INTRODUCCIÓN Los que oyeron ocasionalmente a A.W. Tozer sólo en sus populares conferencias bíblicas de mediados del Siglo XX le consideraban un predicador limitado, que se centraba principalmente en textos bíblicos fuera de lo común. ¡Sus congregaciones en Chicago y Toronto le conocían mejor! Atesoraban su enseñanza pastoral de domingo a domingo, mes tras mes, año tras año. Sus sermones eran un examen y exploración exhaustivos y profundos de la Escrituras como la Palabra revelada e inspirada de Dios. Mientras estuvo en su largo pastorado en Chicago, el doctor Tozer sintió que estaba «cómodamente iniciado» en la consideración del Evangelio de Juan tras haber estado predicando este libro ¡más de dos años! En Toronto También su congregación descubrió pronto que la insistente e incisiva predicación de su pastor era su propio método de potente enseñanza bíblica. No mucho tiempo antes de su muerte en 1963, Tozer finalizó una serie dominical de 40 sermones matutinos del Libro de Hebreos. Cuando comenzó la serie puso en claro a sus oyentes que las glorias eternas de Jesucristo, el Hijo de Dios, resplandecerían en cada mensaje. Dijo también que se oponía al comentario de un amigo en el ministerio de que «La mayor parte de la gente encuentra el libro de Hebreos más bien insulso». Los 12 capítulos de este libro, que tienen su complemento en el libro Jesús, el Autor de nuestra Fe, completando la exposición que Tozer hace de Hebreos, son un registro de sus hallazgos. Desde luego tenía razón. La persona y la gloria de Jesucristo resplandecen en cada parte de esta inspirada carta a los Hebreos. Gerald B. Smith ÍNDICE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. Introducción Jesús, nuestro hombre en la gloria Jesús, la revelación final de Dios Jesús, el Heredero de todas las cosas Jesús, la expresa imagen de Dios Jesús, Señor de los ángeles Jesús, la norma de la justicia Jesús, la Palabra Eterna Jesús, el mantenedor de las promesas de Dios Jesús, como Melquisedec Jesús, un rostro de un Dios Jesús, Mediador del Nuevo Testamento Jesús, el cumplimiento de la sombra CAPÍTULO 1 Jesús, Nuestro hombre en la gloria ¿Has oído algún sermón recientemente acerca de la verdad bíblica de que nuestro Salvador y Señor resucitado es ahora nuestro Hombre y Mediador glorificado? ¿Qué está sentado a la diestra de la Majestad en los lugares celestes? Pocos cristianos son totalmente conscientes del oficio sumo sacerdotal de Cristo entronizado. Sospecho que éste es un tema descuidado en la predicación y enseñanza evangélica. Es un tema principal en la carta a los Hebreos. La enseñanza está clara: Jesús está ahí, resucitado y glorificado, a la diestra de la Majestad en las alturas, representado a los hijos creyentes de Dios, su iglesia en la tierra. Aquí tenemos uno de los grandes alientos bíblicos para reconocer a Jesús y para confiar en Él en su ministerio sacerdotal en nuestro favor: Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que pasó a través de los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo según nuestra semejanza, excluido el pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:14-16; ef. F. Lacueva, Nuevo Testamento interlineal). Las Escrituras nos aseguran que hay un verdadero tabernáculo, un verdadero santuario en el cielo. Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, está activo allí. En aquel santuario celestial hay un altar continuo y eficaz. Hay un propiciatorio. Lo mejor de todo es que nuestro Mediador y Abogado está allí a favor nuestro. ¡Qué verdad tan asombrosa! Asombrosa, y sin embargo ¡cuán difícil nos parece asimilarla y contar con ella! A la luz de la revelación de Dios en gracia, solo puedo preguntar con humildad y desazón: “¿Por qué somos tan ineficaces en nuestra representación de Él? ¿Por qué somos tan apáticos en vivir para Él y gloriarle?”. Todo acerca de Jesús es glorioso Nos será bueno confesar a menudo que todo lo que el Padre ha revelado acerca de Jesucristo es glorioso. Su pasado –tal como miraríamos humanamente al pasado- es glorioso, porque Él ha hecho todas las cosas que han sido hechas. Su obra en la tierra como el Hijo del Hombre fue gloriosa, porque Él llevó a cabo el plan de salvación por medio de su muerte y resurrección. Luego, Él ascendió a los lugares celestiales para lleva a cabo su ministerio de mediación a lo largo de esta edad presente. A la vista de lo que las escrituras nos dicen de Jesús, debería ser nuestra primera preocupación mostrar las glorias eternas de Este que es nuestro Divino Salvador y Señor. En nuestro mundo tenemos docenas de clases diferentes de cristianismo. Desde luego muchas de ellas no parecen estar ocupadas y gozosas en proclamar las singulares glorias de Jesucristo como el Hijo eterno de Dios. Algunas ramas del cristianismo dirán en seguida que están tratando de hacer algo bueno a favor de las personas y de las causas perdidas. Otros afirmarán que podemos hacer más bien uniéndonos al «diálogo contemporáneo» que continuando la proclamación de la «antigua, antigua historia de la cruz». Pero nos mantenemos con los antiguos apóstoles cristianos. Creemos que cada proclamación cristiana debería ser para la gloria y alabanza de Aquel a quien Dios resucitó tras haber desligado los dolores de la muerte. Me siento feliz identificándome con Pedro y su mensaje en Pentecostés: «Jesús nazareno, varón acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de Él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado designio y previo conocimiento de Dios, lo prendisteis y matasteis por medio de inicuos, crucificándole; al cual Dios resucitó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (Hch. 2:22-24). Pedro consideraba importante afirmar que el Cristo resucitado está ahora exaltado a la diestra de Dios. Dijo que este hecho era la razón de la venida del Espíritu Santo. Francamente, estoy demasiado ocupado sirviendo a Jesús para gastar mi tiempo y mis fuerzas dedicándome al diálogo contemporáneo. Tenemos una comisión del cielo Creo que sé que es lo que significa «diálogo contemporáneo». Significa que todos estos predicadores intelectuales están ocupados leyendo las revistas de actualidad para poder comentar acerca de la situación del mundo desde sus púlpitos el domingo por la mañana, pero esto no es lo que Dios me ha llamado a hacer. Él me ha llamado a predicar las glorias de Cristo. Me ha encargado que le diga a mi gente que hay un reino de Dios y un trono en los cielos. Y que tenemos a Uno que nos representa allí. Y era acerca de esto que estaba entusiasmada la iglesia primitiva. Y creo que nuestro Señor puede tener razones para preguntar por qué hemos dejado de entusiasmarnos acerca de ello. La iglesia cristiana en el siglo primero estaba encendida con este concepto del Cristo resucitado y victorioso, exaltado a la diestra del Padre. Aunque no adoraba a ningún otro hombre, apremiaba a la adoración de este Hombre glorificado y exaltado como Dios, porque siempre había sido el Hijo Eterno, la segunda persona de la Deidad. Pablo le escribió a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.» (1 Timoteo2:5, 6). Considera conmigo algunas de las cosas que conocemos acerca del sacerdocio para el que Dios ungió a nuestro Señor Jesús. No sólo era Él el Hijo eterno, sino que Él era también el Hombre glorificado. ¿Por qué deberíamos ignorar la realidad de tal sacerdocio y tratarlo como si fuera un apéndice a las formas y tradiciones religiosas? El sacerdocio en el Antiguo Testamento La verdadera idea del sacerdocio, como fue desarrollada en el Antiguo Testamento y cumplida por nuestro Señor Jesucristo, había sido ordenada por Dios. Vino de su mente y corazón. Fue vagamente prefigurada en las vidas de padres orantes, cabezas de sus familias, que asumieron la responsabilidad y preocupación por sus familias. Job es un buen ejemplo de esta clase de sacerdote familiar del Antiguo Testamento. Temeroso de que sus hijos pudieran haber pecado, oraba a Dios, pidiendo que los perdonara y que los limpiara. Pero el concepto queda mucho más claramente representado en el sacerdocio levítico ordenado por Dios para el perdón y la purificación de Israel. En su perfección final, el sacerdocio queda exhibido en Jesucristo, nuestro Señor. Tenemos que reconocer que el concepto de Dios del sacerdocio surgió de la alineación humana de Dios. Esta basado en el hecho de que el hombre se ha apartado de Dios y está perdido. Ésta es una parte fundamental de la verdad, tan cierta como que el hidrógeno forma parte del agua. No se puede tener agua sin hidrógeno. De la misma manera, no se puede tener verdad bíblica sin la enseñanza de que la humanidad ha roto con Dios y caído de su primer estado creado, en el que fue hecha a imagen de Dios. El concepto divino y sus instrucciones son muy claros. Ha habido una rotura moral. El hombre pecador ha violado las leyes de Dios. En otras palabras, el hombre es un criminal moral delante del tribunal de Dios. Es evidente en base a la Biblia que un hombre o una mujer pecadores no pueden volver al favor de Dios hasta que la justicia quede satisfecha, hasta que la rotura sea sanada. En un esfuerzo por sanar la brecha, el hombre ha usado muchas sutilezas y racionalizaciones. Pero si rechaza la cruz de Cristo, si rechaza el plan de salvación de Dios, si rechaza la muerte y resurrección de Cristo como la base de la expiación, no queda otra base para la redención. La reconciliación deviene una imposibilidad. Es una parte de mi llamamiento y responsabilidad en el ministerio advertir a hombres y mujeres que el rechazamiento de la obra expiatoria de Jesucristo es fatal para el alma. Con tal rechazamiento, los esfuerzos del Salvador y su intersección como gran Sumo Sacerdote no tienen sentido. El hombre tiene la culpa La enajenación del hombre no fue culpa de Dios. Fue el hombre que se enajenó de Dios. El hombre está apartado de Dios, como una pequeña isla que se ha desgajado del continente. Derivando hacia el mar, ha perdido la atracción de su posición original. Así, el hombre se ha apartado moralmente de Dios y de la atracción de la comunión de Dios. El hombre está enajenado, sin esperanza y sin Dios en el mundo. El elemento importante en el concepto de Dios del sacerdocio es la mediación. El sacerdote del Antiguo Testamento proveía un medio de reconciliación entre Dios y el hombre. Pero tenía que ser ordenado por Dios. Si no era así, era un falso sacerdote. A fin de ayudar al hombre, tenía que ser designado por Dios. Dios, por su parte, no necesita ayuda. Nunca hubo un sacerdote del Antiguo Testamento que pudiera ayudar a Dios. La obra del sacerdote era ofrecer un sacrificio, una expiación, de manera que el hombre alienado pudiera ser perdonado y purificado. En el orden levítico el sacerdote, el sacerdote tenía que presentar una ofrenda a Dios a favor del pecador. El sacerdote era designado para interceder por la causa del hombre delante de un Dios justo. Este antiguo sistema sacerdotal no era perfecto. Era solo la sombra de un sacerdocio perfecto, eterno, que debía ser cumplido en el Salvador-Sacerdote, Jesucristo, el Hijo eterno. Cada sacerdote en el orden de Leví conocía muy bien su propio pecado. Ésta fue la causa del quebrantamiento. Cuando aquel sacerdote estaba en pie delante de Dios en el lugar santísimo para presentar una expiación por los pecados del pueblo, se encontraba cara a cara también con la realidad de sus propios fallos y errores. En nuestro día reconoceremos qué significa esto para nosotros como creyentes liberados y perdonados, Cantando los himnos de Isaac Watts, nos regocijamos en la expiación llevada a cabo por Cristo, y por el perdón de Dios: Ninguna sangre de bestias, En altares judíos inmoladas, Podría dar paz a la culpable conciencia. Ni la mancha negra lavar. Pero Cristo, el celestial Cordero, Todos nuestros pecados quitó; Sacrificio Él de más noble nombre Y más rica sangre que la de ellas es. El Sacerdote del Antiguo Testamento sabía que el ritual del sacrificio no podía expiar completamente los pecados ni cambiar la naturaleza pecaminosa del hombre. En aquel sistema sacerdotal Dios «cubría» el pecado hasta el tiempo en que Cristo volviera. Cristo, el cordero de Dios, quitaría totalmente el pecado del mundo. Jesús nuestro Señor estaba totalmente cualificado para ser nuestro gran Sumo Sacerdote. Fue ordenado y designado por Dios. Él fue el Hijo eterno de quien dijo el Padre: «Tú eres sacerdote para siempre» (Sal. 110:4). Él hizo reconciliación por el pueblo. Él mostró la única compasión genuina por la humanidad perdida. Las Escrituras afirman que en estas cualificaciones como sacerdote, Jesús nuestro Señor vino a ser el Autor, la Fuente, el Dador de la salvación eterna. Lo que significa la humanidad de Jesús para nosotros Dejad que revise de nuevo que es lo que significa para nosotros que Jesús naciera en este mundo y viviera entre nosotros. Una vez oí a un predicador decir que Jesús era hombre pero no un hombre. Yo estoy convencido de que Jesús era a la vez hombre y un hombre. Tenía, en el sentido más real, aquella sustancia y cualidad que es la esencia del ser humano. Era un hombre nacido de una mujer. A no ser que comprendamos esto, no creo que podamos tener la plena consciencia de qué significa para Jesús estar representándonos a nosotros: un Hombre representándonos a la diestra de la Majestad en las alturas. Supongamos que tú y yo pudiéramos ahora entrar en la presencia del Padre. Si pudiéramos ver el al Espíritu, que es Dios, y a los arcángeles y serafines y extrañas criaturas de entre el fuego, las veríamos rodeando el trono. Pero, para nuestra delicia y asombro, veríamos allí a un Hombre, humano como nosotros: ¡Al mismo Hombre Cristo Jesús! Jesús, el Hombre que es también Dios, fue levantado en victoria de entre los muertos, y exaltado a la diestra del Padre. Creo que se puede decir con certeza que durante esta era de la obra y testimonio de la iglesia cristiana en la tierra, Jesús es el hombre visible en aquella compañía celestial ante el trono. Naturalmente hay cuestiones que los estudiosos de la Biblia han discutido durante muchos años. Todos nosotros haremos bien en confesar que hay mucho del reino de Dios que todavía no conocemos y que no puede ahora ser comprendido. Por ejemplo ¿qué hay de los muertos justos y de su lugar en los lugares celestiales? Podríamos presentar nuestra pregunta de esta manera: Si el Jesús resucitado y glorificado está ministrando allí, ¿qué hay de nuestro gran número de hombres y mujeres cristianos que, habiendo muerto en la fe, han ido a encontrarse con el Señor? ¿Dónde están? Primero de todo, y más allá de toda otra consideración, sabemos que están a salvo refugiados en el reino celestial de Dios. El apóstol Pablo dice que es «muchísimo mejor» para el cristiano «partir y estar con Cristo» (Filipenses 1:23) que continuar en este mundo de pecado y lágrimas. En la muerte sólo sucumbe el cuerpo físico. Para los creyentes en Cristo, sus espíritus inmortales han pasado a la bienaventurada morada espiritual preparada por nuestro Dios. Tengamos la certeza de que Dios es siempre fiel en su plan lleno de gracia para su creación y para sus hijos redimidos. Sabemos de cierto que todas las cosas no van a proseguir siempre tal como las conocemos ahora. En el primer siglo, Pablo escribió dando consejos y aliento a los creyentes de tesalónica. Les dijo claramente que no quería que fueran desconocedores del estado de aquellos creyentes a los que describió como «los que duermen» -habiendo pasado a la presencia del Señor por medio de la muerte física-. Su mensaje fue de consolación concreta. Sigue resplandeciendo como una palabra de esperanza para cada creyente: «Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto por palabra del Señor: que nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para salir al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.» (1 Tesalonicenses 4:14-18). Es evidente que nuestro Creador – Dios y Redentor sigue teniendo muchos secretos del reino que todavía no nos ha revelado. Pero si sabemos que en aquel día feliz día de la venida de Cristo habrá grandes transformaciones, y que todas ellas tendrán lugar a una velocidad vertiginosa. Acerca de estos grandes cambios. Pablo escribió a los cristianos de Corinto: «Porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es menester que esto corruptible sea vestido de incorrupción, y esto mortal sea vestido de inmortalidad» (1 Corintios 15:52, 53). Pablo empleó la analogía familiar de la vida vegetal para describir a los corintios la realidad de la prometida resurrección: Lo que tú siembras no se vivifica, si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de otra cosa; pero Dios le da un cuerpo como él quiso, y a cada semilla su propio cuerpo… Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitarán en incorrupción. Se siembra en deshonor, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo natural, resucitará cuerpo espiritual… Y así como hemos llevado la imagen del [hombre] terrenal, llevaremos también la imagen del celestial… Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte con victoria (1 Corintios 15:36-38, 42-44, 49, 54). Ciertamente que fue esta misma revelación por el Espíritu de Dios lo que le hizo exclamar al escritor Judas: Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, dominio y autoridad, ahora y por todos los siglos. Amén (Judas 24, 25). Reposamos sobre la revelación de Dios de que en la esfera celestial hoy, Jesús, en su cuerpo glorificado, nos representa ante el trono de Dios. Cada uno de nosotros que le ama y le sirve puede reivindicar las grandes promesas de la Escritura. En el gran acontecimiento culminador de los siglos, nuestro Señor vendrá, y todos nosotros seremos transformados. ¡El nos presentará delante del trono eterno con gran alegría, glorificados así como Él ha sido glorificado! CAPÍTULO 2 Jesús, La Revelación Final de Dios NO DICE MUCHO A FAVOR de nuestro testimonio cristiano el que Dios nos diga que Él ha enviado a Su Hijo para ser Su revelación final en este mundo, ¡y actuemos como aburridos ante ello! ¡Qué gesto más lleno de gracia de parte de Dios! Y el Dios viviente y Creador sigue hablando a los hombres y mujeres de una raza perdida: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo. (Hebreos 1:1, 2). Pero esto nos deja con algunas preguntas a las que dar respuesta. ¿Por qué hoy en días hay tantos a los que les aburre tanto el cristianismo? ¿Acaso Jesucristo sigue muerto? «Oh, no», respondemos rápidamente. «Es un Salvador resucitado.» Entonces, ¿es que quizá ha perdido su poder y su autoridad? «Naturalmente que no», respondemos. «Él ha ascendido a la diestra de la Majestad en las alturas.» Entonces, ¿significa esto que nos ha dejado a nuestros propios recursos? ¿Estamos ahora solos? «No exactamente», contestamos, con pies de plomo. «La realidad es que últimamente no hemos estado en muy estrecho contacto con Él, pero se supone que Él es nuestro gran Sumo Sacerdote ante el trono celestial.» La clave de nuestro aburrimiento Esta debe ser la clave de nuestro aburrimiento con el cristianismo. Que no hemos estado manteniendo un contacto muy estrecho con nuestro Hombre en la gloria. Hemos estado haciendo en nuestras iglesias todas aquellas cosas eclesiales que hacemos. Las hemos hecho con nuestro propio entendimiento y en base a nuestra propia energía. Pero sin una confirmación brillante y consciente de la presencia de Dios, un servicio eclesial puede ser mortífero y aburrido. Vamos a la iglesia y se nos nota aburridos –incluso cuando se supone que debemos estar cantando las alabanzas de Dios-. Se nos nota aburridos porque estamos aburridos. Si se conociera la verdad, veríamos que estamos aburridos con Dios, pero somos demasiado piadosos para admitirlo. Creo que a Dios le encantaría si alguna alma honrada comenzara su oración admitiendo: «Dios, te oro porque se que debo hacerlo, pero la verdad es que no deseo orar, Estoy aburrido de todo esto.» Dudo que el Señor se enojase con tal candor. En realidad creo que pensaría: «Bueno, hay esperanza para esta persona. Esta persona está siendo veraz conmigo. La mayor parte de la gente esta aburrida conmigo, y no lo quieren admitir.» Los hay que creen que estamos viviendo en una especie de vacío. Creen que estamos en una edad en la que Dios no se revela. Creen que se trata de un intervalo entre el tiempo en que Dios habló con la humanidad y el tiempo futuro en que volverá a ser otra vez un Dios comunicador. ¿Suponéis que piensan que Dios está cansado, y descansando por un tiempo? No, el Dios que habló en el pasado sigue hablando. Está hablando por medio de la revelación del Cristo resucitado y ascendido, el Hijo eterno. En toda la historia de los tratos de Dios con los hombres, nunca ha habido un desvanecimiento total de la voz de Dios. Deberíamos dar las gracias por esta inspirada carta a los Hebreos. Indica que lo que Dios está diciendo ahora a la humanidad por medio de su hijo rebasa muy de lejos todo lo que haya en las grandes variedades de las filosofías humanas de este mundo. La Palabra de Dios no es una apelación a la mente racional del hombre. Es una cuestión que debe ser tomada al corazón y al alma. Hebreos es un libro, un mensaje y una revelación. Se levanta eminente y excelso en su propia fuerza porque es un retrato idóneo e intenso del Hijo eterno, el gran Sumo Sacerdote de Dios para siempre jamás. Me siento triste porque una gran cantidad de profesos cristianos que han tratado de estudiar esta carta finalmente han cejado en el empeño. Se han apartado con el muy humano comentario: «Es demasiado profundo, demasiado difícil de comprender» Tenemos que acercarnos a la Palabra con expectación Siempre he sentido que cuando leemos y estudiamos la palabra de Dios deberíamos tener grandes expectativas. Deberíamos pedir al Espíritu Santo que nos revele la Persona, la gloria y el ministerio eterno de nuestro Señor Jesucristo. Quizá nuestro problema resida en nuestro acercamiento. Quizá es que simplemente leemos nuestras Biblias como podríamos leer una pieza de literatura o un libro. En la sociedad de hoy en día, un gran número de personas parece incapaz de tratar con la revelación de Dios en Cristo. Corren y se esconden, como lo hicieron Adán y Eva. Pero en la actualidad no se esconden detrás de árboles, sino detrás de enseñanzas como la filosofía y la razón, e incluso la teología, ¡lo creas o no lo creas! Esta actitud es difícil de comprender. En la muerte de Jesús por nuestros pecados, Dios nos ofrece mucho más que el escape de un infierno bien merecido. Dios nos promete un futuro asombroso, un futuro eterno. No lo vemos y comprendemos como debiéramos porque hay mucho que está mal en nuestro mundo. Los efectos del pecado están todos a nuestro alrededor. Los propósitos eternos de Dios se encuentran más allá. A menudo me pregunto si estamos poniendo suficientemente en claro a nuestra generación que no hay otra revelación de Dios excepto en tanto que nos la proclama por medio de nuestro Señor Jesucristo. Si jamás hemos confesado que necesitamos un Salvador, esta carta a los Hebreos debería ser para nosotros un libro fascinador, atrayente. Es un magno libro de redención con un énfasis en que todas las cosas en nuestras vidas deben comenzar y terminar en Dios. Al estudiar el carácter y atributos de Dios, descubriremos un hecho importante, El tiempo y el espacio, la materia y el movimiento, la vida y la ley, la forma y el orden, todo propósito y todo plan, toda sucesión y toda procesión comienzan y terminan en Dios. Todas las cosas salen de Dios y a Él vuelven. Oro que Dios abra nuestros ojos para ver y comprender que todo lo que no comienza en Dios y acaba en Dios es indigno de cualquier atención por parte del hombre hecho a imagen de Dios. Fuimos hechos para Dios, para adorarle y admirarle y gozar de Él y servirle para siempre. Dios siempre nos ha hablado Cuando el autor de Hebreos escribió para declarar que «en estos últimos días» nos ha hablado por medio de su Hijo, nos recordaba que durante miles de años Dios había estado hablando en muchas maneras. En realidad, ha habido unos 4.000 años de historia humana a lo largo de los que Dios había estado hablando a la raza humana. Era una raza que se había separado de Dios, ocultándose en el huerto del Edén y manteniéndose de incógnito desde entonces. Para la mayor parte de la gente del primer siglo de la era cristiana. Dios era sólo una tradición. Algunos estaban encariñados con sus dioses de factura humana. Algunos tenían ideas acerca de la adoración, e incluso edificaban altares. Algunos murmuraban encantamientos y recitaban oraciones. Pero estaban alienados del verdadero Dios. Aunque habían sido hechos a imagen de Dios, habían rechazado a su Creador, echando su suerte con la mortalidad. Esta situación podría haber persistido hasta que el hombre o la naturaleza, o ambos fallaran y dejaran de ser. Pero Dios en su amor y sabiduría, vino una vez más. Vino para hablar, revelándose a Si mismo esta vez por medio de su Hijo Eterno. Es a causa de la venida de Jesús al amigo que ahora contemplamos la revelación del Antiguo Testamento como fragmentaria e incompleta. Podríamos decir que el Antiguo Testamento es como una casa sin puertas ni ventanas. No es hasta que los carpinteros abren puertas y ventanas que la casa puede llegar a ser una residencia buena y satisfactoria. Hace años mi familia y yo disfrutamos de compañerismo cristiano con un médico judío que había llegado a una fe personal en Jesús, el Salvador y Mesías. Él de buena gana discutió conmigo su anterior participación en los servicios sabáticos de la sinagoga. A menudo le habían pedido que leyera de las Escrituras del Antiguo Testamento. «A menudo recuerdo aquellos años de lectura del Antiguo Testamento», me dijo. «Tenía la sensación embargadora de que era bueno y verdadero. Sabía que explicaba la historia de mi pueblo. Pero tenía la sensación de que faltaba algo.» Luego, con una hermosa y radiante sonrisa, añadió: «Cuando descubrí a Jesús como mi Salvador y Mesías personal, descubrí que él era aquel a quien el Antiguo Testamento estaba de hecho señalando. Le descubrí como la respuesta a mi consumación como judío, como persona y como creyente.» Tanto si somos judíos como gentiles, fuimos hechos originalmente a imagen de Dios, y la revelación de Dios por medio de su Espíritu es una necesidad. La comprensión de la Palabra de Dios tiene que venir del mismo Espíritu que proveyó a su inspiración. El propósito de Hebreos La carta a los hebreos fue escrita para confirmar a los primitivos judíos cristianos en su fe en Jesús, el Mesías-Salvador. El escritor toma un tema recurrente de que Jesús es mejor porque Él es superior. ¡Jesucristo es la última Palabra de Dios! Éste es un mensaje fortalecedor y portador de certidumbre para nuestro tiempo. Hebreos nos da a conocer que en tanto que nuestra fe cristiana fue ciertamente prefigurada en/y salió del judaísmo, no era judaísmo ni depende de él. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo, pronunciadas mientras estaba aquí en la tierra, siguen hablándonos con autoridad espiritual. En cierta ocasión les recordó a sus discípulos que el vino nuevo nunca debe ser puesto en cueros viejos y carentes de elasticidad. La parábola era clara: las viejas formas y tradiciones religiosas nunca podrían contener el nuevo vino que Él estaba introduciendo. Él estaba diciendo que está establecida una gran sima entre el cristianismo vital y las viejas formas del judaísmo. El judaísmo del Antiguo Testamento, con su orden mosaico designado, había ciertamente sido la madre del cristianismo. Pero así como el niño progresa hacia la madurez e independencia, así la fe cristiana y el evangelio cristiano eran independientes del judaísmo. Aunque el judaísmo dejara de existir, el cristianismo como revelación de Dios se mantendría firmemente –y se mantiene- sobre su propio y sólido fundamento. Reposa sobre el mismo Dios viviente y hablante sobre el que reposaba el judaísmo. Es importante que comprendamos que Dios, siendo uno en su naturaleza, siempre puede decir lo mismo a todo el que le escucha. No tiene dos mensajes diferentes acerca de la gracia y del amor, de la justicia o de la santidad. Tanto si es del Padre, como del Hijo como del Espíritu Santo, la revelación siempre será la misma. Señala en la misma dirección, aunque empleando maneras diferentes y medios diferentes y personas diferentes. Comienza en Génesis y sigue por el Antiguo y por el Nuevo Testamento, y te darás cuenta de la uniformidad. Pero hay elementos que se van ampliando en la revelación de Dios a la humanidad. Al principio de Génesis el Señor habló en términos de un Mesías venidero, prediciendo una guerra entre la serpiente y la Simiente de la mujer. Señaló al victorioso Campeón-Redentor que iba a venir. El Señor le habló a Eva con palabras muy llanas acerca del futuro dolor en la crianza de los hijos, y de la posición de la mujer en la familia. Le habló a Adán de la maldición sobre la tierra y de la inevitable muerte a causa de la transgresión. A Abel y a Caín les reveló un sistema de sacrificio y, por medio de él, un camino de perdón y de aceptación. El mensaje a Noé fue de gracia y del orden de la naturaleza y del gobierno. A Abraham le dio la promesa de la Simiente venidera, el Redentor que efectuaría la expiación por la raza. A Moisés le dio la Ley y le habló del profeta venidero que iba a ser como Moisés, pero superior a él. Estos fueron los mensajes hablados de Dios «en otro tiempo». El mensaje de Dios para nosotros Ahora bien, ¿qué es lo que está diciendo Dios a su creación humana en nuestro día y tiempo? En resumen, está diciendo: «¡Jesucristo es mi Hijo Amado; a Él oíd!» No es difícil de suponer cual es la razón por la que muchos no quieren oír lo que Dios está diciendo por medio de Jesús a nuestra generación. El mensaje de Dios en Cristo es un pronunciamiento moral. Saca a la luz aquellos elementos como fe y conciencia, conducta, obediencia y lealtad. Los hombres y las mujeres rechazan este mensaje por la misma razón por la que han rechazado toda la Biblia. No desean someterse a la autoridad de la Palabra moral de Dios. Durante siglos Dios habló de muchas maneras. Inspiró a hombres santos para que escribieran porciones del mensaje en un Libro. A la gente esto no le gusta y hace todo lo posible por evitarlo, porque Dios ha hecho de él la prueba final de toda moralidad, la prueba final de toda ética cristiana. Los hay que se enfrentan al registro del Nuevo Testamento. «¿Cómo puede usted demostrar que Jesús realmente dijo esto?», desafían ellos. Quizá se enfrentan a esto porque se han enfrentado con las inolvidables palabras de Jesús en el evangelio de Juan: Al que oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el último día (Juan 12:47, 48). Dios es un Dios viviente, y Jesucristo, con todo poder y toda autoridad, está en el panel de control, conduciendo y sustentando todas las cosas en el universo. Este concepto es fundamental para la fe cristiana, es necesario que comprendamos de una manera real y total que nuestro Dios es en verdad la Majestad en los cielos. Hebreos nos reafirma Podemos conseguir esta certidumbre en Hebreos, leído en el contexto de todo el registro inspirado. Y al quedar asegurado de esto, Habremos descubierto un medio fundamental de retener nuestra cordura en un mundo turbado y en una sociedad egoísta. Si queremos mantener nuestras mentes en reposo absoluto, situaremos mentalmente a Dios en Su mundo –no lo expulsaremos se Su mundo, como tantos intentan hacer-. Aceptaremos por la fe que sea en nuestro ser lo que Él es realmente en su mundo. La idea de que Dios existe, y que Él es soberano en los cielos, es algo absolutamente fundamental para la moralidad humana. Nuestra perspectiva de la decencia humana está también involucrada en esto. La decencia es aquella cualidad que es propia o decorosa. La decencia humana depende de un concepto adecuado y sano de Dios. Los que toman la posición de que no hay Dios no pueden mantener una visión correcta y apropiada de la naturaleza humana. Esto se hace evidente en la revelación de Dios. No hay nadie, hombre o mujer, que pueda tener una postura adecuada acerca de nuestra naturaleza humana hasta que él o ella acepte el hecho de que venimos de Dios y que a Dios volveremos. Los que hemos admitido a Jesucristo en nuestras vidas como Salvador y Señor nos sentimos verdaderamente felices de que lo hicimos. En asuntos de atención sanitaria, estamos familiarizados con la costumbre de una «segunda opinión». Si voy a un médico, y él o ella me aconseja que me someta a una intervención quirúrgica, puedo salir de aquel consultorio e ir a consultar a otro especialista acerca de mi condición. Con respecto a nuestra decisión de recibir a Jesucristo, ¡hubiera sido un mal consejo de ir a buscar una segunda opinión! Jesucristo es la última palabra de Dios a nosotros. No hay otra. Dios ha recapitulado toda nuestra ayuda, todo nuestro perdón, toda nuestra bendición, en la persona de Jesucristo, el Hijo. En nuestro día tenebroso, Dios nos ha dado a Jesús como la Luz del mundo. Los que le rechazan se entregan a sí mismos a las tinieblas de afuera que prevalecerán a través de las edades de la eternidad. Puede que no nos guste lo que nos dice el Gran Sanador acerca de nosotros mismos y de nuestro pecado. Pero, ¿a dónde podemos ir? Pedro dio la respuesta a esta pregunta: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.» Este es el Salvador a quien Dios está ofreciendo. Él es el Hijo eterno, igual al Padre en su Deidad, coeterno y de una sustancia con el Padre. Él está hablando. ¡Deberíamos escuchar! CAPÍTULO 3 Jesús, El heredero de todas las cosas LA REBELIÓN Y EL PECADO han dejado una monstruosa devastación sobre la tierra que Dios creó. Pero los que hemos llegado a confiar en este Dios Creador y en la revelación escrita que Él nos ha dejado estamos convencidos de dos verdades. Una, que el cielo y la tierra constituyen una unidad, diseñados y creados por el único Dios. Dos, que este Dios soberano no hizo el universo para que fuera una eterna contradicción. Hay un día de restauración en el futuro. Cuando nos acercamos a la carta a los Hebreos, descubrimos una verdad revelada dentro de la insistencia del escritor en que Dios ha designado a Jesús, el Hijo Eterno, «por medio del cual hizo también el universo», como el «heredero de todo» (1:2). Con esta expresión, el escritor está pidiéndonos que extendamos nuestras mentes y que expandamos nuestra comprensión. Veámoslo otra vez: Dios ha designado a su Hijo, a nuestro Señor Jesucristo, a Aquel que hizo los mundos en el espacio, para que sea el heredero eterno de «todo». Quizá en nuestro tiempo y época no suena demasiado importante que Cristo sea el heredero de todo. Esto se debe a que podemos estar aplicando nuestro propio sentido restringido a la palabra «todo». Nosotros empleamos esta expresión para denotar las circunstancias de la vida tal como vienen, fáciles o difíciles, sencillas o complejas. Pero en estas líneas introductorias de la carta a los Hebreos el Espíritu Santo tiene la intención de darnos un significado particular y significativo para el «todo» que se entrega a Jesucristo. «Todo» engloba el universo Cuando la palabra «todo» se emplea en la Biblia tal como se emplea aquí, es el equivalente teológico al término «universo» tal como lo emplean los filósofos. Desde luego no es éste un concepto fácil para que lo podamos comprender. ¡No tenemos la costumbre de extender nuestras mentes! Los predicadores de nuestra generación nos están fallando. No nos están forzando a que abramos nuestra mente y a que ejercitemos nuestras almas en la contemplación de los temas eternos de Dios. Demasiados predicadores se satisfacen con tratar primariamente el elemento escapista del cristianismo. Reconozco que el elemento escapista es real. Nadie está más seguro de ello que yo. Yo voy a escapar a un muy merecido infierno gracias a la muerte de Cristo en la cruz y a su resurrección del sepulcro. Pero si continuamos enfatizando esta verdad con exclusión de todo lo demás, los creyentes cristianos jamás aceptarán lo que las escrituras nos enseñan acerca de todos los propósitos eternos de Dios. Esta misma observación es cierta también de aquellos que se sienten intrigados sólo por los aspectos sociales y éticos del cristianismo. Puede que sean muy realizadores y atrayentes, pero si tenemos que detenernos ahí, nunca comprenderemos las más magnas promesas ni los más sublimes planes de Dios que nos ama y que nos ha llamado. Tenemos que tomárnoslo en serio Como ya he dicho antes, para un gran número de personas irreflexivas el cristianismo a llegado a reducirse a esto: a una manera agradable, sencilla y relajante de tener una buena y limpia diversión, con la certidumbre de que cuando esta vida terrenal termine nos encontraremos con todo en el cielo. Tenemos que cogernos por detrás de las orejas y hacer este voto: «¡Voy a reflexionar a fondo acerca de esto! Voy a orar y a asirme del sentido de Dios para mi vida, para mi testimonio y para mi futuro!» Nuestro Señor quiere mostrarnos sus asombrosos y significativos planes para nuestro futuro eterno. En nuestras relaciones aquí abajo en la tierra nos enteramos de un padre que ha decidido que preparará una herencia para su hijo. Va a disponer que su hijo entre en posesión de todo lo que es suyo: propiedades, cuentas corrientes, títulos y acciones, posesiones. El hijo recibirá la propiedad de todo cuando la herencia se haga efectiva. ¡Pensemos en esto! El hijo va a entrar en una herencia, de la cual no había poseído aún nada. Pero esto no es el caso con el título y las posesiones y la autoridad y el poder de nuestro Señor Jesucristo. Él ya es Señor. Como el Hijo resucitado y eterno, está sentado en los lugares celestiales esperando el día de la consumación universal. En su Evangelio, el apóstol Juan nos ha introducido al Hijo Eterno que desde el principio era la Palabra de Dios. En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres (Juan 1:1-4). Antes que hubiera un átomo o una molécula, antes que hubiera una estrella o una galaxia, antes que hubiera luz o movimiento, antes que hubiera materia o masa , el Hijo eterno era Dios. Él era. Él existía. Él hubiera sido aunque no hubiera habido creación, porque Él era el Dios existente en Si mismo. Por ello, todas las cosas en todo lugar siempre le han pertenecido a Él. Dios tiene un plan magistral Dios planea hacer unas cosas maravillosas y espectaculares con su vasta creación. Pablo, en su carta a los Efesios, nos dio un pequeño atisbo en el futuro de los redimidos: Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, con miras a restaurar todas las cosas en Cristo en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra (Efesios 1:9, 10). El apóstol nos asegura que así como un perito arquitecto recoge los materiales necesarios para dar forma a la estructura que ha diseñado, así también Dios reunirá todas las cosas. Y, ¿cómo lo hará? Resumiendo todas las cosas en Cristo (margen). Si prestamos atención a las Escrituras, aprenderemos de ellas que viene un gran día futuro en que Dios demostrará la unidad esencial de su creación. Esta espectacular exhibición será correlacionada y cumplida en la persona de nuestro Señor Jesucristo. Dios pondrá en claro que todas las cosas han derivado su forma en Cristo. Han recibido su significado por el poder de Su palabra; y han mantenido su puesto y orden por medio de Él. Jesucristo es Dios creando Jesucristo es Dios redimiendo Jesucristo es Dios completando y armonizando Jesucristo es Dios reuniendo todas las cosas según el consejo de Su propia voluntad. Aún no lo vemos Después de este vuelo de anticipación de un futuro que aún ha de venir, tenemos que admitir que nosotros, criaturas limitadas a la tierra, todavía ni vemos esto ni lo sentimos. Dejadme que os hable de nuevo de nuestras reconocidas limitaciones humanas, incluso de las que tienen que ver con nuestra fe. Nos cuesta mucho visualizar al resucitado Cristo Jesús tal como está ahora glorificado a la diestra de la Majestad en las alturas. Como mucho, vemos sólo «un pálido reflejo» (1 Corintios 13:12). ¡En el peor de los casos estamos ciegos a ello! No siempre podemos ver la mano de Dios en las cosas que nos rodean. En esta vida experimentamos sólo segmentos inacabados del gran plan eterno de Dios. No vemos las huestes celestiales en la «nube de testigos» a nuestro alrededor. No vemos los «espíritus de los justos hechos perfectos» (Hebreos 12:23) ni a las filas de principados o resplandecientes escuadrones de potestades por todo el universo. En este tiempo de nuestra imperfección, no comprendemos la gloria que será nuestra en aquel día futuro cuando, apoyados del brazo de nuestro Esposo celestial, seremos conducidos a la presencia del Padre en el cielo con gran gozo. Hacemos lo mejor para ejercitar la fe. Pero vemos la consumación futura sólo oscura e imperfectamente. El escritor a los Hebreos ha buscado ayudarnos en el apropiado ejercicio de nuestra fe. Lo ha hecho con su asombrosa declaración de que nuestro Señor Jesucristo es el heredero de todas las cosas en la vasta creación de Dios. Es un concepto que tiene que ver con todo lo que Dios ha hecho en Su vasto universo. Todo ha sido ordenado, creado y establecidote manera que devenga la vestidura de la Deidad o la expresión viva y universal de Él mismo al mundo. Cuando leemos que Dios ha hecho a Jesús, el Hijo heredero de todas las cosas, la referencia es a toda la creación de Dios como será vista en su futura y definitiva perfección. No podemos creer que Dios haya dejado nada al azar en Su esquema creador. Esto lo incluye todo, desde la más diminuta brizna de hierba hasta la más inmensa galaxia en los distantes cielos arriba. «Todo»: ¿qué se incluye en este término? «Heredero de todo.» ¿Qué es lo que esta frase incluye, realmente? Incluye ángeles, serafines, querubines, hombres y mujeres redimidos a lo largo de todas las eras, materia, mente, ley, espíritu, valor, significado. Incluye la vida y los acontecimientos a los diversos niveles de ser. Incluye a todos estos y más; ¡y el gran interés de Dios abarca todo esto! ¿Comienzas a ganar una nueva apreciación del gran y universal propósito de Dios? No estoy simplemente asumiendo una posición de filósofo. El propósito de Dios es reunir: familiarizar a todos los seres racionales con todos los otros segmentos dentro de Su compleja creación. Insisto en que creo en la unidad esencial de toda la creación de Dios. Así, creo que vendrá el día en que cada parte de la creación de Dios reconocerá su propia unidad esencial con cada otra parte. Y es hacia esto que toda la creación se dirige. Cuando escribí acerca de este concepto en una editorial en Alliance Life, un lector se precipitó a acusarme de panteísta. No soy panteísta. Y la unidad esencial de la creación de Dios no es panteísmo. El panteísmo enseña que Dios es todas las cosas y que todas las cosas son Dios. Según el panteísmo, si tú quieres saber lo que Dios es tienes que llegar a conocer todas las cosas. Luego si pudieras poner todas las cosas en tus brazos, tendrías a Dios. El panteísmo es ridículo: afirma y enseña que todas las cosas son Dios. Dios es inmanente en Su universo. Esto sí lo creo. Pero, más allá de esto. Él es trascendente por encima de Su universo e infinitamente separado de él. Porque Él es el Dios creador. No es un nuevo concepto Estos conceptos básicos -los misterios de la creación y de la unidad de Dios para siempre exhibidos en sus obras- no son cosa nueva. Fueron creídos por las grandes almas y mentes cristianas de los siglos pasados. Uno de los notables autores moravos escoceses fue James Montgomery. De sus escritos procede este hermoso poema que expresa la unidad que sintió en la creación de Dios: El glorioso universo alrededor, Los cielos con su cortejo, Sol, luna y estrellas están Con misteriosa ligadura atados. La tierra, el océano y el alto cielo A formar un mundo coadyuvan, Donde todo lo que anda, nada o vuela Una familia juntos componen. En la creación exhibe Dios Su poder y gran sabiduría; Donde Sus obras y caminos todos a una En armonía se entrelazan. El empleo que hace Montgomery del término en armonía es impresionante. Afirma que al final, cuando el pecado haya quedado eliminado del universo de Dios, todo en la creación estará en concordia con todo lo demás. Habrá una armonía cósmica, universal. Somos bien conscientes de que el universo como ahora lo conocemos está en discordia. Por todos lados resuena la disonancia desagradable del pecado. Pero en aquel día venidero el pecado será eliminado, y todas las cosas que andan, se arrastran, nadan o vuelan resultarán verdaderamente en una sola familia. Y la iglesia también Dejad que toque otro punto. Quiero decir algo acerca del cuerpo de creyentes cristianos, y esta unidad universal que un día será establecida en la persona de Jesucristo. Si fuera a preguntaros: «¿Creéis en la comunión de los santos?», ¿cuál sería vuestra contestación? ¿Os incomodaría esta pregunta? Sospecho que muchos protestantes me reprenderían aquí, pensando que con ello me acercaría demasiado a las creencias doctrinales mantenidas por los ecumenistas o quizá por los católicos. Pero no me refiero al ecumenismo ni a sueños de una unión orgánica eclesial. Estoy mirando con fe hacia delante, al gran día de la victoria, armonía y unidad de Dios, cuando ya no haya más pecado en la creación. En aquel venidero gran día de la consumación, los hijos de Dios –la familia de los creyentes en Diosexperimentarán una bienaventurada armonía y comunión en el Espíritu. Estoy desde luego de acuerdo con la visión anticipada del poeta inglés John Brighton, que tuvo un atisbo de un día venidero de comunión entre el pueblo de Dios. Escribió él: En un eterno lazo de amor, Una comunión de mente, Los santos abajo y los santos arriba, Su dicha y gloria hallan. Creo que esto es escritural. No creo que nadie deba echar a un lado la gran doctrina de la comunión de los santos sólo porque los ecumenistas la abracen. Algún día comprenderemos La unidad de todas las cosas en Cristo es un concepto a que todo creyente debería de asirse. Cuando seamos testigos del futuro día del triunfo de Cristo, cuando Él regrese y alcancemos la consumación de todas las cosas, entonces comprenderemos plenamente la necesidad de «todas las cosas» en el plan eterno de Dios. Muchas personas tienen sus más intensas batallas con respecto a su profunda sensación de futilidad e inutilidad. Es importante que nos aferremos a la revelación de Dios de que cada uno de nosotros es esencial par Su gran plan de los siglos. En vano buscarás respuestas de tus semejantes, hombres y mujeres. Busca, más bien, tus respuestas de Dios y Su Palabra. Él es soberano. Él sigue rigiendo Su mundo. Dios quiere que sepamos que Él debe tener todas las piezas en orden a fin de componer Su gran y eterna sinfonía. ¡Él nos quiere dar la certidumbre de que cada uno de nosotros es indispensable para Su gran tema! CAPÍTULO 4 Jesús, La Expresa Imagen de Dios Desearía poder comprender todo lo que la Palabra inspirada trata de revelar en la declaración de que Jesús, el Hijo eterno, es «el resplandor de la gloria de Dios, y la fiel representación de su ser real» (Hebreos 1:3). Esto sí conozco y comprendo: Jesucristo es el mismo Dios. Como creyente y discípulo me regocijo de que el Cristo resucitado y ascendido es ahora mi Sumo Sacerdote e intercesor en el trono celestial. El escritor a los hebreos manda nuestra atención con este lenguaje descriptivo y notable: En estos últimos días nos ha hablado en el Hijo…, el resplandor de su gloria, y la fiel representación de su ser real, y el que sostiene todas las cosas con la palabra de su poder (Hebreos 1:2, 3). Confiamos en las Escrituras porque creemos que son inspiradas, inspiradas por Dios. Por cuanto las creemos, creemos y confesamos que Jesús era el mismo Dios. Nada en ningún lugar de este vasto y complejo mundo es tan hermoso y convincente como el registro de la Encarnación, el acto por el que Dios se hizo carne para habitar entre nosotros en nuestra historia humana. Este Jesús, El Cristo de Dios, que hizo el universo y que sostiene todas las cosas por la palabra de su poder, fue un pequeño bebé entre nosotros. Fue consolado a dormir cuando gemía en los brazos de Su madre. Grande es verdaderamente el misterio de la piedad. Sin embargo, en este contexto, en años recientes han estado sucediendo en la cristiandad algunas cosas extrañas y trágicas. Por una parte, algunos ministros han aconsejado a sus congregaciones que no se preocupen demasiado si los teólogos ponen en tela de juicio el nacimiento virginal de Jesús. Esta cuestión dicen ellos, no es tan importante. Por otra parte, algunos profesantes cristianos dicen que no quieren comprometerse acerca de lo que realmente creen en cuanto a la singularidad y realidad de la deidad de Jesús, el Cristo. Estamos convencidos Vivimos en una sociedad en la que no siempre podemos estar seguros de que las definiciones tradicionales se mantienen. Pero yo me mantengo donde siempre he estado. Y el creyente genuino, no importa donde pueda ser hallado en el mundo, está humilde pero seguramente convencido acerca de la persona y de la posición de Jesucristo. Este creyente vive con la calmada y confiada certidumbre de que Jesucristo es verdaderamente Dios, y de que Él es todo lo que afirma el autor inspirado que Él es. Él es «el resplandor de la gloria de Dios, y la fiel representación de su ser real». Esta perspectiva de Cristo en Hebreos armoniza con/y sustenta lo que Pablo dijo de Jesús cuando le describió como «la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación» (Colosenses 1:15), en quien «habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad» (2:9). Los cristianos creyentes en la Biblia están unidos en esto. Puede que tengan opiniones divergentes acerca del modo del bautismo, de la organización eclesial o del regreso del Señor. Pero concuerdan acerca de la deidad del Hijo eterno. Jesucristo es de una sola sustancia con el Padre –engendrado, no creado (Credo Niceno)-. En nuestra defensa de esta verdad tenemos que ser muy cuidadosos y muy valerosos –y si es necesario, beligerantes. Cuanto más estudiamos las palabras de nuestro Señor Jesucristo cuando vivió en la tierra entre nosotros, tanto más seguros estamos acerca de quien Él es. Algunos críticos han protestado que «Jesús no afirmó ser Dios. Sólo dijo que era el Hijo del Hombre». Es verdad que Jesús empleaba frecuentemente el término Hijo del Hombre. Si lo puedo decir con reverencia, parecía ufano, o al menos sentía deleite de que era un hombre, el Hijo del hombre. Pero testificó abiertamente, incluso entre sus enemigos jurados, acerca de que Él era Dios. Dijo con gran fuerza que Él había venido del Padre en el cielo, y que Él era igual con el Padre. Sabemos lo que creemos. Que nadie con suaves palabras y seductora persuasión os lleve a admitir que Jesucristo sea nada menos que el mismísimo Dios. Dios se hizo carne en Jesucristo El escritor de Hebreos informaba a los desalentados y perseguidos cristianos judíos acerca de la final y completa revelación de Dios en Jesucristo. Se refirió al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Luego dijo que Otro había venido. Aunque hecho carne no era otro que el mismo Dios. No el Padre, porque Dios el Padre jamás se encarnó y jamás se encarnará. Más bien, es Dios el Hijo eterno, el resplandor de la gloria del Padre y la fiel representación de Su ser real. Algo le ha sucedido a la palabra gloria, especialmente cuando se relaciona con la descripción de la deidad. «Gloria» es una de aquellas hermosas y maravillosas palabras que han sido arrastradas hasta que han perdido mucho de su significado. Los viejos artistas puede que hayan tenido algo que ver con esto, al representar la gloria de Jesucristo como un halo luminoso, como un círculo de neón alrededor de su cabeza. Pero la gloria de Jesucristo nunca fue un halo de luz alrededor de la cabeza. Nunca fue una nebulosa luz amarilla. Nos inclinamos a la irreverencia Me cuesta mucho excusar nuestras actitudes descuidadas e irreverentes acerca de nuestro Señor y Salvador. Siento con intensidad que los cristianos adoradores nunca deberían hacerse culpables de emplear una palabra o expresión teológica en un sentido popular o descuidado a no ser que expliquemos lo que estamos haciendo. Es sólo una cosa apropiada que cuando hablemos de la gloria de Dios el Hijo nos refiramos verdaderamente aquella singularidad de Su persona y carácter que excita nuestra admiración y maravilla. Para los que le aman y sirven su gloria no significa una luz amarilla ni círculos de neón. Su verdadera gloria es aquello que lleva a los seres celestiales a cubrir sus rostros en su presencia. Demanda su alabanza en adoración: «¡Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos!» La gloria del Señor es aquel resplandor que le atrae la alabanza universal. Exige amor y adoración de Sus seres creados. Le hace ser conocido a través de su creación. La gloria de Dios es el carácter de Dios. Dios no es glorificado hasta que hombres y mujeres no piensan gloriosamente de Él. Pero no es lo que la gente piensa acerca de Dios lo que importa. Dios había morado una vez en una luz inaccesible. Pero Él deseaba hablar, expresarse a Sí mismo. Así que creo los cielos y la tierra, llenándolos con Sus criaturas, incluyendo al hombre. Esperaba que el hombre respondiera a esto en Aquel que es glorioso, admirable y excelente. Esta respuesta de Su creación en amor y adoración es Su gloria. Cuando decimos que Cristo es el resplandor de la gloria de Dios. Estamos diciendo que Cristo es el resplandor de todo lo que Dios es. Sí, Él es el resplandor, la refulgencia. Cuando Dios se expresó a Sí mismo, fue en Cristo Jesús. Cristo era todo y en todo. Él es la fiel representación de la persona de Dios. «La fiel representación», «persona» La palabra persona en este contexto es de difícil comprensión. La historia de la iglesia da testimonio de las dificultades que los teólogos han tenido con ella. A veces la persona de Dios ha sido llamada sustancia. A veces ha sido llamada esencia. La Deidad no puede ser abarcada por la mente humana. Pero el Dios eterno sostiene, mantiene y se encuentra detrás de todo lo que compone el vasto universo creado. Y Jesucristo nos ha sido presentado como la fiel representación de la persona de Dios: de todo lo que Dios es. Las palabras fiel representación, naturalmente, tienen su origen en el sello impreso con cera que autenticaba el documento o la carta de un dignatario. Jesucristo Encarnado da forma visible y autenticidad a la deidad. Cuando el Dios invisible se hace visible, fue Jesucristo. Cuando el Dios que no podía ser visto ni tocado vino a habitar entre nosotros, fue Jesucristo. No he sugerido esta imagen de nuestro Señor Jesucristo a modo de argumento teológico. Estoy simplemente tratando de afirmar, del mejor modo que puedo, lo que el Espíritu Santo ha dicho por medio del consagrado escritor de la carta a los Hebreos. ¿Cómo es Dios? ¿Cómo es Dios? A través de los siglos, esta pregunta ha sido hecha por más personas que ninguna otra. Nuestros niñitos sólo tienen unos pocos años cuando vienen en su inocente sencillez y nos preguntan: «¿Cómo es Dios?» El apóstol Felipe hizo esta petición por si mismo y por toda la humanidad: «Muéstranos al Padre, y nos basta» (Juan 14:8). Los filósofos han hecho esta pregunta una y otra vez. Religionistas y pensadores se han debatido acerca de esto durante milenios. Pablo predicó en Atenas y se refirió a la búsqueda de la humanidad en pos del «Dios Desconocido». Declaró la intención de Dios de que la humanidad «busquen a Dios, si talvez, palpando, pueden hallarle, aunque ciertamente no están lejos de cada uno de nosotros. Porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos» (Hechos 17:27, 28). Pablo se está refiriendo a la presencia de Dios en el universo, una Presencia que deviene la viviente y vibrante voz de Dios que hace que el corazón humano vaya en pos de Él. ¡Ay, el hombre no ha sabido dónde buscar debido al pecado! El pecado ha cegado sus ojos, ha embotado su oído y ha endurecido su corazón. El pecado ha hecho del hombre como un pájaro sin lengua. Tiene dentro de Él el instinto y el deseo de cantar, pero no la capacidad. El poeta Keats expresó de manera hermosa, y hasta brillante, la fantasía de la alondra que había perdido la lengua. No pudiendo expresar su profundo instinto de cantar, el ave murió a causa de un abrumador sofocamiento en su interior. La eternidad en nuestros corazones Dios ha hecho a la humanidad a Su propia imagen. «Ha puesto eternidad en el corazón de ellos» (Eclesiastés 3:11). ¡Qué imagen más gráfica! Somos criaturas del tiempo – tiempo en nuestras manos, nuestros pies, nuestros cuerpos-, que nos lleva a envejecer y a morir. ¡Y sin embargo tenemos eternidad en nuestros corazones! Uno de nuestros grandes males como personas caídas en un mundo caído es la constante guerra entre la eternidad en nuestros corazones y el tiempo en nuestros cuerpos. Es por esto que jamás podemos reposar satisfechos sin Dios. Es por esto que la pregunta de «¿Cómo es Dios?» sigue brotando desde cada uno de nosotros. Dios ha puesto los valores de la eternidad en los corazones de cada persona hecha a Su imagen. Como seres humanos, hemos intentado satisfacernos manteniendo una indagación, una búsqueda. No hemos olvidado que Dios era. Sólo hemos olvidado como es Dios. La filosofía ha tratado de darnos respuestas. Pero los conceptos filosóficos acerca de Dios han sido siempre contradictorios. El filósofo es como una persona ciega que intenta pintar el retrato de alguien. La persona ciega puede sentir el rostro de su modelo y puede tratar de poner algunas pinceladas sobre el lienzo. Pero el proyecto está condenado al fracaso desde su mismo principio. Lo mejor que puede hacer la filosofía es sentir el rostro del universo en algunas formas, y luego intentar pintar a Dios tal como lo ve la filosofía. La mayoría de los filósofos confiesan creer en una «presencia» en alguna parte en el universo. Algunos la llaman una «ley» -o «energía» o «mente» o «virtud esencial»Thomas Edison dijo que si vivía suficiente tiempo, pensaba que podría inventar un instrumento tan sensible que podría hallar a Dios. Edison fue un célebre inventor. Tenía una gran mente, y puede que fuera un filósofo. Pero Edison no sabía más acerca de Dios o de cómo es Dios que el chico o la chica que reparten el diario de la mañana. Las religiones no tienen la respuesta Las religiones del mundo han estado siempre tratando de dar respuestas acerca de Dios. Los parsis, por ejemplo, declaran que Dios es Luz. Por lo que rinden adoración al sol, al fuego y a formas de luz. Otras religiones han sugerido que Dios es conciencia, o que puede ser encontrado en la virtud. Para algunas religiones, hay solaz en la creencia de que Dios es un principio que sostiene el universo. Hay religiones que enseñan que Dios es todo justicia. Viven en terror. Otras dicen que Dios es todo amor. Se vuelven arrogantes. Como los filósofos, los religionistas tienen conceptos y perspectivas, ideas y teorías. En nada de ello ha hallado satisfacción la humanidad. El paganismo griego tiene un panteón de dioses. Vieron al sol levantarse en el este y desplazarse hacia el oeste en un fulgor de fuego, y lo llamaron Apolo. Oyeron el viento rugiendo a lo largo de la costa del mar, y le dieron el nombre de Eos, madre de los vientos y de las estrellas. Vieron las aguas del océano batiéndose hasta formar espuma y le dieron el nombre de Neptuno. Se imaginaron a una diosa flotando sobre los fructíferos campos de grano cada año, y le dieron el nombre de Ceres. Dada tal perspectiva pagana, no hay fin a las fantasías de dioses y diosas. En Romanos 1 Dios ha descrito la condición humana que incuba tales aberraciones. Los hombres y las mujeres, intrigados por sus pecados, no querían la revelación de un Dios vivo y comunicador. Deliberadamente, ignoraron al único Dios verdadero, expulsándolo de sus vidas. En lugar de Él, inventaron dioses propios: aves y animales y reptiles. A menudo se nos ha advertido que la moralidad de cualquier nación o civilización seguirá sus conceptos de Dios. Menos frecuentemente se oye una verdad paralela: Cuando una iglesia comienza a pensar impura e inadecuadamente acerca de Dios, se instala el declive. Tenemos que pensar noblemente y hablar dignamente acerca de Dios. Nuestro Dios es soberano. Bien haríamos en seguir a nuestros anticuados antepasados que sabían lo que era arrodillarse en una adoración sin aliento, llena de asombro, en la presencia de Dios que está dispuesto a reclamarnos como Suyos por gracia. Jesús es como Dios Algunos siguen preguntando. «¿Cómo es Dios?» Dios mismo nos ha dado una respuesta final y completa. Jesús dijo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9). Para aquellos de nosotros que hemos puesto nuestra fe en Jesucristo, la búsqueda de los siglos ha terminado. Jesucristo, el Hijo Eterno, vino a habitar entre nosotros siendo «el resplandor de la gloria de Dios, y la fiel representación de su ser real». Para nosotros, digo, la búsqueda ha terminado, porque Dios se nos ha revelado a nosotros. Lo que Jesús es, lo es el Padre. Todo el que mira al Señor Jesucristo mira a todo lo que es Dios. Jesús es Dios pensando los pensamientos de Dios. Jesús es Dios sintiendo lo que Dios siente. Jesús es Dios ahora haciendo lo que Dios hace. En el Evangelio de Juan tenemos el registro de Jesús contándole a la gente de Su día que Él no podía hacer nada por Sí mismo. Él dijo: «No puede el Hijo hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que él hace, también lo hace igualmente el Hijo» (Juan 5:19). Fue sobre la base de este testimonio que los líderes judíos querían apedrearle por blasfemia. ¡Qué extraño que algunas de las modernas sectas quieran decirnos que Jesucristo nunca afirmó ser Dios! Sin embargo, los que le oyeron hace 2.000 años quisieron matarle sobre el terreno porque afirmó ser uno con el Padre. En Jesús la revelación está completa La revelación de Cristo de Sí mismo queda completa en Jesucristo, el Hijo. No tenemos ya que preguntarnos: «¿Cómo es Dios?» Jesús es Dios. Él ha traducido a Dios en términos que podemos comprender. Ahora sabemos como siente hacia una mujer caída: «Tampoco yo te condeno; vete, y no peques ya más» (Juan 8:11). Sabemos cómo siente hacia los pescadores, obreros y el común de la gente: «Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres» (Marcos 1:17). Sabemos lo que Dios piensa acerca de los bebés y de los niños pequeños: «Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí; porque de los tales es el reino de los cielos» (Mateo 19:14). Jesús ha estado en nuestro mundo. El habló y enseñó acerca de todas esas cosas y acerca de todo lo que nos atañe. El registro muestra que Sus oyentes estaban asombrados y se sentían atónitos hasta el punto del espanto. «La gente se quedaba atónita de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad» (Mateo 7:28, 29). «¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!» (Juan 7:46). Cuando lees tu Nuevo Testamento y te das cuenta renovada de las actitudes y de los pronunciamientos de nuestro Señor Jesucristo, sabrás exactamente cómo siente Dios. ¿Dónde podemos mirar en toda la inmensa creación alrededor de nosotros para encontrar algo tan hermoso, tan absoluta, asombrosa y profundamente hermoso como la Encarnación? Dios se hizo carne para morar entre nosotros, para redimirnos, para restaurarnos, para salvarnos completamente. Jóvenes o viejos, o los entre medio, nos unimos en el himno de Lowell Mason en alabanza: Oh, pudiera yo la singar dignidad proclamar, Oh, pudiera yo las glorias hacer resonar, Que en mi Salvador relucen, Me elevaría para tocar las celestes cuerdas, Y emular a Gabriel mientras él canta Con notas casi divinas. Los caracteres que Él tiene cantaría, Y todas las formas de amor que manifiesta, En su trono exaltado; En sublimes cánticos del más dulce loor, Quisiera por días sin fin Sus glorias en redor publicar. Hay una estrofa final que anticipa la bienvenida que recibiremos en el cielo y la carrera eterna que allí nos espera: Pronto llegará el deleitoso día Cuando mi querido Señor al hogar me llevará, Y Su faz veré; Luego, con mi Salvado, Hermano, Amigo, Una bendita eternidad yo pasaré, Triunfante en su gracia. ¡El convencido hombre que exhaló estas palabras estaba diciendo que Jesús es Dios! Y el mundo arriba y el más pobre mundo abajo se unen en respuesta: «¡Amén, amén! ¡Jesús es Dios!» CAPÍTULO 5 Jesús, Señor de los ángeles Nuestras iglesias protestantes nunca han tenido demasiado entusiasmo acerca de las referencias bíblicas a las muchas clases de ángeles y de seres angélicos que constituyen la hueste celestial del Señor. Por cuanto no lo vemos, generalmente no tratamos este punto. Parece que hay muchos cristianos que no están seguros respecto a qué es lo que tienen que creer acerca de los mensajeros celestiales de Dios. En resumen cuando se trata de la cuestión de la enseñanza bíblica sobre los ángeles, llegamos a un triste estado de negligencia e ignorancia. Personalmente menosprecio las cínicas referencias a los ángeles y los chistes acerca de ellos. El predicador que se refirió a que su ángel guardián le había costado seguirle a la velocidad que llevaba por la carretera, habló con mal gusto y, probablemente, en ignorancia. Si esto es lo mejor que un predicador puede decir en cuanto a los ángeles guardianes o a la hueste angélica de Dios, tiene que dar media vuelta y volver a la Biblia. El escritor de la carta a los Hebreos da a sus lectores un retrato vívido y vital de Jesús, el Hijo Eterno. Él conoce la familiaridad de ellos, por medio del Antiguo Testamento, con el concepto y el ministerio de los ángeles. Emplea este conocimiento para señalar la abrumadora superioridad del victorioso Jesús en Su ministerio en el mundo celestial de las alturas: Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: «Adórenle todos los ángeles de Dios.» Ciertamente de los ángeles dice: «El que hace a sus ángeles espíritus, Y a sus ministros llama de fuego.» Mas del Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino» (Hebreos 1:6-8). En esta reveladora comparación entre los ángeles y el Mesías-Salvador, Jesucristo, hemos de tener en mente que los ministerios de los ángeles eran bien conocidos y altamente respetados entre los judíos. Debería ser muy significativo para nosotros, pues, que el escritor quisiera asegurarles que Jesús nuestro Señor está infinitamente por encima y es superior a los más resplandecientes ángeles que habitan en el reino de Dios. Nunca ha habido un ser angélico creado de quien se pudiera decir, como se dijo de Cristo, que Él es «el resplandor de la gloria de Dios y la fiel representación de su ser real» (1:3). Los lectores necesitan aliento Esta visión global de las glorias y credenciales de Jesucristo eran necesarias justamente entonces para los perseguidos cristianos hebreos. Y a nosotros en este siglo XX de la iglesia cristiana nos viene la misma revelación con la autoridad y significad de Dios. La palabra que dio certidumbre a los hebreos nos revela que el Hijo eterno fue preeminente sobre Abraham, sobre Moisés, sobre Aarón y los sacerdotes de la era del Antiguo Testamento. Mucha parte de nuestro estudio bíblico tiende a ser unilateral. Escogemos leer lo que nos gusta. Descuidamos aquellas secciones que tienen menos interés para nosotros. ¿Estás de acuerdo? Entre los cristianos protestantes, durante varios años, se ha dado una psicología más bien obnubiladora. Nuestros vecinos católico romanos han dado, en su himnodia y enseñanza, un considerable reconocimiento a los santos ángeles. Los protestantes parecen haber reaccionado a la inversa. Es como si hubieran decidido no decir nada acerca de los ángeles. En los tiempos del Antiguo Testamento y en la primitiva iglesia cristiana, había hombres de la iglesia y eruditos que dieron gran atención a las cuestiones que tienen que ver con las huestes angélicas y su apariencia. Cuando Pablo se refirió en Colosenses a la creación, mencionó el mundo visible y el invisible, nombrando tronos, dominios, principados y potestades (Colosenses 1:16). A menudo han sido percibidos como rangos o grados de seres angélicos y su autoridad y poder. Pablo mencionó la existencia de arcángeles en los cielos cuando escribió a los tesalonicenses. «El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel» (1 Tesalonicenses 4:16). No, no estamos dispuestos a argumentar en contra de la realidad ni del mundo visible ni del invisible. Por cuanto la religión hebrea había sido recibida de parte de Dios, reflejaba los dos mundos con precisión. La ciencia exige una evidencia ponderable Consideremos por qué pensamos como lo hacemos en nuestra actual sociedad. Somos participantes en una nueva era: una era científica, una era atómica, una era espacial. Hemos sido condicionados por nuestras ciencias. Hemos dejado de tener un sentimiento de maravilla o de aprecio por lo que Dios sigue haciendo en Su creación. En medio de nuestros complejos logros tecnológicos y de ingeniería, nos es difícil contemplar el mundo de Dios como debiéramos. Como creyentes en Dios y en Su plan para la humanidad, no debemos ceder a las filosofías que nos rodean. Tenemos un mensaje de parte de Dios para proclamarlo a nuestra generación: El mundo fue hecho por el Dios Omnipotente. Lleva sobre sí y dentro de él la marca de la deidad. Un arquitecto deja su impronta en los grandes edificios que ha diseñado. Un notable artista deja su sello y personalidad en sus pinturas. Lo mismo sucede con los mundos visible e invisible. Los llamamos dos mundos, aunque probablemente son sólo uno. El sello de Dios como diseñador y creador está ahí, así como su propia impronta y personalidad pueden encontrarse por todas las Sagradas Escrituras. Dios nos ha dicho mucho acerca de Su mundo y reino invisibles. En esta comunicación nos ha revelado muchas cosas acerca de los seres celestiales que hacen Su voluntad. Los ángeles pertenecen al orden de los seres trascendentes. Se revela que son santos, y que carecen de sexo. En Su ministerio terrenal, Jesús refiriéndose a la resurrección y al reino venidero, dijo que carecemos de identificación sexual en aquella morada celestial –«como los ángeles» (Marcos 12:25)-. Pero no nos transformaremos en ángeles en la vida venidera, en contra de lo que algunos han creído desde la infancia. Dios pone en claro que no cambiamos de una especie a otra. Somos seres humanos redimidos, y esperamos con fe aquel día de nuestra resurrección y glorificación como seres humanos redimidos. Los ángeles son un orden de ser creado; los humanos somos otro (Hebreos 2:16). Los ángeles y la Navidad Probablemente estamos más familiarizados con los ángeles como resultado de la historia de la Navidad. Ellos fueron los heraldos del nacimiento de Jesús. «De repente, apareció junto al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios…» (Lucas 2:13). El mismo Jesús se refirió a «legiones» de ángeles. «¿O te parece que no puedo ahora rogar a mi Padre, y que él no pondría a mi disposición mas de doce legiones de ángeles?» (Mateo 26:53). El escritor a los Hebreos refiere su número como «miles sobre miles» (Hebreos 12.22). Y David, el Salmista, se refiere a «los carros de Dios» como «veintenas de millares; millares y millares» (Salmo 68:17). Nadie puede responder de manera concluyente por qué Dios hizo tan numerosa la hueste celestial. Volviendo al Antiguo Testamento, observamos que los ángeles evidentemente tuvieron una función en la creación. En su conversación con Job, Dios habló de cuando puso la «piedra angular», observando que se regocijaban todos los hijos [ángeles] de Dios» (Job 38:7). Los ángeles figuraron en la promulgación de la Ley en el Sinaí. «La Ley», escribió el apóstol Pablo, «fue promulgada por medio de ángeles en mano de un mediador» (Gálatas 3:19). Un ángel llamado Gabriel se apareció a la virgen María con el anuncio de que daría a luz un Hijo al que debía llamar Jesús (Lucas 1:26-31). Al contar la historia de Lázaro, el mendigo, Jesús dijo que «fue llevado por los ángeles al seno de Abraham» (Lucas 16:22). Es una imagen casi reminiscente de los desfiles con que se reciben a los héroes. Aquel mendigo justo fue escoltado hasta las moradas celestiales con los ángeles conduciéndole en procesión. Estoy convencido de que los ángeles de Dios juegan un gran papel en la preservación de los justos. Aunque muchos de nosotros no hablamos acerca de ello, Jesús dijo de los niños: «Sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18:10). En todo lo que Jesús dijo acerca de los ángeles, ningunas palabras son más significativas para nosotros, miembros de una raza caída, que su declaración de que «hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (Lucas 15:10). Leemos con tiernos sentimientos de la agonía y tentación de Jesús mientras oraba en el Huerto de Getsemaní. Cuando hubo orado hasta el agotamiento al afrontar la traición y la crucifixión que se avecinaban, «se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle» (Lucas 22:43). En la resurrección de Jesús, los ángeles se hicieron notar mucho. Un ángel removió la piedra de la entrada del sepulcro. Ángeles fueron los que anunciaron a los turbados seguidores de Jesús las gozosas nuevas de Su resurrección. Todo el que quiera puede poner una venda de incredulidad sobre sus ojos y negar de esta manera la existencia y la actividad de los ángeles. Pero, al hacerlo así él o ella están negando la clara enseñanza bíblica. Algunos protestan de la discusión acerca de los ángeles, diciendo: «¡Seamos prácticos!» Con los que quieren decir: «Limitemos nuestras consideraciones a los objetos tridimensionales, percibidos por los sentidos.» Viene un día que tendremos llanas respuestas a nuestras preguntas. Aquel día descubriremos que los ministerios de los seres angélicos son verdaderamente prácticos y muy reales. Nunca he visto un ángel Ahora bien, quizá te preguntes cuanta experiencia personal he tenido con seres angélicos. «¿He visto alguna vez un ángel?» Nunca he visto un ángel. Ni he pretendido ser una persona visionaria. Mi llamamiento ha sido orar y estudiar y tratar de hallar en la Escrituras de que los ángeles de Dios están ocupados en sus ministerios especiales. Baso esta observación en la Palabra de Dios, no en ningún aspecto de mi propia experiencia humana. La Biblia no nos dice a ninguno de nosotros que debamos dedicarnos a entrar en contacto con ángeles. Nos dicen que los ángeles existen y que están activos. Su actividad es frecuentemente mencionada en la Escrituras. No voy a saltar estas referencias, ignorándolas, como lo hacen algunos. En ocasiones hablamos del cuidado providencial de Dios, sin saber realmente lo que decimos ni lo que significamos. Algunos cristianos dan testimonio acerca de «coincidencias» en sus vidas –quizá dos cosas muy importantes ocurriendo justo en el tiempo y lugar oportunos-. Hace cientos de años que Tomás de Aquino escribió a la iglesia cristiana diciendo: «La función de los ángeles de Dios es ejecutar el plan de la providencia divina, incluso en las cosas terrenales.» Luego Juan Calvino siguió con la enseñanza de que «los ángeles son dispensadores y administradores de la beneficiencia divina para con nosotros». Dios tiene sus propias maneras de obrar Sus planes a favor de Sus hijos creyentes. No deberíamos pedirle al Señor un listado impreso de reglas acerca de sus providencias y guía. Al contar con el Espíritu, nos daremos cuenta de qu Dios está siempre a nuestro lado. Ángeles disfrazados Esto sucedió en mi propia experiencia. Después de haber hallado al Señor de joven, estaba asistiendo a una iglesia que me parecía de poca ayuda espiritual para mí. En realidad se trataba de la clase de iglesia en la que sería fácil la recaída. Un domingo por la mañana me desperté de mal humor. Decidí: «¡Hoy no voy a la iglesia!» Y me fui a dar un paseo al campo. No tenía la excusa de unos palos de golf. Ni le dije al Señor que iba a adorar en medio de la hermosura de la naturaleza. Sabía dentro de mí que estaba realmente recayendo, yendo en la dirección errada aquel domingo por la mañana. Me volví a un lado para caminar por un prado. En medio del prado mi pié tropezó de repente con algo oculto en la hierba –algo rojo-. Me agaché y recogí el viejo libro encuadernado en rojo. Parecía como si hubiera estado bajo la lluvia, se hubiera secado, como si le hubiera vuelto a llover encima y se hubiera vuelto a secar. El libro no era ningún viejo clásico literario. No era un libro de ficción barata que hubiera sido tirado. Era un manual cristiano: mil preguntas y respuestas para las personas interesadas en el estudio bíblico. Lo abrí. Y, tras haber leído unas cuantas páginas de enseñanza bíblica, me impresionó el hecho de que yo debía haber estado esa mañana en la iglesia con otros creyentes. Volví a echar el libro al suelo y me dirigí a casa, preguntándome quien habría puesto un mensaje directamente en el camino de un chico cristiano desalentado que se sentía demasiado deprimido para ir a la iglesia. No digo que este libro lo hubiera puesto allí un ángel ni ningún otro visitante celestial, justo en el lugar adecuado. Lo más seguro es que lo dejara en aquel lugar alguien que casualmente había pasado por aquel prado. Pero en la providencia de Dios fue aquel día el recordatorio que necesitaba de la bondad y fidelidad de Dios en mi vida. Recuerdo todavía otra experiencia personal durante mis primeros tiempos en la vida cristiana como joven aún sin asentar. En realidad, estaba lanzando a una vida de vagabundeo, como se solía decir. Estaba lejos del hogar, lejos de la iglesia y lejos de todo lo que era bueno. Pasaba los fines de semana «de polizón». Tenía poco dinero y viajaba gratis en trenes de carga, montado sobre los tirantes debajo de los vagones de carga. El Señor escogió un domingo en particular para enseñarme la lección que debía aprender. No recuerdo ahora de que ciudad se trataba, pero yo estaba envuelto en ello, y también lo estaba el Señor. El tren de carga aflojó la marcha, y luego se detuvo. El vagón en el que yo iba montado se detuvo exactamente junto al patio de una iglesia. Apenas el tren se había detenido, cuando las campanas de la iglesia comenzaron a tañer. ¡Tañeron más fuerte y más insistentemente que cualquiera otras campanas jamás haya oído antes ni después! He estado sentado bajo poderosas prédicas, pero nunca hubo un predicador que pusiera tanta convicción en mi alma como aquellas campanas de la iglesia aquel domingo por la mañana. No sé si eran campanas metodistas, presbiterianas o anglicanas. Pero me recordaron que no debía ir montado en trenes de carga. Que debía de estar donde yo pertenecía. Y, creedme, ¡muy pronto volví a estar donde debía; y enderezado espiritualmente, también! ¿Cómo fue esto arreglado así? El día justo, la hora justa, el lugar justo. Si me hubiera dirigido al maquinista para preguntarle si era un ángel, probablemente habría sonreído, habría escupido algo de jugo de tabaco fuera de la ventana, y habría dicho: «¡Que yo sepa, no!» Pero de esto sí estoy seguro: cuando el maquinista frenó, fue por la providencia de Dios que me detuviera prácticamente en el patio de una iglesia, con las campanas que rogaban: «¡Joven, vuelve! ¡Joven, vuelve!» Dios nos conoce bien Lo que quiero decir es que Dios nos conoce tan bien como Él hace una cantidad de pequeñas cosas providenciales en el mismo momento de nuestra necesidad. Pensamos que lo hemos planificado y llevado a cabo todo por nosotros mismos. No somos conscientes de que ha sido el plan de Dios y que Él ha estado delante de nosotros en todo tiempo. Fue sólo unos años después, leyendo el Salmo 71 en la familiar versión King James inglesa, que me di por primera vez cuenta de las palabras: «Tú has dado mandamiento para salvarme» (71:3). Mi corazón ha sentido desde entonces el calor de este pensamiento. Dios ha enviado su Palabra por toda la tierra para salvarme. Puedes ser crítico si quieres. Has lo que quieras con este texto. Puede incluso que tengas algún problema teológico con él. Pero Dios ha «dado mandamiento», ¡y estas palabras son para mí! Dios me vio a mí, un solitario chico perdido en el oeste rural de Pennsylvania, y Su mandamiento reverberó por toda su creación. Estoy convencido de que cada ángeles el cielo lo oyó. ¡Y creí en el Hijo de Dios y me entregué a Él para mi salvación! Nada puede compararse con este conocimiento. Dios y Su Palabra están de mi lado. La Palabra viviente de Dios ha asumido la responsabilidad de perdonarme, de purificarme, de perfeccionar lo que a mí atañe, y de guardarme en el camino eterno. Vivimos en un mundo lleno de seres creados por Dios –muchos de los cuales ni nosotros ni nuestros semejantes los vemos-. Deberíamos dar a Dios gracias por los ángeles y por las circunstancias providenciales de Dios cada día. Como observó uno de los viejos santos tiempo ha: «¡Sí le das gracias a Dios por tus providencias, nunca te faltarán providencias por las cuales dar las gracias a Dios!» CAPÍTULO 6 Jesús, La norma de la justicia El mensaje a los hebreos cristianos del siglo primero fue preciso y directo: Que sea Jesucristo vuestra motivación para amar la justicia y aborrecer la iniquidad. En nuestro siglo presente nuestras obligaciones y responsabilidades espirituales no son distintas. El carácter y los atributos de Jesús, el Hijo eterno, no han cambiado ni cambiarán. Más el Hijo dice: «Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; Cetro de equidad es el cetro de tu reino. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, Por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, Con óleo de alegría más que a tus compañeros» (Hebreos 1:8, 9). Sin excusa Hay la tendencia en las personas a relegar todo en el reino de la justicia o de la iniquidad a la deidad, sea cual sea su concepto de deidad. Pero para el verdadero cristiano nuestro Señor nos dio una promesa antes de Su muerte y resurrección. Esta promesa elimina de una manera efectiva nuestras excusas y nos constituye responsables: Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo cuanto oiga, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber (Juan 16:13-15). Admito desde luego, que no somos Dios. No podemos hacer en nosotros mismos lo que Dios puede hacer. Pero Dios nos creó como seres humanos, y si tenemos la unción del Espíritu Santo y Su presencia en nuestras vidas, deberíamos poder hacer lo que Jesús, el Hijo del Hombre, pudo hacer durante Su ministerio. Por favor, no cierres este libro y te apartes cuando te explique mi persuasión. Estoy persuadido de que nuestro Señor Jesús, mientras estuvo en la tierra, no llevó a cabo Sus actos poderosos en el poder de Su deidad. Creo que los hizo en el poder y autoridad de Su humanidad ungida por el Espíritu. Mi razonamiento es éste. Si Jesús hubiera venido a la tierra y llevado a cabo Su ministerio en el poder de Su deidad, lo que Él hizo hubiera sido aceptado como cosa natural. ¿No puede Dios hacer lo que quiera? Nadie habría cuestionado Sus obras como las obras de la Deidad. Pero Jesús velo Su Deidad y ministró como hombre. Es digno de mención, sin embargo, que Él no comenzó su ministerio –Sus actos de autoridad y poder- hasta que fue ungido con el Espíritu Santo. Sé que hay eruditos académicos y expertos en teología que discutirán mi conclusión. Sin embargo, mantengo que es verdad. Jesucristo, en el poder y autoridad de Su humanidad ungida por su Espíritu, calmó las olas, aquietó los vientos, sanó a los enfermos, dio vista a los ciegos, ejercitó una total autoridad sobre los demonios y levantó a los muertos. Hizo todas estas cosas milagrosas que fue movido a hacer entre los hombres no en Su condición de Dios, lo que no habría sido milagroso, sino como Hombre ungido por el Espíritu. ¡Maravilloso! Es por esto que digo que Jesucristo ha eliminado para siempre nuestras excusas humanas. Él se limitó al mismo poder disponible para todos nosotros, el poder del Espíritu Santo. Examina conmigo el mensaje del apóstol Pedro a Cornelio y su casa gentil: Cómo ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él (Hechos 10:38). La carta a los hebreos dice que la unción que Dios dio a Jesús fue una unción mayor que a sus compañeros. Es mi sentimiento que la «unción más que a Sus compañeros» no fue dada porque Dios decidiera ungirle así, sino porque Él era idóneo. ¡Él podía ser ungido hasta este punto! ¿Qué significaba la unción? Volviendo al sacerdocio levítico, descubrimos un ritual de unción con un aceite sagrado especialmente preparado. Se batían ciertas hierbas amargas con el aceite, haciéndolo fragante y aromático. Era un aceite único. Israel no podía emplear esta fórmula para ningún otro uso. Cuando un sacerdote era separado y ungido, el aceite era un vívido tipo de la unción del Nuevo Testamento con el Espíritu Santo. El aceite de la santa unción sólo podía ser empleado para ungir personas con ministerios especiales: sacerdotes, como he indicado, y reyes y profetas. No estaba indicado para la persona carnal, pecaminosa. En Levítico leemos de la consagración de Aarón como el primer sumo sacerdote. El aceite de la unción y la sangre del altar se mencionan juntamente: «Luego tomó Moisés del aceite de la unción, y de la sangre que estaba sobre el altar, y roció sobre Aarón, y sobre sus vestiduras… y consagró a Aarón y sus vestiduras» (8:30). La fragancia del aceite de la unción era singular. Si alguien se acercaba a un sacerdote del Antiguo Testamento podía decir de inmediato: «¡Huelo un hombre ungido. Puedo oler el aceite santo!» El aroma, la penetrante fragancia, estaban ahí. Una unción así no podía ser mantenida en secreto. En el Nuevo Testamento, cuando vino el Espíritu Santo, Su presencia cumplió toda la lista de fragancias hallada en el aceite santo de la unción. Cuando los creyentes del Nuevo Testamento fueron ungidos, esta unción se hizo evidente. Leamos de ello en el libro de Hechos: «Y todos fueron llenos del Espíritu Santo» (Hch.2:4). « todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios» (4:31). «Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios» (7:55). «Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el mensaje» (10:44). Y la lista sigue. El Espíritu Santo no ha cambiado. Su poder y autoridad no han cambiado. Él sigue siendo la tercera persona de la Deidad eterna. Él está entre nosotros para enseñarnos todo lo que tenemos que saber acerca de Jesucristo, el Hijo eterno de Dios. Estoy sugiriendo –en verdad, estoy afirmando- que ninguno entre nosotros, hombre o mujer, puede ser genuinamente ungido por el Espíritu Santo y esperar guardarlo como un secreto. Su unción se hará evidente. La unción no es ningún secreto Un hermano cristiano me confió una vez cómo había intentado mantener la plenitud del Espíritu en secreto dentro de su propia vida. Había consagrado su vida a Dios en fe. Como respuesta a la oración, Dios le había llenado con el Espíritu. Se dijo dentro de sí mismo: «¡No puedo decirle esto a nadie!» Tres días pasaron. Al tercer día su mujer le toco en el brazo y le dijo: «Everett, ¿qué te ha pasado? ¡Algo te ha pasado» Y, como un vapor reprimido, salió su testimonio. Había recibido la unción del Espíritu Santo. No se podía esconder la fragancia. Su mujer se dio cuenta en la casa. Su vida quedó cambiada. Las gracias y los frutos espirituales de la vida consagrada no pueden esconderse. Es una unción con el aceite de alegría y de gozo. ¡Me siento dichoso de decir a todos que el poder del Espíritu es un poder gozoso! Nuestro Salvador, Jesucristo, vivió su hermosa y santa vida en la tierra y llevó a cabo sus actos de sanidad y salvación en el poder de este aceite de alegría. Tenemos que reconocer que había más del santo aceite de Dios sobre la cabeza de Jesús que sobre la tuya o la mía –o que sobre la cabeza de nadie que haya jamás vivido-. Esto no significa que Dios vaya a privar de lo mejor a nadie. Pero el Espíritu de Dios sólo puede ungirnos en proporción a la buena disposición que encuentre en nuestras vidas. En el caso de Jesús, se nos dice que tuvo una especial unción porque amó la justicia y aborreció la iniquidad. Esto, desde luego, nos da una pista de la clase de personas que debemos ser a fin de recibir la plena unción y bendición del Dios Omnipotente. Cuando Jesús estuvo en la tierra, no fue la persona pasiva, incolora y floja que a veces se insinúa en pinturas o en literatura. Era un hombre fuerte, un hombre de una voluntad férrea. Podía amar con una intensidad de amor que le hacía arder. Podía aborrecer con el mayor grado de aborrecimiento dirigido hacia todo aquello que era erróneo y malvado, egoísta y pecaminoso. Invariablemente alguien objetará cuando hago afirmaciones como ésta: «¡No puedo creer tales cosas acerca de Jesús! ¡Siempre pensé que odiar era pecado!» Estudia bien y con cuidado el registro y las enseñanzas de Jesús, mientras estuvo en la tierra en todo ello tenemos la respuesta. Es un pecado para los hijos de Dios no odiar lo que debe ser odiado. Nuestro Señor amó la justicia, pero aborreció la iniquidad. ¡Creo que podemos decir que aborreció de una manera perfecta el pecado, el error y la maldad! Tenemos que aborrecer algunas cosas Si somos cristianos entregados, consagrados, verdaderamente discípulos de Cristo crucificado y resucitado, hay algunas cosas que tenemos que afrontar. No podemos amar la honradez sin odiar la deshonestidad. No podemos amar la pureza sin aborrecer la impureza. No podemos amar la verdad sin aborrecer la mentira y el engaño. Si pertenecemos a Jesucristo, tenemos que aborrecer el mal así como Él aborreció el mal en todas sus formas. La capacidad de Jesucristo para aborrecer aquello que iba en contra de Dios y para amar aquello que estaba lleno de Dios fue la fuerza que le capacitó para recibir la unción –el aceite de alegría- en una medida completa. Desde nuestro lado humano, es nuestra imperfección en amar lo bueno y odiar lo malo lo que nos impide recibir el Espíritu Santo de una manera completa. Dios nos retiene de nosotros porque nosotros no estamos dispuestos a seguir a Jesús en Su gran amor derramado por lo recto y Su puro y santo odio contra lo que es malo. Odia el Pecado pero ama al pecador Ésta es la pregunta que surge de continuo: «¿aborreció nuestro Señor a los pecadores?» Ya conocemos la respuesta. Él amó al mundo. Sabemos mejor esto que pensar que Jesús aborreciera a ningún pecador. Jesús jamás aborreció a pecador alguno, pero aborrecía el mal y la depravación que controlaba al pecador. No odiaba al soberbio fariseo, pero detestaba la soberbia y falsa pretensión de justicia del fariseo. No odiaba a la mujer cogida en adulterio. Pero actuó en contra de la perversión que la hizo como era. Jesús aborrecía al diablo y aborrecía aquellos malos espíritus a los que desafió y expulsó. Nosotros los cristianos actuales, hemos sido extraviados y se nos ha lavado el cerebro, al menos de una manera general, por parte de una generación de predicadores blandengues y gatunos. Querrían hacernos aceptar que para ser buenos cristianos tenemos que ser capaces de ronronear suavemente y aceptar todo lo que venga con tolerancia y comprensión cristiana. Estos ministros jamás mencionan palabras como celo y convicción y consagración. Evitan estas frases como «mantenerse por la verdad». Estoy convencido de que un cristiano consagrado mostrará un interés celoso por la causa de Cristo. Él o ella vivirán a diario con un conjunto de convicciones espirituales tomadas de la Biblia. Él o ella serán uno de los más tenaces –junto con una humildad dada por Dios- en su posición por Cristo. ¿Por qué, entonces se han apartado los ministros cristianos de las exhortaciones a amar la justicia con un gran y abrumador amor, y a aborrecer la iniquidad con una profunda y constreñidota revulsión? ¿Por qué no hay persecución? La gente observa lo favorecida que es la iglesia en este país. No tiene que afrontar ni persecución ni rechazo. Si se supiera la verdad, el hecho de que estemos exentos de persecución se debe a que hemos adoptado el camino fácil, el popular. Si amaramos la justicia hasta que ello viniera a ser en nosotros una pasión abrumadora, si quisiéramos renunciar a todo lo malo, pronto terminaría nuestro tiempo de popularidad y de complacencia. El mundo pronto se lanzaría contra nosotros. ¡Somos demasiado agradables! ¡Demasiado tolerantes! ¡Demasiado deseosos de la popularidad! ¡Estamos demasiado dispuestos a excusar el pecado en sus muchas formas! Si pudiera agitar a los cristianos a mi alrededor a amar a Dios y a aborrecer el pecado, hasta el punto de venir a ser una molestia, me regocijaría. Si alguna persona cristiana tuviera que pedirme consejo diciendo que está sufriendo persecución por causa de Jesús, le diría lleno de sentimiento: «¡Gracias a Dios!» Vance Havner solía decir que demasiados están corriendo por algo, cuando deberían mantenerse firmes por algo. ¡El pueblo de Dios debería estar dispuesto a mantenerse firme! Se nos ha lavado tanto el cerebro y de tantas maneras que los cristianos tienen miedo de hablar en contra de la impureza en ninguna forma. El enemigo de nuestras almas nos ha persuadido de que el cristianismo debería ser algo incidental… y, desde luego, no algo acerca de lo que sentir entusiasmo. Compañero cristiano, sólo tenemos un poco de tiempo. No vamos a estar mucho tiempo aquí. Nuestro Dios trino y uno nos demanda que nos dediquemos a aquellas cosas que permanecerán cuando el mundo sea abrasado, porque el fuego determinará el valor y la calidad de la obra de cada persona. He compartido estas cosas contigo porque me parece que el aceite de alegría, la bendita unción del Espíritu Santo, no recibe la oportunidad de fluir libremente entre los miembros de la iglesia de hoy en día. Difícilmente podemos esperar un movimiento espiritual así entre los que orgullosamente se clasifican como liberales. Rechazan la deidad de Cristo, la inspiración de la Biblia y los divinos misterios del Espíritu Santo. ¿Cómo puede el aceite de Dios fluir entre / y bendecir a aquellos que no creen en este aceite de alegría? Pero ¿qué de nosotros de persuasión evangélica con nuestro enfoque bíblico de la verdad y enseñanza fundamental del Nuevo Testamento? Tenemos que preguntarnos por qué el aceite de Dios no está fluyendo muy claramente entre nosotros. Tenemos la verdad. Creemos en el ungimiento y en la unción. ¿Por qué no fluye el aceite? Somos tolerantes con el mal Creo que la razón es que somos tolerantes con el mal. Permitimos lo que Dios aborrece porque queremos ser conocidos en el mundo como cristianos congeniales y de buen corazón. Nuestra postura indica que lo último que querríamos que nadie dijera de nosotros es que somos de mente estrecha. La vía al poder espiritual y al favor para con Dios es estar dispuestos a eliminar las pusilánimes contemporizaciones y los males tentadores a los que somos propensos a asirnos. No hay victoria cristiana ni bendición si rehusamos apartarnos de las cosas que Dios aborrece. Aunque tu esposa lo ame, apártate de ello. Aunque tu marido lo ame, apártate de ello. Aunque sea aceptado en toda la clase social y sistema del que tú formas parte, apártate de ello. Incluso si se trata de algo que ha venido a ser aceptado por toda nuestra generación, apártate de ello si es malo y erróneo y una ofensa a nuestro santo y justo Salvador. Estoy siendo tan franco y escudriñador como puedo. Se que nos falta el valor y la alegría que deberían marcar al pueblo consagrado de Dios. Y esto me preocupa. En lo más hondo de la voluntad humana con la que Dios nos ha dotado, cada cristiano tiene la llave de su propio alcance espiritual. Si él o ella no quieren pagar el precio de ser gozosamente conducidos por el Espíritu Santo de Dios, si él o ella rehúsan aborrecer el pecado y el mal error y el error, igual daría que nuestras iglesias se transformaran en logias o clubes. ¡Oh hermano, hermana! Dios no ha dejado de amarnos. El Espíritu Santo sigue siendo el fiel Espíritu de Dios. Nuestro Señor Jesucristo está a la diestra de la majestad en las alturas, representándonos allí, intercediendo por nosotros. Dios nos pide que nos mantengamos en amor y devoción a Él. Llegará el día en que el fuego del juicio probará la obra de cada uno. La paja, la madera y la hojarasca de los logros mundanos serán consumidas. Dios quiere que conozcamos la recompensa, del oro, de la plata y de las piedras preciosas. Seguir a Jesucristo es cosa seria. ¡Dejemos de ser superficiales acerca del cielo y del infierno y del juicio venidero! CAPÍTULO 7 Jesús, La Palabra Eterna El mensaje inspirado hace unos 2.000 años, dirigido a los perseguidos cristianos hebreos, constituye una apelación conmovedora a que pongan su entera confianza en el poder de la Palabra de Dios. Cuando Dios habla, viene a decir el autor, todos deben obedecer. El escritor declara: La palabra de dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y de los tuétanos, discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12). Este mismo mensaje prosigue a través de la carta con recordatorios de la relación de la Palabra de Dios resonando por toda la creación de Dios, manteniendo, sosteniendo, transformando. La Palabra de Dios es más que solamente la Biblia Los creyentes cristianos cometen un gran error cuando se refieren sólo a la Biblia como la Palabra de Dios. Cierto, la Biblia inspirada es la Palabra de Dios no nos referimos sólo al libro: páginas impresas cosidas con hilo de nilón. Nos referimos, más bien, a la expresión eterna de la mente de Dios. ¡Nos referimos al aliento de Dios que llena el mundo! La Palabra de Dios y la revelación de Dios son mucho más que sólo que los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Sin embargo, me regocijo siempre que descubro en lo más profundo del apremiante llamamiento de alguno de los profetas del Antiguo Testamento un repentino reconocimiento de la Palabra de Dios que habla. Por ejemplo observemos este mensaje del profeta Jeremías: «¡Tierra, tierra, tierra!, oye palabra de Jehová» (Jeremías 22:29). ¡Pensemos en el cambio que se produciría si hombres y mujeres se detuvieran de repente para oír la Palabra del Señor! Siendo la Palabra del Señor lo que es y siendo Dios quien Él es, y siendo nosotros los humanos los que somos, estoy seguro de que los más compensador que podríamos hacer sería detenernos y escuchar la Palabra de Dios. Sea que hombres y mujeres lo crean o no, la Palabra de Dios es una de las más grandes de las realidades que tendrán que afrontar en su vida. Puede que nieguen la Palabra y la presencia de Dios, rechazando ambas cosas como irreales. Pero no se puede escapar a la palabra viviente y comunicadora de Dios. Se trata de algo innegociable. La verdadera iglesia cristiana siempre ha sostenido esta posición. No hay ningún hombre ni ninguna mujer sobre la tierra que no tenga que ver con la autoridad de la palabra de Dios, bien ahora, bien más tarde. ¡Cuán sorprendidas se quedarán algunas personas cuando en el venidero día del juicio tengan que dar respuesta a la eterna Palabra de Dios! La palabra de Dios es la revelación de la verdad divina que Dios mismo nos ha dado. Nos ha venido en el mensaje y llamamiento de las Sagradas Escrituras. Viene en la convicción con que nos visita el Espíritu Santo. Nos viene en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, la viviente palabra de Dios. La Palabra de Dios es poderosa Ahora acerca del Poder de Dios. En esta era nuclear en la que vivimos, cuando pensamos en el poder último, nuestro pensamiento pasa a las armas nucleares. Hace años empleábamos constantemente la palabra núcleo. Un núcleo era el centro. Nunca pensamos que la palabra nuclear llegaría a tomar una connotación tan terrible como la que posee ahora. Los creyentes cristianos deberían tener especialmente una visión razonable de «la amenaza nuclear». ¿Qué es lo que atrae a los neutrones tan irrevocablemente al núcleo de un átomo? Mi respuesta: el aliento de Dios hablando en su mundo. Es Jesús, el hijo eterno. La fiel representación de la persona de Dios, sosteniendo todas las cosas mediante la Palabra de Su poder (Hebreos 1:3). «Todas las cosas tienen consistencia en él» (Colosenses 1:17). Pocos liberales o modernistas estarán de acuerdo conmigo en esto. Ellos contradicen la soberanía y poder de Dios. Pero tienen miedo. Dado el mundo en que vivimos, el punto de vista más tranquilizador que nadie pueda tener es el que yo mantengo. La voz de Dios llena Su mundo, y Jesucristo, la Palabra viviente, lo sostiene todo. La Palabra de Dios habla a la vida humana, esta vida tan evidentemente mortal. La Palabra de Dios habla a la conciencia humana, una conciencia tan consciente de pecado. La Palabra de Dios habla al pecado humano, denunciando su naturaleza horrenda, ofensiva. Aquí va un pensamiento que puede serte útil. La Palabra de Dios está sintonizada para hablar a la conciencia intima del hombre, pero no acusa. No presenta cargos contra una persona. Pero demuestra, Convence. Esta es la diferencia entre acusar y convencer. En los tribunales, cuando un presunto delincuente está delante del Juez, se hace una acusación específica de violación, hay un acusador y hay evidencia para apoyar la acusación. Sólo si el juez queda convencido por la evidencia y la argumentación sentenciará que el presunto delincuente es culpable. La convicción de la palabra de Dios es diferente. La Palabra de Dios no señala a José García o a Marta Pérez. No confronta a uno en particular y le dice: «Eres un pecador.» Lo que hace es declarar que todos han pecado. José García o Martha Pérez o cualquier otro hombre o mujer sabrán que son pecadores por la voz viviente de Dios. Ve a la Palabra de Dios, y verás que el pecado es el problema más apremiante, más constreñidor, más imperativo en la vida y sociedad humanas. El problema más apremiante no es la enfermedad. No es la guerra. No es la pobreza. El pecado es el problema básico, porque tiene que ver con el alma individual. El pecado no tiene que ver sólo con los breves años de una persona en esta tierra. Involucra el futuro eterno y mundo venidero de aquella persona. Nadie ha exagerado jamás la seriedad de la cuestión del pecado. Es una cuestión que continúa edad tras edad. Se presenta ante cada ser humano: «¿Qué voy a hacer acerca del pecado?» Esta cuestión toma precedencia sobre todas las otras cuestiones que somos llamados a responder. Tanto si somos célebres en todo el mundo, a miembros anónimos de la raza humana, tenemos que hacer confesión acerca de nuestra relación con el pecado. Si cada uno de nosotros está dispuesto a ser honrado, responderemos: «He estado envuelto en pecado. He jugado con él. Lo he tomado en mi seno y me ha mordido. El germen de pecado ha entrado en la corriente de mi vida. Ha condicionado mi mente. Confieso que he sido un colaborador deliberado del pecado.» Pero el pecado es más que una enfermedad. Es una deformidad del espíritu, una anormalidad en aquella parte de la naturaleza humana que más se asemeja a Dios. Y el pecado es también un crimen capital. Es traición contra el gran Dios Omnipotente que hizo los cielos y la tierra. El pecado es un crimen contra el orden moral del universo. Cada vez que un hombre o una mujer golpea contra la naturaleza moral y el reino de Dios, él o ella actúa en contra del gobierno moral de todo el universo. ¿Cómo se ve la cuenta? Los pecadores están siempre tratando de añadir cosas para ver hasta dónde tienen que tratar con el problema del pecado en sus vidas. Pero su conciencia moral, si quieren escucharla honradamente, les informa que sólo un gran suministrote mérito fuera de ellos mismos puede llegar a dar satisfacción a esta obligación. Están abrumados con su deuda moral a Dios que hizo los cielos y la tierra. Cada ser humano tiene unas pocas cosas que piensan que son lo suficientemente buenas para ponerlas en el necesario fondo de méritos, pero nunca son suficientes para pagar la deuda. Una palabra describe al pecador. Él o ella es un rebelde, no solo en rebelión contra sus propios semejantes, sino contra Dios y Su reino. Supongamos que un criminal rebelde, encerrado en una de las cárceles de Londres, pidiera una audiencia ante la reina. Esta persona que ha atentado contra la seguridad de todo lo que simboliza la reina, debería ser perdonada antes que se pudiera siquiera contemplar hacer cualquier otra cosa. Tendría que cambiar su estilo de vida, porque un rebelde no podría entrar en la presencia de la reina. Pero alguna otra cosa sería necesaria. Tendría que cambiar su uniforme carcelario por unas prendas apropiadas. Sólo si estuviera limpio y arreglado para la ocasión podría esperar ser presentado a la reina. Esta ilustración, por imperfecta que sea, es una imagen del aprieto en que se encuentra la persona pecadora. Si él o ella ha de estar en comunión con un Dios santo debe ponerse fin a la rebelión, debe haber perdón, debe haber purificación y las nuevas vestiduras de justicia. La sangre de Jesucristo fue derramada con este mismo propósito. El Hijo eterno de Dios ha llevado todo esto a cabo, muriendo Él, el justo, por los injustos… un acto insólito y asombroso por parte de aquel que hizo los mundos y que sostiene todas las cosas por la palabra de Su Poder. El escritor de la carta a los Hebreos atestigua que el Hijo, «habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (1:3). Este es el mensaje básico, vital, del cristianismo. Este es el testimonio que la iglesia cristiana, si es fiel a la revelación que Dios le ha dado, proclama al mundo. Cristo Jesús vino al mundo para la humillación de la muerte. Vino a tratar con la cuestión del pecado como sólo Dios podría tratarla. En la Biblia tenemos un amplio registro de aquel día, en la plenitud del tiempo, cuando nuestro Señor Jesucristo colgó entre el cielo y la tierra en la cruz del Calvario. El bien dispuesto Cordero de Dios, que vino a quitar el pecado del mundo, estaba llevando a cabo Su misión. Nadie en la tierra le podía ayudar. En aquellas horas de agonía, después que hombres inicuos le hubieran enclavado en la cruz, el Padre en el cielo corrió las cortinas. Las tinieblas prevalecieron. Era el Hijo eterno muriendo para purificar nuestros pecados. A solas sufrió. A solas murió. Pero en aquel sufrimiento y muerte el cumplió el sacrificio que tiene eficacia eterna. Un sacrificio para siempre Tengo que decir algo respecto a la amplia divergencia de la perspectiva de la cristiandad acerca del pleno significado del sacrificio de Jesús. La enseñanza protestante ha sido siempre inequívoca: la muerte de Cristo fue un sacrificio consumado con eficacia eterna, que jamás ha de ser repetido. Pero he leído los escritos de otros teólogos que describen dramáticamente como el Salvador muere una y otra vez que se dice la misa, cada vez que es ofrecido el sacramento. Un grupo insiste en que la muerte sacrificial de Cristo tuvo lugar una vez con eficacia perpetua. El otro enseña que se trata de un acto perpetuo, frecuentemente repetido. Si tu Cristo tiene que morir cada domingo (o sábado), entonces tienes que llegar a la conclusión de que su sacrificio fue eficaz sólo para una semana. Pero si Jesucristo llevó a cabo un acto eficaz, a solas, por Si mismo, entonces aquel acto es válido para todo el tiempo y la eternidad. Desde luego, hay una diferencia vital entre ambas posturas. ¿Qué es lo que enseñan las Escrituras? Nos enseñan que «también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3:18). Hecho una vez, el sacrificio eficaz nunca puede volver a ser repetido. La muerte y la resurrección de Cristo han resuelto la cuestión del pecado. Al creer las buenas nuevas, somos ahora perdonados y purificados. Purificados en nuestros pecados. Hay más buenas nuevas Pero nuestro perdón y purificación por el sacrificio de Jesucristo una sola vez para siempre es sólo una parte de las buenas nuevas. Jesús murió, pero resucitó de entre los muertos. Y después de su resurrección ascendió y se sentó a la diestra de la majestad en las alturas. En una era de moralidad en declive y de abierta rebelión contra Dios y contra su Ungido, podemos tener gran consolación en esta revelación de que una Presencia majestuosa y soberana reside en gloria. La Majestad sigue llenando el salón del trono del cielo. Los ángeles, arcángeles y serafines y querubines prosiguen con su alabanza celestial de «Santo, santo, santo, Señor Dios Omnipotente». No se trata de un concepto extremo de una secta marginal. Esto viene directamente de la Palabra de Dios: Cuando Jesús hubo «efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas». Jesús volvió a la posición que había ocupado a lo largo de las largas eras del pasado. Un ferviente obrero cristiano y serio estudioso de la Biblia, con quien había tenido correspondencia, se lamenta por el hecho de que nuestra predicación y enseñanza cristianas no identifican más claramente al Jesús resucitado y ascendido como hombre. Él ha preguntado a predicadores y a maestros cristianos, muchos de ellos bien conocidos: «¿Cree usted que Jesucristo, ahora a la diestra de Dios, es un hombre, u otra clase de ser?» Muy pocos de estos líderes cristianos creen que Jesús es ahora un hombre glorificado. Creen que Jesús era un hombre mientras estaba aquí en la tierra, pero tienden a creer que Él es ahora un espíritu. Después de la resurrección de Jesús de entre los muertos, se apareció a Sus discípulos. Invitó a Tomás a que sintiera las marcas de las heridas en Su carne. ¡Qué bendito significado tenemos en sus palabras a los atemorizados discípulos: «Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo»! (Lc. 24:39). Crean o no los hombres y las mujeres del mundo moderno en la exaltación del Hombre Cristo Jesús, nosotros los de la familia de Dios hemos oído Sus palabras y conocemos el testimonio del Nuevo Testamento: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís» (Hechos 2:32, 33). El apóstol Pablo le dijo a Timoteo: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos» (1 Timoteo 2:5). Esto debería ser contado como una gran victoria para los creyentes cristianos en nuestro tiempo. Jesús es un hombre y está entronizado a la diestra de Dios. ¡Esto está lleno de significado! Estamos unidos a Jesús No se dice que Jesús sea el Dios victorioso –Dios es siempre victorioso-. ¿Cómo podría el Dios soberano ser otra cosa más que victorioso? Más bien tomamos nuestra posición con aquellos primitivos creyentes cristianos que vieron a Jesús a un Hombre en los cielos. Él es un hombre victorioso, y si estamos en Él, también nosotros podemos ser victoriosos. Por medio del nuevo nacimiento, el milagro de la regeneración, hemos sido introducidos por la fe en el reino de Dios. Como cristianos, deberíamos reconocer que nuestra naturaleza ha sido unida a la naturaleza de Dios en el misterio de la encarnación. Jesús ha hecho todo lo posible por hacer que Su pueblo tardo en creer vea que tenemos el mismo puesto en el corazón de Dios que Él mismo tiene. Y Él lo hace no porque seamos dignos de ello, sino porque Él es digno y Él es el Cabeza de la iglesia. Él es el hombre representativo delante de Dios, representándonos a nosotros. Jesús es el hombre Modélico según el cual somos modelados en nuestra fe y comunión cristianas. Es por esto que Él no nos dejará solos. Él está decidido a que tengamos ojos de fe para ver a Dios en el reino de los cielos, ¡y a Él mismo –nuestro Hombre en la gloria-, sentado allí en victorioso control! Debemos tener presente, sin embargo, que la unión no es mediante la encarnación per se, Aunque esta fue un paso esencial para la redención y nuestra unión con Cristo. Fue mediante la encarnación que Cristo adquirió la capacidad de redimir. «Por cuanto los hijos han tenido en común una carne y una sangre, él también participó igualmente de lo mismo, para, por medio de la muerte, destruir el poder al que tenía el imperio de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 2:14, 15). Éste fue el motivo de la Encarnación. Pero que la unión con Cristo no tiene lugar en la Encarnación se ve por sus mismas palabras en Juan 12:24: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto.» Así nuestra unión con Él es precisamente como el Hombre glorificado en la gloria, identificados con Él en su muerte y habiendo recibido de Él la nueva vida en el poder de su resurrección. En lugar de estar identificados con el primer Adán, de la tierra, lo estamos con el segundo Adán, el Hombre del cielo (1 Corintios 15:47-49). (Nota del traductor.) CAPÍTULO 8 Jesús, El mantenedor de las promesas de Dios ¿Hay alguien entre nosotros, algún ser humano, que no haya experimentado el dolor y la frustración de una promesa no guardada? Más de una vez hemos oído una disculpa, una excusa, quizá una mentira transparente: «Lo siento. Pensé que podría hacerlo, pero veo que no es humanamente posible.» Este es el lenguaje y la experiencia de los seres humanos. Lo opuesto es nuestra experiencia cuando nos relacionamos con Dios. Todas las promesas de Dios son ciertas. Son tan fiables como Sui carácter. Aquí tenemos como el escritor de la carta a los Hebreos lo expresa: «Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. Y habiendo esperado así con paciencia, alcanzó la promesa.» (Hebreos 6:13-15). Tengo que confesar que en mi ministerio sigo repitiendo algunas de las cosas que conozco acerca de Dios y de sus fieles promesas. ¿Por qué insisto en que todos los cristianos debieran conocer por sí mismos la clase de Dios al que aman y sirven? Es debido a que todas las promesas de Dios reposan totalmente sobre su carácter. ¿Por qué insisto en que todos los cristianos deberían escudriñar las Escrituras y aprender tanto como puedan cerca de este Dios que trata con ellos? Se debe a que su fe sólo brotará de manera natural y gozosa al descubrir que nuestro Dios es digno de confianza y totalmente capaz para llevar a cabo todas las promesas que ha hecho. Dios es inmutable Esta palabra acerca de la total fidelidad de Dios es un mensaje vibrante y positivo de la carta a los Hebreos. Aquellos a los que fue primariamente escrita estaban siendo perseguidos. Estaban sufriendo. El enemigo de sus almas estaba activo plantando dudas acerca de los planes de Dios para ellos y de las promesas de Dios a ellos. Quizá Satanás estaba sembrando dudas acerca del mismo carácter de Dios que se había revelado a Sí mismo en un nuevo pacto de gracia, sellado con la sangre de Jesús, el Cordero de Dios. Dejad que comparta una conclusión a la que he llegado en mi estudio de las Escrituras. He llegado a creer que todas las promesas de Dios han sido hechas para asegurarnos a nosotros, débiles y mudables humanos, de la inagotable buena voluntad de Dios y de su interés para con nosotros. Lo que Dios es hoy, lo será mañana. ¡Y todo lo que Dios hace estará siempre en armonía con todo lo que Dios es! Nuestro Señor nunca tendrá que enviarnos un mensaje diciéndonos: «Hoy no me siento bien; por ello no trataré con vosotros en la misma forma en que traté con vosotros ayer.» Puede que hoy no te sientas físicamente bien. Pero ¿has aprendido a estar agradecido de todas maneras, y a regocijarte en las promesas de Dios? Las eternas bendiciones de Dios no dependen de cómo te sientas hoy. Si mi esperanza eterna reposara en cómo me siento físicamente, ¡más me valdría hacer las maletas e irme a otro lugar! Incluso sino me siento celestial, mis sentimientos en absoluto cambian mi esperanza y expectativa celestial. No osaré ligar ni una fracción de mi fe y esperanza a mis emociones del momento y a como me sienta hoy. Mi esperanza eterna depende del bienestar de Dios. De si el mismo Dios puede cumplir Sus promesas. Y acerca de esto no cabe duda alguna. Dios no juega con nuestras emociones Ahora que he tocado el tema de nuestras emociones humanas, debería añadir otra palabra. No sé lo familiarizado que estarás con los caminos de Dios y con las tiernas mociones de Su Espíritu. Pero te lo diré muy francamente: Dios no juega con nuestras emociones para llevarnos al punto de la decisión espiritual. La palabra de Dios, que es la verdad de Dios, y el Espíritu de Dios, se unen para suscitar nuestras más elevadas emociones. Debido a que Él es Dios y digno de nuestra alabanza, hallaremos la capacidad de alabarle y de glorificarle. Algunas técnicas religiosas y evangelísticas están dirigidas casi exclusivamente a las emociones de aquellos que oyen el llamamiento. Son unas convicciones inducidas psicológicamente, no dirigidas por el espíritu. No están relacionadas con los dulces y tiernos caminos del Dios de toda misericordia y gracia. Tengo que mostrar mi desacuerdo con el llamamiento religioso que supone que si alguien en la audiencia puede ser movido a derramar una lágrima, se ha hecho un santo. O que si un oyente hosco puede ser tocado emocionalmente hasta el punto de que tiene que sonarse la nariz estridentemente, todo estará bien con su alma. Os advierto que no hay relación alguna entre la manipulación humana de nuestras emociones, por una parte, y la confirmación de la verdad revelada de Dios en nuestro ser por medio del ministerio del Espíritu Santo, por la otra. Cuando en nuestra experiencia cristiana se excitan nuestras emociones, ello tiene que ser el resultado de lo que la verdad de Dios está haciendo por nosotros. Si no es así, no es una agitación religiosa verdadera. Jesús tiene la autoridad suprema A través de esta carta, el escritor no nos deja con ninguna duda acerca de la suprema autoridad de que Jesucristo, el hijo eterno, está investido. Antes, él afirma la tesis de esta carta: Por cuanto el mensaje acerca de Jesucristo es verdadero, tenemos que entregarnos de una manera plena y total. Las Sagradas Escrituras son así. La Biblia es franca, lógica y honrada. Ciertas cosas son verdad, dice la Biblia, y ahí están. Y por cuanto estas cosas son verdad, estas son vuestras obligaciones. Esta es la manera en que Dios ha considerado Justo obrar en su comunicación con los hombres y las mujeres de este planeta. En el pasado, los ha habido que han mirado lo que la Biblia tenía que decir, y han razonado así: «Sin argumentos. Cristo está investido de la suprema autoridad de Dios. Esto no deja lugar a que nos interesemos, ni razón para que nos perturbemos. ¡Todo está en manos de Dios!» Pero la Palabra de Dios afirma que no es así de sencillo. Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros con una voluntad libre. Él nos ha hecho capaces de escoger o de rechazar. Ignorar la autoridad que Dios ha dado a Su Hijo es en verdad una grave ofensa. Debido a Su amor para con nosotros. Dios ha tomado ya la iniciativa. Nos ha dejado sin lugar a las excusas humanas. Si Dio no puede interesarnos en sus propias cosas y en nuestras faltas, nada puede hacer por nosotros. Si Su gracia y misericordia no nos pueden mover, no puede salvarnos. Esto nos devuelve a nuestro punto de partida. Nuestra esperanza cristiana y las promesas de Dios todas reposan sobre el carácter mismo del Dios trino y uno. Somos creyentes del Nuevo Testamento. Somos salvos en base a los términos de un nuevo pacto. Aquel nuevo pacto esta basado en el amor y en la gracia de Aquel que nos creó y que luego dio su vida por nuestra redención. De su propia voluntad Dios ha dado una promesa y nos ha dado un pacto. Una persona cristiana es una cristiana y permanece cristiana por el vínculo entre las personas de la Deidad y ella misma. El salmo 89 expone este tema Observemos este tema en el salmo 89. En este salmo, el Espíritu Santo ha dictado un mensaje muy llano. Va mucho más allá de la referencia al rey David. Está, más bien, describiendo al mayor Hijo de David, a Jesús, el Hijo eterno y Señor de todo. La referencia es a la clase de pacto que un Dios fiel ha hecho con el pueblo de Su elección. Las declaraciones hechas por Dios a la progenie de David y al pueblo de David son casi incondicionales. Dios nos da promesas incondicionales a nuestra raza, pero las del salmo 89 son casi tan incondicionales como podemos jamás encontrarlas. El Espíritu Santo no está refiriéndose a un David terrenal que moriría. Está hablando de un Hijo, de quien dice: El me invocará: Mi padre eres tú, mi Dios y la roca de mi salvación. Yo también le nombraré mi primogénito, el más excelso de los príncipes de la tierra. Para siempre le conservaré mi misericordia, y mi pacto con él será estable. Este Hijo no puede ser otro que Jesús. Y el pacto estable que Dios hace con Él es nuestro. Nunca fallará porque es Dios quien ha prometido, y Dios en quien podemos confiar. Espero que lo que hemos estado repasando aquí esté claro. Una promesa –cualquier promesa- no es nada por sí misma. El valor de la promesa depende del carácter de quien lo hace. Conocemos demasiado bien la historia de los hombres y mujeres. Hacen promesas y pactos, pero muchas veces estas promesas y estos pactos son quebrantados. No son guardados. Por que fallan los pactos Hay varias razones por las que los pactos humanos no son guardados. A veces la persona que hace un pacto no tiene la intención de guardarlo. Fracasa debido a la duplicidad de la persona que prometió. En otros casos, los pactos fallan por ignorancia. Una persona hace una promesa en base a sus expectativas. Pero las cosas van mal – físicamente, financieramente, intelectualmente-. Él o ella se ve incapaz de cumplir la obligación en que ha incurrido. En otros casos aún los pactos fracasan porque los seres humanos son mudables. Alguien promete, pero luego cambia de opinión. Rehúsa vivir en conformidad a los términos del pacto que celebró. Los pactos fallan a veces porque los que hicieron las promesas mueren. La mortalidad humana hace que los pactos sean invalidados. Los hombres y las mujeres son bien conscientes de sus fracasos y fragilidad. Conocen sus debilidades, su duplicidad, su tendencia a ser menos que honrados. Por ello añaden un juramento a su pacto, una apelación a Alguien mayor que ellos mismos: «¡Que Dios me ayude!» Siempre he considerado algo irónico que hombres pecadores que no pueden fiarse los unos de los otros invoquen a Dios o la Santa Biblia como testigos de que un ser pecador no va a decir una mentira. Sospecho que el infierno se ríe siempre que una persona en uno de nuestros tribunales promete delante de Dios que él o ella va a decir «la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad». Con todo esto de entrada, dejad que os dé mi teoría. Creo que Dios se acomodó y adoptó nuestra manera de hacer las cosas. Cuando, durante la época de Abraham, hizo una promesa de salva a Su pueblo, Dios tomó juramento para confirmar el pacto. Y por cuanto no podía invocar a nadie más grande que Él ¡Juró por Sí mismo! Y así ha jurado nuestro fiel Dios por todos los que serán herederos de la promesa. ¿No vamos a confiar en Él? ¿Vamos a confiar en Dios? ¿Vamos a encomendar a Él todo nuestro futuro? ¿Qué más certidumbre necesitamos que el carácter del mismo Dios? Es la propia Persona eterna de Dios y Su fiel carácter lo que nos dice que nuestra salvación está asegurada por medio de la sangre de Jesucristo, nuestro Salvador. Es por cuanto Dios es quien es que podemos confiar en Él y tener la certidumbre de que Su pacto jamás cambiará. ¡Cuán compensador es poder proclamar algo así! Nuestro perdón, nuestra esperanza de salvación, nuestra confianza en la vida venidera, reposan en el amor y la fidelidad inmutables de Dios. Tengo que confesar en nombre de todos nosotros los humanos que no somos tan sabios como Dios. Por ejemplo hay hombres y mujeres que siempre están deseando que alguien pudiera predecirles su futuro. Nadie puede hacerlo con precisión. Además, frecuentemente dejamos de vivir en conformidad a nuestras promesas. Pero con Dios no hay tales fallos. Él sabe todo lo que puede ser sabido. Él es perfecto en sabiduría. Dios nunca tiene que excusarse con un «Bueno, mis intenciones eran buenas, pero fallé.» Su capacidad de cumplir Sus promesas está ligada a Su Omnipotencia. Si Dios no fuera omnipotente, sería incapaz de guardar Sus promesas. Él no podría darnos ninguna certidumbre de salvación. Este atributo de Dios que llamamos omnipotencia no significa realmente que Dios pueda hacer cualquier cosa. Significa que Él es el único ser que puede hacer todo lo que quiera hacer. Comprendemos hasta cierto punto que Dios es perfecto en amor y sabiduría, en santidad y fortaleza. Sin embargo, nos es imposible abarcar lo que el Señor Dios significa cunado dice: «Yo soy el Dios santo». No obstante, podemos llegar a comprender que «santo» es la manera de ser de Dios, y que Él ha hecho de la santidad la condición moral necesaria para la salud de todo Su universo. Debido que la santidad es el ser de Dios, Él no puede mentir. Por cuanto Él es Dios, Él no puede violar la santa naturaleza de Su ser. Dios no quiere mentir. Él no quiere engañar. Él no quiere confundir. Él no quiere ser falso a Su propio y querido pueblo. O, para expresarlo positivamente, en la misma perfección de Su carácter, Dios quiere ser fiel a Sus hijos. Por cuanto Él es perfecto y Santo. Sus hijos creyentes están a salvo. Sabiendo de manera confiada que el Señor Dios omnipotente reina, y sabiendo que Él es poderoso para hacer todo lo que quiere, no tengo más dudas. Estoy sostenido a salvo en los brazos de Dios todopoderoso. No hay ninguna manera mejor para concluir estas consideraciones que en la definición de este Dios omnipotente que se da en Hebreos: Por lo cual queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su designio, interpuso juramento; para que por medio de dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta tengamos un fuerte consuelo los que nos hemos refugiado para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (Hebreos 6:1720). Estamos en medio de la tormenta de la vida. Los santos creyentes en Dios están a bordo de la nave. Alguien mira al horizonte y advierte: «¡Estamos directamente en el camino de un tifón! ¡Ya podemos darnos por muertos! ¡Vamos a ser echados contra las rocas y seremos hechos añicos!» Pero con tranquilidad alguien dice: «Mira abajo, mira abajo, ¡está el ancla echada!» Miramos pero la profundidad es demasiado grande. No podemos ver el ancla. Pero el ancla está ahí. Se aferra a la roca inamovible y se mantiene en ella. Así, la nave sobrevive a la tempestad. El Espíritu Santo nos ha asegurado que tenemos un Ancla, firme y segura, que guarda el alma. Jesús –el Salvador, Redentor y nuestro gran Sumo Sacerdote- es esta Ancla. Él es quien ha entrado delante de nosotros. Él ya ha entrado en el puerto sereno y tranquilo, el santuario interior detrás del velo. Allí donde está Jesús ahora, allí estaremos, para siempre. El Espíritu nos dice: «Persistid en creer. Seguid la santidad. Mostrar diligencia y mantened la plena certidumbre de la fe y de la paciencia heredan lo que les ha sido prometido.» «¡Él es fiel!» CAPÍTULO 9 Jesús, como Melquisedec Nunca estuvo en la mente de Dios que un sacerdocio privilegiado, compuesto de hombres pecadores e imperfectos intentara, tras la muerte y triunfante resurrección de nuestro Señor Jesucristo, reparar el velo y seguir con su oficio de mediación entre Dios y los hombres. La carta a los Hebreos pone esto muy en claro. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, el sacerdocio levítico, que había servido a Israel bajo el Viejo Pacto, vino a estar de más. El mejor plan par un Sumo Sacerdote eterno y un mediador exento de pecado queda también claramente expuesto en la carta a los Hebreos. Jesús, glorificado a la diestra de la Majestad en las alturas, es ahora nuestro Sumo Sacerdote para siempre. Su sacerdocio no es según el orden de Aarón y de Leví, sino según el permanente sacerdocio de Melquisedec. Estos son los puntos destacados del mensaje en Hebreos acerca del mejor pacto, del mejor sacerdocio y de la mejor esperanza que reposan sobre la obra acabada de Jesucristo por la humanidad perdida. Leemos: Jesús [fue] hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec… Porque cambiado el sacerdocio, necesariamente ocurre también cambio de ley… Pues, por un lado, queda abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e inutilidad (pues la ley no llevó nada a la perfección), y por otro lado, se introduce una mejor esperanza, mediante la cual nos acercamos a Dios… Si aquel primero (pacto) hubiera sido sin defecto, no se hubiera procurado lugar para el segundo (Hebreos 6:20; 7:12, 18, 19; 8:7). El misterioso Melquisedec Mucho antes del tiempo de Moisés y de Aarón y de los hijos de Leví, el registro del Génesis observa la aparición de una personalidad misterios pero impresionante: Melquisedec. Melquisedec era rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo. Cuando Abraham regresó de rescatar a Lot, su sobrino, fue saludado y bendecido por Melquisedec. Y Abraham dio a Melquisedec el diezmo de todos los bienes que había recuperado. La aparición de Melquisedec en Génesis es breve y sin explicación en la historia del Antiguo Testamento. El escritor de Hebreos nos da más información. Cuando observa que Melquisedec era «sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio ni fin de días» (Hebreos 7:3), el escritor afirma simplemente que Melquisedec no tenía «árbol genealógico», carecía de registros familiares mediante los que se pudieran seguir sus orígenes. En resumen, que no sabemos de donde venía. Melquisedec no vuelve a ser mencionado hasta el salmo 110. Aquí se le menciona como el tipo de un sacerdote eterno de Dios que aparecería en el desarrollo nacional de Israel. Los judíos eran muy meticulosos acerca de las genealogías. Cada hijo e hija de Israel podía seguir su linaje hasta Abraham. Está bien claro que en posteriores generaciones de Israel no supieron como tratar con las referencias a Melquisedec, un sacerdote cuyo linaje no podían seguir. La razón de que todos los judíos guardaran tan celosamente su linaje, preservando los registros en tabletas permanentes, estaba relacionada con su esperanza en la venida del Mesías. Conocían las profecías. Cuando llegara el Mesías, tendría que demostrar Su linaje desde Abraham a través del Rey David, y luego hasta sus propios padres. En su Evangelio en el Nuevo Testamento, Mateo se ajustó a la costumbre judía, presentando a sus lectores un registro completo de la genealogía de Jesucristo. Comienza con Abraham, Isaac y Jacob, lleva la línea a través de David y de Salomón hasta otro Jacob, terminando con «José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mateo 1:16). La última esperanza de Israel En vista de la importancia dada a los registros de linaje judíos, es significativo que todos aquellos registros tan cuidadosamente preservados se perdieron en la destrucción de Jerusalén bajo los romanos el 70 d. C. Así lo creen los historiadores. Jesús había venido como Redentor y Mesías. Israel le rechazó, crucificándole en la Cruz. Pero no podía haber otro. Nadie podría dar la prueba necesaria de su descendencia de Abraham y de David. Jesús, el resucitado y ascendido Hijo de Dios, era la última esperanza de Israel. Al entrar a considerar las cosas que se enseñan en esta sección de Hebreos, tenemos que estar dispuestos a reflexionar. Vivimos en una generación que lo quiere todo condensado y predigerido. Pero aquí tenemos que hacer algo de reflexión. Y, al final, el entendimiento que alcancemos habrá valido la pena. En esta parte de su carta, el escritor se dedica a explicar muy claramente tres cosas a los angustiados cristianos hebreos de su tiempo. Primero, les declara que Dios no había establecido la Ley Mosaica y el sacerdocio levítico como instituciones permanentes y perfectas. En segundo lugar, les explica llanamente que el Hijo eterno y sin pecado vino para asegurar a los creyentes acerca de Su superior y permanente sacerdocio, confirmado por Su glorificación a la diestra de Dios. Tercero quiere que sus lectores sepan que el plan de salvación para hombres y mujeres en pecado no reposa sobre ofrendas terrenales hechas por sacerdotes levíticos, sino sobre el sacrificio eterno y la mediación sumo sacerdotal de Jesús, el Hijo eterno, que estuvo también dispuesto a ser el Cordero de Dios en sacrificio. Las comparaciones hechas en esta carta indican que las provisiones de la ley mosaica del Antiguo Testamento y el sistema del sacerdocio levítico quedó eliminado, también con ello la ley de Moisés quedó abrogada. El sumario del escritor queda claro: «Queda abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e inutilidad (pues la ley no llevó nada a la perfección), y por otro lado, se introduce una mejor esperanza, mediante la cual nos acercamos a Dios.» Somos libres en Cristo Jesús ¿Qué significa todo esto para nosotros en nuestras vidas cristianas, en nuestra fe cristiana? Gracias sean dadas a Dios, significa que no tenemos que encontrarnos a la sombra de aquellas leyes dadas por medio de Moisés. No nos encontramos bajo la sombra de las imperfecciones del sacerdocio judío y mediación del Antiguo Testamento. En lugar de esto, nos hallamos en la luz y autoridad de Jesucristo. Él es superior a todos los sacerdotes del Antiguo Testamento. Él ha cumplido la ley – abrogado, si se quiere- mediante la institución de un nuevo pacto basado en un sacrificio superior. Este nuevo pacto, sellado en la sangre de Jesús, nuestro Salvador y Mediador, introduce para nosotros una gran libertad espiritual. Deberíamos regocijarnos a diario. Nadie puede echar sobre nosotros la carga de la vieja ley, una ley que Israel fue incapaz de cumplir. En su carta a las iglesias en Galacia, Pablo trató con este mismo problema. Afirma el principio de la gracia y justicia de Dios por medio de la fe con un efecto elocuente. Condena a los que seguían a los cristianos de Galacia con el propósito de hacerlos judíos. «Estad, pues, firmes», dice él, «y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud… De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído» (Gálatas 5:1, 4). ¡Los que somos creyentes cristianos deberíamos agradecer a Dios de continuo por nuestras garantías en el Nuevo Testamento de vida espiritual y de libertad en Cristo! Nuestro sacrificio es el mismo Cordero de Dios, que pudo y estuvo dispuesto a ofrecerse a Sí mismo para quitar el pecado del mundo. Nuestro altar no es el altar en la vieja Jerusalén. Nuestro altar es el Calvario, donde Jesús se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios por medio del Espíritu eterno. Nuestro Lugar Santísimo no es aquella sección de un templo hecho con manos, oculto tras un velo protector. Nuestro Lugar Santísimo está en el cielo donde el exaltado Jesús se sienta a la diestra de la Majestad en las alturas. Nota las comparaciones Nota las comparaciones de los dos sacerdocios. En el Antiguo Testamento, cada sacerdote que servía sabía que finalmente se retiraría y moriría. Cada sacerdote era temporal. Pero en nuestro Señor Jesucristo tenemos un Sumo Sacerdote eterno. Él ha explorado y conquistado la muerte. Él no vuelve a morir. ¡Él seguirá siendo sacerdote para siempre, y jamás cambiará! Es por esta misma razón –nos asegura el escritor- que Jesús «puede también salvar completamente a los que por medio de él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25). Antes de pasar al tema de la abrogación de la mediación sacerdotal del Antiguo Testamento, quiero mencionar el acontecimiento extraño y anómalo que tuvo lugar dentro del Templo de Jerusalén, al dar Jesús su vida en la cruz. Al «entregar al espíritu» (Jn. 19:30) fuera de Jerusalén, el mismo dedo del Dios Omnipotente entró en el lugar Santísimo del Templo, rasgando, dividiendo, partiendo el pesado velo colgante. Aquel antiguo velo no era simplemente una cortina. Era un tejido especial –un velo tan espeso y pesado que se precisaba de varios hombres para correrlo-. Al morir Jesús, el dedo de Dios rasgó aquél velo que había albergado la presencia terrenal del Dios invisible. Así Dios estaba indicando el comienzo del nuevo pacto y una nueva relación entre la humanidad y Él mismo. Estaba demostrando el desvanecimiento del viejo orden y la transferencia de la autoridad, eficacia y mediación al nuevo orden. El sacerdocio, los sacerdotes, los viejos pactos los altares, los sacrificios –todo lo que había estado involucrado en el sistema legal del Antiguo Testamento- fueron abrogados. Dios lo había eliminado como inútil, ineficaz, sin autoridad. En su lugar puso un nuevo Sacrificio, el Cordero de Dios, el Hijo eterno, Jesucristo. Dios instituyó también un nuevo y eficaz altar, éste el eterno en los cielos, donde vive Jesús para interceder por los hijos creyentes de Dios. La inútil reparación Cuando el velo del Templo fue rasgado de arriba abajo, la tradición dice que los sacerdotes levíticos decidieron reparar aquella partición durante tanto tiempo sagrada. Y lo hicieron. Lo cosieron lo mejor que pudieron. No comprendiendo que Dios había decretado un nuevo orden, asumieron la postura terrenal tratando de continuar con el viejo sistema de sacrificios. Espero que no se me acuse de antisemitismo si cito algunas verdades bíblicas que todavía los judíos no saben por qué adoran. Los evangélicos no sentimos simpatía alguna para los que odian a los judíos a los judíos. En nuestro entendimiento de las Escrituras y del gran plan de Dios reconocemos la valía de nuestros amigos judíos. Estamos interesados en su bienestar en un mundo hostil. Además, creemos intensamente en la futura gloria de Israel. Creemos que cuando el Mesías de Dios regrese, Israel volverá a ministrar en fe y adorará en su propia tierra. Creemos en un día aún futuro en el que un Israel renacido resplandecerá. La Palabra de la justicia de Dios saldrá de Sión, y la Palabra de Dios de Jerusalén. Pero por ahora está ausente la vida real y palpitante de la fe judía. No hay altar. No hay gloria y Presencia de la Shekiná. No hay sacrificio eficaz para el pecado. No hay sacerdocio mediador ni Lugar Santísimo en el que entrar a favor de su pueblo. Todo se ha ido eliminado como inútil, impotente, sin más autoridad. En su lugar, Dios ha instituido y aceptado un nuevo sacrificio: el Cordero de Dios, el Hijo eterno. Él ha confirmado un nuevo y eficaz altar, el eterno en los cielos, donde Jesús vive para siempre para interceder por los creyentes hijos de Dios. Él ha designado y aceptado a un nuevo Sumo Sacerdote, a Jesús, el Hijo eterno, sentándole a Su diestra. Jesús vive eternamente Todo lo que he estado diciendo puede parecer complicado y difícil. Esto sí que lo comprendemos: ¡Jesús nuestro Señor, el Cristo de Dios y nuestro Salvador, vive para siempre jamás! Así como Dios trasciende el tiempo y las edades, así también Jesucristo. ¡Y Jesús vive para interceder por nosotros! Su interés eterno es ser nuestra seguridad. Cantamos acerca de ello con fe y gozo: «Delante del trono está mi garantía; / Mi nombre escrito en Sus manos está.» Y luego seguimos con el resto de estas conmovedoras palabras de visión y corazón de Charles Wesley: A Él el Padre le oye orar, Su amado Hijo Ungido; De Si Él no apartará De Su Hijo la presencia. Su Espíritu a la sangre responde Y me dice que nacido soy de Dios. Es la continua intercesión de Cristo que nos hace posible decirnos unos a otros que creemos en la seguridad de los santos de Dios. Creemos que hay un lugar de seguridad, no debido a que se dé un punto técnico que Juan Calvino haya expuesto, sino debido a la intersección sumosacerdotal del Eterno que no puede morir. Día y noche ofrece Él nuestros nombres delante del Padre en el cielo. No importa cuán débiles seamos, somos guardados porque Jesucristo es nuestro eterno Sumo Sacerdote en los cielos. ¡Cuán diferente es nuestra visión de Jesucristo de la que tenían los que le dieron muerte, diciendo: «Se acabó con él»! Nuestra visión es de Sumo Sacerdote resucitado, victorioso, todopoderoso y omnisciente. Quieta y triunfantemente Él alega la dignidad y el valor de Su propia vida y sangre para la preservación y victoria de los hijos creyentes de Dios. Sólo considera, si quieres, las implicaciones llena de gracia de la garantía de Dios. Él declara en Su Palabra que Jesús es nuestro Salvador y Mediador, «por lo cual puede también salvar completamente a los que por Él se acercan a Dios». La Versión de Moderna dice «puede salvar hasta lo sumo…» Ha habido predicadores que han cambiado la preposición hasta haciéndola de. Predicaban una salvación poniendo el énfasis en aquello de lo que el pecador es salvado. ¡Me siento en total desacuerdo con este énfasis! Nuestro Señor ha hecho una invitación que no excluye a nadie. «Todo aquel que» es tan amplio como la raza humana. No creo que Dios se interese acerca de cuál fue nuestro punto de partida. Está preocupado acerca de adónde vamos. La decisión que hemos tomado de ir a donde vamos –a estar para siempre con Dios- es lo que le complace y lo que hace que los ángeles tengan gozo. Algunos obreros cristianos han hecho toda una carrera de dedicarse a los aspectos negativos de la vida humana pecaminosa -«desde lo sumo»-: «¡Dejaos que os cuente qué clase de borracho irremediable era yo!» «¡Asistid a los servicios y permitid que comparta con vosotros lo que es un ser drogadicto sin esperanza!» «¡Venid, y os contaré el terrible y trágico tiempo de mi pasado cuando era un ser abyecto, entregados a los malos tratos a mi mujer!» Es algo maravilloso lo que Dios hace por nosotros en Su misericordia y amor cuando somos perdonados, regenerados y convertidos. ¡Es en verdad un nuevo nacimiento! Dios nos salva de lo que éramos, fuera lo que fuera. Pero Él espera que pasemos el restote nuestra vida alabándole, proclamando las maravillas de Cristo y de Su salvación. Él quiere que extendamos las buenas nuevas del gran y eterno futuro que Él ha planeado para nosotros. Quiere que les contemos a otros acerca de la morada eterna donde prepara lugar para todos los que le aman y obedecen. Un testimonio personal Es justo que cierre este capítulo con una palabra de testimonio. Espero que sea de ayuda. Vine a Cristo y fui convertido a los 17 años. Mi testimonio era de lo más banal que pudiera ser. Nunca había estado en la cárcel. No empleé tabaco en ninguna forma. No sabía nada acerca del empleo de drogas. Nunca había probado ningún tipo de bebida fuerte. Nunca había dejado a mi mujer. ¡No me había casado! Si me hubieras visto entonces, quizá no lo habrías creído, pero para el tiempo en que el Señor me halló, yo era un joven sano, con las mejillas sonrosadas. Los había que me consideraban de buen ver. Había personas vecinas que decían: «Aíden es un buen mozo!» Si hubiera tenido que ponerme en pie y contarle a la gente de que había sido salvado, a los ojos del mundo curioso mi testimonio no habría valido dos líneas de imprenta. Pero era pecador a los ojos de Dios, y he hallado que Él es fiel. Aquello a lo que fui salvado es mucho más importante que aquello de lo que fui salvado. He pasado una vida de contar y volver a contar a todos a mi alrededor la bondad, gentileza, misericordia y gracia de Dios. Él me ha salvado hasta lo sumo. Él garantiza una eternidad de comunión y regocijo con nuestro Señor Jesucristo y la familia redimida de Dios. Si tienes dudas o vacilaciones, sólo te puedo decir: No cometas el error de tratar de equiparar tu tiempo en la tierra con la eternidad que es tu futuro sin fin. No importa quien seas, todo tu pasado es tiempo; tu futuro es eternidad. Sobre Cristo la sólida roca estás. Todo otro fundamento arena movediza es. CAPÍTULO 10 Jesús, un Rostro de un Dios Una persona no puede ser cristiana y negar que el Dios vivo se ha revelado a nuestra raza pecadora como el Padre soberano, el Hijo eterno y el fiel Espíritu. Pero algunos cristianos profesantes están tan egoístamente intrigados por sus propias expresiones de «seguir a Jesús» que parecen no estar conscientes de que sus vidas dependen a diario de la prometida ministración del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Para estos –y, en realidad, para todos los que estamos en la fe cristiana- el escritor de la carta a los Hebreos ha expuesto una verdad constreñidora y reveladora: «Cristo… mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (Hebreos 9:14). La salvación involucra a toda la Trinidad ¿Con cuánta eficacia enseñamos esto a nuestros «bebés en Cristo», tan propensos a decir: «Me gusta lo que sé acerca de Jesús, desde luego, no me es necesario ir más allá de esto»? Nuestra mejor respuesta, es una sencilla declaración de doctrina cristiana: La Biblia pone en claro que la redención de nuestra perdida raza fue llevada a cabo por parte de la entera Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. No podemos exagerar la significación plena de esta declaración en términos de nuestra redención y de la obra expiatoria de Dios. Asimismo, no hay base para que un creyente reflexivo y agradecido niegue que su salvación fue obrada por la misma eterna Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Éste es todo el énfasis de Hebreos 9:14. Y esto es lo que también yo quiero enfatizar. Ninguno de nosotros puede agradar a Dios de verdad si no estamos dispuestos a ser bien enseñados en Su Palabra. Quiero estar seguro de que sabemos que significa estar bien enseñados en la Palabra. No se refiere a estar bien enseñados en religión. Más bien es estar bien enseñado en los conceptos básicos necesarios para la fe cristiana. Uno de estos conceptos básicos es la insistencia en que el logro culminante de la revelación del Nuevo Testamento es la implantación dentro del creyente de una fuerza que le impele a actuar con rectitud. Dios ha prometido esto como confirmación de que Él puede purificar la conciencia humana de obras religiosas muertas, liberando al creyente para servir al Dios viviente en gozo y victoria, sean cuales sean sus circunstancias en la vida. El escritor no estaba sugiriendo que estos antiguos cristianos hebreos, en un tiempo de crisis se aferraran a formas religiosas o dependieran de prácticas religiosas. Destacó su necesidad de comprender lo que Dios había hecho por ellos en Nuevo Pacto centrado en Jesucristo, el Salvador y Mesías. ¡Qué es más importante? Me acuerdo que aun santo anciano le preguntaron: «¿Qué es más importante, leer la Palabra de Dios u orar?» A lo que él contestó: «¿Qué ala es más importante para un pájaro la derecha o la izquierda» El escritor a los Hebreos les decía a sus lectores, y nos está diciendo a nosotros, que los cristianos deben creer todo lo que se debe creer. Deben hacer todo lo que la Palabra les manda hacer. ¡Estas dos alas llevan al cristiano a Dios! Siento la existencia de un espíritu de independencia, si no de rebelión, en el creyente que dice: «No me voy a preocupar con las doctrinas y las enseñanzas. ¡Me voy a relajar y a gozar con Jesús!» Es el camino de la mínima resistencia. Aunque no quiero reprender a nadie en este momento, es ahí que muchos cristianos necesitan un apropiado aliento y ejemplo piadoso. Dios nos ha dado a propósito una capacidad mental con amplios alcances humanos. Más allá de esto, si somos creyentes regenerados y justificados, Él n os ha dado una capacidad espiritual enteramente nueva. Dios quiere que creamos, que pensemos, que meditemos y que consideremos Su Palabra. Él ha prometido que el Espíritu Santo está dispuesto a enseñarnos. Él nos ha dado certidumbre acerca de todas nuestras bendiciones en Jesucristo. Hebreos 9:14 nos informa de que Cristo, que es Dios Hijo, por medio del divino Espíritu, se ofreció a Sí mismo a Dios, el Padre celestial. Así tenemos en el acto de la redención la implicación de la Trinidad, de la Deidad. Mantengamos en mente que las personas de la Deidad no pueden cumplir por separado sus ministerios. Podemos pensar en ellas de manera separada. Los antiguos padres de la iglesia reconocieron esta integridad del ser de Dios. Dijeron que no debemos dividir la sustancia de la Trinidad, aunque reconoce las tres personas. No hay contradicción Los críticos han declarado frecuentemente que la Biblia se contradice en lo que respecta a la Trinidad. Por ejemplo. Génesis habla de que Dios creó lo0s cielos y la tierra. El Nuevo Testamento declara que el Verbo –Dios Hijo- creó todas las cosas. Y otras referencias hablan de la obra del Espíritu en la creación. Éstas no son contradicciones. Padre, Hijo y Espíritu Santo obraron juntamente en los milagros de la creación, así como obraron juntamente en la planificación y ejecución de la redención humana. El Padre, el Hijo y Espíritu Santo son consustanciales –volviendo otra vez a la declaración de los primeros padres de la iglesia-. Son una en sustancia y no pueden ser separados. Cuando Jesús iba a iniciar Su ministerio terrenal, fue a Juan al Río Jordán para ser bautizado. El registro habla de la implicación de la Trinidad. Mientras Jesús estaba en la ribera del río justo después de Su bautismo, el Espíritu Santo descendió como paloma sobre Él, y la voz de Dios Padre se oyó desde el cielo diciendo: «Éste es mi Hijo el Amado.» Unas referencias similares nos recuerdan la implicación de la Trinidad en la gloria de la resurrección de Cristo. Durante Su ministerio, Jesús habló de la muerte que le esperaba. «Destruid este templo», dijo Jesús, haciendo referencia a Su cuerpo, «y en tres días lo levantaré». Jesús declaró también que el Padre le levantaría al tercer día. Estamos acostumbrados a decir que el Padre levantó a Jesús de los muertos. Pero en Romanos 1 leemos que el Espíritu de Dios declaró a Jesús como Hijo de Dios con poder «por su resurrección de entre los muertos». A través del registro bíblico tenemos los ejemplos constantes de las personas de la Deidad, la Trinidad, obrando juntas en perfecta armonía. Me regocijo en las seguridades escriturales de los ministerios de la Santa Trinidad. Pero sé que hay muchos que confiesan tener problemas con el concepto de la Trinidad y la enseñanza acerca de ella. Si queremos asirnos a esta verdad y apreciarla, necesitaremos diligencia por nuestra parte. Puede que tengamos que «arrancar las malas hierbas» a fin de que la verdad tenga buena tierra en la que crecer y madurar. Probablemente todos nos hemos preguntado en una ocasión u otra por qué nuestros huertos no producen tomates rojos y maíz amarillo y judías verdes sin un gran cuidado y cultivo de nuestra parte. Dejados a sí mismos, nuestros huertos darán sus propias cosechas de yerbajos, cardos y espinos. Esto lo harán sin ayuda de nadie. ¿Por qué? Porque el mundo ha estado del revés desde la caída de Adán: «Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de Ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá… Con el sudor de tu rostro comerás el pan…» (Génesis 3:17, 18). Una verdad evidente por sí misma Estamos llenos de gratitud a Dios por la revelación histórica de Génesis 3. Adán y Eva cayeron de su primer estado de inocencia y amistad con Dios, pecando al transgredir la Palabra de su Dios. Ésta es una declaración factual. Pero incluso sin el registro inspirado, sabemos que la progenie de estos primeros padres son pecadores. Ésta es una verdad evidente por sí misma. Las noticias que salen en nuestro diario en la mañana son una nueva prueba de ello. Por todas partes hay odio. La codicia nos rodea. El orgullo, la arrogancia y la violencia gobiernan nuestra raza. El resultado de ello es asesinatos, guerras y una larga lista de ofensas continuas unos contra otros y contra Dios. Las Escrituras nos dan toda la historia. No sólo hemos pecado, sino que nuestra revuelta moral nos ha alejado de Dios. A algunos les sigue gustando protestar en contra del derecho de Dios de excluir al transgresor para siempre de Su presencia. Insisten en formar y mantener sus propias ideas humanistas acerca de Dios. Por esta razón digo yo: ¡arranquemos algunos de estos yerbajos! En primer lugar tenemos la vieja idea de que Jesucristo, el Hijo, difiere de Dios el Padre. Los hay que conciben a Cristo como un Jesús amante de nuestra parte, mientras que un airado Dios Padre está en contra de nosotros. Nunca, nunca en toda la historia ha habido verdad alguna en este concepto. Cristo, siendo Dios, es por nosotros. El Padre, siendo Dios es por nosotros. El Espíritu Santo, siendo Dios es por nosotros. Este es uno de los más magnos pensamientos que jamás podemos llegar a esperar pensar. Por esto es que el Hijo vino a morir por nosotros. Por esto es que el Hijo vino a morir por nosotros. Por esto es que el Hijo resucitado, nuestro gran Sumo Sacerdote, está a la diestra de la majestad en las alturas, orando por nosotros. Cristo es allí nuestro abogado. El Espíritu Santo morando en nuestros corazones, es el abogado dentro de nosotros. No hay desacuerdo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu acerca de la iglesia, el cuerpo de Cristo. Tengo que confesar que después de ser creyente necesité un cierto tiempo para vencer el sentimiento de que el Nuevo Testamento era un libro de amor y el Antiguo Testamento un libro de Juicio. He dedicado a esta proposición mucho tiempo de estudio, y puedo daros un informe. ¡Deberíais saber que hay tres menciones de misericordia en el Antiguo Testamento! Encuentro que también hay tanto registrado en el Antiguo Testamento acerca de la gracia y fidelidad de Dios como en el Nuevo. Vayamos a Noé y encontraremos claro el relato: «Noé halló gracia ante los ojos de Jehová» (Génesis 6:8). El favor, o la gracia, es una cualidad del Antiguo Testamento. «Misericordiosos y clemente es Jehová; lento para la ira, y grande en misericordia» (Salmo 103:8). Por otra parte, el juicio es una característica del Nuevo Testamento. Lee las palabras de Jesús en los Evangelios. Lee las advertencias de Pedro. Lee la carta de Judas. Lee Apocalipsis. En el Nuevo Testamento aprendemos acerca de los terribles juicios que Dios tiene la intención de arrojar sobre el mundo. Dios no cambia ¿Por qué menciono estas cosas? Porque Dios es un Dios de juicio, pero es también un Dios de Gracia. Dios es siempre el mismo. Él nunca cambiará ni vacilará. Y cunado digo Dios me refiero a la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sospecho que muchos predicadores y evangelistas han dejado en nuestras iglesias la falsa impresión de que Cristo ganó a Dios a nuestro favor al morir por nosotros. Se nos ha alentado a considerar al Padre como el Dios airado de pie con la maza de la venganza, a punto de destruir a la humanidad pecadora. Pero de repente Jesús se lanza al rescate y recibe el golpe, permitiéndonos escapar. Esto puede ser bueno a guisa de drama, pero ¡es mala teología! La verdad es como sigue. El adre en el cielo amó de tal manera al mundo que dio a su Hijo unigénito. Fue el amor del Padre el que envió al Hijo al mundo para morir por la humanidad. El Padre y el Hijo y el Espíritu estaban en perfecto acuerdo en que el Hijo eterno muriera por los pecados del mundo. No erraremos al creer –y proclamar- que en tanto que el Hijo de María, Jesús, moría a solas, terriblemente a solas, en aquella cruz, el amante corazón del Dios Padre estaba tan profundamente apenado con padecimiento como el corazón del santo Hijo que moría. Tenemos que pedirle a nuestro Señor que nos ayude a comprender que significó para la Trinidad que el Hijo muriera solo en la cruz. Cuando el santo Padre tuvo que ocultar Su rostro del Hijo muriendo por necesidad de la justicia divina, creo que el dolor del Padre fue tan grande como el sufrimiento del Salvador al llevar nuestros pecados sobre Su cuerpo. Cuando el soldado traspasó el costado de Jesús con aquella lanza romana, creo que se sintió en el cielo. Hay otro concepto erróneo que ha sido enseñado a través de los años. Se nos ha enseñado que sólo una persona de la Trinidad tuvo parte en el plan de la redención. Pero Hebreos 9:14 nos enseña que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo participaron todos. El Padre recibió la ofrenda del Hijo por el Espíritu Santo. ¿Y cuál fue la ofrenda? Fue el intachable e impecable Hijo, ofrecido como el Cordero de Dios, sin mancha y sin contaminación. El precio de la redención fue pagada por el Hijo al Padre por el Espíritu. La aplicación personal Tiene que haber una aplicación personal de estas verdades. La redención ha venido a la humanidad desde el corazón de Dios a través de Su Hijo por el Espíritu. Pero la salvación, para ser eficaz, tiene que ser apropiada y confesada. La redención es una cosa objetiva. Es algo fuera de nosotros. La redención es algo que tuvo lugar en una cruz, pero ¡la salvación es algo que tiene lugar y viene a ser conocido dentro de nosotros! La salvación es la redención apropiada por la fe. Las tres personas de la Deidad siguen llamando a los perdidos a la salvación. En los Evangelios, leemos que Jesús comía y hablaba con los pecadores. Él sabía que estaba allí. No aprobaba la maldad de ellos. Estaba allí porque era Su naturaleza ofrecer ayuda, perdón y salvación. Sus críticos y enemigos le vieron allí, y le preguntaron: «¿Qué clase de persona religiosa eres tú? ¿Cómo puedes hablar y comer con pecadores?» Nuestro Señor tenía una respuesta. Les contó tres historias, que son realmente una sola. Jesús les habló de 99 ovejas en el redil, y de la búsqueda por parte del pastor de una que estaba perdida. El pastor no iba a descansar hasta que hubiera encontrado la oveja perdida. Jesús les contó acerca de la mujer que atesoraba una joya hecha de diez monedad de plata, pero por la razón que fuera, una de las monedas se perdió, por lo que tomó una luz y una escoba y rebuscó la casa arriba y abajo. Por fin sus esfuerzos fueron compensados. «¡La he encontrado!», exclamó jubilosa. Luego, Jesús les contó acerca del hombre que tenía dos hijos. Al primero le llamaríamos, hoy día, un delincuente. Nunca he comprendido por que el Padre le dio su parte de las posesiones cuando se las pidió. Pero el Padre se la dio, y el hijo se fue y pronto malgastó todo el dinero. Abandonado por sus falsos amigos, tuvo que alimentar cerdos en su hedionda pocilga para ganar de comer. Finalmente se dijo a sí mismo: «¡Qué insensato que soy! Volveré a casa y seré un siervo de mi padre. Al menos, podré comer.» Todos conocemos el resto de la historia. «¡No soy digno!» confesó el muchacho a su padre. Pero su padre le perdonó y le revistió con ropas nuevas. Hizo una gran fiesta para él, y, con mucho regocijo, restauró al muchacho a su lugar en la familia. El significado de las tres historias Leí y estudié estas tres historias durante mucho tiempo sin estar seguro de que sabía lo que Jesús significaba con ellas. Comprobé los comentarios y los libros de referencia; pero seguía sin estar seguro del significado. Por lo que busqué a Dios a solas en fervorosa oración para descubrir qué es lo que Él estaba tratando de decirnos como raza perdida y alejada de Él. Os compartiré lo que me enseñó el Espíritu de Dios. Jesús quería expresar claramente los ministerios de búsqueda, de pesquisa, de amor de la Trinidad –de la Deidad-. Aquel muchacho perdido era el mundo perdido. Aquella oveja perdida era el mundo perdido. Aquella moneda de plata era el mundo perdido. La imagen que tenemos que ver, entonces, es el padre anhelando al hijo perdido. Es también el Hijo, el buen pastor, buscando su oveja perdida. Y es el Espíritu Santo, representado con la mujer con la luz, buscando la moneda de plata perdida. Añadamos todo, y tendremos la imagen que Dios da de la Deidad obrando para redimir a la raza humana. El Padre el Hijo y el Espíritu Santo están siempre buscando el tesoro perdido. «Es por esto que como con pecadores», decía Jesús. «Yo soy el Hijo, el pastor, buscando mi oveja perdida. Mi Padre está buscando a su muchacho perdido. El Espíritu Santo está buscando la moneda de plata que se ha perdido.» Padre, Hijo y Espíritu Santo están unidos en su búsqueda de los perdidos. Ésta es nuestra respuesta a los que quisieran emitir críticas. ¡El Hijo de Dios dio la ofrenda divina de Sí mismo, el Espíritu Santo la comunicó y el Padre celestial la recibió! El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo –la divina Trinidad- estuvieron juntamente dedicados a la gran actividad para la eternidad de buscar y salvar hombres y mujeres perdidos. CAPÍTULO 11 Jesús, Mediador del Nuevo Testamento ¿Sabías que Dios ha escrito un testamento totalmente nuevo? ¿Y que en él se ha acordado de ti? Este testamento ha estado en efectividad desde la muerte y resurrección de Jesucristo. Promete una herencia eterna gracias al amor y fidelidad sin límites de Dios. Aunque fue una transacción que tuvo lugar hace dos mil años, muchas personas desconocen que Dios las ha incluido en Su testamento. La carta a los Hebreos nos da todos los detalles. Jesucristo es el Mediador de este nuevo testamento. Su muerte posibilitó a la pecaminosa humanidad que fuera perdonada y que recibiera una herencia eterna. Aquí tenemos lo que el escritor a los cristianos hebreos tiene que decir acerca de ello: [Cristo es el] mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para redención de las transgresiones que había durante el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que ocurra la muerte del testador… Y casi todo es purificado, según la muerte del testador… Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre, no hay remisión de pecados… Porque ni entró Cristo en un santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios; ni tampoco para ofrecerse muchas veces , como entra el sumo sacerdote en el santuario cada año con sangre ajena; de otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde la fundación del mundo; pero ahora en la consumación de los siglos, ha sido manifestado una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado. Y de la misma que está reservado a los hombres el morir una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de Muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, a los que le esperan ansiosamente para salvación (Hebreos9:15, 16, 22, 24-28). Esta Escritura da tanta instrucción y tiene tanto significado que deberíamos dar unos pasos atrás y contemplarla desde una mejor perspectiva. A veces es necesario hacer esto con las pinturas de gran tamaño. Podemos llegar a estar tan cerca del lienzo que observamos sólo los muchos detalles pequeños, viéndolos fuera de proporción, y quizá perdiéndonos del todo la verdadera belleza y significado de la pintura. Sugiero que demos unos pasos atrás y contemplemos con fe maravillada al meditar en el gran designio de Dios. La sangre y la vida están misteriosamente relacionadas Una cosa que observo de inmediato es la misteriosa relación existente entre la sangre y la vida. Dios había instruido a Israel acerca de este vínculo: «La vida de la carne en la sangre está», dijo Dios, «y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas» (Levítico 17:11). Esta instrucción acerca de la sangre y de la expiación estaba en el mismo corazón de la religión de Israel y de4 su relación con Dios. La sangre era considerada misteriosa y sagrada. Los israelitas nunca deberían ingerir sangre.* La segunda cosa que observo es la relación entre el pecado y la muerte. Como seres humanos, no sabemos todo lo que hay acerca de la muerte. Hay grupos religiosos que afirman creer en la aniquilación del alma humana y en el fin de toda la existencia. (La aniquilación significa la terminación de la existencia.) En el relato escritural de la creación, Dios hizo algo de la nada. Pero no hay ejemplo alguno en la Escritura en el que Dios invierta el proceso de creación, y llame una cosa existente otra vez a la nada. Tampoco en la naturaleza existe el concepto de aniquilación. Es difícil comprender, entonces, porque algunas personas quieren introducir la aniquilación en el reino de Dios. La materia puede ser cambiada, y lo es con regularidad. Pero la materia no puede ser aniquilada. Si enciendo una cerilla y la dejo arder, puedo pellizcar la ceniza que queda hasta desmenuzarla entre mis dedos, pero no he aniquilado los elementos que estaban en aquella cerilla, meramente, han cambiado de forma. Parte de la cerilla se fue en humo. Parte se convirtió en ceniza. La parte que se transformó en gas continúa poseyendo existencia invisible en la atmósfera. Sólo un cambio de residencia El alma viviente dentro de cada uno de nosotros nunca puede ser aniquilada. Sólo hay un cambio de residencia en el momento de la muerte. El alma cambiará su situación, pero nunca dejará de ser. Ésta es la esencia de la enseñanza bíblica acerca de la valía y naturaleza infinita del alma humana alentada por Dios. Consideremos esta situación humana –una que muchos de nosotros hemos observado en una ocasión u otra- Una madre sostiene amante a un pequeño bebé, un bebé que está vivo, alegre, alerta, sano. ¡Entonces sobreviene la tragedia! Aquel mismo bebé cae enfermo de gravedad. La madre sostiene la infantil figura en sus brazos, pero está sollozando llena de dolor. La muerte le ha robado el objeto de sus afectos. Seguirá un breve servicio de memoria amante. En el pequeño ataúd el bebé sin vida parece un ángel blanco, yerto. *En realidad, este mandamiento fue dado a los israelitas como reiteración del dado a toda la raza humana en Noé y sus hijos en Génesis 9:4ss. No está, pues, limitado a la ley de Moisés, sino que es incorporado en ella como previo y de carácter general. La desobediencia de los gentiles a este mandamiento no abroga su obligatoriedad para ellos. De hecho, es reiterado para los cristianos como una de aquellas cosas de las que debían necesariamente abstenerse, si bien quedan exentos de la Ley de Moisés en sí (véase Hechos 15:28, 29). (Nota del traductor.) ¿Qué ha sucedido? ¿Aniquilación? ¡No! Lo que ha habido ha sido un cambio de forma y existencia. Para los padres, un cambio chocante. El alma dentro de aquel bebé, la mente activa, la inteligencia, la alegría y la risa, todo aquello parece haberse desvanecido. El cuerpo sin vida será sepultado tiernamente en la tierra, donde volverá a ser polvo. Pero aquella alma individual viviente no será aniquilada. ¡Nunca! El alma ha cambiado su lugar de existencia, pero no ha dejado de ser. La muerte tiene dos formas Estoy asombrado ante la cantidad de gente que parece no saber que la Biblia habla de dos formas de muerte. Creemos la Biblia cuando nos dice que la muerte física es la realidad que afronta a cada persona nacida en el mundo. Pero hay también una condición muy evidente entre nosotros descrita como muerte espiritual. La remontamos al Huerto del Edén y a la advertencia de Dios a nuestros primeros padres: «De todo árbol del huerto podrás comer; mas de árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2:16, 17). Adán y Eva no oyeron la advertencia; comieron el fruto prohibido. Y aquel día en que transgredieron la ley de Dios en desobediencia y voluntariosidad, murieron espiritualmente. La muerte no es aniquilación. La muerte no es la cesación de la existencia. La muerte es un cambio de relaciones en una forma diferente de existencia. Cuando Satanás, una criatura de Dios, se rebeló en soberbia y desobediencia, estaba diciendo: «¡Subiré al cielo; por encima de las estrellas de Dios, levantaré mi trono!» Y justo entonces murió Satanás. Pero no dejó de ser. Dios le expulsó del cielo y de la comunión consigo. Lo echó a la tierra. Y después de todos estos siglos Satanás sigue estando activo. No fue aniquilado y su juicio eterno espera aún. Los hombres y las mujeres tratan de ignorar el hecho de la muerte espiritual. Las Escrituras, no. Pablo tiene un comentario clásico en una sola frase acerca de este tema. Dice que la mujer «que se entrega a los placeres, viviendo está muerta» (1 Timoteo 5:6). No está muerta físicamente, sino que espiritualmente está cortada de Dios. Su forma de existencia es tal que no está relacionada con Dios, sino separada de Él. El apóstol nos advierte también que la muerte es una de las terribles consecuencias del pecado. El pecado entró en el mundo y trajo consigo la muerte. El alma que pecare, ésa morirá. Así lo declara la Biblia. El pecado termina con la muerte Otra cosa que vemos en las Escrituras acabadas de citar en Hebreos es que Dios tiene una manera muy sencilla de tratar con el pecado. Dios pone fin al pecado con la muerte. Yo vivía en Chicago cuando el notorio gángster asesino John Dillinger estaba siendo objeto de búsqueda. La policía había imprimido fotografías de Dillinger con advertencias acerca de su violencia con las armas de fuego. Siempre aparecía en ellas con una sonrisa cínica y sarcástica en el rostro. Pero la fotografía última indicaba que había dejado de pecar. Estaba tendido de espaldas. Cubierto con una sábana. Dillinger había muerto. El pecado termina en la muerte. Cuando una persona muere, él o ella deja de pecar. Ésta es la manera en que Dios pone fin al pecado. Deja que la muerte le ponga fin. La Palabra de Dios dice claramente que la vida tocada y teñida por el pecado y teñida por el pecado es una vida perdida. El alma que pecare, esa morirá. La maravilla que nosotros nunca podremos comprender de una manera plena es que Dios quisiera salvar nuestras vidas perdidas. Por ello permitió que la sangre del divino Salvador fuera ofrecida a favor nuestro. Observemos que tiene que haber una sangre de la expiación porque la sangre y la vida tienen una misteriosa y vital relación. La sangre de Jesucristo es de infinito valor. El derramamiento de la sangre indica la finalización de la vida. Debido a que la sangre de Jesucristo, el Hijo eterno, el Cordero de Dios, fue derramada, nuestros actos de pecado pueden ser perdonados. Tenemos que darle a esta verdad espiritual toda la reverencia y contemplación que merece. ¿Hablamos demasiado a la ligera acerca del precio de nuestra redención? Confieso que me sobrecojo un tanto cuando oigo a alguien hablar acerca de Cristo pagando nuestra deuda –pagando el precio de nuestro rescate-. A veces hacemos que suene como poco más que un contrato comercial. Pero no me gusta pensar en Dios redimiéndonos de la manera en que nosotros podríamos redimir una vaca o un caballo en alguna feria de ganado. En el plan de Dios para nuestra redención hay algo más elevado y santo, más dulce y hermoso. En el Antiguo Testamento, los sacrificios y las ofrendas y la sangre derramada de los animales eran eficaces en simbolismo ceremonial. Pero la muerte de Jesucristo fue eficaz de una manera real y eterna. (Eficaz es una palabra que a los teólogos les gusta emplear. Significa que funciona. Que es válida. Que se puede contar con ella.) Cuando Jesús derramó su sangre en el Calvario, dio la garantía de la redención eterna para todos los que pusieran en Él su confianza. La sangre y la vida son una cosa. Cuando la sangre fue derramada, cuando Jesucristo el Hijo eterno murió, Su muerte vino a ser vicaria. (Vicario es otro término que precisa de una breve explicación. Un acto vicario es el que se lleva a cabo en favor o representación de otra persona. Cuando Jesús murió en el Calvario, fue una muerte vicaria. Jesús murió a favor de todos nosotros, Él es el inocente por los muchos culpables.) La muerte expiatoria, vicaria, de Jesucristo por la humanidad pecadora está en la misma base de la fe cristiana. Para los que creen que pueden encontrar una mejor manera que la de Dios, esta no es una enseñanza popular. Pero no hay otro camino. Jesús es el único camino. Si eres un cristiano creyente, confiado, gozoso, nunca permitas que nadie te robe de esta certidumbre y consolación. No dejes que nadie edite o cambie esta verdad básica, intentando hacerla más aceptable a la filosofía, al arte o a la religión. Deja que esta maravillosa verdad se levante en su belleza y eficacia. ¡Cristo murió, y al dar Su vida, murió vicariamente! La santidad y la justicia de Dios quedan satisfechas En la muerte vicaria de Cristo la santidad y la justicia de Dios han quedado satisfechas, porque hemos llegado a Él con fe. Hemos alegado como nuestro mérito sólo la muerte vicaria, eficaz de nuestro Salvador y Señor. Y al creer, hemos visto quebrantado el poder de la muerte. El escritor a la carta a los Hebreos nos asegura que Jesús ha venido a ser el mediador –el ejecutor- del nuevo pacto, del nuevo testamento en la gracia y misericordia de Dios. La palabra mediador viene del verbo «mediar». Un mediador es uno que está entre dos partes o dos facciones que tienen que ser reconciliadas. La Biblia nos da a conocer cuán lejos la humanidad pecadora está de un Dios santo. El pecado ha excavado una vasta sima de separación. Cristo ha venido a ser el mediador. Al darse a Sí mismo a la muerte, Él se pone entre Dios y los pecadores. Él nos muestra que por medio de Su muerte Él ha puesto en vigor el testamento de Dios. Este contrato en el que Dios ha entrado garantiza la reconciliación. ¡Hemos sido reconciliados con Dios! El nuevo testamento llegó de gracia de Dios –Su contratogarantiza el perdón. Podemos ser restaurados a la familia de Dios por medio de la fe. La muerte hizo eficaz el testamento Dejad que comparta con vosotros otra observación sencilla de concepto pero profunda en este contexto de nuestra herencia divina. En tanto que el Señor Jesús vivió, el nuevo pacto y testamento de Dios para nosotros no podía ser efectivo. Vino a ser efectivo de inmediato en el instante en que Cristo murió. La muerte del Testador conllevó de inmediato el perdón, la purificación, la comunión y la promesa de la vida eterna. Así es el legado abundante y permanente que ha venido por fe a los hijos creyentes de Dios como resultado de la muerte de Jesús en el Calvario. Quiero concluir señalando algo que sonará a extraño para todo humano mortal. Nadie murió para que con ello se hiciera válido su testamento, volviendo luego a la tierra como ejecutor de su testamento. Nadie. Alguna otra persona actuará siempre como ejecutor y administrador de las posesiones transmitidas. Pero lo que ningún mortal ha hecho, Jesucristo el Hijo eterno de Dios, lo ha logrado. Ha cumplido esta clase de administración permanente y de beneficencia divina. Jesús murió para poner en vigor las estipulaciones del testamento para sus beneficiarios. Jesús se levantó victorioso de la tumba para administrar el testamento. ¿No es hermoso esto? Jesús no dejó el testamento de Dios a otro para que lo administrara. Él mismo vino a ser el Administrador. Muchas veces dijo Él: «¡Volveré. Al tercer día resucitaré» Volvió de entre los muertos. Resucitó al tercer día. Vive para cumplir par Su pueblo las estipulaciones de Su voluntad. Tenemos que seguir confiando en este Viviente que es ahora nuestro gran Sumo Sacerdote en los cielos. No hay un solo argumento de la teología liberal que sea lo suficientemente fuerte para apartarnos de nuestra fe. Tenemos una esperanza viva mientras andamos en este mundo, Y esta esperanza viva es igualmente válida para el mundo venidero. Ah, sí, debería decirte quiénes son exactamente los nombrados en el Nuevo Testamento de Dios. La respuesta es la respuesta e invitación de Cristo. «¡Todo el que quiera!» «Todo el que quiera, que tome el libre don.» Amén. CAPÍTULO 12 Jesús, El Cumplimiento de la Sombra Imagina conmigo una capaz ama de casa y buena cocinera que está preparando el comedor para los invitados. Ha preparado la mesa con un mantel y con su mejor porcelana y cubertería de plata, poniendo todo de una manera bien simétrica. Añade un centro de flores –un delicado complemento floral para los alimentos que suponemos que pronto vendrán. Pero en lugar de una bandeja de sabrosa ternera y los platos con humeante guarnición de verduras que esperábamos, nos trae al comedor una sola hogaza de pan. La pone sobre el bufete, colocando detrás de ella una luz fuerte, con lo que la hogaza de pan arroja su sombra distintiva sobre la mesa más allá. Tendríamos más buenas razones para poner en tela de juicio la salud mental de aquella mujer si en aquel momento llamara a su familia y a los invitados a la mesa, anunciando alegremente: «La sombra del pan ya está lista. ¡Venid!» Antes de intentar dar una explicación espiritual de este improbable escenario, consideremos cómo el escritor de Hebreos expone la vasta diferencia entre la «sombra» del Antiguo Testamento en la ley y la realidad de la gloria de Dios en la persona de Jesucristo, nuestro Salvador y Señor: La ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la representación misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios ya una vez, no tendrían ya ninguna conciencia de pecado. Ha dicho luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad: quita lo primero, para establecer lo segundo. En la cual voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre… Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, para siempre se ha sentado a la diestra de Dios (Hebreos 10:1, 2, 9, 10, 12). El escritor inspirado insiste una y otra vez en su esfuerzo por contrastar plenamente los rituales del Antiguo Testamento, o sombras, con las perfecciones de la gracia, de la misericordia y del amor hallados en al persona radiante y eterna de Jesús, el Cristo. Éste es un serio pasaje de las Escrituras, conducente a la solemnidad, porque trata de la esperanza y la gloria de la raza humana. La sombra frente a la realidad La dispensación del Antiguo Testamento, la ley de Moisés, el sacerdocio de hombres imperfectos y la ofrenda de sacrificios por el pecado, todo esto fue dispuesto por Dios por un tiempo. Representaban una sombra de cosas mejores, de la realidad que había de venir. Los rituales del Antiguo Testamento contenían la sombra llena de significado del prometido Mesías-Redentor. El escritor nos cuenta que la verdadera Luz de Dios había sido arrojada a través de la persona de Jesús, el Hijo eterno. La sombra arrojada por la luz y por aquella Persona constituyó la dispensación temporal del Antiguo Testamento. Sabemos muy bien la imposibilidad de tratar de sobrevivir en base a una sombra. No puede ser. La sombra ha sido ha sido arrojada por la luz, pero no tiene ser ni sustancia en sí misma. Si tienes necesidad de alimento, la sombra de una hogaza de pan no sirve. No dará alimento. Continuaras teniendo hambre. Dirás: «Ya tengo suficiente con la sombra. ¡Dadme de la hogaza de pan de verdad, para que pueda comer y quedar satisfecho!» Así, en los tiempos del Antiguo Testamento, la sombra de las cosas buenas por venir no era suficiente. Los hombres y las mujeres con los que Dios estaba tratando tenían que vivir mirando adelante en fe a la promesa mejor, a la esperanza mejor, a la realidad venidera. Ésta es la gloria y el gozo de la carta a los Hebreos. Jesús había venido para ser Salvador y Mesías y Señor. ¡La realidad de Dios ha llegado! La sombra se ha cumplido. La radiancia de la gloria de Dios en la persona de Jesucristo ha anulado la sombra. Cuando encontramos repetición en las páginas de nuestras Biblias, como suceden en estos primeros capítulos de Hebreos, sabemos que hay un propósito detrás de ella. Como creyentes cristianos, hemos aprendido a confiar en la sabiduría divina y en la conducción del Espíritu Santo de Dios. El Espíritu sabe que no asimilamos la verdad divina con rapidez. Tenemos que leerla u oírla más de una vez. El método divino de instrucción es: «Haz y haz, haz y haz,/ regla sobre regla, regla sobre regla;/ un poco aquí, un poco allá» (Isaías 28:10), hasta que hayamos recibido, aprendido y nos hallamos beneficiado. En este proceso de aprendizaje, Dios tiene algunos problemas con nosotros. Un problema es que nos aburrimos. Podemos tener gratitud por el hecho de que Dios es fiel y persistente. Sigue diciéndonos que sigamos aprendiendo, que sigamos creyendo, que sigamos regocijándonos en su palabra. Él es Dios, y podemos confiar en Él mientras nos conduce y nos revela su voluntad. Ahora, de parte de Dios hablo con reverencia pero con claridad cuando digo que Dios se cansó de aquellos rituales y sacrificios del Antiguo Testamento. No es posible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Dios dice esto por medio del profeta Isaías: ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién os demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? (Isaías 1:11, 12). Nuestros corazones tienen que estar en sintonía con Dios De hecho, Isaías estaba diciendo al Pueblo de Israel: «¡Dios se está cansando de vuestros sacrificios y ofrendas cuando vuestros corazones y mentes no están en armonía con Él!» Con toda probabilidad, si somos lo suficientemente reflexivos e interesados, este mismo mensaje nos haría reevaluar un concepto popular entre nosotros. Suponemos que estamos impresionando al cielo entero al acudir a las iglesias en tan grandes multitudes. Lo cierto es que Dios sigue preguntando: «¿Quién os dijo que hicierais esto? Cuando venís delante de Mí, ¿Quién os lo ha demandado? ¡No me traigáis más vanas ofrendas!» Dios se aburre con sacrificios y ofrendas que se repiten insistentemente y que no tienen significado. Él había iniciado estos rituales y sacrificios en Israel, pero sólo como medidas temporales para cubrir el pecado hasta que viviera el Mesías redentor. Cuando Israel dejó de tener una entrega de corazón en adoración y el sentimiento de la importancia del perdón y de la obediencia, Dios dijo: «No puedo aguantar los vacíos gestos que hacéis. Odio vuestros rituales y vuestras fiestas. Me molestan. Estoy cansado de todo ello.» Finalmente vino la palabra del Hijo eterno, repetida en Hebreos 10:5: «Sacrificio y ofrenda no quisiste; pero me preparaste un cuerpo. En holocaustos y expiaciones por el pecado no te complaciste. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como está escrito de mí en el rollo del libro.» Éste no puede ser otro que Jesús, el Hijo eterno, el Cordero de Dios inmolado desde la fundación del mundo. Él ha venido a llevar a cabo el plan lleno de gracia de la redención de Dios. Así es por aquella voluntad de Dios que «hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre». ¿Qué hemos hecho con este mensaje? ¿Hemos verdaderamente aceptado esta palabra de parte del mismo Dios? Soy de la opinión de que muchos en nuestro ritual y liturgia cristiana no penetra de verdad en su sentido básico. He escuchado las grandes piezas musicales de Bach, Beethoven, Hendel y otros. La música escrita para su uso en cultos como la misa es sublime y el lenguaje es hermoso. Pero no puedo escapar a la sensación de que hay algo que falla. Las oraciones y los llamamientos están ahí: «¡Señor ten piedad!» «¡Cristo ten piedad!» Se repiten una y otra vez. ¿Podría ser que esta oración, este llamamiento a Dios por misericordia, es sólo la sombra de la verdad ¿Nunca llegan estas oraciones a la realidad de la fe salvadora y de la certidumbre confiada en la promesa y provisión de Dios? Tiene que llegar un día en que la petición se transforma en realidad, y en que clamamos: «¡Hecho está! ¡Hecha está la transacción! ¡Yo soy de mi Señor, y mío es Él!» Tiene que haber un tiempo y un lugar en el que nos regocijamos en fe de que somos perdonados, de que hemos renacido, de que Dios ha llevado a cabo Su plan. Allí y entonces hincamos la estaca y decimos: «¡Gracias, Señor! Estoy perdonado. Estoy purificado. Estoy perdonado. Soy una nueva persona, nacida de lo alto. Ahora ponme a trabajar. Estoy listo para dar testimonio.» Confieso que me entristecen de verdad aquellas multitudes en el gran marco de la Cristiandad Dominical que nada conocen aparte de sus esfuerzos lastimeros y continuados por ser perdonadas y hallar misericordia. Tienen que llegar al momento en que se lleva a cabo, cuando puedan extender sus manos hacia el cielo y decir, con fe triunfante: «¡Hecho está!» La sustancia, no la sombra Éste es el contraste entre la ley y la gracia. En los tiempos del Antiguo Testamento, cada sacerdote ministraba a diario, ofreciendo los mismos sacrificios que no podían quitar el pecado. Luego vino la revelación del nuevo pacto y el sacrificio eterno, una vez por todas, de Jesucristo, y la certidumbre del perdón completo: Cristo, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, para siempre se ha sentado a la diestra de Dios, esperanzado de ahí en adelante que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados… Así que, hermanos, teniendo entera libertad para entrar en el Lugar Santo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que Él abrió para nosotros a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe (Hebreos 10:12-14, 19-22). ¿Dónde podríamos encontrar una imagen más llena de gracia de los privilegios que pertenecen a los creyentes y confiados hijos de Dios? ¡Observemos que se nos ha dado un camino consagrado a la misma presencia de Dios! ¡Qué contraste con la imagen de nuestros primeros padres en al Antiguo Testamento, una vez hubieron pecado y caído en el Huerto del Edén! Dios les tuvo que decir: «¡levantaos e iros!» Al abandonar aquel maravilloso lugar y la presencia de Dios, Dios puso «querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida» (Génesis 3:24). Éste fue el comienzo de pruebas y dolores para la raza humana, representada entonces por Adán y Eva. Nunca podrían volver. Y tengo la sensación de que toda la raza ha anidado un anhelo por volver a la presencia de Dios, por volver al Edén. No quiero con ello decir que todos los miembros de la raza quieran ser cristianos. Demasiados están satisfechos con el mundo, la carne y el diablo. Pero cuando llegas realmente a conocer a los hombres y a las mujeres, frecuentemente encuentras un ávido anhelo, un ansia probablemente no identificada, por conocer lo que significaba para Adán y Eva poder morar contentos en presencia de su Dios y Creador. En todo esto vemos el efecto cegador del pecado. Los hombres y las mujeres no quieren realmente ser buenos. No quieren someterse a la voluntad de Dios. Pero el anhelo por aquella presencia sigue allí. Pero nadie sin ayuda ha hallado el camino de vuelta. Hombres y mujeres lo han intentado en todo lugar. Se dice que en la India hay suficiente dioses para que cada persona tenga el suyo propio. ¿Dónde se encuentra la tribu o nación sin algún Dios que adorar o apaciguar? Pero la búsqueda de un camino de vuelta ha resultado en vana frustración. Y entonces Jesús vino a vivir entre la humanidad. El registro inspirado lo muestra diciendo: «Vengo oh Dios para hacer tu voluntad» (Hebreos 10:7). Después de Su muerte y resurrección, Él abrió un camino nuevo y vivo de vuelta a la presencia de Dios. Él iluminó el camino como nuestro divino Mediador. Por medio de la fe en Él, todos los que lo anhelen pueden volver a entrar en la misma presencia de Dios. Y ahí en esta presencia, Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote y Mediador. Por cuanto el llega a nuestra naturaleza humana, nos da la bienvenida a nosotros, llamándonos Sus hermanos y hermanas, para compartir Su posición en los lugares celestiales. Jesús tomó nuestra culpa, pero… En este contexto deberíamos considerar nuestra justificación y aceptación por parte del Dios viviente y santo. En nuestra fe cristiana comprende4mos que Dios puso sobre Cristo la iniquidad de todos nosotros. Los teólogos llaman a esto a veces la «transferencia de culpa», y yo creo lo que la Biblia dice acerca de ello. En muchas iglesias hoy estamos oyendo acerca de las cualidades «automáticas» asignadas al cristianismo. Se le está enseñando a toda una generación que una profesión de fe en Cristo conlleva justicia automática, posición automática delante de Dios, un perdón automático y una vida eterna automática. «Jesús ha hecho todo lo que se debía hacer», dice el argumento; «todo lo que tienes que hacer es decir que crees. ¡Cree y sé justificado! ¡Cree y sé aceptado como justo!» Esta idea de la transferencia automática de la culpa del pecador a Cristo es algo demasiado acariciador para complacer mi corazón. La idea comúnmente sustentada parece ser que puedo ser tan vil como el interior de una cloaca verdosa y mucilaginosa, pero si creo, el Señor arroja un manto de justicia judicial sobre mí, y de inmediato soy aceptado por Dios como perfectamente puro. Mi conclusión es que un Dios santo tendría que contradecirse a Sí mismo para hacer una transacción así. ¿Cómo justifica Dios al pecador? Lo hace tomando la naturaleza del pecador en Cristo, que es el Perfecto y Justo. Su justicia, a su vez, va al pecador. Algunos maestros arguyen a favor de la simple impartición judicial de justicia. Pero cuando por fe la naturaleza del pecador es tomada en la misma naturaleza de Cristo, Su justicia viene a formar parte de la naturaleza del que era pecador. Dejad que os lo diga de otra manera. Dudo mucho que haya tal cosa en la mente de Dios como justificación sin regeneración: La nueva vida divina impartida al pecador. Es la regeneración lo que nos une a la naturaleza de Jesús, siendo justo, imparte nueva vida proveniente de Dios, de su propia naturaleza a nosotros, y Dios queda satisfecho. En este sentido, la idea de transferencia de culpa es exacta. Pero llevamos el concepto demasiado lejos, hasta que llega a ser algo llanamente mecánico, como una transacción comercial. Tiene que haber una entrega vital, viviente. La justicia es impartida al pecador que cree, y que es unido a Cristo. No se imparte al pecador que simplemente se queda fuera y recibe una notificación judicial de que ha sido «constituido justo». Esto añade una luz importante. Como creyentes, somos aceptados en el Hijo amado. Nunca podemos ser aceptados fuera del Hijo amado. Dios es nuestro escondedero Loa creyentes cristianos tienen otro privilegio. Hemos visto que tenemos un derecho moral a venir a Dios –a Su presencia-. Somos aceptados por Él por causa de Cristo Jesús. Pero tenemos también derecho a escondernos en Dios y ser salvos. Éste es también nuestro privilegio, por cuanto Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, nos representa perfectamente a la diestra de Dios. Cuando somos unidos a Cristo, nadie puede arrebatarnos este derecho y privilegio. ¡Estamos seguros! ¡Estamos seguros! Se ha citado a alguien diciendo: «¡No quiero ocultarme de la vida. Quiero afrontar la vida cada día!» Conociendo la naturaleza humana, califico esta manera de hablar de atrevida y bravucona. Cuando la temperatura invernal cae a digamos que 50% bajo cero, es atrevido, bravucón, decir: «no quiero ocultarme del frío. ¡Quiero afrontarlo, tanto si voy adecuadamente vestido como si no!» Cuando afrontamos las terribles tormentas de la vida, es ridículo decir: « quiero ningún lugar donde esconderme. Me enfrentaré a las tormentas.» No es de la vida de lo que nos escondemos. Nos escondemos de un mundo pecaminoso, de un siniestro diablo, de una maligna tentación. Nos escondemos en el único lugar que podemos escondernos. En Dios. Es nuestro derecho y privilegio conocer la perfecta seguridad que Él ha prometido. El confiado hijo de Dios está a seguro en Jesucristo. Cuando los corderos están a salvo en el redil, el lobo puede gruñir y aullar fuera, pero no puede entrar en el redil. Cuando el hijo de Dios entra en la casa del Padre, el enemigo de su alma puede rugir y amenazar, pero no puede entrar. ¡Este refugio es nuestro sublime privilegio! Jesús es suficiente En términos del Antiguo Testamento –la sombra de la realidad- Dios prometió que cubriría el pecado de Su pueblo. En el pecado del Nuevo Testamento, Dios declara que quitará para siempre nuestro pecado. ¡Esta es una cosa inmensamente diferente! «Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, a los que le esperan ansiosamente para salvación» (Hebreos 9:28). Dios escogió a ocho personas, quizá nueve, para darnos el Nuevo Testamento. Estas escrituras inspiradas concuerdan en que las sombras simbólicas del Antiguo Testamento han dado lugar a un nuevo pacto de gracia y de perdón mediado por Jesucristo, que murió y resucitó. Miramos retrospectivamente con gratitud y amor a Su muerte expiatoria en el Calvario. Miramos hacia delante en esperanza y expectativa de Su segunda venida. Todo esto converge al hecho de que Jesucristo es suficiente para todas nuestras necesidades. Él es nuestro gran Sumo Sacerdote e intercesor en el cielo. Él es el digno Cordero de Dios, inmolado desde la fundación del mundo. Por Su sangre Él ha consagrado para siempre el camino a la presencia de Dios. Él es nuestro Hombre en la gloria. ¡Ocultémonos en Él llenos de agradecimiento, y estemos seguros!