Está clarísimo que un Estado que permite la violencia hacia... que es capaz de reprimir violentamente a parte de sus...

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Opinión: Nabila y las historias de violencia sin fin
Miércoles, 18 de Mayo de 2016 10:21
Está clarísimo que un Estado que permite la violencia hacia las mujeres en todos sus ámbitos,
que es capaz de reprimir violentamente a parte de sus ciudadanas al pedir una alerta de
género ante la seguidilla de hechos de violencia en dicho ámbito y de odio hacia las mujeres.
Por Paula Sáez, Psicóloga, Directora Escuela de Psicología
Universidad Andrés Bello
Compleja tarea sobreponerse a un escenario de horror como el recreado por las informaciones
provenientes de Coyhaique que hablaban del odio desatado contra el cuerpo de Nabila Rifo. El
flagelo que representa la violencia contra las mujeres en Chile y el mundo se reedita a través
del brutal ataque femicida en su contra. Golpeada hasta el cansancio, con fracturas múltiples,
pérdida de piezas dentales y masa encefálica; con sus dos glóbulos oculares arrancados,
torturada por su agresor.
Con similar horror, se asiste también a que se trata de uno de tantos otros ataques que fueron
presenciados por testigos que no hicieron algo para detenerlo. Con horror, se sabe igualmente
que será uno de otros tantos que se producen diariamente en nuestra sociedad, sin que se
cree conciencia real de la espantosa realidad de la violencia hacia las mujeres: aquella que se
vive y respira en Chile ante la incapacidad institucional de ponerle atajo.
Hace no tanto tiempo, esta forma de violencia era considerada como parte del espacio privado
de la familia, parte de las dinámicas propias de una relación de pareja, por lo que el Estado no
contemplaba garantías de protección en ese lugar. La consigna feminista “lo personal es
político” fue una de las fuerzas sociales que obligó a mirar que la violencia sufrida por
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las mujeres no era un tema privado, sino que de responsabilidad pública. Así,
avanzamos en Chile, pero poco. Primero, la ley de Violencia Intrafamiliar que permite al
Estado hacerse parte de aquella violencia que ocurre entre cuatro paredes y,
posteriormente, la tipificación en el Código Penal de femicidio, entendido como el
asesinato de una mujer por parte de su pareja o ex pareja, previa convivencia.
Lo logrado dista de ser suficiente. La violencia hacia las mujeres sigue siendo considerada
como un asunto entre privados, circunscrita a las relaciones “amorosas” y no se concibe como
un hecho social que se sustenta en las bases que sostienen a nuestra sociedad tal y como la
conocemos: una sociedad patriarcal y falocéntrica que sitúa a la mujer en un lugar de objeto,
de propiedad. En ella, el femicidio es el resultado de un continuo de discriminación y violencia.
Esta es la base, la razón primordial que explica por qué las medidas que se toman han sido y
siguen siendo insuficientes. Está clarísimo que las campañas y políticas que buscan impactar y
mitigar la violencia no han sido del todo eficaces ni suficientes para generar la conciencia
necesaria sobre el respeto hacia la vida e integridad de las mujeres. Ellas –nosotras– siguen
siendo objetos descartables y prescindibles; sus demandas continúan siendo políticamente
negociables y el lugar de la mujer sigue sin ser modificado porque contraviene el cómodo lugar
que sostiene nuestro precario equilibrio social.
Está clarísimo que un Estado que permite la violencia hacia las mujeres en todos sus
ámbitos, que es capaz de reprimir violentamente a parte de sus ciudadanas al pedir una
alerta de género ante la seguidilla de hechos de violencia en dicho ámbito y de odio
hacia las mujeres, con un ministerio que reacciona tardíamente a ellos y que no logra
permear ni comprender la necesidad de asumir la violencia como un hecho político y
prioritario, no está actuando a la altura de lo que necesitamos para sobrevivir. Un país
que usa los estereotipos de género patriarcales como herramienta de consumo y que cuenta
con medios de comunicación que replican y alimentan mensajes violentos, degradantes y
banales hacia las mujeres, está lejos, muy lejos, de erradicar esta desgracia.
Judith Butler, en el inicio de su trabajo “Marcos de Guerra: vidas lloradas”, nos dice: “Una vida
concreta no puede aprehenderse como dañada o perdida si antes no es aprehendida como
viva. Si ciertas vidas no se califican como vidas o, desde el principio, no son concebibles como
vidas dentro de ciertos marcos epistemológicos, tales vidas nunca se considerará ni vividas ni
perdidas en el sentido pleno de ambas palabras”. Mientras la vida de las mujeres sea
concebida como lo es, mientras no se la considere como una igual, seguirá sin importar
realmente la violencia que padezca.
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Para que la vida de las mujeres sea posible, necesitamos de intervenciones a todo nivel: en
educación, cultura, política, economía, medios de comunicación. Necesitamos una intervención
profunda, un cambio estructural en nuestra concepción de sociedad y de nuestra concepción
sobre las mujeres como ciudadanas en plena dignidad, igualdad y derechos.
Se está en un compás de espera a ratos eterno. Está costando demasiado escapar de una
lógica que valida la violencia hacia las mujeres como un hecho natural, que las cosifica y
denigra. Las niñas y mujeres no pueden seguir esperando, arriesgado sus vidas en el vivir. Las
mujeres de Chile piden un estado de alerta de género nacional y debemos, todos y todas, estar
a la altura de ello.
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