Las nueve conciencias - Sergio Carlos Spinelli

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Las nueve conciencias
La enseñanza budista de las nueve conciencias ofrece la base para un entendimiento completo de
quiénes somos, de nuestra verdadera identidad. También ayuda a explicar cómo ve el Budismo la
eterna continuidad de nuestras vidas a lo largo de los ciclos de nacimiento y muerte. Esta perspectiva
sobre el ser humano es el fruto de miles de años de intensa investigación introspectiva en la
naturaleza de la conciencia. Históricamente, está basada en los esfuerzos por experimentar y
explicar la esencia de la iluminación de Shakyamuni bajo el árbol bodhi hace unos 2.500 años atrás.
Las nueve conciencias pueden ser interpretadas como diferentes niveles de conciencia que están
operando constantemente juntas para crear nuestra vida. La palabra sánscrita vijnana, que se
traduce como conciencia, incluye una amplia gama de actividades, incluyendo la sensación, la
cognición, y el pensamiento consciente. Las primeras cinco conciencias son los familiares sentidos
de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. La sexta conciencia es la función que integra y
procesa los diversos datos sensoriales para formar un cuadro o pensamiento general, identificando
qué es lo que nos están comunicando los cinco sentidos. Es principalmente con estas seis funciones
de la vida que realizamos nuestras actividades diarias.
Debajo de este nivel está la séptima conciencia. A diferencia de esos niveles de conciencia que
están dirigidas hacia el mundo exterior, la séptima conciencia está dirigida hacia nuestra vida interior
y es, en buena parte, independiente de los datos sensoriales. La séptima conciencia es la base de
nuestro sentido de identidad; el apego a un yo distinto y separado de los demás tiene su base en
esta conciencia, así como nuestro sentido de lo correcto y errado.
Debajo de la séptima conciencia, el Budismo aclara un nivel más profundo, la conciencia ālaya u
octava, también conocida como la conciencia imperecedera o almacén. Es aquí donde reside la
energía de nuestro karma. Mientras que las primeras siete conciencias desaparecen en la muerte, la
octava conciencia persiste a través de los ciclos de la vida activa y la latencia de la muerte. Puede
ser concebida como el flujo de la vida que apoya las actividades de las otras conciencias. Las
experiencias descritas por quienes han sufrido la muerte clínica y han revivido podrían ser
consideradas como sucesos en el límite entre la séptima y la octava conciencias.
La comprensión de estos niveles de conciencia y la interacción entre ellos puede ofrecer una idea
valiosa de la naturaleza de la vida y del yo, así como señalar la solución de los problemas
fundamentales que confronta la humanidad.
De acuerdo con las enseñanzas budistas, existen ilusiones específicas profundamente arraigadas en
la séptima conciencia respecto a la naturaleza del yo. Estas ilusiones surgen de la relación entre el
séptimo y octavo niveles de conciencia y se manifiestan como egoísmo fundamental.
Las enseñanzas budistas describen el séptimo nivel como surgiendo de la octava conciencia:
siempre está enfocado en la octava conciencia de la persona que lo percibe como algo fijo, peculiar y
aislado de otras cosas. En realidad, la octava conciencia está en un estado de flujo continuo. En este
nivel nuestra vida interactúa constantemente, ejerciendo una profunda influencia en cada uno de los
otros niveles. La percepción de un yo fijo y aislado que genera la séptima conciencia, de esta
manera, es falsa.
La séptima conciencia también es el asiento del temor a la muerte. Siendo incapaces de percibir la
verdadera naturaleza de la octava conciencia como un flujo imperecedero de energía vital, se
imagina que con la muerte, la octava conciencia se extinguirá permanentemente. El temor a la
muerte, así, tiene sus raíces en los profundos niveles del subconsciente.
La ilusión de que la octava conciencia es el verdadero yo también es conocida como la ignorancia
fundamental, un apartarse de la interrelación de todos los seres. Es este sentido del yo como
separado y aislado de los demás lo que origina la discriminación, la arrogancia destructiva y la
codicia desenfrenada. El saqueo que hace del medio ambiente natural la humanidad, es otro
resultado obvio.
Un río kármico
El Budismo postula que nuestros pensamientos, palabras y acciones invariablemente crean una
impresión en los profundos niveles de la octava conciencia. Es decir, en lo que los budistas aluden
como karma. Por lo tanto, la octava conciencia es referida a veces como el almacén del karma –el
lugar donde se “almacenan” las “semillas” kármicas. Estas semillas o energía latente puede ser
positiva o negativa; la octava conciencia permanece neutral e igualmente receptiva a cualquier tipo
de impresión kármica. La energía se hace manifiesta cuando las condiciones son propicias. Las
causas positivas latentes pueden hacerse manifiestas tanto como efectos positivos en la vida y como
funciones psicológicas positivas tales como la confianza, la no violencia, el autocontrol, la
misericordia y la sabiduría. Las causas latentes negativas pueden manifestarse como diversas
formas de ilusión y comportamiento destructivo y dan lugar a sufrimientos para nosotros mismos y
para los demás.
Si bien la imagen de un almacén es útil, una imagen más verdadera puede ser la de un furioso
torrente de energía kármica. Esta energía está moviéndose constantemente y configurando nuestra
vida y experiencia. Nuestros pensamientos y acciones resultantes realimentan después este flujo
kármico. La calidad del flujo kármico es lo que hace de cada uno de nosotros seres distintos –nuestro
yo único. El flujo de energía está cambiando constantemente, pero, como un río, mantiene una
identidad y consistencia incluso atravesando sucesivos ciclos de vida y muerte. Es este aspecto de
fluidez, esta falta de fijeza, lo que abre la posibilidad para transformar el contenido de la octava
conciencia. Es por esto que el karma, apropiadamente interpretado, es diferente a un destino
inmutable o inevitable.
La cuestión, por lo tanto, es cómo incrementamos el balance del karma positivo. Esta es la base para
las diversas formas de práctica budista que buscan imprimir causas positivas en nuestra vida.
Cuando estamos atrapados en un ciclo de causa y efecto negativos, sin embargo, es difícil evitar
hacer más causas negativas, y es aquí cuando nos dirigimos al nivel más fundamental de conciencia,
la conciencia amala o novena.
Esta puede ser interpretada como la vida del cosmos en sí; también es considerada como la
conciencia fundamentalmente pura. No manchada por las funciones del karma, esta conciencia
representa nuestro yo verdadero y eterno. El aspecto revolucionario del Budismo de Nichiren es que
busca directamente hacer emerger la energía de esta conciencia –la naturaleza iluminada del Buda–
purificando así los otros niveles de conciencia más superficiales. El surgimiento del gran poder de la
novena conciencia cambia incluso los patrones afianzados del karma negativo de la octava
conciencia. Debido a que la octava conciencia trasciende los límites del individuo, fusionándose con
la energía latente de la familia, el grupo étnico, y también con la de los animales y las plantas, un
cambio positivo en esta energía kármica se convierte en una “rueda dentada” para el cambio en la
vida de otros. Como escribe el presidente de la SGI Ikeda, “Cuando activamos esta conciencia
fundamentalmente pura, la energía de todo el karma bueno y malo de la vida se dirige hacia la
creación de valor; y la mente o conciencia... de la humanidad se fusiona con la corriente de
misericordia y sabiduría de la vida”. Nichiren identificó la práctica de invocar la frase Nam-myohorenge-kyo como el medio básico para activar la novena conciencia en nuestra vida.
Conforme los niveles de conciencia se transforman, cada uno de ellos da lugar a sus peculiares
formas de sabiduría. La sabiduría inherente a la octava conciencia nos permite percibirnos a nosotros
mismos, a nuestra experiencia y a los demás fenómenos con perfecta claridad y a apreciar
profundamente la interrelación e interdependencia de todas las cosas. Conforme se transforman las
ilusiones profundamente arraigadas de la séptima conciencia, una persona se capacita para superar
el temor a la muerte, así como la agresión y la violencia que surgen de este temor. Surge una
sabiduría que nos hace posible percibir la igualdad fundamental de todos los seres vivientes y
tratarlos sobre una inmutable base de respeto. Es este tipo de transformación y sabiduría lo que
necesita profundamente nuestro mundo actual.
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