Si algun denominador común aglutina a los niños y jóvenes de toda

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Assemblea Plenaria CEEM 2005
Varsavia, giovedì 15 - domenica 18 settembre 2005
Centro Culturale dei Padri Barnabiti
Chi crea la visione che i giovani hanno della realtà?
I media, i linguaggi dei giovani e la trasmissione della fede.
Comunicación, cultura, y juventud:
los católicos europeos ante el reto de la cultura mediática
Prof. Arturo Merayo, Università Cattolica di S. Antonio, Murcia, Spagna,
La postmodernidad y el cambio de era
Nos encontramos, aunque no seamos muy conscientes, ante un cambio de era, en una
verdadera revolución de consecuencias insospechadas. Marcada por la telemática, la robótica y
las autopistas de la comunicación, la era de la cibercultura es tan radical como lo fuera aquella
del Neolítico, y las otras más recientes, la del siglo XVIII –revolución del carbón y del acero– y la
del XIX, la de la energía eléctrica. Vivimos ante un convulso cambio de esquemas, todavía no
sabemos si de consecuencias favorables o perjudiciales. Cambiarán –están cambiando desde
hace 30 años– las relaciones sociales, los modelos de producción, la distribución económica, el
concepto del trabajo y de ocio, las costumbres, las actitudes, los valores, las creencias... Por eso
estamos ante algo más que una crisis: estamos ante un cambio de era.
“El cambio que hoy se ha producido en las comunicaciones supone –como señala la instrucción
pastoral Aetatis Novae, del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales– más que una
simple revolución técnica, la completa transformación de aquello a través de lo cual la
humanidad capta el mundo que le rodea y que la percepción verifica y expresa… La revolución
de las comunicaciones afecta incluso a la percepción que se puede tener de la Iglesia y
contribuye a formar sus propias estructuras y funcionamiento. Todo esto tiene importantes
consecuencias pastorales”1.
Las modificaciones afectan a dos ámbitos fundamentales y sólidamente interrelacionados: por
un lado, el proceso tecnológico; por otro, un nuevo modo de pensar y de enfrentarse a la vida
que se ha dado en llamar, resumiendo en una palabra muchos conceptos, la postmodernidad.
La revolución tecnológica, al introducir nuevos elementos en el sistema comunicativo, está
cambiando el número y la naturaleza de los soportes técnicos y, por consiguiente, los hábitos de
consumo y el modo de vida de los ciudadanos. Los medios de información se han convertido en
medios para el ocio, y la influencia de la televisión, el cine o los videojuegos es indudablemente
más persistente –quizá incluso más eficaz– que los tradicionales agentes de formación: la
familia, la escuela y la Iglesia. Por eso nos parece que el mundo –y quizá nosotros mismos–
estamos patas arriba. Aunque intuimos que mañana habrá nuevas sorpresas, no sabemos
cuáles serán, y el ritmo de los cambios no sólo produce vértigo sino que nos conduce hacia un
punto desconocido. Corremos muy deprisa pero no sabemos hacia dónde.
1
Instrucción pastoral Aetatis Novae, 4,
Materialismo, permisivismo y consumismo
Por lo que se refiere a la postmodernidad, aunque sea un concepto no sólo amplio sino muy
difuso, sí sabemos cómo se caracteriza. Las sociedades europeas se están construyendo en la
actualidad y sin excepciones sobre tres principios omnipresentes: materialismo, permisivismo y
consumismo. Esto tiene unas consecuencias gravísimas, pero como estoy refiriéndome a
sociedades quizá no resulte tan evidente. Así que lo expresaré de otra manera más incisiva y
provocadora: todos los niños y todos los jóvenes de Europa están siendo formados según los
principios de la postmodernidad, y por tanto serán en el futuro, en diversa medida, individuos
materialistas, permisivos y consumistas. Nunca antes en la historia de Europa una generación
estuvo tan expuesta y tan indefensa ante la amenaza de un pensamiento único tan contrario a la
dignidad humana. Materialismo, permisivismo y consumismo se encuentran íntimamente
relacionados y crecen en el mismo caldo de cultivo alimentándose mutuamente Se extienden por
todo lo que denominamos “mundo occidental” lo que significa que alcanzan a todos y cada uno
de los países europeos. Pero, como si se tratara de una hidra con tres cabezas, la
postmodernidad actúa en cada nación de un modo diferente: en los países del centro y norte de
Europa el materialismo parece ganar la partida revestido de intelectualidad; en los países
mayoritariamente católicos del sur, en los que resulta más difícil erradicar la creencia en Dios, se
implanta con más facilidad el permisivismo. En todas las naciones europeas –y desde luego las
de la Europa del Este no son una excepción– la sociedad de consumo parece ser el único
modelo de vida posible.
El materialismo se manifiesta en la negación –quizá no explícita, pero sí de facto– de la
espiritualidad y la trascendencia. No hay Dios, y si lo hubiera no hay modo de conocerlo. La
principal consecuencia de este materialismo –envuelto, eso sí, en el atractivo celofán de la
tolerancia– es que, como apuntara Dovstoievski, si Dios no existe resulta que, al fin y al cabo,
todo puede estar permitido. Y cuando digo todo, es todo: incluso matar a una vieja a hachazos.
Crimen y castigo es muy revelador en este sentido. No hay modo de sustentar norma moral
alguna si Dios no existe, porque las relaciones humanas acaban desembocando en última
instancia simplemente en la ley del más fuerte: homo hominis lupus. Los regímenes totalitarios
saben mucho de este materialismo: unas veces lo proclaman sin ambages y otras se empeñan
en disimularlo con agua bendita. El relativismo moral de los jóvenes europeos, la ignorancia
moral de todas nuestras naciones sin excepción, es consecuencia del materialismo en el que
hemos crecido.
Por su parte, el permisivismo que están aprendiendo los jóvenes europeos es la consecuencia
lógica de un liberalismo exacerbado: no hay fines, sólo importan los medios. Gato negro o gato
blanco ¿Qué más da? Lo importante es que cace ratones. El hombre debe hacer actos libres,
sólo así se realiza; cuantos más mejor, da igual que sean contradictorios entre sí. El bien y el mal
es una cuestión de opiniones y ha de quedar reducida al ámbito de la propia conciencia. Lógico
resulta entonces que la responsabilidad se acabe percibiendo como un obstáculo que entorpece
las decisiones: pongamos, por tanto, fin a las trabas, guerra a los límites: prohibido prohibir.
Una sociedad bulímica
Pero si algún denominador común aglutina a los niños y jóvenes de toda Europa ese es, sin duda
alguna, el afán por consumir. Por eso, permítanme que me detenga unos minutos en reflexionar
sobre este importante aspecto.
El consumismo es el rasgo común, la característica esencial del joven europeo. Quizá algunos
no puedan comprar, pero todos quieren hacerlo con todas sus fuerzas sea cual sea su clase
social, su nivel económico, su sexo, su edad o su lugar de residencia. El mercado de la población
infantil y juvenil supone un negocio comercial impresionante: nunca antes en la Historia los
menores habían tenido tan fácil acceso a tantos recursos económicos y tanta influencia en los
hábitos de compra de los adultos.
Casi la mitad de las compras familiares se realizan por la presión total o parcial de los hijos, lo
que supone el 15% del gasto total de las familias europeas2. Los jóvenes son prescriptores de
compra de productos de consumo propio (cereales, cacaos, aperitivos, lácteos, ocio...),
prescriptores de bienes familiares (coches, moda, higiene, alimentación...), y son, además,
agentes de consumo directos, actuando para las marcas como la puerta de entrada para
penetrar en el mercado familiar. El consumismo juvenil es especialmente evidente en los
productos del nuevo ocio digital: videojuegos, móviles, música e internet. En este sector los
jóvenes se distancian cada vez más de las preferencias de consumo de sus padres, de tal
manera que éstos se limitan a comprar para ellos sin que puedan ayudarles a consumir con
racionalidad.
Hemos creado una sociedad bulímica que devora como un nuevo Saturno a nuestros propios
hijos. Y ahí están, con menos de 18 años, sumidos en una voracidad exagerada incapaces de
distinguir lo necesario de lo superfluo. Reciben 300 impactos publicitarios diarios para que
ingieran desaforadamente productos que luego no aciertan a digerir y que acabarán vomitando:
“Compra y serás feliz”, parece ser el mensaje reiterado. Nadie en su sano juicio sostendría esta
afirmación pero es difícil en la práctica no dejarse enredar por el torbellino del consumo. En
última instancia, el consumismo es la sombra del hedonismo: hay que buscar el placer como sea.
En esta sociedad bulímica las personas no se valoran por lo que son sino por lo que aparentan
tener; los objetos ya no cuentan por su valor de uso sino por su valor simbólico: se exhiben para
ser admirados o reconocidos y configuran una nueva identidad. Bueno, siempre fue así, pero
nunca antes les había pasado esto a los menores.
El cambio social explica el incremento de la capacidad de consumo de los jóvenes. Los padres
tienen más edad y por tanto, generalmente, más poder adquisitivo; se tienen menos hijos (1,25
por mujer fértil) así que cada uno toca a más; más de la mitad de las madres trabaja fuera del
hogar; hay más padres separados (lo que supone el doble de regalos); los niños pasan más
tiempo con los abuelos; casi todos los niños tienen una paga semanal –en ocasiones
visiblemente desproporcionada– y la exigen como si se tratara de un salario al que se tiene
derecho.
Los niños europeos –especie en extinción– son un bien escaso que se convierte fácilmente en el
rey de la casa. Aumenta su protagonismo como actor económico mientras sus padres adoptan
actitudes más propias de la indiferencia cuando no de la sumisión. Niños y jóvenes consumen y
acumulan objetos mientras sus padres anhelan el enriquecimiento rápido. Se les compran cosas
para que no demanden tiempo que es algo que los padres de este siglo ni tienen ni están
dispuestos a ofrecer. Nuestros jóvenes tienen una carencia absoluta de vitamina T, sustancia
que sólo se encuentra en el tiempo que les deberían dedicar sus padres. Los niños europeos
tienen muchos juegos pero les faltan jugadores. Crecen en el aire viciado de la tolerancia
Castells,Paulino: “El niño y su realidad social frente a los medios de comunicación”, en Marketing Kids, Festival de
Publicidad y Comunicación infantil, Valencia, 2005.
2
desmedida: no hay exigencia educativa, no hay límites a las conductas con el fin de evitar que el
niño se traumatice; entregados al relativismo, los padres permiten el consumo de basura
televisiva, videojuegos sexistas o violentos, no les importa o no se enteran de que sus hijos
frecuentan los webs sites para estudiantes vagos o que chatean con adultos desconocidos... Es
el peaje que los padres pagan para que sus hijos no les importunen y les obliguen a dedicarles
tiempo y afecto. Las consecuencias aparecen muy pronto: individualismo, egoísmo, ausencia de
metas, fracaso escolar, falta de autoestima, carencia de afecto, analfabetismo emocional,
materialismo, relativismo, drogadicción, nihilismo.
Contra la sociedad bulímica, es urgente enseñar a niños y jóvenes a valorarse por lo que son y
no por lo que tienen, a dar más importancia a la calidad y al precio que a la imagen de marca.
Hay que enseñarles que conseguir las cosas requiere por lo general esfuerzo, que compartirlas
da felicidad, que la sobriedad nos enriquece, y grabarles a fuego en el cerebro que la mayoría de
los niños del mundo tienen dificultades para hacer tres comidas diarias.
El consumo de medios en los jóvenes europeos
No es sencillo realizar un retrato robot del joven europeo pues las diferencias entre países es
muy acusada3. El Eurobarómetro, un estudio encargado por la UE y que ha sondeado a 10.000
jóvenes señala que si en 1997 tenía ordenador personal el 43% de los jóvenes, en 2001 la cifra
ya era del 56% y hoy supera el 65%. Pero hay una gran diferencia entre los jóvenes de
Escandinavia y Holanda y los griegos. Las diferencias son aún más extremas respecto al uso de
Internet, pero en este aspecto el crecimiento en el uso es asombroso: el 7% de los jóvenes
navegaban en 1997 y el 5% usaba correo electrónico; en 2001 las cifras pasaron a 37 y 31
respectivamente; hoy sobrepasan el 80%. Atención en este punto, porque los jóvenes hacen un
uso muy particular de la red: o recurren a ella para acceder a información muy especializada –y
en ese caso acuden con frecuencia y con conocimiento de lo que quieren encontrar y dónde
hacerlo- o se limitan a los grandes buscadores (Google) y a los grandes portales. Por lo demás,
aman el Messenger y los chats. Es muy llamativo el alto consumo de páginas con contenidos
pornográficos, pero aún más peligrosa es la frecuencia con que los menores chatean en Internet
con adultos desconocidos. Los padres, mientras tanto, creen que su niña está consultando la
página del British Museum.
Hay, eso sí, un elemento que ha penetrado en los jóvenes europeos más rápidamente aún y sin
apenas diferencias: el móvil. EL 90% de los mayores de 14 años tiene teléfono móvil. No hay que
perder de vista este aparato porque cada vez sirve menos para llamarse por teléfono y más para
otras cosas: chatear, enviar mensajes de texto, fotografías, como agenda, como soporte
musical... Igual que no hay que perder de vista los videojuegos pues uno de cada tres jóvenes
europeos dedica semanalmente al menos tres horas a este entretenimiento que parece estar en
otra galaxia diferente que en la que viven los padres. Y a este respecto Juan Pablo II advertía:
“La Iglesia no puede limitarse a ser un simple espectador de los resultados sociales de los
progresos tecnológicos que tienen efectos tan decisivos para la vida de la gente”4.
Tenemos, por tanto, un joven para el que la tecnología es algo muy natural. Tanto que no la
sacraliza como lo hacemos los adultos: si le sirve la usa y si no la abandona; el problema es que
Dirección General de Educación y Cultura de la Comisión Europea, Eurobarómetro, 8.11.01, en
http://www.aidex.es/observatorio/europeidad/euglobal/eurobarom01.htm
4 Juan Pablo II: Alocución dirigida a la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales,
16, marzo, 2001.
3
el mercado se encarga permanentemente de incitarle a que la renueve y, claro, no hay economía
familiar que aguante tantas y tan constantes novedades.
Los jóvenes, además de consumir nuevos medios, consumen también televisión. En un promedio
elevado de tres horas diarias, que llega a más de cuatro en los fines de semana. Este tiempo se
va reduciendo a favor de Internet. ¿Qué ven en televisión? Básicamente ficción: películas y
series; además a los chicos les gusta el deporte y las chicas muestran más interés por los
famosos siempre y cuando sean cantantes o actores de cine.
En cuanto a la radio el consumo se centra básicamente en la radio musical en la que la oferta
está directamente condicionada por la industria discográfica. A los jóvenes les interesa más la
renovación de los discos que la calidad de los mismos. Los disc-jokeys presentan la música
envuelta en marketing y en mensajes tópicos y superficiales pero esto no parece molestar a los
jóvenes oyentes.
Esos jóvenes muestran un escaso asociacionismo (excepto en el caso de los varones: el 28%
está vinculado a alguna asociación deportiva, pero aquí incluyo también al Real Madrid), el 8% a
alguna asociación religiosa y el 2% forma parte de organizaciones de defensa de derechos
humanos. Según el citado estudio, las actividades favoritas para los jóvenes son salir con los
amigos (75%), ver la televisión (70%) y escuchar música (66%).
Crisis en los tradicionales agentes de formación
Los agentes de formación tradicionales –padres, escuela e Iglesia– parecen haber renunciado a
la tarea de alejar a los jóvenes del materialismo, del permisivismo y del consumismo.
Ciertamente, se trata de una tarea colosal que requiere constancia y competencia. Padres,
escuela e Iglesia se muestran lentos para adaptarse a las nuevas tecnologías, impotentes para
recuperar la autoridad perdida, sus mensajes son tachados de arcaicos y según los jóvenes
carecen de credibilidad. Los agentes de formación tradicionales han perdido la batalla y han
dejado que sea la industria de la comunicación la que se ocupe de formar a las nuevas
generaciones.
Los padres no dedican suficiente tiempo a hablar con sus hijos. No saben cómo orientarles en el
consumo de medios porque no suelen ser conscientes de lo importante que es este aspecto.
La escuela sigue anclada en los tradicionales sistemas pedagógicos: no han cambiado apenas
los planes de estudio ni la metodología didáctica. Frente el atractivo de los nuevos medios, la
escuela se convierte para muchos jóvenes en un lugar aburrido y odioso en el que no se aprende
nada de lo importante que requiere la vida.
La Iglesia no acaba de entender que la evangelización del siglo XXI pasa necesariamente por los
medios de comunicación. Contempla con perplejlidad el panorama mediático mientras, instalada
en sus parroquias, espera sin éxito que los jóvenes feligreses se caigan del caballo y decidan
apostar por Cristo.
Por el contrario, las revistas, la radio, la televisión, las películas, los discos, las consolas, los
videojuegos, internet y los móviles sí están muy cerca de los intereses de los jóvenes. Conectan
con sus gustos, saben cómo utilizar su lenguaje y son realmente influyentes en sus vidas. Sin
embargo, hay dos problemas: por una parte, la gran mayoría de la industria de la comunicación
está en manos de unos individuos sin escrúpulos cuyo único objetivo es ganar dinero sea como
sea. Por otro lado, la ideología laicista ha conquistado una parte muy importante de los medios y
se esfuerza por apartar a Dios de cualquier dimensión pública. De un modo y otro la paradoja es
que los mismos medios que han sustituido en el proceso de formación a los padres, a la escuela
y a la Iglesia, son los que están difundiendo entre los jóvenes el materialismo, el permisivismo y
el consumismo característicos de la postmodernidad.
Si los medios son los principales canalizadores de la cultura, si la industria de la comunicación es
determinante en la formación de valores, actitudes y creencias, entonces la Iglesia, si de verdad
quiere recristianizar Europa, deberá adaptarse a esta nueva situación y apostar decididamente
no ya simplemente por estar presente en los medios, sino para recristianizar las raíces mismas
de cualquier fenómeno cultural.
Así lo ha expresado insistentemente Juan Pablo II, quien sí comprendió el papel de los medios y
su dimensión cultural en el mundo contemporáneo: «La evangelización misma de la cultura
moderna depende en gran parte del influjo de los medios de comunicación. No basta, pues, usar
los medios para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene
integrar el mensaje mismo en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna»5. Es
decir, el fenómeno de la comunicación es tan relevante, condiciona tanto el mundo actual, que ya
no es suficiente con que la Iglesia se conforme con un simple estar presente en los medios, de
manera instrumental, como quien gestiona un área más de la actividad pastoral. Más allá de
utilizar los medios para evangelizar es preciso convencerse de que hay que evangelizar la propia
cultura mediática.
El cardenal Carlo María Martini escribió las palabras que voy a leer a continuación. Son
significativas en sí mismas por el ejercicio de autocrítica que suponen; pero lo son aún más si
tenemos en cuenta que fueron escritas hace casi 15 años. Desde entonces no parece haber
cambiado sustancialmente el panorama que el cardenal describe: “Tengo la impresión de que en
la Iglesia no hemos comprendido aún suficientemente el desafío de los medios. No sabemos,
realmente, servirnos de la comunicación. Hemos generado complejos de inferioridad con
respecto a los grandes sistemas de la prensa, la televisión y la radio. Aún no conocemos bien el
nuevo lenguaje y su insistencia en la connotación y en la vibración. Somos lentos y
frecuentemente poco creativos frente a estas herramientas que están a nuestra disposición.
Todos nosotros, empezando por los obispos y los sacerdotes, nos quejamos de los medios. Nos
quejamos de que someten a los jóvenes en un mundo de violencia, pornografía, etc.,
presentándoles un cuadro superficial de la vida. Pero apenas reaccionamos animando
producciones de calidad. En una palabra, no tenemos conciencia mediática. Nuestra Iglesia local
es aún poco retadora, es desconfiada ante los medios y ante la opinión pública. Con dos
consecuencias opuestas: o bien una estima exagerada de los medios o, por el contrario, su
excomunión. En el segundo de los casos, nos mantenemos a distancia: los medios son malos, el
mismísimo diablo. En el caso opuesto, se produce una estima exagerada: el deseo de
poseerlos”6
Es, por tanto, necesario y urgente tomar en consideración las palabras del Papa Juan Pablo II
en su última carta apostólica dedicada precisamente a las comunicaciones sociales cuando
afirma que “el fenómeno actual de las comunicaciones sociales impulsa a la Iglesia a una suerte
5
6
Juan Pablo II. Encíclica Redemptoris missio, 37
Martín, Carlo María: “El desafío de los medios en la Iglesia”, en Études, marzo, 1992.
de “conversión” pastoral y cultural para estar en grado de afrontar de manera adecuada el
cambio de época que estamos viviendo”.7
Evangelizar la cultura mediática
Hacer de las industrias culturales instrumentos para la dignificación del hombre y difundir el
mensaje cristiano a través de los medios, requiere que los católicos seamos capaces de hacer
una oferta de presencia mediática que, a través de la participación en los procesos de opinión
pública, penetre profundamente en todos los ámbitos de la cultura europea. Obviamente, este
ambicioso objetivo –que va mucho más allá de la evangelización propiamente dicha– se ha de
establecer a largo plazo. Pero ¿por dónde empezar? Sin ninguna duda por los más jóvenes.
Primero, porque ellos son el futuro de Europa y tantos beneficios pueden obtenerse si las nuevas
generaciones están correctamente formadas como perjuicios se derivarán si acaban creciendo
sin un rumbo adecuado. Segundo, porque son los jóvenes los que preferentemente hacen uso de
las nuevas tecnologías constituyendo la primera generación de la globalización mediática
Tercero, porque nunca antes los medios tuvieron tanta influencia en la población infantil y juvenil
y, por tanto, nunca los menores fueron más dependientes de los medios para la configuración de
sus actitudes, creencias y valores. Finalmente, –y digo finalmente– porque es imposible
evangelizar, conseguir que la fe cristiana arraigue firmemente en las almas, si el pensamiento
individual y social no está fundamentado sobre rectos principios morales y orientado hacia la
dignificación humana.
¿Cómo lograr estos objetivos? ¿Qué actitud hemos de adoptar para hacer eficaz la presencia de
la Iglesia en el mundo mediático? Permítanme presentarle algunas estrategias de actuación que,
enunciadas en 10 puntos breves, me gustaría ofrecerles con el fin de ayudarles en la reflexión
que llevarán a cabo ustedes en los próximos días.
1. Visión positiva y esperanzada ante los medios de comunicación. Lejos de una visión
apocalíptica de los medios, la Iglesia ha subrayado siempre las posibilidades que ofrecen para la
difusión del bien. En el primer párrafo del decreto conciliar Inter Mirifica se afirma solemnemente
que «los medios de comunicación social son un don de Dios» 8. Lo son porque, como explica la
Redemptoris Missio, «abren fronteras y configuran un mundo más unido» 9 . Juan Pablo II
escribió que gracias a los medios «la humanidad puede sentirse familia» 10, porque «nos
conducen a la fraternidad» 11. Es más, los medios «son fundamentales para la vida democrática
y el desarrollo social» 12. Los medios «se dedican a la causa de los derechos humanos en todo
el mundo» 13, porque «facilitan el respeto al otro, son voz de los que no la tienen, favorecen la
compenetración de las culturas, se preocupan por la igualdad, etc.» 14. Los medios, en definitiva,
«acercando a los hombres entre sí, facilitan la búsqueda de los instrumentos de solución de los
conflictos internacionales que puedan ser una alternativa a la guerra»15.
Juan Pablo II: Carta Apostólica “El rápido desarrollo”, enero, 2005.
Inter Mirifica, 1
9 Redemptoris Missio, 2
10 Juan Pablo II: Mensaje Pontificio sobre la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1991.
11 Ibidem.
12 Juan Pablo II: Mensaje Pontificio sobre la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1990.
13 Juan Pablo II: Mensaje Pontificio sobre la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1989.
14 Juan Pablo II: Mensaje Pontificio sobre la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1988.
15 CA, 51.
7
8
Aún hay más: según sostiene desde 1972 la Communio et progressio, y más recientemente la
Instrucción pastoral Aetatis Novae los medios «promueven una solidaridad universal jamás
habida en la historia de la humanidad» 16. «En ocasiones son los únicos embajadores de los más
pobres y alejados, ofreciendo imagen y voz a tantos, que de otra manera, nunca la tendrían» 17.
Es resumen, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías ofrecen innumerables
beneficios si se saben utilizar a favor de la dignidad humana. Hemos de partir de este
planteamiento positivo porque de lo contrario la recristianización de los medios no será posible.
2. Es preciso respetar la libertad de actuación y valorar todas las iniciativas de
evangelización llevadas a cabo a través de los medios, sean como sean y procedan de
quien procedan. Dicho más brevemente: todo suma. Este es un principio fundamental si la
Iglesia quiere estar presente en todos los ámbitos mediáticos: todas las estrategias, todas las
acciones, todas las presencias sirven y todas ellas suman para la causa de la recristianización.
Es importante tenerlo en cuenta porque con frecuencia los propios católicos perdemos tiempo y
energías criticando la actuación de otros católicos. Y eso, además de atentar contra la caridad,
es poco eficaz. Se atenta contra la caridad porque los cristianos hemos de actuar en conciencia
para hacer visible el Reino de Dios y suponer que determinadas iniciativas mediáticas no son
adecuadas es tanto como juzgar las intenciones, pretender estar en posesión de una única
verdad y limitar la libertad ajena. Es, además, poco eficaz, porque cualquier presencia cristiana
en los medios colabora de un modo u otro a la evangelización. Ni los países europeos tienen
idénticos contextos ni las sensibilidades culturales son las mismas; igualmente, los grupos y
organizaciones católicos tienen diferentes carismas y es conveniente que así se muestren; los
católicos podemos influir en unos casos desde medios confesionales, en otros desde medios no
confesionales e incluso desde medios abiertamente anticristianos. Lo hacemos con la libertad
propia de los hijos de Dios –in libertatem gloriae filiorum Dei– y en cualquier caso, todo suma.
3. Los medios confesionales han de ser heroicamente ejemplares. Cuando la Iglesia de
manera institucional o un grupo de individuos a título personal pone en marcha o trabaja en un
medio que pretende ser confesional es especialmente importante mostrar con el ejemplo cómo
los principios cristianos inspiran la comunicación social. En este sentido, las normas
deontológicas que rigen para todos los medios han de ser escrupulosamente aplicadas en el
caso de los medios confesionales. Es preciso recordar aquí que el principio de que el fin no
justifica los medios es aplicable también a los medios católicos. De lo contrario no sólo se pierde
la autoridad moral y el prestigio necesarios sino que se escandaliza y se ofrecen argumentos
para que se critique –con razón– a la Iglesia y a los católicos.
4. La presencia de los católicos en el panorama mediático ha de mostrar competencia
profesional. Con frecuencia los medios autocalificados como católicos adolecen de capacitación
profesional. Sus plantillas están a menudo integradas por personas con indiscutible buena
voluntad, pero carentes de preparación y de experiencia. La falta de profesionalidad y una
situación de empleo precario –que en nada se distingue de la de los medios que se mueven por
criterios mercantilistas– convierte a esas personas en trabajadores dóciles y maleables. Dicho
con contundencia: sobran en los medios católicos ingenuidad y beatería y faltan personas
capaces de realizar productos que, con un excelente grado de calidad técnica, estén a la vez
penetrados de sentido cristiano y no rezumen clericalismo. La falta de capacitación es también
16
17
Communio et progressio, 8, 12, 18 e Instrucción pastoral Aetatis Novae, 7,8 y 9.
Instrucción pastoral Aetatis Novae, 13,16 y Communio et Progressio, 92,93,94 y 95.
frecuente en muchas actuaciones individuales, cargadas de buenas intenciones pero sin la
experiencia o los conocimientos necesarios para alcanzar altos estándares de calidad. No es
suficiente con querer ser eficaz: hay que serlo.
5. Para lograr un grado de competencia tal que permita colaborar con eficacia y promover
productos mediáticos de calidad, es preciso que la Iglesia fomente la formación en la cultura
mediática en todos sus aspectos Todo cuanto se haga en este sentido será beneficioso:
formación de los más jóvenes en los colegios para que sepan consumir los medios con criterio y
sentido crítico; formación de los futuros profesionales de los medios a través de universidades y
centros de educación superior; formación de sacerdotes y religiosos con el fin de que se
adiestren en las formas expresivas propias de los medios; formación de padres para la
sensibilización de las familias en materia de medios; formación de portavoces y de líderes en las
más diversas materias doctrinales... Es importante que la Iglesia, es decir, todos los católicos
aprendamos a comunicar mejor a través de los medios y es urgente que las Conferencias
Episcopales, las diócesis, los responsables de las parroquias, los grupos apostólicos, las
organizaciones católicas de cualquier tipo se esfuercen por mejorar su estructura informativa y
diseñen un plan de comunicación integral, con los suficientes medios humanos y técnicos. La
Iglesia debe comprender que no es esta un aspecto menor de la evangelización sino que, al
contrario, en el mundo contemporáneo es preciso “lograr que la voz y la vida de la Iglesia sean
percibidas por los fieles y los ciudadanos de una manera clara y coherente”18.
6. Confianza en los seglares. La Iglesia debe confiar en los seglares para llevar a cabo la
recristianización de la cultura y de los medios. Ellos tienen más facilidad de penetración que los
clérigos pues están insertos en todas las encrucijadas humanas. En una Europa que es desde
hace décadas tierra de misión, es un lujo emplear a los pocos sacerdotes que tenemos en tareas
que pueden hacer los laicos y distraerles de las funciones específicas del ministerio sacerdotal
que los fieles corrientes no pueden llevar a cabo.
7. Ni perplejidad pasiva ni exceso de entusiasmo. La actitud de los católicos europeos ante la
globalización mediática no puede ser de perplejidad inactiva. Hay que sacudirse la sorpresa y
ponerse a trabajar. Pero tampoco podemos dejarnos llevar por el exceso de entusiasmo: hay que
estudiar los proyectos, medir los medios humanos y técnicos y no esperar frutos a corto plazo.
8. Cuando los católicos participen en los medios deben saber hacer frente a tres riesgos
permanentes:
a) El riesgo de mezclar lo opinable con lo doctrinal, de tal modo que se acabe presentando
un pensamiento único que afecta a toda la realidad, no sólo a lo que atañe a la moral sino
también a lo político, lo social y hasta lo económico. Se pondría en peligro de este modo, y por
los propios católicos, algo que siempre ha resultado tremendamente beneficioso: la diversidad y
el pluralismo de posturas en todo aquello que no tiene que ver con la doctrina.
Plan pastoral de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social: Anunciar el Evangelio en la Cultura de
la
Comunicación,
Conferencia
Episcopal
Española,
2003,
en
www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia/comisiones/mcs/PlanPastoral2003.htm
En este sentido el Decreto Inter Mirifica indicaba: “que en todas partes se constituyan y se apoyen por todos los
medios oficinas nacionales para los problemas de la prensa, del cine, de la radio y la televisión. Misión de estas
oficinas, será velar para que la conciencia de los fieles se forme rectamente sobre el uso de estos instrumentos y
para estimular y organizar todo lo que los católicos realizan en este campo. En cada nación la dirección de estos
organismos ha de confiarse a una especial comisión del Episcopado o a un Obispo delegado. En esos organismos
han de participar también seglares que conozcan la doctrina de la Iglesia sobre estas actividades”.
18
b) El riesgo de refugiarse en maniqueísmos partidistas, con simplificaciones en ocasiones
tremendamente burdas hasta llegar a veces a adoptar posiciones fundamentalistas en las que un
único partido se muestre como la única opción posible para los católicos.
c) El riesgo de faltar a la caridad hacia aquellos que no comparten nuestra fe o nuestras
convicciones. Los medios ni los comunicadores católicos pueden permitirse ridiculizar,
despreciar, insultar o incurrir en generalizaciones injustas; han de evitar que la crítica de las
ideas no acabe desembocando en la crítica directa, gratuita e injusta de las personas.
Quiero recordar aquí las recientes palabras de Benedicto XVI, pronunciadas en la sinagoga de
Colonia el pasado 19 de agosto: “La Iglesia católica se compromete – lo reafirmo también esta
ocasión – en favor de la tolerancia, el respeto, la amistad y la paz entre todos los pueblos, las
culturas y las religiones”
9. Por lo que respecta a los jóvenes los católicos –especialmente los padres y educadores– han
de estar especialmente atentos a los productos de ficción, la música, los videojuegos y el
cine. A través de ellos se difunden valores y actitudes. No son simples modos de pasar la tarde.
Es preciso enseñar en los colegios a consumir con sentido crítico. La Comisión de las
Conferencias Episcopales Europeas ha subrayado: “Tenemos una responsabilidad especial para
con los niños y los jóvenes: no solamente protegerlos de los medios de comunicación que los
explotan o de contenidos que perjudican su desarrollo, sino también capacitarlos para que usen
los medios de manera constructiva, especialmente los nuevos medios, por el bien común de la
sociedad. (...) Una de las mejores formas de protección y de las más duraderas consiste en dotar
a los niños de la comprensión y de las capacidades necesarias para poder ser interactivos con
los medios con una actitud crítica”19.
10. Desde el punto de vista jurídico es necesario promover el asociacionismo de
teleespectadores y lograr que éstos tengan voz y se escuche. En este sentido, hay que recordar
que los mensajes positivos son más eficaces que los negativos: recomendar una buena película
es mucho más productivo que lamentarse por el mal de otro, porque de algún modo se
promociona. Es también urgente e importante hacer incidencia en la protección de la infancia
influyendo en los productores de contenidos y en los legisladores.
Las soluciones de fondo
La tarea que tenemos entre manos no es sencilla, pero sí extremadamente ilusionante. Se trata
de influir en la cultura y en los medios para cambiar las nuevas generaciones y que estén en
condiciones de acercarse a Cristo.. Permítanme que para finalizar apunte lo que a mi juicio son
tres modos de dignificar la comunicación social:
a) Coherencia cristiana. Un comunicador católico debería ser persona, católico y comunicador.
No hay prelación, pues no existe tampoco –o no debería existir– contradicción alguna en las tres
facetas. Al contrario, las tres deben encarnarse en un mismo sujeto con armonía y conjunción.
Dicho de otro modo: no es posible ser buen profesional si no se es buena persona; no se puede
ser un buen católico si se es un mal profesional; no se puede ser un buen comunicador católico
siendo mal comunicador.
b) Sólida formación profesional. Los comunicadores –y por extensión todos aquellos que
trabajan en los medios de comunicación, incluidos sus propietarios– deberían ser formados con
Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea: Una llamada a educar en los medios de
comunicación, Roma, 30, marzo, 2001.
19
mayor solidez. Las Facultades de Comunicación, especialmente las dependientes de la Iglesia o
de instituciones eclesiales, tienen en ese sentido una responsabilidad indiscutible y conviene que
sean capaces de hacer autocrítica si quieren capacitar a verdaderos profesionales y no
simplemente engrosar el número de sus licenciados. Porque no basta con transmitir
conocimientos. Los comunicadores, además de una amplia cultura general y específica, han de
ser formados para que desarrollen rasgos de personalidad definidos: adaptabilidad a las nuevas
circunstancias, capacidad de iniciativa, autoestima, sociabilidad, disciplina y fortaleza,
dinamismo, resistencia a la frustración, madurez intelectual y emocional, capacidad para trabajar
en equipo, son sólo algunos de ellos. Al mismo tiempo, han de ser adiestrados en aptitudes y
habilidades tales como la fluidez y la flexibilidad verbal, la creatividad, la capacidad de observar y
escuchar, la comprensión verbal, la empatía, la capacidad de motivación y de persuasión…
Temo que a la mayor parte de la Universidades se les escapa la mayoría de estos aspectos,
limitándose casi siempre a la simple transmisión de conocimientos.
c) Sólida formación moral. A la formación descrita en el párrafo anterior hay que añadir la que
afecta a la dimensión moral del comunicador y que constituye un tercer aspecto tan relevante
como inexcusable: amor a la verdad, reconocimiento y defensa de la dignidad humana,
tolerancia, honradez, discernimiento y compromiso con la justicia, defensa de los indefensos...
En este sentido es muy claro lo manifestado por el documento de la Santa Sede Ética en las
comunicaciones sociales, cuando afirma que precisamente en el ámbito ético y,
consecuentemente en el concepto de la dignidad de la persona humana nacido del Evangelio,
está una de la mayores aportaciones que la Iglesia puede hacer al mundo de la comunicación
social: “Aporta una larga tradición de sabiduría moral, enraizada en la revelación divina y en la
reflexión humana (cfr. Juan Pablo II, Fides et ratio, 36-48). Una parte de esa tradición está
formada por un conjunto fundamental y creciente de doctrina social, cuya orientación teológica es
un importante correctivo tanto para la «solución atea, que priva al hombre de una parte esencial,
la espiritual, como para las soluciones permisivas o consumistas, las cuales con diversos
pretextos tratan de convencerlo de su independencia de toda ley y de Dios mismo» (Juan Pablo
II, Centesimus annus, 55). Más que pronunciar simplemente un juicio pasajero, esta tradición se
ofrece a sí misma al servicio de los medios de comunicación social”20.
Según este mismo documento del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, “al
reflexionar en los medios de comunicación social, debemos afrontar honradamente la cuestión
«más esencial» que plantea el progreso tecnológico: gracias a él, la persona humana «se hace
de veras mejor, es decir, más madura espiritualmente, más consciente de la dignidad de su
humanidad, más responsable, más abierta a los demás, particularmente a los más necesitados y
a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos» (Juan Pablo II, Redemptor
hominis, 15)”21.
Sin una adecuada formación ética y deontológica de los profesionales de la comunicación, la
calidad y el servicio se tornan un mero deseo que sólo puede llegar a alcanzarse en función del
azar.
d) Insertas en los tres apartados anteriores están incluidas algunas actitudes que, no obstante,
creo conveniente subrayar, pues se tornan singularmente decisivas en estos momentos. En
Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales: Ética en las Comunicaciones Sociales, n. 5. Editrice Vaticana.
Roma, 2000.
21 Ibidem, n. 4
20
primer lugar, los profesionales de la información –todos, con mayor motivo los católicos– deben
mostrarse comprensivos con las personas, tolerantes y permanentemente abiertos al perdón y a
la reconciliación. En segundo lugar, esta actitud es perfectamente compatible con la crítica
rotunda e inflexible hacia los errores, sin echar agua al vino, llamando a las cosas por su nombre
pero sin perder la caridad cristiana. En tercer lugar, deben estar especialmente atentos para no
incurrir en injustos maniqueísmos o fabricar “capillitas de periodistas católicos”, medios, grupos
o asociaciones destinados a combatir o a excluir a quienes no comparten en mismo credo.
Finalmente, el periodista debe mantener la ilusión por mejorar la sociedad a la que sirve sin
perder la esperanza de quien sabe que con talento, esfuerzo y capacitación es posible hacer de
los medios de comunicación instrumentos eficaces de promoción social y desarrollo personal.
Es obvio, después de todo lo expuesto hasta aquí, que la tarea no es en absoluto sencilla. Pero
tampoco resulta imposible. Al contrario: se trata de un gran reto, de un objetivo arduo pero
tremendamente ilusionante y esperanzador, por el que vale la pena empeñarse decididamente.
De hecho, existen profesionales que todos los días llevan a cabo una excelente tarea en los
medios y algunos de ellos son, además, católicos. Hacen gala de las tres cualidades que debe
tener todo aquel que se dedique a la comunicación: criterio, creatividad y honradez. Sirven de
ejemplo para todos. Son, ellos también, testigos de esperanza.
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