Potencias sin poder

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Potencias sin poder
OSWALDO DE RIVERO
La situación del mundo en el siglo XXI es paradójica. Se integra
globalmente por procesos productivos, corrientes comerciales,
flujos financieros, el transporte aéreo, el progreso de las
telecomunicaciones por satélite e Internet, y a la vez, se fragmenta
por el incremento de la desigualdad social, conflictos civiles,
étnicos, religiosos, genocidios, terrorismo, delincuencia global,
proliferación nuclear, degradación ecológica y cambio climático.
En un mundo fragmentado como el que estamos viendo surgir,
ninguna
potencia,
por
más
poderosa
que
sea,
podrá
unilateralmente poner orden. Estamos, así, frente al comienzo de
una suerte de vacío de poder global. Hoy los grandes arsenales
nucleares que tienen Estados Unidos y Rusia y los medianos con
que cuentan Gran Bretaña, Francia y China han perdido su sentido
estratégico debido a que estas turbulencias sociopolíticas y
ecológicas globales no se resuelven con disuasión nuclear.
El mundo es hoy caótico. Tenemos conflictos desde los Balcanes
hasta el centro de Asia, pasando por el Cáucaso y el Golfo Pérsico.
Esta última región, nada menos que la principal abastecedora de
energía del mundo, se desestabiliza con el conflicto en Irak, el
surgimiento de un Irán nuclear y el descontento creciente en Arabia
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Embajador del Perú ante la Organización de Naciones Unidas.
Saudita. Además, todos estos conflictos, que envuelven poblaciones
musulmanas, se conectan y se inflaman con el conflicto Israelípalestino. En África, se diseminan la guerra civil, las hambrunas y
los genocidios, mientras que en América Latina la pobreza no se
reduce, colapsa Haití, el conflicto civil colombiano no se abate y
surgen fuertes reivindicaciones sociales y étnicas en los países
andinos. Finalmente, el terrorismo se globaliza, golpea países del
Asia, del Oriente Medio, del Cáucaso, Rusia y Europa, al mismo
tiempo que la proliferación de armas nucleares es un hecho en
India, Pakistán, Corea del Norte y muy probablemente en Irán. A
todos estos conflictos y estallidos de guerras civiles y proliferación
nuclear se unen el terrorismo global y la gran delincuencia
transnacional del tráfico de drogas, armas y personas.
Frente a este mundo caótico y violento, la superpotencia
estadounidense con sus siete flotas y decenas de bases militares y
aéreas por todo el mundo ha probado que no tiene suficiente poder
para crear una pax americana. En efecto, los insanos actos
terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y
Washington D. C. evidenciaron que Estados Unidos es vulnerable a
ataques terroristas que son difíciles de disuadir, pues las entidades
terroristas no tienen territorio, ni comando supremo y además
están
compuestas
por
células
inconexas
dispersas
clandestinamente por todo el globo.
La victoria militar de Estados Unidos sobre los harapientos y
fanáticos talibanes y las mal equipadas fuerzas armadas de
Saddam Hussein logró derribar los regímenes odiosos de Kabul y
Bagdad, pero no ha resuelto el problema de la amenaza terrorista
en el territorio estadounidense. En la llamada «guerra contra el
terrorismo» es más fácil derrocar regímenes tiránicos que dar
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seguridad a los ciudadanos de Nueva York o Los Ángeles contra
futuros atentados terroristas. Además, los cambios de regímenes
en Afganistán e Irak tampoco son una garantía de que estos dos
países islámicos se conviertan en verdaderas democracias aliadas
de Estados Unidos. Afganistán es hoy un narco-Estado dominado
por señores de la guerra, e Irak no es otra cosa que una entidad
caótica ingobernable. El poder militar de Estados Unidos ha
logrado así victorias sin triunfos políticos.
Niall Ferguson, uno de los más ilustres historiadores británicos y
profesor de la Universidad de Nueva York, en su reciente y famoso
libro Colossus afirma con ironía anglosajona que Estados Unidos,
a diferencia del Imperio Británico, carece lamentablemente de
«Imperial Governance». Ferguson considera que el coloso
estadounidense tiene tres déficits estructurales imperiales. El
primero es su dependencia del capital extranjero para financiar su
sociedad de excesivo consumo, que se refleja hoy en una colosal
deuda externa y en un megadéficit fiscal que está haciendo perder
la confianza en el dólar. El segundo déficit imperial se debe a que
las fuerzas armadas estadounidenses, formadas por voluntarios,
luego de las intervenciones en Afganistán e Irak
sobreextendidas
y
no
encuentran
reemplazos
están
suficientes.
Finalmente, el tercer déficit imperial es cultural y consiste en la
poca resistencia de la sociedad estadounidense a intervenciones
militares largas y costosas en vidas.
Otros destacados académicos internacionales como Paul Kennedy
y Joseph Nye consideran que el poder militar de Estados Unidos
no es eficaz para enfrentar las amenazas del siglo XXI. Según
ellos, no es posible hacer frente al terrorismo, a la proliferación
nuclear, al narcotráfico, al tráfico de personas y de armas, a los
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graves problemas ambientales y la enorme pobreza mundial con
portaviones, misiles crucero, bombas láser y marines. Asimismo,
el profesor Samuel Huntington afirma que hoy la situación del
mundo es demasiado complicada para ser controlada por Estados
Unidos como un sheriff solitario.
Hoy,
Estados
Unidos
y
todas
las
potencias
occidentales
democráticas, que son las únicas que tendrían capacidad para
poner orden en el mundo, tienen enormes problemas para intervenir
militarmente, no por falta de ambición política, sino como
consecuencia de un problema de civilización. Sus sociedades de
consumo fundadas en la gratificación material instantánea no
aceptan sacrificios para enmendar entuertos en regiones pobres y
alejadas. A los políticos de las grandes potencias democráticas les
es casi imposible vender la idea de que es necesario participar en
las «intervenciones humanitarias» de Naciones Unidas. Su
electorado no está dispuesto a sacrificar la vida de sus hijos y pagar
más impuestos para establecer un nuevo orden mundial. La sola
idea de ver a sus soldados regresar en bolsas de plástico aterra a
sus gobiernos, por el castigo que podría tener ello más tarde en las
urnas. Como resultado de esta situación, los gobiernos de las
grandes potencias occidentales, incluyendo Estados Unidos, son
extremadamente prudentes en embarcarse en las pacificaciones
humanitarias de Naciones Unidas, razón por la cual estas se hacen
ahora con tropas de países subdesarrollados mal equipadas.
Actualmente, las potencias más capaces para poner orden no
funcionan y, en consecuencia, tampoco funcionan las operaciones
de paz de Naciones Unidas. La respuesta de Estados Unidos y de
las grandes potencias occidentales ante las violaciones masivas de
los derechos humanos es siempre una combinación de indignación
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con extrema prudencia que disfraza su falta de poder para intervenir.
Esta es la causa principal de la disfunción de Naciones Unidas, que
se ignora o se quiere ignorar criticándose a la Organización como si
esta fuera, en sí misma, una gran potencia mundial y no el reflejo de
las políticas de potencias sin poder. El más reciente ejemplo de este
déficit de poder mundial es la inacción de las grandes potencias del
Consejo de Seguridad frente al genocidio de Dorfur.
Si se quiere tener una visión realista del poder mundial, el concepto
de la unipolaridad merece ser revisado. Desde el colapso de la
Unión Soviética se ha difundido una imagen, más periodística que
real, de unos Estados Unidos omnipotentes, imperiales. En la
realidad no ha habido ni omnipotencia ni imperio, solo un corto
periodo de unipolaridad que terminó con Irak y cuando Estados
Unidos volvió al Consejo de Seguridad pidiendo apoyo multilateral
para aliviar el infierno creado por su ocupación. Más bien, lo que ha
habido, como dice Ferguson, ha sido incapacidad imperial para
gobernar Afganistán e Irak y, con ello, una erosión del poder
estratégico global estadounidense debido a la sobreextensión de
sus fuerzas armadas voluntarias, que no reclutan como antes, y al
aumento peligroso de su megadéficit fiscal, que ha hecho que el
dólar se devalúe notablemente. Estos hechos prueban hoy los
límites del poder unilateral estadounidense. Con mucha razón, el
conocido
especialista
en
seguridad
internacional
Zbigniew
Brzezinski ha dicho: «No confundamos preponderancia con
omnipotencia».
Estados Unidos sigue siendo una superpotencia, pero no es un
imperio, y su acción unilateral tiene serios límites: se ha probado que
no puede actuar como un sheriff solitario. Entonces, el poder en el
mundo no es hoy unipolar. Este hecho tampoco debe llevarnos a
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pasar de una utopía unipolar a una utopía multipolar, porque
Francia, Alemania, Japón, Rusia, China o la India, ni juntas ni
separadas, pueden ejercer un balance multipolar de poder frente a
la superpotencia estadounidense. Hoy, en vez de unipolaridad o
multipolaridad, lo que hay es un gran déficit de poder mundial. Las
grandes potencias brillan por su impotencia frente a un mundo
caótico y fragmentado por la pobreza, el cambio climático, las
guerras civiles, el terrorismo, el genocidio, la proliferación nuclear y
el tráfico de drogas, personas y armas.
Este déficit de poder mundial nos estaría llevando hacia una era
geopolítica nueva, en la que el ocaso de los Estados Naciones,
incluyendo los más poderosos, impide la emergencia de un mundo
unipolar o multipolar; una era en la que comienza lentamente a
emerger una suerte de apolaridad. Es decir, un mundo sin sheriff y
sin balance multipolar de poder, un mundo en el que surgen, cada
vez
más,
poderosos
actores
No-Estatales,
enormes
conglomerados transnacionales que dominan casi todas las
actividades económicas globales; organizaciones delincuenciales
transnacionales del terror, la droga, el tráfico de personas y armas;
y poderosas organizaciones globales de la sociedad civil que
luchan por una globalización sin exclusión social y sin degradación
ecológica.
Los límites del poder de los Estados más poderosos y el
surgimiento de poderosos actores globales No-Estatales, parecen
indicar que estamos entrando a un mundo apolar, de potencias sin
poder, donde la humanidad, después de cuatrocientos años,
comienza a vivir nuevamente más allá del Estado Nación.
desco / Revista Quehacer Nro. 153 / Mar – Abr. 2005
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