VAN DUSEN Wilson – La experiencia mística

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11. La Experiencia Mística: El Florecimiento del Entendimiento
WILSON VAN DUSEN, La profundida natural en el Hombre, Cuatro Vientos, Santiago, 1992, 157-162
...El Señor es El Único Hombre...
EMANUEL SWEDENBORG, Arcana Coelestia (p. 2996), 1749-1756
He escuchado que las iglesias, aunque distintas en bienes y verdades ...
son como otras tantas gemas en la corona de un rey.
EMANUEL SWEDENBORG, La Verdadera Religión Cristiana (p. 763)
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En nuestro descenso hacia la profundidad natural del hombre, hemos comprendido claramente el ámbito de
la psiqué personal, a pesar de que en los sueños, y más aún en las alucinaciones, hemos comenzado a vislumbrar intimaciones de un más allá. En la experiencia mística, el sí mismo limitado se abre, revelando un más
allá pleno de nuevos significados. La experiencia mística nos revela el máximo de lo que como individuos
podemos descubrir. A pesar de tener un rango considerable de profundidades, no hay experiencia más alta, ni
más profunda, ni más grandiosa, que la encontrada en la sorprendente unión del individuo con su fuente
fundamental.
Lo místico es en sí un terreno un tanto confuso y nebuloso. Tanto es así que la palabra místico suele usarse
para indicar que algo es poco claro. Aludiendo a razones honestas y sensatas, muchas personas sienten que las
experiencias místicas no son verdaderas. Como no han vivenciado nada así, los relatos de los místicos
naturalmente les parecen falsos, caprichosos o sencillamente carentes de sentido. Permítaseme decir con
firmeza que me parece bastante razonable no creer lo que no se ha visto, sentido o vivenciado. Sólo les pido a
aquellos que no han tenido tales experiencias que acepten con tolerancia los relatos de aquellas personas
corrientes que las han tenido.
Vacilo al intentar describir estas experiencias. En esta área contemplamos las vivencias más sagradas del
hombre. Por razones estrictamente personales, deploro hacer algo que parezca poco respetuoso con aquello que
otro considera sagrado. La sensación de lo sagrado surge de lo más íntimo de las personas. Yo respetaría
incluso los objetos que un primitivo considera sagrados. Es un área muy personal, un área privada en que se
juegan los sentimientos más significativos.
Un peligro aún mayor consiste en que tocamos ámbitos que normalmente se consideran religiosos. Algunos
se vuelven sordos y se irritan con sólo oír mencionar esto. Para éstos la religión no es más que un cúmulo
increíble de cosas sin sentido. Para ellos lo místico es un pensar tendencioso, propio de débiles mentales. Es fácil
entender y tratar con este tipo de negativismo. No tienen ningún Dios que temer. Un tanto peor aún es la eterna
disputa entre las religiones, pues todas insisten que su enfoque es la única y verdadera religión. Los peores de
todos son los religiosos bien preparados, pero que carecen de experiencias místicas. Estos atacan con el
intelecto, justificándose por medio de capítulos y versículos. Como veremos, esta experiencia va mucho más allá
de las disputas sectarias, nos lleva hacia un entendimiento más pacífico.
Otra dificultad con que nos topamos en esta área consiste en que se confunde con el orgullo humano.
¿Quién ha tenido la visión más grande y esplendorosa?; ¿quién es el maestro?; ¿quién el verdadero gurú? Los
verdaderos místicos no se disputan esta gloria. Ellos no tienen ninguna dificultad en ver la similitud que hay entre
las diversas experiencias de esta naturaleza. Las disputas surgen a niveles más inferiores, entre seguidores o
pretendientes a esta sabiduría. Algunas personas recorren largas distancias para impresionarme con sus
visiones, las auras que pueden ver, etc. Es inquietante encontrar que incluso esta área se confunde con el orgullo
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humano. Era asunto diferente cuando venían en busca de ayuda para comprender sus experiencias.
El misticismo que veremos aquí es la destilación de la experiencia de muchas personas. El fundamento de
toda esta presentación sigue siendo la representación fenomenológica de la experiencia humana, tal como lo ha
sido desde un comienzo. Cualquiera sea la experiencia humana, puede ser descrita, aunque sea extraña,
sorprendente y controversial.
Tal vez mi experiencia en hablarle a grupos pequeños sobre misticismo pueda ayudar a clarificar alguna de
las dificultades básicas para comunicarse en este campo. Descubrí que lo mejor era elicitar en primer lugar las
experiencias del otro. Entonces conseguíamos una mejor base para comparar anotaciones. Si empezaba con el
relato de mi experiencia o la de otra persona, lo único que conseguía era que unos se fascinaran, mientras otros
se irritaban. Para aquellos que no habían tenido experiencias semejantes, todo esto sonaba, y con razón, a
charlatanería insensata. La actitud inicial de compartir nos situó a todos en un terreno que, a grandes rasgos, era
semejante para todos, a pesar que nuestras experiencias habían sido muy diferentes. En este terreno común, que
todos compartíamos, se hizo evidente que el hombre con poca o ninguna experiencia tenía tantos derechos como
aquel con abundantes experiencias. Eramos todos igualmente humanos, y eso, en cierto modo, es de lo que se
trata el misticismo.
El rango de la experiencia mística
La experiencia mística más común es, curiosamente, el mero hecho de experimentar cualquier cosa:
cepillarse los dientes, comer o caminar por la calle. Cualquier experiencia ordinaria. De algún modo verdadero
ésta es la más profunda de todas las experiencias místicas posibles, si bien pocas veces es reconocida como tal.
El problema es que estamos demasiado acostumbrados a ellas. Son demasiado corrientes y ordinarias. Lo que
falta es el asombro ante el misterio de la existencia ordinaria.
Imagínese que usted recién en este momento acaba de nacer como un adulto, con su mente y el
entendimiento que tiene en estos momentos. Estaría completamente maravillado ante las cosas y las personas
que lo rodean. Se pasaría gran parte del día lanzando exclamaciones de asombro, al andar por ahí tentando y
sintiendo las cosas. Sería una experiencia mística tremendamente impresionante y atemorizante. Estaría
asombrado por la belleza de cosas simples, tales con la gracia que hay en la forma de las plantas. Esta es una de
las características de la experiencia mística: encontrar fantásticamente hermosas y buenas los cosas tal cual son.
Esto sucede antes de haber comido la manzana del árbol de la sabiduría del bien y del mal (Gn 2,17). Después
de la manzana comenzamos a dudar, cuestionamos, evaluamos, nos equivocamos, y perdimos el sentido
primitivo del asombro. Es bastante posible que los niños aventajen a los adultos en esta sencilla capacidad.
Podemos verla en las manifestaciones de total excitación física del niño al ver un objeto que para nuestros ojos
más ilustrados y cansados es sencillamente una baratija de plástico.
En el buddhismo Zen, el que busca pide aprender del Buddha, y el maestro recoge un puñado de semillas de
lino, como respuesta perfectamente adecuada. La mente del aprendiz está repleta de información. "Desde luego
que eso no es más que semilla de lino; tal vez simboliza alguna cosa". No. No es simbólico. Literalmente el
Buddha es todo. Si uno no aprecia algo del todo, ¿cómo podrá encontrar al Buddha?
El nivel inferior de la experiencia mística es el experimentar algún grado de asombro ante la mera presencia
de la existencia. Dicho de otro modo, es aquella capacidad semejante a la de los niños de dejarse impresionar
por las cosas, sean éstas semillas de lino, hombres, ciudades, nubes o estrellas remotas. La raíz de la
experiencia consiste en impresionarse con las cosas tal cual son. Para algunas personas este asombro es más
fácil en presencia de la naturaleza. Pero también es posible, incluso, con las cosas más sencillas hechas por el
hombre. ¿Puede usted contemplar pacientemente una pieza de automóvil, grasienta y descartada, y ver la serie
interminable de trabajadores cuyas vidas llevaron a ese producto? ¿Puede ver en ella la voluntad impresionante
del hombre por hacer que las cosas marchen, por hacer cosas nuevas? El místico Jacob Bohme cayó en un
estado de asombro reverencial por todas las cosas contemplando el juego de la luz sobre un plato de latón.
Hay varios aspectos relativamente coherentes en este nivel inferior de la experiencia mística. El individuo se
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siente en concordancia con las cosas y se da tiempo para percibirlas relajadamente. Una de sus características
es el ser una experiencia sin apuro alguno. El individuo se percata de detalles muy finos tanto en los objetos
como en las personas. No se trata de ignorar la realidad, sino por el contrario, de mirarla extraordinariamente
bien. No hay lugar para la división sujeto/objeto. Esto es, el individuo siente con lo percibido. Al mirar la forma
grácil de una planta, él se siente lleno de gracia. La experiencia trae consigo un claro matiz estético. Las cosas
son hermosas en un sentido artístico. Aquellos que disfrutan de las artes realmente disfrutan de este tipo de
experiencia. La experiencia artística es en sí misma un nivel inferior de lo que se describía aquí como una
experiencia mística. Puede que ea la experiencia no haya ningún componente revelatorio. Su verdadero significado podrá consistir en la concordancia de uno con la real hermosura de la existencia. O bien la sustancia de la
experiencia podrá sugerirnos significados que van más allá. El individuo podrá sentir en una sola planta la
maravilla de la existencia, o al Creador de la existencia. Este significado adicional puede verse de dos maneras.
Aquellos con auténticas inclinaciones estéticas verán el significado adicional como la propia contaminación con la
belleza de las cosas. Por el contrario, otros sentirán que la experiencia estética primaria es la entrada a
significados más amplios. No creo que sea importante inclinarse en favor de una u otra idea. Reflejan diferencias
básicas en los enfoques individuales ante la realidad. Es difícil y tal vez ni siquiera sea apropiado el hacer un
ordenamiento por rango de las experiencias místicas. Sin embargo, el amor entre los individuos es otro ejemplo
de una experiencia mística de nivel inferior, por lo demás relativamente común. El ver la persona amada produce
el mismo tipo de goce. La división yo/tú se supera en grados diversos. De alguna manera el ser amado y uno
constituyen una misma vida.
El sacramento del matrimonio, como también la experiencia sexual con el ser amado, producen esta
superación de la dualidad. De algún modo muy profundo, los amantes vivencian su relación como un uno. Para
los amantes el retorno a la dualidad y el reencuentro de las diferencias fundamentales es un tanto doloroso. Sería
fácil decir que los amantes, cada cual, proyectan sus potenciales inconscientes en el otro y están intentando
unirse consigo mismos en su ser querido. Esto parece una buena explicación sicológica, pero los amantes
sentirán que no toma en cuenta la naturaleza misma de la experiencia de amor vivida. Aquellos que libremente
tienen sexo sin amor están, en efecto, tirando al niño y quedándose con la tina. Es el amor entre las personas lo
que hace que sus experiencias sexuales sean tan impresionantes, y no viceversa. Los amantes pueden tener una
experiencia tremenda con sólo tomarse de las manos.
El amor humano no es considerado, por lo general, como una parte del continuum total de las experiencias
místicas. Tiene las mismas marcas. Es una experiencia sin apuros, de gran hermosura. Supera la división
existente entre el individuo y los demás. Su poder es atemorizante. Puede informarse, o no, con el significado de
la existencia. La experiencia misma puede ser la única respuesta a todas sus propias preguntas. O bien los
amantes podrán sentirse creativamente unidos a todo el resto de la creación. En las ceremonias primitivas, los
amantes pueden hacerse el amor en la huella del arado para fertilizar todo el campo. Se sienten fértiles entre sí y
sienten que tienen parte en la creación. Y en verdad, esta fertilidad llega a crear un hogar y a menudo crea
también otras vidas. El valor creativo del amor no es esvanecente ni tampoco es teórico. El individuo que ama
hacer cosas, crea cosas mejores. El carpintero que ama trabajar la madera construye una casa mejor. Los
gremios medievales medían el amor de un hombre en términos del trabajo ejecutado en su oficio. Debido a
nuestro apuro y al énfasis que ponemos en el aspecto cuantitativo de la producción, hemos perdido esta raíz
importantísima del gran artífice. Es bien sabido que en el budismo Zen la iluminación mística puede llegar a
través de trabajos artesanales sencillos; esto podrá ocurrir, ya sea fabricando cántaros de greda, haciendo
arreglos florales, escribiendo palabras sobre un papel, o practicando esgrima. En la tradición del samurai, el
espadachín que había llegado a hacerse uno con su espada era extremadamente peligroso, ya que estaba más
allá de la vida o la muerte. Los espadachines ordinarios, aunque sintieran que ellos controlan la espada, temían a
la muerte muchísimo más. El gran alfarero o el gran pintor moldea en tal agrado su espíritu dentro de su obra de
arte que las obras del maestro podrán ser reconocidas por expertos muchos siglos después.
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