Valores en conflicto Ante todo, esta reflexión no se limita al conflicto entre quienes hacen el bien y quienes el mal, quiénes tienen la razón y quiénes están equivocados. Se busca preguntarnos sobre los valores que están puestos en cuestión en la sociedad actual y cómo saber entendernos en un mundo cada vez más complejo, plural, en el marco de una revolución tecnológico que ha puesto en cuestión todos los paradigmas de las sociedades y de las culturas. Se trata de cómo establecer comunicación, entendimiento y fortalecer sinergias entre generaciones que hace apenas pocos años estaban muy bien establecidas con unos valores y unas prácticas de vida y relaciones cotidianas, con nuevas generaciones que han nacido o crecido en un ambiente cultura de altísima movilidad cultural agilizada por la tecnología. ¿Qué lugar ocupan en la sociedad del presente siglo los valores de la Vida, la Dignidad, la Solidaridad, la igualdad social y la Justicia? ¿Desde dónde situar el conflicto de valores? Estas son las preguntas de base desde donde orientar las siguientes reflexiones Las generaciones que van de los cuarenta años en adelante han debido emigrar de sus prácticas sociales, comunicativas y de relaciones, hacia las demandas de la actual revolución tecnológica y abrirse a un diálogo con las nuevas generaciones que nacieron y se crearon con las nuevas tecnologías y sus nuevos lenguajes. En el encuentro entre estas generaciones es donde se da el cruce de los conflictos de valores, las rupturas de comunicación, y a la vez la oportunidad para la construcción de nuevos paradigmas. Unas décadas atrás los niños y niñas jugaban en torno a la ronda del solar, condicionados por una cultura fuertemente rural. Hoy juegan en torno a las constantes novedades del internet, y la tecnología de la sociedad actual ha roto las fronteras entre lo rural con lo urbano y la diversidad cultural de los pueblos. La tecnología y la migración hacia nuevas expresiones culturales parecen ir a mucha más velocidad de la capacidad psicológica de los seres humanos para integrar o internalizar dichos procesos. Décadas atrás, las palabras y los juegos infantiles no pasaban del ámbito de lo doméstico, y la educación residía fundamentalmente en tres instituciones: la familia, la escuela y las iglesias. Era normal en décadas anteriores que en rondas infantiles es escuchara a los niños decir “juguemos a que yo era la abuela y que ustedes eran los nietos”, por ejemplo. Hoy, la educación ha dejado de ser patrimonio de las tres instituciones anotadas. La niñez y la juventud actualmente están siendo educadas por el internet y sus redes sociales. En estos días, unos niños jugaban frente a la pantalla de la computadora, y una niña dijo con la mayor naturalidad, “ahora vamos a jugar a que a que yo me clonaba y ustedes se convertían en transformers”. Además, la sociedad se ha ido deslizando hacia los centros urbanos, de manera que los expertos hablan que en esta segunda década del presente siglo, más de la mitad de la población centroamericana vive en centros urbanos, y para mediados de siglo, en torno a un 80 por ciento de la sociedad de los países centroamericanos vivirá en centros urbanos. Estas transformaciones aceleradas profundizan el conflicto de valores entre las distintas generaciones y entre las culturas que cada vez van siendo arrasadas por una misma cultura de la globalización. En un centro de detención de indocumentados en el Estado de Texas, Estados Unidos, entre las 450 mujeres centroamericanas recluidas, se encontraba una mujer quiché de 28 años, madre de cuatro hijos, procedente de una aldea ubicada en la profundidad de la montaña en el norte del departamento del Quiché. Sin hablar siquiera español, un día esta mujer decidió huir de su ambiente agotada de soportar la violencia ejercida por su esposo. Se internó en el camino hacia el norte, y de pronto se encontró en Houston, Texas, en donde un día la migración la capturó. Su conflicto de valores ya no se reduce al ámbito de la violencia intrafamiliar ni al choque cultural entre su lengua maya y el español, sino que de pronto se enfrentó a un múltiple conflicto de valores que por igual la obliga a huir de la violencia doméstica, resistir a las presiones migratorias por el hecho de ser indígena y tratar de abrirse camino en una cultura dominada por el inglés, el individualismo y el afán de consumo sin control. Como ella, decenas de miles de centroamericanos abandonan su lugar, su zona rural, y tienen que abrirse paso en situaciones completamente adversas, y se ven en la necesidad de dejar sus costumbres, sus valores campesinos para poder sobrevivir ante los desafíos de una sociedad urbana, mercantilizada, individualista y atrapada en el consumismo y las relaciones interpersonales. En esta violencia generada por el sistema con su modelo neoliberal globalizador reside la base de los conflictos de valores que afectan a todas las instituciones, pero particularmente a la familia, las iglesias y la escuela. Los expertos hondureños informan que el 87 por ciento de las personas que emigran hacia los Estados Unidos provienen de zonas rurales, sin embargo, mucho antes de salir de su entorno, ya han sido atrapados en los dinamismos de la globalización, porque de acuerdo a estudios, tanto en Honduras, como en El Salvador y Guatemala, hay actualmente un promedio de cuatro aparatos celulares por cada cinco personas. La sociedad que se va configurando en el presente siglo es una sociedad desestructurada no solo en los ámbitos económicos y sociales sino en los culturales y espirituales. Y esto afecta directamente a las familias, a las iglesias y a las diversas instituciones públicas y privadas. La migración por razones básicamente económicas, pero también empujada en los últimos años por la violencia, va acercando los mundos y las culturas, pero a costa de la ruptura de los tejidos locales, nacionales, familiares, espirituales y culturales, emparejando a pueblos, etnias y culturas a partir del consumo de la cultura dominante del derroche, el desecho, el dinero fácil y las nuevas tecnologías. Estas han invadido todos los ámbitos hasta convertir a las relaciones virtuales a través de las redes sociales más definidoras que las relaciones humanas directas, físicas y presenciales. Las familias que emigraron hacia los Estados Unidos en su primera generación acentúan su vida a la nostalgia a su país, su comunidad territorial y a sus costumbres de origen. Su mirada y su sueño están puestos en el retorno al tiempo que asumen su estadía en tierra extraña como una necesidad pasajera. Mientras esperan ese ansiado retorno, se alimentan de la nostalgia a través del apego a la comida, las costumbres, historias y hasta a las competencias deportivas de su país. Entretenidas en las nostalgias de sus vidas, las primeras generaciones acaban siendo sorprendidas por la generación siguiente –sus hijas e hijos—con el choque altamente conflictivo de valores. Lo que para la primera generación son valores a estimular y proteger, para la segunda generación son anti-valores, y hacen una ruptura con los mismos. En lugar del español se apertrechan en el inglés, en lugar de las baleadas, las pupusas y los nacatamales se aferran a la hamburguesa y a las comidas rápidas, en lugar de la confesión religiosa de sus padres, a la que atribuyen rasgos de superchería, se lanzan a exóticas expresiones orientales o a rechazar de plano la fe y sus manifestaciones religiosas, en lugar de la música regional mexicana o ranchera, la salsa o el merengue, propia de la primera generación, se afanan en la bulliciosa y estridente música juvenil estadounidense. El conflicto de valores es un rasgo que define a la sociedad que se erige en el presente siglo. Sin embargo, existen valores supremos como la Vida y la Dignidad humana que se constituyen en acicate para que el conflicto, en lugar de profundizar las rupturas generacionales e institucionales, reafirme los valores esenciales de la sociedad. El escritor argentino Ernesto Sabato, a sus 89 años de edad decidió escribir sus memorias destinadas a la juventud, y en el epílogo de su libro “Antes del fin”, nos deja unas reflexiones que, aunque largas, las compartimos porque son como un testamento de una generación que se apaga entregado a una generación que emerge: “Tengo fe en Ustedes…No podemos hundirnos en la depresión, y no es posible que nos encerremos cada vez con más seguridades en nuestros hogares…Tenemos que abrirnos al mundo. No considerar que el desastre está afuera, sino que arde como una fogata en el propio comedor de nuestras casas. Es la vida y nuestra tierra las que están en peligro…La vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla. Es nuestra misión…No cabe pensar que los gobiernos se van a ocupar. Los gobiernos han olvidado, casi podría decirse que en el mundo entero, que su fin es promover el bien común…La solidaridad adquiere entonces un lugar decisivo en este mundo acéfalo que excluye a los diferentes. Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará por encima de la fatalidad de la historia…Pero antes habremos de aceptar que hemos fracasado. De lo contrario volveremos a ser arrastrados por los profetas de la televisión, por los que buscan la salvación en la panacea del hiperdesarrollo. El consumo no es un sustituto del paraíso. La situación es muy grave, y nos afecta a todos. Pero, aún así, hay quienes se esfuerzan por no traicionar los nobles valores. Millones de seres humanos en el mundo sobreviven heroicamente en la miseria. Ellos son los mártires. Se los ve bajando de los trenes, de los buses, después de inhumanas jornadas de trabajo, o desolados cuando no lo consiguen. Se los ve en las mujeres gastadas a los treinta años por los hijos y la urgencia de salir a trabajar por pagas miserables. Se los ve en los chicos de la calle, en toda la gente abandonada en el sufrimiento y en su indigencia. Estos seres nos revelan el Absoluto que tantas veces ponemos en duda, y nos recuerdan que donde abunda el peligro crece lo que se salva. Cada vez que hemos estado a punto de sucumbir en la historia nos hemos salvado por la parte más desvalida de la humanidad. Vivimos en el desconcierto de pertenecer a un tiempo en que se han derrumbado los muros, pero donde aún no se vislumbran nuevos horizontes. Falsas luminarias pretenden cambiar tu voluntad desde las pantallas. Debes pensar que no hay cambio posible cuando el valor de la existencia es menor que el precio de un aviso publicitario. El escepticismo se ha agravado por la creciente resignación con que asumimos la magnitud del desastre…Es natural que en medio de la catástrofe hay quienes intenten evadirse entregándose vertiginosamente al consumo de drogas. Un problema que los imbéciles pretenden que sea una cuestión policial, cuando es el resultado de la profunda crisis espiritual de nuestro tiempo. Son muchos los jóvenes que en medio de la tempestad continúan luchando, mostrándonos que, en estos tiempos de triunfalismos falsos, la verdadera resistencia es la que combate por valores que se consideran perdidos. Son millones los que están resistiendo, hombres y mujeres que se levantan a altas horas de la madrugada y salen a buscar empleo, trabajando en lo que pueden para alimentar a sus hijos, mantener honradamente el hogar, por modesto que sea…Miles de personas, a pesar de las derrotas y los fracasos, continúan manifestándose, llenando plazas, decididos a liberar a la verdad de su largo confinamiento…Gandhi advirtió que es una mentira pretender ser no violento y permanecer pasivo ante las injusticias sociales. Les propongo entonces que nos abracemos en un compromiso: salgamos s los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante…Algo por lo que todavía vale la pena sufrir y morir, una comunión de seres humanos, aquel pacto de derrotados…Solo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. Preguntas para la reflexión personal 1- ¿Qué sentimientos me deja o despierta la lectura del documento? 2- ¿Cuáles son los valores que más entran en conflicto en mi vida personal? 3- ¿Con quiénes tengo mis mayores conflictos y cómo los enfrento? Preguntas para reflexionar en grupos: 1- ¿Qué es lo que nos ha quedado más claro de la lectura del documento? 2- ¿Qué es lo que nos ha quedado más oscuro, que no se entiendo o no se comparte? 3- ¿Cómo se expresa en nuestras obras el conflicto generacional y cómo lo estamos enfrentando? 4- ¿Establecer algunos vínculos entre conflicto de valores y realidad social y cultural actual ¿Cuáles valores son los que han de estar en el centro de los conflictos y cómo superarlos?