OTROS DILEMAS ÉTICOS Y JURÍDICOS DE LA ASISTENCIA SANITARIA Objetivos Introducción Unidad didáctica: I. II. III. I. LIBERTAD RELIGIOSA E IDOLÓGICA Y ASISTENCIA SANITARIA: 1. TITULARES DE LA LIBERTAD RELIGIOSA. 2. CONTENIDO DEL DERECHO FUNDAMENTAL DE LIBERTAD RELIGIOSA. 3. EL DERECHO A PROFESAR UNAS CREENCIAS RELIGIOSAS Y LA ASISTENCIA SANITARIA. 4. LOS ASPECTOS ÉTICOS DE LA MEDICINA Y LA LIBERTAD RELIGIOSA. EL MISMO FIN: LA PROTECCIÓN DE LA PERSONA HUMANA POR COMPLETO LA DIGNIDAD. 4.1. Posición de las religiones en el marco del Bioderecho. 4.1.1. Iglesia Católica. 4.1.2. Protestantismo. 4.1.3. Islam. 4.1.4. Judaísmo. 5. EL LÍMITE DE LA SALUD PÚBLICA EN LA LIBERTAD RELIGIOSA. II. NEGATIVA A TRATAMIENTOS MÉDICOS. 1. AUTONOMIA DEL PACIENTE.: REGULACIÓN EN ESPAÑA. 2. LÍMITES AL CONSENTIMIENTO: EXCEPCIONES Y CAPACIDAD PARA CONSENTIR. 3. EL CONSENTIMIENTO DEL MENOR. 4. CONSENTIMIENTO “AD FUTURUM”. INSTRUCCIONES PREVIAS. III. LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA DEL PERSONAL SANITARIO. 1. Fundamentación ética de la objeción de conciencia. 2. Reconocimiento jurídico de la objeción de conciencia. 2.1. Derecho internacional. 2.2. Derecho comparado. 2.3. Derecho español. 3. La objeción de conciencia del personal sanitario. 3.1. Concepto y ámbito. 3.2. Regulación en Derecho español. 4. La objeción de conciencia al aborto. 5. Objeción de conciencia al cumplimiento de las instrucciones previas. 6. La objeción de conciencia del personal farmacéutico Documentación complementaria: Nº 1. Sentencia denegando reintegro de gastos médicos: STSJ Castilla y León, Valladolid, núm. 1378/2006 (Sala de lo Social, Sección 1ª), de 11 de septiembre (Aranzadi AS 2066\2999). Nº 2. Sentencias estimando la vulneración de la libertad religiosa por realizar transfusión sanguínea habiendo el paciente manifestado su negativa en Instrucciones Previas. Audiencia Provincial de Guipúzcoa: AAP Gipuzkoa núm. 2053/2005 (Sección 2ª), de 18 marzo. Nº 3. Sentencia del Tribunal Constitucional. Absolución de los padres por fallecimiento de un hijo menor testigo de Jehová. STC núm. 154/2002 (Pleno), de 18 julio. Ejercicios de control de lectura tipo test (12 cuestiones) Casos prácticos para sesión presencial Caso práctico para trabajo en grupo y revisión con posterioridad al módulo 1 OBJETIVOS Reflexionar sobre los supuestos en que las convicciones religiosas, ideológicas o de conciencia suponen un elemento de especial importancia en las situaciones clínicas. Conocer los supuestos, desde el punto de vista del derecho, por el cual la libertad religiosa, ideológica y de conciencia tienen relevancia en la relación médico-paciente. La posición en el derecho de la opinión de los menores de edad en relación con el derecho sanitario. Conocer y reflexionar sobre la importancia del derecho a la salud y a la vida en las grandes religiones. Preguntarnos sobre la importancia de los valores religiosos en el campo de la sanidad. El derecho de objeción de conciencia en el derecho español y comparado. La objeción de conciencia en el derecho sanitario. El ejercicio de la objeción de conciencia en la práctica, su ejercicio por pacientes y agentes sanitarios. 2 I. INTRODUCCIÓN: En la primera declaración de derechos humanos, la Declaración de Virginia de los Derechos del Hombre y del ciudadano, los autores de forma consciente, decidieron constatar como el primero de los derechos la libertad religiosa. La consideraban la piedra angular de todo sistema democrático. Esa conceptuación, hoy también define nuestra sociedad actual1. Frente a este extremo, la asistencia sanitaria, surge como garantía de carácter prestacional y sustenta el ejercicio de todos los derechos fundamentales, de hecho, el derecho a la vida y a la salud se erigen como irrenunciables para comenzar con el ejercicio de cualquiera otros derechos. Ambos se identifican y de alguna manera se “funden” en la protección del ser humano en su dignidad personal, y para posibilitar el libre desarrollo de su personalidad, dentro de un ordenamiento jurídico que, precisamente, tiene en cuenta en su centro neurálgico al propio individuo, diseñando todo un haz de derechos para posibilitar, precisamente eso, que sea persona. Esta conjunción de ambos derechos ha dado lugar, a soluciones de objeción de conciencia de los agentes intervinientes en materia sanitaria, así como de los propios pacientes. De hecho, se ha llegado al desarrollo del derecho a la salud mediante derechos fundamentales de los denominados de “nueva generación” o de “segunda generación”, destacando sobre todos ellos el propio consentimiento informado o las voluntades anticipadas, traducidos en el reconocimiento en materia sanitaria en la posibilidad, -legalmente reconocida-, de rechazar un tratamiento por motivos religiosos. En definitiva, conjugar el derecho de libertad religiosa, ideológica y de conciencia en el ámbito de la salud es una tarea necesaria en el marco de una sociedad plural y multicultural, de forma que el respeto a la persona tenga su relevancia y reflejo en el campo de la sanidad. De hecho, las confesiones religiosas y grupos ideológicos de opinión, integran parte de la ética social que forma la “base crítica” que va a someter a examen en multitud de ocasiones la bondad o maldad moral de las decisiones/intervenciones o logros que, en materia de bioética puede dispensar el sistema sanitario. Su reflejo se verifica en la presencia de representantes de religiones o de filósofos o de otras corrientes de opinión en los comités éticos, así como al presencia de los grupos religiosos en el ámbito sanitario mediante la creación de centros asistenciales integrados dentro de la red sanitaria nacional. 1 . Como ha señalado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en la Sentencia Leyla Sahin, de 10 de noviembre de 2005, “La libertad religiosa es uno de los fundamentos de una sociedad democrática que protege tanto a los creyentes como a los ateos, agnósticos, escépticos e indiferentes, e implica también la posibilidad de manifestar su religión en público. Sin embargo no protege cualquier acto motivado o inspirado por una religión y en una sociedad democrática donde coexisten varias religiones puede ser necesario someter la libertad de manifestar la religión a limites necesarios para conciliar los intereses de los distintos grupos y las convicciones de cada uno, y el Estado es, en ese sentido el organizador neutral e imparcial de su ejercicio de las distintas religiones y el que tiene que asegurar el orden público, la paz religiosa y la tolerancia. La democracia no significa supremacía constante de la opinión de la mayoría, sino equilibrio que asegura a los minoritarios un tratamiento justo y evita todo abuso de una posición dominante”. 3 En definitiva, la preocupación por la vida después de la muerte física no es sólo una cuestión que ocupe a los estudiosos del derecho, sino que resulta de interés al personal sanitario en su conjunto porque va a implicar que se tenga que adecuar la actuación en la vida del paciente, -creyente-, conforme a los dictados de su fe religiosa para su desarrollo personal y la búsqueda de su actuación en conciencia. I. LIBERTAD RELIGIOSA E IDOLÓGICA Y ASISTENCIA SANITARIA La Constitución Española ha diseñado al derecho fundamental de libertad religiosa como un derecho subjetivo de carácter fundamental2. Se trata de uno de los derechos básicos de nuestro ordenamiento jurídico. Desde el punto de vista objetivo, aparece configurado como un derecho subjetivo de carácter fundamental, se trata de un derecho de los que la doctrina ha denominado de “Primera Generación”, y se trata de un derecho de los denominados “especialmente resistentes”, al estar encuadrado dentro de la Sección 1ª del Capítulo III del Título I de la Constitución que, necesariamente debe ser desarrollado por Ley Orgánica (Art. 81,1 C.E.), con una especial protección prevista en el Art. 53,2 C.E. y Art. 41,1 L.O.T.C. (recurso de amparo). En la constitución Española existen numerosas disposiciones relacionadas con la libertad religiosa, pero, sin duda en artículo central es el 16 donde se consigna el siguiente régimen jurídico: Art. 16: “1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. 2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. 3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. La Constitución, en su Art. 16 se limita a señalar que se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, de los individuos y de sus comunidades, señalando sus límites, y sólo se contiene explícitamente que nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. El Tribunal Constitucional, por su parte, ha señalado que este Derecho, interpretado conforme a las normas internacionales, y permite la actuación de los ciudadanos en este campo con plena inmunidad de coacción del Estado y de cualesquiera otros grupos sociales3. 2 . STC 24/1982, de 13 de mayo, y también ATC 359/1985, de 29 de mayo. El Tribunal Constitucional ha indicado que: “…este derecho fundamental garantiza que los ciudadanos puedan «actuar en este campo con plena inmunidad de coacción del Estado y de cualesquiera grupos sociales» 3. 4 Una vez señalado el derecho fundamental, el siguiente punto en el que hay que detenerse es en ¿quiénes son los titulares de ese derecho? 1. TITULARES DE LA LIBERTAD RELIGIOSA. La libertad religiosa, tal y como establece la Constitución (Art. 16), corresponde no sólo a las personas físicas, sino también a las personas jurídicas4 (individuos y comunidades). En relación con las personas físicas, este Derecho resulta aplicable a los extranjeros5 y a los menores de edad6. Con respecto a las personas jurídicas, lógicamente, está presente en aquellas personas jurídicas que tengan una finalidad religiosa7, el ejemplo básico es la (Sentencia de este Tribunal en Pleno de 13 de mayo de 1982), inmunidad de coacción que afecta, como establece el art. 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos -que ha de tenerse en cuenta en la interpretación del contenido de este derecho constitucional- a la libertad de toda persona de «manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia». En el mismo sentido se expresa el art. 9.1 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Fundamentales y el art. 18.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 19 de diciembre de 1966, que añade que «nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección» (artículo 18.2)”. (Auto del Tribunal Constitucional Nº 359/1985, de 29 de mayo de 1985. FJ, 2º). 4 . Cfr, entre otras, STC 64/1988, de 12 abril. FJ. 1º. 5 . En este sentido, Cfr. STC 107/1984, de 23 de noviembre. FJ 3º). 6 . La Ley Orgánica 1/1996, de protección jurídica del menor, de 15 de enero, en Art. 6 recoge este derecho en los siguientes términos: Art. 6 La libertad ideológica: 1. El menor tiene derecho a la libertad de ideología, conciencia y religión. 2. El ejercicio de los derechos dimanantes de esta libertad tiene únicamente las limitaciones prescritas por la Ley y el respeto de los derechos y libertades fundamentales de los demás. 3. Los padres o tutores tiene el derecho y el deber de cooperar para que el menor ejerza esta libertad de modo que contribuya a su desarrollo integral (Sobre el derecho a la libertad religiosa de los menores Cfr., entre otros, Puente Alcubilla, V., Minoría de edad, religión y derecho. Madrid, 2001). . Martín Sánchez ha puntualizado al respecto de la personalidad jurídica de las personas jurídicas que: “En primer lugar, el artículo 16.3 de la Constitución menciona un concreto ejemplo de dichas entidades: las confesiones. Sin embargo, de acuerdo con lo dispuesto por el artículo 5 de la Ley Orgánica de libertad religiosa y por el artículo 2 del Real Decreto 142/1981, de 9 de enero, sobre organización y funcionamiento del Registro de entidades religiosas, dicha titularidad no sólo corresponde a las confesiones, sino también a las entidades que forman parte de las mismas, y a las Federaciones religiosas, es decir, a la unión de varias confesiones. En segundo lugar, para ser titular del derecho de libertad religiosa, la entidad debe tener, como hemos dicho, una finalidad religiosa. En relación con esta exigencia legal, baste señalar que, de acuerdo con la jurisprudencia del Tribunal Supremo, una entidad se considera religiosa cuando en la misma concurren al menos dos características básicas. La primera consiste en la existencia en la misma de un cuerpo doctrinal dirigido a la relación del hombre, como ser espiritual, con Dios (STS de 2 de noviembre de 1987 FJ4). Como segunda característica, en la entidad debe existir un culto, entendido como medio de comunicación entre el hombre y la divinidad (STS de 25 de junio de 1990 FJ2). Finalmente, para acogerse al régimen jurídico establecido por la Ley Orgánica de libertad religiosa, la entidad debe tener personalidad jurídica en el 7 5 aplicación del derecho común de asociaciones para aquellas personas jurídicas que no tienen finalidad religiosa, en la Ley de Asociaciones (LODA), lugar donde expresamente se excluyen aquéllas que presentan un fin religioso (Art. 1,3 LODA). Señalados los titulares, ahora hay que detenerse en cual es el contenido que presenta este derecho fundamental. 2. CONTENIDO DEL DERECHO FUNDAMENTAL DE LIBERTAD RELIGIOSA. Se ha indicado como el Art. 16 CE se limita a poco más que enunciar la existencia del derecho y a proceder a su garantía. Como tal Derecho Fundamental, no sería necesario para su ejercicio proceder a realizar una legislación de desarrollo. Sin embargo, el legislador español ha procedido a desarrollar el contenido esencial de este derecho mediante la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de Libertad Religiosa. Más en concreto, esta ley, concisa, porque presenta tan sólo ocho artículos-, dedica el Art. 2,1 a especificar cuál es el núcleo esencial, en su vertiente individual de este Derecho. A tal efecto, describe dentro de cuatro grandes apartados los diferentes apartados todo el contenido que presenta este Derecho Fundamental: 1. DERECHO A PROFESAR CREENCIAS RELIGIOSAS. Art. 2,1, a) Profesar las creencias religiosas que libremente elija o no profesar ninguna; cambiar de confesión o abandonar la que tenía, manifestar libremente sus propias creencias religiosas o la ausencia de las mismas, o abstenerse de declarar sobre ellas. 2. LIBERTAD DE CULTO Y ASISTENCIA RELIGIOSA. Art. 2,1,b) Practicar los actos de culto y recibir asistencia religiosa de su propia confesión; conmemorar sus festividades; celebrar sus ritos matrimoniales; recibir sepultura digna, sin discriminación por motivos religiosos, y no ser obligado a practicar actos de culto o a recibir asistencia religiosa contraria a sus convicciones personales. 3. LIBERTAD DE INFORMACIÓN (PROPAGANDA) Y ENSEÑANZA RELIGIOSA. Art. 2,1, c) Recibir e impartir enseñanza e información religiosa de toda índole, ya sea oralmente, por escrito o por cualquier otro procedimiento; elegir para sí, y para los menores no emancipados e incapacitados, bajo su dependencia, dentro y fuera del ámbito escolar, la educación religiosa y moral que este de acuerdo con sus propias convicciones. 4. DERECHOS DE REUNIÓN, MANIFESTACIÓN Y ASOCIACIÓN Derecho español”. (Martín Sánchez, I., El derecho fundamental de libertad religiosa, en Curso de Derecho Eclesiástico del Estado (Coor. Martín Sánchez, I.,). Valencia, 1997. pp. 106-107). 6 Art. 2,1, d) Reunirse o manifestarse públicamente con fines religiosos y asociarse para desarrollar comunitariamente sus actividades religiosas de conformidad con el ordenamiento jurídico general y lo establecido en la presente Ley Orgánica. 3. EL DERECHO A PROFESAR UNAS CREENCIAS RELIGIOSAS Y LA ASISTENCIA SANITARIA. En el ámbito sanitario, de ese contenido fundamental de la libertad religiosa nos interesa, de forma especial, el derecho a profesar unas determinadas creencias religiosas, toda vez que, vamos a encontrar la demanda o rechazo a determinados tratamientos médicos específicos en función de determinados códigos, derivados de las normas de conducta personal impuestas o recomenzadas por sus credos religiosos, (normas confesionales propias de las confesiones religiosas a las que se pertenece el enfermo) que se van a exteriorizar por los creyentes en su relación con los profesionales sanitarios y en la aceptación de los tratamientos médicos necesarios para la promoción de su derecho a la salud. Ese derecho específico “a profesar las creencias religiosas que tenga el individuo así como la posibilidad de cambiarlas, o la de abandonarlas”, aparece especialmente protegido también en todos los textos internacionales8. El derecho de libertad religiosa debe conjugarse, por un lado, con el derecho a la vida e integridad física del paciente, y por otro, con la obligación para con los poderes públicos de la tutela de la salud. Ambos derechos, aunque ya se han tratado en este curso, podemos afirmar de forma concisa que: Nuestra Constitución española señala expresamente este Derecho a la protección de la salud de forma clara e inequívoca en su artículo 15: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura, ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Queda 8 . Existe alguna excepción. Sin embargo estas excepciones no son razonables y vulneran el contenido esencial de este derecho. Cuando no se permite cambiar de religión, se trata de una norma que rompe el necesario principio de proporcionalidad que debe observar la regulación de este Derecho Fundamental. En este sentido, se pude citar la Declaración Islámica Universal de los Derechos del Hombre (redactada por iniciativa del Consejo Islámico para Europa, y proclamada el 19 de septiembre de 1981, en París, en los locales de la UNESCO, por S. Asma, secretario general del Consejo Islámico). En este sentido, se contiene la libertad religiosa, no parece que, con esa redacción exista el derecho a cambiar de religión. (Puede verse en Étienne, B., El islamismo radical, Madrid, 1996, pp. 319 y ss) –concretamente p. 325-. La razón de esta normativa aparece reseñada, como ha escrito Villacorta, en un pasaje del Corán: “repetidamente citado y sin fisuras, es la Sura 9,74: <… han apostatado después de haber abrazado el Islam, mejor sería para ellos que se arrepintieran. Si vuelven la espalda, Dios les inflingirá un castigo doloroso en la vida de acá y en la otra. No encontrarán en la tierra amigo ni auxiliar> (ver también 2, 217 y 47, 25-27). (Villacorta, J.L., El derecho a la libertad religiosa desde la cultura antropológica islámica, en Libertad religiosa y Derechos Humanos. Barcelona, 2004. p. 152). 7 abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra”. Por otra parte, el artículo 43 de la Constitución reconoce el derecho a la protección de la salud y encomienda a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios, y añade “la ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto”. Desde ahí, como punto de partida, se ha cimentado en nuestro ordenamiento jurídico el Derecho a la salud, que se ha visto complementado por medio de otros textos internacionales9. Dicho esto, el marco jurídico está precisado en estos textos jurídicos fundamentales, y por lo que hace referencia a nuestro Derecho, el Tribunal Constitucional se ha encargado de precisar como ese Derecho a la vida está “reconocido y garantizado en su doble significación física y moral por el Art. 15 de la Constitución, en la proyección de un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional –la vida humana- y constituye el derecho fundamental esencial y troncal en cuanto es el supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible” (STC 53/1985, FJ 3º). Ese marco de la doble proyección del derecho a la vida física y moral, va indisolublemente unido y definido dentro del marco de la dignidad de la propia persona 9 . Entre otros, se pueden citar: La declaración Universal de los Derechos Humanos, de las Naciones Unidas, de 10 de diciembre de 1948 (Arts. 3 y 5); El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, de las Naciones Unidas, de 19 de diciembre de 1966 (Arts. 6 y 7); Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales, de 4 de noviembre de 1950 (Arts. 2 y 3). Por último se debe citar la futura Constitución Europea, que en su proyecto, recoge en su Título I, bajo la denominación- Dignidad, sus primeros artículos dedicados a esta materia: Artículo II-61: “Dignidad Humana: La dignidad humana es inviolable. Será respetada y protegida”. Artículo II-62: “Derecho a la vida: Toda persona tiene derecho a la vida. 1. Nadie podrá ser condenado a la pena de muerte ni ejecutado”. Artículo II-63: “Derecho a la integridad de la persona 1. Toda persona tiene derecho a su integridad física y psíquica. 2. En el marco de la medicina y la biología se respetarán en particular: a. el consentimiento libre e informado de la persona de que se trate, de acuerdo con las modalidades establecidas en la ley. b. La prohibición de prácticas eugenésicas, y en particular las que tienen por finalidad la selección de personas. c. La prohibición de que el cuerpo humano o partes del mismo en cuanto tales se conviertan en objeto de lucro. d. La prohibición de clonación reproductora de seres humanos”. Artículo II-64: “Prohibición de la tortura y de las penas o los tratos inhumanos o degradantes. Nadie será sometido a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. 8 humana10. Así se especifica en una clara y uniforme línea jurisprudencial de nuestro Tribunal Constitucional, representada, entre otras, por las STC 53/1985, FJ 3º; 57/1994, FJ 4º y el ATC 238/1985, FJ 1º. Esa protección de la vida se ha visto en supuestos extremos11 de huelgas de hambre, en la conocida Sentencia del Tribunal Constitucional de 120/1990, FJ 7º; o también la de 137/1990, FJ 5º, en concreto, en los siguientes términos “no es posible admitir que la Constitución garantice en su Art. 15 el derecho a la propia muerte y, por consiguiente, carece de apoyo constitucional la pretensión de que la asistencia médica coactiva es contraria a ese derecho constitucionalmente inexistente...”. Desde este conjunto jurídico, se llega a la protección de la salud, pero desde la irrenunciable protección de la dignidad y libre desarrollo de la persona humana. En este punto, la libertad religiosa junto a la salud, llegan a un punto común que el ordenamiento jurídico ha querido proteger con disposiciones concretas, tales como consentimiento informado, voluntades previas, y la figura de la objeción de conciencia. En todo caso, como se verá después, no es por casualidad que, la libertad religiosa presente como uno de sus límites la propia libertad religiosa. 4. LOS ASPECTOS ÉTICOS DE LA MEDICINA Y LA LIBERTAD RELIGIOSA. EL MISMO FIN: LA PROTECCIÓN DE LA PERSONA HUMANA POR COMPLETO LA DIGNIDAD. En esos aspectos éticos de la medicina es donde surge con fuerza el Derecho para, precisamente proteger a la persona humana a través de normas jurídicas, combinando, siempre, en la medida de lo posible la vertiente individual, donde tienen cabida, sin duda alguna, los planteamientos religiosos, como inherentes a la propia dignidad de la persona humana que comienzan por su derecho a la salud, donde también tienen cabida los derechos relacionados con la libertad religiosa. De ahí, la importancia de la Bioética en las grandes religiones. Todas han prestado un especial interés a la Bioética desde sus inicios. Son muchas las razones que explican este interés: La realidad es que, todas ellas parten del “carácter sagrado del ser humano”, de la 10 . Cfrs. ALEGRE MARTÍNEZ, M. A., La dignidad de la persona humana como fundamento del ordenamiento constitucional español. León, 1996; VALLS, R., El concepto de dignidad humana, en Revista de Bioética y Derecho, Nº 5, Diciembre 2005. p. 1 y ss. SPAERMANN, R., Sobre el concepto de dignidad humana, en Persona y Derecho, 1988, nº 19, pp. 13-33. . RUIZ MIGUEL, ha escrito que: “no ya únicamente ante el simple suicidio, sino también, ante la eutanasia voluntaria, la negativa a recibir transfusiones, los tratamientos médicos obligatorios en situación de riesgo vital cierto y casos similares, no sólo no cabe alegar un derecho a morir constitucionalmente protegido, sino que el Estado se encuentra obligado a proteger positivamente la vida con independencia del consentimiento del afectado, de forma que una ley que viniera a reconocer la relevancia de la voluntad y autonomía de la persona seguramente será contraría al artículo 15 de la Constitución”. (RUIZ MIGUEL, A., Autonomía individual y derecho a la propia vida, en Revista del Centro de Estudios Constitucionales, nº 14, enero-abril, 1993. p. 143). 11 9 importancia del cuerpo y de su obligación de respeto y cuidado, y dentro de esa “salud”, todas ellas, dentro de sus enseñanzas contienen disposiciones de contenido confesional para regular o al menos orientar, con mayor o menor fuerza de obligar al respecto de cuestiones relacionadas con extremos como, la propia vida, la generación de los hijos, la sexualidad, el dolor humano, los trasplantes, la enfermedad y la muerte, etc… . Esas directrices, en muchos casos, marcan el comportamiento de los creyentes de suerte que, se trata de elementos importantísimos que sirven para, no sólo dotar hábitos de conducta, sino también para determinar unas actuaciones concretas, así como, también, en ocasiones, esas creencias religiosas, se convierten en “piedra de toque” para el creyente, para enjuiciar la legislación que en materia de bioética se produce por un ordenamiento jurídico. Los avances científicos, sin duda, han ido mucho más rápido que los avances dogmáticos de las diferentes religiones que han tenido que buscar, no en sus textos primarios, sino en interpretaciones doctrinales los modelos o formas de conducta ante el avance de la ciencia médica. Por ejemplo, por citar dos ejemplos que actualmente están en el debate público: el cambio de cara de una persona o la posibilidad de almacenar las células madre del cordón umbilical. Lógicamente el Corán, la Biblia, o el Talmud, no pueden disponer nada a este respecto. Un ejemplo, entre otros muchos, de preocupación absolutamente importante en esta materia por parte de las confesiones religiosas es la Iglesia Católica con la Encíclica “Humanae Vitae”, o los propios Testigos de Jehová con sus Comités de Enlace con los Hospitales. O incluso, en algunos países, donde el principio de laicidad no existe o está desdibujado, se han puesto en marcha desde posiciones confesionales los denominados Consejos Nacionales de la Ética de la Ciencia Médica de la Salud, me refiero, por ejemplo a Argelia, Túnez, o también, entre otros, los existentes en el Líbano y en Egipto. Igualmente, se debe reseñar en nuestro país la especial preocupación de las confesiones religiosas, y muy especialmente la Iglesia Católica en la protección de la salud a través de la creación de centros hospitalarios con un marcado carácter propio así como la actividad asistencial en el cuidado de ancianos mediante la creación de residencias geriátricas. En estos centros, marcados por la existencia de un “ideario” o “carácter propio” no sólo se lleva a cabo la protección de la salud y la vida, sino que se realiza todo ello desde la atención a principios de actuación y códigos de conducta acordes con el contenido de los principios morales propios de la religión que profesa la confesión que ha constituido el propio centro asistencial. Este extremo, en ocasiones da lugar a controversias como la acontecida en el reciente y conocido caso de la señora (Inmaculada Echevarria) que había solicitado ser desconectada de la máquina que la mantenía con vida en un centro hospitalario católico, y tuvo que ser trasladada a un centro público para poder ser desconectada sin que dicho hecho fuera en contra del ideario del hospital ideológicamente caracterizado. Señalado de forma concisa la preocupación de las confesiones religiosas a este respecto, a continuación pueden exponerse, de forma concisa las principales posiciones de las religiones mayoritarias existentes en nuestro país en el marco del Bioderecho: 10 4.1. Posición de las religiones en el marco del Bioderecho. 4.1.1. Iglesia Católica. La Iglesia Católica, ha venido interviniendo con creciente atención sobre los problemas éticos que se plantean por la indudable conexión entre medicina y moralidad. Dentro de los derechos humanos, el derecho a la salud y a la vida es reconocido íntegramente por parte de la doctrina de la Iglesia Católica. Para la Iglesia Católica, la actividad médico sanitaria se fundamenta sobre una relación interpersonal, y por ello presenta una naturaleza particular. Se trata de un “encuentro entre una confianza y una conciencia”. El paciente se configura, no como un mero caso clínico, sino que se trata de “una persona enferma”, y así, para su tratamiento e intento de curación, no sólo es suficiente una pericia médica. Se exige en el personal médico “amor, disponibilidad, atención, comprensión, benevolencia, paciencia, diálogo. Así la posición de los agentes sanitarios, para la Iglesia Católica, se configura como una vocación al servicio de los demás que debe ser adornada de esas características mencionadas. Se trata de una continuación en la Tierra de la caridad terapéutica de Cristo. Juan Pablo II señaló a este respecto que: “vosotros lleváis a la habitación del enfermo y sobre la mesa de cirugía algo de la caridad de Dios, del amor, de la ternura de Cristo, el gran médico del alma y del cuerpo”. Por ello, se puede afirmar que el derecho a la salud se da en el hombre, único sujeto que, para la religión Católica ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y así, tiene dignidad de sujeto y valor de fin. Por ese motivo, el ser humano, la persona, presenta una dimensión corporal que no puede ser disociada de la espiritual. Por esa consideración de unidad del ser humano, cada intervención sobre el cuerpo humano no se limita únicamente a tejidos, órganos y sus funciones, sino que involucra también los diversos niveles de la persona misma. Así, la actividad sanitaria no puede olvidar ese prisma de visión del ser humano, donde las funciones corporales se traducen en sus dimensiones afectiva, intelectual y espiritual. Esa naturaleza del hombre es la que obliga a cualquier agente sanitario, desde el punto de vista de la doctrina de la Iglesia Católica, a no ignorar la verdad corpórea de la persona y a prestarse a satisfacer deseos, ya sea subjetivamente manifestados, ya sea legalmente codificados, en contraposición con la objetiva verdad de la vida. La doctrina de la Iglesia Católica parte de la indisponibilidad e inviolabilidad de la propia vida, y como corolario, la actividad médico-sanitaria se convierte en un servicio vocacional que vigila y tutela esa sacralidad de la vida humana. En este marco, se configuran los deberes y obligaciones del paciente y del personal sanitario, y así la voluntad de ambos está ceñida a este contexto. En un primer acercamiento, mediante la prudencia de reconocer que el derecho a la vida y a la salud no es un derecho absoluto del paciente, ni tampoco del médico. El derecho a la salud del paciente no es absoluto y está limitado a las finalidades establecidas por la naturaleza. Por lo que respecta al personal sanitario, se configura desde una posición de garante activo del 11 derecho a la vida, y cumple esa función asumiendo el correspondiente deber de protección profiláctica y terapéutica de la salud, mediante la mejora de los ambientes y medios técnicos que le son atribuidos, con el fin de proteger la calidad de la vida de las personas y su ambiente vital. La actuación del personal médico sanitario, desde la óptica cristiana, debe estar presidida por lo que denominan “triple actitud saludable hacia la enfermedad”. Consiste, básicamente, en la “concienciación” de su realidad, “sin minimizarla y sin exagerarla”; la “aceptación”, con el severo conocimiento y convicción de que el Señor quiere obtener el bien frente al mal –que supone la propia enfermedad-; y la “oblación” que se consuma mediante el amor hacia Dios y los hermanos. Esa “triple acción” no puede olvidar a la familia del enfermo, ante la cual el agente sanitario está llamado a proporcionar, conjuntamente con el cuidado terapéutico o quirúrgico, una acción de iluminación, de consejo, de orientación y apoyo. Otro aspecto donde conviene detenerse es en el momento en el cual hay que indicar el diagnóstico y el pronóstico al paciente. Para ello, el punto de referencia, desde la doctrina de la Iglesia Católica, es el pleno respeto a la dignidad e integridad de la persona, sobre todo con relación a técnicas invasivas. El diagnóstico no hace surgir, por regla general problemas éticos. Debe estar ordenado hacia el tratamiento y la terapia es un proceso en beneficio de la salud. El personal sanitario -en términos amplios-, debe informar de la verdad al enfermo y a sus familiares. Esa información de “verdad” sobre el estado de salud del paciente se convierte en una obligación más concreta, en el momento en el cual la dolencia puede estar acercando a la muerte al paciente. La Iglesia Católica reconoce de forma específica y sin paliativos “el derecho de la persona a estar informada sobre su propio estado de vida”. Este derecho no disminuye ni se excluye en presencia de un diagnóstico de enfermedad que pudiera conducir al final de la vida. Ese derecho a la información indicado se lleva a cabo, básicamente, -y por reconducirlos de una forma rápida, y por ello quizá no todo lo completa que debería, pero sí muy descriptiva, orientativa y gráfica-, desde tres extremos, o tres relaciones entre enfermo y sanitario: 1º. Relación de confianza en la verdad y en la caridad. Se deben saber encontrar los momentos y las palabras necesarias para esa relación de confianza, acogida y diálogo. Esa comunicación sirve para discernir y respetar los tiempos del diálogo. Se trata de ser “sinceros desde el amor”, mediante la búsqueda de una presencia activa ante y con el enfermo, mostrando sensibilidad hacia su suerte, buscando y sabiendo encontrar las palabras y respuestas que le permitan con el enfermo encontrar esa comunicación en la verdad y en la caridad. 2º. Relación solidaria con el enfermo. Cada caso necesita un tratamiento diferente, en función de la sensibilidad y de la capacidad de cada uno, de las relaciones con el enfermo y de su estado de salud, y sobre todo en previsión de sus posibles reacciones como rebelión, depresión, resignación, etc... . Esa relación solidaria implica no sólo la transmisión de datos sobre su estado de salud, sino también comunicar significados. 3º. Relación de compartir y de comunión. La comunión hace que su vida, a pesar de todo, pueda tener un sentido. Según la Iglesia Católica, la verdad que le viene así 12 comunicada no le cierra a la esperanza, porque le hace sentir vivo en una relación de compartir y de comunión. Una vez que ya se ha señalado la actuación del personal médico y sanitario con respecto al paciente, la figura de éste, y el diagnóstico, el siguiente momento cronológico es el consentimiento del propio paciente antes de procederse a la intervención curativa. En la figura del “consentimiento informado” surge de nuevo el contexto indicado de la sacralidad del ser humano, su dignidad. En este punto, la doctrina de la Iglesia Católica puede resumirse, brevemente y con el fin de una fácil sistematización, en cuatro puntos básicos: 1º. Carácter dialogal de la intervención médica. En efecto, ese diálogo implica que el agente sanitario, para cualquier intervención sobre el cuerpo humano, debe poseer el consentimiento expreso o tácito del paciente. Sin ese consentimiento el facultativo se arrogaría una potestad que no le corresponde, y por tanto se trataría de una actuación arbitraria. Se parte de la plena libertad del paciente, desde el pleno conocimiento de sus dolencias. Así, debe el personal sanitario dar a conocer al paciente la percepción exacta de su enfermedad y de las posibilidades terapéuticas, con los riesgos, las dificultades y las consecuencias que comportan. Esto significa que el paciente debe prestar un “consentimiento informado”. 2º. Distinción relativa a la presunción del consentimiento. Cuando se trata de pacientes capaces, el consentimiento no se presume, debe ser determinado y explícito. El problema surge en aquellos pacientes que por algún motivo psíquico, físico o de cualquier otra índole, son incapaces y no pueden prestar válidamente su consentimiento. En estos casos serían de aplicación los dos principios siguientes. 3º. Principio de confianza terapéutica. En aquellos supuestos extremos, en los cuales el paciente es incapaz de prestar su consentimiento, a la luz de la consideración del paciente señalada anteriormente, el agente sanitario presenta la potestad de presumir el consentimiento a las intervenciones terapéuticas, que según su ciencia y su conciencia ha de practicar. Ese principio de confianza terapéutica se resume muy gráficamente cuando se piensa en ese principio a la luz de la confianza previamente depositada por el paciente en el facultativo que le debe ayudar a superar sus dolencias. Y por otro lado, desde el punto de vista del médico, éste tiene una obligación muy importante, que no es otra que la que se resume en el principio de responsabilidad en el cuidado de la salud, que le obliga a socorrer al paciente. 4º. Participación de los familiares. La doctrina de la Iglesia Católica no olvida a las personas de los familiares, precisamente, entre otros muchos motivos, por la importancia de la misma en el propio individuo. Esa es la justificación que permite hablar de “Coparticipación de los familiares”, y así deben ser informados acerca de las terapias ordinarias, e involucrados en las decisiones sobre terapias extraordinarias y opcionales. El secreto médico es aceptado por parte de la Iglesia Católica, precisamente para salvaguardar la intimidad de la persona humana en los términos indicados, aunque ese secreto médico no tiene un valor absoluto. Cuando la enfermedad del paciente pueda implicar riesgos contra la integridad físicas de otras personas, el médico debe informar a las 13 terceras personas en situación de riesgo si, el mismo se negase a realizar dicha comunicación. 4.1.2. Protestantismo12. Para los evangélicos, y siguiendo a MONEO13, podemos afirmar que se considera a la medicina como “instrumento de Dios”, y ello, porque, aunque presenta menor valor que la sanidad soberana de Dios, es un instrumento de Dios, porque persigue objetivos que Dios también tiene en sus planes para con el hombre. Así, se busca la medicina como instrumento para sanar y para garantizar el derecho a la vida y a la salud de los propios creyentes. Con respecto a los tratamientos médicos y la autonomía de la voluntad y el respeto a la personalidad y conciencia del enfermo, los evangélicos, señalan que: “Consideramos radicalmente inaceptable toda forma de violencia contra la integridad física o moral, de las personas, así como cualquier acto que menoscabe su dignidad”. Así, cabe perfectamente que se deniegue un tratamiento médico o práctica sanitaria siempre y cuando dicha práctica suponga un menoscabo de la personalidad humana, y en concreto, de la dignidad y libertad de la persona. Cuando se va a producir una intervención médica o un tratamiento sanitario, el profesional y el paciente deben hablar de la dolencia y de las posibilidades terapéuticas. Deben hablar de aquello que les une: la enfermedad y el tratamiento que conlleva. La moral evangélica no tiende a confrontar al médico y al paciente, sino a unir ambas voluntades para preservar la vida y la salud. El secreto médico es reconocido por la moral evangélica, pero presenta límites. Así, cuando el médico conoce una enfermedad o dolencia que puede derivar en perjuicios seriamente relevantes para un tercero (pareja) o terceros (compañeros de trabajo o si la dolencia conlleva repercusiones para con terceros en el desarrollo de una actividad personal o profesional), le repercute al facultativo una cuestión de conciencia. Para su resolución, en una primera etapa, el médico debe intentar convencer al paciente para que él revele su dolencia o se abstenga de realizar comportamientos que puedan derivar en daños o riesgos para terceros. Si el paciente no revela dicha dolencia para evitar perjuicios a terceros, el médico deberá actuar en conciencia para evitar que lo que él ha conocido por su profesión produzca daños a terceros. 12 . Se sigue lo expuesto por COLLANGE, J.-F., La salud y los derechos humanos, Aspectos éticos y morales. Washington, 1999, y en concreto lo expuesto en las fichas 36 a 46, 50, 51, 54 y 55. pp. 226 a 257, 268 a 274, y 287 a 290. (COLLANGE, J.-F. Decano de la Facultad de Teología Protestante, Universidad de Ciencias Humanas de Estrasburgo, y miembro del Comité Consultivo Nacional de Ética Francés). 13 . G. MONEO, A., Medicina y Fe. Libro del VI Congreso Evangélico Español, Una Fe, Un pueblo, Un propósito. Madrid, 1999. pp. 227-228. 14 Al igual que se ha significado como el paciente puede negarse a practicar un tratamiento médico, también el médico puede negarse, basándose en alguna circunstancia, a practicar una determinada intervención quirúrgica. Este tipo de comportamientos aparecen en algunos supuestos, en concreto, casos donde el personal sanitario se ha negado a intervenir en pacientes afectados de sida. En esta materia, la moral evangélica, repudia ese comportamiento del médico que entiende está obligado a velar por la vida de los pacientes en cualquier circunstancia. 4.1.3. Islam14. La Autonomía de la voluntad presenta sus raíces más profundas en el propio Corán 17, 70: “Hemos honrado a los hijos de Adán. Los hemos llevado por tierra y por mar, les hemos proveído de cosas buenas y los hemos preferido marcadamente a muchas otras criaturas”. Se trata de una autonomía que queda alejada de extremismos individualistas en cuanto que garantiza la continuidad de la umma. El Islam ha influido en el sentido de la universalidad en la propia institución. Así, el principio humanitario será el fundamento de los fieles. Esa autonomía de la voluntad para los musulmanes vendría de la mano de lo que podemos denominar “paternalismo médico”, donde el paciente se somete a la voluntad del médico precisamente para ser curado, y su consentimiento se da por supuesto. Los códigos deontológicos existentes actualmente en los distintos Estados musulmanes indican como es necesario, en la medida de lo posible, informar al enfermo sobre su condición, pero no debe ser una comunicación brusca, que a la postre sea dañosa para el enfermo. Se pretende una “alianza terapéutica” entre el médico y el paciente, que se verifica en un consenso verbal entre médico y paciente. En algunos países musulmanes, como es el caso de Egipto, la voluntad del enfermo está subordinada a la de la propia familia o a la del grupo al que pertenece. La familia representa un peso específico social muy importante que, se confirma en una mediación entre el enfermo y el médico, pero subordinado específicamente a este último. Un claro ejemplo interesante que aclara perfectamente el alcance de la autonomía individual, ha sido puesto de relieve por parte de MASSUÉ y GERIN15 se trata del siguiente caso: Un hombre de 42 años, con hijos, afectado de una infección vírica, se encuentra en una situación de insuficiencia cardiorrespiratoria en fase terminal, que requiere de un trasplante urgente de corazón y pulmones. En un principio, al mediar su consentimiento se le inscribe en la lista de espera para el trasplante. Cuando llegan los órganos, y el hombre está consciente rehúsa el trasplante, y por el contrario los familiares, queriendo recuperar la salud del enfermo le indican al médico que proceda a operar de cualquier forma. Se entiende que el consentimiento del enfermo, en esa situación límite de 14 . Se sigue lo escrito por ATIGHETCHI, D., Islam. Musulmani e bioética, ... cit. pp. 32 a 43. 15 . MASSUÉ, J.P. y GERIN, G., Diritti umani e bioetica. Roma, 2000, pp. 282 y ss. 15 inferioridad psicofísica, no puede ser tenido en cuenta, y en ese caso, el juicio o la opinión que debe prevalecer es la del médico. Por lo que respecta a la intimidad del paciente, ésta es respetada por el derecho islámico, pero presenta límites, y ésta puede ser violada si su mantenimiento conlleva una alteración física de un tercero. Esto es, en conflictos derivados de un contrato de trabajo y la relación de pareja, cuando una dolencia puede ser perjudicial para la propia pareja o para el resto de compañeros, o bien para otros terceros, hay que convencer al enfermo para revelar su enfermedad, y si éste no accediera, en virtud del bien general, y de la lealtad y honestidad prescritos por el Islam, se deberá comunicar dicha dolencia a los terceros interesados, por ejemplo, la pareja, en caso de infección por sida o hepatitis B o cualquier otra dolencia contagiosa. Con respecto a la posibilidad del personal sanitario de rehusar una operación quirúrgica, hay que afirmar que ante dolencias contagiosas está obligado a realizar la intervención quirúrgica, y a ellos les cabe la obligación de reforzar las medidas de protección contra una eventual contaminación tanto para el médico como para el resto del personal asistente. 4.1.4. Judaísmo16. La moral judía proclama firmemente el respeto a la vida humana, y lo aplica en los hábitos de vida. Por ejemplo, el hombre es liberado de sus obligaciones religiosas para salvar su vida, pues la ley divina se destina ante todo a la protección del hombre y su vida. Se encuentra escrito en el Talmud que: “Tan grande es el respeto a las criaturas que él rechaza las prohibiciones que están en la Tora”. Cualquier práctica sanitaria o médica, bien se trate de un tratamiento o de una intervención quirúrgica, -entendido en términos generales-, debe contar, de forma previa, con el consentimiento del paciente y el médico. Como principio general, debe preservarse con el secreto médico. Los consentimientos de médico y pacientes no excluyen la necesidad de que el enfermo sea informado de las consecuencias que podrían resultar de una intervención quirúrgica o tratamiento terapéutico. El médico o el sanitario deben permitir que el enfermo, gracias a una información completa y objetiva, evalúe los riesgos y pueda decidir con conocimiento su causa personal. En aquellos supuestos en los cuales la vida del enfermo está en peligro, la posición es diferente, ya que, conforme a la moral judía nadie puede poner en peligro voluntariamente su propia vida, y en este caso, el médico asume también la obligación de 16 . Se sigue lo expuesto por GUIGUI, A., La salud y los derechos humanos, Aspectos éticos y morales. Washington, 1999, y en concreto lo expuesto en las fichas 36 a 46, 50, 51, 54 y 55. pp. 226 a 257, 268 a 274, y 287 a 290. (GUIGUI, A., Rabino Adjunto del Consistorio Central israelita de Bélgica, Gran Rabino de Bruselas). En el mismo sentido, veasé GOGENHEIM, F., Les portes de la loi, París. 16 convencer al paciente y a su familia de la necesidad del tratamiento y de obtener su consentimiento. En aquellas situaciones en las que la vida del paciente presenta pocas posibilidades de ser sostenida, el médico debe obrar de una forma concreta, puesto que, según la religión judía, el médico debe abstenerse de dar informaciones precisas que puedan hundir al paciente en un estado de depresión física o moral. Aun si la situación parece ser desesperada, no debe de ninguna manera eliminar toda esperanza. Su deber consiste en continuar prodigando consejos, para tranquilizar y reconfortar al enfermo. El judaísmo reconoce una importancia capital al secreto profesional. Sin embargo, y a pesar de la gravedad de la violación del secreto profesional, la ley judía reconoce que existen casos en que el secreto puede ser violado. Ese respeto a la vida privada y a la inviolabilidad del secreto profesional no deben prevalecer sobre la protección de las vidas humanas y la seguridad de los otros. La obligación asumida por el médico de proteger la vida de los otros impone al médico tomar medidas que él estime necesarias para eliminar el peligro. Un médico debe informar a la pareja del paciente de que está tratando a una persona que presenta una enfermedad de transmisión sexual, o al empleador si el trabajador presenta una dolencia que implique riesgo para terceros. En resumen, nadie puede poner en peligro la vida de otros. Sin embargo, antes de todo, el médico debe intentar que sea el propio paciente quien comunique su enfermedad, para intentar mantener, incluso en estos casos, el secreto médico. Al igual que se ha significado como el paciente puede negarse a practicar un tratamiento médico, también el médico, puede negarse, en base a alguna circunstancia a practicar una determinada intervención quirúrgica. Este tipo de comportamientos aparecen en algunos supuestos, en concreto, han aparecido situaciones donde el personal sanitario se ha negado a intervenir en pacientes afectados de sida o enfermedades contagiosas. En este caso, la posición del médico que rehúsa atender a pacientes por ese motivo hay que tacharla de inmoral. El médico debe adoptar todas las medidas suplementarias para evitar la contaminación. Los enfermos deben tener los médicos con ellos, y no en su contra. 5. EL LÍMITE DE LA SALUD PÚBLICA EN LA LIBERTAD RELIGIOSA. En el Art. 16,1 se indica expresamente el límite de este derecho de libertad religiosa de la siguiente forma: “sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. Esa primera constatación de los límites en el texto constitucional, es igualmente desarrollada en la propia Ley Orgánica de Libertad Religiosa, en su Art. 3,1: Artículo 3. 1. El ejercicio de los derechos dimanantes de la libertad religiosa y de culto tiene como único límite la protección del derecho de los demás al ejercicio de sus libertades públicas y derechos fundamentales, así como la salvaguardia de la 17 seguridad, de la salud y de la moralidad pública, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley en el ámbito de una sociedad democrática17. Así, ese Orden Público como límite del derecho de libertad religiosa aparece delimitado de forma específica por los siguientes elementos: derechos de los demás, salvaguarda de la seguridad pública, moralidad pública y el que más nos interesa a los efectos de este curso, la salud pública. Con respecto a este límite, lo que sí parece claro, es que resulta de aplicación para con la salud pública y nunca para con la salud privada. Esta cuestión, ha quedado resuelta, no ya por la jurisprudencia existente hasta hace pocos años en España sobre objeción de conciencia18, sino porque la Ley básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica (Ley 41/2002), se puede decir que ha zanjado el problema. Dicha Ley completa las previsiones realizadas en la Ley General de Sanidad, al recoger expresamente el derecho de un paciente de negarse a recibir un tratamiento médico (Art. 2). Así el límite a la libertad religiosa, está situado en la salud pública que, siguiendo a BORRAJO19, podemos definirla como las condiciones de salubridad existentes en los diversos ambientes en los que la persona se desenvuelve. La Ley Orgánica 3/1986, de 14 de abril de 1986, de medidas especiales en materia de salud pública, dispone, en su artículo 1, que las autoridades sanitarias podrán adoptar las medidas previstas en la misma “cuando así lo exijan razones de urgencia o necesidad”. Y a este respecto la citada Ley 41/2002, en su Art. 9 ha zanjado igualmente la cuestión, señalando expresamente, en su Art. 9, 2, a) que no será necesario contar con el consentimiento del paciente cuando exista grave riesgo para la salud pública. En resumen, se puede afirmar, siguiendo a MARTÍN SÁNCHEZ20 como el ordenamiento jurídico pone de manifiesto la imposibilidad de esgrimir la libertad religiosa para la difusión de doctrinas o la realización de actividades contrarias a la salud pública, y como no cabe la negativa ni, por tanto, la objeción de conciencia por razones religiosas a tratamientos sanitarios sin los cuales existiría un riesgo para la salud pública. Es decir, para la salud de terceros considerados en su totalidad. Igualmente, es evidente que el respeto a la salud de terceros en casos concretos, es decir, la salud privada, constituye un límite al 17 . La LOLR, para fijar los límites de la libertad religiosa, acudió a los límites fijados en el CEDH, en concreto los fijados en el Art. 9,2. 18 . Destaca, entre otras, la Sentencia del Tribunal Constitucional 154/2002, de 18 de julio de 2002, sobre negativa a transfusión sanguínea a un menor de edad que fallece. 19 . Borrajo Dacruz, E., Art. 43, en Comentarios a las leyes políticas. Constitución española de 1978, (Dir. Alzaga, O.,), T. IV Madrid. (1983-1989 -12 Vols-). . Martín Sánchez, I., El derecho fundamental de Libertad religiosa…, cit. pp. 122-124. “De acuerdo con este criterio, la doctrina y la jurisprudencia han afirmado, unánimemente, la ilicitud de ampararse en la libertad religiosa para poner en peligro la salud o la vida de terceros, ya sean mayores (ATS de 26 de septiembre de 1978) o menores de edad (STS de 27 de mayo de 1990)”. (Ibidem, p. 124). 20 18 ejercicio del derecho de libertad religiosa. La razón radica en que, se infringe el límite constituido por el respeto al derecho fundamental de la vida ajena. II. NEGATIVA A TRATAMIENTOS MÉDICOS Entre las múltiples hipótesis de desobediencia a una norma por motivos de conciencia, ha sido la negativa a tratamientos médicos, uno de los supuestos que más atención ha recibido tanto a nivel doctrinal como jurisprudencial. Ello es lógico si pensamos, que se trata de un campo en el que se enlazan la libertad de pensamiento, conciencia y religión con otros derechos de la persona como el derecho a la salud, la vida y la integridad física, entre otros, y que por esa razón, entran en colisión o pueden entrar con dos intereses públicos, como son el interés del Estado en preservar la vida y la salud de sus ciudadanos por un lado, y por otro, el deber del médico de preservar la vida y la salud del paciente actuando de acuerdo con la Lex Artis. Una primera afirmación que se impone, es la de desterrar del campo de la objeción de conciencia estos supuestos, pues salvo algún caso excepcional de tratamiento médico obligatorio que más tarde examinaremos21, en nuestro ordenamiento no existe una obligación jurídica de conservar la vida y la salud; por ello, no cabe hablar en sentido estricto, de objeción de conciencia a tratamientos médicos, sino de reconocimiento jurídico del derecho de la persona a someterse libremente a un tratamiento o a rechazarlo, por motivos de conciencia o por otros motivos cualesquiera, siempre que el reconocimiento de esta autonomía de voluntad ,no entre en colisión con los derechos fundamentales de los demás. Son múltiples y variados los supuestos de negativa a tratamientos médicos; al igual que son muchos, los motivos en que se fundamenta tal negativa, sin embargo, la jurisprudencia tanto española como extranjera, ha considerado que la mal llamada objeción de conciencia a tratamientos médicos, procede de consideraciones o creencias de raíz religiosa. En este sentido, el ejemplo paradigmático que no el único, es el que se refiere a la negativa de los Testigos de Jehová a recibir transfusiones de sangre con apoyo en una interpretación particular de determinados pasajes de la Biblia. De ahí que rechacen las transfusiones de sangre y el plasma humano, no sólo para ellos mismos, sino para sus parientes e hijos22. Otro supuesto es el de la Christian Science, fundada en 1879. Dicha 21 . Se da especialmente en aquellos casos en que los poderes públicos imponen un tratamiento obligatorio para enfermedades infectocontagiosas o el caso de la vacunación obligatoria pues en estos casos la libertad de conciencia de la persona tiene el límite de la preservación de la salud pública (art. 3,1 de la LOLR). Tal es el caso de la Faith Tabernade Church, contraria a las vacunaciones, o el caso de la objeción de conciencia a las autopsias,. Cfr. NAVARRO VALLS, R., y MARTÍNEZ TORRÓN, Las objeciones de conciencia en Derecho Español y Comparado, Madrid 1997, p. 121. 22 NAVARRO VALLS, R., MARTÍNEZ TORRÓN, J. y JUSDADO, M.A., La objeción de conciencia a tratamientos médicos, cit., p. 897. 19 Iglesia se opone al recurso a un tratamiento médico generalizado, al creer que cualquier enfermedad, puede ser sanada mediante la oración23. Existen también algunos grupos religiosos, cuyos miembros se niegan a recibir productos biológicos derivados de animales, cuyo consumo está prohibido por sus creencias religiosas, por ejemplo, la administración de insulina o el implante de válvulas cardiacas de origen porcino; o el supuesto de aquellas mujeres, que se niegan a que se les haga un examen ginecológico o exploración física por parte de varones que no pertenecen a su propia confesión24. En un mismo orden de cosas, pero centrado en la negativa a tratamiento o internamiento psiquiátrico, se encuentra la Iglesia de la Cienciología fundada en 1954 en EEUU por Ronald Hubbard. Entre sus principios figura la negativa al tratamiento psiquiátrico tradicional, y la utilización de fármacos que interactúen sobre la mente. Los miembros de esta Iglesia, cuando entran, están obligados a firmar un documento por el cual, el firmante se opone al tratamiento psiquiátrico de cualquier persona, y en especial de ,él mismo y de sus parientes. En caso de padecer algún tipo de enfermedad mental, se autoriza a la Iglesia de la Cienciología, a liberarlos de los psiquiatras, sustituyendo este tratamiento, por una alternativa que es denominada como “Recorrido de Introspección”, terapia de cienciología que fue inventada por su fundador L. Ron Hubbard. La obra fundamental, “La dianética” o ciencia de la salud mental, se basa en que todos los problemas del hombre tienen su origen en el feto o “engramas”, siendo la dianética la técnica de curar los problemas espirituales del hombre25. La influencia de las organizaciones religiosas sobre las motivaciones de la persona de cara a posibles tratamientos médicos abarca, no sólo a la negativa o rechazo a un determinado tratamiento o terapia, sino también, a la elección de uno u otro tratamiento, que en el momento de su aplicación, no aparece como alternativa razonable de curación o no es el más idóneo, como puede ser la utilización de técnicas obsoletas y demostradas ineficaces, medicina natural, homeopatía, fármacos o métodos aún en experimentación … etc .En este sentido, existen determinadas sectas de inspiración animista o teosófica, como la Gran Fraternidad Universal, o pseudos cristianas, como el Espiritualismo Trinitario Mariano, que defienden el recurso a tratamientos naturales alternativos a la medicina tradicional y que no siempre resultan ser inocuos26. En cualquier caso, lo determinante para considerar si la elección de un determinado tratamiento u otro, o el rechazo a una terapia u otra, se puede considerar lícito desde el 23 NAVARRO VALLS, R., MARTÍNEZ TORRÓN, J., y JUSDADO M.A., La objeción de conciencia a tratamientos médicos, cit. p. 897. 24 Cfr. HERRAZ, Deontología médica y creencias religiosas: entre la alianza y el conflicto, Madrid 1998, pp. 67 y ss; especialmente pp. 77 y 78. También: NAVARRO VALLS, R., MARTÍNEZ TORRÓN, J., Las objeciones de conciencia… cit. pp. 120-121. Cfr. www.churchforum.org/info/apologetica/sectas/dianetica/htm 66K (visitado el día 27 de abril de 2006). 25 26 Cfr. GUÉREZ TRICARICO, P., La influencia de las sectas y de las organizaciones religiosas en la elección en el rechazo por el paciente al tratamiento médico, en Bioética, Religión y Derecho… cit. P. 423. 20 punto de vista jurídico, radica hoy día, en la necesidad de recabar el consentimiento del paciente. Además, dicho consentimiento ha de ser sea libre e informado; de tal manera, que la voluntad del paciente, o la decisión personal que adopte sobre su vida y salud, es el criterio prevalerte para determinar la licitud de un tratamiento médico. En definitiva, no podemos hablar en estos supuestos de objeción de conciencia en sentido propio, al no existir una obligación legal de conservar la vida y la salud. Lo definitorio en materia de tratamientos médicos, es el consentimiento del paciente. Con él, determinadas actuaciones de los facultativos, que en otras circunstancias podrían reputarse penalmente ilícitos, se convierten en lícitos en virtud del papel central que ocupa en nuestros días, la autonomía y voluntad de la persona. 1. AUTONOMIA DEL PACIENTE.: REGULACIÓN EN ESPAÑA Como hemos dicho más arriba, no existe en nuestro ordenamiento una obligación de conservar la salud, y la vida propias. La Constitución, en el. artículo 15, configura la vida como un derecho fundamental y no como un deber27. Esta consideración por lo demás, viene avalada por lo dispuesto en el artículo 43,1 de la Constitución, según el cual:”se reconoce el derecho a la protección de la salud”. Desde este punto de vista, se ha señalado a cerca del contenido del artículo 15 de la CE, que si bien es discutible que en él mismo se incluya el derecho a la muerte, es decir presente un contenido negativo, lo que si es evidente, es que no implica un derecho a vivir28. Es por esto, por lo que una persona puede legítimamente rechazar un tratamiento, aunque ello suponga un riesgo para su vida, pues el artículo 15 de la CE tiene un contenido garantísta, que “supone una obligación, fundamentalmente dirigida al Estado de respetar y proteger la vida de todos. Pero muestra Constitución no dice nada, ni en un sentido ni en otro, respecto a la disponibilidad de la propia vida, respecto a qué hacer en los casos en los que el ciudadano desea renunciar a ese derecho y quitarse la vida”29. En consecuencia, la oposición a un tratamiento médico no puede conceptuarse como objeción de conciencia, debiéndose hablar únicamente de negativa a tratamientos médicos, como el reverso del derecho a recibir tratamiento médico; lo cual depende en último término de la voluntad de la persona y consecuentemente de la necesidad de contar con el consentimiento del paciente para imponerle o no, una determinada terapia. 27 En este sentido, Cfr. ROMEO CASABONA, C.M., Libertad de conciencia y actividad biomédica, en JORDÁN VILLACAMPA, M.L., (dir) Multiculturalismo y movimientos migratorios, Valencia 2003, p.478. 28 FERNÁNDEZ BERMEJO, Autonomía personal y tratamiento médico: límites constitucionales de la intervención del Estado, II, en Actualidad Jurídica, Aranzadi, nº 133, enero 1994, p.3. 29 DIEZ REPOLLES, La huelga de hambre en el ámbito penitenciario, en Cuadernos de Política Criminal, nº 30, 1986, p. 617. 21 Siguiendo con este criterio, la Ley 41/2002 de 14 de noviembre, reguladora de la autonomía del paciente, establece que toda actuación sanitaria necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado, el cual podrá darlo después de haber recibido la información adecuada sobre su salud30. Como complemento de este derecho, se encuentra el de negarse a recibir el tratamiento, salvo en los casos determinados por la ley31. Con anterioridad, la necesidad de obtener el consentimiento informado del paciente, para legitimar un tratamiento médico, ya se contenía en el art. 10, 6 de la Ley General de Sanidad32. La doctrina del consentimiento informado, obedece a una nueva situación relativamente reciente, en la que la relación médico-paciente, basada en el principio de beneficencia, por la que el médico debía atender al paciente de la manera más conveniente para conservar su salud y su vida sin tener en cuenta su opinión, ha dado lugar a una situación, en donde lo fundamental es la dignidad de la persona y por ende su autonomía y voluntad; en definitiva, se ha pasado de una visión paternalista de la medicina a otra , en la que cada día cobra más fuerza la autodeterminación de la persona sobre su propio cuerpo, su vida y su salud. La necesidad de obtener el consentimiento del paciente para legitimar toda actuación médico-sanitaria se ha regulado en la Ley 412/2002 de 14 de noviembre, reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínicas. Con anterioridad, el tema del consentimiento y el derecho de información del paciente, venían anunciados como principios generales en los apartados 5 y 6 del artículo 10 de la Ley 14/1986 de 25 de abril, General de Sanidad y supuso un notable avance en esta materia. La realidad social, la toma de conciencia por parte de los ciudadanos como usuarios de los servicios sanitarios y la regulación dispersa que existía en esta materia, hacían necesaria una regulación y actualización del derecho a la información de los pacientes y del consentimiento informado. Surge así la ley 41/2002, que viene a fortalecer el derecho a la protección de la salud reconocida en el artículo 43 de la CE. Se trata de una ley básica de conformidad con lo dispuesto en el artículo 149,1,1 y 16 de la CE, y en consecuencia, las CCAA pueden desarrollar esta ley, respetando el contenido de la misma. Uno de los fundamentos y ejes sobre los que gira la ley, lo constituye el consentimiento informado al que se refiere el artículo 8. Dicho precepto establece en su apartado 1º que: “toda actuación en el ámbito de la salud de un paciente necesita el consentimiento libre y voluntario del afectado, una vez que, recibida la información prevista, haya valorado las opciones propias del caso”.Dicho artículo hay que ponerlo en relación con el artículo 2 de la ley, que entre los principios básicos de la misma, incluye el previo consentimiento de los usuarios, que deberá de obtenerse después de haber recibido una información adecuada. 30 Art. 8,1 en relación con los artículos 2,2 y 4,1. 31 Art. 2,4. 32 Ley 14/1986 de 25 de abril. 22 Es evidente que hay una estrecha relación entre información y consentimiento, hasta el punto de haberse acuñado la expresión de “consentimiento informado” para referirse a la misma en prácticamente todos los países33. Dicho consentimiento se define en el artículo 3 de la ley, como “la conformidad libre, voluntaria y consciente de un paciente, manifestado en el pleno uso de sus facultades, después de recibir información adecuada, para que tenga lugar una actuación que afecta a su salud”. El derecho a la autodeterminación de la persona con relación a su salud, se reconoce expresamente en el artículo 5 del Convenio del Consejo de Europa para la protección de los derechos humanos y la dignidad del ser humano con respecto a las aplicaciones de la biología y la medicina .Dicho Convenio se suscribió en Oviedo el 4 de abril de 1997, y entró en vigor en España el día 1 de enero de 2000. En su artículo 5 dispone que: “Una intervención en el ámbito de la sanidad sólo podrá efectuarse después de que la persona afectada haya dado su libre e informado consentimiento. Dicha persona deberá recibir previamente una información adecuada acerca de la finalidad y la naturaleza de la intervención así como sus riesgos y consecuencias. En cualquier momento la persona afectada podrá retirar libremente su consentimiento”. Por otra parte, también el artículo 3,2 de la Carta Europea de Derechos Humanos establece que: “en el marco de la medicina y la biología se respetarán en particular: el consentimiento libre e informado de la persona que se trate, de acuerdo con las modalidades establecidas en la ley”, situando el consentimiento informado dentro del derecho a la integridad física y psíquica de la persona. En cuanto a la forma de prestar el consentimiento, la regla general es que será verbal, aunque existen excepciones en los siguientes casos: intervención quirúrgica, procedimientos diagnósticos y terapéuticos invasores y en general aplicación de procedimientos que suponen riesgos o inconvenientes de notoria y previsible repercusión negativa sobre la salud del paciente34. En estos casos el consentimiento deberá hacerse constar, por escrito35. No obstante y en todos los casos, la revocación del consentimiento por parte del paciente se hará constar por escrito36. Por otra parte, el art. 15,2,i) exige que quede constancia del consentimiento informado en la historia clínica, pero sólo cuando se trate de procesos de hospitalización .En cualquier caso, la forma de prestar el consentimiento puede plantear problemas en la práctica, dado que no existe un criterio uniforme en la legislación autonómica37 33 Cfr. DOMÍNGUEZ LUELMO, A., Derecho Sanitario y responsabilidad médica, Valladolid 2003, p. 235 y ss., especialmente p.243. 34 Cfr. Art. 8.2 de la Ley 41/2002. 35 Cfr. Art.8,3 de la Ley 41/2002. 36 Cfr. Art.8,3 de la Ley 41/2002. 37 Cfr. Artículo 3.1 de la ley 3/2001 de 28 de Mayo (Galicia): art. 8,1 de la Ley 1/2003 de 28 de Enero (Comunidad Valenciana) y artículo 33 de la Ley 8/2003 de 8 de abril (Castilla y León). Dichos preceptos exigen que el consentimiento del paciente se haga por escrito. 23 En cuanto a la naturaleza jurídica de este derecho, se trata de uno de los derechos de la personalidad que conlleva una serie de consecuencias en torno a su indisponibilidad. Íntimamente relacionado con la libertad de la persona, es explicitación de otros derechos, como el derecho a la vida y la integridad física y psíquica del individuo. En este sentido, la jurisprudencia del Tribunal Supremo, ha configurado el consentimiento informado como un “derecho humano fundamental”38 unas veces, y otras como “derecho a la libertad personal a decidir por si mismo en lo atinente a la propia persona y a la propia vida y consecuencia de la autodisposición sobre el propio cuerpo, siendo explicitación de los clásicos derechos a la vida, a la integridad física y a la libertad de conciencia”39. Es consecuencia a su vez, del derecho a recibir información del artículo 20 de la CE aplicado al campo médico-sanitario, pues evidentemente no puede haber un consentimiento libre y voluntario sobre algo que no se conoce o se conoce de forma incompleta .Igualmente, el Tribunal Constitucional español sitúa la autodeterminación de la persona sobre su propio cuerpo, en el ámbito del derecho a la vida, a la integridad física y a la libertad de conciencia40. Por otra parte, este derecho al consentimiento informado enlaza igualmente con el derecho a la intimidad personal y familiar, pues la Ley Orgánica 1/1982 de 5 de mayo sobre protección civil del derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen exige, para que no se aprecie intromisión ilegítima en el ámbito protegido, que el titular del derecho hubiere otorgado al efecto el consentimiento expreso. Al respecto, el Tribunal Constitucional en la Sentencia de 15 de noviembre de 2004, ha señalado que: “el derecho fundamental a la intimidad personal otorga cuando menos una facultad negativa o de exclusión, que impone a terceros el deber de abstención de intromisiones salvo que estén fundadas en una previsión legal que tenga justificación constitucional y que sea proporcionada”41. En el mismo sentido se pronuncia el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en la Sentencia de 9 de marzo de 2004, en la que se enjuicia la actuación de un equipo médico que administra diamorfina a un menor de 12 años e incapaz, contra la voluntad de la madre. La sentencia considera que esta actuación ha violado el derecho a la integridad física y a la intimidad y vida privada42. Esta orientación es propia del Derecho Continental en donde el principio del consentimiento informado tiene su origen en la prohibición de la intrusión física e intencional de una persona en otra (batlery), de modo que en el ejercicio de su profesión, el médico no puede causar daño ni infringir los derechos que le asisten43. 38 Cfr. STS de 12 de enero de 2001., R.J. 2001/3. 39 Cfr. STS de 11 de mayo de 2001., R.J. 2001/6/197. 40 STC 137/1999 de 19 de julio sobre un recurso de amparo interpuesto por reclusos del GRAPO en huelga de hambre. Cfr. También el artículo 3 de la Carta Europea de Derechos Humanos que sitúa el consentimiento informado en el ámbito del derecho a la integridad física y psíquica. 41 Cfr. STC 196/2004 de 15 de noviembre, fundamento jurídico segundo. 42 Cfr. STEDH de 9 de junio de 2004, caso Glas V. Reino Unido. 43 Cfr. SÁNCHEZ GONZÁLEZ, La impropiamente llamada objeción de conciencia, cit., p.73. 24 En cualquier caso, el fundamento último de la doctrina del consentimiento informado se encuentra en la dignidad de la persona y la libertad. Así lo establece la jurisprudencia del Tribunal Supremo cuando al referirse al derecho/deber de información, como requisito previo y necesario al consentimiento del paciente, establece que su fundamento se halla “en la misma Constitución española, en la exaltación de la dignidad de la persona que se consagra en el artículo 10,1, pero sobre todo en la libertad de que se ocupa el artículo 1,1 reconociendo la autonomía del individuo para elegir entre las diversas opciones vitales que se presenten de acuerdo con sus propios intereses y preferencias-( STC 132/1989, de 18 de junio (RTC 1989/132)- en el artículo 9,2 y en el artículo 10,1, y además, en los pactos internacionales” , añadiendo que: “es una de las últimas aportaciones realizada en la teoría de los derechos humanos, consecuencia necesaria o explicitación de clásicos derechos a la vida, a la integridad física y a la libertad de conciencia”44. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que si el consentimiento es un derecho del paciente, también es un deber del facultativo, de tal forma, que un elemento esencial de la Lex Artis, exige la obligación del médico de informar al paciente, o en su caso a las personas vinculadas con éste por razones familiares o de hecho tal y como dispone el artículo 4 de la ley 41/2002. El titular del derecho a la información es el paciente (art. 5,1) y los familiares o personas vinculadas a él en dos supuestos. En primer lugar, cuando expresa o tácitamente éste lo permita (art. 5,1), y en segundo lugar, cuando a juicio del médico que le asiste, el paciente carezca de capacidad para entender la información a causa de su estado físico o psíquico (art. 5,3). En caso de incapacidad, el paciente tiene derecho a ser informado de modo adecuado a sus facultades mentales, debiendo informar también al representante legal del paciente. El derecho a la información comprende como mínimo “la finalidad y naturaleza de la intervención, sus riesgos y sus consecuencias (art. 4,1 in fine) y forma parte de todas las actuaciones asistenciales (art. 4,2). Igualmente el artículo 3 establece que por “intervención en el ámbito de la sanidad” se entiende, toda actuación realizada con fines preventivos, diagnósticos, terapéuticos, rehabilitadotes o de investigación. Además la información proporcionada tiene que ser verdadera”, y debe hacerse al paciente de forma “comprensible y adecuada” a sus necesidades, (art. 4,2). De acuerdo con la jurisprudencia, al paciente se le ha de informar sobre: 1.- El diagnóstico de su estado de salud. 2.- El acto asistencial o tratamiento a adoptar. 3.-Los riesgos, los efectos secundarios, el concreto peligro de fracaso directamente relacionado con la intervención y también los excepcionales o infrecuentes. 44 Cfr. STS, 1º 2001/3 de 11 de mayo, RJ 2001/6197. Cfr., también, STS de 23 de julio de 2003 (DEJ 2003. 80469), 27 de septiembre de 2001 (EDJ 2001,30954);12 de enero de 2001, (EDJ 2001, 6). 25 4.- Deberá ser informado sobre la posibilidad de utilizar los procedimientos de diagnostico que se apliquen en un proyecto docente o de investigación (art. 8.4).45 Por otro lado, el deber de información va referido a toda actuación sanitaria que recaiga sobre la salud de paciente, tanto si la actividad médica se refiere a la medicina curativa como a la satisfativa, siempre con el fin de ayudar al paciente a escoger con libertad dentro de las opciones posibles o la de no someterse a ningún tratamiento. La información ha de darse con antelación suficiente para que el paciente decida libre y voluntariamente. Además, el paciente puede revocar su consentimiento por escrito en cualquier momento (art. 8,2). En caso de ausencia o deficiente información asistencial, el facultativo y/o el centro sanitario incurrirán en responsabilidad. 2. LÍMITES AL CONSENTIMIENTO: EXCEPCIONES Y CAPACIDAD PARA CONSENTIR El consentimiento informado al igual que los demás derechos no es un derecho absoluto, sino que presenta ciertos límites. El artículo 9 de la ley establece que: 1. ”La renuncia del paciente a recibir información está limitada por el interés de la salud del propio paciente, de terceros, de la colectividad y por las exigencias terapéuticas del caso. Cuando el paciente manifieste expresamente su derecho de no ser informado, se respetará su voluntad haciendo constar su renuncia documentalmente sin perjuicio de la obtención de su consentimiento previo a la intervención”. 2. Los facultativos podrán llevar a cabo las intervenciones clínicas indispensables a favor de la salud del paciente, sin necesidad de contar con su consentimiento, en los siguientes casos: i. cuando existe riesgo para la salud pública a causa de razones sanitarias establecidas por la ley. En todo caso una vez aceptadas las medidas pertinentes, de conformidad con lo establecido en la Ley Orgánica 3/1986, se comunicaran a la autoridad judicial en el plazo máximo de 24 horas siempre que dispongan el internamiento obligatorio de personas. ii. Cuando existe riesgo inmediato grave para la integridad física o psíquica del enfermo y no es posible conseguir su autorización, consultando cuando las circunstancias lo permitan, a sus familiares o a las personas vinculadas de hecho a él. Por tanto, la ley contempla el supuesto de que el propio paciente renuncie a ser informado y de esta manera se dispense al facultativo de la obligación de recabar el consentimiento informado sobre el diagnóstico, tratamiento y posibles efectos secundarios 45 Cfr. STS, Sala 1ª de 27 de abril de 2001 (EDJ 2001, 6466). Sobre este punto vid: HORST ANTONIO HOLDER FRAN, El consentimiento informado del paciente a la luz de la Ley 41/2002 de 14 de noviembre reguladora de la autonomía del paciente, en www.noticiasjuridicas.com/areas/25derereco 27/042006. 26 pero esto no es óbice para recabar el consentimiento previo a la intervención que en este caso de renuncia será un consentimiento no informado. En cualquier caso, el derecho del paciente a renunciar a la información presenta los límites que establece el artículo 4,1 de la Ley, esto es: - el interés de la salud del propio paciente. - de terceros (caso de enfermedades infectocontagiosas) - de la colectividad - o por las exigencias terapéuticas del caso. En segundo lugar, se exceptúa el deber de informar al paciente en los casos de estado de necesidad o privilegio terapéutico. En este sentido, el artículo 5,1 de la ley 41/2002, al regular el derecho de información reconoce la posibilidad de limitar el derecho a la información sanitaria de los pacientes por la existencia acreditada de un estado de necesidad o privilegio terapéutico. (art. 5,4). De esta forma, se faculta al médico para llevar a cabo una intervención sin informar antes al paciente, cuando por razones objetivas el conocimiento de su propia situación, puede perjudicar su salud gravemente. Al lado de estas excepciones a la obligación de información al paciente, existen otros supuestos en los que la ley permite actuar al facultativo sin contar con su consentimiento, lo que muchas veces supondrá actuar en contra de su voluntad. En estos casos, es imprescindible que la intervención médica sea a favor de la salud del paciente y que sea indispensable. El artículo 9,2,a de la ley 41/2002 prescribe la dispensa del consentimiento “cuando exista riesgo para la salud pública a causa se razones sanitarias establecidas por la ley” y “cuando existe riesgo inmediato grave para la salud física o psíquica del enfermo y no sea posible conseguir su autorización” (art. 9,2,b Ley 41/2002. En cuanto a la capacidad para consentir, el artículo9,3 de la ley 41/2002, regula el consentimiento por representación en los siguientes casos: a) Cuando el paciente no sea capaz de tomar decisiones, a criterio del médico responsable de la asistencia, o su estado físico o psíquico no le permita hacerse cargo de su situación. b) Cuando el paciente esté incapacitado legalmente. c) Cuando el paciente menor de edad no sea capaz intelectual ni emocionalmente de comprender el alcance de la intervención. En este caso, el consentimiento lo dará el representante legal del menor después de haber escuchado su opinión si tiene doce años cumplidos. Cuando se trate de menores no incapaces o no incapacitados, pero emancipados o con 16 años cumplidos, no cabe prestar el consentimiento por representación. Sin embargo, en caso de actuación de grave riesgo, según el criterio del facultativo, los padres serán informados y su opinión será tenida en cuenta para la toma de decisiones. El apartado 4 del artículo 9, exige la mayoría de edad para consentir en 3 supuestos: - interrupción voluntaria del embarazo 27 - práctica de ensayos clínicos técnicas de reproducción asistida. Por su parte el artículo 9,5 establece la necesidad de que el consentimiento por representación será adecuado y proporcionado a las circunstancias y proporcionado a las necesidades que haya de atender, respetando siempre la dignidad personal. El artículo 9,3 regula los supuestos en los cuales el consentimiento es o puede ser otorgado por representación o sustitución. El apartado b se refiere a los supuestos de incapacidad judicial de acuerdo con el artículo 199 y 200 de C. Civil, en concordancia con el artículo 760 de la LEC que establece la necesidad de que en la sentencia que declare la incapacidad, se determine el régimen de tutela y su extensión así como la persona o personas que hubieran de asistir al incapacitado, tutor o curador (artículos 222,2 y 289 del Código Civil.46 En estos casos, el consentimiento será prestado por el representante legal del incapacitado, incluso de tratarse de un supuesto de esterilización de incapaces, será necesario además el recurso a la autorización judicial47. 3. EL CONSENTIMIENTO DEL MENOR La problemática que plantea el tema del consentimiento de los menores de edad en el ámbito sanitario, justifica de manera muy sobrada el tratamiento autónomo de este supuesto. El artículo 6,2 del Convenio de Oviedo relativo a los Derechos Humanos y la Biomedicina, dispone que: “cuando un menor no tenga capacidad para expresar su consentimiento para una intervención, ésta sólo podrá efectuarse con autorización de su representante, de una autoridad o de una persona o institución designada por la ley”, añadiendo que: “la opinión del menor será tomada en consideración como un factor que será tanto más determinante en función de su edad y grado de madurez”. Siguiendo con este criterio, la Ley 41/2002 en su artículo 9,3c) opta por la prestación del consentimiento del menor siempre que sea capaz intelectual y emocionalmente para comprender el carácter de la intervención; en caso contrario, el consentimiento se presta por el representante legal del menor que será escuchado si tiene doce años cumplidos. Se excluye el consentimiento por representación en los casos en que el menor tenga 16 años cumplidos o esté emancipado. Tradicionalmente se equiparaba la situación del menor a la situación de los incapaces, sin embargo y de manera progresiva observamos una cada vez mayor 46 Cfr. CHILENO CANO, Incapacitación, tutela e internamiento del enfermo mental, Pamplona 2003, p. 140 y ss. 47 Sobre el tema en general, Cfr. SEOANE RODRÍGUEZ, J.A., La esterilización de incapaces en el Derecho Español, La Coruña 1996. 28 intervención de los menores en el tráfico jurídico y no sólo a nivel negocial o patrimonial, sino en relación a actos que se refieren directamente a su dignidad personal. El propio Código Civil en el artículo 162,1 excluye la representación legal de los padres en los actos relativos a derechos de personalidad y otros que el hijo de acuerdo con su madurez, puede realizar por si mismo”. Igualmente el artículo 3,1 de la Ley Orgánica 1/1982 de 5 de mayo de protección civil del derecho al honor, la intimidad y la propia imagen, prevé que el consentimiento de los menores debe prestarse por ellos mismos si sus condiciones de madurez lo permiten, de acuerdo con la legislación civil. Por otro lado, el mismo criterio se sigue en la L.O. de protección jurídica del menor de 15 de enero de 1996 al disponer que: “las limitaciones a la capacidad de obrar de los menores se interpretarán de forma restrictiva” (art. 2)48. El artículo 9,3,c, excluye el consentimiento por representación a los mayores de 16 años sin emancipar y a los emancipados, de tal manera que en este último caso podemos encontrar supuesto de menores de la edad de 16 años que estén emancipados por la vía del artículo 316 del Código Civil en relación con el artículo 48 del mismo, ya que el matrimonio es una causa de emancipación y el legislador permite contraer matrimonio a los menores a partir de los catorce años con dispensa del Juez de Primera Instancia. En este sentido, en el caso de la emancipación nos encontramos con dos edades diferentes, la de 16 años y la de los menores de 16 años con 14 años que hayan conseguido la emancipación por razón del matrimonio. En ambos casos, puesto que la ley no distingue, se excluye el consentimiento por representación o sustitución siendo el menor el que ha de prestar el consentimiento en todo caso inclusive cuando se trate de intervenciones que a juicio del médico impliquen grave riesgo, ya que en este supuesto, lo único que exige la ley es que se informe a los padres y que se tenga en cuenta su opinión, aunque en caso de discrepancia ha de prevalecer la voluntad del menor49 Un supuesto de enorme complejidad, es el de los menores que no son capaces de comprender ni intelectual ni psíquicamente el alcance de la intervención. En estos casos y de acuerdo con el articulo 162,1 del código civil, procede el consentimiento por sustitución, cuando no se halla alcanzado por el menor el grado de madurez suficiente, en otro caso y de acuerdo con el articulo 6,2 del Convenio de Oviedo, no cabe el consentimiento por sustitución. 48 El mismo criterio es recogido en la Convención de Derechos del Niño adoptado por la Asamblea de Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 y ratificado por España el 30 de noviembre de 1990. 49 Para nosotros en estos casos de conflicto habría que acudir a la autoridad judicial con base en lo dispuesto en el artículo 158,3 del Código Civil que permite al Juez de oficio , a instancia del propio hijo, de un pariente o del Ministerio Fiscal “adoptar al menor de un peligro o de evitarle perjuicios”. Análogamente para los casos de internamiento por trastorno psíquico, Cfr. Art. 211 de la Ley 13/1983 de 21 de Octubre en materia de Tutela, y Disposición Final Duodécima de la L.O. 1/1996 de protección jurídica del menor de 15 de enero. En contra de este criterio y a favor siempre de la prevalencia de la voluntad del menor Cfr. DOMÍNGUEZ LUELMO, A., Derecho Sanitario y responsabilidad médica… cit. P.294. 29 El problema en estos casos es determinar qué grado de madurez es el exigible. Teniendo en cuenta que es el equipo médico responsable de la asistencia el que ha de decidir tal extremo, parece lo más lógico entender que en caso de una actuación que entrañe grave riesgo, si existe discrepancia entre el menor y los padres, el médico actúe por la via del privilegio terapéutico del articulo 9, 2, b, y, en caso de no existir riesgo inmediato , se requiera la autorización judicial correspondiente.50 ´ Por otro lado, la ley contempla el supuesto del menor que tenga suficiente juicio y haya cumplido 12 años, no para otorgarle capacidad para consentir, sino sólo para que su opinión sea escuchada, aunque en caso de conflicto entre el menor y sus padres, rige lo dispuesto en el artículo 9,3,c, que hace prevalecer la opinión de los padres o representantes legales. Un último supuesto de consentimiento por representación es el que se establece con carácter general en el artículo 9,3,a, de la ley que contempla el caso del paciente que a juicio del médico no sea capaz de tomar decisiones o su estado físico o psíquico no se lo permita .En estos casos , el consentimiento lo prestarán las personas vinculadas al paciente por razones familiares o de hecho 4. CONSENTIMIENTO “AD FUTURUM”. INSTRUCCIONES PREVIAS Una novedad de extraordinaria importancia, es el reconocimiento en el artículo 11 de la ley de una forma de consentimiento de carácter especial ya que se otorga en un momento presente y actual para una posible intervención futura e incierta, con el fin de que cuando la persona no se encuentre en condiciones de otorgar su consentimiento por una eventual incapacidad, se tome en cuenta lo que manifestó en un momento previo. Se introduce así en España, la regulación del llamado “testamento vital”, “instrucciones previas” o “voluntades anticipadas”. Por testamento vital se entiende una declaración escrita por la que en previsión de una situación de incapacidad, en estado terminal o coma irreversible, una persona deja constancia escrita de lo que han de hacer los médicos sobre un determinado tratamiento. Así, el artículo 11 establece que es un documento por el que “una persona mayor de edad, capaz y libre, manifiesta anticipadamente su voluntad, con objeto de que ésta se cumpla en el momento en que llegue a situaciones en cuyas circunstancias no sea capaz de expresarlos personalmente, sobre los cuidados y el tratamiento de su salud o una vez llegado el fallecimiento, sobre el destino de su cuerpo o sobre los órganos del mismo”. Su precedente inmediato se encuentra en el artículo 10 de la Ley General de Sanidad de 1986, sin embargo no será hasta la entrada en vigor en España, el día 1 de enero de 2000, del Convenio para la protección de los derechos humanos y la dignidad de la persona con respecto a las aplicaciones de la biología y la medicina”, el momento en que se inicie la verdadera andadura legislativa de esta materia. 50 SANTOS MORÓN, M.J., Sobre La capacidad del menor para el ejercicio de sus derechos fundamentales. Comentario a la STC 154/2002 de 18 de julio, La Ley nº5675 de 12 de diciembre de 2002, pp.1 y ss 30 En cuanto a los requisitos básicos que ha de reunir el documento de instrucciones previas para que produzca efectos legales, el artículo 11 establece los siguientes: -Ha de ser otorgado por persona mayor de edad, capaz y libre. -Ha de hacerse por escrito. -No podrá ser contrario al ordenamiento jurídico51, a la lex artis, ni a las que no se correspondan con el supuesto de hecho que el interesado haya previsto en el momento de manifestarlo. Por otro lado se establece en dicho precepto que cada Servicio Autonómico de Salud regulará el procedimiento adecuado que garantice, llegado el momento el cumplimiento de las instrucciones previas de cada persona. Los mínimos establecidos son los siguientes: La posible revocación por escrito en cualquier momento del procedimiento. La designación de un representante, interlocutor entre la persona y el médico o equipo sanitario para preservar el cumplimiento de las instrucciones previas o tomar las decisiones oportunas acerca de su interpretación. La creación, en el Ministerio de Sanidad y Consumo, de un Registro Nacional de Instrucciones Previas con objeto de asegurar la eficacia en todo el territorio español de dicho documento, formalizado de acuerdo con lo dispuesto en la legislación de las respectivas Comunidades Autónomas52 En cualquier caso, aunque lo dispuesto en el artículo 11 constituye un enorme paso hacia delante en esta materia, aún no está suficientemente desarrollada a nivel legislativo existiendo todavía Comunidades Autónomas que no han legislado al respecto. En otras, pese a existir regulación es poco conocida y en consecuencia poco utilizada .Por otro lado, es necesario que se agilice la creación, todavía pendiente, del Registro Nacional por el Ministerio de Sanidad al que se refiere la ley. 51 Cfr. El artículo 143 del Código penal que tipifica como delito la inducción y el auxilio al suicidio. 52 Cfr. Para Andalucía, la ley 5/2003 de 9 de octubre de declaración de voluntad vital anticipada; la ley 8/2003 de 8 de abril de la salud de Aragón (art.15): ley 5/2003 de 4 de abril de salud de las Islas Baleares(art.18): ley 7/2002 de 10 de diciembre de Ordenación Sanitaria de Cantabria (art.34):ley 8/2003de 8 de abril sobre derechos y deberes de las personas en relación a la salud(art.8 y 30):ley 21/2000 de 29 de diciembre sobre los derechos de información concernientes a la salud y la documentación clínica de Cataluña(art.8):ley 10/2001 de 28 de junio de salud de Extremadura (art.11,5.a):ley 3/2001 de 28 de mayo reguladora del consentimiento informado y de la historia clínica de los pacientes de Galicia(art.5):ley 2/2002 de de 17 de abril de Salud de La Rioja (art.6,5):ley 12/2001 de 21 de diciembre de Ordenación Sanitaria de la Comunidad de Madrid (art.28): ley foral de Navarra11/2002 de 6 de mayo: ley 1/2oo3 de 28 de enero de derechos e información al paciente de la Comunidad Valenciana y Decreto 168/2004 de 10 de septiembre por el que se regula el documento de voluntades anticipadas ; ley 7 /2002 de 12 de diciembre del Parlamento Vasco de voluntades anticipadas y Decreto 270/2003 de 4 de noviembre de Registro Vasco de Voluntades Anticipadas. 31 En definitiva y por lo que se refiere a la regulación del consentimiento podemos afirmar que la ley es confusa y muy dispersa en esta materia, siendo el consentimiento del menor de una gran complejidad al existir distintas edades sanitarias. El tema que mayores problemas plantea es sin duda, el que se refiere al consentimiento del menor maduro, término que se acuña para designar a los adolescentes menores de edad legal pero con capacidad suficiente para comprender el alcance de una intervención médica,53 pues en estos casos están implicados los derechos del menor, de los padres y del propio médico, dificultad a la que se añade el propio concepto de “menor maduro” por su carácter indeterminado. La ley establece una mayoría de edad que podemos llamar simple y que se refiere a los menores con 16 años y emancipados, teniendo en cuenta como apuntábamos antes que a tenor del artículo 316 del Código Civil, la emancipación puede traer causa de la celebración del matrimonio, que en virtud del artículo 48,1 del mismo cuerpo legal, el juez puede otorgar dispensa a los menores con 14 años cumplidos a fin de poder celebrar matrimonio. Si el menor no es capaz de comprender el alcance de la intervención a juicio del facultativo, habrá que estar al consentimiento por representación o sustitución. En cualquier caso, tratándose de una intervención que entrañe grave riesgo, los padres serán informados, lo que no nos parece muy acertado pues pone en entredicho la garantía de salvaguardar el derecho a la intimidad del paciente menor, a pesar de que como establece la ley su opinión se tenga en cuenta para la toma de decisiones sí el menor tiene 12 años cumplidos. En caso de conflicto entre el menor y sus padres o representantes, creemos que habrá de acudirse a la correspondiente autoridad judicial A parte de la mayoría de edad que hemos llamado simple, la ley establece la mayoría de edad legal o cualificada, es decir la edad de 18 años para tres supuestos concretos: interrupción voluntaria del embarazo, técnicas de reproducción asistida y ensayos clínicos (art.9). Igualmente, se establece la mayoría de edad legal para poder otorgar válidamente documento de instrucciones previas, extremo que a nosotros nos parece una grave incongruencia con lo dispuesto en el artículo 9,3,c que reconoce la capacidad de decisión a los menores no incapaces con 16 años cumplidos o emancipados. Piénsese en el caso de un menor con 16 años que se niega a recibir una transfusión de sangre por motivos de conciencia en una intervención médica actual y de presente, supuesto permitido no sólo en la ley sino también en la jurisprudencia54, mientras que ese mismo supuesto no está permitido plasmarlo en un documento de instrucciones previas para una hipótesis futura, hasta tanto no se halla alcanzado la edad de 18 años. Lo mismo sucede en el caso de los incapaces aunque tengan suficiente aptitud para comprender el alcance de la intervención, 53 . Sobre el tema, Cfr. SÁNCHEZ JACOB, M., El menor maduro, en Boletín de Pediatría vol .45,193, 2005,pp.156 y ss. 54 Cfr. STC 154/2002 de 18 de julio, sobre la negativa de un menor de trece años, Testigo de Jehová que se opone a una transfusión y como consecuencia de ello, fallece. 32 pues se trata de un derecho de carácter personalísimo y la ley exige que la persona sea mayor de edad, capaz y libre55.En cualquier caso, lo que es evidente, es que la incapacitación posterior a la declaración no invalida el documento.56 El contenido del documento se refiere a los cuidados médicos y tratamiento de la salud, o una vez llegado el momento del fallecimiento de la persona, al destino que halla de darse a su cuerpo o a los órganos del mismo;57 bien entendido, que el primer supuesto no se refiere únicamente a los casos en los que la persona se encuentra en situación terminal, sino a todos aquellos casos en los que el paciente no está capacitado física o psíquicamente para la toma de decisiones. El documento de instrucciones previas ha de constar por escrito por razones de seguridad jurídica. Su destinatario ha de ser el “médico responsable”, según se desprende del artículo 3 de la ley, puesto que nada se dice de forma expresa en el artículo11. El artículo 11,3 establece los supuestos de inaplicabilidad del documento de instrucciones previas al disponer que:”no serán aplicables las instrucciones previas contrarias al ordenamiento jurídico, a la lex artis, ni a las que no se correspondan con el supuesto de hecho que el interesado halla previsto en el momento de manifestarlas”. Parece que en el primer supuesto, la ley se quiere referir a las normas de carácter imperativo y especialmente a lo dispuesto en el artículo 143 de la Ley Orgánica 10/1995 de 23 de noviembre del Código Penal, que castiga la cooperación al suicidio. Mayores dificultades plantean el segundo y tercer supuesto, pues con la referencia a la lex artis, se abre una vía importante a la objeción de conciencia por parte del personal médico-sanitario, ante determinadas situaciones que en conciencia vayan en contra de la ética profesional .En el último supuesto, si existe un desfase entre la voluntad del declarante y los avances de la medicina, habrá que hacer una interpretación extensiva y a favor de la salud y vida del paciente, sí en el momento de emitir la declaración no se tuvieron en cuenta el progreso y avances de la medicina.58 III. LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA DEL PERSONAL SANITARIO 55 Sobre este tema, Cfr. REGUERO IBÁÑEZ, T.L., El testamento vital y las voluntades anticipadas: aproximación al ordenamiento español, La Ley nº5570, de 20 de junio de 2002, pp.1 y ss. Cfr. DOMÍNGUEZ LUELMO .A., Derecho sanitario y responsabilidad médica…..cit.,pp.343 y ss., especialmente, p.348 56 57 ´Cfr. LEY 30/1979 de 27 de octubre sobre extracción y trasplante de órganos y RD de 30 de diciembre de 1999 sobre obtención y utilización de órganos humanos y coordinación territorial en materia de donación y trasplante de órganos y tejidos, acerca del requisito de la constancia expresa de la oposición a que después de la muerte se realice la extracción de órganos (art.10 del RD.2070/1999). 58 Cfr. DOMÍNGUEZ LUELMO, A., Derecho sanitario y responsabilidad médica……cit.,p.364. 33 1. Fundamentación ética de la objeción de conciencia La objeción de conciencia –entendida como la negativa de la persona al cumplimiento de un deber jurídico por considerarlo contrario a su conciencia59- constituye un supuesto de desobediencia al Derecho60. Esto supone que, para llevar a cabo la fundamentación de dicha objeción, sea preciso justificar con carácter previo el deber de obediencia al Derecho y sus posibles límites desde un punto de vista, lógicamente, más sólidos que el de su imperatividad. Se requiere por tanto encontrar una fundamentación ética a este deber, pues nadie que no sea un positivista puede negar que el Derecho se apoya en razones éticas61. Para ello creemos conveniente fijarnos en el que, a nuestro juicio, es el punto clave de esta cuestión. Es decir, en la relación existente entre el Derecho –como sistema heterónomo creador de obligaciones- y el orden autónomo de la conciencia individual en cuanto único ámbito productor de imperativos éticos62. Partiendo de esta base, debe tenerse en cuenta que, a pesar de las múltiples razones éticas existentes para fundamentar la obediencia a un sistema jurídico justo, en último término es necesario reconocer que únicamente una decisión autónoma –la de la conciencia individual- puede ser fuente exclusiva de un imperativo ético, en este caso, el de obedecer al Derecho63. De aquí que, para superar esta dicotomía, los esfuerzos doctrinales más 59 En un sentido similar a la definición propuesta, cfr., entre otros, Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, Madrid, 1990, p. 85; Ibán, I. C., Prieto-Sanchís, L., Motilla, A., Curso de Derecho Eclesiástico, Madrid, 1991, p. 348; Martínez-Torrón, J., “Las objeciones de conciencia y los intereses generales del ordenamiento”, en Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, 79, 1992, p. 200. 60 Sobre las distintas formas de desobediencia al Derecho, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., pp. 35 y ss.; en concreto, respecto de la distinción entre la objeción de conciencia y la desobediencia civil, cfr. Prieto Sanchís, L., “La objeción de conciencia como forma de desobediencia al derecho”, en Il diritto ecclesiastico, 1984, 1-2, pp. 14 y ss.; Ruiz Miguel, A., “Sobre la fundamentación de la objeción de conciencia”, en Anuario de Derechos Humanos, 4, 1986-87, pp. 402 y ss.; Peces-Barba Martínez, G., Derecho y derechos fundamentales, Madrid, 1993, pp. 379 y ss.; Escobar Roca, G., La objeción de conciencia en la Constitución española, Madrid, 1993, pp. 56 y ss. Como señala Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia (Una intrusión en un debate)”, en C. Gómez (ed.), Doce textos fundamentales de la Ética del siglo XX, Madrid, 2003, p. 288. 61 62 En este sentido, cfr. González Vicén, F., Estudios de Filosofía del Derecho, La Laguna, 1979, p. 386, el cual pone de relieve que “En tanto que orden heterónomo y coactivo, el Derecho no puede crear obligaciones porque el concepto de obligación y el de un imperativo procedente de una voluntad ajena y revestida de coacción son términos contradictorios”. 63 En este sentido, cfr Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 148; por su parte, Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia (Una intrusión en un debate)”, cit., p. 303, afirma que “en la Ética no hay otros protagonistas que protagonistas individuales”. 34 significativos se hayan dirigido a tratar de explicar el Derecho como fruto de una volunta autolegisladora64. Una de las fundamentaciones más usuales de la obediencia al Derecho desde esta perspectiva es la ofrecida por todos aquellos que, siguiendo una clara inspiración rousseauniana, justifican esta obediencia mediante el recurso a la voluntad concorde de los destinatarios de las normas jurídicas65. Sin embargo, estas teorías consensualistas presentan una serie de deficiencias de argumentación difícilmente superables. Una de las dificultades a la que tienen que enfrentarse estas teorías consiste en explicar adecuadamente la razón en virtud de la cual pueden quedar obligadas a la obediencia al Derecho las personas que no participan en los procesos electorales66. Asimismo, entre las carencias argumentales de estas teorías citar la falta de una respuesta satisfactoria para la cuestión de la vinculación por el consentimiento general de aquellos que acuden a las elecciones para manifestarse en contra de lo propuesto67. Para superar estas dificultades que presentan las teorías consensualistas, la ética comunicativa defendida por Habermas propugna una situación ideal de diálogo que permita a los partícipes en la misma la consecución, a través de una argumentación acorde con las exigencias éticas, de un interés común a todos ellos68. Sin embargo, a pesar de su sugestiva formulación, la teoría habermasiana de la ética comunicativa no está exenta de críticas. Así, no parece factible la realización en la práctica de esa situación ideal de diálogo, que permita la formación discursiva de una voluntad general, identificada por Habermas con un sistema de democracia radical69. En efecto, no es preciso insistir en que las 64 En este sentido, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 148. 65 Sobre este punto, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 149. 66 Sobre este punto, cfr., Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 156. 67 Como señala Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 154. 68 Sobre la ética comunicativa habermasiana, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., pp. 161 y ss.; Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia (Una intrusión en un debate)” cit., pp. 288 y ss. 69 No obstante, Habermas no ha precisado la forma de Estado en la cual se plasmaría este sistema de democracia, por entender que la cuestión básica en este punto es la formación democrática de la voluntad y no el problema accidental de la organización política de la democracia; sobre esta cuestión, cfr. Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia (Una intrusión en un debate)”, cit., pp. 291-292. 35 imperfecciones de los sistemas democráticos existentes no permiten la consecución de este desideratum. Por otra parte, aunque resultase posible la plasmación práctica de la ética comunicativa, no por ello se conseguiría la unión entre la Ética y el Derecho, tan deseada por Habermas, si esta unión se entiende como el logro de un consenso universal. Su efecto, siempre quedaría abierta la posibilidad de un motivo para la disidencia por imperativos éticos de la conciencia individual70. Una aportación original es la teoría que sostiene la necesidad de instaurar una ética mundial desde una perspectiva religiosa. Esta teoría, mantenida por Küng, parte de la premisa de que la postmodernidad “exige un nuevo consenso fundamental sobre concepciones humanas integradoras, a las que necesariamente deberá orientarse la sociedad pluralista democrática, si realmente quiere sobrevivir”71. Esta ética mundial se articula en torno al valor axiológico de que el hombre “ha de ser más humano”72. Por ello, el principio fundamental de esta ética es que “el hombre – según la formulación kantiana del imperativo categórico- no podrá jamás convertirse en simple medio. Tendrá que seguir siendo siempre objetivo último, finalidad y criterio decisivos”73. Para la construcción de esta ética mundial es necesaria la colaboración de creyentes y no creyentes debido, entre otras razones, a que ambos están amenazados por el riesgo del vacío de valores característicos de la postmodernidad y porque el consenso de todos sobre unos mínimos axiológicos es necesario para la convivencia74. La teoría de Küng sobre una ética mundial presenta indudables aportaciones positivas75 y ha tenido diversas realizaciones prácticas. Entre estas últimas, cabe citar la 70 Como señala Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 172 71 Küng, H., Proyecto de una ética mundial, Madrid, 1992, p. 39; también en nuestro país, Souto Paz, J.A., “Objeción de conciencia y Bioderecho”, en Estudios en homenaje al Profesor Martínez Valls, II, Murcia, 2000, pp. 688 y ss., ha puesto de relieve la necesidad de encontrar una ética común para fundamentar la obediencia al Derecho y, en último término, la objeción de conciencia. 72 Küng, H., Proyecto de una ética mundial, cit., p. 49. 73 Küng, H., Proyecto de una ética mundial, cit., p. 50. 74 Küng, H., Proyecto de una ética mundial, cit., p. 58. 75 Entre ellas, cabe destacar la idea de esta ética planetaria, la necesidad de un consenso entre creyentes y no creyentes obre unos valores comunes básicos, la urgencia de un diálogo interreligioso que insista sobre los puntos de convergencia existentes entre las distintas religiones para iniciar el camino hacia una reconciliación religiosa, así como las llamadas a una responsabilidad mundial y al esfuerzo de todos en favor de la paz. 36 proposición por el Parlamento de las Religiones del Mundo de una Declaración de Ética Mundial76. Sin embargo, la teoría propuesta por Küng tiene también aspectos criticables. Así, es cuando menos discutible la existencia de deberes éticos incondicionados, es decir, absolutos. La mayor humanidad del hombre como valor axiológico común no resulta evidente para diferentes sectores de la ética secular77. Finalmente, la posibilidad de fundamentar la Ética en una instancia trascendente –un Absoluto- dista mucho de ser compartida de forma unánime por las diversas teorías éticas. En este punto, es preciso hacer notar que diferentes concepciones filosóficas declaran imposible, innecesaria o trasnochada la tarea de una fundamentación ética de la moral 78. Por otra parte, resulta problemática, si no imposible, la existencia de un consenso entre creyentes y no creyentes sobre una fundamentación religiosa de la Ética, sobre todo teniendo en cuenta que la ética secular rechaza precisamente la primacía de lo religioso que está en la base de la teoría propuesta por Küng79. Por todo ello –teniendo en cuenta que la fundamentación de la obediencia al Derecho debe hacerse en una sociedad laica, democrática y pluralista desde una Ética entendida como un razonamiento filosófico independiente de planteamientos teológicos y de recursos a instancias sobrenaturales80-, conviene insistir en que la obligación moral de obedecer a las normas jurídicas no puede ser absoluta. Ello es debido a que las decisiones democráticas mayoritarias, por muy perfecto que sea el procedimiento empleado para adoptarlas, siempre pueden resultar inmorales desde el punto de vista de la conciencia individual81. De aquí la necesidad de preguntarse por los límites éticos de estas decisiones en un sistema democrático justo. Siguiendo la atractiva construcción doctrinal elaborada por Muguerza, cabe afirmar que el límite superior está constituido por el respeto a la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. La determinación del límite inferior supone formularse la pregunta de quien está legitimado para establecer cuando una decisión colectiva es contraria a la dignidad de la persona. A esta pregunta únicamente cabe responder, como 76 Sobre este punto, cfr. Küng, H. y Kuschel, K.J. (eds.), Hacia una ética mundial. Declaración del Parlamento de las Religiones del Mundo, Madrid, 1994; Küng, H. (ed.), Reivindicación de una ética mundial, Madrid, 2002. Sobre este punto, cfr. Biagi, L., “Religioni, cultura e valori. Problemi e prospettive”, en Religioni e bioetica. Un confronto sugli inizi della vita, a cura di L. Biagi e R. Pegoraro, Padova, 1977, p. 124. 77 78 Sobre este punto, cfr. Cortina, A., Ética aplicada y democracia radical, Madrid, 2001, p. 200. 79 Como señala Biagi, L., “Religioni, cultura e valori. Problemi e prospettive”, cit., p. 125. 80 Sobre el concepto y misiones de la Ética, cfr. Cortina, A., Ética aplicada y democracia radical, cit., pp. 163 y ss. 81 En este sentido, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., pp. 195196; Prieto Sanchís, L., “La objeción de conciencia como forma de desobediencia al derecho”, cit., p. 19. 37 señala Muguerza, que es “la conciencia individual y sólo la conciencia individual” en cuanto que tan sólo las personas son capaces de actuar moralmente82. La obligación moral de obediencia al Derecho encuentra de este modo el límite absoluto en la conciencia individual, la cual no puede ser obligada a aceptar como propia una decisión heterónoma contraria a la misma83. Si la comunidad política pretende guiarse por el valor de la dignidad de la persona – debe imponerse a sí misma el límite del respeto a las exigencias de la conciencia individual84. 2. Reconocimiento jurídico de la objeción de conciencia. 2.1. Derecho internacional Si del ámbito de la Ética pasamos al del Derecho nos encontramos curiosamente con el hecho de que la objeción de conciencia, en cualquiera de sus manifestaciones, no se encuentra reconocida en ninguno de los documentos internacionales de derechos humanos. En el ordenamiento jurídico de la Unión Europea el reconocimiento del derecho a la objeción de conciencia se ha ido progresivamente afianzando por diversas vías. Así, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas manifestó, en el caso Prais, que si un candidato informa a la autoridad competente de que, por razones de conciencia no podrá presentarse a un concurso público en una fecha determinada, aquélla deberá tenerlo en cuenta y tratar de evitar que éste se realice en dicha fecha85. La Constitución Europea ha reconocido expresamente el derecho a la objeción de conciencia86. Sin embargo el reconocimiento de este derecho, “de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio”, supone una débil protección del mismo a nivel del ordenamiento de la Unión Europea. 2.2. Derecho comparado Muguerza, J., “La obediencia al Derecho y el imperativo de la disidencia (Una intrusión al debate)”, cit., p. 296. 82 83 En este sentido, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 199. 84 Como señala Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., p. 220. 85 Sentencia de 27 de octubre de 1976, sobre el caso Vivien Prais contra el Consejo de las Comunidades Europeas; un comentario a esta sentencia puede verse en Martínez-Torrón, J., “La objeción de conciencia en el derecho internacional”, cit., pp. 171 y ss. El artículo II-70,2 de la Constitución Europea dispone: “Se reconoce el derecho a la objeción de conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio”. 86 38 El derecho a la objeción de conciencia reconocido en los Estados miembros de la Unión Europea –bien en las respectivas constituciones, en leyes específicas o en acuerdos firmados con diversas confesiones- versa básicamente sobre el cumplimiento del servicio militar87, la asistencia a la celebración de determinados matrimonios88 y la realización de algunas prestaciones sanitarias. 2.3. Derecho español En el ordenamiento jurídico español –además de la objeción al servicio militar89, hoy en día carente de aplicación práctica al haberse suprimido el carácter obligatorio de esta prestación –se encuentran expresamente reconocidos por el Tribunal Constitucional y en la normativa autonómica algunos supuestos de objeción de conciencia en materia sanitaria a los que después nos referiremos. Esta situación legislativa y jurisprudencial ha planteado el problema del reconocimiento de otros supuestos de objeción, cuestión íntimamente vinculada con la de la naturaleza de esta figura jurídica. Al enfrentarse con esta problemática, el Tribunal Constitucional ha mantenido dos posturas difícilmente conciliables. En efecto, en un primer momento, sostuvo el criterio de considerar la objeción de conciencia como un derecho reconocido en nuestro ordenamiento no sólo explícitamente en el artículo 30,2 de la Constitución, sino también implícitamente con carácter general en cuanto especificación de las libertades garantizadas en el artículo 16,1 del mismo texto legal90. Sin embargo, posteriormente, el Tribunal Constitucional modificó el criterio expuesto y pasó a mantener una postura profundamente diferente. Según esta nueva postura, el Tribunal Constitucional considera, en primer lugar, la objeción de conciencia 87 Entre los Estados miembros de la Unión Europea que reconocen la objeción de conciencia al servicio militar, cabe citar: Austria (artículo 9, a, de la Constitución; sección 2, de la Ley de servicio civil de 1986), Chipre (artículo 10 de la Constitución), Dinamarca (Ley consolidada sobre la objeción de conciencia al servicio militar, de 23 de diciembre de 1998; Ley consolidada sobre el servicio militar obligatorio, de 17 de junio de 2002), Italia (Ley de 15 de diciembre de 1972, n. 722); España (artículo 30,2 de la Constitución), Holanda (artículo 99 de la Constitución). 88 En Dinamarca, los ministros de culto pueden negarse a dar la bendición a las personas integrantes de una pareja de hecho registrada si éstas, después de la ceremonia civil, la solicitan; asimismo, los ministros de culto de la Iglesia Evangélica Luterana pueden oponerse a celebrar matrimonios en esta Iglesia si uno o los dos que pretenden contraer son divorciados. En Holanda, según la Ley general sobre igualdad de trato, se ha reconocido a los funcionarios públicos la objeción de conciencia a la celebración de matrimonios entre personas del mismo sexo. Sobre estos supuestos de objeción, cfr. la Opinión nº 4-2005, de 14 de diciembre de 2005, elaborada por la Red de la Unión Europea de expertos independientes en materia de derechos fundamentales, sobre el derecho a la objeción de conciencia y la conclusión por los Estados miembros de la Unión Europea de Concordatos con la Santa Sede; CFR-CDF. Opinión 4-2005.doc. 89 Artículo 30,2 de la Constitución. 90 Sentencia 15/1982, de 23 de abril, FJ 6. 39 como un derecho autónomo, aunque relacionado con las libertades religiosa e ideológica91. En segundo lugar, entiende que no existe en nuestro Derecho un reconocimiento de la objeción de conciencia con carácter general92. Consecuencia lógica de esta afirmación es que no cabe admitir más objeciones que aquellas expresamente reconocidas en la Constitución o en una ley ordinaria93. En nuestra opinión se debe seguir sosteniendo, a pesar del último criterio mantenido por el Tribunal Constitucional, la existencia en nuestro ordenamiento jurídico de un derecho general a la objeción de conciencia. Derecho que tiene la naturaleza jurídica de fundamental, en cuanto forma parte de las libertades garantizadas por el artículo 16,1 de la Constitución. Este reconocimiento no comporta que la libertad de conciencia deba prevalecer siempre sobre el deber objetado ni, por tanto, admitir la posibilidad de eludir el cumplimiento de los deberes jurídicos de acuerdo con el libre arbitrio individual. Supone simplemente que, en el supuesto de la negativa a cumplir un deber jurídico por motivos de conciencia, el problema planteado deberá resolverse, mediante un adecuado juicio de ponderación, como un caso de colisión entre la norma que reconoce el derecho y aquélla que prescribe el deber. Es decir, como un caso de límites al ejercicio de un derecho fundamental94. 3. La objeción de conciencia del personal sanitario 3.1. Concepto y ámbito Puede definirse este caso de objeción como la negativa de los profesionales sanitarios a realizar una prestación sanitaria obligatoria, o a cooperar en ella, por considerarla contraria a su conciencia95. Los posibles supuestos de este tipo de objeción son muy numerosos. Entre ellos, cabe citar la negativa a participar en determinados programas de investigación en el campo 91 Sentencia 161/1987, de 27 de octubre, FJ 3. 92 Sentencia 161/1987, de 27 de octubre, FJ 3. 93 Sentencia 161/1987, de 27 de octubre, FJ 3; 321/1994, de 28 de noviembre, FJ 4. 94 En este sentido, cfr. Gascón Abellán, M., Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., pp. 300306; Prieto Sanchís, L., “El derecho fundamental de libertad religiosa”, en I.C. Ibán, L. Prieto Sanchís, A. Motilla, Manual de Derecho Eclesiástico, Madrid, 2004, p. 81. En este sentido, cfr. Navarro Valls, R., “La objeción de conciencia”, en Bioética y Justicia, Madrid, 2000, p. 311; Romeo Casabona, C.M., “Libertad de conciencia y actividad biomédica”, en M.L. Jordán Villacampa (directora), Multiculturalismo y movimientos migratorios, Valencia, 2003, p. 473; Sieira Mucientes, S., La objeción de conciencia sanitaria, Madrid, 2000, p. 54. 95 40 de la Biología y la Genética96, a la aplicación de algunas técnicas de reproducción asistida97, a la realización o cooperación en el aborto voluntario, a llevar a cabo algunos trasplantes, a la esterilización y a la intervención en la eutanasia98. Debido a esta creciente multiplicidad de supuestos se puede afirmar, con escaso riesgo de equivocarse, que el campo de la sanidad será en un futuro próximo el ámbito preferente donde se desarrollen los conflictos entre la conciencia y la ley99. 3.2. Regulación en Derecho español Según la postura mantenida por el Tribunal Constitucional a partir de las sentencias 160/1987 y 161/1987, ambas de 27 de octubre, no existe en nuestro ordenamiento jurídico un derecho general a la objeción de conciencia. Siguiendo este criterio jurisprudencial, ni la Ley 44/2003, de 21 de noviembre, de ordenación de las profesiones sanitarias, ni la Ley 55/2003, de 16 de diciembre, que aprueba el Estatuto Marco del personal estatutario de los servicios de salud, mencionan el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios. Sin embargo, si existe un reconocimiento de este derecho a nivel deontológico. Teniendo en cuenta lo que acabamos de decir, en el ordenamiento jurídico español existen tres supuestos de objeción de conciencia en materia sanitaria expresamente reconocidos. Uno de ellos es la objeción al aborto, admitido por el Tribunal Constitucional. El segundo, regulado por la legislación autonómica, está integrado por la objeción al cumplimiento de las instrucciones previas. Finalmente, el tercero, también reconocido en la normativa autonómica, consiste en la objeción del personal farmacéutico. Sin embargo, esta situación no cabe entenderla como la imposibilidad de ejercitar la objeción en otros supuestos que no están expresamente reconocidos legal o jurisprudencialmente, sino como la necesidad de demostrar –al igual que sucede en todos los casos de objeción- la prevalencia del derecho a la libertad de conciencia sobre los límites impuestos a éste por el deber objetado. 4. La objeción de conciencia al aborto 96 Sobre este punto, cfr. Navarro Valls, R., “La objeción de conciencia”, cit., pp. 313-314. Sobre este punto, cfr. Biones Martínez, I.M., “La objeción de conciencia a la fecundación in vitro”, en La objeción de conciencia, a cargo de V. Guitarte Izquierdo y J. Escrivá Juars, Valencia, 1993, pp. 379 y ss. 97 Sobre este punto, cfr. Portero Sánchez, L., “Eutanasia y objeción de conciencia”, en La objeción de conciencia, a cargo de V. Guitarte Izquierdo y J. Escrivá Ivars, cit., pp. 147 y ss. 98 99 Como señala Dalla Torre, G., Bioetica e diritto, cit., p. 107. 41 Consiste este caso de objeción en la negativa del personal sanitario, por razones de conciencia, a realizar prácticas abortivas o a cooperar en ellas100. Como es sabido, la Ley Orgánica 9/1985, de 5 de junio, de reforma del artículo 417 bis del Código penal, estableció la no punibilidad del aborto cuando se dé alguna de las indicaciones siguientes: la terapéutica, la ética y la eugenésica101. Al referirse a este supuesto de objeción, el Tribunal Constitucional manifestó que el derecho a la objeción de conciencia “existe y puede ser ejercido con independencia de que se haya dictado o no tal regulación. La objeción de conciencia forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido en el artículo 16,1 de la Constitución y, como ha indicado este Tribunal en diversas ocasiones, la Constitución es directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales”102. Ahora bien, este reconocimiento genérico sin ninguna otra explicación, junto con el silencio normativo sobre la objeción al aborto, plantean el problema de cual debe ser el régimen jurídico aplicable a la misma. El Código penal exige que el aborto sea “practicado por un médico o bajo su dirección”103, así como la presentación de unos dictámenes previos a su realización, emitidos por médicos especialistas, en los supuestos de aborto terapéutico y eugenésico104. Por ello, en nuestra opinión, los sujetos que pueden ejercitar el derecho a la objeción son el 100 En este sentido, cfr. Navarro-Valls, R., Martínez-Torrón, J. Las objeciones de conciencia en el Derecho español y comparado, cit., p. 97. El artículo 417 bis del Código penal dispone: “1. No será punible el aborto practicado por un médico, o bajo su dirección, en centro o establecimiento sanitario, público o privado, acreditado y con consentimiento expreso de la mujer embarazada, cuando concurra alguna de las circunstancias siguientes: 1ª Que sea necesario para evitar un grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada y así conste en un dictamen emitido con anterioridad a la intervención por un médico de la especialidad correspondiente, distinto de aquel por quien o bajo cuya dirección se practique el aborto. En caso de urgencia por riesgo vital para la gestante, podrá prescindirse del dictamen y del consentimiento expreso. 2ª Que el embarazo sea consecuencia de un hecho constitutivo de delito de violación del artículo 429, siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de gestación y que el mencionado hecho hubiese sido denunciado. 3ª Que se presuma que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que el aborto se practique dentro de las veintidós primeras semanas de gestación y que el dictamen, expresado con anterioridad a la práctica del aborto, sea emitido por dos especialistas de centro o establecimiento sanitario, público o privado, acreditado al efecto, y distintos de aquel por quien o bajo cuya dirección se practique el aborto. 2. En los casos previstos en el número anterior, no será punible la conducta de la embarazada aún cuando la práctica del aborto no se realice en un centro o establecimiento público o privado acreditado o no se hayan emitido los dictámenes médicos exigidos”. 101 102 Sentencia 53/1985, de 11 de abril, FJ 14. 103 Artículo 417 bis, 1. 104 Artículo 417 bis, 1, 1ª y 3ª. 42 médico y el equipo que deben practicar el acto abortivo, el personal colaborador – anestesista, asistentes técnicos sanitarios, etc.-, así como los especialistas encargados de emitir los dictámenes mencionados105. Por el contrario, entendemos que no está amparado por dicho derecho el resto del personal –sanitario, administrativo y de mantenimiento- que preste sus servicios en el centro acreditado para la práctica del aborto106. En relación con la alegación de la objeción pensamos que, en ausencia de requisitos legalmente establecidos, debe coartarse lo menos posible el ejercicio de la misma. Por ello, creemos que la declaración de la objeción será eficaz por sí misma, sin necesidad de su comprobación por una comisión deontológica o un organismo administrativo107 y, menos aún, de la exigencia de una prestación sustitutoria108. Asimismo, entendemos que la objeción puede plantearse en cualquier momento, no estando sometida su alegación a un plazo específico109. La alegación de la objeción comporta para el personal sanitario el reconocimiento de su derecho a no intervenir en la práctica del acto abortivo en sentido estricto –la destrucción del feto- así como a no emitir los dictámenes previos y a no realizar las actividades asistenciales anteriores al mismo110. En este sentido, cfr. Romeo Casabona, C.M., “Libertad de conciencia y actividad biomédica”, cit., pp. 517518; Martínez Salmeán, J.M., “Objeción de conciencia en el ámbito médico-sanitario”, en Bioética y Justicia, cit., p. 299; por su parte, los Magistrados Don Ángel Latorre Segura y Don Manuel Díez de Velasco, en el voto particular que formularon a la Sentencia del Tribunal Constitucional 53/1985, de 11 de abril, afirman que la objeción de conciencia sólo puede ser formulada por el “Médico y demás personal sanitario al que se pretenda que actúe de una manera directa en la realización del acto abortivo”. 105 106 En contra de este criterio, cfr. Sieira Mucientes, La objeción de conciencia sanitaria, cit., p. 230. 107 En este sentido, cfr. Escobar Roca, G., “La objeción de conciencia del personal sanitario”, cit., p. 146. 108 En este sentido, cfr. Navarro Valls, R., “La objeción de conciencia”, cit., p. 321. 109 En este sentido, cfr. Escobar Roca, G., “La objeción de conciencia del personal sanitario”, cit., p. 145. 110 Entre estas actividades están incluidas, entre otras, la preparación del quirófano, del instrumental quirúrgico y de los productos que se vayan a utilizar; sobre este punto, cfr. Romeo Casabona, C.M., “Libertad de conciencia y actividad biomédica”, cit., p. 524. El Tribunal Superior de Justicia de Baleares, en sentencia de 13 de febrero de 1998, FJ 3, consideró incluidas en estas actividades asistenciales la “instauración de vía venosa y analgésica, control de dosis de oxitocina, control de dilatación del cuello del útero y control de las constantes vitales durante todo el proceso”. Por su parte, respecto de estas actividades, la Audiencia Territorial de Oviedo, en sentencia de 29 de junio de 1998, FJ4 -contemplando el supuesto de las situaciones de emergencia que pueden presentarse al personal sanitario objetor, que se encuentra de guardia, en relación con un aborto iniciado mediante la utilización de medios terapéuticos indirectos- ha manifestado que “los facultativos de guardia objetores de conciencia no pueden ser obligados a la realización de actos médicos, cualesquiera que sea su naturaleza, que directa o indirectamente estén encaminados a la producción del aborto, tanto cuando éste vaya a realizarse como cuando se esté realizando la interrupción del embarazo, debiendo, por el contrario, prestar la asistencia para la que sean requeridos a las pacientes internadas con aquel objeto, en todas las incidencias o estados patológicos que se produzcan, aunque tengan su origen en las prácticas abortivas realizadas”. 43 Además de la exoneración de intervenir en las actividades abortivas, la alegación de la objeción no puede lógicamente suponer ninguna discriminación para el objetor111. Respecto de esta cuestión debe tenerse presente la necesidad de armonizar el derecho del objetor a no ser discriminado con la obligación de la Administración de adoptar las medidas pertinentes para evitar que la objeción del personal sanitario suponga la imposibilidad de realizar un acto médico, legalmente permitido, en un centro hospitalario público112. Por último, el derecho a la objeción de conciencia al aborto plantea la cuestión de los límites del mismo. 111 La jurisprudencia no ha mantenido un criterio unánime respecto de esta cuestión. Así, el Tribunal Supremo, en la sentencia de 20 de enero de 1987, FJ4, ha entendido que el traslado de unas ayudantes técnico-sanitarias a un servicio distinto del cual trabajaban, realizado dentro del mismo hospital a causa de su negativa por razones de conciencia a intervenir en actos abortivos, no resultaba discriminatorio. La razón básica alegada por el Tribunal es que no es posible hablar de discriminación o represalias “si el cambio de destino se hace sin afectar al lugar de residencia (...), al Hospital (...), a las categorías profesionales y a los salarios o sueldos, que en ningún momento han sido degradadas o discriminadas”. Por su parte, el Tribunal Superior de Justicia de Aragón, en la Sentencia de 18 de diciembre de 1991, apreció en un supuesto similar la existencia de trato discriminatorio por entender que el traslado del objetor “respondió a una encubierta represalia llevada a cabo con patente vulneración del derecho fundamental a la no discriminación por razones ideológicas o religiosas que reconocen los artículo 14 y 16 de la Constitución”; un comentario a esta sentencia puede verse en Sieira Mucientes, S., La objeción de conciencia sanitaria, cit., pp. 293 y ss. Finalmente, cabe citar la sentencia de la Audiencia Nacional, de 9 de febrero de 1998, la cual anuló una sanción disciplinaria impuesta por el Director del Instituto Nacional de la Salud al Jefe de Servicio de Tocoginecología de un hospital de Ibiza por no haber practicado –por motivos de conciencia- dos abortos ordenados por el director médico del hospital. En el fundamento jurídico 4 de la sentencia se afirma que la objeción de conciencia exime no sólo de la práctica material de abortos, “sino también de cualquier actuación que suponga un acto de cooperación necesaria para que tales interrupciones del embarazo tengan lugar”. Sobre este punto, cfr. Romeo Casabona, C.M., “Libertad de conciencia y actividad biomédica”, cit., pp. 528-529. 112 44