Accede nuestro colega Rubén Darío Utria a la membresía de número de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas, luego de una fructífera labor como miembro correspondiente, calidad en la que se ha distinguido por su permanente y valiosa colaboración, especialmente como conferencista en varias de las Tertulias-foro, jurado del Premio Mejor Tesis de Economía y miembro de la Comisión de Desarrollo. Merece relievarse, también, su destacada actuación en la asesoría nacional e internacional, en la docencia universitaria, en la investigación y en la autoría de libros, actividades que por décadas ha venido desarrollando. Muy afortunada la decisión del nuevo académico de número al elaborar su trabajo con un ensayo sobre la trayectoria de pensador de Isidro Parra-Peña, justa exaltación a su significativo aporte a la construcción del pensamiento económico latinoamericano y al escrutinio de nuestra realidad, elementos esenciales de identidad y soberanía. Nadie mejor que Rubén Darío, su compañero de labores en la CEPAL y quien viene del tronco ideológico común de los discípulos del gran maestro Antonio García para valorar su obra. 2 En cuanto a mi, conocí a Isidro a mediados de los años 60, cuando él se desempeñaba como jefe de Estudios Globales del Departamento Administrativo de Planeación Nacional y yo del Sector Agropecuario. Poco tiempo después y por algo más de una década, compartimos la dirección de la Sociedad Colombiana de Economistas, en cuya representación hice parte del Comité de Vocabulario Técnico de la Academia Colombiana de la Lengua, donde por primera vez tuve la idea de constituir la Academia Colombiana de Ciencias Económicas. Fue Isidro quien con mayor interés acogió la idea y quien en el acto de inhumación de Antonio García, me sugirió que regresara a Bogotá (a la sazón vivía en Girardot) para impulsar la creación de la academia como homenaje a su memoria. Desde entonces, y hasta su muerte ocurrida el 30 de octubre del 2001, es decir durante 17 años, Isidro fue el más activo participante en las difíciles y prolongadas tareas de promoción, constitución y consolidación de la academia. Por eso ejerció su presidencia en varios períodos, fue designado miembro honorario y hoy entronizamos su retrato en la Galería de Pensadores Ilustres. ____ o ____o____o_____ 3 El pensamiento de Isidro Parra-Peña Dentro de los términos de suyo restrictivos del ensayo, Rubén Darío Utria hace una escogencia metódica de los principales temas tratados en la abundante producción bibliográfica de nuestro homenajeado. Logra un completo inventario, un excelente balance y un profundo juicio del cuerpo conceptual con el que Isidro enfrenta la teoría y la praxis del capitalismo contemporáneo en general y del existente en América Latina y en Colombia. Por supuesto, no voy a tratar aquí de enjuiciar en sus distintos componentes la producción de Isidro Parra, lo que con sobra de calidad hace Rubén Darío Utria. Bástame considerar que su obra constituye un calificado diagnóstico de la situación histórica de nuestro continente, caracterizada globalmente, a lo largo de un agudo ejercicio de discernimiento, por dos macro variables: la dependencia externa y el subdesarrollo interno, acertadamente definidas en sus elementos constitutivos y operantes, llevadas al extremo en Colombia por estar en 4 el primer círculo de influencia del imperio universal de los Estados Unidos y por la incidencia perversa del narcotráfico. Ante tan rotunda y compleja proposición, bien vale una pequeña disgresión acerca del significado dialéctico y de las consecuencias fácticas de la crítica. Indispensable establecer, entonces, la relación entre estos dos términos, porque en toda crítica existe implícita o explícita tanto una aproximación ontológica a la realidad, como su prolongación o reemplazo. Cuando la materia que se examina y la intención con que se hace es parcial y circunstancial, el alcance propuesto como remedio, no va más allá de una modificación del orden existente, de un simple ajuste al desequilibrio estructural. Es la reforma. Por el contrario, si el examen comprende aspectos centrales determinantes del objeto analizado, si va a lo esencial cualitativo de su 5 existencia, a la determinación de sus principales antinomias, la solución no debe ser otra que la superación conjunta, el reemplazo del orden criticado. Es la revolución. Sin embargo, no siempre nos encontramos con soluciones equivalentes a la crítica. Hay quienes después de hacer un diagnóstico que implica cambios sistémicos, rematan con una salida apenas remedial es el parto de los montes. O “democratización absoluta”, quienes formulan alternativas como “total soberanía”, etc., que exceden en mucho la naturaleza del orden criticado. Es pedirle peras al olmo. Esto sin contar que existe un pensamiento acrítico, simplemente descriptivo, neutro, elusivo, que evita el tratamiento de los contrarios, de la conflictividad inherente a toda realidad sociopolítica en crisis, forma de actuar tan propia de la tecnocracia. No hay duda de que Isidro cuestiona filosófica y científicamente las estructuras económicas y sociopolíticas del poder predominante en cada una de sus principales variables y de su relacionamiento con el 6 mundo imperial. Sin embargo, no formula una alternativa de solución equivalente, no plantea una opción que rebase el conjunto de las relaciones que identifican el contexto mundial imperante. Si bien su ideología estaba impregnada de pensamiento socialista, no llegó a proponer una solución de continuidad que tuviera expresamente este carácter. Al referirse, por ejemplo, a la planeación, afirma que: “…se conservará la propiedad privada de los medios de producción y el juego de los mercados, pero dentro de los marcos dados por el plan y la política económica”. Ella… “ puede tratar de poner en orden lo existente pero por si misma no transformará el orden vigente”. Concluye diciendo: “… que llegue el progreso material con justicia social y democracia plena”1. En estos planteamientos incurre en una paradoja conceptual: Al mismo tiempo que elabora un diagnóstico de indudable contenido crítico revolucionario, propone un correctivo que no va más allá de la reforma. Conjuga dos proposiciones 1 antinómicas, que implican la idealización 7 del sistema que él considera agotado, la conciliación posibilista de dos términos excluyentes: la persistencia de la propiedad privada y del libre mercado con la planeación integral, la “justicia social” y “la democracia plena”. Si para Isidro Parra estas son las máximas posibilidades de cambio, se queda corto, o deja al margen la necesidad de un cambio sistémico. O exagera cuando plantea realizaciones de contenido socialista sin partir del relevo del capitalismo. Ahora, para no incurrir en los pecados que se critican, permítanme enunciar algunos elementos sustancia les de un orden en el que no predominen ni el capital ni el Estado. Un orden en el que el trabajo tenga la máxima reivindicación como fuente exclusiva de la propiedad y en el que el Estado sea la representación directa e igualitaria de las formaciones básicas de la comunidad: la familia, el vecindario, los trabajadores intelectuales y manuales. Un orden sin imperios y sin clases dominantes, en el que el desarrollo integral, el disfrute universal de la ciencia, la protección de la naturaleza y la eliminación de la 8 guerra, reemplacen la concentración de la propiedad, la riqueza, el ingreso, las relaciones desiguales de intercambio, en suma, las minorías que detentan el poder en el mundo entero. Dado que en nuestro país, como en el resto de América Latina no se han producido las transformaciones que en Europa y los Estados Unidos llevaron a la desaparición entre ellos del régimen colonial y dentro de ellos del feudalismo, tales logros constituyen de la primera etapa del cambio sistémico propuesto. Sin la eliminación de la dependencia externa, técnica, productiva, política y cultural; sin la erradicación de los crecientes saldos señoriales, afirmados en la tierra, el comercio importador y la banca, no será posible el desate de las fuerzas productivas y de las energías sociales que como un enorme potencial no aprovechado requieren la sociedad y la nación para superar el crónico y cada vez más acentuado estatus prevalente.