Ética formal : De Kant a Habermas ©Carlos Beltrán Uno de los cimientos de la ética Kantiana, el principio de universalidad de su imperativo categórico, es, a la vez, uno de sus puntos más rebatidos a lo largo de la historia de la filosofía. Toda ética formal, y por ende, que tenga origen kantiano, pone al descubierto sus planteamientos erróneos cuando se somete a la praxis. La ética fundada por el pensador alemán nos proporciona unas normas de actuación individual que presuponen un ideal de felicidad objetivo, común a todos los hombres, y por lo tanto universal. Este supuesto se deduce a partir de la máxima del imperativo categórico, que como todos sabemos, nos viene a decir que obremos de tal manera que nuestros actos puedan ser tomados como normas universales de conducta. Para que esto pueda suceder, el principio de felicidad subjetivo, del individuo, debería coincidir con el principio de felicidad universal. Es decir, todos los hombres deberían considerar como positivos los mismos valores y las mismas formas de actuar, para poder hacer de ellas leyes universales. No hace falta poner de manifiesto lo ideal de esta premisa, y menos aún si nos ceñimos al ámbito de lo real. Como ya hemos dicho antes, la ética kantiana, hace coincidir la felicidad subjetiva con la objetiva, esta yuxtaposición es justificada por Kant dotándola de transcendentalidad, lo que nos lleva a la conclusión de que todo comportamiento moral del ser humano esta intrínsecamente unido a un "designio divino". Es decir, para poder justificar la universalidad del imperativo categórico, Kant recurre a Dios. Aparte de la transcendencia, y en gran parte a consecuencia de ésta, hay otro importante elemento que caracteriza el comportamiento moral kantiano, y éste es su individualidad, su monología. Al coincidir el ideal de felicidad de un individuo con el de todos los demás (es un ideal universal), no hace falta que el sujeto exteriorice sus leyes de comportamiento. De todo lo dicho hasta ahora es fácil llegar a la conclusión de que dos son principalmente los elementos que imposibilitan a la ética formal Kantiana su validez fáctica, a saber: - la individualidad y monología de cualquier forma de comportamiento - la inmanencia de Dios a toda acto llevado a cabo por el individuo como justificación de lo universal del concepto de felicidad Hoy en día, es la filosofía de J. Habermas, la que intenta con mayor coherencia determinar un sistema normativo capaz de superar los dos elementos anteriormente nombrados que incapacitaban a la ética formal en el campo de la práctica. El punto de partida de Habermas está en la concepción de que el "deber de hacer algo" (en el contexto de la filosofía kantiana) supone también "tener razones para hacer algo". Esta racionalidad del acto moral no es exclusivamente subjetiva, en cuanto que solo pertenece al individuo u objetiva en cuanto que universal y común a todos, sino que también, y primordialmente, es intersubjetiva. Es decir, las normas del acto moral, en cuanto que recaen sobre todos los agentes, deben ser puestas en común y discutidas dentro de una serie de relaciones intersubjetivas, con el objetivo de llegar a un concepto de felicidad objetivo, a una definición valida y legitima del bien común. Con esta teoría, Habermas modifica los dos elementos anteriormente nombrados que hacían muy difícil la total realización de la ética kantiana, y sin embargo mantiene su principal premisa (y la de toda ética formal), la universalidad. Recordemos que la transcendencia kantiana del hecho moral, justificaba el concepto de felicidad universal (concordancia entre la felicidad subjetiva-objetiva). Habermas elimina esta transcendencia, y la torna en intersubjetividad. Para que la felicidad concreta coincida con el bien universal, el individuo debe dialogar racionalmente con el resto de los agentes, dentro de lo que en la teoría habermasiana se denomina acción comunicativa. Se escapa a las pretensiones de este pequeño artículo el presentar al lector de forma detallada la compleja teoría de la acción comunicativa, sin embargo, y para esclarecer un poco este punto, sus principales axiomas serían: - un hablante solo puede afirmar aquello que cree - ningún hablante puede contradecirse - distintos hablantes no pueden utilizar la misma expresión con distintos significados - cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en el discurso - cualquiera puede criticar o problematizar cualquier afirmación sostenida en el discurso - no habrá jerarquía entre todos los agentes que participen en el discurso En estas condiciones ideales, Habermas establece que los individuos llegarían a la concepción de la felicidad universal, que por medio del consenso se ajustaría a la dimensión subjetiva del bien. Ésta operación se llevaría a cabo mediante el consenso conseguido en el discurso idealizado al que anteriormente se ha hecho referencia, pero un consenso entendido dentro de la teoría de la acción comunicativa, es decir, consenso como la verificación y legitimación de un argumento por parte de la totalidad de los individuos participantes en el discurso. No hace falta decir, que a partir de esta intersubjetividad, entendida como discurso ideal, la premisas de la ética formal se vuelven a cumplir en la universalidad del bien, que coincide en el interior y en el exterior del individuo. Aparte de esto, Habermas también consigue ampliar la noción de individualidad y monologismo inmanente a la ética Kantiana a una puesta en común racional (mediante el discurso) y dialógica que determina la definición del bien universal tanto dentro como fuera del individuo. En este momento, nos damos cuenta de que Habermas se estrella en el mismo punto en el que lo hizo Kant, en la aplicación práctica de su ética. Es fácil darse cuenta de que lo que principalmente hace Habermas es modificar la transcendencia divina del concepto de bien universal subjetivo y objetivo, por la utopía de un discurso, en cierta medida, metalingüístico, y sobre todo idealizado, al que se le puede achacar también cierto transcendentalismo o por lo menos, al que se puede tachar de utópico. Quizá Habermas haya llegado un poco más lejos que Kant, en el sentido de quedarse más cerca en el intento de integrar una ética formal en la vida práctica. Este acercamiento se produce al parecernos más posible la inmanencia al acto moral de un discurso idealizado, que de una intervención divina. El campo actual de la ética supone al filósofo profesional el esfuerzo de conseguir una aproximación cada vez mayor entre las normas de comportamiento universales y la vida real del ser humano.