El Movimiento por los Derechos Civiles: Orígenes Sociales y Periodización Graciela Abarca You may write me down in history with your bitter twisted lies, you may trod me in the very dirt, But still, like dust, I’ll rise. Maya Angelou1 Si bien la mayoría de los historiadores coincide en que la población negra de los Estados Unidos mejoró su situación social a partir de la década del sesenta, y como resultado de las victorias que el movimiento por los derechos civiles lograra, los orígenes de dicha movilización continúan siendo tema de debate. El fallo de 1954 de la Corte Suprema de Justicia que puso fin a la doctrina de “separados pero iguales” en el campo de la educación pública ha sido considerado a menudo el detonante del movimiento por los derechos civiles. Sin embargo, algunos historiadores encuentran sus orígenes en la década del treinta y otros en la del cuarenta. El propósito de este trabajo es comparar y contrastar diferentes hipótesis con respecto a la periodización y las bases sociales del movimiento. Se considerarán diferentes factores: las políticas del gobierno federal, los cambios demográficos y económicos, el crecimiento de los sindicatos y el papel que jugaron los líderes y las organizaciones negras. En su ensayo titulado “Southern Reformers, The New Deal, and the Movement’s Foundation,” Patricia Sullivan intenta probar que la decisión que la Corte Suprema de Justicia tomara en 1954 en el caso Brown vs. Board of Education of Topeka no desató la lucha de los negros por la igualdad racial. Sullivan arguye que los historiadores deberían desviar su atención de los eventos y líderes de la década del sesenta y analizar las fuerzas que confluyeron en los años treinta y cuarenta, y que prepararon el camino para el fallo que 1 Maya Angelou, Poems (New York: Random House, 1986), pág. 154. 1 la Corte Suprema anunciara en 1954. En su análisis de la década del treinta y los avances hacia la igualdad racial, Sullivan le da notable crédito a las políticas que el gobierno federal implementara durante el Nuevo Trato, afirmando que “marcaron un alejamiento de la complacencia nacional que había caracterizado a los años veinte.”2 Desde su punto de vista, los extensivos programas del gobierno federal que promovían el trabajo y la ayuda inmediata fueron significativos porque implícitamente desafiaban a la supremacía blanca sureña y a los “derechos de los estados.” Sin embargo, Sullivan admite que, aunque la Dirección de Obras Públicas (Public Works Administration) y la Dirección para el Mejoramiento del Trabajo (Work Progress Administration) prohibían la discriminación racial, a menudo dichas cláusulas no eran respetadas y los programas no siempre eran distribuidos equitativamente. Sin embargo, ciertos acontecimientos políticos demuestran que cambios significativos ya estaban en marcha en los años treinta. Sullivan señala que durante la elección presidencial de 1936 la población negra de Carolina del Sur tuvo una movilización sin precedentes y votó por Franklin D. Roosevelt aunque estuviera prohibido para los negros participar en las primarias del partido Demócrata. Además, en algunos estados del Sur, tales como Georgia y Carolina del Sur, los negros peticionaron para ser incorporados al partido Demócrata, el partido del Nuevo Trato. Sullivan atribuye especial importancia a la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (National Association for the Advancement of Colored People -NAACP) y al liderazgo de Charles Houston, quien luchó por la igualdad racial utilizando un número de tácticas legales. En la década del treinta, la NAACP intentó organizar a los negros Patricia Sullivan, “Southern Reformers, the New Deal, and the Movement’s Foundation,” en Armstead L. Robinson y Sullivan, New Directions in Civil Rights Studies(University Press of Virginia, 1991) pág. 82. 2 2 aprovechando el activismo de base y canalizando la movilización que había generado la Depresión y el Nuevo Trato. Houston, líder de la NAACP y vicerrector de la Facultad de Derecho de la Universidad Howard, lanzó una campaña legal en contra de la desigualdad en la educación. Sullivan sostiene que al entrenar abogados negros del calibre de Thurgood Marshall y Oliver Hill para luchar en las cortes contra la privación de los derechos civiles y la segregación, Houston preparó el terreno para la decisión que la Corte Suprema tomara en 1954. El historiador David Levering Lewis coincide con Sullivan en que el fallo de la Corte Suprema de 1954 fue el resultado de un largo proceso de litigación por los derechos civiles. Lewis subraya la importancia de la estrategia legal que la NAACP diseñara en 1931, y que produciría primero “unas pocas y luego una catarata de victorias en la Corte Suprema.”3 Tanto Sullivan como Lewis se refieren a un caso de 1938 en el que Corte Suprema falló que la Facultad de Derecho de la Universidad de Missouri debía admitir a Lloyed L. Gaines ya que reunía todos los requisitos, y no había ninguna Facultad de Derecho para negros en todo el estado. A este fallo le siguieron otras decisiones favorables similares en 1947, 1948 y 1950. La evidencia que presentan tanto Sullivan como Lewis con respecto a las victorias legales que lograron los negros demuestra el papel preponderante que tuvieron los abogados de la NAACP desde los comienzos de la década del treinta. La litigación por los derechos civiles alcanzó su punto cúlmine con el fallo de 1954 pero había comenzado unos veinte años antes bajo el liderazgo de Charles Houston quien había planeado e implementado esta estrategia legal a través de todo el Sur. Sin embargo, Houston David Levering Lewis, “The Origins and Causes of the Civil Rights Movement,” en Charles Eagles, ed., The Civil Rights Movement in America (Mississippi University Press, 1986), pág. 10. 3 3 consideraba que las batallas en las cortes eran sólo una de las estrategias destinadas a ganar y asegurar los derechos civiles de la población negra. La movilización y la organización de los negros como una fuerza política eran también cruciales. Sullivan hace una interesante observación con respecto al esfuerzo realizado por la NAACP. La mayoría de los historiadores, señala Sullivan, tienden a medir el impacto que tuvo el Nuevo Trato en la población negra centrando su análisis en la conducta de los votantes negros en las áreas urbanas del norte del país, en el número de negros que fueron miembros de la administración de Roosevelt, en los esfuerzos políticos realizados por las organizaciones negras, dejando así de lado la decisión por parte de la NAACP de fomentar el poder de acción de los individuos y nutrir el liderazgo. Como Houston afirmara, dicha tarea era realizada “a partir de las aspiraciones, determinación, sacrificios y necesidades del grupo.”4 Un ejemplo de este esfuerzo por educar políticamente a la población negra fue la fundación en el estado de Tennessee del Highlander Folk School en 1932, una institución integrada que serviría como modelo de las escuelas para la ciudadanía que se multiplicaron a través del Sur en la década del sesenta. La escuela estaba basada en la teoría de que los individuos sabían lo que necesitaban aprender y podían fijar sus propias metas. Líderes tales como Septima Clark y Benice Robinson le daban prioridad a lo que los alumnos querían leer y escribir, reconocían los conocimientos que ya poseían y trataban de hacerles entender que ellos, como individuos, podían hacer una diferencia. En las décadas del treinta y del cuarenta, Highlander Folk School, como modelo de educación y políticas progresistas, se abocó casi exclusivamente al entrenamiento de líderes sindicales. Esta institución apoyó a los mineros en las huelgas de 1933 y 1934 y colaboró 4 con el Congreso de Organización Industrial (Congress of Industrial Organization- CIO) en 1937 durante su intento de organizar a los trabajadores en la llamada “campaña Dixie.” Para 1947 los resultados eran significativos, ya que 6.900 trabajadores y líderes sindicales habían sido entrenados en Highlander Folk School. Un éxito de tal magnitud en la educación de los trabajadores causaba preocupación en la conservadora sociedad sureña que definía al instituto como un campo de entrenamiento para comunistas. Según la historiadora Donna Lagston, Eleonor Roosevelt y otros ciudadanos prominentes le devolvieron “respetabilidad” a esta escuela a través de su participación en una campaña para recaudar fondos realizada en Washington DC con el propósito de mantener al instituto en funcionamiento.5 Eventualmente, Highlander Folk School se convertiría en unos de los instrumentos de organización más efectivos del movimiento por los derechos civiles. En su estudio sobre las movilizaciones de la gente pobre, Frances Fox Piven y Richard A. Cloward también realizan un análisis de los orígenes de la lucha por los derechos civiles en los años treinta; sin embargo, dejan totalmente de lado las luchas legales que comenzaron en esta década al igual que el trabajo de numerosos líderes que en la era del Nuevo Trato ya luchaban por organizar a los trabajadores negros. Las apreciaciones de Piven y Cloward se centran en la importancia de las transformaciones económicas y demográficas. Los mencionados investigadores arguyen que, si bien los mercados agrícolas colapsaron durante la Gran Depresión, las políticas del Nuevo Trato solamente empeoraron esta situación crítica. En la década del treinta, la mayoría de la población negra vivía en el Sur, y ante la imposibilidad de luchar contra la dislocación 4 Sullivan, pág 84. Donna Lagston, “The Women of Highlander,” en Vicki L. Craford, Jackqueline Anne Rouse, y Barbara Woods, eds., Women in the Civil Rights Movement: Trailblazers and Torchbearers, 1941-1965(Brooklyn, New York: Carlson Publishing Inc., 1990), pág. 150. 5 5 económica y los terratenientes, los arrendatarios y aparceros no tuvieron otra opción que migrar hacia el norte. En 1940, 23 % de los negros vivía fuera del Sur.6 Piven y Cloward señalan que esta revolución demográfica que continuó en las décadas del cuarenta y del cincuenta tuvo un inmenso impacto en el sistema electoral. Debido a la concentración de la población negra en las ciudades de los estados más industrializados, los líderes norteños del partido Demócrata comenzaron a darse cuenta que era necesario hacer concesiones a los ciudadanos negros. Mientras Sullivan sostiene que el Nuevo Trato “generó un cambio dramático en el clima político de la nación,”7 Piven y Cloward afirman que lo realizado por la presidencia de Roosevelt en este sentido tuvo poca relevancia. Estos autores arguyen que si bien los negros se beneficiaron con muchos de los programas del Nuevo Trato, como grupo social segregado y discriminado, obtuvieron muy poco. Más allá de las diferencias en el análisis de los historiadores arriba mencionados, no queda duda que el movimiento por los derechos civiles de una manera u otra tuvo sus orígenes en la década del treinta. Los cambios económicos y demográficos fueron significativos, pero el trabajo de base realizado por los líderes negros o el impacto de algunas de las políticas del Nuevo Trato no pueden ser obviados. Entre los años 1936 y 1940 hubo cambios significativos en las relaciones interraciales. Un procurador general más sensible a los reclamos de la población negra creó el sector de los derechos civiles dentro del Departamento de Justicia, el Ministerio del Interior impuso cuotas raciales en los Frances Fox Piven y Richard A. Cloward, Poor People’s Movements (New York: Vintage Books, 1977), pág. 190. 7 Sullivan, pág. 82. 6 6 contratos de la Dirección para el Mejoramiento del Trabajo, el reclutamiento de negros para el Cuerpo Civil de Conservación (Civilian Conservation Corps) aumentó de un 6 % a un 11 % y cien de los mejores y más brillantes graduados universitarios negros fueron empleados en la burocracia del gobierno. En 1940, y por primera vez en la historia, la plataforma del partido Demócrata se refería a la necesidad de garantizar la igualdad de los ciudadanos negros ante la ley.8 Los avances en las relaciones interraciales que tuvieron lugar en los años treinta pueden considerarse “simbólicos” comparados con las victorias del movimiento por los derechos civiles de la década del sesenta. Sin embargo, los logros de la Era del Nuevo Trato sentaron las bases para la conciencia política de los ciudadanos negros, especialmente en el Sur en donde se comenzó a visualizar la lucha dentro de un contexto nacional y a apelar al apoyo del gobierno federal. De todas maneras, el acontecimiento que realmente estimuló el activismo político iniciado en la década del treinta fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Tanto Sullivan como los investigadores Robert Korstad y Nelson Lichtenstein se refieren a la Segunda Guerra Mundial como el punto de inflexión en la lucha de los negros por los derechos civiles. A pesar de las similitudes en las interpretaciones, estos investigadores difieren en la periodización del movimiento. Sullivan sostiene que “la Segunda Guerra Mundial cristalizó los cambios en la conciencia política nacida en el medio del tumulto del activismo federal de los años treinta,” ya que considera la década del cuarenta como una continuación de la lucha por la libertad que se iniciara tímidamente en la década anterior.9 Por el contrario, para Korstad y Lichtenstein “la era de la lucha por los 8 9 Levering Lewis, pág 5. Sullivan, pág. 86. 7 derechos civiles comenzó dramáticamente y decisivamente a comienzos de los años cuarenta.”10 Según Sullivan, la Segunda Guerra Mundial le dio un nuevo ímpetu al activismo y las organizaciones negras porque puso en evidencia las contradicciones inherentes en un gobierno federal que no se atrevía a desafiar la segregación y el status quo en las relaciones interraciales existentes en el Sur a la vez que emprendía una guerra para promover y defender los valores democráticos en el exterior. Sullivan hace referencia a un número de logros que tuvieron lugar durante los años del conflicto armado: el incremento notable en el número de miembros de la NAACP, el crecimiento en el empadronamiento de los votantes negros, el fallo de la Corte Suprema de Justicia de 1944 que prohibió la participación exclusiva de los blancos en las elecciones primarias, y la incipiente relación entre el activismo negro y la sindicalización. Los esfuerzos incansables de líderes de la talla de Houston y Marshall convirtieron a la NAACP en una organización nacional. Entre 1940 y 1946 el número de miembros se incrementó de 50.000 a 400.000.11 A mediados de los años cuarenta, las campañas de educación civil y empadronamiento fueron prioritarias en el esfuerzo de los negros por contrarrestar las tendencias conservadoras de la política estadounidense. En 1946, el Comité de Acción Política del Congreso de Organización Industrial (CIO), la Conferencia Sureña para el Bienestar Humano (Southern Conference for Human Welfare-SCHW) y la NAACP se unieron para coordinar un movimiento de empadronamiento sin precedentes en el Sur. Aproximadamente 600.000 ciudadanos negros se empadronaron en 1946, Robert Korstad y Nelson Lichtenstein, “Opportunities Found and Lost: Labor, Radicals, and the Early Civil Rights Movement.” The Journal of American History 75 (December 1988), pág. 786. 11 Sullivan, pág. 86. 10 8 triplicando así el número de votantes registrados en 1940.12 Tanto Henry Lee Moon, líder sindical del CIO, como Ella Baker de la NAACP y Osceola McKaine de la SCHW compartían la idea de que las campañas de educación eran fundamentales para solucionar los profundos problemas de la comunidad negra sureña, en particular la falta de poder político, la apatía, el miedo a los blancos y el analfabetismo. En la década del cuarenta, por ejemplo, Ella Baker organizó numerosos programas de entrenamiento para el liderazgo en todo el Sur. Finalmente, un número de sindicalistas aprovechó el activismo negro para desafiar el status quo político y racial en el Sur. Palmer Weber, director de investigación del Comité de Acción Política del CIO, subrayaba la importancia de la lucha contra la discriminación como uno de los principios fundamentales del CIO y advertía que la sindicalización estaba condenada a fracasar si los trabajadores negros y blancos no lograban el entendimiento mutuo. Los esfuerzos de Weber estaban orientados a fusionar los intereses de los trabajadores en general y de los negros en particular en una efectiva coalición política. Entre 1937 y 1947, el CIO luchó por la organización de sindicatos en el Sur, un esfuerzo que recibió el apoyo instrumental del programa de educación para trabajadores del Highlander Folk School. Si bien en su relato sobre los orígenes del movimiento por los derechos civiles Sullivan le asigna cierta importancia al esfuerzo que realizó el CIO por organizar a los trabajadores negros en la década del cuarenta, esta historiadora no considera que la sindicalización fuera crucial en la lucha por los derechos civiles de la manera que lo hacen Korstad y Lichtenstein. En el artículo “Opportunities Found and Lost: Labor, Radicals, and the Early Civil 12 Ibid., pág. 92. 9 Rights Movement,” Korstad y Lichtenstein arguyen que la lucha de los negros por la libertad y la igualdad perdió su momento de oportunidad a mediados de los años cuarenta. En esta década, señalan los autores, un movimiento por los derechos civiles más autónomo, más orientado a los trabajadores, y con una agenda política diferente podría haber surgido. Korstad y Lichtenstein sostienen que el medio millón de trabajadores que se unió a los sindicatos afiliados al CIO constituyó la vanguardia en la transformación de las relaciones interraciales en la década del cuarenta. Para entonces los temas vinculados a los derechos civiles habían ganado prominencia política gracias a las protestas de los activistas negros, los clérigos progresistas y los sindicatos conducidos por comunistas. La confianza en sí mismos que los trabajadores negros habían ganado provenía de los salarios altos, el elevado nivel de empleo y la rápida sindicalización que fue posible en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. En su análisis del activismo de los trabajadores durante las huelgas contra la Compañía de Tabaco R. J. Reynolds en Winston-Salem y en la planta de la Compañía Ford en Detroit, Korstad y Lichtenstein subrayan las consecuencias que podría haber tenido un movimiento por los derechos civiles organizado a partir del lugar de trabajo. La sindicalización, según estos autores, revitalizó el activismo entre hombres y mujeres. En 1943, los esfuerzos de organización realizados por el CIO triunfaron en la Compañía de Tabaco Reynolds en donde las mujeres negras constituían casi la mitad del total de los trabajadores en la fábrica. Líderes tales como Theodosia Simpson, Velma Hopkins y Moranda Smith lograron sentarse en una mesa de negociaciones y luchar por mejoras laborales. Simultáneamente, en Detroit los trabajadores de la industria automotriz intentaban derrumbar las divisiones raciales en las plantas. En 1944, un corresponsal del Pittsburgh Courier afirmó: “Si hay un “Nuevo” Negro, se lo puede encontrar en las filas 10 del movimiento obrero.”13 Lo que obvió señalar es que esta nueva conciencia también estaba presente entre las mujeres negras. Sullivan no comparte con Korstad y Lichteinstein la idea de que la lucha de los negros contra la segregación racial y por los derechos civiles perdiera su “momento de oportunidad” a mediados de la década del cuarenta. Sin embargo, coincide con ellos en que los factores que detuvieron el avance de las reformas fueron el final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría. El final del conflicto armado trajo aparejado importantes transformaciones económicas y alteraciones en las relaciones laborales. La mecanización y descentralización de las industrias en las que se concentraba la mano de obra negra tuvieron como consecuencias la disminución en las oportunidades laborales y el incremento en la falta de confianza por parte de los trabajadores negros. Además, señalan Korstad y Lichtenstein, una vez que “el sistema de relaciones industriales se volvió rutinario en el período de posguerra,” los grandes sindicatos perdieron el interés en responder a las necesidades particulares de sus miembros negros.14 Los esfuerzos para lograr cambios en las relaciones interraciales que realizaran tanto los líderes y organizaciones negras como los sindicatos se volvieron difusos a mediados de la década del cuarenta debido a los cambios en el clima político de los Estados Unidos. El expansionismo soviético y el comienzo de la Guerra Fría al igual que el creciente anticomunismo le otorgaron a los conservadores nuevos instrumentos para desacreditar cualquier desafío al status quo. Tanto los republicanos como los demócratas del Sur comenzaron a utilizar tácticas “anticomunistas” para desmantelar algunas de las reformas introducidas por el Nuevo Trato. 13 14 Korstad y Lichtenstein, pág. 793. Ibid., pág. 801. 11 Cuando la administración de Harry Truman fue acusada de ser “blanda” con los comunistas, el presidente respondió con la introducción del Programa de Lealtad y Seguridad de 1947. En su esfuerzo por aplacar a los críticos, Truman institucionalizó las tácticas anticomunistas y restringió la actividad política en los Estados Unidos. A partir de 1948, la Conferencia Sureña para el Bienestar Humano (SCHW) dejó de operar. Comités congresales llamaron a declarar a los activistas sureños Clark Foreman, Palmer Weber, Virginia Durr, Jim Dombowski y Aubrey Williams, y los investigaron por llevar adelante actividades “subversivas.” En su convención de 1949, el CIO expulsó a once sindicatos que nucleaban un total de aproximadamente 900.000 miembros porque estaban supuestamente dominados por los comunistas. De esta manera, un número de líderes negros comunistas quedó totalmente aislado. Esto último también tuvo un impacto directo en las actividades del Highlander Folk School, porque el CIO dejó de organizar en este instituto las tradicionales sesiones para los trabajadores, ya que la educación que ofrecía era considerada “orientada hacia el comunismo.” Sin embargo, no era suficiente con que Truman apaciguara a los conservadores; el presidente también se vio obligado a ofrecer algún tipo de respuesta a una población negra que había sido animada con promesas durante la guerra y que se sentía frustrada por la lentitud de las reformas en el área de las relaciones interraciales. Además, las contradicciones inherentes en una nación que por un lado denunciaba el racismo en el exterior y que por el otro mantenía un sistema segregado y discriminatorio en su propio territorio eran insostenibles en el contexto de la Guerra Fría. Truman se vio forzado a probar de alguna manera que la democracia estadounidense no era “un fraude” y que la nación no era “un opresor permanente de la gente menos 12 privilegiada.”15 A fines de 1946, el presidente designó un comité especial para tratar temas sobre los derechos civiles y recomendó la creación de una sección sobre los derechos civiles dentro del Departamento de Justicia. También propuso que el Congreso comenzara a trabajar en la elaboración de leyes en contra de los linchamientos, la discriminación de los votantes, la discriminación en el empleo y la segregación dentro de las fuerzas armadas. Aunque es posible definir a los últimos años de la década del cuarenta y los principios de la del cincuenta como un período de letargo para los temas vinculados con los derechos civiles, las pocas decisiones que el gobierno federal tomó al respecto, si bien de carácter nominal, contribuyeron a legitimar la lucha de los negros por la libertad y la igualdad. Para fines de los cuarenta, la “cuestión racial” comenzó a cobrar importancia porque los Estados Unidos como país “democrático” tenía demasiado en juego en el foro internacional. No queda duda que las relaciones interraciales cambiaron durante los años treinta y cuarenta en los Estados Unidos. En primer lugar, no es correcto referirse al fallo de la Corte Suprema de Justicia de 1954 en el caso Brown vs. Board of Education of Topeka como el detonante del movimiento por los derechos civiles. En realidad, esta decisión fue la gran victoria en una larga historia de luchas legales en torno a los derechos civiles que había comenzado en los años treinta. En segundo lugar, existe una clara continuidad entre la incipiente lucha por la igualdad racial de la década del treinta y el trabajo de organización realizado por líderes sindicales negros en los años cuarenta. Las batallas iniciadas por Charles Houston en las cortes, las campañas de la NAACP y los programas educativos del Highlander Folk School, todos comenzaron en la década del treinta, continuaron en los años cuarenta y contribuyeron a la sindicalización de los trabajadores negros. 15 Howard Zinn, A People’s History of the United States (New York: Harpers Perennial, 1979), pág. 440. 13 La conclusión de la Segunda Guerra Mundial y el anticomunismo que acompañó el comienzo de la Guerra Fría le puso fin a “la cuestión obrera” y abortó la posibilidad de un movimiento por los derechos civiles basado en el lugar de trabajo y en los temas que preocupaban tanto a los trabajadores negros como a los blancos. La expulsión de los sindicatos de izquierda por parte del CIO, el procesamiento de los activistas comunistas, y el consenso de la Guerra Fría que comenzó a dominar entre los liberales, los líderes sindicales y aún entre los organizadores claves de la NAACP llevaron al fracaso de los esfuerzos orientados a crear un movimiento por los derechos civiles que no separara las cuestiones raciales de las económicas. El revitalizado movimiento por los derechos civiles que resurge a mediados de los años cincuenta y principios de los sesenta tuvo sus bases en las iglesias cristianas del Sur, y no en los sindicatos. Sin embargo, de cierta manera se construyó sobre el trabajo realizado por los activistas y sindicalistas de la década anterior que habían logrado, hasta cierto punto, desafiar la segregación y discriminación en el Sur. Para fines de los años cincuenta, numerosas batallas legales habían sido ganadas, cada vez más negros se unían a la NAACP, se sindicalizaban y se empadronaban para votar. Si bien faltaban varios años para que el movimiento por los derechos civiles se convirtiera en una movilización nacional, los negros comenzaron a sentir una sensación de poder que no habían experimentado nunca antes. Este fue el resultado de la persistente tarea de los organizadores que creían que el trabajo de base a través de toda la sociedad era lo que hacía posible el cambio. Todo lo que realizaron los activistas por los derechos civiles en los años treinta y cuarenta sentó las bases para una nueva era de activismo político de la población negra de los Estados Unidos. Ella Baker, una de las líderes más influyentes que participara en el movimiento entre 1930 y 1980, resume los objetivos de los activistas de la siguiente manera: “El tipo de papel que intentábamos jugar era recoger los fragmentos y 14 ponerlos juntos, de lo cual esperábamos que algún tipo de organización surgiría. Mi teoría es que la gente fuerte no necesita líderes fuertes.”16 Aunque las manifestaciones masivas, las sentadas y los boycots de los años sesenta parecieron desafiar la segregación y la discriminación en el Sur de una manera más decisiva que el activismo negro de las décadas anteriores, en los años treinta, por ejemplo, la simple afiliación con la NAACP, era un acto de desafío. Carol Mueller, en su ensayo sobre Ella Baker y la “democracia participativa”, señala que las ideas poderosas que transforman y renuevan a las sociedades se ven a menudo eclipsadas por los “eventos dramáticos” y los “líderes carismáticos”, ya que estos captan mejor la atención de los medios que están mayormente interesados en el conflicto público y en el heroísmo.17 El liderazgo y las tácticas del movimiento por los derechos civiles de los años sesenta fueron diferentes de los que podrían haber surgido en los años cuarenta, sin embargo, dicha movilización aprovechó los importantes logros de los organizadores de base de las décadas anteriores. Para fines de los años cincuenta existía una nueva conciencia, se habían creado nuevas coaliciones y las expectativas de los ciudadanos negros habían cambiado. Los líderes de la década del sesenta completaron la tarea de “poner juntos los fragmentos” y movilizar a gente que se había vuelto más fuerte en las décadas anteriores. Carol Mueller, “Ella Baker and the Origins of “participatory democracy” in Crawford et al, Women in the Civil Rights Movement, pág. 51. 17 Ibid. 16 15