Se trata de un cambio que debiera citarse como un... político. Por Marcela Sandoval Osorio, Periodista, Investigadora del Programa Mujeres y

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La diferencia de una letra
Martes, 08 de Septiembre de 2009 11:57
Se trata de un cambio que debiera citarse como un logro a lo menos a nivel simbólico y
político.
Por Marcela Sandoval Osorio, Periodista, Investigadora del Programa Mujeres y
Derechos Humanos del Centro de Derechos Humanos de la Universidad de Chile.
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La diferencia de una letra: uso del género femenino en
títulos profesionales y grados académicos
“El texto, pues, está doblemente orientado: hacia el sistema
significativo en que se produce (la lengua y el lenguaje de una
época y sociedad precisas) y hacia el proceso social en que
participa en tanto discurso” (Julia Kristeva, Semiótica)
El hecho que la Universidad de Chile incorporara la
denominación del género femenino en sus títulos
profesionales y grados académicos
a
fines del año pasado, no sólo puede ser considerado
como un precedente histórico en nuestro país. Esta
iniciativa ha motivado que otras universidades
implementen la misma medida y recientemente la
Corte Suprema entregó los primeros títulos de
abogada a un grupo de licenciadas en Ciencias
Jurídicas y Sociales de distintas universidades
chilenas.
Se trata de un cambio que debiera citarse como un logro
a lo menos en dos niveles: a nivel simbólico, porque
visibiliza la participación de las mujeres en la educación,
y a nivel político, porque significa un claro avance en
materia de acciones inclusivas y no discriminatorias.
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La invisibilidad analítica, expresión acuñada por el
feminismo para hacer notar que las mujeres han estado
ausentes de la construcción histórica tradicional, ha sido
contrarrestada con el registro y escritura de la historia de
las mujeres. En estos aportes históricos y biográficos se
incluyen por ejemplo, a todas aquellas mujeres que han
sido pioneras en los distintos campos de estudio,
haciendo visible su presencia, sus reflexiones teóricas,
sus posiciones ideológicas, las barreras que han debido
superar y las estrategias que han desarrollado para
concretar sus ideas en las respectivas épocas y
contextos(*).
Desde esta perspectiva una acción tan concreta como
hacer visible en los títulos profesionales y grados
académicos cobra sentido no sólo como un importante
alcance lingüístico, sino sobre todo como una corrección
formal para ser nombradas en igualdad de condiciones
respecto a los hombres. En este caso, para referir a la
igualdad de derechos entre hombres y mujeres en la
esfera de la educación, tal como lo señala en su art&iac
ute;culo 10, la Convención sobre la
eliminación de todas las formas de
discriminación contra la mujer, CEDAW
. No da lo mismo llamarse
“licenciado en”
o
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“licenciada en”
cuando se trata de una mujer.
Respecto al uso del femenino o masculino, hay
numerosos aportes que han hecho las comunicadoras
sociales y lingüistas en las últimas décadas en orden a
hacer visible en el lenguaje la presencia de las mujeres.
En diversos países se han implementado medidas en los
textos educativos, elaborado manuales de comunicación
no sexista y generado observatorios de medios y de
campañas publicitarias. La mayoría de estas acciones
han sido impulsadas por organizaciones de mujeres,
algunas de ellas se han implementado como programas
de Estado, otras siguen siendo iniciativas de la sociedad
civil.
Es cierto que no hay un consenso respecto a las mejores
formas de poner en práctica el uso del femenino y
masculino en la lengua española. Hay posiciones que se
inclinan por feminizar todas las palabras, suponiendo
siempre la dualidad masculino/femenino, por ejemplo:
miembro/miembra; otras posiciones tienden al uso de
palabras inclusivas como humanidad para referirse a
hombres y mujeres, y además están las posiciones que
generan el uso de tecnicismos como la @ o el o/a para
referirse al mismo tiempo a mujeres y hombres en la
escritura. Sin embargo, son cada vez menos los que
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esgrimen argumentos a favor de la neutralidad aparente
del lenguaje.
La denominación genérica del masculino para referirse a
hombres y mujeres en los títulos profesionales constituye
un elemento que distorsiona la realidad. No hace falta
siquiera la argumentación estadística, que más mujeres
están accediendo a la educación universitaria, para
fundamentar que una mujer obtenga su título o grado
académico con el uso del femenino singular. Es una letra
que porta la diferencia.
El cambio que analizamos tiene además otra implicancia
que cruza lo simbólico con lo político. Es una medida que
puede ser vista como una legítima contribución a
erradicar la imagen estereotipada de las mujeres en la
educación. Esto porque las mujeres han sido asociadas
casi de manera exclusiva a profesiones consideradas
como típicamente femeninas porque proyectan una
imagen que atiende y protege, es decir, extienden el rol
doméstico en lo público. No es para nada curioso que
algunas de estas carreras como la de profesora o de
enfermera, porten el género femenino en sus títulos, sin
haber mediado la discusión actual.
Es cierto que las mujeres acceden en un comienzo a
carreras y oficios que vienen a prolongar sus roles de
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enseñanza y protección. No es menos cierto que muchas
de ellas lo hacen como una estrategia de acceso para
tener un rol en el espacio público. Hay numerosos
testimonios biográficos que dan cuenta de ello. Sin
embargo, la perpetuación de estereotipos lo único que
hace es aportar más restricciones a las libertades
individuales de las mujeres. Constituye un compromiso
para el Estado de Chile contribuir a erradicar los
estereotipos de género; la misma CEDAW se refiere en
su artículo 5 a este punto.
Hay abundante bibliografía que comenta cómo el acceso
a la educación superior ha sido tradicionalmente muy
limitado para las mujeres. Más aún, se ha analizado
cómo este espacio ha constituido históricamente una
estructura de prestigio y privilegios, donde se reproducen
patrones de lo privado en lo público y se fomenta el
reconocimiento de las elites, particularmente del estatus
social masculino.
Sabemos que la erradicación de los estereotipos de
género está asociada a transformaciones culturales
mayores. También sabemos que para que estas
transformaciones operen deben realizarse acciones
concretas como las que ha emprendido la Universidad
de Chile, porque más allá del cambio formal que implica
a simple vista esta medida, se trata de un avance
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significativo en lo cultural.
(*)Se recomienda: Historia de las mujeres: una
historia propia de Bonnie S. Anderson y Judith P.
Zinsser, Ediciones Crítica; Historia de las mujeres de
Michele Perrot y George Duby, Editorial Taurus y Un
Cuarto Propio de Virginia Woolf.
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