Muerte y vida eterna El tema que nos ocupa en este capítulo lo deberíamos de enmarcar dentro del concepto “Escatología”. Y ¿Por qué? Porque el término “escatología” procede del término griego “eskhatos”, que significa último Cada religión tiene su propia visión escatológica según cómo se interprete el devenir de los tiempos. En muchas de ellas el hombre, individual y colectivamente, trasciende al mundo terrenal y existe por la eternidad en realidades radicalmente distintas a la vida conocida, algunas dichosas (Cielo) y otras de condenación (infierno). La escatología cristiana es el estudio escatológico sobre las "realidades últimas" profesadas por el cristianismo y por lo tanto sobre las esperanzas en las que se sostiene. Anteriormente, la escatología dedicaba su estudio exclusivamente a las cosas que le sucederían a cada persona individual luego de su muerte y a la humanidad al terminar su historia. Las cosas últimas se identificaban sobre todo con cuatro puntos principales: La muerte y la vida eterna Cielo/Infierno; ángeles y demonios LA MUERTE Y LA VIDA ETERNA El cristianismo siempre ofrece esperanzas para toda situación. El cristianismo propone una esperanza para la humanidad incluso después de morir, esperanza que tiene su origen en el “abajamiento” de Cristo, en el fracaso, en su dejarse vencer en el madero de la cruz (Jn 3, 16) Lo que caracterizaría al cristianismo en sí, no es tanto el hecho de aportar una esperanza más, sino la afirmación sobre el origen de dicha esperanza. En la muerte está la victoria. Pero, todos nos hemos hecho preguntas vinculadas con este tema alguna vez, del tipo: ¿Para qué vivimos?¿Por qué morimos?, es más, ¿Por que nacemos si todos vamos a morir antes o después? Y lo que es más escalofriante, la pregunta de los que van más allá o de aquellos que nos preguntan a nosotros, los que nos declaramos creyentes: ¿Cómo ese, tu Dios, permite que muramos? ¿Qué sentido tiene, pues, la vida, si pasado un tiempo llega la muerte? Frustrante ¿Verdad? Y la verdad es que, como dice Mª Ángeles López, “Morir nos sienta fatal”. Precisamente ese es el título de un libro que esta autora ha escrito, cargado de emoción, momentos de humor,… en el que encontramos la siguiente reflexión: “Los hombres y mujeres de hoy, más longevos que nunca, más preparados que nunca, somos los más reacios a reconocer y mirar de frente la única certeza que tenemos desde el día en que nacemos: que todos y cada uno de nosotros, vamos a morir “ (Cf.: Gn 17, 3-9; Sal 104; Jn 8, 51-59) (MORIR NOS SIENTA FATAL: DIALOGOS A VIDA Y MUERTE. Mª ANGELES LOPEZ ROMERO; ANTONIO GONZALEZ-GARZON; MARTA LOPEZ ALONSO , SAN PABLO, 2011) . Aunque muchos tratan de que la muerte pase desapercibida en nuestra sociedad, es una realidad que está ahí y que en muchas ocasiones hemos de acompañar y sufrir.” Pero seguro que tú has tenido que afrontar el intento de responder preguntas como éstas que han lanzado adolescentes en tus clases. Como dice un amigo sacerdote: “No sabiendo hacer los oficios, los haremos con respeto”. Mi inoperancia y escaso dominio sobre el tema (yo no soy teóloga, tengo que decir) me voy a centrar en esta introducción en la experiencia, en la mía propia. Se trata de relataros dos vivencias personales. Este amigo, al que aprecio mucho, en una celebración dedicada especialmente a los abuelos el 26 de julio, festividad de San Joaquín-, en la homilía suele aseverar con palabras parecidas a las siguientes: “¡Qué importante es la figura del abuelo, de la abuela, en la familia! Es más, muchos chavales tienen su primera experiencia de crisis de fe cuando se muere esa figura familiar”. Por tanto, la primera idea sería la de que solemos asociar “muerte” con “crisis de fe”, sin olvidar el significado de esa palabra de origen griego “κρίσις”: con el significado de “separación”, “distinción”, “elección”, “discernimiento”, “disputa”, “decisión”, “juicio”, “resolución”, “sentencia”. El verbo correspondiente a este sustantivo es “κρίνω” (“krino”), que significa “separar”, “distinguir”, “escoger”, “preferir”, “decidir”, “juzgar”, “acusar”, “explicar”, “interpretar”, “resolver”. En principio, esta palabra no tiene un significado negativo. (http://patiodefilosofos.wordpress.com/2013/03/07/etimologia-de-la-palabra-crisis/ ) ”La crisis es el momento en que la rutina ha dejado de servirnos como guía y necesitamos optar por un camino y renunciar a otro”. Naturalmente, esta decisión ha de hacerse de un modo prudente, teniendo en cuenta las consecuencias de cada alternativa. Por eso es necesario elegir con criterio, otra palabra griega que aparece en este contexto (“κριτήριον”, “criterion”) con el significado de “tribunal de justicia”. Como es obvio ningún tribunal debe dictaminar al buen tuntún y aquel capaz de juzgar con conocimiento y criterio, el que sabe tomar la decisión correcta, es el crítico (“κριτικός”, “capaz de juzgar”). Etimológicamente al menos, crisis es todo lo contrario a aceptar un destino inevitable. El tiempo de la crisis es el de la decisión, la inteligencia y la valentía. ¿Qué cosas, verdad? Ya sólo en relación con este concepto ha surgido “juicio”, “Tribunal de Justicia”, “separación”, todo conceptos que tienen que ver con la separación que supone la muerte de alguien, del cual nos vemos obligados a separarnos. Mi segunda experiencia es la del encuentro con la muerte cara a cara, la muerte de mi padre, por tanto, experiencia vital. Recuerdo ese día como aquel en el que todo se tambaleó en mí, ese que me arañó el alma dejando una marca imborrable. Me vienen a la memoria algunos momentos puntuales y que, cuando te encuentras con otras personas que han pasado por esa misma experiencia de dolor, se repiten y es cuando “Te congratulas y empatizas en lo más profundo de nuestra naturaleza humana con el otro”. Recuerdo sobre todo un momento del velatorio, en Torrero, momentos antes de celebrar el funeral. Vino el celebrante- ¡Qué término más irónico, pensarán los alumnos, para este momento!- volvía a ser el amigo canónigo. Se acercó a mí y me preguntó quién era mi padre, que qué destacaría de él. Recuerdo sólo lo que al final le dije: “El cielo en la tierra”. Y También la frustración que generó en mí cuando, después de estas palabras, cambió bruscamente de tema. No me dijo, quizá, lo que yo esperaba, no me dio la palmadita en la espalda, no se hizo el empático con mi dolor, sino que me sentí cortada bruscamente con sus palabras, que fueron más o menos: “Voy a buscar a Juan, a ver qué me dice de su suegro, (que estará más entero)” aunque tango que reconocer que de esta parte no me acuerdo exactamente. Solo puedo decir que eso, me sentó mal y fui egoísta. Pensé: ¡Cómo?, ¿Qué le va a dar más credibilidad a las palabras de mi marido sobre mi padre que a mí? ¿Y por qué, siendo sacerdote, no me consoló en mi dolor? Luego llegué a la conclusión de que porque no podía y porque el duelo había que pasarlo y desde el principio y llevar a cabo todos los pasos que dicen los psicólogos que hay que dar, hasta la despedida pero tengo que decir que yo, a esa parte, nunca he llegado ni tengo intención de llegar, posiblemente por mi creencia sobre la vida eterna, porque, aunque como ya he dicho al principio, no soy teóloga, si que soy creyente y creo que estamos concebidos para alcanzar la vida eterna. Bueno, volviendo a ese momento, el caso es que me quedé frustrada y con ganas de que se acabara el mundo y con sentimientos de culpa, pues me vino al pensamiento lo típico: que no estuve todo lo que pude con él, que a veces ocupaba mi tiempo en otras cosas antes de dedicarlo a la familia, que se fue de improviso y que quizá se fue sin saber todo lo que lo quería,… Pero, llegó el funeral y la homilía en el mismo y mi amigo personalizó el funeral. Empezó con la Lengua Castellana, explicando el significado de las palabras “fallecido” y “difunto”. En cuanto a la primera, “fallecido”, comentó que el término, aunque se usa como equivalente a difunto, no es así Fallecer es morir en el sentido de llegar al fin de la vida. La palabra proviene del verbo latino “fallere”, que significa “engañar”, “no cumplir”, “ser infiel”, “fingir”, a partir del cual se formó también fallar. De este verbo se derivó el adjetivo latino “fallax, fallacis”, con el significado de” impostor”, “pérfido”, “mentiroso”. Por lo tanto, y según este origen etimológico ¿Un fallecido, es un impostor? ¡Idea horrible, ésta! Por el contrario la palabra “difunto” antes “defunto” viene del latín “defunctus”, participio del verbo “defungi” (ejecutar, cumplir), prefijado sobre el verbo “fungi” (desempeñar, cumplir, terminar). Así, “difunto”, propiamente significaba “el que ha cumplido”, “el que ha terminado y pasa a recibir la paga”; siendo ésta, la paga, la vida eterna. En definitiva, la vinculación de la idea de la muerte con el pago de una deuda, que también está presente en más de una palabra de nuestra lengua. El significado originario de la palabra defunctus no estaba vinculado con la idea de la muerte, sino que se aplicaba, como adjetivo, a la persona que había saldado alguna cuenta o cumplido con alguna obligación. Es en el latín tardío cuando la Iglesia Católica utilizó este término como eufemismo para “muerto”. Quizá, podemos entender esto como uno de tantos eufemismos que crean las lenguas para referirse a un muerto, a la muerte en sí misma, porque ésta es tabú y se procura no nombrarla por su propio nombre. Incluso, hay muchas tradiciones que nos presentan la muerte con cuerpo y todo lo que entraña su materialización física e incluso su presencia en algunas tradiciones “de pueblo” que cae en la pura superstición. Ya lo contaremos esto en la parte práctica, pues propondremos como curiosidades algunas de estas tradiciones, además muchas cercanas a nosotros, que pueden incitar a una investigación más profunda a posteriori. Entonces, si entendemos la muerte solo como final, “que ha terminado”, es cuando surge nuestra caída como hombres porque, entonces, sí que surge esa pregunta en toda su crudeza que genera escalofríos, la que nos hacíamos al principio: ¿Entonces, para qué hemos vivido, sólo para llegar a este fin, la muerte? Y es aquí, cuando volvemos al principio de nuestras palabras, a la clase de Religión, y en concreto, a lo que debería ser el arranque de la asignatura con los alumnos. La religión cristiana tiene una meta, que no es, ni mucho menos, el hacernos caer en la tristeza, sino todo lo contrario. Precisamente, debería servirnos de ayuda, nos permite dotarnos de dignidad, levantarnos desde nuestro ser bajo y abrirnos el camino de la esperanza. Somos seres limitados, pero en la Palabra de Jesús, los cristianos encontramos la luz de la esperanza, puesto que, en todo semejantes a él menos en el pecado, somos, como Él, Hijos de Dios y estamos en manos de Dios. Como dice la Escritura (Jn 11, 1-45) “El que cree en Mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás”; y como decía José L. Martín Descalzo, Poemas para orar Miguel Combarros. Biblioteca de Autores Cristianos. 2004: “Morir sólo es morir, morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba”. En definitiva, debemos considerar nuestra muerte física como el origen de nuestra razón de vida, es el nacimiento a la vida nueva. Es el fracaso, como el “abajamiento de Cristo”, convertido en victoria. Sería conveniente recordar algo de esto acercándonos a la Biblia: Humildad de Jesús (Lc, 23, 35-56) Jesús es la esperanza más allá de la muerte. Este es el pronóstico que Benedicto XVI realiza, y que supone la constatación no sólo de la crisis de fe en la Iglesia, sino también de la necesidad de la conversión y de que emerja la Iglesia de la fe, una Iglesia que deberá comprenderse a sí misma como una minoría creativa que tiene una herencia viva y actual, a través de la cual se verifica la contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época. Conviene, por tanto, entrar en la mirada de Cristo, formar hombres que mantengan la mirada dirigida hacia Dios. Tenemos que entrar en la mirada de Cristo, porque Él es la verdad sobre el hombre. La imagen de lo que el hombre realmente es, Dios nos la ha puesto ante nuestros ojos en su Hijo. Antes de que se levantase esa imagen para que la viésemos, alguien dijo: “Mirad al hombre” (Jn 19, 8). Dios nos ha dado el valor para contemplar la imagen de nosotros mismos, la imagen según la cual hemos sido creados. Desde aquel momento en que el Amor desciende a la muerte y nos redime, no existe ya más abismo que no encuentre un destino de esperanza, de victoria y de vida eterna. Jesús ha resucitado El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.2 Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro3 y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.4 Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.5 Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? 6 No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea: 7 "Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día"".8 Y las mujeres recordaron sus palabras.:9 Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.10 Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles, pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron (Lc 24, 1-11) Las mujeres fueron las primeras que experimentaron la alegría de la resurrección y las que transmitieron el mensaje que dio el ángel -¡Ha resucitado!- y sin embargo no las creían, cosa normal, pues en tiempos de Jesús, cualquier testimonio de algo importante que daba una mujer, no tenía ningún valor. Una mujer no tenía credibilidad. Pero Jesús continúa haciendo maravillas después de la muerte, dignifica a la mujer haciéndola testigo de excepción de su victoria sobre la muerte. Ellas son las que han tenido la grandeza de ser sus primeros testigos. Ellas creyeron en la vida por encima de la muerte. “Si, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios; el que debía venir al mundo” (Jn 11, 27), declarará sin dudarlo en otro pasaje del evangelio Marta, otra mujer. Es su fe la que le abre los ojos a una existencia nueva que no termina en la muerte, es más, que no tiene fin. Jesús rescata a los hombres para siempre de la muerte. Pero todos, incluso los que nos declaramos cristianos, qué miedo le tenemos a la muerte. Incluso encontramos casos en las tradiciones “semanasanteras” de algunos pueblos que caen en la superstición. Los cristianos, deberíamos hablar con más naturalidad de la “Hermana muerte”, como la llamaba Francisco de Asís. Cuando algún ser querido se marcha, la tristeza de la despedida nos sumerge en el dolor, en la incredulidad a veces, en el sinsentido de todo. Los discípulos, hombres y mujeres como nosotros, también se llenan de una profunda tristeza cuando Jesús anuncia la suya. Jesús intenta aplacar esa aflicción y no llega a entenderla y, además, le sorprende que no le pregunten adónde irá al morir. Si creemos, diremos y seremos testigos de que el Señor va al Padre y nos envía al defensor, el Espíritu Santo. Nos da la oportunidad, como dice Durrwell de ahondar en su misterio más profundo, el “fondo del misterio de Dios”. Debemos creer y abrirnos a la acción del Espíritu a través de la escritura, de nuestra unión a Jesucristo y nuestra pertenencia activa y gozosa a la comunidad eclesial.” “La palabra de cada día. Evangelio 2014. Camino, verdad y vida” Ediciones San Pablo. Así pues, la vida eterna la podríamos definir desde estas líneas, por tanto, como el Amor pleno y verdadero. Lo que podemos ejemplificar con Jn 14, 1-6: Debemos de tener confianza en aquel que murió y resucitó. Él fue la puerta que nos abre al corazón del Padre. “La palabra de cada día. Evangelio 2014. Camino, verdad y vida” Ediciones San Pablo. . “En sus discursos de despedida Jesús siempre nos invita a poner nuestra confianza en Dios y lo hace a través de la imagen de una casa con muchas estancias. Esta morada aparece con las puertas abiertas a todos los corazones que se dejan amar y confían en el camino. Aquel que por nosotros murió y resucitó, Jesús, quien venció a la muerte, que ya no es un aguijón que nos aniquila, sino una puerta al Amor Incondicional de Dios. Esto debería darnos sosiego, tranquilidad. Pero si estamos intranquilos y con miedo, podemos recordar las palabras de san Vicente de Paúl (ídem): “Nadie que ha amado a los pobres puede temer a la muerte”. Lo que viene a decir que todos aquellos y aquellas que han dedicado sus vidas al servicio de los más sufrientes y necesitados están adelantando el Cielo aquí en la tierra. Una vida entregada nunca pasa, no muere. Cuando perdemos nuestro tiempo, energías, años comprometiéndonos con la construcción del Reino de Dios, del Reino de Jesús, es cuando estamos ganando la vida. Uno que se dice y se compromete como cristiano sabe que gana la vida eterna cuando acoge la cruz, carga con ella y muere. Podemos ejemplificar esto desde el evangelio leyendo el capítulo de Lc 9, 22-25: Pero muchos como Tomás, quizá no hayamos experimentado la experiencia del Jesús resucitado. Como podemos leer en el evangelio, esta experiencia, Tomás la tendrá pasados ocho días. Este número tiene una importante carga simbólica, es el número de la trascendencia, en el que la eternidad irrumpe, en todos los tiempos. La experiencia de encontrarse con Jesús resucitado, el poder ver y meter su mano en el costado, le llevará a un reconocimiento amoroso que le hará pronunciar las palabras que se recogen en el evangelio: ¡Señor mío y Dios mío! Esta experiencia de encuentro con el Resucitado, la experiencia de eternidad, la podemos alcanzar en la Eucaristía. CIELO O INFIERNO “Cielo” El cielo podríamos definirlo como “La realización humana absoluta”, es decir, lo aún no experimentado pero siempre anhelado, lo aún no encontrado pero siempre buscado, la identidad última consigo mismo en unión con el Misterio de Dios y la presencia íntima a todas las cosas. El cielo realiza al hombre en su totalidad. El Cielo, como dice L. Boff es “La realización del principio-esperanza del hombre. Es la convergencia final y completa de todos los deseos de ascensión, realización y plenitud del hombre en Dios”. ¿Por qué a esta realización plena del hombre llamarla cielo? Como dice L. Boff (HABLEMOS DE LA OTRA VIDA. 12ª ED. LEONARDO BOFF, SAL TERRAE, 1994 ISBN 9788429304961) ya las religiones uránicas de los cazadores y de los nómadas veían en ello el símbolo de la realidad divina. El cielo, sigue diciendo este autor (Ídem), es el “lugar” donde Dios mora. El cielo deberíamos entenderlo como la pura transcendencia (…) Cielo es aquella realidad ultraterrestre, infinita, plena y sumamente realizadora de todo cuanto el hombre puede soñar y aspirar de grande, de bello, de reconciliador y de plenificante. Es, simplemente, sinónimo de Dios y de Jesucristo resucitado”. Y lo que es mejor, “el Cielo no es la parte invisible del mundo. Es el mismo mundo, pero en su modo de completa perfección e inserto en el misterio de la convivencia divina.” Esto, aún los menos expertos en Teología como yo, lo podemos entender y explicar sin problema alguno, pero yo para hacerlo volveré a utilizar textualmente a L. Boff: “El Cielo no es un lugar hacia el que vamos, sino la situación de cuantos se encuentran en el amor de Dios y de Cristo. Por eso, el cielo ya está aconteciendo aquí en la tierra” (Ídem). Pero “Su plenitud, con todo, todavía está por venir” (ídem). Como decía San Ignacio de Antioquía en el siglo II: “Cuando llegue allá (al cielo), entonces seré hombre”. Solo en el cielo seremos hombres tal como Dios nos quiso desde toda la eternidad, como imagen y semejanza perfecta de él” (ídem) Pero también podemos decir que el cielo es completamente humano y por tanto, no podemos crear una escisión entre el cielo y este mundo. Precisamente es justo al contrario: el cielo es la plenitud de este mundo, porque es en el cielo donde todo lo que limita al mundo desaparece. El hombre, libre de la limitación espacio-temporal que supone el cuerpo ya alcanza la plenitud. Además podemos decir que el cielo comienza en la tierra. Cada vez que en la tierra generamos la experiencia del bien, de la felicidad,…ya estaremos viviendo la realidad del cielo. La experiencia de algo profundamente humano que nos permite experimentar lo ilimitado. El hombre siempre ejemplifica aquello que no entiende o le cuesta entender con conceptos, con imágenes humanas. Algunas de estas imágenes tienen importante contenido simbólico. - El cielo como banquete nupcial: el banquete representa la comunión, la fraternidad entre los hombres. El banquete es fiesta. El banquete nupcial nos representa la realidad del cielo en cuanto que esposo y esposa se convierten en uno solo. Exactamente como en el cielo, donde se da el encuentro y fusión plena del hombre con Dios. - El cielo se representa muchas veces en la Biblia como victoria. Incluso Santiago nos dice; “Feliz el que aguanta la prueba, porque, una vez probado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a los que aman” (1,12). También San Juan, en el Apocalipsis, dice: “Al que venciere le daré del maná escondido y le entregaré una piedra blanca. En ella está escrito el nombre nuevo que ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2,17). La piedra blanca con el nombre escrito es una imagen tomada de la época griega, del deporte, porque el vencedor en los juegos recibía su nombre escrito sobre una tablilla blanca. L. Boff nos dice en su libro Hablemos de la otra vida, que en el cielo, cada uno recibirá el nombre que le corresponda. En el cielo Dios nos llamará con el nombre de su amor hacia nosotros.” HABLEMOS DE LA OTRA VIDA. LEONARDO BOFF. COLECCIÓN ALCANCE EDITORIAL SAL TERRAE SANTANDER. 12ª EDICIÓN. PÁGINA 84. - El cielo se representará también como reconciliación total. En primer lugar, la reconciliación del hombre consigo mismo, pero también con el universo y del universo consigo mismo. El Antiguo Testamento lo expresa con un lenguaje utópico: “El lobo será huésped del cordero, … (Is 11,6) En el cielo todo será transparente para con lo otro. Serán como espejos que reflejarán desde ángulos diversos el mismo rostro amoroso de Dios. - El cielo es un descanso. Pero es un descanso creativo y plenificante. En el cielo se dará el dinamismo en el descanso, la tranquilidad en la actividad. Infiernos y diablos. El anticristo El infierno, dice L. Boff, Es la absoluta frustración humana. Nuestro futuro está abierto a una vida todavía más intensa y rica de la que en la tierra gozamos, por lo que, si Cristo nos garantiza un final-continuación feliz, no puede haber frustración al final y no puede existir “la nada” – como se decía en la Historia Interminable – "- No moriré tan fácil, soy un Guerrero. - Si eres Guerrero, pelea con la Nada-“. “La historia sin fin” MICHAEL ENDE, ALFAGUARA, 2007 ISBN 9788420471549 -. Como hemos comentado en líneas anteriores, estamos llamados a la plenitud, es decir, la realización máxima del hombre nuevo, con su cuerpo resucitado, a semejanza del de Jesús. Pero también es verdad, y en las clases de ética así lo decimos, el hombre es un ser libre. Dios lo dotó al crearlo de esa libertad para elegir y optar por esa propuesta amorosa que Dios nos hace, ser hombres nuevos, de que optemos por la plenitud y, por tanto, por la eternidad o no. No nos obliga a ello, sólo os invita. El hombre fue dotado por Dios de una dignidad absoluta, es decir, Dios respeta su decisión, sea cual sea, decisión que le lleve a darle un SÍ a Dios o un decirle que no. Pascal lo reconoce en sus escritos: “Es libre y puede escoger, puede decidirse por Dios o por sí mismo” HABLEMOS DE LA OTRA VIDA. LEONARDO BOFF. COLECCIÓN ALCANCE EDITORIAL SAL TERRAE SANTANDER. 12ª EDICIÓN. PÁGINA 84. En muchas ocasiones, profesor o profesora, te habrás encontrado con el gran problema, el de convencer a alumnos de lo importante que es la fe. Muchos de ellos incrédulos por convicción, o porque es más fácil no implicarse en el ser cristiano o por tradición familiar o simplemente, porque “no mola ir a misa” porque eso no es ser de este tiempo, eso es de “Carcas, de viejos”, se escudan en la típica pregunta con la que nos quieren colocar contra las cuerdas: “Y si Dios es tan bueno… ¿por qué deja que existan las guerras, los violadores, los terroristas,…? Un poco lo mismo que podemos ver reflejado en la escena del Calvario que nos relata la vida, cuando los sacerdotes y ancianos le preguntan a Jesús, eso de ¿Por qué no le pides que te baje del madero? (Mt 27, 42) Bueno, pues ahora yo me siento capacitada para contestar a esa pregunta retadora con una gran seguridad, y apelando a la naturaleza del hombre, en tanto que es un ser concebido y creado libre. Es esa libertad la que le permite al hombre alejarse o acercarse a Dios. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y a todas las criaturas. Pero existe una cosa que no fue creada por Dios porque no lo quiso y que a pesar de ello existe porque es creación del hombre cuando comienza a odiar, mata, explota al prójimo, se olvida y se aleja del desvalido… fue ahí donde surge el infierno. Por tanto, el infierno, podemos aseverar que no fue creado por Dios, sino por el hombre. No es un lugar donde habitan diablos o demonios que se entretienen “asando “ a los hombres pecadores en el fuego terrible. Por tanto, tenemos también aquí la respuesta a una pregunta que suelen hacer más los alumnos pequeños: ¿Existe el infierno? Pues sí, pero como un estado del hombre, no como un lugar. Es el no decidido al plan de eternidad de Dios para con el hombre. Aunque, como decíamos al principio, Dios siempre es esperanza, es decir, igual que el hombre puede crearse su infierno, también puede iniciar, en cualquier momento, el camino de la conversión. El infierno es la infelicidad más total y absoluta en la que puede caer el hombre, su total frustración, lo sin salida, la soledad más absoluta, pero soledad buscada. Tras la muerte, esa infelicidad, ese infierno, quedará sellado. Es decir, la decisión fundamental y definitiva del hombre se realiza al morir. “El anticristo es la historia del odio en el mundo” (Hablemos de la otra vida. Leonardo Boff). Está en la historia. Su espíritu vive en las injusticias universales de carácter estructural. Todos somos un poco Cristo y anticristo. “El Anticristo es una realidad de cada hombre, dice Boff, en la medida en que cada uno es simultáneamente pecador y lleno de la gracia de Dios” (idem).