Homilía Sr

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Homilía Sr. Arzobispo Castrense en el funeral por los seis
soldados muertos en el Líbano
Hay momentos en la vida que no se pueden explicar y solamente, en el
silencio, contemplar. Comprobamos que la impotencia se hace más palpable
y presente cuando las causas de tales tragedias vienen propiciadas por
las manos y la mente humana que de forma retorcida sobrepasa la dignidad
humana, es decir, se arroga una decisión que está impregnada de maldad y
malicia.
Nuestros soldados fueron atacados y ellos se vieron dentro de las fauces
de la violencia que no tiene entrañas sino ‘vísceras inhumanas’. Pero
ante tal situación ¿qué hacer? No les podemos traer a la vida y nuestro
sentimiento y corazón así lo desearía. Sabemos que a esta vida
ciertamente no los podemos devolver. Cuando en los actos militares
cantamos que la ‘muerte no es el final del camino’, sabemos –por la feque la vida sigue. Jesucristo nos ha prometido que la Vida, por la que él
ha pagado, existe y además se hace eterna. En ella están nuestros
hermanos militares y así lo rogamos en esta Eucaristía que como preludio
nos abre las puertas para ya pregustar lo que un día será plenitud de
amor y de felicidad.
Creer es confiar en las promesas de Jesucristo y él nos dice que “todo lo
que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré afuera…
y que todo el que crea en el Hijo, tendrá vida eterna y yo lo resucitaré
en el último día” ( Jn 6, 38-40). Esta afirmación nos da seguridad, esta
realidad nos concede firmeza para seguir fijando la mirada que va más
allá de lo puramente visible. Dios en este momento guarda silencio y no
responde por más que le preguntemos pero puesto que nos ama él mismo se
convierte en respuesta, él es la única respuesta. Por eso, queridos
familiares, os abrazamos, estamos con vosotros, os ayudamos y os
consolamos pero nadie de nosotros podrá daros lo que sólo Dios puede
hacer: dar a vuestros hijos, hermanos, novios… la vida que no tiene fin.
No busquéis en la tierra a aquellos que ya viven en la eternidad. “Es
cosa que ya sabemos: si se destruye este nuestro tabernáculo terreno,
tenemos un sólido edificio construido por Dios, una casa que no ha sido
levantada por mano de hombre y que tiene duración eterna en los cielos” (
Cor 5, 1).
La fe nos muestra el camino que hemos de realizar y si somos consecuentes
con la misma encontraremos el premio por aquello que hemos hecho, en el
tiempo, durante nuestra vida. Agrada a Dios quien hace de su vida una
entrega por los demás, agrada a Dios quien se deja llevar por el amor y
no por el odio, agrada a Dios quien vive con pureza de intención y con
nobleza de corazón, agrada a Dios quien hace de su vida una ofrenda por
buscar la paz y la fraternidad. ¿No es ésta la vocación del militar?, y
si expone su vida porque debe defender al indefenso y al que está
apresado por la violencia ¿no se puede decir que su dedicación es noble y
justa? La Iglesia y todos los hombres y mujeres de buena voluntad hoy no
sólo hacen un homenaje a aquellos que supieron incluso entregar su vida
por su patria y por el mundo necesitado de paz sino que les agradece lo
que han hecho y ruega al Señor que les tenga en su gloria gozando para
siempre de su amor.
Ante los féretros de nuestros hermanos militares pedimos que la Brigada
de Paracaidistas siga manifestando y mostrando su vocación específica que
les hace, con dignidad, seguir sirviendo a España y allí donde –como en
este caso- han sido enviados para salvaguardar y defender la paz tan
amenazada en Medio Oriente.
Que la Virgen María os traiga el consuelo, queridos familiares, que
sufrís ahora el dolor de una separación y que a vuestro lado queremos
estar todos nosotros. En ella que supo estar al pie de la Cruz nos enseñe
a vivir estos momentos con serenidad y fortaleza de espíritu.
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