HACIA UNA NUEVA CONSTITUCIÓN Por Enrique Hubbard Urrea1 Uno de los temas más populares y controvertidos actualmente en México, es el de la llamada “Reforma del Estado”, al parecer interpretado de muy diversas maneras y comprendido por muy pocos. De entrada parecería que se trata de estudiar reformas a uno de los elementos del Estado, no a todo él. No creo que podamos avanzar mucho en materia de reformas al territorio o a la población. Además, visto que el tema ha sido objeto de análisis desde la administración anterior, cabe preguntarse si hay “una” reforma ya dibujada, o si los trabajos del equipo del Presidente Zedillo2 se fueron al traste y ahora hay una interpretación distinta de lo que dicha reforma significa. Por añadidura, ciertas no muy claras declaraciones del Embajador Muñoz Ledo3 han abierto a escrutinio público la idea de elaborar una nueva constitución (en realidad el tema se discute desde mucho antes), a partir de por lo menos tres justificantes: El excesivo número de reformas y adiciones sufridas durante su vigencia; La falta de cumplimiento de muchos de sus preceptos; y La necesidad de revisar el sistema, sobre todo como resultado del cambio, ocurrido el 2 de julio de 2000, es decir, intentar una Reforma del Estado4. Creo percibir ahí dos enfoques no necesariamente compatibles entre sí, y también dos distintos caminos a seguir: Unos pretenden revisar la Constitución, entendida ésta como codificación de normas, como acumulación de artículos. En este caso, se pretende 1 Actualmente se desempeña como Embajador de México en Filipinas El Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León, fue Presidente de la República durante el sexenio 1994-2000 3 El Lic. Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, formó parte de una Comisión Nacional para la Reforma del Estado y se desempeñó como Embajador de México ante el Reino de Bélgica y el Gran Ducado de Luxemburgo, hasta el mes de junio de 2004. 4 En esa fecha se celebraron elecciones generales en México, durante las cuales resultó electo el candidato del Partido Acción Nacional (PAN) Lic. Vicente Fox Quesada, como Presidente de la República. 2 2 actualizarla como quien repara un vehículo usado, lleno de piezas de repuesto, para darle aspecto nuevo, flamante, aunque su uso sea el mismo y los componentes esenciales sean también idénticos. En este caso, puede suceder que el vehículo (la Constitución) venga con innovaciones, como la consulta directa (referéndum, plebiscito), o recursos contra actos del Ejecutivo, pero básicamente sería el mismo aparato, renovado. El otro punto de vista es mucho más complejo, pues se encamina a revisar el sistema mismo. Implicaría convocar a un Congreso Constituyente y por tanto no habría reservas, ni temas intocables, ni tabúes. El Constituyente podría optar por un sistema parlamentario, por ejemplo. Veamos cada caso: Respecto del inusual cúmulo de modificaciones de la actual Carta Magna, colección de remiendos y parches, éstas son producto de una falsa creencia: Que elevar a nivel de Ley Suprema una disposición garantiza su permanencia. Así, verdaderos pilares del movimiento de 1910,5 como la reforma agraria y los derechos de los trabajadores, se plasmaron en la Constitución y con ello, se enfatizó su relevancia, a pesar de que sus normas no son constitucionales. Hay muchos ejemplos de ese proceder. Ahora bien, por razones políticas del todo conocidas, el Presidente de la República tuvo hasta hace poco, la capacidad de enmendar preceptos constitucionales a su libre arbitrio, con innegable sumisión de los poderes legislativos federal y estatales. Ello dio al traste con la supuesta inmovilidad de las normas plasmadas en la Ley Suprema y no sólo derrotó el propósito, sino que complicó las cosas. Debe entenderse que los preceptos reglamentarios o secundarios pueden adaptarse a la siempre cambiante realidad a través del proceso legislativo, o sea de los poderes constituidos (el Congreso de la Unión); mientras que si se insertan en la Constitución se hace indispensable recurrir a otro tipo de poder, el llamado Constituyente Permanente (el Congreso más las legislaturas de los Estados), a fin de adecuarlos. Cada cambio en la naturaleza de las relaciones laborales, por ejemplo, se traduce entonces en un nuevo “parche” a la Constitución. 5 El autor se refiere a la conocida Revolución Mexicana que estalla a finales de la primera década del Siglo XX 3 Las verdaderas normas constitucionales son por definición de carácter permanente, intocable, inmutable. El propio Presidente, al hablar de una nueva arquitectura constitucional, dejó en claro que no se abrirían a discusión temas como las garantías individuales, la división de poderes, el sistema federal, la democracia, ni los objetivos nacionales (independencia, soberanía, etc.) Si la Constitución se integrara únicamente con esa clase de preceptos, los permanentes, los inmutables, no habría necesidad de tocarla con frecuencia, pero la inclusión de todo tipo de normas, ha obligado a revisarla y a adecuarla. No se trata aquí de minimizar o negar la importancia de ciertos preceptos, ni mucho menos sugerir su cancelación; sólo señalamos que podrían y tal vez deberían estar en leyes y reglamentos, no en la Carta Magna. En pocas palabras, habría que sacar de la Constitución todo lo laboral, agrario, etc. Ahora bien, la necesaria reconstrucción en ese caso puede ser efectuada a través de los poderes constituidos, pues no se trata de negar la Constitución, sólo de renovarla. O dicho de otra manera, el procedimiento de renovación se regiría por las disposiciones de la propia Carta Magna, que establece las reglas para su reforma, adición o modificación. No importa cuán radical fuese la operación, estaría inserta en el actual régimen constitucional, pues las normas esenciales no cambiarían y las no esenciales sólo serían reubicadas, no revocadas. Por supuesto, lo anterior requiere una amplia consulta, sobre todo, para dilucidar cuáles serían esas normas primigenias, pero el estado de derecho se respetaría y se cumpliría con el propósito de contar con un “nuevo ordenamiento” . El otro enfoque es más radical, implica la negación de la actual Ley Suprema y solo puede realizarse fuera del orden legal establecido. En efecto, la actual Constitución no prevé la figura del Congreso Constituyente, pues hacerlo implicaría reconocer una instancia superior a ella misma, lo cual por definición no es posible. Ninguna Constitución se niega a sí misma previendo su desaparición. Cuantas veces se ha convocado a una Constituyente se ha hecho con el fin de legalizar poderes de facto, como los resultantes de una revolución. Las Asambleas Constituyentes son casi siempre inconstitucionales, pero se legalizan al entrar en vigor la nueva Carta Magna. 4 ¿Con qué fundamento jurídico podría convocarse a una Asamblea? ¿Quién está autorizado legalmente para manejar la elección y quién da los requisitos para ser Diputado? No se niega la posibilidad de llegar a un consenso respecto de cambios sustanciales, fundamentales; pero si ello aconteciera tendría que violentarse el orden jurídico actual; no podría darse dentro de éste. Convocar a un Congreso o Asamblea Constituyente carece de sustento legal. Si nadie propone en serio convertirnos en monarquía, si los límites de la ingeniería constitucional son aprobar el referéndum, la segunda vuelta en elecciones presidenciales o llamarnos simplemente México; hay que dejar de hablar de “nueva Constitución” y sujetarnos a los términos que la ley suprema establece para su reforma. ------ o ------