José Arregi - Eliza Herrian

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Los obispos han hablado
Jose Arregi, 10-Octubre-2012
Por fin, los obispos han hablado sobre la crisis, y no sé si debemos darles la
enhorabuena, pero al menos debemos agradecerlos su declaración, por tardía
y tímida que sea, y por mucho que la hayan camuflado y condicionado,
desnaturalizado y rebajado en una polémica política ajena al tema: la sagrada
unidad de la “nación española”. Han aprovechado que el Manzanares pasa por
Madrid o la senyera ondea en Cataluña para hablar de lo que, al parecer,
importa más a la cúpula del episcopado español: el movimiento
independentista catalán o vasco. Han mezclado churras con merinas,
intencionadamente tal vez para despistar al personal o desviar la atención de
lo realmente importante. Eso ha sido una pena. (Los obispos catalanes, claro
está, se han desmarcado).
Pero dejemos esa cuestión. Pienso que los obispos son habitualmente
demasiado locuaces, aunque lo malo no es que hablen, sino de qué hablan y
cómo lo hacen. Hablan sin cesar, por ejemplo, de la familia, como si ellos
fueran los únicos guardianes de la verdadera familia –ellos que no conocen los
gozos y angustias de criar unos hijos, más si cabe en estos tiempos–. Hablan
sin cesar del matrimonio homosexual, y lo reprueban como contrario a la
naturaleza y a la ley inmutable de Dios, como si ellos conocieran toda la
naturaleza y como si Dios tuviera alguna ley inmutable fuera del amor, como si
el amor no fuera la esencia de toda ley, la vocación de la naturaleza, el misterio
de Dios. Y hablan sin cesar de la enseñanza de la religión católica en la
escuela pública y la reclaman, como si la religión que ellos enseñan no fuera
precisamente lo que aleja a la gente de toda religión.
Pero hay cuestiones de las que debieran hablar a tiempo y a destiempo, a
fondo y en detalle, y de las que, sin embargo, habitualmente callan o tratan en
términos demasiado generales y vagos: la justicia social, la injusticia vigente, la
economía alternativa… O esta situación que padecemos y que llamamos “crisis
económica”. Sobre esto, los obispos, con honrosas excepciones, han callado
con un silencio que ofende a la gente más pobre y más numerosa cada vez.
Han callado con un silencio que afrenta al Evangelio. Han callado con un
silencio que clama al cielo. Nicolás Castellanos, un obispo que dimitió hace
años para irse a Bolivia y darse a los últimos, dijo recientemente: “No sé por
qué la Iglesia española guarda silencio; es el momento de denunciar como los
profetas”.
Pues bien, por fin han hablado, y justo es reconocerlo. Y son de agradecer
algunas afirmaciones claras y tajantes, como ésta: “Las autoridades han de
velar por que los costes de la crisis no recaigan sobre los más débiles, con
especial atención a los inmigrantes”. O esta otra: “Hoy deseamos pedir a quien
corresponda que se dé un signo de esperanza a las familias que no pueden
hacer frente al pago de sus viviendas y son desahuciadas”.
Pero, aparte esas dos concreciones importantes, encuentro que la Declaración
de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, después de
tanto silencio, se queda muy corta de contenido. Y no por falta de extensión
(más de 2.000 palabras, y otras 1000 palabras en el anexo político sobre los
nacionalismos periféricos), sino por falta de concreción en la denuncia y en las
propuestas, por vaguedad e indefinición en el llamamiento a la conversión, la
fe, la esperanza y la caridad. Y en toda la declaración subyace una apenas
velada invitación a la resignación y al espíritu de sacrificio de los ciudadanos.
¿Por qué han callado tanto los obispos y por qué, cuando han hablado, no lo
han hecho de manera más incisiva, señalando responsabilidades, ofreciendo
criterios, sugiriendo pautas, inspirando una esperanza concreta y activa, como
haría Jesús? ¿Por qué no lo hacen? ¿Será –sería terrible– que la Iglesia
institucional tiene poderosos intereses ligados a los más poderosos, a los
grandes bancos y a las subvenciones del Gobierno? No puedo reprimir la
pregunta: ¿La Conferencia Episcopal Española se andaría con tantos remilgos
si gobernaran los socialistas en vez de los populares?
Dirán que la situación es compleja. Claro que la situación es compleja y que la
solución no es fácil, y que no basta con enunciar grandes principios como yo
estoy haciendo, pero han de saber que no solo los principios sino también las
concreciones de la justicia son infinitamente más sagrados e inviolables que los
grandes dogmas, todos ellos tan relativos y contingentes, tan discutibles.
Dirán que hay que ser realistas. Claro que hay que ser realistas, pero resulta
incomprensible que apelen al realismo cuando están en juego el trabajo, el
sueldo y la vivienda de toda una generación, y que sean tan poco realistas, por
ejemplo, con el sexo, el aborto o la eutanasia; y, sea como fuere, no hace falta
saber mucha economía para dudar de que sea razonable un gobierno que
rescata a unos bancos endeudándose con otros o incluso con los mismos que
rescata, y que dedica la mitad de los ahorros obtenidos con los recortes
sociales a pagar los intereses de los créditos de los bancos rescatadadores o
rescatados, y la otra mitad a pagar los subsidios del paro provocado por sus
recortes sociales. ¿Es eso realismo económico o es la parábola de la
perversión del sistema y de la necedad de los gobernantes?
Dirán que todos somos responsables. Claro que lo somos, por haber codiciado
y derrochado tanto, pero es mucho mayor la responsabilidad de individuos y de
empresas que durante décadas nos han animado a ello y así han amasado
ingentes fortunas, y la responsabilidad de quienes hoy todavía siguen ganando
más y más a costa de la pobreza creciente de la mayoría, y eso no se puede
tolerar.
Que los obispos sigan hablando, pues, pero lo hagan con más claridad y
valentía, aun a riesgo de equivocarse. Que condenen de manera mucho más
contundente la mayor infamia de nuestros tiempos y de todos los tiempos: este
sistema capitalista neoliberal basado en el mayor lucro. Que denuncien de
manera unánime y firme esta dictadura universal que hace que el 0,16% de la
población mundial sea dueña del 66% de los ingresos mundiales anuales, y
hace que en España 1.400 personas (el 0,0035% de la población) controle
recursos equivalentes al 80,5% del PIB, e hizo que en el año 2010 las 35
empresas más grandes de España hubieran aumentado sus beneficios en un
24% respecto del año anterior, mientras que los trabajadores se hicieron un 2%
más pobres. Que digan bien alto que hablar de democracia mientras las cosas
estén así es una farsa.
Que enseñen lo que el Vaticano II enseñó con tanto énfasis: que los bienes de
la tierra pertenecen a todos, y que el que acumula roba, y que “quien se halla
en situación de necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo
necesario para sí”. Que recuerden el dicho de los Santos Padres: “Si no
socorres al necesitado, lo matas”. Que imaginen lo que hubieran enseñado
todas las Santas Madres si se les hubiera dejado enseñar, ellas que
engendraron y dieron a luz tanta vida con tanto dolor.
Que anuncien el “Reino de Dios” que Jesús anunció con la misma unción y el
mismo fuego de Jesús. Y que no olviden que el Reino de Dios ha de hacerse
en la tierra, como Jesús pensaba.
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