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anexo tp2.16
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Título> Escrito a mano
Modalidad > individual
Seleccion de frases de escritores argentinos
(Los alumnos puede hacer otras propuestas, libremente, o elegir de este listado)
Alejandra Pizarnik
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Por un minuto de vida breve
Única de ojos abiertos
Por un minuto de ver
En el cerebro flores pequeñas
Danzando como palabras en la boca de un mudo
7
Salta con la camisa en llamas
De estrella a estrella,
De sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
13
Explicar con palabras de este mundo
Que partió de mí un barco llevándome
23
Una mirada desde la alcantarilla
Puede ser una visión del mundo
La rebelión consiste en mirar una rosa
Hasta pulverizarse los ojos
(De arbol de diana, 1962)
Sombras de los días a venir
Mañana
Me vestirán con cenizas al alba,
Me llenarán la boca de flores,
Aprenderé a dormir
En la memoria de un muro,
En la respiración
De un animal que sueña.
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Roberto Arlt
Aguafuertes porteñas
“Parecía un viejo, y sin embargo no tendría más de veinte años... Digo veinte años y diría cincuenta, porque esos eran los que representaba con su esgunfiamiento de mascarón chino y
sus ojos enturbiados como los de un antiguo lavaplatos. Y me hizo acordar de un montón de
cosas, incluso de los chicos que nacieron viejos...
“El hombre de la camiseta calada” es aquel guardián del umbral, el esposo de la planchadora que “se levanta por la mañana tempranito y le ceba unos mates a la damnificada,
diciéndole: “¿te das cuenta que buen marido que soy yo?”. Luego de haber mateado a
gusto, y cuando el solcito se levanta, va al almacén de la esquina a tomar una cañita, y de
allí tonificado el cuerpo y entonada el alma, toma otros mates, pulula por el taller de lavado y
planchado para saludar a las “oficialas”, y más tarde se planta en el umbral”.
“El hombre corcho, el hombre que nunca se hunde, sean cuales sean los acontecimientos
turbios en los que está mezclado, es el tipo más interesante de la fauna de los pilletes.”
“Y de pronto, la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser arteria de tráfico con veredas
para los hombres y calzada para las bestias y para los carros, se convierte en un escaparate,
mejor dicho, en un escenario grotesco y espantoso donde, como en los cartones de goya, los
endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zaranda infernal”.
“Parece mentira, pero la ciudad desaparece para convertirse en un emporio infernal. Las
tiendas, los letreros luminosos, las casa quintas, todas esas apariencias bonitas y regaladoras
de los sentidos, se desvanecen para dejar flotando en el aire agriado las nervaduras de ese
dolor universal”.
Los siete locos
“Si, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres,
blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro
rabioso... “
“Recabarren, rendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra
pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba
y desataba infinitamente... Recordó poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no
cambiaría nunca por otras. Miró sin lastima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria
que le envolvía las piernas.”
“A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de las novelas concluimos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido recabarren, que aceptó la
parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de américa. Habituado a vivir
en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la
luna era señal de lluvia.”
“Tenía un cafishio, el marsellés, un gigante brutal, a quien veía de vez en cuando. No sé si por
la labia, o porque era lindo, el caso es que la mujer se enamoró, y una noche de tormenta, la
saqué de la casa. Fue eso una novela. Nos fuimos a las sierras de córdoba, después a mar del
plata, y cuando los cinco mil pesos se terminaron, le dije: “buenos, adiós idilio. Se terminó.”
Entonces ella me dijo: “no, mi querido, nosotros no nos separaremos más.”
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Rodolfo Walsh
Operación masacre
“Ha oído todo -los tiros, los gritos- y ya no piensa. Su cuerpo es territorio del miedo que le
penetra hasta los huesos: todos los tejidos saturados de miedo, en cada célula la gota pesada
del miedo. No moverse.”
“¿Cuánto tiempo hace que está así, como muerto? Ya no sabe. No lo sabrá nunca. Sólo
recuerda que en cierto momento oyó las campanas de una capilla próxima. ¿Seis, siete campanadas? Imposible decirlo. Acaso eran soñados aquellos sones lentos, dulces y tristes que
misteriosamente bajaban de las tinieblas.”
“Por fin, silencio. Luego el rugido de un motor. La camioneta se pone en marcha. Se para.
Un tiro. Silencio otra vez. Torna a zumbar el motor en una minuciosa pesadilla de marchas
y contramarchas.”
“Recuerdo que después volví a encontrarme solo, en la oscurecida calle 54, donde tres cuadras más adelante debía estar mi casa a la que quería llegar y finalmente llegué dos horas más
tarde, entre el aroma de los tilos que siempre me ponía nervioso, y esa noche más que otras. “
“Mi casa era peor que el café y peor que la estación de ómnibus, porque había soldados
en las azoteas y en la cocina y en los dormitorios, pero principalmente en el baño, y desde
entonces he tomado aversión a las casas que están frente a un cuartel, un comando o un
departamento de policía.”
“Tampoco olvido que, pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle, y ese hombre no dijo “viva la patria”, sino que dijo: “no me dejen solo, hijos de puta”.
Quién mato a Rosendo
“... El viejo estaba mordiendo una porción de pizza cuando la bala se le metió en el pecho,
por el costado”, asegura francisco alonso tocándose debajo de su axila derecha. Alonso
estaba sentado en la otra punta de la misma mesa, a un metro, cuando se apagaba el 13 de
mayo de 1966. “Ese tiro –agrega alonso–, como todos los otros, vino de la mesa en donde
estaba el lobo vandor con su troupe. Quedó sentado el viejo, sangrando, muriendo.”
“La trifulca comenzó a los minutos por miradas desafiantes y porque a horacito lo apretaron
en el baño unos hombres de vandor. Los primeros puñetazos fueron entre raimundo villaflor
y rosendo garcía, y entre rolando villaflor y el beto imbelloni. Sonaron varios disparos desde
la mesa de vandor seguramente porque los invadió ese cóctel tan peligroso compuesto por
el alcohol, el miedo y el odio.”
Esa mujer
Yo busco una muerta, un lugar en el mapa. Aún no es una búsqueda, es apenas una fantasía: la clase de fantasía perversa que algunos sospechan que podría ocurrírseme.
Algún día (pienso en momentos de ira) iré a buscarla. Ella no significa nada para mí, y sin
embargo iré tras el misterio de su muerte, detrás de sus restos que se pudren lentamente
en algún remoto cementerio. Si la encuentro, frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado
amor se alzarán, poderosas vengativas olas, y por un momento ya no me sentiré solo, ya no
me sentiré como una arrastrada, amarga, olvidada sombra.
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Manuel Puig
El beso de la mujer araña
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“Qué triste es el otoño, tardes soleadas pero cortas, largos crepúsculos: ayer es hoy”.
“…Y cuando yo pienso muy fuerte en alguien veo en mi recuerdo la cara reflejada, sobre un
vidrio transparente y mojado por la lluvia”…
“Qué terrible es perder la esperanza, y eso es lo que me ha pasado… el torturador que tengo
adentro me dice que ya se acabó todo, que esta agonía es mi última experiencia sobre la tierra…
y hablo como un cristiano, como si después viniera otra vida, que no la hay, ¿verdad que no?”
“Aunque vivas prisionera en tu soledad tu alma me dirá: ‘te quiero’… me hacen daño tus
ojos, me hacen daño tus manos, me hacen daño tus labios que adoro, en un beso sagrado…
flores negras del destino, nos aparta sin piedad, pero el día vendrá en que seas, para mí, no
más, no más”.
“Estás en mí, estoy en tí, por qué llorar, por qué sufrir. Callar mi dicha quisiera, que el mundo
no lo supiera… mas grita dentro de mí, esta ansiedad de vivir!”
Cae la noche tropical
—Qué tristeza da a esta hora ¿por qué será?
—Es esa melancolía de la tarde que va oscureciendo, nidia. Lo mejor es ponerse a hacer algo,
y estar muy ocupada a esta hora. Ya después a la noche es otra cosa, se va esa sensación.
—Sobre todo si se puede dormir bien. Y así no se piensa en las cosas terribles que ocurrieron.
—Vos tenés esa suerte, no sabés lo que ayuda. Al no poder agarrar el sueño es cuando se
me empieza a pasar todo lo más espantoso por la cabeza. Si no fuera por las dichosas pastillas yo no podría haber aguantado todo este tiempo.
—No te quejes, luci, que vos no tuviste una desgracia como la mía.
—Ya sé. Pero no me la he llevado de arriba tampoco, nidia.
—Cuando murió mamá pasaba lo mismo, ¿te acordás?, A esta hora volvía el recuerdo más
fuerte que nunca.
—Acordarnos de ella nos acordábamos siempre, lo primero que yo pensaba cuando me
despertaba era que mamá no estaba más. Lo que se sentía a esta hora, más que nunca, era
la falta de ella. Pero en ese entonces con tanto que hacer no se pensaba como ahora, nada
más que en cosas tristes. Con tantas obligaciones que teníamos, era eso.
—Preparar algo de comer.
—Y esa gran responsabilidad de los chicos. De sacarlos a flote, nidia.
—Y que después pueda pasar algo así, que te arranquen lo que más querés.
—Los que son creyentes tienen ese consuelo. Pero una no se puede engañar, no hay manera. Es una gran cosa, esa fe. Realmente yo se la envidio al que la tiene.
—Sí, luci. Yo también se la envidio.
Juan José Saer
La mayor
Otros, ellos, antes, podían. Mojaban, despacio, en la cocina, en el atardecer, en el invierno,
la galletita, sopando, y subían, después, la mano, de un solo movimiento, a la boca, mordían
y dejaban, durante un momento, la pasta azucarada sobre la punta de la lengua, para que
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subiese, desde ella, de su disolución, como un relente, el recuerdo, masticaban despacio y
estaban de golpe ahora, fuera de sí, en otro lugar, conservando mientras hubiese, en primer
lugar, la lengua, la galletita, el té que humea, los años: mojaban, en la cocina, en invierno, la
galletita en la taza de té, y sabían inmediatamente, al probar, que estaban llenos, dentro de
algo y trayendo, dentro, algo, que habían, en otros años, porque había años, dejado, fuera,
en el mundo, algo, que se podía, de una u otra manera, por decir así, recuperar, y que había,
por lo tanto, en alguna parte, lo que llamaban o lo que creían que debía ser, ¿no es cierto?,
Un mundo. Y yo ahora…
Esteban Echeverria
El matadero
“Dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo, tirándose horrendos tajos y reveses; por otro, cuatro, ya adolescentes, ventilaban a cuchilladas el derecho una tripa gorda y
un mondongo que habían robado a un carnicero. Simulacro en pequeño era este del modo
bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y
sociales.”
Miguel Angel Bustos
Me afirmo en la tierra, de corazón de piel afuera
“ Un día seré la ausencia visible de miguel ángel
Luego mi olvido.
La marca de un pie desnudo sobre el agua.
Un gesto
Una espalda.
Pero hoy tengo una médula de fuego.
Una piel extensa multiplicada en mi garganta.
Un puño joven
En el centro de mis huesos
Apretándose muy hondo.
En luz
Mi frente y mis dedos
Como arterias hincadas
En el calor de la tierra dura. “
Miguel de Cervantes Saavedra
Don Quijote de la Mancha
“ En esto, le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas
de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás,
y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y
lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que le confesase y con quien
consolarse; y así, se entretenía paseándose por el pradecillo, escribiendo y grabando por
las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su
tristeza, y algunos en alabanza de dulcinea.
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(...)
Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de
pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de
aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta
en el mundo”.
William Shakespeare
Hamlet
“ Morir… dormir; no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los
mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir…, dormir! ¡Dormir!… ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el obstáculo! ¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir en aquel sueño
de la muerte, cuando nos hayamos librado del torbellino de la vida! ¡He aquí la reflexión que
da existencia tan larga al infortunio! Porque ¿quién aguantaría los ultrajes y desdenes del
mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las
tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete?
¿Quién querría llevar tan duras cargas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa, si
no fuera por el temor de un algo, después de la muerte, esa ignorada región cuyos confines
no vuelve a traspasar viajero alguno, temor que confunde nuestra voluntad y nos impulsa a
soportar aquellos males que nos afligen, antes que lanzarnos a otros que desconocemos?”
Jorge Luis Borges
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
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El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su itaca
Verde y humilde. El arte es esa itaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable. “
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