Entrevista con Marcelino Cereijido / Investigador

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Entrevista con Marcelino Cereijido / Investigador, especialista en política científica
"Argentina no tiene una visión del mundo
compatible con la ciencia"
La interpretación de la realidad “a la católica”, atada a dogmas y milagros, predomina entre
políticos, economistas y la gente común, sostiene este ensayista sobre lo que él ha llamado
“analfabetismo científico”.
Marcelino Cereijido: argentino, 74 años, ojos azules, especialista en fisiología celular y molecular,
posdoctorado en Harvard, exiliado en 1976, residente en México, autor de libros como La nuca de
Houssay, La obediencia debida y Ciencia sin seso, locura doble, discípulo del premio Nobel argentino
Bernardo Houssay.
Ayer, en el marco del 60º aniversario del Instituto de Investigación Médica Mercedes y Martín
Ferreyra, dio una charla sobre el "analfabetismo científico" que según él padece Argentina y habló
sobre ello con La Voz del Interior.
-¿Por qué Argentina es, dice usted, científicamente analfabeta, cuando el país tiene buenos
investigadores?
- Argentina no tiene una visión del mundo compatible con la ciencia. Todos los organismos tienen una
manera de interpretar la realidad. Desde una polilla hasta un león o el hombre. El ser humano ha
pasado por diferentes etapas: el politeísmo, el monoteísmo, hasta llegar a la ciencia moderna. La
argentina no tiene ni nunca ha tenido ciencia, porque nunca ha podido interpretar la realidad a la
manera científica, no hay un uso social de la ciencia y, si la tuviera, no sabría para qué sirve. Esto
genera un doble problema. Primero, no tenemos ciencia en un mundo en donde no hay nada que se
construya sin ciencia. Segundo, cuando a las personas les falta comida, agua, enseguida reclaman;
pero cuando falta ciencia, no se oye ninguna voz. Eso es porque la sociedad no tiene cultura científica.
Incluso cuando un gobierno es bueno, dice que va a apoyar la ciencia. Como si la ciencia se tuviera
que apoyar. Es lo mismo que yo vaya a un médico a sacarme la vesícula para apoyar la medicina.
-¿Que hacen el Estado y sus funcionarios para revertir esto?
-Sucede que en Argentina se interpreta todo "a la católica" y no "a la científica". Observemos la cola
de gente que visita a San Cayetano para pedir trabajo en vez de ir a las cámaras de empresarios y
éstos, a su vez, acudir a las universidades para mejorar la ciencia, en lugar de solucionar el problema
cambiando una variable económica. Uno puede hacer un "aparato" para medir el analfabetismo
científico midiendo la cola frente a la iglesia de San Cayetano los días 7 u 8 de no sé qué mes. Creer
que la realidad tiene como variable un hecho milagroso, es de burro. El problema no es que el hombre
de la calle siga teniendo esa visión e interpretando la realidad con variables místicas, sino que este
analfabetismo científico afecta a políticos, intelectuales y empresarios. Ellos no dejan de apoyar la
ciencia porque son malos, sino porque son burros.
-¿Y los científicos?
-Parte de la culpa también la tenemos nosotros, los científicos, porque siempre divulgamos: "Ah, los
agujeros negros, qué curiosos" o "si el hombre saltara como una pulga, saltaría un edificio de seis
pisos". Entonces, las estrellas gobernantes de turno creen que, con todos los problemas que hay, la
gente se puede pasar sin saber qué son los agujeros negros o lo que salta una pulga. Los científicos
les hemos dado al Estado y a la sociedad la idea estúpida de que el científico es un tipo raro que
investiga cosas curiosas. Es atractivo, pero no le decimos que Suiza cultiva su ciencia porque es rica,
sino que es rica porque hace ciencia. No difundimos el valor social de la ciencia.
-¿Siempre fue así?
-No. Porque Sarmiento sí sabía que los mejores intérpretes de la Argentina eran los argentinos. Por
eso creó escuelas, bibliotecas, observatorios e institutos de los que te imagines. Pero todo ello se vino
abajo en los años ‘30, cuando el nazismo-catolicismo castrense rompió con todo el aparato educativo
argentino. Las sotanas y las armas lograron una chatura mental que hoy se refleja en una falta de
estudios sobre qué cree el argentino y sobre su concepción del mundo. Los argentinos se ocupan de la
"obediencia debida", pero también se necesita una campaña contra la "ignorancia debida".
Sesos fugados. Cereijido es uno de los tantos científicos argentinos que forman parte de lo que él ha
llamado la "Provincia Argentina de Ultramar".
-Le han ofrecido volver a Argentina, ¿por qué no acepta?
-No quiero volver porque, en primer lugar, mis hijos y nietos viven en Estados Unidos y me quedaría
muy lejos para visitarlos. En segundo lugar, porque por más que me pusieran un billete sobre otro
para instalar el laboratorio que tengo en México, tardaría años en ponerlo a funcionar. Y en tercer
lugar, porque me comenzaría a involucrar políticamente con los problemas argentinos y descuidaría la
investigación.
-En su libro "La nuca de Houssay" usted recuerda los años en que trabajó con el premio
Nobel argentino desde una visión, si se quiere, distante de su figura heroica…
-Yo veía a un ser humano, no a una estatua. Para mí era un señor que tomaba café, discutía, miraba
mis resultados o decía: "Mirá cómo está lloviendo". O sea, era una persona. Y él tenía una idea de la
ciencia muy particular. No la veía como una necesidad. Confundía ciencia con investigación. Ciencia es
una manera de interpretar la realidad que desecha dogmas, milagros y el principio de autoridad. La
investigación depende de un talento para encontrar cosas nuevas. De manera que se puede ser buen
investigador, sin ser buen científico o viceversa. Para él eran lo mismo.
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