ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA (Lesbianismo

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ENTRE EL ROSA Y EL VIOLETA (Lesbianismo, feminismo y
movimiento gay: relato de unos amores difíciles[1])
Raquel Osborne
RESUMEN
El sexo de l@s homosexuales no es neutro y ser hombre o mujer
homosexuales no afecta por igual a cada uno. Los datos sobre las
diferencias en ¿el menor número? y la visibilidad de las lesbianas nos
indican que el género y la sexualidad atraviesan las diferencias entre las
unas y los otros. Por otra parte, el colocar la sexualidad en el centro de la
esfera de intereses de las lesbianas influye en la marginalidad que el
lesbianismo ocupa en los debates sobre política feminista. Sobre las
aproximaciones y alejamientos de las lesbianas organizadas respecto del
movimiento gay así como del movimiento feminista, y las razones de ello,
así como sobre el esbozo de algunos de los debates intra-lesbianas versará
este trabajo. El material de análisis será sobre todo la producción
académica y ensayística de los estudios gays, lésbicos y queer en España en
los últimos 30 años.
Palabras clave: género, sexualidad, lesbianismo, invisibilidad,
movimiento feminista, movimiento gay.
La visibilidad para lesbianas y gays es un asunto político de
primer orden, es el punto primero en la agenda de cualquier
asociación que luche por los derechos de las personas lgtb
(Beatriz Gimeno, s/f)
Lesbiana es una de las pocas palabras en nuestra lengua, si
no la única, que privilegia la sexualidad femenina (Beatriz
Suárez Briones, 1996: 276)
Sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian,
hacen el amor con mujeres, porque “la-mujer” no tiene
sentido más que en los sistemas heterosexuales de
pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales.
Las lesbianas no son mujeres (Monique Wittig, 2006: 57)
INTRODUCCIÓN
1
Que en España ha tenido lugar un enorme cambio en todos los
órdenes de la vida es ya un lugar común para todo el mundo. En el caso
particular que nos ocupa, ese cambio ha sufrido una aceleración en los dos
últimos años tras la llegada al poder del gobierno socialista de Rodríguez
Zapatero. Hemos pasado en 35 años, y los textos que este artículo incluye
lo van a reflejar, de leyes represivas y que además se cumplían porque iban
unidas a actitudes enraizadas de profunda intolerancia hacia la
diferencia/disidencia respecto de la heteronorma, a una de las leyes más
avanzadas del mundo en la medida en que equipara al cien por cien los
matrimonios y la p/maternidad de personas homosexuales con respecto a
las heterosexuales. Esta ley fue aprobada finalmente por el Congreso de los
Diputados el 30 de junio de 2005 y pudimos celebrar el 2 de julio un día
del orgullo gay verdaderamente glorioso. Entonces uno de los lemas de la
manifestación fue Y ahora, l@s transexuales. Al año siguiente, y tras
algunas vacilaciones, el gobierno aprobó en Consejo de ministros y envió
al Parlamento el proyecto de Ley de Identidad de Género, que regula el
proceso del cambio de nombre y sexo en los documentos oficiales de las
personas transexuales. España, pues, se ha convertido en un laboratorio de
cambio social en temas LGTB: en poco tiempo la situación social ha
cambiado drásticamente y la coyuntura política está permitiendo gozar de
una igualdad de derechos poco menos que impensable hace nada.
Ello ha provocado una importante reacción conservadora en
España, liderada ahora mismo en estas cuestiones por la Iglesia católica,
que se manifiesta en el rechazo a los nuevos modelos de familia –a no
confundir solamente con las nuevas familias de gays y lesbianas, porque
ese término abarca otras varias posibilidades como son las familias
monoparentales o las reconstituidas-: ven que se les ha acabado el
2
monopolio de la transmisión de valores desde un punto de vista confesional
católico.
Dos culturas se oponen aquí: una cultura que restringe y oprime
frente a una cultura del placer y la elección en torno al sexo. En España,
como acabamos de comentar, dos polos visibles de estas posturas son la
Iglesia Católica de una parte, y de la otra los movimientos feministas y de
gays y lesbianas. La sexualidad, el sexo está en primera línea de la
discusión política, está condicionando las líneas maestras del debate
público sobre los valores que rigen la sociedad y marcando las políticas
públicas de manera muy destacada.
La estadounidense Gayle Rubin (1989) acuñó en los años ochenta
del pasado siglo el concepto de jerarquía sexual, para señalar, entre otras
cuestiones, que hay unas sexualidades mejor vistas que otras, y por ende,
que hay personas y grupos más aceptados o rechazados en función del tipo
de sexualidad en que se desenvuelven. Una de las consecuencias a extraer
de esta conceptualización es que las fronteras de la sexualidad son móviles,
y dónde y quién marca la línea divisoria entre unas sexualidades más
aceptadas y otras que lo son menos depende de las fuerzas que se hallen en
juego, lo que en lenguaje marxista se denomina la correlación de fuerzas.
Cuando por los mismos años yo estudiaba en los Estados Unidos,
mi profesor Edwin Schur publicó un libro, The Politics of Deviance (1980).
En él escribía que lo que se considera la norma y las desviaciones de la
norma son el resultado de disputas políticas, una cuestión de poder: del
poder de las definiciones, de imponer/consensuar las propias ideas frente a
los que disienten de ellas. Los debates sobre la prostitución y las
migraciones de las mujeres para el trabajo sexual, de las fuerzas LGTB a su
vez con la ley del matrimonio y la adopción o el nuevo proyecto de Ley
3
sobre la identidad de género –por mencionar los que nos quedan más a
mano en relación a la sexualidad- son ejemplos de ello: nos hablan de
sexualidades plurales –el modelo tradicional de sexualidad y familia
heterosexual está dejando de ser el único posible y legitimado- y de
fronteras móviles en esto de la jerarquía sexual –las familias gays y
lésbicas están adquiriendo legitimidad, mientras que por el contrario la
consideración social de la prostituta está posiblemente descendiendo en esa
escala jerárquica a tenor de cómo van los debates.
Difícil lo tienen las fuerzas de la reacción en cuanto a volver a los
modelos de familia tradicional a partir del momento en que se produjo la
separación entre sexo y reproducción, esa pareja tan duradera por siglos.
Eso propició otras rupturas, sobre todo en las sociedades occidentales, con
las formas tradicionales de entender las relaciones erótico-afectivas entre
las personas y los modelos construidos alrededor de eso. Nos referimos a la
ruptura del modelo que indicaba una correspondencia entre un sexo
determinado –ser hombre o mujer-, un género correspondiente –
comportarse como hombre o como mujer- y orientar automáticamente el
deseo hacia el sexo opuesto. Asimismo el trinomio
sexo=matrimonio=reproducción como modelo dominante en nuestras
sociedades también se quebró, dando lugar a las diversas formas de vivir el
sexo, las relaciones y la p/maternidad que hoy se van extendiendo.
Un año después de la promulgación de la ley que igualaba los
matrimonios y la adopción se habían celebrado 4.500 bodas, se habían
iniciado tres divorcios y unas 50 parejas habían comenzado los trámites
para la adopción conjunta de sus hijos, “cifras que demuestran la
normalidad con que la sociedad ha aceptado esta ley. La familia tradicional
no se ha roto, ni ha ocurrido ninguna de las desgracias que algunos
vaticinaban", comentaba Beatriz Gimeno, presidenta de la Federación
4
Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FLGTB)[2]. Pero la
“normalidad” se halla, como siempre, sesgada por sexo, a saber:
-en el Registro Civil de Madrid una de cada 10 parejas que había
acudido en último año para casarse estaba formada por personas del mismo
sexo. Los datos de la FLBTB recogían que de 7.722 expedientes de
matrimonio, 830 lo eran de gays o lesbianas. De ellos, el 78% de las parejas
estaba formada por hombres, y el 22% restante, por mujeres[3];
-cuando distintas “personalidades” han hecho su outing en la
portada de la revista Zero, han sido muchos más los varones que las chicas.
De hecho, los medios de comunicación se quejan de que cuando quieren
hacer un reportaje sobre lesbianas les cuesta encontrar quienes se atrevan a
dar la cara, y siempre son las mismas las que lo hacen;
-Mercedes Bengoechea (1997), a su vez, se preguntaba a
propósito del libro editado por Buxán, libro pionero en los estudios
universitarios lesbigays: “¿Cuál es la razón del silencio que rodea a la
cultura lésbica? ¿Por qué se oyen tan pocas voces de mujer? ¿Por qué sólo
hay (en este libro) tres firmas femeninas entre más de una decena de
trabajos que versan sobre estudios gays y lésbicos?”. Beatriz Gimeno
responde que "no es porque haya menos lesbianas, sino porque tienen
menos necesidad de casarse. Viven en su invisibilidad -no es tan extraño
que dos mujeres vivan juntas-, y sufren más si salen del armario"[4].
En lo que llevamos visto hasta ahora, se perfilan algunas
cuestiones relevantes: cuando las luchas de los gays y lesbianas tienen un
objetivo común –los cambios legales en este caso- el movimiento se unifica
y las supuestas diferencias se minimizan. De hecho así ha sido en esta
última movilización encabezada por la Federación Estatal de Lesbianas,
5
Gays, Transexuales y Bisexuales, Plataforma unitaria que ha liderado el
cambio legal en España.
Pero la fiesta por la consecución de unos derechos impensables
de lograr hace tan sólo tres años no debe hacernos pensar que el sexo de
l@s homosexuales es neutro y que ser hombre o mujer homosexuales
afecta por igual a cada uno. Los datos sobre las diferencias en ¿el menor
número? y la visibilidad de las lesbianas respecto de los gays nos indican
que el género y la sexualidad atraviesan las diferencias entre las unas y los
otros. Por otra parte, el colocar la sexualidad en el centro de la esfera de
intereses de las lesbianas influye en la marginalidad que el lesbianismo
ocupa en los debates sobre política feminista. Sobre las aproximaciones y
alejamientos de las lesbianas respecto del movimiento gay así como del
movimiento feminista, y las razones de ello que, en suma, nos hablarán de
lo que tienen en común y lo que diferencia a las mujeres lesbianas de las
heterosexuales así como de los varones gays, versará este trabajo. Para ello
llevaremos a cabo una revisión bibliográfica de la producción ensayística
de los estudios gays, lésbicos y queer en España. No obstante, en las etapas
correspondientes a las primeras fases de los respectivos movimientos una
literatura más de militancia cobrará protagonismo ante la lógica ausencia
de una tradición universitaria.
DE POR QUÉ LAS LESBIANAS NO SON MUJERES
El movimiento lesbiano en España comienza en los años de la
transición política. Gracia Trujillo (2006) ha escrito una tesis doctoral en la
que muestra la trayectoria de dicho movimiento, compuesto por varias
corrientes cuya evolución, en el caso español y en líneas generales,
comienza con la integración de las lesbianas en los Frentes de Liberación
Homosexual en los años setenta y, posteriormente, en el interior del
6
movimiento feminista a partir de la década de los ochenta; en los noventa
(y hasta nuestros días), la militancia mixta con los gays vuelve a ser el
modelo predominante, junto con un repunte de la radicalidad representado
por los colectivos queer. Las cuatro grandes corrientes presentan discursos
identitarios y posicionamientos diferentes en relación con los principales
temas a los que hace frente el movimiento: la relación con otros
movimientos y con el conjunto de las lesbianas; los objetivos políticos (la
consecución de derechos versus el cambio social); su posición ante los
debates sobre sexualidad y la reacción ante el SIDA.
Bajo el franquismo la disidencia sexual se forjará contra los
valores que definían al régimen nacional-católico: contra la institución
familiar, contra la Iglesia católica y contra la unidad de la patria. Durante la
mayor parte de este periodo se siguió en España la pauta histórica francesa
de no mencionar la homosexualidad en la legislación, siendo la principal
figura de la represión legal la del “escándalo público” (Llamas y Vila 1997:
193). En los Estados Unidos estaba comenzando el movimiento gay tras las
revueltas de homosexuales y travestis de Stonewall en 1969 y la lucha de
los gays y lesbianas lograba en 1973 que la American Psychiatric
Association eliminara la homosexualidad de su lista de enfermedades
mentales -aunque no será hasta 1990 cuando la Organización Mundial de
la Salud acuerde que la homosexualidad no es una patología-.
Mientras tanto en España se promulga en 1970 la Ley de
Peligrosidad y Rehabilitación Social. Con ella se penalizaba a
homosexuales y prostitutas, entre otrss, con “medidas de seguridad”, que
suponían un internamiento de enorme indeterminación –desde algunos
meses a varios años -en centros especiales o, directamente, en prisiones-.
Con ambas figuras delictivas se castigaba fundamentalmente a los varones
homosexuales, a los travestis y a las prostitutas, pero no a las lesbianas,
7
cuya posible represión bajo el franquismo ha sido apenas explorada y
resulta difícilmente detectable[5]. Por tanto, el incipiente movimiento de
gays, más visible que el cuasi inexistente de lesbianas, sale del franquismo
con una lucha específica clara contra la Ley de Peligrosidad Social, al
tiempo que se articula con otros movimientos ciudadanos que también
emergen por aquel entonces, entre otros con los movimientos nacionalistas
y los antimilitaristas en el periodo de efervescencia política que florece con
la transición española de 1975 a 1982 (Llamas y Vila 1997: 197).
A finales de 1975 nace el movimiento feminista en España. El
malestar encapsulado bajo el franquismo eclosiona. Los problemas para las
mujeres residían en la organización patriarcal de la sociedad y en la
subsiguiente sumisión femenina al varón así como en la división de roles
entre mujeres y varones. La sexualidad es uno de los asuntos puestos sobre
el tapete con el cuestionamiento de la separación entre las esferas de lo
público y lo privado y la conciencia de que lo personal es político, en un
contexto de represión sexual, el subsiguiente destape, los ecos de la
“revolución sexual” y del feminismo reivindicativo del exterior. Todo ello
contribuye a que se desmitifiquen algunos asuntos en torno a la sexualidad:
su no naturalidad, su plasticidad a lo largo de la vida, la negación de un
impulso sexual irrefrenable y de una agresividad natural por parte de los
varones, la separación entre sexualidad y maternidad, la necesidad de la
anticoncepción y de su despenalización, el derecho al aborto...
En torno a estos temas y relacionados con los partidos políticos o
de forma autónoma surgen distintos grupos feministas, se crean librerías y
centros de planificación familiar, se realizan debates y se articulan
reivindicaciones como el derecho al divorcio, a la anticoncepción y al
aborto libre y gratuito bajo el eslogan feminista del derecho al propio
cuerpo.
8
Muchas de estas cuestiones eran defendidas por las lesbianas
como feministas pero no eran sentidas como específicas de las lesbianas.
Aunque en algunos contextos se podían debatir temas que les interesaban,
como por ejemplo en 1976 en las I Jornades Catalanes de la Dona, no
siempre las relaciones eran tan fluidas en el seno del movimiento feminista
y primaba más la imagen de que no se identificara públicamente feminismo
con lesbianismo. Estos planteamientos resonaban en viejos prejuicios. Si la
misoginia estaba presente en el movimiento gay, la lesbofobia aparece en el
feminismo, temeroso, de una parte, de ser identificado con las lesbianas, a
las que se pide que se comporten, que guarden las formas en público
“porque si no, las mujeres no vienen” (Ammann, 1979) -el miedo al
“contagio del estigma”- y, de otra, nada dispuesto a cuestionar el
heterocentrismo de sus discursos (Llamas y Vila, 1997: 202, Gimeno,
2005a: 195).
Del temprano lesbianismo político de la época, corriente que
nunca prosperó en España[6], contamos con un curioso e inestimable
documento por parte de la feminista heterosexual Victoria Sau[7]. Puesto
que las reivindicaciones mencionadas debían ser asumibles por todas las
feministas, decía esta autora desde las posiciones del lesbianismo político,
el feminismo, actuando como paraguas, borraba las diferencias entre las
lesbianas y las heterosexuales bajo el común denominador de que todas son
mujeres (Sau, 1979: 71). Para ello, se relegaba la opción sexual de cada una
a su vida privada. Las mujeres, unidas ahora en su lucha contra la opresión
masculina, descubren que su gran afinidad entre sí trasciende tradicionales
rivalidades por un hombre más allá de su posible vida privada con una
pareja heterosexual. La afinidad, pues, se entiende como mujeres, única
identidad posible y deseable para las mujeres feministas, lesbianas o no.
9
Sau valora el lesbianismo, no por ser “un fenómeno de expresión
sexual diferenciada respecto a la asumida mayoritariamente” sino por su
carácter de “auténtica subversión respecto al sistema”, lo que le confiere
“un clarísimo contenido político y revolucionario”(Ibid., 6). Este
feminismo asocia como constitutivo de la lesbiana una serie de cualidades
deseables para el feminismo: “El lesbianismo cuestiona los valores que
forman parte de la heterosexualidad, el matrimonio, la familia, la
dependencia de la mujer respecto al hombre, la maternidad y los papeles
masculino y femenino. Cuestiona, por lo tanto, indirectamente, el propio
sistema económico” (Ibid., 5). En suma, se valoraba el lesbianismo como
una posición política que cualquier mujer puede hacer suya como la
vanguardia del feminismo.
Frente a esta posición Gretel Ammann[8] se queja de la nueva
moral feminista que ha colocado a la lesbiana en un lugar excelso, como la
mejor feminista. Al considerar al lesbianismo como una opción política,
más allá de gustos/apetencias sexuales, se fuerza a las lesbianas a explicar
por qué no les gustan los hombres y, en base a las supuestas respuestas, se
elabora una teoría útil para concertar alianzas o rupturas etc... Además,
como su comportamiento está destinado a convertirse en un modelo, ha de
ser especialmente virtuoso. En consecuencia, se proclama como ideal una
sexualidad “sensual”, no genitalizada –de connotaciones masculinas-, y en
general se proscribe cualquier conducta asociada a un rol masculino por
entender que las diferencias fisiológicas llevan aparejadas ineludiblemente
unos determinados comportamientos, que por tanto se deben evitar so pena
de ser tachadas las lesbianas de imitadoras de comportamientos masculinos
(Ammann Martínez, 1979)[9].
La crítica a estas posiciones asume que desde ellas se está
aceptando implícita y profundamente la tradicional división de roles pues
10
al hablar de un modelo sexual heterosexual masculino, se concibe al varón
como lo activo y por tanto la mujer heterosexual no tiene otro papel que el
de receptora de la sexualidad masculina, ignorándose, así, la sexualidad
femenina (Ammann Martínez, 1980: 3).
La segunda trampa que se esconde tras esta posición es la
concepción de sólo dos papeles sexuales que decretan para cada sexo un
código de conductas, creando una dependencia biunívoca e inevitable entre
género y sexo, que sin embargo Ammann, siguiendo a Stoller, piensa que
pueden tomar vías independientes: que haya dos sexos no quiere decir que
sólo haya dos géneros (Ibid.: 4).
Lo que Ammann está reivindicando es a la lesbiana con una
identidad propia, más allá de que como sexo fisiológico se pertenezca al
grupo de las mujeres: lo que prima socialmente no es la definición por sexo
sino por género, a diferenciar entre las mujeres heterosexuales y las
mujeres lesbianas, con formas diferenciadas de experimentar las fantasías,
de hacer el amor, de alimentarse de mitos, vivencias o afectos. Del mismo
modo se reivindica la diferencia frente a los gays, más allá de los aspectos
comunes de relacionarse sexualmente con personas del mismo sexo y de la
opresión que sufren. Sexo, género y sexualidad dejan de tener una
correspondencia obligada biunívoca (Ibid.: 8-11).
Estos debates prefiguran muchos de los que con
posterioridad han tenido lugar entre feminismo y lesbianismo. Si el
feminismo cuestionó lo masculino y lo femenino, y para ello el concepto
central fue el de género, desde el lesbianismo se cuestionó la
heterosexualidad/homosexualidad, y por ello se puede decir que el centro
del pensamiento lesbiano es la sexualidad (Suárez Briones, 1997). Mas
para ello hubo de pensarse qué era una lesbiana y cómo se definía. Y como
11
hemos visto, dos definiciones opuestas se apuntaban: una la que la definía
por la afinidad entre mujeres y la resistencia al patriarcado como nexo de
unión entre las mujeres y otra que apuntaba más bien a la lesbiana como
mujer cuyo deseo sexual se orienta hacia otras mujeres, y que como tal
plantea una problemática específica.
Era difícil, pues, para las lesbianas mantener su idiosincracia en
el seno del movimiento feminista. Se les decía que lo “suyo” no estaba a la
orden del día y que mientras tanto debían apoyar las cuestiones generales.
Se argumentaba que el feminismo, como la vieja revolución, asumía la
lucha de todos los grupos oprimidos y que las lesbianas debían entenderlo
(Sau,1979: 69). Sin embargo, aunque las nuevas perspectivas sobre la
sexualidad “rompían con los moldes de la heterosexualidad dominante”, y
eran rompedoras porque se atrevían a presentar a las mujeres como seres
sexuales y no sólo en tanto que objetos para el placer masculino, la
sensación era que no se salía del marco heterosexual (Pineda, 2007). El
movimiento feminista, en la práctica, se limitaba a apoyar las posiciones
del magro movimiento lesbigay en cuanto a las denuncias en torno a la
represión padecida por las personas homosexuales y a la derogación de la
vigente Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social.
En 1979 se eliminan legalmente las referencias a los “actos de
homosexualidad” en dicha ley. Las dificultades para contar con una voz
propia y específica en el seno del feminismo, más las actitudes misóginas
percibidas por muchas de las lesbianas que militaban en grupos mixtos con
los gays, impulsan la constitución, a principios de los años ochenta, de
grupos independientes de lesbianas. Así pues, en enero de 1981 se
constituye el Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM), al que
siguen distintos grupos similares repartidos por una buena parte de la
geografía española, incorporados a la Coordinadora de Organizaciones
12
Feministas del Estado Español, que mantenía convocatorias estatales
periódicamente. En 1983 se organizan las primeras jornadas de lesbianas
sobre sexualidad en Madrid y más allá de continuar los debates sobre las
diferentes aportaciones desarrolladas en el seno del feminismo sobre la
sexualidad, este encuentro marca el inicio del movimiento organizado de
lesbianas en el Estado español (Llamas y Vila, 1997: 202).
En este conjunto de factores no es ajena la general evolución
política en España, donde la transición política se acaba cuando triunfa el
PSOE en las elecciones legislativas de 1982 y a la nueva Administración
del Estado se encarama buena parte de los cuadros feministas que habían
comenzado su andadura tras la muerte de Franco. Ello creó una cierta
fractura entre el feminismo de base organizado y el feminismo
institucionalizado. Las cuestiones relativas a la sexualidad no iban a
incorporarse a las políticas públicas más allá del derecho al aborto –nunca
defendido, por otra parte, como un factor necesario para una sexualidad
más libre excepto por las feministas vinculadas a las Comisiones por
derecho al aborto de la Coordinadora Feminista estatal, muy ligadas al
CFLM-, y el feminismo de a pie quedó en buena parte descabezado.
LA DÉCADA DE LOS OCHENTA: EL CASO DEL COLECTIVO DE
FEMINISTAS LESBIANAS DE MADRID (CFLM)[10]
Para analizar los principales debates que centraban la atención de
las feministas lesbianas en la década de los ochenta analizaremos el caso
del CFLM, tanto porque lo consideramos una muestra representativa de la
época como por hallarse bien documentado.
Tres líneas de acción caracterizan al CFLM: la introducción de
los problemas propios en la agenda feminista, la imagen ante los media y la
respuesta puntual a las agresiones a las lesbianas.
13
Al definirse fundamentalmente como feministas, pero
manteniendo una autonomía en tanto que lesbianas, el colectivo de
lesbianas pretendió definir sus propios intereses y prioridades y portarlas al
movimiento feminista con la intención de que éste asumiera el hecho del
lesbianismo al mismo nivel que la heterosexualidad. Si esto se lograba, el
conjunto del feminismo serviría de caja de resonancia y como plataforma
para una ofensiva social a favor del lesbianismo y en contra de la norma
heterosexual. En cuanto a la forma de entender el lesbianismo, se abogaba
por hacerlo como opción u orientación sexual mientras se desmarcaba,
como ya hemos señalado, tanto de la visión del lesbianismo como opción
política como de la opción que propugnaba el separatismo. Diversas
cuestiones/debates como el de la doble militancia, la pugna
igualdad/diferencia y sobre todo el de la pornografía, las fantasías sexuales
y en general, las sexualidades no ortodoxas marcan las posturas en la
segunda mitad de la década.
Los debates relativos a la pornografía, presentes en el mundo
anglosajón desde finales de los años setenta y primera mitad de los años
ochenta, fueron introducidos en España en la segunda mitad de la década
sobre todo por Raquel Osborne (1989, 1993). La revista Nosotras, que nos
queremos tanto (publicada por el CFLM), recoge algunos de estos textos,
que se difunden entre todos los colectivos integrados en la Coordinadora
Feminista (Osborne, 1988; Newton y Walton, 1989). Revolución,
posteriormente renominada Talasa, publica libros tan relevantes como una
selección de Placer y peligro, de Carole Vance (1989), y ya como Talasa,
El malestar de la sexualidad, de Jeffrey Weeks (1993) y El don de Safo. El
libro de la sexualidad lesbiana, de Pat Califia (1997). En esos debates se
estaba discutiendo sobre todo acerca de qué tipo de sexualidad era capaz de
asumir el movimiento feminista, si había “una sexualidad feminista” o
14
podíamos hablar de sexualidades diversas, más allá de las jerarquías
sexuales. La buena feminista que, en suma, se correspondía con la lesbiana
política y defendida desde el feminismo cultural anglosajón, se contraponía
a las feministas que se negaban a aceptar una sexualidad normativizada en
aras de la buena apariencia y de la unidad feministas, defendiendo la
promiscuidad hetero u homo, la representación de los roles sexuales y el
sadomasoquismo entre lesbianas.
Las relaciones de poder entre las mujeres, el papel de las fantasías
y las representaciones sexuales, el lugar de las trabajadoras del sexo en el
seno del feminismo eran desde entonces objeto de debate en esa
redefinición del nuevo papel de las mujeres como seres sexuales y del
papel de la sexualidad en la situación de las mujeres. Las discusiones sobre
el lesbianismo de uno u otro signo tuvo todo el tiempo la virtualidad de
poner en el centro del debate la figura de la sexualidad y el cuestionamiento
de la heterosexualidad como institución.
En esos años se cuidó también por parte del Colectivo las
relaciones con los medios de comunicación, especialmente la prensa.
Corrían los primeros tiempos del primer gobierno socialista y se buscaba
especialmente el contacto con la prensa progresista de la época –Diario16,
Cambio16, Informaciones, El País, Diario de Madrid- y con l@s
periodistas amistosas con la causa feminista en general.
El movimiento feminista que basculaba alrededor de la
Coordinadora Feminista fue a su vez el que primero se ocupó en nuestro
país de denunciar la violencia machista, las agresiones sexuales y el
maltrato doméstico, liderando la campaña que culminó con la reforma del
Código Penal de 1989. En este contexto se abrió un espacio para la
denuncia de las agresiones contra las lesbianas. El apoyo a dos mujeres
15
detenidas por besarse abiertamente en la calle dio lugar en 1987 a la
primera Besada de la historia feminista y lesbiana en España, forma de
agitación que se ha repetido en tantas manifestaciones feministas y gays,
atrayendo a los medios de comunicación y visibilizando por primera vez a
las lesbianas. En el mismo año, el caso de la retirada de la custodia de su
hija a una mujer en trance de separación por “sospechas de lesbianismo”
moviliza de nuevo a las lesbianas, poniendo sobre el tapete la problemática
de las madres lesbianas separadas de previas parejas heterosexuales.
El debate en torno a la pornografía tenía como metaobjetivo, al
menos allende nuestras fronteras, unir a todas las mujeres, más allá de los
innumerables ismos que las separaban, en aras de una supuesta
problemática común. Esta “comonalidad” no fue reconocida así por el
sector de las feministas denominadas prosexo, que lo entendió más bien
como una forma de puritanismo sexual y un intento de acallar las voces de
una sexualidad que se antojaba “impresentable” para el canon feminista
deseable por la mayoría del movimiento, cuya “aparente” unidad no pudo
sostenerse más ante el envite que se aproximaba desde el feminismo postestructural y posmoderno, y que se prolongó con la teoría queer. Desde el
feminismo de color y poscolonial se estaba asimismo cuestionando esa
supuesta unicidad del sujeto mujer blanca occidental de clase media y
heterosexual, otro lugar, pues, desde el que se estaban prefigurando algunos
de los debates entre modernidad y postmodernidad: el nuevo sujeto
fragmentado, por contraposición al sujeto único universal de clase media,
en este caso en clave feminista.
De este modo y ya a principios de los noventa las lesbianas se
reúnen con sus colegas gays, bien en el re-naciente Movimiento de
Liberación Homosexual –como ejemplifica Beatriz Gimeno-, bien como
lesbianas autónomas críticas con el feminismo/lesbianismo político y
16
próximas a otros grupos gays también críticos con los planteamientos
mayoritarios de los varones gays –caso de LSD (siglas sin denominación
fija sino variable: lesbianas sin duda, lesbianas sexo diferente, lesbianas sin
destino, lesbianas sudando deseo o lesbianas sin dinero, entre otros), muy
cercano al grupo “la Radical Gai”-, o continúan dentro del feminismo pero
con sus posiciones lesbianas diluidas y/o dedicadas a otras temáticas –
véase el caso de las miembros del Colectivo de Feministas Lesbianas de
Madrid.
DE LAS POLÍTICAS DE LA IDENTIDAD A LAS
INTERVENCIONES QUEER
Lesbianas y gays se han convertido en una fuerza colectiva
crucial en occidente al dotarse de una identidad colectiva fuerte, la del
“ser” homosexual, y así lograr amplias movilizaciones y conquistas
sociales y legales importantes. Pero el esencialismo inherente a dicha
identificación se ha convertido en blanco preferido del activismo queer,
interesado en disolver las identidades “fijas” por considerarlas un obstáculo
para la transformación social (Suárez Briones, 2002). Una y otra corriente
se interpelan mutuamente, en una tensión ineludible y esperemos que
fructífera.
En España, la producción de y sobre la realidad local lésbica ha
estado mucho más ausente que la gay hasta el presente siglo. Uno de los
primeros ensayos de lo que podríamos llamar estudios gays y lésbicos es el
de Olga Viñuales sobre identidades lésbicas (2000, 2006), que se ha visto
recientemente re-editado. En él se muestran las etapas observadas en la
construcción de las identidades lésbicas -aceptación del estigma, revelación
de identidad y visibilidad-. La adscripción a una nueva categoría (la de
lesbiana) proporciona la posibilidad de entablar relaciones personales y la
17
formación de grupos, tal y como ha estudiado igualmente Jordi Monferrer
(2006).
En el momento en que Viñuales realiza su estudio (finales de los
noventa), un sector de las lesbianas, el institucional o de carácter
moderado, se hallaba inmerso en un proceso de redefinición de la
identidad, tratando de consensuar un discurso político “aceptable” que a la
postre se ha visto ligado a las reivindicaciones que han hecho posible la
legalización del matrimonio en España. Protagonista en ese proceso es la
ya citada Beatriz Gimeno (2005a), para quien los planteamientos queer,
con su insistencia en el sexo genital y su falta de compromiso, simplifican,
banalizan y despolitizan los principios cuestionadores del lesbianismo –
político, habría que añadir, pues es la corriente a la que se adscribe
Gimeno. De hecho Gimeno critica, por una parte, la misoginia y la
invisibilidad en que se ve envuelto el lesbianismo cuando se alía con el
movimiento gay, y por la otra, apela a la comunidad feminista, en cuya
tradición se reconoce y en cuyo seno le gustaría ver florecer los
presupuestos del lesbianismo político, tarea más que difícil de realizar en la
práctica y ante la que no profesa la mayor de las esperanzas.
La puesta en cuestión del sujeto político llevado a cabo por las
postestructuralistas consistió, entre otras cosas, en sacudir los fundamentos
de la teoría y de la política de identidad y en promover opciones de
resistencia a la norma más a partir de nociones de diferencia o de margen
que de identidad (Bourcier, 2002.). Así pues, desde la óptica queer, el
criterio de coaliciones a pesar de las barreras de clase, raza, género y toda
suerte de disidencias sexuales, empuja a las lesbianas a alinearse con los
sectores masculinos gays críticos con lo que Vélez-Pelligrini (2005) ha
denominado corrientes asimilacionistas -sobredimensionadas, a su
entender, con las reformas legales en España- frente a las diferencialistas
18
que ellos representan. El ejemplo de unidad de planteamientos y a veces de
acción lo representó en España LSD y la Radical Gai en los años noventa.
De hecho, el sector queer está contestando desde dentro y desde
una postura radical pero muy minoritaria la lucha del movimiento por las
reivindicaciones sobre el matrimonio como integradora y conformista[11].
Gimeno cuestiona el alcance de la crítica pues, en su opinión, el haber
planteado desde el principio y como no negociable la equiparación legal del
matrimonio y la adopción ha constituido la estrategia acertada: las airadas
reacciones de las Iglesias[12] y la derecha mueven a pensarlo, y a raíz de
eso ni matrimonio ni familia serán lo mismo porque se ha cuestionado la
heterosexualidad y la procreación biológica como principio organizador de
la familia y de la sociedad (Gimeno, 2006).
Hace pocos años el crítico de la cultura Paul Julian Smith se
preguntaba por qué no había teoría queer en España (Smith, 2001). Suárez
Briones (2002), a su vez, constataba el desinterés editorial por este
pensamiento tan influyente en otras latitudes. Afortunadamente, en pocos
años el panorama ha cambiado y ahora contamos con una cascada de
recientes publicaciones, tanto de autores foráneos como locales, que
permiten trazar una trayectoria que comienza a resultar consistente.
Entre las traducciones, casi siempre con muchos años de retraso
desde su publicación original, han visto la luz en los últimos años se
encuentran Wittig (2006)[13], las feministas lesbianas de color
estadounidenses: Lorde, 1984, 2004; bell hooks et al., 2004 y Anzaldúa,
1987, 2004; De Lauretis (2000); Kosovsky Sedgwick (1990, 1998); Fuss
(en Mérida, 2002); Haraway (1995). Destacamos los textos de Judith
Butler, cuyo archicitado libro Gender trouble, publicado en 1991 y
traducido como El género en disputa, fue publicado por Paidós en 2001,
19
siguiéndole algún tiempo después Bodies that Matter, publicado
igualmente por Paidós.
Lo queer se ubica entre diversas genealogías tales que el
feminismo, el constructivismo social, el materialismo postmarxista y los
estudios gays y lesbianos (Suárez Briones, 2002). Entre las lesbianas sin
duda el trabajo más innovador de teoría queer hecho por una española es el
de Beatriz Preciado. En el Manifiesto contra-sexual (2002) “reivindica su
filiación con los análisis de la heterosexualidad como régimen político de
Wittig, las investigaciones de los dispositivos sexuales modernos llevada a
cabo por Foucault, los análisis de la identidad performativa de Butler y la
política del cyborg de Haraway” (p. 21). Contando, además, entre sus
musas a Carole Vance, Gayle Rubin y Pat Califia, entiende la
contrasexualidad como el fin de la Naturaleza como orden que legitima la
sujeción de unos cuerpos a otros.
La nueva sociedad toma el nombre de sociedad contra-sexual por
dos razones. En primer lugar porque de manera negativa la sociedad
contra-sexual remite a la deconstrucción sistemática de la naturalización de
las prácticas sexuales y del sistema de género. En segundo lugar y de
manera positiva, la sociedad contra-sexual proclama la equivalencia (y no
la igualdad) de todos los cuerpos-sujetos parlantes que se comprometen
con los términos del contrato contra-sexual dedicado a la búsqueda del
placer-saber (p. 19).
La contrasexualidad es también una teoría del cuerpo que se sitúa
fuera de las oposiciones hombre/mujer, masculino/femenino,
heterosexual/homosexual. Como señala Bourcier en el Prefacio, “Todos los
impensados del feminismo se dan cita en el Manifiesto: los juguetes
sexuales, la prostitución, la sexualidad anal, las operaciones del cambio de
20
sexo, las subculturas sexuales sadomasoquistas o fetichistas. Preciado los
convoca a todos ellos como ´los nuevos proletarios de una posible
revolución sexual` (pp. 12-13), que otros han denominado las multitudes
queer.
Desde una posición feminista queer que combina lo político con
lo personal y lo académico, el libro colectivo El eje del mal es heterosexual
(Romero Bachiller et. al., 2005) recoge un conjunto de artículos, entre ellos
algunos que se refieren al análisis de las producciones y articulaciones
políticas en el Estado español. Estos últimos se centran en las
representaciones de los colectivos queer, la denuncia de la desidia de las
instituciones ante la crisis del SIDA en los años noventa, las diversas
prácticas sexuales y las diferencias que hacen estallar las nociones de
identidades homogéneas: osos, leather, butch-femme, intersexuales,
transgéneros… En una línea similar, en Teoría queer. Políticas bolleras,
maricas, trans, mestizas (Córdoba, 2005), los y las autoras reflejan la
complejidad de la(s) teoría(s) y las prácticas políticas queer, protagonizadas
por las minorías sexuales excluidas y marginadas por raritas, extrañas,
desviadas en definitiva de un sistema heterocentrado que las empuja a los
márgenes. En él se defiende la teoría queer no como una teoría cerrada o un
corpus de saber, sino como un conjunto de herramientas críticas para la
intervención política: críticas de la normalidad heterosexual, de las
prácticas biopolíticas de la medicina y del estado sobre los cuerpos
enfermos y sanos, de las mutilaciones que sufren l@s interesexuales, de la
mirada colonial sobre las inmigrantes bolleras, trans o maricas, de la
apropiación académica de las luchas populares, de la rigidez de las marcas
de género con que se excluye a las personas transexuales. De entre las
autoras, además de Beatriz Preciado, destacan Fefa Vila, Carmen Romero
21
Bachiller, Gracia Trujillo Barbadillo y Silvia García Dauder, entre otros
nombres, en la producción ensayística queer “local”.
En el capítulo de las tesis doctorales y a caballo entre los
movimientos sociales y la crítica a la teoría queer se encuentra la
investigacón de Susana López Penedo Las condiciones de producción de la
Teoría Queer. En el marco de los movimientos sociales la tesis analiza
aquellos basados en la identidad del sujeto, especialmente el movimiento
gay y lésbico y en su seno, pero también al margen del mismo, el
movimiento queer con su grupo de teóricos/as surgidos durante los años
noventa. La tesis tiene como finalidad estudiar las dinámicas creadas por
esta interacción y que pueden comprometer el potencial político de la
acción colectiva.
Un amplio recorrido historiográfico y crítico por las producciones
artísticas y políticas feministas queer del Estado español se puede consultar
en el exhaustivo trabajo ya citado de Carmen Navarrete, María Ruido y
Fefa Vila, “Trastornos para devenir: entre artes y políticas feministas y
queer en el Estado español” (2005). En él se revisan los cruces entre
política, producción artística, feminismo y queer en España, narrando la
tardía, escasa y dificultosa recepción en nuestro país de teorías y debates
allende nuestras fronteras, y reseñando el estado de la cuestión desde los
años setenta hasta el presente. Destaca el trabajo y el discurso de algunas
artistas, interesadas en la reflexión feminista como teoría política así como
en la teoría y políticas queer y sus correspondientes activismos. Bastante
desalentador resulta el panorama ofrecido, que no acaba de generar una
producción femenina asentada y, sobre todo, con peso en el panorama
artístico y académico. Aunque no me puedo extender aquí, me gustaría
destacar un precioso trabajo de Juan Vicente Aliaga (2004), Arte y
cuestiones de género, en el que se hace un recorrido por las distintas etapas
22
del feminismo y/o de la posición de las mujeres a lo largo del siglo XX y
sus producciones artísticas en relación a la sexualidad.
CUESTIONAMIENTO DEL SEXO/GÉNERO/IDENTIDAD
Que las identidades no son fijas e inamovibles, que las relaciones
conceptuales entre sexo, género y sexualidad, cuerpo e identidad son
fluidas y relacionales, que hay importantes controversias en el seno de la
teoría feminista y la teoría lesbiana acerca del manejo y la interpretación de
estos conceptos así como que el fenómeno de la transexualidad, más allá de
su trascendencia política, nos ayuda a reflexionar sobre estas cuestiones,
son temas tratados por divers@s autor@s cuyos trabajos merecen la pena
ser reseñados.
Silvia Tubert compiló un volumen en 2003 en el que presenta un
mosaico de reflexiones críticas sobre el concepto de género, formuladas
desde la perspectiva de diversas disciplinas que se han valido de él, como
la filosofía, el psicoanálisis, la sociolingüística, la literatura o la
antropología. El género como conceptualización de las diferencias entre los
sexos y como relaciones significantes de poder, la constitución del sujeto
sexuado en relación con dichas diferencias, la influencia del sexo sobre el
género y del género sobre el sexo, la categoría de mujeres en relación con
el concepto de género, la revisión de los escritos de varias de las
principales teóricas al respecto –Chodorow, Butler, de Lauretis, Scott- son
algunas de las múltiples vertientes que nos alertan sobre las limitaciones
del concepto de género y el peligro de esencialización del mismo.
Por su parte, la antropóloga Mari Luz Esteban (2004) defiende
que sentirse hombre o mujer no es algo estático o uniforme sino que está en
continuo cambio, es decir, que es un proceso abierto, complejo y plural.
Pero además considera que tanto la conformación de la identidad de género
23
como las prácticas sociales e individuales de mujeres y hombres, así como
los debates y las luchas feministas, son fenómenos sustancialmente
corporales. Sexo, género, sexualidad y cuerpo no son categorías estáticas
sino en movimiento, que la autora estudia en este libro por medio de los
itinerarios corporales de doce entrevistadas/os, algunas de ellas lesbianas, a
quienes se concibe como agentes y no meramente víctimas de su propia
vida y trayectorias.
Aunque vivimos en una sociedad y un tiempo
ampliamente tolerante en materia de sexualidad, existen conductas
sancionadas que marcan los límites que esa sociedad está dispuesta a
aceptar, límites que funcionan como forma de control no sólo de las
mujeres a quienes se considera que tienen que ver son esas conductas sino
del conjunto de las mujeres. Dolores Juliano (2004) trata de algunos de los
colectivos de mujeres que quedan fuera de los cánones de conducta
considerados deseables dentro del modelo patriarcal: mujeres solas,
ancianas que mantienen su actividad sexual, trabajadoras sexuales o
lesbianas. Entre las conductas obligatorias, tipificadas de naturales, está la
hetererosexualidad y el mantenimiento durante toda la existencia de
identidades fijas. Las personas que cuestionan en la práctica estas
conductas, supuestamente naturales, sufren presiones sociales,
discriminación y violencia simbólica y material.
Dos de los asuntos que trata Juliano en su trabajo son el
de la sexualidad de las mujeres mayores y el de la violencia hacia las
mujeres que se salen de la norma. Sobre el primero de los aspectos ha
trabajado la psicóloga Anna Freixas (en Coria, Freixas y Cova, 2005),
quien visibiliza en sus escritos la sexualidad de las lesbianas mayores,
resaltando el edadismo y heterosexismo de los enfoques al uso. Beatriz
Gimeno, por su parte, realizó en 2002 un trabajo sobre “Vejez y orientación
24
sexual” en el que, cuando profundiza en la vejez asociada al lesbianismo,
llega a la conclusión de que es “una combinación no demasiado mala”: la
parte más negativa sería la económica, pero la no dependencia de la mirada
masculina para sentirse deseadas, la relativa ausencia de discriminación por
la edad en las relaciones sexuales entre mujeres, la creación de fuertes lazos
amistosos y de solidaridad con otras mujeres, la mayor longevidad
femenina que produce una diferencia en la “viudez” para las heterosexuales
así como la relativamente numerosa proporción de lesbianas madres –frente
a los gays-, hacen que su situación sea a menudo relativamente mejor que
la de muchos varones gays y mujeres heterosexuales.
La segunda cuestión que menciona Juliano es la de la
violencia hacia las mujeres “diferentes” que no se atienen a la norma, por
ejemplo, contra las lesbianas. Juliano distingue entre violencia física y
violencia simbólica. Esta última sería la ejercida por la institución escolar y
otros constructores autorizados de opinión pública –políticos, expertos,
periodistas-. A propósito de las escuelas, un reciente estudio coordinado
por Jesús Generelo y José Ignacio Pichardo (2006) ha tenido como
principal objetivo mostrar la homofobia existente en el sistema educativo
español, donde el acoso escolar que sufren quienes tienen una sexualidad
no-heterosexual en forma de insultos, exclusión o agresiones por parte de
sus compañeros y compañeras se encuentra invisibilizado. En el estudio,
realizado con pocos medios y que constituye un primer acercamiento al
tema, aparece que las chicas se muestran más respetuosas con la diversidad
y más informadas que los chicos, así como más seguras de su identidad,
mientras que los chicos se sienten mucho más incómodos que ellas ante
personas LGTB, hasta el punto de que muchos no son capaces de empatizar
en lo más mínimo con los gays.
25
Bajo esta luz cobra todo el sentido que la asignatura de
“Educación para la ciudadanía” prevea la inclusión en sus contenidos la
crítica a los prejuicios homófobos[14]. Pero hay otro tipo de violencia en las
parejas de mujeres lesbianas, que es uno de los secretos mejor guardados
tanto por las mujeres que la padecen como por parte de los colectivos de
lesbianas. Maite Mateos, responsable del Programa Municipal de Violencia
de Género del Ayuntamiento de Bilbao, resalta la dificultad de aceptar esta
realidad por la prevalencia del mito, alimentado por las lesbianas
feministas, que presenta como idílico el amor entre mujeres e impensable
las relaciones de poder-sumisión entre las mismas. La imprevisión de las
instituciones ante tal fenómeno y la doble vergüenza por ser maltratada y
lesbiana puede llevar a un gran desamparo institucional. En algunos países
europeos, no obstante, en la formación de los profesionales dedicados a la
intervención social en casos de violencia en las relaciones afectivo-sexuales
se incluye expresamente los casos de violencia en parejas de lesbianas y de
gays.
Con una mirada antropológica, que parte de una identidad LGBT
separada, contamos con el trabajo de Olga Viñuales. En su libro titulado
Lesbofobia (2002) hace un repaso crítico de aquellas investigaciones que
durante el siglo XX mostraron la falsedad de un orden simbólico basado en
un discurso médico que vinculaba estrechamente sexo, género, prácticas
sexuales y orientación sexual y que tanto ha influido en nuestra manera de
categorizar el cuerpo, construir el género y las identidades sexuales,
conduciendo a la consideración de determinadas prácticas sexuales como
más sanas y recomendables que otras. Desde un tipo de sexualidad
BDSM[15] la misma autora publicará a finales de 2006, junto con Fernando
Sáez, un libro titulado Armarios de Cuero, donde 12 personas explican
cómo accedieron y cómo experimentan su adscripción a esta categoría
26
vivida como sexo que pone a prueba los límites físicos en un contexto de
roles polarizados vividos como un juego deseado, consentido y seguro. Es
el primer libro de una colección sobre “narrativas de Coming Out” que
comenzará a publicar Bellaterra. Según Viñuales, los datos muestran que
tanto en España como en el resto de países del área occidental, las lesbianas
son pioneras en este tema a diferencia de los gays, que tienden más bien a
crear espacios leathers antes que Bdsm.
En esta línea de los estudios gays y lesbianos se halla en fase de
preparación otro libro, esta vez editado por Raquel Platero (2007), que
incluye aportaciones, en su mayor parte de doctorandas, sobre las
representaciones en torno a la identidad lésbica en distintos medios como el
arte –Elina Norandi-, la literatura –Angie Simonis-, internet –Paloma Ruiz
Román-, o los medios de comunicación –la propia Platero-.
Volviendo a las controversias en torno al género, en 2003 hubo
la posibilidad de incluir en el libro de Osborne y Guasch un pequeño
artículo de Esther Núnez, embrión de su tesis doctoral. A Núñez le interesa
el fenómeno de la transexualidad porque supone la oportunidad para hacer
aflorar las normas de género subsistentes en una modernidad que, sin
embargo, parece negar la presencia de una política de género. La
transexualidad, definida como tal en los años 50 del siglo XX, entraña lo
que Núñez denomina una “transgresión radical de género” en la medida en
que cuestiona la posición, el estatus y la identidad, los tres elementos
esenciales de la ubicación de la persona en el sistema de género. La
creación de la categoría ha venido de la mano de la biología y de la
psicología, derivando hacia razones individuales “incontrolables” la posible
contestación de las normas de género que representa, evitando así “la
dimensión política de la conflictividad de las normas de género”. Claro que
ello no se realiza sin costes para los sujetos desviados, que deben recorrer
27
un largo camino estigmatizado para lograr su ingreso en la categoría
desviada.
Uno de esos “sujetos desviados” es Norma Mejía, que ha
escrito un interesante libro que lleva por título Transgenerismos. Ensayo de
etnografía extrema (2006). En él Mejía analiza los procesos de
transexualización a partir de su biografía, la cual articula el hilo argumental
del trabajo, en el que va y viene de lo personal a lo social. “Yo nací con la
transexualidad” gusta de comentar, pues nuestra autora rondará los sesenta
años, edad en que la transexualidad adquiere su nombre y se configura la
“categoría” con que la conocemos hoy, tal y como nos contaba Núñez. La
prostitución de las mujeres transexuales atraviesa la investigación, dejando
claro que es una de las pocas profesiones que se permite a los trans de
hombre a mujer como ella misma.
Beatriz Cavia Pardo está finalizando una tesis doctoral que se
centra en los procesos de desestabilización social de la representación
contemporánea del género. Para ello parte de entender la transexualidad
como figura teórico-metodológica mediante la cual abordar la manera en
que dichos procesos trazan las dinámicas de producción, transgresoras y/o
reproductoras, de masculinidad y feminidad. Para el análisis de esta figura
se establece una estructura de oposición entre los discursos expertos —
inventores de la transexualidad como praxis patológica o subversiva— y
los discursos experienciales, que basan su capacidad de agencia en la
objetivación corporal de la identidad.
Por último, y en clave de divulgación pero partiendo de
un serio conocimiento del tema, la revista Hegoak ha publicado en 2005 un
pequeño dossier sobre el tema con tres colaboraciones que representan
interesantes contribuciones al mismo. El primer trabajo corresponde a
28
Cristina Garaizábal (“Transexualidades”), quien coordina la organización
pro-derechos de las prostitutas Hetaira, con la que colabora el colectivo
Transexualia; el segundo a Carla Antonelli (“Situación legal del colectivo
transexual y ley de identidad de género”), coordinadora del área transexual
del Grupo Federal GLTB-PSOE, y en tercer lugar el dossier incluye una
entrevista con la líder feminista lesbiana Empar Pineda sobre la
reasignación de sexo, en la que cuenta su experiencia en la Clínica Isadora,
donde se tratan médicamente aspectos de salud sexual y reproductiva, entre
ellos la cirugía de reasignación de sexo.
INVISIBILIDAD/INVISIBILIZACIÓN
Este es un tema recurrente en las preocupaciones de las lesbianas:
la menor visibilidad que los varones gays. Ya las hemos visto ausentes de
la represión franquista más rastreable; también hemos comprobado su
menor presencia en las bodas que recientemente vienen celebrándose en
España. Hemos recogido la afirmación de Gimeno (s/f) de que su salida
del armario les resulta más complicada que a los varones. Es tal su
invisibilidad que la Ley de Reproducción Asistida, aprobada después que la
Ley sobre matrimonio y adopción por parte de homosexuales, se “olvidó”
de reconocer la filiación automática para los hijos e hijas de los
matrimonios formados por dos mujeres. Tras las protestas de los colectivos
afectados, la solución vendrá con la Ley de Identidad de Género, que
aprobará también una enmienda a la Ley de Reproducción Asistida para
solucionar esta postrera discriminación legal de las madres lesbianas y sus
hij@s.
Algunos datos parecen avalarlo: un estudio realizado por Beatriz
Pérez Sancho (2005) sobre el manejo del secreto en familias con algún
miembro homosexual parece sustanciar la proclama de invisibilidad que
29
aqueja a la comunidad lésbica. La autora, psicóloga clínica en un servicio
municipal de información y asistencia para lesbianas[16], encontró que los
progenitores que consultan por un hijo varón triplican a los que consultan
por una hija; en ningún caso un padre varón había consultado por una hija
lesbiana. Ello se correlaciona positivamente con los estudios –entre ellos
los de Soriano Rubio (1999)- que señalan que los hijos homosexuales
varones comunican su homosexualidad a sus familias más que las hijas
lesbianas. Según Pérez Sancho, otros estudios norteamericanos indican que
el sexo del hijo/a homosexual es un factor diferencial muy fuerte a la hora
de la integración de la homosexualidad de ese miembro en la familia,
siendo más fácil integrar a un hijo gay que a una hija lesbiana. A ello se
une que los hombres revelan antes y con mayor frecuencia su
homosexualidad en su entorno. Como señala Gimeno, “nuestra
discriminación tiene más que ver con el género que con la orientación
sexual”. A las habituales dificultades por el hecho de ser mujeres en un
mundo masculino –en el mundo laboral, profesional, en la consideración
social de los hombres hacia las mujeres etc.- añade Empar Pineda “el
tremendo problema de las dependencias afectivas hacia padres y madres
como factor determinante en no atreverse a dar la cara” (2007). Parece
claro que a las mujeres les resulta más complicado salir del armario.
En el contexto de un mundo en proceso de globalización,
visibilizar las discriminaciones de las mujeres lesbianas desde la
perspectiva de los derechos humanos es una vía válida y eficiente para
promover el cambio cultural necesario en lo que atañe a las situaciones de
desprotección e injusticia que en muchas ocasiones viven las mujeres que
optan por una sexualidad al margen del sistema heteronormativo. Las
mujeres lesbianas, al afrontar la invisibilidad, la misoginia y la lesbofobia,
han jugado un papel muy importante en estos procesos de transformación,
30
tanto desde el movimiento feminista como desde el movimiento de
liberación de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales. Estudiar la
participación de las mujeres lesbianas en cada uno de estos ámbitos es lo
que ha hecho José Ignacio Pichardo (2006), comprobando la forma en que
abren caminos para el reconocimiento de los derechos de las personas
homosexuales en el movimientos feminista y para los derechos de las
mujeres en el movimiento LGTB.
Todo movimiento realiza, por otra parte, en sus momentos
iniciales, la reconstrucción de su genealogía. En el terreno de la crítica
literaria, es general la labor de visibilización de la literatura hecha por
lesbianas o por autoras sin identificación lésbica pero que escriben sobre tal
temática. Ya en forma pionera Victoria Sau dedica un capítulo de su librito
a “Antecedentes” ilustres, empezando por Safo, siguiendo por Virginia
Woolf, pasando por Radcliffe Hall y algunas autoras de la Rive Gauche
francesa. En 2005 Angie Simonis se preguntaba: ¿Existe una literatura
lesbiana en España?. Otra autora que escribe sobre algunas de las autoras
mencionadas –Tusquets- es Julia Cela (1998), pero su recorrido no hace
más que reunir en amalgama a una serie de escritores, casi todos varones,
sin ninguna tesis aparente.
No es el caso de la crítica de arte y literatura Ana
Monleón (2002), quien menciona la dificultad general de la salida del
armario para gays y lesbianas por lo problemático de acompasar el propio
deseo sexual de la persona con las estructuras que ofrece la sociedad en la
que habrá de integrarse. Pero más allá de la situación general de gays y
lesbianas, menciona Monleón expresamente el plus de invisibilidad que
afecta a las lesbianas, que explica, en parte, “por la desigual consolidación
de la mujer en general dentro de los estamentos de la sociedad y, por otra,
por la paradoja que hace de la invisibilidad una suerte de aislamiento
31
benigno al amparo del cual muchas lesbianas siguen su vida sin que se sepa
la naturaleza real de sus relaciones”.
Ello explicaría la incipiente fase en que se encuentra la
producción de textos ligados a la identidad lésbica en España, junto a la
tardía entrada en escena de la mujer en el mundo de las letras. Aun cuando
su artículo no entra expresamente en el análisis de autoras u obras,
menciona especialmente como escritora emblemática española a Esther
Tusquets, también escogida, junto a Sylvia Molloy, Carme Riera y Cristina
Peri Rossi para su análisis crítico literario por Inmaculada Pertusa Seva
(2005) en su libro sobre la salida del armario en literatura. En él señala
cómo estas autoras, al ofrecernos la representación de una serie de
personajes lesbianos que se esfuerzan por romper el silencio y la represión
a la que están sometidos, han contribuido al desarrollo de un nuevo canon
de la literatura lesbiana hispana. Un canon literario que hace patente la
existencia de una vivencia lesbiana particular que ha estado luchando por
su visibilidad. El silencio relacionado con la invisibilidad que experimenta
la lesbiana va a originar la creación del espacio del armario: un lugar
cerrado que, precisamente por ser parte de la construcción de la identidad
lesbiana, se opone a ser destruido. También sobre Riera, Tusquets y Peri
Rossi versa el trabajo de la filóloga y crítica literaria María Jesús Fariña
Busto (2006: 116), quien señala que “la incorporación de las relaciones
lesbianas dentro de los universos ficcionales y la ´salida del armario`de
escritoras ya reconocidas colaboró a una normalización y dinamización
imprescindibles”.
La crítica literaria feminista lesbiana en España tiene además
otras dos insignes representantes como son Beatriz Suárez Briones y
Mercedes Bengoechea, para quienes el lesbianismo constituye una posición
privilegiada para el análisis del patriarcado, sobre todo en lo relativo al
32
heterosexismo. La comprensión de la heterosexualidad como una
institución impuesta por una enorme presión social, tal y como destacaron
Wittig y Rich, abrió la posibilidad de desaprender a ser heterosexuales y
entender la orientación sexual como una opción. Para lograrlo, un camino
que algunas emprendieron fue el de intentar crear un lenguaje y una
cultura femeninos que primara ciertos valores más habitualmente ligados a
lo femenino y, por tanto, desvalorizados.
Aunque parte de ahí, Suárez Briones (1997 y 2001) nos alerta
acerca de romanticizar en exceso la identidad entre mujeres, pues otras
formas de diferencia –la clase social, la raza, la nacionalidad, la edad, la
religión etc- empezaban a ser tenidas en cuenta en contra de una
universalización falsa de la identidad lesbiana: igual que se vio que no
había una sola categoría de mujeres tampoco había una única posibilidad de
ser lesbiana. Si la primera posición vino representada por Rich y el
continuum lesbiano, el texto paradigmático de los años 80 –putualiza
Suárez Briones- podría ser el de Gloria Anzaldúa Borderlands/La Frontera
(1987), donde el mestizaje y la ubicación en los márgenes se proclamaba
como la posición del sujeto. Las “nuevas sacerdotisas de la posmodernidad
lesbiana (léase Fuss, Butler, Kosofsky Sedgwick)” proponían, por un lado,
que hay que ir más allá de la lógica binaria que suponen la jerarquía
hombre/mujer –denunciada por la teoría feminista- y la jerarquía
hetero/homo –cuestionada por la teoría lesbiana y gay- para poder
deconstruir estas jerarquías; por otro, conscientes de estar empleando una
lengua doblemente opresora –por logocéntrica y heterosexista-, han
buscado una lengua propia en la que inscribir su propia experiencia.
Con esta tarea continúa Suárez Briones en 2004 en un estupendo
relato de la interpretación psicoanalítica del complejo de Edipo, y de su recomprensión feminista bajo las lentes de Dorothy Dinnerstein (1977), de
33
quien a su vez parte Nancy Chodorow (1984) en su archiconocido primer
trabajo. Dinnerstein comprueba que en todas las sociedades conocidas, son
las mujeres las que se ocupan primordialmente del cuidado de las criaturas,
y por tanto, en el principio de la vida está una mujer. Esto engendra su
asociación con todo lo que es bienestar pero también refleja la dependencia
del infante de esa poderosa fuente de vida para lo bueno y lo malo. Esto, en
un contexto patriarcal, no ha sido soportado por los hombres, que han
logrado un matricidio simbólico y la privación de poder a la madre[17].
Las madres no sólo se mueven en un mundo masculino que
desvaloriza el estilo maternal. El propio feminismo de la segunda ola
comenzó con el rechazo a las madres como figuras castradoras que
reproducían los tics patriarcales y no dejaban crecer a las mujeres; este
feminismo empezó, de hecho, como una rebelión contra las madres: de
Beauvoir, Firestone... son figuras señeras en esto. Tanta desvalorización
maternal llevó en los años ochenta al extremo opuesto, y cuando se perfiló
la corriente de lo que se ha llamado “el pensamiento de la diferencia
sexual” se produjo una revalorización de las madres, tanto en los EEUU
por parte del feminismo cultural (Osborne, 1993) como en Europa por parte
del feminismo de la diferencia francés primero, e italiano después.
En el dualismo cuerpo/espíritu, mujer/hombre el cuerpo es la
materia, lo abyecto, lo oscuro, la muerte: lo femenino, todo ello opuesto a
las actividades del espíritu, lo inteligible, la vida, la civilización: lo
masculino. Lo femenino, colocado en un lugar precultural ha sido
reinterpretado, en tanto que afuera constitutivo, como lo que pone el
contrapunto ideológico al dominio de la lógica falogocéntrica a lo Lacan y
Derrida: lo inconsciente, lo desconocido sirve para de-construir al logos y
la lógica binaria que éste ha construido. El concepto de “diferencia” de
Derrida es utilizado por las feministas francesas así como el de “escritura
34
femenina”, “la escritura de lo no dicho por el lenguaje falogocéntrico”
(Suárez Briones), un biolenguaje de la madre y lo femenino, que así
impone la presencia de lo ausente por medio de abrirse a la alteridad (1997:
78).
De alguna manera este feminismo, al haberle dado la vuelta al
principio fálico por un principio materno, lo reivindica como el elemento
civilizatorio, vincular, por medio de oponer la lógica de la oposición y la
jerarquía a un principio de la continuidad y la relación. Se vislumbra así un
mundo más armonioso y pacífico, y más acorde con la naturaleza benigna
que hoy representa la mirada ecofeminista.
En la búsqueda de un lenguaje femenino propio, Mercedes
Bengoechea se pregunta si existe una voz femenina distinta de la
masculina: su respuesta es rotundamente afirmativa, apelando a la
necesidad de retomar (?) el orden simbólico de la madre. Para ello parte
asimismo de Rich y su definición de continuo lesbiano como el orden
nacido de mediaciones femeninas donde reencontrar la relación perdida con
la madre y demás figuras femeninas. Mientras que Wittig realizaba la
crítica al psicoanálisis por representar uno de los pilares de la straight mind
-el sistema institucional y político que es la heterosexualidad (Briones,
2001)-, Bengoechea vuelve a la teoría psicoanalítica en busca de un hilo
conductor que explique a las mujeres “su necesidad de mediación femenina
para nombrar el mundo y a ellas mismas” (1997: 80).
Si bien el primer objeto amoroso de todo infante es la madre –y
en esto Chodorow, Sau, Rich y otras se le han adelantado-, el patriarcado
no sólo se interpone sino que devalúa todo lo que suene a femenino.
Siguiendo estrechamente a Irigaray, el “cuerpo a cuerpo con la madre” se
35
restablecería si logramos resistir al orden simbólico patriarcal, matricida
por definición.
En 2004 continúa con la misma cuestión: frente a la matrofobia
presente en algunos discursos feministas, herederos inconscientes de
ideologías patriarcales de corte psicoanalítico, propone una reinterpretación
de la relación madre-hijo/a en línea con el discurso neomaternal feminista,
siguiendo la estela de Chodorow y sobre todo del pensamiento de la
diferencia sexual (Irigaray, Muraro, Rivera): valorar la genealogía materna,
el estilo femenino de la relación frente a la separación inherente “al proceso
de individuación masculina” (Bengoechea, 2004: 107). De este modo, el
estilo maternal de relación con los hijos debería ser el modelo de relación
social. Propone, en segundo lugar, promover el vínculo amoroso entre
mujeres, en sentido amplio –el “continuo lesbiano”- y en sentido
restringido –“hablar la lengua maternal cada vez que nos ´derramemos` en
la relación amorosa” (Ibid., 108).
En definitiva, nos hallamos ante una corriente dentro del
feminismo que conduce por la via materna a la relación entre mujeres, a
una feminización del mundo y a una lesbianización del mismo como
subtexto.
En el terreno de las ciencias sociales y sobre lesbianas
invisibilizadas versa la tesina de Carmen G. Hernández Ojeda (2005),
quien analiza la invisibilidad de las activistas lesbianas en la construcción
de la memoria histórica del movimiento lésbico, gay, transexual y bisexual
(lgtb) español. A través de entrevistas a históricos activistas de dicho
movimiento- Jordi Petit, Empar Pineda, Beatriz Gimeno, Pedro Zerolo y
Boti Rodrigo- y del análisis de contenido de diversos ensayos, se intenta
responder a estas preguntas: ¿hubo lesbianas en el origen de la lucha de las
36
minorías sexuales o se incorporaron más tarde? Y si esto es así: ¿constan en
la narrativa histórica? ¿Y en el imaginario lgtb? La investigación demuestra
que sí estuvieron en el origen y que apenas se menciona su existencia. El
estudio analiza por qué siguen siendo invisibles en el relato de esa Historia.
La invisibilidad de las lesbianas se extiende de igual modo a las políticas de
igualdad, tema de la tesina de Raquel Platero (2004), quien sostiene que los
diferentes actores políticos construyen los problemas públicos en función
de sus propios marcos interpretativos. Su investigación explora la
representación de los problemas de gays y lesbianas, así como la
conformación de la agenda política, orientada primero hacia las parejas de
hecho y más tarde hacia el matrimonio homosexual. Las políticas públicas
de igualdad son analizadas con detenimiento para mostrar que las lesbianas
no son representadas como mujeres con las excepciones que se indican.
En suma, la andadura de las lesbianas organizadas como
movimiento ha oscilado entre el acercamiento y el alejamiento alternativo
al movimiento gay y al movimiento feminista. En estos encuentros y
desencuentros cuestiones de misoginia e invisibilización de la lesbianas son
problemas generales que también tienen su traducción en el seno de la
comunidad gay. Pero el feminismo ha intentado igualmente invisibilizar el
discurso de las lesbianas en aras de una buena imagen que no
hipersexualizara al movimiento. Aunque asuntos centrales relativos a la
interconexión entre sexo, género, identidad, sujeto, ciudadanía, dualismos
jerarquizados homo/hetero, entre otros, han removido los cimientos de las
posiciones feministas, ello no se ha traducido en el correspondiente
reconocimiento a la comunidad lesbiana por la importancia de este
cuestionamiento. Los debates intra-lesbianas también tienen su
protagonismo en torno a cuestiones de identidad, de la forja de alianzas y
de las prioridades políticas. Con la entrada del milenio ha proliferado el
37
discurso desde las posiciones queer, como crítica minoritaria a las
posiciones “asimilacionistas” representadas por la lucha por la igualdad
legal entre la comunidad homosexual y la más amplia sociedad
heterosexual. Finalmente, aunque en los últimos años hemos visto la
multiplicación de tesis doctorales y publicaciones por parte de lesbianas,
falta una mínima institucionalización de los estudios gay, lésbicos y queer,
auténtica asignatura pendiente.
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Nota biográfica
42
Raquel Osborne. Doctora en Sociología (UCM) y Master en Sociología (M. Ph.) por la
Universidad de Nueva York. Actualmente es Profesora Titular en Sociología del Género en el
Departamento de Sociología III de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Sus investigaciones giran sobre todo en torno a la sociología del género y la sociología de la
sexualidad. Entre sus publicaciones podemos destacar: -La construcción sexual de la realidad,
Madrid: Cátedra, Col. Feminismos, 1993.-(Coord..): La violencia contra las mujeres. Realidad
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Madrid: CIS, 2003.-(Co-dir.), La mujeres y los niños primero: discursos de la
maternidad, ICARIA, Barcelona, 2004. -(Ed.): Trabajador@s del sexo. Derechos, tráfico y
migraciones en el siglo XXI. Barcelona: Bellaterra, 2004.
[1]
Este artículo toma como su punto de partida el publicado en 2006 por Raquel Osborne y
Gracia Trujillo, “Sessualità periferiche:una panoramica sulla produzione GLBT e queer in
Spagna”, en Domenico Rizzo, ed., Omosapiens: studi e ricerche sull´orientamento sessuale,
Roma: Carocci editore, pp. 219-233.
Benito, Emilio de (2006): “Los derechos de los homosexuales 4.500 bodas, 50 adopciones y
tres divorcios después”, El País, Sociedad, 2 de julio.
[2]
[3]
Benito, Emilio de (2006): El País, Sociedad, 30 de junio.
de Benito, Emilio. 2006. “Islotes de tolerancia”, El País, Sociedad, 17 de junio 2006.
[4]
[5]
Beatriz Gimeno (2005b) escribió una novela, Su cuerpo era su gozo, sobre el caso de dos
lesbianas, cuyo amor fue reprimido brutalmente en las postrimerías del franquismo por medio
del internamiento y administración de electroshocks durante años a una de ellas en un
psiquiátrico y la amenaza de cárcel a su compañera. Sobre el mismo hecho Juan Carlos Claver
hizo una desgarradora película, Electroshock (2006).
[6]
Mientras que el lesbianismo político florecía en los USA en los años setenta y principio de los
ochenta, aquí nos llegaban vagos ecos –como por ejemplo, el representado por Victoria Sau, una
no lesbiana por otra parte; pensemos que el famoso trabajo de Adrienne Rich “ Compulsory
Heterosexuality and Lesbian Existence” no fue traducido aquí hasta 1985-, y cuando las
lesbianas organizadas se posicionaron “políticamente” –véase, por ejemplo, el Colectivo de
Feministas Lesbianas de Madrid (CFLM)-, se desmarcaron tanto de este tipo de lesbianismo
como del separatista. Véase a este respecto Gimeno 2006 y Pineda 2007.
[7]
No conozco otro caso, ni aquí ni allende nuestras frontera, en particular en los EEUU, donde
esta corriente comenzó a tomar cuerpo a principios de los años setenta, de una feminista
heterosexual que articule y se manifieste tan contundentemente a favor de esta propuesta.
[8]
Agradezco a Rosalía Romero haberme hecho llegar un pequeño dossier con algunos textos no
publicados de Gretel Ammann.
[9]
Gretel Ammann, líder del Grupo de Amazonas de Barcelona, conoció en esta época los
escritos de Monique Wittig. Vid. Navarrete, Ruido y Vila. 2005. vol. 2, p. 167.
[10]
Para esta parte he contado, más allá de mi propio conocimiento, sobre todo con los trabajos
de Llamas y Vila (1997) y Pineda (2007).
43
[11]
Conviene aclarar que, hasta donde se me alcanza, la intensidad de sus críticas nunca ha
negado la importancia de un logro del calibre de la legalización del matrimonio y la adopción.
De Benito, Emilio: “Los representantes de cuatro confesiones se unen para pedir la
protección del matrimonio homosexual”, El País, 21-4-2005, p. 34.
[12]
[13]
Wittig ya había sido publicada con anterioridad, pero esta nueva edición se hace en el
contexto del florecimiento de lo queer en España.
Susana Pérez de Pablos, “Educación para la ciudadanía incluirá la crítica a los ´prejuicios
homófobos`”, El País, 30 de octubre de 2006, SOCIEDAD, p. 39.
[14]
BDSM: según Wikipedia estas siglas denotan Bondage –ataduras- y Sumisión (B&S),
Dominación y Sumisión (D&S) y Sadismo y Masoquismo (S&M).
[15]
[16]
Este servicio en Vitoria-Gasteiz es pionero en el Estado Español y financiado íntegramente
por una institución pública. Dicho ayuntamiento fue también pionero a la hora de poner en
marcha el Registro de uniones civiles.
[17]
Conviene recordar que Victoria Sau ya en 1979 habla del primer amor femenino por las
madres, de cómo eso conduce a posibles lesbianismos, de cómo se encauza la homosexualidad
al igual que la heterosexualidad (p.65-66), de la dimensión de poder de la maternidad cuando
deja de estar controlada por el otro sexo (p. 90), de la forma en que el hombre es prescindible
cuando no innecesario y de cómo la única relación importante sería la de madre e hija (p.94).
44
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