La legitimidad de la medida provendría de los ya conocidos... Por Cristina Moyano. Doctora en Historia. Académica USACH

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La Historia: Unas horas más o unas horas menos?
Miércoles, 01 de Diciembre de 2010 15:08
La legitimidad de la medida provendría de los ya conocidos “comités de expertos”
Por Cristina Moyano. Doctora en Historia. Académica USACH
Y el debate se desató. El Ministro Lavín lanzó una nueva medida en pos de mejorar la
calidad de la educación: 800 horas más para lenguaje y matemáticas, que se obtendrán
de una reducción de 1 hora en la asignatura de Historia y otra en educación tecnológica.
Su argumento central reside en que las habilidades, competencias y conocimientos que se
generan con estas dos asignaturas son los más relevantes para una educación de calidad.
El Ministro afirmó que sin una “buena base” en matemáticas no se podía aprender otras
ciencias naturales. Una asociación similar hizo con la asignatura de lenguaje, argumentando
que sin una buena comprensión lectora, no se podía aprender, por ejemplo, historia.
La legitimidad de la medida provendría de los ya conocidos “comités de expertos”
, conjunto de actores especialistas y técnicos, de los cuales muy poco se conoce. Nuevamente
la tecnocracia arrasa en la definición de las políticas públicas, e impone lógicas autoritarias,
fundamentadas en el monopolio de un
“saber”
.
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Así, obsesionados con el tema del desarrollo, compelidos a rendir adecuadamente a
estándares internacionales, construidos por organismos transnacionales y globales, que
definen a priori lo que es “educación de calidad”, nos imponen transformaciones curriculares
sin discusión ciudadana de los actores más involucrados en el proceso. Tests estandarizados
miden rendimiento de estudiantes en todas partes del mundo, homogenizando los saberes,
partiendo del supuesto de que son estos y no otros conocimientos los que se suponen como
válidos y necesarios. Rendir bien en el Simce, en la PSU y en otros múltiples tests que se
aplican en los colegios, generan una batalla campal por los ranking escolares, que se
traducirán después en prestigio y aumento de matriculas. Uno puede preguntarse
legítimamente,
¿la calidad de la educación
se reduce a esto?
Hay una discusión un tanto ausente o mejor dicho invisibilizada: ¿Qué tipo de estudiantes
queremos formar?
De esa
discusión debería salir el concepto de calidad, porque la calidad se mide en función de las
expectativas de lo que queremos alcanzar. Si pusiéramos por ejemplo, el paradigma
educacional de
Paulo Freire
como referente, que aspiraba a formar ciudadanos más libres, la calidad de la educación no se
ajustaría a estos test estandarizados, ni a un par de horas más o menos en el curriculum
escolar. Como dijo un representante de la coalición gobernante, el actual alcalde de Puente
Alto,
Manuel José Ossandón
,
“con esta iniciativa lo único que logramos es formar más empresarios y menos gente con
conciencia social”
(
El Mostrador, 18/11/2010
). Yo agregaría que dado que formar empresarios no sólo depende de la educación, sino
también del capital social y cultural acumulado en la historia biográfica de los actores, apunta
por sobre todo a formar
“buenos y disciplinados”
trabajadores, entendidos como ejecutores eficientes de labores que permitan la reproducción
de la vida social y por cierto de la desigualdad inherente en la que se sustenta el capitalismo. Si
esa es la calidad de educación que queremos para nuestros estudiantes:
¡Adelante con la medida!
.
El paradigma neoliberal, con su dimensión tecnocrática de la política pública, impone una
realidad naturalizada y desideologizada. Finalmente la “gente con conciencia social”, como
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diría Ossandón, o
“ciudadanos críticos y empoderados”
, son disfuncionales a los intereses de la reproducción del capital y a la mantención del orden
social. Es mejor tener estudiantes más preocupados de responder adecuadamente los tests
que miden la calidad determinada por la OCDE u otros organismos, que esos estudiantes
críticos que alguna vez se levantaron enarbolando sus derechos para tener una educación de
mayor calidad y con mayor igualdad, que organizados en múltiples redes se tomaron el espacio
público para visibilizar lo que más tarde se denominó la
Revolución Pingüina
.
Detrás de esta medida, no nos engañemos, hay un de modelo de calidad educativa,
tecnocrático, neoliberal y que supone un tipo ideal de sujeto en esta sociedad. El sujeto
neoliberal, acrítico, disciplinado trabajador y buen consumidor. Todo esto se invisibiliza con la
construcción discursiva que toma como baluarte el mejoramiento en los estándares
internacionales.
Pero el ministro no ha respondido cómo se logrará mejorar la calidad educativa con más horas
de matemática y lenguaje, cuando en las aulas de los colegios más pobres siguen existiendo
más de 40 estudiantes, con situaciones familiares precarias, con escasos horizontes futuros,
con pobre infraestructura y profesores que a veces tienen deficiencias en su formación inicial.
Tal como planteara Pierre Bourdieu en numerosos estudios realizados sobre el tema de la
educación, ésta dejó de ser una institución de movilidad social y hoy más que nunca, sirve para
reproducir y agudizar las múltiples desigualdades existentes.
Estas situaciones más estructurales no se resuelven con unas horas más o menos. La derecha
neoliberal ha puesto como relevante el tema de la calidad, reducida a rendir bien en las
pruebas internacionales. No le interesa, ni puede interesarle, ciudadanos críticos, capaces de
discutir, de apropiarse de la historia para construir nuevos futuros. Por eso la historia es
disfuncional y si la “necesidad” lo amerita, puede desaparecer del curriculum escolar. Total,
ahora que los estados naciones se encuentran debilitados por las dinámicas de la
globalización, tampoco ayuda a cumplir la función de construir la narrativa nacional. Entonces,
¿para qué queremos Historia?
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