Existe una amplia evidencia de que en los países donde... género en el empleo y en la educación, existen también...

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El imperativo de atender las tareas de cuidado
Miércoles, 26 de Marzo de 2014 09:52
Existe una amplia evidencia de que en los países donde se ha logrado una mayor igualdad de
género en el empleo y en la educación, existen también índices más altos de desarrollo
humano y crecimiento económico.
Por Magdalena Sepúlveda Carmona y John Hendra *
En las discusiones que se llevan a cabo en la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
sobre una agenda de desarrollo mundial que pueda suceder en 2015 a los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM), parece existir acuerdo en que la igualdad de género y el
empoderamiento de las mujeres deben ser componentes esenciales.
Existe una amplia evidencia de que en los países donde se ha logrado una mayor igualdad de
género en el empleo y en la educación, existen también índices más altos de desarrollo
humano y crecimiento económico.
Asimismo, hay consenso en que el empoderamiento de las mujeres es esencial para reducir la
pobreza y mejorar los resultados en materia de salud pública.
Muchos defensores de la igualdad de género promueven la inclusión de objetivos relativos a un
mayor acceso de las mujeres a las oportunidades de trabajo y la iniciativa empresarial, así
como un aumento en la participación política de las mujeres.
En nuestros esfuerzos para lograr un desarrollo equitativo y sostenible, no podemos
apartar la mirada de las mujeres en la cocina, junto a la cama de los enfermos y
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recolectando agua en el pozo.
Sin perjuicio de que estos son objetivos loables que debieran incluirse, con frecuencia estas
iniciativas no tienen en cuenta un factor estructural de la desigualdad de género: la abrumadora
carga de trabajo no remunerado que asumen las mujeres en los hogares y en las comunidades
de todo el mundo.
Se trata del trabajo que realizan cocinando, limpiando y cuidando a los otros y que en muchos
países en desarrollo incluye también recoger agua y combustible para el consumo del hogar.
Este tipo de trabajo, que es uno de los pilares de nuestras sociedades, les demanda una
enorme cantidad de tiempo. En África subsahariana, por ejemplo, las mujeres y las niñas
dedican 40 mil millones de horas al año a recoger agua, esto es el equivalente a un año
de trabajo de toda la fuerza laboral de Francia.
Esta desigual distribución del trabajo de cuidado es consecuencia de los fuertes estereotipos
de género que persisten en nuestras sociedades y representa un enorme obstáculo para lograr
igualdad de género y de condiciones entre los hombres y las mujeres en el disfrute de
derechos al trabajo decente, a la educación, a la salud y a participar en la vida pública.
El cuidado no remunerado a menudo impide que las mujeres puedan buscar un trabajo fuera
del hogar. Por ejemplo, un estudio en América Latina y el Caribe mostró que más de la mitad
de las mujeres de entre 20-24 años no buscan empleo por la carga de trabajo que tienen con
las tareas domésticas.
Asimismo, cuando las mujeres tienen acceso a un trabajo remunerado, este puede no ser
suficiente para empoderarlas si continúan siendo las principales responsables de las tareas de
cuidado, lo que significa un "segundo turno laboral" en sus casas después de terminada su
jornada laboral remunerada.
La desproporcionada carga de cuidado también limita las oportunidades de las mujeres para
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avanzar en sus profesiones y salarios y aumenta las probabilidades de que terminen en un
trabajo precario e informal.
Los estereotipos de género que sitúan a las mujeres como únicas responsables de las tareas
de cuidado también impactan negativamente en los hombres, quienes sufren la presión social
de tener que ser los "proveedores" financieros de su familia en lugar de cuidar de ella más
directamente.
El derecho de las niñas a la educación también se ve perjudicado. En los casos más extremos,
las niñas son obligadas a dejar la escuela para ayudar con las tareas domésticas, el cuidado de
los niños más pequeños u otros miembros de la familia.
Con frecuencia, las niñas ven limitadas sus opciones de lograr igualdad en la educación porque
sus responsabilidades domésticas les dejan menos tiempo que a los varones para estudiar,
establecer redes o realizar actividades extracurriculares.
Sin igualdad de oportunidades educativas, las mujeres y las niñas se ven impedidas de
acceder a trabajos remunerados y empleos decentes, que les permitan escapar de la
pobreza.
En última instancia, la distribución desigual del cuidado socava los esfuerzos para el desarrollo.
Las mujeres que viven en situación de pobreza no tienen acceso a la tecnología que podría
aliviar su trabajo y a menudo viven en lugares que no cuentan con una infraestructura
adecuada, como agua corriente o electricidad. Por consiguiente, su trabajo de cuidado no
remunerado es especialmente intenso y difícil.
La falta de tiempo también afecta el empoderamiento político y social de la mujer. ¿Cómo se
puede esperar que las mujeres asistan a reuniones comunitarias o de formación de liderazgo si
no hay nadie más para cuidar a sus hijos o a sus familiares enfermos en casa?
El cuidado es un bien social positivo e insustituible, es la columna vertebral de todas las
sociedades. Proporcionar cuidado puede traer grandes recompensas y satisfacciones. Sin
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embargo, para millones de mujeres, la pobreza es su única recompensa por una vida dedicada
al cuidado de los otros.
El cuidado no remunerado es el eslabón que falta en los debates sobre empoderamiento,
derechos de las mujeres e igualdad de género.
Si no se toman acciones concretas para reconocer, apoyar y compartir el cuidado no
remunerado, las mujeres pobres no podrán disfrutar de sus derechos humanos ni de los
beneficios del desarrollo.
Se debe reconocer que esta distribución desigual no es natural, es evitable y trae
consecuencias negativas para nuestras sociedades.
Avanzar en el cuidado requiere un cambio cultural a largo plazo. Sin embargo, la agenda de
desarrollo post 2015 puede hacer una contribución importante si reconoce el trabajo de cuidado
como una responsabilidad social y colectiva, como un tema importante de derechos humanos,
y como un elemento esencial para la reducción de la pobreza.
Los Estados y los demás actores de desarrollo deben tomar medidas concretas para
reducir y redistribuir la carga del cuidado, mejorando los servicios públicos y la
infraestructura en las zonas más desfavorecidas, invirtiendo en tecnologías de uso
doméstico asequibles, proporcionando prestaciones de apoyo como servicios de
cuidado infantil (guarderías y salas cunas) y estableciendo incentivos para que los
hombres tomen un rol más activo en estas tareas.
En nuestros esfuerzos para lograr un desarrollo equitativo y sostenible, no podemos apartar la
mirada de las mujeres en la cocina, junto a la cama de los enfermos y recolectando agua en el
pozo.
Al contrario, hoy más que nunca nuestro avance depende de reconocer, reducir y redistribuir el
cuidado no remunerado. La formulación de la nueva agenda de desarrollo pos 2015 es un buen
lugar para empezar.
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*Magdalena Sepúlveda Carmona es relatora especial de la ONU para los Derechos Humanos y
la Extrema Pobreza y John Hendra es subsecretario general de la ONU y director ejecutivo
adjunto de ONU Mujeres.
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