seran electronicos pero no son libros

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Serán electrónicos, pero no son libros
Por Ariel Torres
TALLER DE DISEÑO EN COMUNICACIÓN VISUAL C / FILPE / FBA / UNLP
Publicado en la Edición impresa del Diario La Nación el lunes 3 de diciembre de 2007
El Kindle, el nuevo e-book de Amazon,
o cualquiera de los otros dispositivos
basados en tinta electrónica tienen un
problema básico fundamental. No son
libros.
Si el Kindle fuera en efecto un libro
electrónico, entonces tendría sentido no
ya compararlo con el volumen impreso,
lo que es lícito per se, sino llamarlo,
como desfachatadamente se lo viene
llamando, libro electrónico o e-book.
No piense el lector, se lo ruego, que
he sufrido de pronto alguna clase de
trastorno psíquico que me obliga a la
tautología inmoderada. Concédame
unos minutos más.
Nadie sostiene que su PC se convierte en un verdadero Jumbo 747 cuando le
da doble clic al Flight Simulator. De
hecho, aun cuando la similitud fuera
mayor, como en el caso de los simuladores de las líneas aéreas, que aportan
feedback físico a los pilotos virtuales, no
los llamamos aviones , sino simuladores.
Pero, ¿por qué? Bueno, sencillamente porque el simulador no vuela ni
puede volar. Poder volar es la característica sine qua non del sustantivo avión.
Encontrar este rasgo fundamental
es fácil en un caso así. Pero las cosas se
pueden complicar mucho en semántica. ¿Un pájaro es acaso un avión? No.
Pero su rasgo característico es el de
poder volar. Error. No lo es. Un pájaro
pertenece a una cierta familia de bichos
emparentados por una cantidad de rasgos anatómicos. Algunos vuelan, como
el gorrión; otros no pueden volar, como
el avestruz. Además, un volátil que
hubiera perdido las alas seguiría siendo
un pájaro, porque un animal no es una
cosa, una herramienta o un objeto. Ser
cosa o ser vivo son dos categorías fundamentales de todo análisis semántico.
***
Este desmenuzar el significado de las
palabras no sólo es útil en general, sino
que, cuando la realidad se vuelve muy
cambiante, como en los tiempos que
vivimos, es indispensable. De otro
modo malgastamos una enorme cantidad de energía en cuestiones que no lo
merecen. Incluso en cuestiones que ni
siquiera existen, como la supuesta rivalidad entre los libros impresos y los
electrónicos.
Hace más de veinte años que vengo
oyendo que el libro impreso será finalmente desplazado por el electrónico. Y
no me cabe duda de que alguna vez
será así. Sólo que ni el Kindle ni los
otros dispositivos de su clase son
libros. Es posible incluso que el libro
desaparezca (por ejemplo, porque ya
nadie más quiere leer), pero no que sea
reemplazado por estas agendas electrónicas hipertrofiadas.
Por eso me propongo buscar las
características fundamentales de eso
que llamamos libro . No va a ser fácil.
Lo primero que a uno le viene a la
mente es que los libros son algo que
podemos leer. Esto es enteramente
falso. Un libro seguirá siendo un libro
incluso cuando no comprendamos el
lenguaje en el que están impresas sus
páginas. De hecho, ni siquiera es necesario estar seguros de que las páginas
están realmente escritas en un idioma
real, como es el caso del manuscrito
Voynich ( http://voynichcentral.com/ ).
Incluso en este caso extremo, no dudaremos en llamarlo libro .
La razón de esto es que la escritura
está basada en nuestra capacidad para
reconocer formas gráficas con un
grado de detalle muy alto. Las letras
son dibujitos, en última instancia.
Refinemos nuestra definición un poco
más. Un libro sería un objeto creado por
el hombre para transmitir imágenes (una
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página de Hamlet, un mapa, una lámina
en una enciclopedia). Según esta definición, un rollo de papiro en la Biblioteca
de Alejandría, o los códices romanos y
japoneses son libros. No obstante, utilizamos en cada caso palabras diferentes. Un
rollo es un rollo, no un libro en forma de
rollo. Codex significa una cantidad de
cosas en latín, pero todas tienen que ver
con la madera; aunque la palabra códice
suena hoy a manuscrito secreto y abundante en fórmulas mágicas o relatos prohibidos, la verdad es que se trataba de un
conjunto de tablas de madera atadas a un
costado.
Así que, al parecer, la forma y la
sustancia hacen al libro. Sí, pero no lo
definen. Porque un libro con todas sus
páginas en blanco es en realidad un
cuaderno; y un rollo de papiro en blanco es un montón de fibras vegetales sin
ningún valor; y un conjunto de tablas
de madera es algo que encontramos en
un aserradero, no en una biblioteca o
en un museo.
Ahora, si usted compra un libro y
por una falla de impresión todas sus
páginas están en blanco, ¿sigue siendo
un libro? Será un libro fallado que la
librería le cambiará por otro en buenas
condiciones. No le darán a cambio un
cuaderno. Interesante. El motivo por el
cual le cambian el volumen es porque
ha habido una falla de almacenamiento, no de lectura. Si usted no supiera
leer, el comerciante no le aceptaría el
cambio. De hecho, encontraría el argumento bastante ridículo. Créame que la
mejor ley de defensa del consumidor
no exige que un libro lleve impresa la
leyenda “Para consumir este producto
usted debe estar alfabetizado”.
La definición de la Real Academia se
ajusta bastante a lo que hemos establecido hasta aquí. Dice: “Libro es un conjunto de páginas impresas que, encuadernadas, forman un volumen”.
Pero, como sabe el lector que sigue
esta columna, creo que los diccionarios, como las leyes, pueden atrasar. La
etimología tampoco ayuda mucho. Si
codex significa bloque de madera, liber,
de donde viene la palabra libro, es la
corteza interna del árbol. Sin embargo,
no todo conjunto de páginas basadas
en madera o en celulosa serán un libro,
como decíamos hace un momento.
Sigamos haciendo preguntas.
¿Es el libro, esencialmente, una
forma de transmitir imágenes gráficas
o de almacenarlas? La transmisión de
textos es previa al libro y la escritura.
Algunas de las obras que conocemos
hoy fueron alguna vez pasadas de boca
en boca, de maestro a alumno, de
bardo a bardo por medio de la tradición
oral. El problema que vino a resolver la
escritura no fue la transmisión, sino la
perpetuación. Un libro puede durar
más que el más longevo de los oradores, y su sistema de memoria (pigmento sobre hojas de alguna sustancia flexible) es lo bastante estable para que
podamos descartar ciertos mecanismos literarios que existían casi exclusivamente para ayudar a la memoria de
los rapsodas.
Parte de la confusión proviene del
hecho de que el libro almacena la información en la pantalla. Modernamente,
hacemos las cosas de otra forma.
Guardamos los datos en un componente (una memoria, un disco duro) y los
mostramos en otro (el display). El libro
es más complejo, paradójicamente.
El interés por almacenar el lenguaje
de forma más o menos permanente es
un viejo sueño de la humanidad. La
escritura nació con esa función, hace
unos cinco mil años. Pero la escritura
es, en rigor, un conjunto de tecnologías.
Por un lado, la representación visual
de sonidos, usando cuñas, jeroglíficos.
Por el otro, como no puede escribirse
en el aire, el desarrollo del soporte de
almacenamiento, como diríamos hoy.
Como fuere, de nada sirve almacenar
datos si después no podemos recuperarlos, pero la escritura resolvió esto solapando de nuevo dos funciones: quien
sabe escribir sabe necesariamente leer.
El libro impreso es la culminación de
este conjunto de tecnologías, y es previo en unos 500 años a la difusión masiva de información, obra de Gutenberg.
El genio de Maguncia no alteró el dispositivo, sino la forma de fabricarlo.
Pero su sencillez práctica encierra
muchas complicaciones semánticas.
Para empezar, la interfaz de lectura
coincide con el mecanismo de almacenamiento. Tanto, que un libro ya impreso permite almacenar datos adicionales
de forma permanente con la sola ayuda
de un lápiz o un bolígrafo. Llamamos a
esto anotar y subrayar . También es
posible destacar párrafos con resaltadores, arrancar hojas (qué crimen),
fotocopiarlas y hasta reencuadernar un
volumen sin alterar el contenido.
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Veamos que tenemos. Un libro es
un dispositivo de almacenamiento de
imágenes en el que la memoria y la
pantalla son un mismo componente, al
que llamamos hoja; observe que no me
refiero a la página, sino a cada lámina
de celulosa, porque no es posible separar cada cara de una hoja.
Las hojas, claro, no son todo el
libro; éstas deben además estar encuadernadas. De otro modo sería imposible realizar la mayoría de las acciones a
las que nos tiene habituados el libro.
Podríamos haber partido de la definición de la Real Academia, pero hubiera conducido a la aparente tautología
del principio. “Libro es un conjunto de
páginas impresas que encuadernadas
forman un volumen”, qué novedad.
Dicho de otra manera, el libro es el
dispositivo de almacenamiento de imágenes basado en hojas más avanzado
que hemos podido desarrollar hasta el
presente, pese a los esfuerzos de la
informática.
Veamos los rasgos de este objeto
que, de tan evolucionado, no ha variado en nada durante más de 1000 años.
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Capacidad
El número de páginas es fijo y está
determinado en el momento de la
encuadernación por lo que se quiere
almacenar. Pese a esta limitación, permite almacenar más datos al vuelo
usando herramientas muy baratas,
omnipresentes y 100% compatibles
entre sí y con el libro (lápices, biromes,
pluma, y así).
La capacidad de almacenamiento
de un libro, con todo y ser exigua en
comparación con la de los e-book, es
sin embargo 100% confiable. Los datos
han probado perdurar durante siglos, y
esto sin depender de baterías o software para interpretar los datos. Por comparación, la tinta electrónica sólo puede
mantener una página por vez, sin
ayuda de corriente eléctrica, y no sabemos cuánto tiempo duraría el material
de que está fabricada.
Bookmarks
La posición de lectura se marca por
medio de una extensión de terceros llamada señalador, sin límite de entradas.
Un boleto de colectivo sirve, aunque los
hay también de adorno, con inscripcio-
nes, publicidad, borlas de lana, de cuero,
y sigue la lista. La compatibilidad es, de
nuevo, sin fisuras: cualquier página de
cualquier volumen se puede señalar con
cualquier cosa, incluso doblando la
esquina de la hoja que se quiere marcar
(cómo odio eso), o usando las solapas
de la tapa y contratapa, si están disponibles. En el peor de los casos, se puede
dejar el libro abierto en la página que
estábamos leyendo, boca abajo.
Unos pocos libros de encuadernación lujosa vienen con un señalador de
tela incorporado. El estudioso sabe que
los señaladores de papel pueden a su
vez anotarse, para indexar rápidamente
un texto.
Interfaz de usuario
Aunque la computación todavía está
lejos de ofrecernos algo siquiera remotamente parecido, el libro nació con
una interfaz de usuario tridimensional.
Esto es, puede manipularse en el espacio, ofrece feedback físico y, una vez
cerrado –diríamos apagado–, ocupa un
volumen concreto. Algunos critican
esta característica del libro, sin tomar
en cuenta que es el costo inevitable de
toda interfaz tridimensional.
(Al margen, el que un libro sea también un objeto lo coloca a la medida del
hombre, que también ocupa un volumen concreto. Un libro electrónico, al
revés de lo que se suele decir, no nos
ofrece miles de libros; nos ofrece, en
todo caso, el texto de miles de libros.
Son cosas diferentes, y enseguida volveré sobre este punto, que es esencial.)
La interfaz del libro no requiere dispositivo apuntador (mouse, lápiz óptico) y es, por así decir, sensible al tacto
con infinitas entradas posibles (el
iPhone tiene dos). El tiempo de respuesta es cero; dicho más simple, no
existe nada más rápido que un libro.
Tecnología
La hoja impresa en sí es uno de los logros
más extraordinarios de la tecnología
humana, aunque hoy la subestimamos.
Almacena y exhibe la información a
la vez usando un mismo componente, y
lo hace sin consumir energía y de
forma tan estable que es imposible falsificar una sola palabra sin que el más
básico de los exámenes forenses lo
descubra en segundos.
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La hoja es delgada, flexible y resistente, y al mismo tiempo 100% independiente del dispositivo; se la puede
arrancar sin que fallen las otras hojas o
el resto del dispositivo, un avance que
la tecnología informática ni siquiera
sueña con proveer.
Toda información que se agregue a
las páginas durará lo mismo que la
impresa originalmente, con lo que cada
libro es también un objeto vinculado a
nuestra historia personal. Dicho más
simple, se lo configura con sólo usarlo.
Y esa configuración es imperecedera.
Resolución
Los libros, diarios y revistas se imprimen a una resolución de entre 1270 y
3200 puntos por pulgada. Sólo para
poner estas cifras en perspectiva, y no
con ánimo de humillar, el Kindle tiene
una resolución de 166 dpi.
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Cuestión de fe
Como los simuladores de vuelo, el así
llamado libro electrónico simula las
páginas en una pantalla, pero no tiene
páginas, simplemente porque carece
de hojas. La pantalla es bidimensional,
razón por la que aunque el e-book es un
objeto, su interfaz ni es tridimensional
ni ofrece feedback físico.
El display es levemente flexible,
pero no deja de ser un dispositivo electrónico delicado. Si se rompe, dejará
decenas de miles de páginas inaccesibles. Esto es así porque los libros que
guarda el e-book no son libros, sino
textos desencarnados.
Por más vueltas que le demos, el ebook no tiene ni un solo punto en
común con el libro. Hagámoslo simple:
no tiene hojas, no es un libro. Y hagamos ahora una comparación brutalmente práctica.
Como he dicho en otra ocasión, un
e-book puede contener el texto de la
Biblia, es indudable. Pero no es la
Biblia. ¿Por qué? ¿Acaso porque una
Biblia no debería ser de plástico?
¿Porque no es correcto que tenga botones? No, no es por lo que al e-book le
sobra, sino por lo que les falta a sus
textos. Y lo que les falta es la independencia existencial de los objetos.
Sólo basta imaginar lo que ocurriría
si a una biblia electrónica se le agotaran las baterías en medio de la liturgia,
o que su sistema operativo emitiera un
sonoro mensaje de error fatal y se colgara en medio de una boda. Bueno,
siempre se podrá tener un e-book de
repuesto, ¿pero quién puede tenerle fe
a una cosa que puede quedarse sin
baterías?
Pero lo más serio es que al libro
electrónico le falta también honestidad.
La página impresa contiene ese texto y
ninguna otra cosa. El e-book contiene
un amasijo comprimido de datos que,
software mediante, se visualiza como
texto en el display. Así, una biblia electrónica contendría, por lo tanto, más
que el texto de la Biblia. Un verdadero
dilema a la hora de verificar el canon
eclesiástico o, más aun, a la hora de
aferrar las Sagradas Escrituras cuando
rezamos o en un momento de profundo
sufrimiento.
Pero entonces, ¿qué es un libro electrónico si no es un libro?
Ya especularé sobre ese tema en
alguna otra columna.
Ahora me voy a leer un rato.
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