DEL LIBRO: VIDA COTIDIANA DE LA OLIGARQUÍA ARGENTINA (18801890) de Ricardo Rodríguez Molas Autoritarismo y vida familiar Las normas sexuales de los grupos dominantes son, en cuanto a la intervención de las leyes laicas que comienzan a imponer, la consecuencia de una situación de hecho. La barrera puesta tanto por la sociedad como por el Estado debido a la explosión erótica que por diversos motivos se proyecta en otras áreas en el país, se sustenta en la moral tradicional -el temor al castigo eterno- en el trabajo organizado y en las sanciones de toda índole (las judiciales y las del entorno). Piensan que si logran hacer sentir culpable al hombre frente a las transgresiones sexuales –en esto no hay diferencia con las normas religiosas- hacer triunfar el dolor y la pecaminosidad sobre el hedonismo y la concupiscencia, se hará del habitante –de manera especial en el del sexo femenino –un súbdito dócil, incapaz de rebelarse. Debemos tener en cuenta un segundo elemento, que está en relación con el orden social y con el interés de mantener el “honor” de las mujeres de la clase alta. “La mujer es un ser débil en todas las clases sociales” sostiene Lucio V. López en La gran aldea. No olvidemos que el victorianismo argentino –de manera especial el de la clase alta- es el equivalente del romanticismo, es decir “pesimismo erótico” que lleva consigo el ideal de belleza maléfico, patético, macilento. Luis S. Ocampo, poeta porteño (…) escribe por entonces: “Tu amor de un solo día /Mi esperanza gentil desilusiona./ Y te aborrezco tanto/ Parodia de la torpe Mesalina/ Que bebo en ti el placer, hasta que el llanto/ En tus rasgados ojos se adivina!” El dominio de la (prudencia) victoriana lo observamos en Buenos Aires, en la preferencia obsesiva por determinadas óperas. De manera especial por La Traviata, inspirada en la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas (hijo) ideólogo de la moral estricta en vigencia desde mitad del siglo XIX. Lo expuesto constituye uno de los marcos ideológicos de la familia tradicional. Y en referencia a esa realidad, recuerda en 1925 Eduardo Sciafino el caso de una porteña que asiste al estreno en el antiguo teatro Colón de La Traviata: “Olivia se hallaba en un palco. Cuando la escena final, la muerte por consunción de Margarita Gautier, tuvo en la sala inesperada repercusión pues la sensible señora cayó paralelamente en un desmayo idéntico, que puso a prueba el aplomo de los presentes y la flexibilidad mundana de Francisco (su esposo)”. Se acentúa entonces aún más la intolerancia en lo que hace a la sexualidad prematrimonial de las mujeres de clase alta y asimismo el adulterio. Paralelamente se practica una dicotomía en lo referente a esas actitudes entre los que poseen y los más. Las relaciones de los hombres con mujeres que no pertenecen a su círculo acentúa el prejuicio social y determina las características tradicionales. Por primera vez, creemos, la literatura alude a la presencia de amantes de clase alta. (…) Miró en La Bolsa alude a cierto Juan Gray –hijo de un industrial- “Vivía –escribe- con una bailarina italiana, a la que había hecho retirar de las tablas, sosteniéndola en un tren de lujo escandaloso.” Las viudas que vuelven a contraer matrimonio no son bien vistas por la sociedad y menos si lo hacen antes que hubiesen transcurridos dos o tres años de la muerte del esposo” “Las mujeres –escribe Jennie E. Howard- quedaban, pues, literalmente sepultadas para el mundo. Costumbres no obligatorias para los hombres, quienes, al igual que los de otras nacionalidades, observan pocas reglas no compatibles con sus propios gastos o conveniencias”. Es que la propiedad del cuerpo debe perdurar más allá de la muerte. García Mérou condena en uno de sus relatos cortos las actitudes de una mujer viuda, y de manera especial la presencia de un amante. (…) Y si bien la prostitución significa un seguro para resguardar la moral de las mujeres de la clase alta, por lo general, y en nombre del victorianismo al uso, las cortesanas son denigradas. Se leen, por caso, en el Almanaque Peuser de 1889 los siguientes versos del poeta Leopoldo Días: “Me deslumbraste Mesalina impura,/ De loso vil y corrupción formada,/…¡Qué opíparo festín para el gusano,/ Allá en la temblorosa sepultura!” Pero así como los versos de Leopoldo Día demuestran un rechazo, la actitud dista mucho de la realidad de la vida cotidiana y en su esencia está destinada a imponer en las lectoras del sexo femenino el temor y la asexualidad (…) Precisando más; de demonios que habían sido para la sociedad tradicional, a partir del romanticismo, las mujeres son seres asexuados en la figura y en la cotidianeidad: sus ropas cubren, es necesario que lo hagan, la totalidad del cuerpo sin determinar las ondulaciones. Los corsés ajustan las formas y el rostro se cubre artificialmente de una palidez cadavérica gracias a los cosméticos. (…) un estudioso de la moda, observa que las ropas tienen una función de protección moral, tanto real como psicológica, y se manifiesta de manera más acentuada en ciertos momentos de la historia. Es así que para cumplir ese fin preciso, aconsejan que los vestidos de mujer sean de color opaco, que predomine el negro y el gris y de confección amplia y cerrada. Se rechazan los colores vivos. Debemos indicar otro elemento, que está en relación con las características de los sectores de poder. Se trata del rechazo a las uniones de individuos de clases sociales distintas y aún a las que se proponen dentro del mismo grupo entre ricos y pobres. El tema figura en las novelas de la época (…) Esa endogamia llega al extremo más absurdo en Miguel Cané. Escribe este último en un frustrado intento de novela, que tiene fecha de 1884: “No tienes idea de la irritación sorda que me invade cuando veo a una criatura delicada, fina, de casta, cuya madre fue amiga de la mía, atacada por un grosero ingénito, cepillado por un sastre, cuando observo sus ojos clavarse bestialmente en el cuerpo virginal que se entrega en su inocencia” (…) Pero no es todo. El Código Penal vigente entonces impone condenas infamantes a las mujeres que cometen adulterio (“será castigada con dos años de prisión”) y el hombre, en cambio, es penado con veinticuatro meses de destierro. Aclara paralelamente el texto legal, que el marido para ser considerado adúltero debe mantener una “manceba” en la casa conyugal o en otra, permanentemente, indicándose –a diferencia de lo establecido para el sexo femenino- que otro tipo de relaciones fuera del matrimonio no es punible. Se trata, en este como en otros casos mencionados, de resguardar los intereses de la sociedad conyugal y el prestigio de un apellido, categoría esta última establecida en términos tangibles. Señalados (…) algunos aspectos de las relaciones entre los sexos, hacemos ahora hincapié en otro hecho del comportamiento de los sectores de poder. Lo primero que hay que aclarar es que a partir de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y con más intensidad en los años posteriores a 1880, las familias con mayores recursos económicos emigran de los tradicionales barrios ubicados el sur de la ciudad a otros en el norte, tomando como línea divisoria a la calle Rivadavia. Lo hacen para habitar las nuevas casas que construyen –una arquitectura que se diferencia de la tradicional que define a los últimos años del dominio colonial y las primeras décadas del siglo XIX –o adquieren frente a la calle Florida o en las nuevas y amplias avenidas que se habían abierto y empedrado, entre otras la avenida Alvear. Entre tantos otros testigos lo recuerda el novelista Eugenio Cambaceres en Silbidos de un vago. Efectivamente, alude en estas páginas el itinerario seguido por el hijo del mayordomo de un gran latifundista bonaerense. Propietario luego de tierras, beneficiado con la rápida valorización del ganado y el incremento de la producción pecuaria. En efecto, principia para él otra vida: es entonces juez de paz local, presidente del municipio y del club social de la cabecera del partido donde posee el campo. Se instala entonces en la ciudad. Tiempo después, el ascenso económico hace trasladar a la familia de la casa que posee “a las alturas de la calle Independencia o Estados Unidos, entre Chacabuco o Lima, a otra ubicada en dirección al norte, en el nuevo barrio de los sectores propietarios de tierras latifundistas, Han concretado un sueño lentamente acariciado a la sombra del incremento de la producción agropecuaria. (…) tienen su casa, su coche, su palco y además relación con las familias decentes del barrio. Es miembro el “jefe de la familia” de la Sociedad Rural, de la Comisión de Higiene de la parroquia y de un club político cualquiera. (…) El dinero todo lo puede. El costo de las casas del pequeño grupo de los privilegiados, las pocas que se realizan en esos días, en ningún caso baja de los cien mil pesos, una suma elevada si la comparamos al salario de treinta unidades de la misma moneda que recibe por mes un jornalero o los quince, en el mejor de los casos, de un peón de campo. (…) Las preocupaciones de las autoridades municipales se centra en esos días en mejorar estéticamente, dotando al mismo tiempo de las comodidades sanitarias, a los nuevos barrios de la ciudad. En 1887 solo la tercera parte de las 33.390 casas de la capital disponen de agua potable, y son precisamente las de los sectores más acomodados. El resto de la población debe conformarse con la que se vende por las calles o que recogen en los viejos pozos y cisternas, por lo general contaminados. Por otro lado, la mayor parte de los baños no dispone de inodoros, y están ubicados en el fondo de los solares, lejos de las habitaciones y con el preciso fin de que no contaminen con sus olores a la casa. El viaje a Europa En la Argentina, lo mismo ocurre en otros países de América Latina, los viajes a Europa constituyen uno de los indicadores más importantes de la posición de clase social. Se suman al proceso de aristocratización y de refinamiento de los estancieros enriquecidos. De todas maneras, lo observa Miguel Cané, diez o veinte años en París no alcanzaban a borrar en los argentinos el carácter peculiar que les había impuesto la sociedad tradicional. (…) El viaje al Viejo Mundo, de manera especial a Francia, se transforma en una verdadera fiebre, en una pasión incontenible. Este súbito afrancesamiento no es extraño: en junio de 1889 más de cien argentinos residían en uno, solo uno, de los hoteles de París (…) Muchos lo hacían con motivo de la Exposición Universal y para asistir a la inauguración de la Torre Eiffel. (…) El viaje a Europa, el lujo desplegado por los rastacueros se divulgaba hasta en los detalles más íntimos por medio de la prensa periódica. Sud-América -diario oficialista editado en Buenos Aires- incluye de tanto en tanto extensas crónicas sociales sobre la vida cotidiana de los argentinos establecidos en París (…) Este proceso venía dado gracias al dinero producido por las lanas, ganados y mieses, como tres siglos antes había ocurrido con la plata de Potosí y Zacatecas, se evadía de sus manos por los mil cauces que determinaban el juego, la dispendiosidad, las apariencias extremas, los suntuosos palacios y los viajes a Europa que les permite la riqueza y un domino sin límite. Como ya se ha dicho, las crónicas de los años dorados de la belle époque, de la vida de los rastacueros establecidos en París, en ningún caso recuerdan la presencia de agricultores, ganaderos y criadores canadienses, zelandeses y australianos. Son argentinos, mexicanos, peruanos y chilenos. (…) Felix Basterra dice en referencia a aquellos viajeros establecidos en Francia: “El lujo argentino es ya célebre: una noche de la temporada de Ópera uno se cree, no en Persia, ni en París siquiera, sino ante una corte salomónica: orquídeas de brillantes, anémonas de de brillantes, diademas de brillantes… y sedad y tapados femeninos, importados de Europa, de precios exorbitantes, regios, imperiales.” (…) estos aspectos del comportamiento de la clase alta se plantean en distintas esferas. Muchos padres envían en esos momentos a sus hijos a colegios europeos, particularmente a los de Francia e Inglaterra. Entre otros a la Ecole Saint-Ignace de París, un colegio aristocrático con internado, propiedad de la Compañía de Jesús. (…) Creemos pues, que los estudios y los viajes a Europa son una variante del ocio porteño y ambos el símbolo y asimismo el indicador de la posición social. Los viajes son considerados entonces, de manera muy especial, un importante elemento de socialización de los sectores dominantes (…) Al regresar a la Argentina, en parte por los quebrantos económicos y la caída de los precios de los productos primarios y en parte por la crisis de fines de la década de 1880, los miembros de la clase alta se enfrentan con la realidad del país. La moda (…) El estilo, también la calidad del indumento, el de los adornos en general, representa otro de los símbolos que indican la posición y el poder de la clase social dominante. Y precisamente por esa razón el Antiguo Régimen (…) encontró en la moda a uno de los emblemas que señalan su poder. Y como es sabido, la aristocracia, en momentos del ascenso de la burguesía, no permite que se use el vestuario y los objetos suntuarios que le son propios, que la identifican y la diferencian (…) Ya en la década de 1860 y en un proceso que tiene sus antecedentes, los periódicos y las revistas informan a los lectores sobre la moda europea, los usos galantes y los adornos y trajes que pueden adquirirse en la ciudad o en Europa. (…) De todas maneras es frecuente que los sectores de mayor poder adquisitivo encarguen sus trajes y vestidos a modistas y sastres de Londres y París (…) En lo que hace a la moda femenina (…) las revistas femeninas informan a sus lectoras de las últimas novedades que llegan de Europa. Ahora bien, en relación a los hombres es riguroso vestir de etiqueta para asistir a los bailes realizados en los salones de las casas de sus pares o en el Club del Progreso. En invierno se pone de moda la pelisse –abrigos de cuello alto- forrados de arriba abajo en piel y que usan los más elegantes y pudientes. Son norma las levitas y jaquets. Y también -lo relatan las crónicas sociales- los chalecos blancos o de fantasía, los altos cuellos palomitas, las corbatas plastrón con su infaltable alfiler de piedra o diamante. Y además las galeras de felpa y los bastones de caña o madera con puño de oro, plata o marfil, que por lo general contenían en su interior un agudo estoque. (…) en verano la indumentaria masculina se troca en traje blanco de hilo, y los cannotiers de paja o chambergos son entonces de moda obligada. En los días de carnaval el disfraz preferido es el de Dominó negro o de todos colores. Llevar antifaz solo le está permitido a las damas. Con la preocupación por la estética de la vestimenta observamos un mayor interés por la cosmética, de manera especial la femenina. Poco antes de 1890 anuncian en Buenos Aires la venta de polvos depilatorios importados. Se importan asimismo cepillos para dientes, varias marcas de agua de colonia, polvos para el rostro, extractos para el pañuelo, brillantinas para el pelo, jabones de afamadas marcas francesas e inglesas. ALGUNAS PISTAS PARA ANALIZAR EL TEXTO 1) ¿Qué implican los diferentes tratamientos entre los sexos, tal como los describe el texto? 2) ¿Por qué se dice que la prostitución era un seguro para resguardar la moral de las mujeres de la clase alta? 3) ¿Qué no tienen que hacer las viudas para no ser “mal vistas”? 4) ¿Qué implica una unión entre personas de distinta clase social? 5) Con relación a las casas habitadas por la clase oligárquica, ¿qué realidad se mostró cuando se instaló la epidemia de fiebre amarilla? 6) ¿Qué mostraba el “viaje a Europa? 7) ¿Qué características generales mostraban los argentinos en Europa? 8) ¿Qué muestran, según el autor, los viajes a Europa? 9) ¿Qué características muestra la moda en la mujer? 10) ¿Cómo se visten y arreglan las mujeres? ¿Cómo se visten los hombres? 11) ¿Qué se considera de buen gusto en cuanto al vestir?