Por Laura Albornoz, ex ministra del Sernam.  Fuente

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Opinión ¿de qué vida hablamos cuando decimos derecho a la vida?
Jueves, 09 de Julio de 2015 11:21
Por Laura Albornoz, ex ministra del Sernam.
Fuente El Mostrador
Cuando en 1974 se discutía el anteproyecto de la nueva Constitución, Jaime Guzmán intentó
incluir la prohibición del aborto, tal como consta en las actas del 14 de noviembre: "La madre
debe tener el hijo aunque éste salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea
producto de una violación o, aunque de tenerlo, derive su muerte". Sin embargo, la Iglesia
Católica nos dice que en la disyuntiva de una persona de salvar su vida o la de otra, debe optar
por la propia por ser sagrada, aunque esto lleve a la muerte de aquella.
Amnistía Internacional declara, en 2010, que "se deben derogar todas las normas que
sancionan o permiten el encarcelamiento de mujeres y niñas que buscan o tienen un aborto
bajo cualquier circunstancia", pues la solución final al dilema que plantea el origen de la vida no
será resuelto por ningún organismo.
Sin embargo, muchos intervienen en la discusión sobre el proyecto de ley de despenalización
del aborto, enfocándose en la calidad de humano que se le atribuye al embrión, aunque no es
muy frecuente que a los fetos abortados involuntariamente se les dé sacramentos antes de ir al
tarro de la basura. Esto, mientras seguimos formando parte del 1% de la población mundial que
penaliza el aborto en todas sus formas y causales.
Parece una broma que algunos justifiquen su negativa a la suspensión del embarazo en caso
de violación de la mujer. La incapacidad de tales opinantes para entender el drama de una
violación, representa el colmo de la falta de empatía hacia la población femenina.
Para las mujeres la maternidad es demasiado importante como para improvisarla, como para
recibirla en momentos de extremada pobreza, de violencia, de dignidad pisoteada, con la
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emocionalidad desmejorada. No quieren traer hijos a un entorno hostil, desabastecido de
alegría y posibilidades de desarrollo. Para algunos, ello es difícil de entender.
A otros, les parece algo sin importancia que el organismo de una mujer soporte meses de
embarazo para sostener a un feto inviable. Parecen ignorar que el cuerpo materno sufre un
sinfín de trastornos durante la gestación y la lactancia, haciendo que durante el posparto deba
recuperar las condiciones alteradas, ya sean del sistema endocrino, respiratorio y demás. Por
ello no resulta tan fácil que la mujer quiera vivir todo eso, para conseguir una maternidad sin
bebé.
En ciertas circunstancias las mujeres no desean tener hijos porque no están seguras de poder
cuidarlos, ya sea porque no quieren ser madres o porque no cuentan con los medios. Esto sin
considerar los casos en que el momento de la concepción ha sido forzado.
Tenemos una chilenidad todavía incapaz de hacerse cargo de sus crías más débiles en forma
más acogedora. La sociedad les ha fallado a los niños y jóvenes, y –urgida— quiere construir
cientos de recintos para encerrarlos y quitarlos de su vista. Jóvenes “antisociales”, les llama, en
lugar de declararse, ella misma, antisocial, es decir, en contra de la vida en sociedad digna,
justa, humana.
No podemos dejar de reconocer que hay niñas y niños que en sus propias casas sufren
abusos, torturas domésticas, abandono y otros maltratos a manos de sus padres, abuelos, el
“tío-vecino” u otro agente abusivo. Sin que sean privativos de los barrios pobres –el grupo
ABC1 esconde los casos– estos hechos son reprobables, dolorosos, y suelen tener origen en
paternidades y maternidades no preparadas para recibir a sus descendientes, en una sociedad
que no tiene esta problemática entre sus prioridades.
Históricamente, se han dedicado más esfuerzos a encarcelar a las mujeres que intentan no
llevar a término la concepción de nuevas criaturas que ellas saben que no podrán proteger, o
que –nos guste o no– no quieren recibir. Obligamos a nacer a inocentes que nadie desea, a los
que no tenemos nada que ofrecer como grupo humano. Hay quienes se ufanan porque “la
obligué a tenerlo” y que luego se han desentendido del futuro de esa criatura, con elegante
indiferencia.
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Es un argumento socorrido, ese de que tienes la alternativa de dar a la criatura en adopción a
personas que “podrán cuidarlas y hacerlas felices”. Pero esas no son más que políticas de
reducción de daños.
Penosamente, pereciera que lo que más importa es el control reproductivo y el castigo hacia la
mujer, junto a un enorme y despiadado desinterés por cambiar las condiciones que las llevan a
suspender sus embarazos, escondiendo esa indolencia en un embrionismo fanático.
Quienes excluyentemente se autoproclaman como “partidarios de la vida”, suelen ser
partidarios del inicio de esta, pero no de su continuación con un estatus humano, de otra
manera se jugarían con la misma fuerza por la redistribución de los ingresos a través de una
más justa tributación u otras medidas sin las cuales no puede haber entorno humano para
todas las personas, desde que asoman su cabeza al mundo hasta que la llenan de canas.
Necesitamos fortalecer una cultura de dignidad para las mujeres y su potencial reproductivo, de
respeto por su opinión y su libertad personal, disminuyendo al máximo las posibilidades de que
sean víctimas del sometimiento sexual y otros abusos de poder.
Las mujeres deben dejar de vivir al vaivén de los dogmas, de culturas hegemónicamente
masculinizadas, o de las necesidades demográficas del período.
La Iglesia Católica ha ido mutando sus posturas respecto al aborto, de acuerdo a los cambios
civilizatorios que la Historia de la Humanidad nos ha ido mostrando, desde antes del Medioevo
hasta la época Moderna. Lo que nos sugiere que quizás puede seguir cambiando a medida que
evolucione la perspectiva de los derechos, los que no siempre estuvieron presentes como hoy.
Soy contraria al aborto, no deseo que haya abortos, a nadie le gustan... pero aun nuestra
sociedad no está en condiciones de excluirlo de los medios de supervivencia social de las
mujeres. Debemos tender a una sociedad inclusiva que resguarde la dignidad de todas las
personas, en que la necesidad de abortar sea sólo un mal recuerdo. Por ahora, no podemos
criminalizar a las mujeres que han sido obligadas a hacerlo, con responsabilidad, con
honestidad y dolor.
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Todos estamos contra el aborto y nadie anhela uno, pero muchos creemos que los niños y las
niñas tienen derecho a nacer deseados, porque asegurar este derecho hace posible el
cumplimiento de todos los demás, aunque los padres sean pobres o poco preparados o poco
dotados.
Cuando se habla de legislar sobre la interrupción del embarazo, saltan las voces de siempre
diciendo que aquello fomentará el aborto y el libertinaje. Probablemente haciendo uso de sus
bolas de cristal para adivinar un futuro que no ven.
Si el empeño que se pone en defender la vida de un feto o embrión, se invirtiera en salvar del
abandono a los niños que se llaman Juan, Margarita o Isabel, para que la misma sociedad que
los arrinconó en la desesperanza no los castigue, tal vez seríamos más creíbles. Hasta ahora,
la vida es humana para unos, pero escandalosamente indigna para otros. ¿De cuál vida
hablamos cuando decimos que estamos por el derecho a la vida?
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