El rol que se espera que la escuela cumpla en... nuevos desafíos, que vienen a superponerse a los clásicos de...

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¿Juntos y revueltos?
Viernes, 06 de Abril de 2012 00:42
El rol que se espera que la escuela cumpla en el fomento de una cultura de la igualdad añade
nuevos desafíos, que vienen a superponerse a los clásicos de cobertura, permanencia y
egreso en todos los tramos.
Por M. de los Angeles Fernández, Directora Ejecutiva de Fundación Chile 21
Fue noticia el anuncio de que el colegio San Ignacio será mixto a partir de 2014.
Hablamos de uno de los establecimientos escolares pertenecientes a una orden que, con
independencia del conocimiento que de ella tengamos y el juicio que nos merezca, ha
sido emblemática en la historia de la Iglesia.
Resulta llamativa la demora en tomar una decisión que, hoy por hoy, no puede leerse en clave
vanguardista sino más bien de tardía normalización. En la actualidad, tal como informa la nota
de La Tercera, "los colegios mixtos han ido ganando terreno por los de un solo género. En el
2000, los segregados agrupaban el 12,6% de la matrícula en el país y, para 2011, la cifra
habría caído a más de la mitad, 5,5%".
El que una orden religiosa particularmente reconocida por su labor educativa y el impacto de
sus métodos de enseñanza se sume a la mayoritaria conformación escolar mixta existente en
el país supone una oportunidad para revisar las diferentes realidades envueltas en el problema
de género de los establecimientos educacionales, máxime cuando la educación se ha
convertido en el corazón de las demandas por justicia social y redistribución del ingreso que el
movimiento estudiantil visibilizó el año pasado. Por otro lado, el hecho de que la mayoría de los
colegios chilenos sean mixtos no aleja totalmente la amenaza, aunque hoy la estimemos
improbable, de una regresión, tal como sucedió en Estados Unidos. Durante el gobierno de
George W. Bush, en el 2006, se derogó una ley que obligaba a las escuelas públicas a ser
mixtas. Los resultados que comparaban escuelas mixtas versus escuelas diferenciadas no
arrojaban buenos resultados en hombres. Sin embargo, no se comparó con las condiciones
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socioeconómicas de los colegios.
Ello reflotó los argumentos a favor o en contra de dichas modalidades. Entre los primeros, se
destaca la mejora en el clima escolar y en el rendimiento, así como de la percepción hacia la
igualdad de género. En contra se levanta la idea de que los niños invisibilizan a las mujeres.
Estas posturas han sido matizadas. Así, se señala que, si bien no existe evidencia que muestre
que los establecimientos de un solo sexo entreguen mejores herramientas para un buen
rendimiento en el colegio (muchas veces, los factores explicativos son los ingresos u otro tipo
de actitudes y no sólo el hecho de que se impartan clases a un determinado sexo), sí existen
evidencias de que la segregación sexual aumenta los estereotipos de género y legitima el
sexismo institucional.
Psicólogas como la española Carmen García Colmenares afirman: "Por lo que respecta al
tema educativo, es todavía frecuente confundir escuela mixta con escuela coeducativa sin
detenerse a pensar que el mero agrupamiento de niñas y niños en las aulas no garantiza una
enseñanza más justa e igualitaria". Para ella, que estudia el modelo educativo mixto español,
éste "se caracterizaría por un androcentrismo, donde se ha generalizado el currículum
masculino como modelo universal para toda la población". Por lo tanto, la igualdad de género
no se logra por el solo hecho de la existencia de establecimientos mixtos, lo que obliga a que
las niñas y jóvenes "se vean enfrentadas a desarrollar, por su cuenta, de manera paralela, un
modelo educativo femenino de carácter implícito a través de lo que se denomina el "currículum
oculto".
Si volcamos la mirada en nuestra educación superior, centro del debate que motivó distintas
iniciativas de reforma en curso en el Congreso, los resultados en materia de igualdad de
género constatan que no basta haber estado juntos en el colegio. En un estudio comparado de
educación superior y género en América Latina y el Caribe de Jorge Papadópulos y Rosario
Radakovich se señala que Chile forma parte del grupo de países que expresa un cierto
equilibrio en las diversas áreas del conocimiento, de tipo "relativo", en cuanto a participación
equitativa por género, junto con Colombia, Costa Rica, Cuba y El Salvador.
Recientes hallazgos relativizan el optimismo anterior para el caso de nuestro país. Un reciente
informe de la OCDE a partir de PISA 2009 arroja que las niñas chilenas, como las del resto de
los 64 países medidos, tienen más interés que los niños en trabajar en empleos de alto
estándar. Quieren ser legisladoras, gerentes y ocupar cargos de algo nivel, pero se muestran
reticentes frente a las profesiones más tradicionalmente ligadas a los hombres, como las
ingenierías.
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No resultan ajenos a la educación recibida en los distintos niveles, aunque tampoco sea la
única explicación, la persistencia de patrones culturales de asociación de roles femeninos y
masculinos en el mundo del trabajo que se reproducen en la remuneración. Incluso, "minorías
masculinas" en ciertas áreas tradicionalmente femeninas pueden alcanzan mejores salarios. La
posición de las chilenas en el mercado de trabajo sigue siendo diferencial en lo que respecta a
una posición de desventaja en el acceso y en las formas de permanencia en el mismo, para no
hablar de lo que sucede en puestos de dirección. Recientes datos hablan por sí mismos. Según
el INE, las mujeres que poseen educación universitaria reciben un salario 35,4% menor que a
los hombres en igual condición. Por otro lado, un tanto vergonzoso 1% de los puestos en
directorios de empresas chilenas que integran el IPSA son ocupados por mujeres.
Ante esta realidad, centrada en un aspecto como es la elección de carrera, pero que no es el
único, lo que suceda al interior de los colegios, siendo éstos mayoritariamente mixtos, debe ser
visto con mayor atención. Cabe preguntarse, en lo específico, qué tipo de acciones se
encontraría emprendiendo el Servicio Nacional de la Mujer (Sernam). Recientemente, en el
marco de su Cuenta Pública del año 2011, se informó de la incorporación del enfoque de
igualdad de oportunidades en los planes de educación del 60% de los colegios municipalizados
del país. Aunque se desconocen los resultados preliminares de este intento, cabe dudar de su
real impacto, habida cuenta la tendencia decreciente de la matrícula en este tipo de
establecimientos.
Por tanto, vale la pena revisitar la experiencia de la enseñanza mixta, no solamente desde las
políticas públicas sino también en el plano más íntimo de las decisiones familiares, aquel
relacionado con el colegio donde estudiarán nuestros hijos e hijas. Resulta evidente que
estudiar juntos no resulta suficiente, máxime si ello va acompañado de planes de estudio, así
como con prácticas, que reproducen patrones de inequidad y subordinación por género. El rol
que se espera que la escuela cumpla en el fomento de una cultura de la igualdad añade
nuevos desafíos, que vienen a superponerse a los clásicos de cobertura, permanencia y
egreso en todos los tramos
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