El contrato social: alternativa para imponer la razón a la ley del más

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Las mujeres en el camino de la Ilustración
Mtra. Celia Cervantes Gutiérrez
Febrero de 2008.
Introducción
Este ensayo tiene el propósito de mostrar la condición social de las mujeres durante la
Ilustración, perfil que es posible delinear a través de las obras de algunos autores
representativos del también llamado siglo de las luces, y a partir de la producción que
estudiosos contemporáneos han realizado sobre esta época.
Nos interesa saber qué significaba ser mujer, en un mundo androcéntrico en el que los
mismos hombres, en tanto colectivo, no eran sujetos de derecho, a menos que
pertenecieran a la nobleza, a la clase aristócrata o eclesiástica.
En otras palabras, nos interesa conocer el imaginario social predominante en ese tiempo
respecto del 50% de la población, es decir, cuál era el espectro de posibilidades que las
mujeres tenían para acceder a los bienes culturales, económicos y sociales, en un periodo
histórico que empezó a visualizar el derecho humano a vivir en un Estado-nación que
dejara atrás la ley del más fuerte y articulara en cambio las relaciones gubernamentales
con base en el derecho universal, garantía del ejercicio ciudadano.
Para ello, escudriñamos en algunos textos clásicos de la época para encontrar verificar si
más allá de su rol reproductivo -a nivel biológico y familiar-, las mujeres estaban incluidas
como beneficiarias, en paridad con los varones, en esas nuevas teorías, cuyas tesis
inspiraron movimientos alternos al absolutismo y el antiguo régimen, como es el caso de
la revolución francesa y su ideario: libertad, igualdad y fraternidad,
que sintetiza las
aspiraciones profundas de esa sociedad desdibujada por siglos.
De manera particular, revisamos la presencia de las mujeres en el escenario de la
revolución francesa, desde la desbordante multitud femenina que en lo individual se
quedó en el anonimato pero que en lo colectivo dejó constancia de su participación
mayoritaria en el asalto a la Bastilla y en la marcha a Versalles; o en el papel central como
prudente y esencial de mujeres como Madame de Staël, Madame Roland, Madalle Tallien
en la vida social de los salones de París, donde se fraguaron y reinventaron las acciones
revolucionarias, así como la contribución de mujeres como la dramaturga Olympe de
Gouges, que vieron en la Revolución la oportunidad de formular los reclamos femeninos
de igualdad política con los hombres.
Al respecto, planteamos la hipótesis de que los autores de la Ilustración no alcanzaron a
visualizar a las mujeres como sujetos de derecho, que sus ideas críticas sobre la opresión
de la mayoría por unos cuantos y su necesaria reivindicación a través del establecimiento
de un nuevo contrato social bajo la primacía de la razón y el derecho, no incluían de modo
alguno al género femenino, debido a que desde su cultura patriarcal introyectada,
consideraban el ámbito privado como el
espacio ideal para que éstas siguieran
desempeñando su rol biológico (dar a luz) y su papel social (criar a la descendencia a
través de la reproducción cotidiana del hogar).
En este sentido, creemos que en todas las culturas y épocas, las mujeres han estado
presentes en la vida pública de sus respectivas sociedades, mas su participación política
ha sido sistemática e históricamente opacada por la mirada androcéntrica que hace
prevalecer una idea que se cree trascendente, intemporal, inmutable y necesaria (“la
mujer es un segundo ser”, “la naturaleza de la mujer la mantiene sujeta a su biología”,
etc), sobre el hecho concreto, el valor y la significación, la noción y la referencia empírica
que reporta nombres y acciones de mujeres específicas en la reelaboración continua del
mundo social.
Abordar esta problemática desde la academia, constituye una responsabilidad
deontológica para muchas mujeres que como yo, somos herederas de esa oportunidad
que millones soñaron, por la que tanto otras se esforzaron y muchas más murieron: Ser
mujer con voz y voto, con capacidad para la autodeterminación y la promoción del bien
común, más allá del Eterno Femenino que proyecta en el imaginario social como destino
posible, alguna de las celdas que constituyen los cinco cautiverios de las mujeres: ser
madresposas, monjas, putas, presas o locas1.
1
Cfr. Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y
locas. México: UNAM, 3ª. Edición, 1997.
2
El nuevo orden social que postula la Ilustración
La Ilustración, según la famosa definición de Kant2, es la época de la superación por el
hombre de su ‘minoría de edad’, ya que aboga por la razón como la forma de establecer
un sistema autoritario ético, estético y de conocimientos, en contraposición al absolutismo
y el Antiguo Régimen.
Esta corriente intelectual de pensamiento, dominó Europa y en especial Francia e
Inglaterra (donde tuvo su expresión más enérgica); abarca desde el Racionalismo y el
Empirismo del siglo XVII hasta la Revolución Industrial del siglo XVIII, la Revolución
Francesa y el Liberalismo3.
Los líderes intelectuales de este movimiento se consideraban a sí mismos como la élite
de la sociedad, su principal propósito era liderar al mundo hacia el progreso, sacándolo
del largo periodo de tradiciones, superstición, irracionalidad y tiranía.
Este movimiento trajo consigo el marco intelectual en el que se producirían la Guerra de la
Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa, así como el auge del
capitalismo y el nacimiento del socialismo.
Al respecto, Barudio4 opina que Francia es el país clásico del absolutismo en los siglos
XVII y XVIII y que la “monarquía absoluta” tuvo durante siglos la tendencia a concentrar
todo el poder en un solo punto, a saber: en la persona del rey, con lo que se fomentaron
sobre todo el pensamiento unitario y el centralismo, cualidades que se atribuyen
gustosamente a la esencia del “Estado moderno”.
Pascal (1623-1662)5, una de las grandes figuras de la Ilustración, reflexionó sobre la
relación entre derecho y poder, afirmaba que “El derecho sin el poder es impotente. Pero
el poder sin el derecho es tiránico (…) Por consiguiente, hay que conciliar el derecho y el
poder para conseguir que lo que es justo sea poderoso, o lo que es poderoso sea justo”.
2
Kant, citado por Barudio,Günter. La época del absolutismo y la ilustración 1648-1779. México: Siglo XXI
editores, 2000, p.5.
3 Consultado en la red http://es.wikipedia.org/wiki/Ilustraci%C3%B3n el 10 de febrero de 2008.
4 Op. Cit. Barudio, p.74.
5 Op. Cit. p. 92.
3
El contrato social: alternativa para imponer la razón a la ley del más fuerte
Para derrocar al Estado, que es poderoso mas no justo, Pascal decía que habría que
sacudir los usos tradicionales (costumbres), remontándose hasta su origen, para revelar
su falta de justificación y de justicia6.
Por su parte, Juan Jacobo Rousseau en El contrato social o principios del derecho
político, publicado por primera vez en Amsterdan en el año 1762, observa que “el hombre
ha nacido libre, y sin embargo, vive en todas partes entre cadenas”7.
Al indagar si en el pasado existe alguna fórmula de administración legítima y permanente,
considera que el orden social no es un hecho natural, sino que está fundado en
convenciones, al igual que la familia, a la que concibe como la primera sociedad política.
Rousseau hace un símil entre ambas, según el cual “El jefe es la imagen del padre, el
pueblo la de los hijos, y todos, habiendo nacido iguales y libres, no enajenan su libertad
sino en cambio de su utilidad”.
Rousseau constata cómo el más fuerte transforma su fuerza en derecho y la exigencia de
obediencia de los débiles en deber, con lo que se instaura el derecho del más fuerte. El
padre o el rey, lo que hacen es sujetar a los demás que buscan la supervivencia, pero en
ello no está la libertad.
Al constatar que en ambos espacios se producen incesantemente relaciones desiguales y
opresivas, Rosseau se cuestiona cómo es que se ha operado esta transformación y qué
es lo que puede imprimirle el sello de legitimidad. Puesto que nadie tiene por naturaleza
autoridad sobre su semejante y dado que la fuerza no constituye derecho alguno, llega a
la conclusión de que sólo quedan las convenciones como base de toda autoridad legítima
sobre los hombres.
En ese sentido, un nuevo Contrato Social permitirá “Encontrar una forma de asociación
que defienda y proteja con la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y
por la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y permanezca tan
6
7
Op. Cit. p. 92.
Rousseau, Juan Jacobo. El contrato social o principios de derecho político. México: Porrúa, 2000, p. 3.
4
libre como antes (…) porque hay una diferencia entre someter a una multitud y regir a una
sociedad”8.
La cláusula única de ese nuevo contrato civil es que cada cual “ponga en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y cada
miembro considerado como parte indivisible del todo. En fin, dándose cada individuo a
todos no se da a nadie... (así) se gana equivalencia de todo lo que se pierde y mayor
fuerza para conservar lo que se tiene. De esta asociación surge el estado civil, donde la
fuerza es sustituida por la justicia, dando a sus acciones la moralidad de que antes
carecían9.
La invisibilidad de las mujeres en El Contrato Social
En la perspectiva de El Contrato Social,
Rousseau no alcanza a vislumbrar la
discriminación implícita para el 50% del pueblo, su constante preocupación. Incluso llega
a escribir Emilio o de la Educación (1762), una obra contradictoria a la luz del pacto civil
que propone, ya que subordina al género femenino a la autoridad del varón en su rol de
padre/esposo/hermano/hijo, cuyo perfil predominante se deriva de la fuerza física, la
ascendencia consanguínea y parental, así como de la relación afectiva, ya sea conyugal o
filial.
Por ejemplo, en el Libro V de esa obra, Rousseau afirma: “Toda la educación de las
mujeres debe ser relativa a los hombres. Gustarles, serles útiles, hacerse amar y honrar
de ellos, educarles cuando jóvenes, cuidarles de grandes, aconsejarles, consolarles,
hacerles la vida agradable y dulce, son los deberes de las mujeres de todos los tiempos
(...) La mujer no es nada sino al lado, abajo del marido y por él”10.
En consecuencia, podemos afirmar que la educación femenina, sin duda, es una de las
partes más débiles de la obra de Rousseau, porque la mujer pierde, en su doctrina, la
importancia y sustantividad social que sería su propio valor autónomo.
8
Op. Cit. p. 6-7.
Op. Cit. p. 11-12.
10 Rousseau, Juan Jacobo. Emilio o de la educación. México: Siglo XXI editores, 1991. p. 58.
9
5
Sin embargo, y tal vez para descargo de Juan Jacobo Rousseau, es pertinente comentar
que su perspectiva no es sólo suya, sino de la época y más allá: de la cultura patriarcal
misma. También Montesquieu refiere, en el Capítulo IX sobre la condición de las mujeres
en las diversas formas de gobierno11, que las mujeres tienen escaso miramiento en las
monarquías, porque llamadas a la corte por la distinción de clases toman en ella ese
espíritu de libertad, casi único en ella tolerado. Cada cual se sirve de sus encantos y
pasiones para adelantar en su camino, y como su debilidad no les permite el orgullo, lo
que reina con ellas en la corte es siempre la vanidad y el lujo.
Más adelante Montesquieu expresa que las mujeres “No introducen el lujo en los Estados
despóticos; pero ellas mismas son objetos de lujo en esos Estados. Deben ser esclavas
en demasía”12.
En cambio, en las repúblicas las mujeres libres por las leyes, son cautivas por las
costumbres; desterrado el lujo, no lo están igualmente de la corrupción y el vicio. Relata,
por ejemplo, que en Roma el marido convocaba a los parientes de su mujer y delante de
ellos la juzgaba. Las leyes en Roma ponían a las mujeres en perpetua tutela, a no ser que
estuvieran bajo la autoridad de un marido, se daba la tutela al más cercano de los
parientes varones13 .
Curiosamente, Montesquieu llamaba una “hermosa costumbre samnita” a aquella
establecida en la pequeña república del mismo nombre: reunía a todos los mozos y se les
juzgaba; el que era declarado superior, es decir, mejor que los demás, elegía por mujer a
la moza que quisiera; el que le seguía en número de votos, elegía también entre todas las
restantes, y así sucesivamente. Admirable ejemplo el de considerar los méritos y los
servicios hechos a la patria como los mayores bienes de un hombre. El más rico en esa
clase de bienes escogía su esposa entre las jóvenes de la nación entera14.
¿Por qué no aplicaría Montesquieu la idea general del Libro Octavo de El contrato social
en la que postula “La corrupción de cada régimen político empieza casi siempre por la de
11
Montesquieu. El espíritu de las leyes. México: Porrúa, 1995, p. 70.
Op. cit. p. 71.
13 Op.cit. pp. 71-72.
14 Op. cit. p. 74.
12
6
los principios”?
15
. ¿O acaso era un principio objetivo y paritario que ellos las eligieran sin
posibilidad de réplica? ¿Por qué no caería en la cuenta de que un régimen democrático y
republicano no podría consolidarse –como no ha sucedido hasta nuestros días-, porque
ningún sistema político mantiene la paridad de jure y de facto en los espacios de poder y
donde se toman las decisiones, por lo que el ejercicio de la ciudadanía las mujeres
presenta una brecha entre lo que establece la norma jurídica y lo que sucede en el ámbito
público? La democracia, sin las mujeres no va, reza un famoso slogan aspiracional de la
segunda ola feminista16.
¿Por qué no se cuestionó si la mujer samnita, estaba de acuerdo con la elección que
había hecho un varón sobre ella, para ligarla de por vida a él y su rama familiar? ¿Por qué
no surgió en Montesquieu la gravedad de una situación: Que en las diferentes culturas y a
lo largo de la historia, muchas mujeres no han elegido a quienes las tutelan, las toman por
esposa o cortesana?
¿Por qué no habrá Montesquieu avizorado que hay otras mujeres que habiendo
consentido, e incluso anhelado la unión, al cabo de un tiempo desearían desistir a causa
de los malos tratos que recibe, al igual que sus hijos e hijas, mas que la mayoría de ellas
no se separa porque está emocional y culturalmente ceñida a la tradición religiosa y la
costumbre, así como a la dependencia económica por ser sólo “ama de casa”, la “reina
del hogar”?
Por el contrario, lo que sí alcanza a vislumbrar Montesquieu es que “las mujeres que se
dedican a la prostitución no pueden criar a sus hijos. Su triste condición es incompatible
con los desvelos que el educarlos exige; y están, en general, tan corrompidas, que la ley
no puede poner en ellas su confianza”17 y que “La obligación natural que tiene el padre de
sustentar a sus hijos ha hecho que se establezca el matrimonio, sin el cual no se sabría a
quién incumbe aquella obligación…Los maridajes ilícitos contribuyen poco a la
propagación de la especie. En esos consorcios no es conocido el padre, y la obligación de
15
Op. cit. p. 75.
Se llama “segunda ola” feminista a la etapa contemporánea de creciente conciencia en torno a la opresión y
discriminación de género que empezó en la década de los sesenta y produjo diversas estrategias de
resistencia y transformación de un orden social basado en el privilegio masculino. La “primera ola” feminista
en América Latina, que según cada país tuvo lugar desde los años veinte hasta las décadas medianas del
siglo XX, se esforzó por alcanzar condiciones elementales de la ciudadanización femenina, como el derecho
al voto –en primer lugar- y el derecho a la educación formal.
17 Op. cit. pp- 269-270.
16
7
mantener y educar a los hijos recae sobre la madre, quien tropieza con mil dificultades por
la vergüenza, el remordimiento, la cortedad propia del sexo, las preocupaciones y las
leyes mismas. Además, casi siempre carece de recursos o los tiene escasos”18 .
El orden femenino: por una nueva cultura de equidad
El mito humano, fundado en la dicotomía de los opuestos (noche/día; blanco/negro;
positivo/negativo; cultura/naturaleza, mujer/hombre) de manera implícita e histórica ha
fomentado la idea de la condición humana como una “división” de la humanidad en dos
categorías de personas.
Simone de Beauvoir19 afirma que a través del tiempo este mito permanece estático, que
esta idea de la supuesta supremacía de lo masculino sobre lo femenino escapa a toda
oposición porque se sitúa más allá del dato y su verdad absoluta. Es decir, que puede
más el imaginario ideal de lo que la clave masculina ha definido como lo normal, lo
deseable, el deber ser que la contribución diaria, constante y sonante de las mujeres en la
vida cotidiana.
Así, a la existencia dispersa, contingente y múltiple de las mujeres, el pensamiento
místico y androcéntrico opone el Eterno Femenino, porque la otredad se lee o traduce en
inequidad de oportunidades para el acceso a las oportunidades de desarrollo humano.
Es preciso dar la vuelta a la lógica de que “la excepción confirma la regla”, con la que se
ha tratado de legitimar el orden social inequitativo y desigual que históricamente se ha
construido a partir de la diferencia sexual. Porque si bien como da cuenta Linda Kelly 20,
aunque las mujeres en general no habían gozado de derechos políticos bajo el ancien
régime, unas pocas habían podido ejercer privilegios electorales en la elección de los
Estados Generales; grupos de mujeres de las órdenes religiosas, y nobles que, como
viudas, o por obra de alguna anomalía, gozaban de derechos feudales, no fue sino en el
momento mismo del anuncio de la Declaración de los Derechos del Hombre emitido por la
18
Op. cit. p. 269.
Beauvoir, Simone de. El segundo sexo. México: Siglo XXI Editores, 1970. p. 298.
20 Kelly,Linda. Las mujeres en la revolución francesa. Buenos Aires: Vergara, 1989, p. 59.
19
8
Asamblea Nacional, cuando las mujeres, en la voz de Olympe de Gouges, descubrieron
que la Revolución Francesa las había invisibilizado y rechazado como ciudadanas:
“Oh, hombre”, empezaba la Declaración de los Derechos de la Mujer, “¿eres capaz de
justicia?...¿Cuál es el derecho soberano que tienes para oprimir a mi sexo?” ¡Oh, mi
pobre sexo! Seguía diciendo la dramaturga Olimpia de Gouges, quien murió en 1793 en la
guillotina, “¡Oh, mujeres que nada obtuvieron de la Revolución!”.
Como se sabe, esta Declaración reclama la igualdad de derechos con los hombres ante la
ley, en las cuestiones cívicas, en la esfera impositiva y en la posesión de propiedad. “La
ley”, escribió la autora en el artículo VI, “debe ser la expresión de la voluntad general.
Todos los ciudadanos de sexo femenino y masculino deben contribuir, personalmente o a
través de sus representantes, a su formación; debe ser igual para todos; todos los
ciudadanos masculinos y femeninos, como son iguales a sus ojos, deben ser admitidos
igualmente a todos los honores, los cargos y los empleos públicos, de acuerdo con su
capacidad y sin más distinción que la de sus talentos y sus virtudes”21.
La libertad de palabra era otra cuestión fundamental. “Nadie”, escribió en el artículo X,
“debe ser molestado por expresar sus convicciones fundamentales; la mujer tiene el
derecho de ascender al patíbulo; tiene también el derecho de subir al estrado”22.
Los 17 artículos de La Declaración de los Derechos de la Mujer resuenan desde 1789
como una exhortación y a la vez como una esperanza que da certidumbre al porvenir.
Hoy, a más de 200 años muchos avances son los que podemos contar, a partir del
reconocimiento, como bien sostiene Sylvia Agacinsky, del siguiente hecho: Que la
relación entre hombres y mujeres no depende de ninguna verdad eterna; es el resultado
de una historia muy larga cuyos debates actuales sobre la paridad revelan una nueva
apuesta23.
21
Olympia de Gauges, citada por Op. cit. pp. 65-66.
Op. cit. p. 66.
23 Agacinski, Sylviane. Política de sexos. Barcelona: Piados, 2000. p. 37.
22
9
Bibliografía
Agacinski, Sylviane. Política de sexos. Barcelona: Piados, 2000.
Barudio, Günter. La época del absolutismo y la ilustración 1648-1779. México: 12ª. Edic., 2000.
Beauvoir, Simone de. El segundo sexo. México: Siglo XXI Editores, 1970. p. 298.
Kelly,Linda. Las mujeres en la revolución francesa. Buenos Aires: Vergara, 1989, p. 59.
Montesquieu. El espíritu de las leyes. México: Porrúa, 1995.
Lagarde, Marcela. Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas.
México: UNAM, 3ª. Edición, 1997.
Rousseau, Jean Jacques. El contrato social, o. principios de derecho político. México: Porrúa,
2000.
Rousseau, Juan Jacobo. Emilio o de la educación. México: Siglo XXI editores, 1991. p. 58.
Página electrónica consultada
http://es.wikipedia.org/wiki/Ilustraci%C3%B3n el 10 de febrero de 2008
10
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