Los últimos resultados de la encuesta Adimark, que arrojan un... gestión de la Presidenta Bachelet tienen a todos de cabeza...

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Apoyo presidencial: algo más que cariño
Martes, 12 de Mayo de 2009 08:51
Los últimos resultados de la encuesta Adimark, que arrojan un 67% de aprobación a la
gestión de la Presidenta Bachelet tienen a todos de cabeza tratando de buscar
explicaciones a lo aparentemente inexplicable.
Por María de los Ángeles Fernández, Fundación
Chile 21
Los últimos resultados de la encuesta Adimark, que arrojan un 67% de
aprobación a la gestión de la Presidenta Bachelet tienen a todos de cabeza
tratando de buscar explicaciones a lo aparentemente inexplicable porque
además, se produce en condiciones adversas: fin de mandato, o sea, “síndrome
del pato cojo” y, además, crisis económica y alarmante aumento del desempleo.
Roberto Méndez, a cargo del instrumento, ha ensayado una explicación que
podemos resumir como “la fuerza del cariño”. La Presidenta habría logrado
concitar un fenómeno inédito en la cultura política chilena, más vinculado a lo que
uno siente por su familia o por ciertas estrellas de rock.
Otros analistas de la plaza han hecho suya esta explicación, a través del giro del
menosprecio. De esta forma, señalan que la “la Presidenta es más querida que
exitosa”
. No se entiende bien esta
disociación cuando, al final del día, el cariño puede ser también
¿por qué no?
la base de sustentación del éxito. Frente a estos planteamientos dan ganas de
decir: sí, la Presidenta Bachelet es querida
¿y qué?
,
¿hay algo de malo en ello?
Negar la posibilidad del afecto y del cariño en el marco de la actividad política es
cerrar la puerta a que exista otra forma de conducir las cosas, un estilo de
liderazgo distinto al existente. Recordemos que la Presidenta ha reivindicado en
repetidas oportunidades que el suyo es un liderazgo distinto, de tipo “femenino”
acerca del cual, salvo algunas excepciones, no se han realizado esfuerzos de
comprensión, ignorando los hallazgos que hace rato nos informan la psicología y
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el desarrollo organizacional. De acuerdo a éstos, el estilo directivo masculino se
caracteriza por la competitividad, el control riguroso, una dirección autoritaria,
capacidad para pensar analíticamente y una actitud objetiva y no emocional con
respecto al trabajo. Por su parte, el estilo directivo femenino, que no excluye lo
racional sino que lo complementa con lo emocional, se caracterizaría por el
recurso a la cooperación, el logro de la calidad, la comprensión, la colaboración y
niveles altos de rendimiento. Este estilo no rechaza la intuición, sino que la
integra, junto con la estrategia racional. Siendo éste el caso de la Presidenta
¿por qué debiera extrañarnos que, a futuro, en la política chilena, podría ser
necesario contar también con el componente del cariño si se quiere concitar
adhesiones?
Sin embargo, esta explicación debiera complementarse con otra, para poder
responder a la pregunta acerca de cómo se puede ser querida y exitosa cuando
arrecian los vendavales de la crisis, el desempleo se empina sobre los dos dígitos
y no se sabe a ciencia cierta cuándo se saldrá del túnel. Para hacerlo, hay que
recordar las circunstancias que dieron origen a su liderazgo y las expectativas
que la ciudadanía puso en ella. La emergencia de Michelle Bachelet, en un país
donde la tónica es la selección controlada de los liderazgos políticos, se podría
interpretar mediante el recurso al “carisma de situación”. La interpretación que
hace Tucker de este fenómeno es que, bajo ciertas circunstancias, una
personalidad-líder de tendencia no mesiánica suscita una reacción carismática
simplemente porque ofrece, en un momento de profunda desgracia, un liderazgo
que se percibe como fuente y medio de salvación. La sociedad chilena, marcada
por la transición a la democracia y un modelo económico exitoso en la reducción
de la pobreza y en balances macroeconómicos, también muestra de manera
intermitente las angustias y zozobras que produce una modernización centrada
en las utilidades económicas y en aspectos materiales, escamoteando aspectos
importantes de la vida de las personas junto con reflejar índices de desigualdad
preocupantes. El liderazgo de Michelle Bachelet emerge como uno caracterizado
por la afectividad, la empatía y la resiliencia, bien como respuesta, bien como
síntoma, a este estado de cosas. Posteriormente, cambian las condiciones de
contexto y la Presidenta debe conducir un país que comienza a marearse con las
posibilidades que se abren con los excedentes del precio del cobre. El debate
era, recordemos,
“cómo
administrar la abundancia”
. El discurso de la protección social, en este marco, experimentó un extravío que
sólo ha podido recuperarse cuando la crisis económica internacional recrea las
condiciones de adversidad, inquietud existencial y limitaciones que dan origen a
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su liderazgo. Lo curioso es que Michelle Bachelet ha logrado concentrar
cualidades aparentemente contradictorias ya que, según dicho autor, lo habitual
es que un líder tenga más pericia que carisma, precisamente porque ambas
cualidades se basan-en parte-en desviaciones opuestas de la norma, siendo
ambos elementos contradictorios entre sí.
Poco importa que el cambio de las condiciones de contexto hayan sido más un
accidente que algo premeditado. Lo importante es que Bachelet ha sabido
observar la oportunidad, elaborando un discurso acorde y tomando decisiones
que los chilenos y chilenas valoran. Ello partió por escuchar las recomendaciones
de su Ministro de Hacienda, quizás más motivada por la aversión al riesgo
femenino, que hoy es un valor en alza en medio de la crisis, que por convicciones
ideológicas. La Presidenta, por ahora, exhibe algo más que calidez, humanidad y
simpatía. Está mostrando habilidad y competencia, que es algo que también se
mide por la previsión de las consecuencias y que sus críticos, por ahora, han sido
renuentes a admitir.
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