LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y LIBERTAD RELIGIOSA por Julio César Rivera (h) 1.- Introducción La libertad de expresión y la libertad religiosa operan muchas veces como derechos “aliados” frente a reglamentaciones que castigan la difusión de ciertos dogmas o ideas religiosas en el discurso público. Por ejemplo, la Corte Europea de Derechos Humanos concluyó, en el caso “Güdüz c/ Turquía”, que constituía una restricción indebida a la libertad de expresión la sanción penal impuesta al líder de una secta fundamentalista islámica que había defendido la introducción de la ley islámica (“charia”) en Turquía, y sostenido que los hijos nacidos de un matrimonio civil eran bastardos1. En estos, casos, la libertad religiosa y la libertad de expresión están del mismo lado del conflicto constitucional. Sin embargo, la libertad de expresión y la libertad religiosa no siempre caminan de la mano. En efecto, diversos grupos religiosos consideran que la libertad de expresión no debe amparar la difusión de ideas que lesionan los sentimientos religiosos de terceros. Esta posición ha encontrado cierto eco en la legislación y jurisprudencia europeas y en ciertos organismos internacionales. En Argentina también se ha generado este debate, en especial a partir de expresiones que –presuntamente– lesionaban los sentimientos religiosos de los católicos. En el caso “Ekmekdjian c/ Sofovich”2, la Corte Suprema –al otorgar a Ekmekdjian el ejercicio del derecho de rectificación o respuesta frente a ciertas opiniones agraviantes sobre la Virgen María y Jesucristo emitidas en un programa de televisión– sostuvo que el derecho de toda persona a profesar libremente su culto reconocido en el art. 14 de la Constitución tutela los sentimientos religiosos de los individuos ante la injuria, burla o ridiculización de las personas, símbolos o dogmas que nutren una determinada religión. 1 2 Corte Europea de Derechos Humanos., 14/6/2004, “Gündüz c/ Turquía”. Corte Sup., 7/7/1992, “Ekmekdjian, Miguel Angel c/ Sofovich, Gerardo y otros”, Fallos 315:1492. El propósito de este trabajo es explicar las razones por las cuales considero que esta interpretación de la libertad religiosa que realiza la Corte en “Ekmekdjian c/ Sofovich” es problemática y constituye una restricción sustancial a la libre difusión de ideas que caracteriza a un sistema democrático. 2.- Democracia y libertad de expresión En un sistema democrático, la voluntad general “es creada mediante una discusión constante entre la mayoría y la minoría, a través de la libre consideración de argumentos a favor y en contra de una cierta regulación sobre un tema o asunto”3. Uno de los fines fundamentales de la libertad de expresión es proteger este proceso comunicativo de la interferencia de la mayoría de forma tal de asegurar a cada persona la posibilidad de participar libremente en la formación de la opinión pública4. Este derecho de cada ciudadano a participar en la formación de la opinión pública y de influir en la colectividad es una de las notas que distingue el sistema democrático de los sistemas totalitarios. En efecto, en un sistema democrático, ningún funcionario estatal puede establecer qué será ortodoxo en política, nacionalismo, religión u otras cuestiones de opinión5. Por ello, se ha dicho que la libertad de expresión consagra el principio de la “antiortodoxia” según el cual cada persona debe poder expresarse libremente, sin miedo a que sus creencias sean consideradas contrarias a una verdad oficial establecida por el gobierno de turno6. Desde esta perspectiva, la tutela de la libertad de expresión se vincula con el principio de igualdad. En la medida en que el Estado debe tratar a todas las personas con la misma consideración y respeto, no puede negar a determinadas personas el derecho a participar en el proceso de formación del medio ambiente moral y político de la sociedad, con el argumento de que sus ideas o convicciones los hacen indignos de participar en dicho 3 KELSEN, Hans, General Theory of Law and State, The Lawbook Exchange, New Jersey, pp. 287-288. POST, Robert, “Racist Speech, Democracy and the First Amendment”, 32 William and Mary Law Review 267, p. 283. (1991). En este mismo sentido, reconociendo el derecho de toda persona a participar en el proceso de formación del medio ambiente moral y político de una sociedad determinada, véase DWORKIN, Ronald, Freedom’s Law. The Moral Reading of the American Constitution, Harvard University Press, Cambridge (Massachusetts), 1996, p. 238. 5 “West Virginia Board of Education v. Barnette”, 319 U.S. 624, p. 642 (1943). 6 RUBENFELD, Jeb, “The First Amendment’s Purpose”, 53 Stanford Law Review 767, p. 821 (2001). 4 proceso7. El principio de igualdad exige que todas las personas, sin importar cuan excéntricas o despreciables sean, tengan la oportunidad de influir en las políticas públicas, en las elecciones y en el medio ambiente moral en que viven8. En consecuencia, la libertad de expresión otorga una fuerte protección al discurso ideológico. Toda norma que prohíba o castigue la difusión de una determinada idea u opinión política, religiosa, filosófica o histórica tiene una fuerte presunción de inconstitucionalidad. Es en este marco que se debe evaluar todo intento de reglamentar la libertad de expresión a los fines de tutelar los sentimientos religiosos de terceros. 3.- “Ekmekdjian c/ Sofovich” y la difusión de ideas que lesionan los sentimientos religiosos de terceros La Corte Suprema argentina entendió, en “Ekmekdjian c/ Sofovich”, que la libertad religiosa y el derecho a la intimidad imponen ciertos límites a este tipo de discurso. A continuación analizo –y critico– los principales argumentos desarrollados por la Corte Suprema para justificar dicha conclusión. 3.1.- La mortificación de los sentimientos religiosos y el art. 1071 bis del Código Civil La Corte Suprema sostuvo en “Ekmekdjian c/ Sofovich” que las expresiones realizadas por Dalmiro Sáenz en el programa de televisión conducido por Gerardo Sofovich habían interferido en el ámbito privado de Ekemekdjian, conmoviendo sus convicciones más profundas lo que implicaba, según la Corte, un verdadero agravio a un derecho subjetivo tutelado por el legislador9. Este presunto derecho subjetivo encontraría sustento normativo en el art. 1071 bis del Código Civil que establece que una de las formas de lesión a la vida privada consiste en mortificar a otros en sus costumbres o sentimientos. DWORKIN, Ronald, Freedom’s Law..., cit., p. 200. DWORKIN, Ronald, Freedom’s Law..., cit., p. 237. 9 “Ekmekdjian”, cit., consid. n° 25 del voto de la mayoría. 7 8 Ahora bien, ¿es razonable derivar del art. 1071 bis un derecho a no ser ofendido –en el debate público– por la difusión de determinadas ideas? Esta interpretación de la Corte contradice abiertamente uno de los principios cardinales de la libertad de expresión, según el cual no puede prohibirse un determinado discurso ideológico simplemente porque ofende a un grupo de personas10. Si la difusión de una determinada idea pudiera ser restringida con el argumento de que lesiona los sentimientos de ciertas personas o grupo de personas, ningún intercambio de ideas quedaría a salvo del cuchillo del censor11. En efecto, algunas personas pueden encontrar particularmente ofensivas o irritantes la justificación de los crímenes de la última dictadura militar, le denigración de ciertos partidos políticos, el elogio público de la homosexualidad, la quema de la bandera nacional, la defensa del aborto o la aprobación de actos delictivos. Pero si una idea ofende, escandaliza o irrita, la solución no es silenciar al que predica dicha idea, sino tratar de persuadirlo de que está equivocado. El debate público debe ser lo más robusto y abierto posible y quienes participan en él no pueden pretender no ser ofendidos o heridos durante dicho debate. Como señala Dworkin, “en una democracia, nadie, por poderoso o impotente que sea, puede tener derecho a no ser insultado u ofendido”12. Alguien podría observar que este razonamiento es adecuado en materia de discurso político pero que no resulta aplicable a las expresiones que lesionan las convicciones más íntimas de una persona. En este sentido, podría argumentarse que una cosa es la denigración de una ideología política –el liberalismo, el peronismo o el marxismo– y otra muy distinta es la afectación sustancial de las convicciones más profundas de una persona que integran su vida privada. La Corte Suprema parece adoptar esta posición en “Ekmekdjian c/ Sofovich” al distinguir –a los fines del ejercicio del derecho de rectificación o respuesta– entre, por un lado, expresiones que lesionan los sentimientos religiosos de una persona y, por el otro, expresiones políticas y electorales13. Cfr. Corte Interamericana de Derechos Humanos, “Herrera Ulloa c/ Costa Rica”, § 113. BRAUN, Stefan, Democracy off Balance, University of Toronto Press, Toronto, 2004, p. 63. 12 DWORKIN, Ronald, “El derecho a la burla”, El País 25/03/2006. 13 Cfr. “Ekmekdjian”, cit. consid. n° 29 del voto de la mayoría.. 10 11 En mi opinión, esta distinción entre discurso político y expresiones que lesionan los sentimientos religiosos carece de todo sustento ya que presupone –erróneamente– que las creencias religiosas quedan confinadas al ámbito privado de cada individuo. Por el contrario, los grupos religiosos participan activamente del debate público y tratan de influir en él en función de sus doctrinas, dogmas y enseñanzas. De la misma manera, cuando una persona cuestiona, ataca o ridiculiza los dogmas, enseñanzas o símbolos sagrados de un grupo religioso determinado está también participando del debate público; se trata de un “discurso político” por excelencia en la medida en que se trata de un discurso vinculado al proceso de formación del medio ambiente moral y político de una sociedad determinada. De forma tal que suprimir esta clase de discurso “es inconsistente con la libertad de expresión, porque excluye del discurso público a aquellos cuyas convicciones son ofensivas para grupos religiosos”14. Además, no puede soslayare que los grupos religiosos –en su participación en el debate público– muchas veces promueven ideas que son susceptibles de ofender a ciertos grupos de personas, en especial en materia de igualdad de género y de orientación sexual. Si al promover estas doctrinas religiosas los grupos religiosos se amparan en la libertad de expresión, no pueden entonces pretender quedar inmunes de críticas de parte de quienes se sienten atacados. En síntesis, el art. 1071 bis del Código Civil no constituye un fundamento válido para restringir las expresiones susceptibles de lesionar los sentimientos religiosos de una persona. Como ha sostenido la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires, al resolver el caso de la exposición del artista León Ferrari, la lesión a los sentimientos religiosos “forma parte de las molestias que se deben tolerar al convivir en un Estado de Derecho, donde se protege la libertad de expresión”15. POST, Robert, “Religion and Freedom of Speech: Portraits of Muhammad”, en Sajó, András Censorial sensitivities. Free Speech and religion in a fundamentalist world, Eleven International Publishing,, Utrecht, 2007, p. 329, 342. 15 Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires, Sala 1°, 27/12/2004, “Asociación Cristo Sacerdote y otros c/ Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”, voto del Juez Corti, JA 2005-I-437, p. 443. 14 3.2.- El argumento del daño a la identidad individual La Corte Suprema observa que en distintos ordenamientos jurídicos “se ha otorgado especial protección al sentimiento religioso ‘en su aspecto de valor, de un bien de tal importancia para ciertos sujetos que una lesión en el mismo puede comportar para el afectado una grave pérdida y aflicción”16. Según la Corte, deben distinguirse los “juicios públicos sobre materias controvertibles de “la ofensa a los sentimientos religiosos de una persona que afectan lo más profundo de su personalidad por su conexión con su sistema de creencias”17. Como puede observarse, la Corte entiende que las expresiones que lesionan los sentimientos religiosos causan un daño esencialmente distinto al que puede causar una opinión meramente ofensiva en materia de interés general. Si bien la Corte no desarrolla en profundidad este punto, su interpretación revela cierta influencia del comunitarismo. En efecto, el comunitarismo postula que la identidad individual está constituida por la pertenencia a ciertos grupos –entre ellos los religiosos– que definen lo que sus integrantes son como individuos. De acuerdo con esta interpretación, una cosa serían las expresiones dirigidas a ciertos grupos en donde la asociación es voluntaria –tales como los partidos políticos– y otra muy distinta serían los ataques contra grupos religiosos cuyos objetivos y valores son un componente de la identidad individual de sus miembros y que no constituyen una cuestión de elección individual. En este último caso, la expresión ofensiva afecta ciertas relaciones que son centrales para la identidad de cada persona Este análisis es cuestionable desde dos ángulos diferentes. Por un lado, la noción comunitarista de que la identidad individual está definida por la pertenencia a ciertos grupos, cuyos valores y objetivos no constituyen una cuestión de elección individual se 16 17 “Ekemekdjian”, cit., consid. n° 27 del voto de la mayoría. “Ekmekdjian”, cit., consid. n° 26 del voto de la mayoría. presenta como contraria a nuestra propia experiencia18. Como afirma Amartya Sen, “resulta difícil de creer que una persona no tenga opción pare decidir qué importancia relativa puede asignarles a los diversos grupos a los que pertenece, y que deba ‘descubrir’ sus identidades como si se tratara de un fenómeno puramente natural”19. Por el contrario, –observa Sen – “muchas prácticas del pasado y muchas identidades asumidas se han desmoronado como consecuencia del cuestionamiento y del análisis”20. En consecuencia, las expresiones que lesionan los sentimientos religiosos no pueden ser vistas como un ataque a la identidad individual que causa un daño esencialmente diferente al que causa otro tipo de expresiones ofensivas que se realizan en el debate público. Desde el punto de vista del daño emocional que puede provocar la difusión de una determinada opinión o idea, no hay una diferencia esencial entre las expresiones que afectan los sentimientos religiosos y otras expresiones particularmente ofensivas acerca de cuestiones de interés general. Por ejemplo, una expresión que justifica los crímenes cometidos durante la última dictadura puede causar –a diversas personas– un daño emocional tanto o más severo que el que puede sentir un integrante de la religión Católica frente a las obras de León Ferrari o las expresiones de Dalmiro Sáenz. Por otro lado, el mero hecho de que determinada clase de expresiones causen un daño emocional importante no nos dice nada acerca de cómo el sistema legal debe afrontar esta cuestión. Basta con examinar superficialmente la jurisprudencia de la Corte Suprema argentina en materia de libertad de expresión para comprobar que –en muchísimos casos– este derecho tutela ciertas expresiones a pesar del daño que éstas causan 21. Si la tutela de la libertad de expresión sólo alcanzara a las expresiones que no causan daño alguno, entonces para poco serviría este derecho. Como ha señalado Andras Sajo, juez de la Corte Europea 18 KYMLICKA, Will, Contemporary political philosophy, 2° ed., Oxford University Press, New York, 2002, p. 226. 19 SEN, Amartya, Identity and Violence, Penguin Books, Londres, 2006, p. 5 20 SEN, Amartya, Identity…., cit., p. 9 21 Por ejemplo, la Corte Suprema ha sostenido que la crítica al desempeño de un funcionario público no debe ser sancionada penalmente como injuria aun cuando estén concebidas en términos caústicos, vehementes, hirientes, excesivamente duros e irritantes (Corte Sup., 29/9/1998, “Cancela, Omar J. c/ Artear S.A. y otros”, Fallos 321:2637, considerando n° 19 del voto de los Jueces Nazareno, Moliné O’ Connor, Vázquez y López al que adhiere el Juez Boggiano en su voto concurrente). de Derechos Humanos, la libertad de expresión está perdida si tenemos que criticar en la forma menos ofensiva posible ya que el discurso sólo puede ser efectivo si puede ofender22. 3.3.- La formas de expresión y las normas de civilidad en el debate público La Corte Suprema argentina cita, en “Ekmekdjian c/ Soofvich”, una decisión de la House of Lords relativa al delito de blasfemia entonces vigente en el Reino Unido en donde este tribunal sostiene que “no es blasfemar hablar o publicar opiniones hostiles a la religión cristiana, o negar la existencia de Dios, si la publicación es expresada en un lenguaje decente y temperado. El test a ser aplicado se vincula a la manera en la cual la doctrina es sostenida y no a la sustancia de la doctrina en sí misma”23. De acuerdo con este argumento, sólo puede castigarse una expresión que lesiona los sentimientos religiosos de una persona cuando contiene expresiones vulgares, ultrajantes o groseras. En otras palabras, como ha sostenido la Corte Europea de Derechos Humanos, hay una “obligación de evitar el uso de expresiones que son gratuitamente ofensivas para otras personas y que no contribuyen a ninguna forma de debate público24. Por consiguiente, el Estado puede válidamente imponer normas sociales de diálogo y de respeto mutuo en el debate público. A mi juicio, este argumento resulta insatisfactorio por diversas razones. En primer lugar, las normas de civilidad constituyen meras convenciones sociales impuestas por las mayorías25. En consecuencia, su eventual aplicación en el ámbito del debate público es susceptible de afectar desproporcionadamente a las minorías. En este sentido, Johh Stuart Mill ha observado que la prohibición de expresiones intemperantes o insultantes sólo sería aplicada cuando estas expresiones fueran dirigidas contra las ideas dominantes, mientras que si fueran dirigidas contra las ideas minoritarias, su autor sería reconocido por su SAJÓ, András, “Coutervailing Ruties as Applied to Danish Cheese and Danish Cartoons”, en Sajó, András Censorial sensitivities…, cit., p. 273, 298. 23 “Ekemekdjian”, cit., consid. n° 27 del voto de la mayoría. 24 Corte Europea de Derechos Humanos, 23/8/1994, “Otto-Preminger-Institut c/ Austria”, § 49. 25 Cfr. POST, Robert, “Religion...”,cit., p. 347. 22 honrado celo y justa indignación26. Basta con analizar la jurisprudencia de la Corte Europea de Derechos Humanos27 o la aplicación del delito de blasfemia en el Reino Unido para comprobar que Mill estaba en lo cierto28. Por otro lado, no puede soslayarse que el uso de palabras vulgares o insultantes está vinculado a las emociones que generan las cuestiones de interés público respecto de ciertas personas. Por ejemplo, no puede esperarse el mismo lenguaje de parte de un historiador que analiza el rol de la Iglesia Católica durante la década del setenta desde su escritorio universitario que de parte de una hija de una persona desaparecida que –frente al hecho de la complicidad de algunos sacerdotes en las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el gobierno militar– realiza expresiones manifiestamente insultantes y vulgares contra los “curas torturadores”. Esa persona está expresando un sentimiento de ira, angustia, dolor que difícilmente podría transmitir con un lenguaje mesurado y académico. A diferencia de lo que piensa la Corte Europea de Derechos Humanos, es dudoso que haya expresiones “gratuitamente ofensivas” en el debate público. 3.4.- El argumento del “efecto silenciador” La Corte Suprema sostuvo también en “Ekmekdjian c/ Sofovich” que “ante la injuria, burla o ridícula presentación –a través de los medios de difusión– de las personas, símbolos o dogmas que nutren la fe de las personas, éstas pueden sentirse moralmente coaccionadas en la libre y pública profesión de su religión, por un razonable temor de sentirse también objeto de aquel ridículo...”29. Este argumento presenta ciertas similitudes con la noción de “efecto silenciador” desarrollada por algunos académicos estadounidenses, según la cual cierta clase de discursos “tienden a disminuir el sentimiento de dignidad de las personas, impidiendo de 26 MILL, John Stuart, On Liberty, Hackett Publishing Company, Indianapolis, 1978, [1859], p 50-51. En la mayor parte de los casos resueltos por la Corte Europea de Derechos Humanos estaban en juego expresiones que lesionaban los sentimientos religiosos de la mayoría de la población. 28 El delito de blasfemia en el Reino Unido era conocido como un delito de lenguaje de clase en tanto era aplicado exclusivamente contra los ciudadanos de los estratos sociales más bajos. 29 “Ekmekdjian”, cit., consid. n° 27 del voto de la mayoría. 27 esta manera su participación completa en muchas de las actividades de la sociedad civil, incluyendo el debate público”30. Ante este argumento, debe señalarse, en primer lugar, que no se ha producido evidencia alguna de que el discurso público se haya visto privado de alguna idea o perspectiva en virtud del efecto silenciador de ciertas expresiones31. Por ejemplo, en Argentina, aún grupos extremadamente vulnerables y subordinados como las personas homosexuales o los pueblos autóctonos pueden –si bien con obvias limitaciones– participar en el debate público. Por otro lado, debe advertirse que la preocupación esencial de los académicos estadounidenses que han desarrollado esta noción de “efecto silenciador” se centra en las expresiones que silencian a los grupos vulnerables o históricamente oprimidos en la sociedad. Aplicar esta noción de “efecto silenciador” en materia de expresiones que lesionan los sentimientos religiosos de la mayoría de la población carece de todo sustento. 4.- Conclusión Las restricciones a la libertad de expresión muchas veces aparecen camufladas en un lenguaje de derechos humanos que resulta, a primera vista, bastante aceptable. Se nos explica que la libertad de expresión no es un derecho absoluto y que debe ser armonizada con otros derechos individuales. Sin embargo, en la realidad, muchas de estas restricciones constituyen simplemente un intento de censura de ideas u opiniones políticas que la mayoría considera ofensivas o aberrantes. Ello importa una violación grave del derecho de toda persona a participar en la formación de la opinión pública En función de lo explicado en este trabajo, entiendo que las expresiones que lesionan los sentimientos religiosos de terceros se encuentran tuteladas por la libertad de expresión. La libertad religiosa no puede ser invocada a los fines de castigar este tipo de 30 FISS, Owen M., The Irony of Free Speech, Harvard University Press, Cambrisdge, 1996, p. 16. WEINSTEIN, James, Hate speech, Pornography and the Radical Attack on Free Speech Doctrine, Westview Press, Boulder (Colorado), 1999, p. 134. 31 expresiones en el debate público y la doctrina de “Ekmekdjian c/ Sofovich” debería ser abandonada.