¿Llegaron de Mongolia los primeros americanos? De Ann Gibbons Hace seis años, el estudiante postdoctoral Andrew Merriwether se inició en la genética de las poblaciones en el Laboratorio de Douglas Wallace de la Universidad Emory de Atlanta. Doctorando en la Universidad de Pittsburgh, continuaba sus investigaciones pensando que confirmarían la hipótesis de su profesor según la cual los primeros americanos procederían de tres oleadas de pueblos genéticamente diferentes. Sin embargo, en varios artículos publicados en 1996, Merriwether contradice a este último, sugiriendo el escenario de una sola migración. «Lo lamento ya que es gracias a Wallace que me he dedicado a esta investigación, dice Merriwether, actualmente en la Universidad de Michigan. Es una situación un tanto incómoda». Un desacuerdo más por lo tanto, en uno de los temas más controvertidos de la prehistoria humana: ¿quiénes fueron los primeros habitantes del continente americano? En la mitad de los años 80, la hipótesis avanzada por un lingüista de Stanford, Joseph Greenberg, desencadenó una verdadera batalla intelectual. Según la ambiciosa síntesis de datos lingüísticos, genéticos y dentales que propuso, los primeros americanos habrían llegado de Asia en (al menos) tres oleadas distintas, cada una de las cuales originó un grupo de lenguas diferente. Varios lingüistas discutieron esta categorización de la mayor parte de los idiomas indios en un solo grupo «amerindio»; pero la teoría concordaba con los análisis dentales y genéticos procedentes de varios laboratorios, entre ellos el de Wallace. Los trabajos de Merriwether y los de un equipo europeo socavan los fundamentos teóricos de esta teoría. Nuevas muestras de DNA y un análisis molecular más fino muestran que pueblos indígenas muy diversos -Esquimales de Alaska, Kraho y Yanomamos de Brasil- tienen más genes comunes que lo que se creía. El estudio hace pensar que estas etnias descenderían de una misma población cepa que, desde Asia, habría llegado a América del Norte en una migración (o quizá dos) como sostiene Ryk Ward, un genetista de Oxford. Algunos ya intentan identificar cuál podría ser la población de Siberia o de Mongolia que estaría más emparentada con estos antepasados. Pero, no hay que sorprenderse, no todos aceptan esta nueva versión. Según Greenberg, el análisis de los datos de DNA tiene elementos de acrobacia; prefiere ignorarlos hasta que los genetistas no lleguen a un consenso. Otros ponen en guardia contra la importancia excesiva que se daría a un solo tipo de datos genéticos. Wallace, por su parte, campa con su hipótesis de las tres migraciones. Recibe los nuevos trabajos con serenidad, señalando que «la investigación consiste precisamente en comprobar nuevas hipótesis»... Si estas últimas se confirman, el escenario de las tres migraciones distintas, o más, será difícilmente defendible. Y se vería cuestionada la idea misma de una correlación entre datos lingüísticos y genéticos (véase la siguiente sección). «Esto tendería a confirmar nuestro punto de vista según el cual no hay una correlación entre las firmas genéticas de las migraciones y las lenguas» comenta Ryk Ward. La hipótesis de Greenberg, aunque controvertida, tiene de seductor su capacidad de sintetizar un gran número de datos independientes: las lenguas amerindias (las de los indios de América), esquimal-aleutianas y na-denés (habladas en las costas del noroeste de Canadá y Estados Unidos); las formas de los molares; y los grupos de poblaciones genéticamente distintos. «En todos los casos se llega a la cifra de tres», señala Christy Turner, bioarqueólogo de la Universidad de Arizona, uno de los autores de esta hipótesis. Las fechas también parecen corroborar los datos arqueológicos disponibles. Basándose en el grado de diferencia entre las lenguas, Greenberg ha calculado que la más antigua se hablaba en Alaska hace unos 12.000 años. Y los emplazamientos de los pueblos clovis, considerados los más antiguos vestigios del continente se remontarían a 11.500 años. Los datos genéticos parecían ir en el mismo sentido. Cuanto más elevado es el número de genes comunes de dos poblaciones, más estrecha se considera que es la relación entre estas poblaciones. Para detectar las semejanzas entre poblaciones indígenas, Wallace, el genetista Antonio Torroni (actualmente en la Universidad de Roma) y un estudiante, Theodore Schurr, recogieron varios centenares de muestras de sangre de veinticuatro tribus entre Alaska y Argentina. Su análisis se ha referido al DNA mitocondrial (DNAmt), como se hace a menudo en antropología física; este DNA experimenta en efecto mutaciones más rápidas que el del núcleo celular y permite distinguir poblaciones cuya diferenciación es reciente. Además, el DNAmt únicamente lo transmiten las mujeres y escapa de la mezcla genética que emborrona la pista evolutiva de la mayoría de los genes del núcleo. El equipo de Wallace utilizó enzimas para cortar el DNA en secuencias específicas y luego investigó las diferencias de longitud de estos segmentos, y huellas de polimorfismos de los fragmentos de restricción (PLFR) susceptibles de indicar mutaciones. Los resultados obtenidos son sorprendentes: muestran que las poblaciones americanas indígenas sólo presentan cuatro variantes de DNAmt -llamadas haplogrupos A, B, C y D- caracterizada cada una por un grupo diferente de mutaciones. Estas variantes se han encontrado en algunas poblaciones de Extremo Oriente y de Siberia pero no en los europeos ni en los africanos. Por lo tanto, las correspondientes mutaciones provienen de Asia. Sin embargo, no todas las poblaciones indígenas parecen llevar las cuatro variantes. La distribución es la siguiente, según las tres familias de lenguas: amerindios, cuatro haplogrupos; na-denés, haplogrupo A; esquimal-aleutianas, haplogrupos A y D. Estos resultados abogan en favor de una migración en tres oledas distintas procedentes de Asia, de acuerdo con la hipótesis de Greenberg. Desde este momento pareció establecerse un consenso y los genetistas se dedicaron a rastrear más ampliamente estudiando el DNA de grupos más importantes, tanto en el continente americano como en Asia. En algunos casos, son las secuencias de DNA las que se tienen en cuenta. Pero al examinar las muestras de mil trescientos indios americanos y de otros indígenas, Merriwether constató que los genes de algunos grupos, por ejemplo los yanomamos de Brasil, no corresponden a ninguna de las cuatro líneas identificadas por el equipo de Wallace. No solamente encontró a estas últimas en los tres principales grupos lingüísticos sino que descubrió otras variantes genéticas. Sus trabajos se ven confirmados por un equipo de investigadores sudamericanos dirigido por Nestor A. Bianchi, del Instituto Multidisciplinar de Biología Celular de Argentina, que llegan al mismo resultado analizando el DNAmt de veinticinco grupos de población. Según Merriwether, la presencia de los cuatro marcadores en cada uno de los tres grupos lingüísticos hace poco verosímil la hipótesis de migraciones con varios miles de años de separación. Como explica Connie Kolman, una especialista en antropología molecular de la Smithsonian Institution, «Si se representa la población foco en forma de un recipiente lleno de bolas de colores, hay muy pocas posibilidades de que se obtenga la misma serie de especímenes de colores raros metiendo la mano al azar tres o cuatro veces seguidas». Por esta razón Merriwether y Robert Ferrell, genetista de la Universidad de Pittsburg, y Francisco Rothhammer, de la Universidad de Chile, han elaborado la hipótesis de una migración única. Una migración en la que las primeras mujeres que llegaron al continente americano habrían sido portadoras de los cuatro haplogrupos. Esta primera oleada de colonos se habría diseminado. Unos continuando hacia el sur, otros estableciéndose en el noroeste donde sus efectivos se habrían diezmado, quizá debido a la última glaciación (que terminó hace unos 11.500 años). En consecuencia, se habría reducido la diversidad genética de las poblaciones del norte, antepasadas de los na-denés y de los esquimal-aleutianos. Y al recuperarse su crecimiento, los haplogrupos B, C y D habrían estado menos bien representados entre ellas que en las poblaciones del sur. Más recientemente, cuatro investigadores europeos, Peter Forster y Hans-Jurgen Bandelt de la Universidad de Hamburgo, Rosalind Harding del Instituto de Medicina Molecular de Oxford y Antonio Torroni de Roma, han formulado otro escenario que también cuestiona la teoría de las tres migraciones. Este equipo ha reconsiderado el problema agrupando varios estudios y volviendo a analizar las secuencias de DNAmt de quinientos setenta y cuatro sujetos indígenas de América y de Siberia. Más que buscar los marcadores susceptibles de acompañar a mutaciones, ha trabajado con las secuencias de DNA, un método más lento pero más seguro para detectar las variaciones. Las secuencias de DNAmt se han tratado por ordenador para determinar las semejanzas entre tribus americanas y poblaciones asiáticas y siberianas. Paradójicamente, los resultados han mostrado que las cuatro variantes originales están presentes en casi todas las poblaciones amerindias, confirmando así el aspecto de la hipótesis de Greenberg que más incomoda a los lingüistas, a saber que los antepasados de todos los amerindios habrían llegado a América en una sola migración. El método, muy eficaz, utilizado por este grupo de investigadores ha permitido detectar nueve secuencias cepa de DNAmt en las poblaciones indígenas de América, algunas de las cuales sólo están representadas en el grupo de las lenguas na-denés, en los esquimales y en las poblaciones de las regiones costeras de Siberia. ¿Conclusión? Estos grupos procederían de una población ancestral común y no de varias distintas como supone Wallace. Basándose en estos datos, el equipo europeo ha avanzado por lo tanto la hipótesis de que los antepasados de los amerindios habrían llegado a América en la primera migración, procedentes del nordeste de Siberia. Entonces eran portadores de todas las variantes genéticas detectadas, algunas de las cuales habrían desaparecido luego en las poblaciones del norte de Asia y del continente americano, quizá por razones climáticas. Los grupos sobrevivientes, portadores de estas variantes habrían tenido una nueva expansión, probablemente en la región del estrecho de Bering, de donde procederían los na-denés y los esquimales. Este escenario supone por lo tanto una o dos migraciones en América del Norte, según que se imagine a los supervivientes acantonados en América del Norte o en Siberia. «Nosotros creemos que se trata de un movimiento de reexpansión. Saber si hay que calificarlo de migración distinta es cuestión de gustos» precisa Peter Forster. ¿Cuándo se produjeron estas migraciones? Los investigadores europeos también se han dedicado a este problema, aún más controvertido, sirviéndose del grado de diferenciación genética de las poblaciones como de un reloj molecular. Las poblaciones de lenguas amerindias son las que presentan la mayor diversidad; el equipo ha llegado a la conclusión de que habrían sido las primeras en llegar, entre 20.000 y 25.000 años. Una fecha anterior a la atribuida a los clovis pero que concuerda con las estimaciones avanzadas por el equipo de Wallace y las atribuidas a varios sitios arqueológicos recientemente descubiertos en América del Sur. Por su parte, el movimiento de reexpansión habría tenido lugar hace unos 11.300 años, es decir en la época de la cultura clovis. Si todas las poblaciones indígenas del continente proceden realmente de una única etnia originaria de Asia, falta determinar cuál. Los partidarios del escenario de las migraciones múltiples sitúan a la población cepa en Siberia. Sus contradictores europeos también: ¿no tienen las poblaciones siberianas algunas variantes cepa en común con las poblaciones de lengua na-dené y esquimal?; ¿no viven cerca del puente continental que habría permitido el paso hacia América? Merriwether y Kolman son escépticos: el haplogrupo B está ausente en todos los grupos siberianos modernos estudiados hasta ahora. En artículos separados, Merriwether de una parte y Kolman y Eldredge Bermingham de otra, avanzan la hipótesis según la cual los mongoles podrían constituir la población cepa ya que son portadores de los cuatro haplogrupos. No obstante, algunos genetistas no creen haber resuelto el problema del poblamiento americano. «Me inquieta la importancia excesiva que se le da al DNA mitocondrial», confía Luigi Luca CavalliSforza de la Universidad de Stanford por ejemplo. Los datos que se basan en el DMAmt sólo reflejan los desplazamientos de las mujeres señala, pero éstas se integran en la familia de su cónyuge en algunas sociedades de cazadores recolectores; al desplazarse más que los hombres, su DNAmt probablemente no permite poner de manifiesto las migraciones de poblaciones enteras. Por esta razón, Cavalli-Sforza y su colega genetista Peter Underhill, como otros equipos, prefieren estudiar los marcadores detectables en el cromosoma Y transmitido por los hombres. De momento, los resultados obtenidos no permiten excluir la hipótesis de varias migraciones. Algunos investigadores subrayan que es necesario disponer de un mayor número de datos, sobre diversas líneas genéticas, para reconstruir el escenario de la colonización. Un objetivo que quizá no esté tan lejano como se podría pensar. Uno de los autores de la hipótesis Greenberg, el genetista Stephen Zegura de la Universidad de Arizona, se toma muy en serio las nuevas investigaciones: «Después de diez años de trabajos, ¿no habrá llegado el momento de proponer una nueva síntesis? A esta pregunta, los genetistas, al menos todos los de la nueva ola, responden «sí». LA CORRELACION LENGUAS/GENES: HIPOTESIS E HIPOTECA... En 1986, un lingüista, un arqueólogo y un genetista correlacionaron datos lingüísticos y genéticos de los pueblos indígenas del continente americano. Esta colaboración interdisciplinaria es el origen de la hipótesis llamada de Greenberg, por el nombre del lingüista de la Universidad de Stanford, Joseph Greenberg, según la cual las tres migraciones procedentes de Asia serían el origen de tres grupos de poblaciones distintos por sus lenguas y por sus genes: - los indios norte (lenguas amerindias), - los esquimales y esquimal-aleutianas), los aleutianos (lenguas - las tribus del noroeste como los Haida y los Tlingit (lenguas na-denés). Muchos lingüistas no dudan en afirmar que esta taxonomía tiene algo de forzada. Los especialistas en lingüística histórica incluso afirman que no han aceptado nunca la distribución de las lenguas indígenas americanas en tres grandes grupos. Con el paso de los años, explica Sarah G. Thomason, de la Universidad de Pittsburgh, se han revelado varias insuficiencias en los datos de Greenberg que se supone que demuestran las semejanzas entre las lenguas amerindias. Sería imposible construir el árbol genealógico de estos idiomas a partir de una lengua cepa que date de hace 12.000 años, ya que los vestigios de escritura existentes no se remontan más allá de 5.000 años. Incluso si los modelos lingüísticos son pertinentes, no es evidente que se pueda hacer la menor deducción a la vista de las relaciones genéticas entre los pueblos que hablan estas lenguas. «La mayoría de los lingüistas no cree en la existencia de una correlación entre genes y lenguas, sostiene Thomason. Yo no creo que las lenguas nos puedan enseñar nada sobre la primera colonización de América» prosigue Connie Kolman, antropóloga de la Smithsonian Institution. ¿Existen en este continente correlaciones entre familias lingüísticas bien definidas y secuencias genéticas? La pregunta también divide a los genetistas, por ejemplo, Luigi Cavalli-Sforza, de la Universidad de Stanford, está convencido de la existencia de estas correlaciones que estudia basándose en un amplio abanico de datos sobre el DNA, los cromosomas y los grupos sanguíneos. Otros se muestran más reservados. Ryk Ward, el especialista de genética de la evolución de la Universidad de Oxford, comprueba actualmente la idea analizando el DNA de individuos pertenecientes al grupo de las lenguas na-denés y al de las lenguas amerindias, considerados netamente distintos. Los datos obtenidos indican que estos dos grupos presentan, desde un punto de vista genético, «notables semejanzas. Si se confirma este resultado, la hipótesis interdisciplinaria de Greenberg puede tener algunos problemas». Fuente: Gibbons, Ann. ¿Llegaron de Mongolia los primeros americanos? Mundo Científico. Abril, 1997. Barcelona. RBA Revistas.