araujo, el mismo a quien hemos visto recurrir a la
historia de Pierre Allioth y de la reina Ana de Austria. No hay
duda, como he señalado, de que el recurso a la misma no fue
inocente ni casual. Araujo quería hacer ver el paralelismo
entre ambos empíricos, francés y murciano, sobre todo en lo
relativo a resultados.
La historia de Conesa terminó cuando el Protomedicato
decidió cortarle los vuelos que tan insensatamente había
emprendido. Ya le había advertido Giorro. Nunca debería
haber traspasado los términos de la Licencia. Nunca debería
haber entrado en parcelas que no le habían sido concedidas:
“Sin que le contuviesen mis persuasivas, y serias reprensiones; y habiendo
llegado a noticia del Real Protomedicato sus excesos, justísimamente le
prohibió, mediante un Auto que se le notificó, el que continuase”.
Acabó la historia de Conesa y su mantequilla cáustica, pero
no del tono. No, porque López de Araujo no quiso dejar sin
respuesta el feo que se le había hecho.
Figura 8.- Cicuta virosa
“Uno de tantos [que acudían a ver las curas de Conesa] era el doctor Araujo, quien concurría, hasta cierto día, que dijo, no ignoraba de
lo que se componía el arcano. A que le respondió don Diego Calvarrón
: Pues siendo de tanta utilidad, como v. md. Sabe, déle al público, que
yo lo costearé. No sé si lo sintió esto el doctor Araujo : lo que no tiene
duda, es, que no volvió a ver operar a Conesa”.
Rumiaba una venganza que pasaba por hacer pública la
receta del secreto del murciano.
BERNARDO LÓPEZ DE ARAUJO Y
LOS TRIUNFOS PARTIDOS
Figura 9.- Arum italicum. Pene de perro (Valladolid).
López de Araujo se había sentido picado en su amor propio, minusvalorado por un Diego Calvarrón que le había tratado como inferior al empírico. No podía consentirlo, así que
se encerró en su gabinete a redactar una réplica que fue dada
a la luz el 16 de Octubre de 1737 7 (Giorro 1738, Prólogo) con
el título completo, ya dicho, de Triunfos partidos entre el cancro
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obstinado, y el cirujano advertido “por el doctor don Bernardo López de
Araujo, y Ascáraga, médico de cámara de su majestad (que Dios guarde)
catedrático de anatomía, examinador del Real Proto-Medicato, médico de los
Reales Hospitales General, y Pasión de esta Corte, y académico de la Real
Academia Médico-Matritense”.
Dedicado al parmesano Juan Cervi, primer médico real y
presidente del Protomedicato, desde la primera sílaba es una
declaración de principios e intenciones: nadie puede curar
radical y definitivamente al cáncer, sino que, dependiendo de
su tipo y circunstancias, unas veces gana el profesional y otras
la enfermedad; por eso lo de triunfos partidos, repartidos
entre la vida y la muerte, entre la una y la otra.
Según Araujo, fue el propio Cervi quien le sugirió el opúsculo, una obra práctica “que omitiendo sutilezas metafísicas, redundase en beneficio común”. Animado por la confianza que se le hacía,
“puse en ejecución la orden, de que ha resultado hacer los cirujanos guerra
tan cruda al cancro, y otras enfermedades análogas, que canta con alborozo
la victoria”.
Palabras triunfales tras las cuales se esconden pretensiones
algo más modestas y ya declaradas, la principal de todas mostrar al lector “que, ni el cancro ha de cantar siempre la victoria con el Noli
me tangere de los Antiguos, ni el cirujano ha de ser tan arrogante, que a
fuerza de secretos triunfe siempre de este morbo; pártanse las victorias,
triunfando unas veces el cancro, y otras el cirujano”.
La moraleja principal era que nadie debía confiar en secretos milagrosos como los de Conesa, a quien cita sin nombrar.
¿Por qué se había puesto a escribir? Porque estaba toda la
“Escuela Médico-Chirúrgica Matritense conmovida con la novedad de
haber[se] publicado [que] un hombre recién venido a esta Corte, tenía secretos para curar los cancros”.
López de Araujo es, en alguna medida, el Blondel de la
Academia Matritense contra el Allioth representado por el
murciano. Un cirujano cualificado que quiere separar el trigo
de la paja y mostrar claramente los verdaderos, los escasos
medios disponibles en la época contra el terrible proceso; es
por ello por lo que no quiere copiar una lista interminable de
“cauterios sabidos, ni débiles, inútiles y comunes remedios, sino los más
selectos, y poderosos, que hasta aquí se han inventado”. No una relación
erudita, sino una exquise de lo verdaderamente efectivo.
¿Estaba capacitado Araujo para efectuar dicha selección?
Desde luego que sí, porque él mismo era inventor de novedosas de fórmulas magistrales que le preparaba la botica madrileña de Miguel Parra. Se consideraba un experto por poder
presumir de llevar años investigando el cáncer y persiguiendo
su curación radical:
“Habiendo observado la tiranía, y deformidad del cancro en
varios enfermos, procuré investigar entre los muchos progresos, de
que hoy se haya tan enriquecida la Facultad Médica, y Chirúrgica,
algún secreto, o específico, que tuviese actividad para domar tan
terrible monstruo”.
Tras repasar lo que se pensaba acerca de su naturaleza y
causas, no desdeñando la improbada existencia de unos peculiares gusanos llamados Sirones que, como en la sarna, royesen
y corrompiesen la carne, se inclina finalmente por lo expuesto
en las obras de Michael Ettmuller (1644-1683), de quien toma,
precisamente, la idea de los citados gusanos; y Gabriel Fallopio
(1523-1562), a quien dedica un ferviente elogio: “el modenés
Gabriel Falopio me había enseñado, que para extirpar un cancro con medicamentos cáusticos, como lo hacen los modernos, no tenía que fatigarme
mucho, porque era preciso echar mano a los más valerosos, que se hallan en
la facultad médica, y que estos son, el arsénico sublimado, el mercurio sublimado, y el rejalgar”.
132
Figura 10.- López Araujo. Triunfos partidos (1737).
Ahí estaba el quid de la cuestión, en el arsénico, y Araujo
repite que ha tomado la pluma para demostrar cómo lo ha
descubierto y porqué lo sabe. Así quedaba limpio su honor y
respondido adecuadamente el reto - ¿Sabe usted el secreto?
Pues mande elaborarlo, que yo pago su fabricación – de
Calvarrón.
Una respuesta satisfactoria que, además, hacía gala de
principios éticos sobre el comportamiento de médicos y cirujanos:
“Algunos autores anteponiendo el interés a la caridad, han celado,
y guardado tanto sus secretos, que la sepultura ha sido el archivo del
secreto, y Secretario, privando a los pobres enfermos, no solo del alivio, y consuelo en sus trabajos, y dolencias, sino también de la vida.
No debe, pues, proceder el médico, o cirujano, como el inútil siervo,
que según el Evangelio, escondió el tesoro en la tierra, antes bien
comete injuria al linaje humano, quien viendo el enfermo atormentado de crueles dolores, y cercado de la muerte, oculta el secreto, o
remedio exquisito, con que puede ser curado” (Araujo 1737, 8).
La segunda parte del escrito se centra en las propiedades
de la Manteca de arsénico; en el secreto desvelado – según su
opinión – del murciano.
REFERENCIAS
1. Las ilustraciones de este artículo proceden de books.google, principalmente de los libros digitalizados por el proyecto Dioscórides, de cervantesvirtual, biblioteca digital de la Universidad de Granada,
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Gallica, Wikipedia, y las bibliotecas de la cátedra y de la Facultad de
Medicina de Valladolid, así como de la particular del autor.
2. La Historia de la Medicina francesa le trata como curandero: “De
nombreux préparateurs de remèdes se proposent pour traiter le cancer
d’Anne d’Autriche (Gendron, curé de Voves, le médecin Alliot, etc...).
Bouvet, M. “Histoire sommaire du remède secret”. Revue d’Histoire de
la Pharmacie. 153 (1957) p. 60. Más sobre Gendron en “Notice sur la
famille Gendron”. Mémoires de la Societé Archéologique d’Eure-etLoire. Tomo V. Chartres: Petrot-Garnier, 1872; pag. 28-34.
3. En 1776, el gaditano Casimiro Gómez Ortega seguía considerando que
la planta era útil en el tratamiento del cáncer. Publicó un Tratado de la
Naturaleza y virtudes de la Cicuta, llamada vulgarmente Cañaeja, y de
su nuevo uso en la curación de Esquirros, Cancros, Cataratas, Gota, y
otras graves enfermedades. Madrid: J. Ibarra, 1763.
4. Nouvelle du cancer gueri sans le fer & le feu, contre la pratique
d’Hippocrate & de Galien, aux amateurs de la Chirurgie, par Pierre
Allioth de Barleduc, Conseiller & Medecin ordinaire du Duc de
Lorraine (à Paris l’an 1665). Anteriormente había publicado Theses
Medicae de motu sanguinis circulatio & de morbis ex aëre, praesertim
de artthritide (1663); y Nuntius profligati sine ferro & igne carcinomatis missus, ducibus itineris Hippocrate & Galeno, ad Chirurgiae studisos (1664); Epistola ad B.D. de cancro apparente (1664).
5. “Arcano. La misma voz significa el misterio con que los antiguos hacían muchas de sus medicinas, cuyo velo ha quitado la Ilustración y el
menos egoísmo de nuestros profesores del día”. M. Hernández de
Gregorio, Diccionario Elemental de Farmacia, Botánica y Materia
Médica. Tomo I. Madrid: Imprenta Real, 1803; pag. 144.
6. Me refiero al conjunto de médicos y cirujanos con título oficial en la
ciudad de Murcia.
BIBLIOGRAFÍA
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puestos en verso castellano. Madrid: Repullés, 1818.
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bres profesores de Europa. T. XXXVII, Madrid: Repullés, 1826.
✒ Ettmuller, M. Nouvelle Pratique de Chirurgie, medicale et raisonée.
Amsterdam: J. Aubie, 1691.
✒ Giorro y Portillo, M. Impugnación de los Triunfos partidos entre el can-
cro obstinado, y el cirujano advertido, del Doct. D. Bernardo López de
Araujo... Madrid: A. Marín, 1738.
✒ Laguna, A. Pedacio Dioscorides Anazarbeo, acerca de la Materia
Medicinal. Salamanca: M. Gast, 244.
✒ López de Araujo y Ascárraga, B. Triunfos partidos entre el cancro obs-
tinado, y el cirujano advertido. Madrid: J. Muñoz, 1737.
✒ Motteville, Mme de. Mémoires pour servir a l’Histoire d’Anne
d’Autriche épouse de Louis XIII. Roi de France. Tomo VI. Amsterdam:
F. Changion, 1750.
✒ Muñoz, M.E. Recopilación de las Leyes, Pragmáticas Reales, Decretos,
y Acuerdos del Real Proto-Medicato. Hecha por encargo, y dirección
del mismo Real Tribunal. Valencia: Vda. A. Bordazar, 1751.
✒ Suárez de Ribera, F. Cirugía Methodica Chymica reformada. Madrid:
F. Laso, 1722.
7. Aprobada por el doctor Félix García Garrido el 4 de Octubre de 1737,
y con Censura del Real protomedicato de 27 de Septiembre del mismo
año. Contiene, además, un Elogio del doctor Manuel Gómez de
Valderrama.
LA MANTEQUILLA CÁUSTICA. UN CAPÍTULO DE LA HISTORIA DEL CÁNCER EN ESPAÑA
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