PLANTEAMIENTOS ÉTICOS ILUSTRADOS. 1. Contexto histórico, cultural y filosófico. Inmanuel Kant nace en Könisberg (Prusia oriental) en 1724 y muere en 1804. Si la Ilustración es, como ya hemos dicho, el periodo comprendido entre 1688 y 1789, esto sitúa a nuestro autor en lo que podríamos llamar la Ilustración tardía. Sin embargo, no cabe duda de que Kant participó plenamente en los ideales de la época, sobre todo si tenemos en cuenta que es en 1781 cuando comienza la etapa más importante: el llamado periodo crítico. La fecha de publicación de las siguientes obras encuadra a Kant, pues, dentro del periodo ilustrado: Crítica de la razón pura (1781), ¿Qué es la Ilustración? (1784) y Crítica de la razón práctica (1788). Más adelante publicará su Crítica del juicio (1790) y la Religión dentro de los límites de la mera razón (1793). En todas ellas rezuma un espíritu moderno sólo comprensible si analizamos los acontecimientos históricos sucedidos entre las señaladas fechas de 1688 y 1789. INMANUEL KANT Vamos pues a analizarlas. Durante el siglo XVIII se operan en Europa una serie que cambios que, gestados en el barroco del XVII, alcanzan su máxima expresión en la centuria que nos ocupa. Desde el punto de vista político, Europa va a sufrir una serie de transformaciones que influirán decisivamente en la aparición y formulación del pensamiento ilustrado. En 1688 tiene lugar la llamada «Revolución Inglesa». En ella, el rey Carlos I es derrocado, merced a la actividad de Cromwell, y el Parlamento toma el poder. Se trata del triunfo de las nuevas ideas políticas frente a un Estado apoyado únicamente en los plenos poderes de una sola persona. Este tipo de organización política será considerado como modélico por muchos de los pensadores del XVIII. En 1713, la Paz de Utrech consolida la decadencia definitiva de España y un nuevo modo de concebir la política. Surgen de este modo nuevas ideas políticas como la separación de los tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), la necesidad de limitar la autoridad del monarca o de que éste vele con mayor tesón por la felicidad de los súbditos, etc... La Ilustración puede considerarse concluida con la «Revolución Francesa» (1789) y la posterior instauración de una República bajo el conocido lema "libertad, igualdad y fraternidad". La burguesía ha impuesto sus principios, aunque será por poco tiempo. Desde el punto de vista social, aunque se mantienen los estamentos (nobleza, clero y pueblo), la burguesía se alza ya como una clase poderosa que favorece, merced a la intensa relación social que es consecuencia de su trabajo, las reuniones y tertulias en las que se discute y critica sobre los más variados temas: ciencia, religión, política, moral, etc. En Centroeuropa, las nuevas ideas coinciden con el ascenso de Prusia como potencia europea y el despertar de la «conciencia nacional alemana». El pensador germano Kant pasará la mayor parte de su vida bajo el gobierno de dos reyes: Federico II y Federico Guillermo II. Este hecho será sumamente importante pues el primer rey pasará a la posteridad por su preocupación hacia los estudios filosóficos y literarios. El fomento de la cultura llevará parejo la constitución de Prusia como Estado de Derecho proclamándose la separación de poderes y la igualdad ante la ley. Con Federico Guillermo II se continuará esta labor con la entrada en vigor del Código de Derecho Civil de 1794. Con el conjunto de hechos que hemos descrito puede entenderse porqué el «Siglo de las Luces» (como también suele llamarse al periodo ilustrado) tiene como uno de sus principales rasgos la voluntad fundacional: el afán optimista por levantar una nueva Planteamientos éticos ilustrados Filosofía II civilización cimentada en la más estricta racionalidad. Encontramos en la conciencia de estos hombres el deseo de ser arquitectos de un nuevo mundo. Kant es uno de los más importantes promotores de este ideal. Este planteamiento típicamente ilustrado parte de una serie de concepciones anteriores al XVIII: a) El escepticismo de Pierre Bayle, quien sostiene una posición básicamente escéptica en lo que se refiere tanto a los contenidos de la religión revelada, como a los de la metafísica clásica (existencia de Dios, inmortalidad del alma, etc.). b) La teoría política de Locke sostiene la necesidad del consentimiento por parte del pueblo (otorgado por pacto o convenio) para que un gobierno sea legítimo. c) El moralismo laico de Shaftesbury formula la independencia entre la moral y la religión. c) El deísmo de Collins mantiene la imagen de un Dios que, aunque Creador del mundo, lo abandona a sus leyes desentendiéndose de él. d) La mecánica de Newton. El desarrollo sistemático de la ciencia durante los siglos XVII y XVIII provoca una gran confianza en ésta y, como consecuencia, un nuevo modo de entender el conocimiento. En este contexto será clave Isaac Newton (1642-1727). Newton rechazaba, para el conocimiento de la naturaleza, las grandes construcciones de ideas que, pese a su gran coherencia interna, estaban alejadas de la realidad tangible. Su propuesta, expuesta en 1686 con su gran obra Principios matemáticos de filosofía natural, consiste en partir de los hechos y aventurar modelos que expliquen tales hechos, modelos que no sean meras especulaciones (hipothesis non fingo) sino algo demostrable empíricamente. Así, por ejemplo, la conocida «ley de la gravitación universal», debe su grandeza a ser una ley que es capaz de explicar y demostrar una gran variedad de hechos (el tiro parabólico, la caída de los graves, el movimiento de los planetas en torno al Sol, etc.). La ciencia experimental va a ser considerada como modelo de conocimiento. Como consecuencia de ello, surge en este siglo un gran interés por hacer llegar los conocimientos científicos al mayor número posible de personas. Surgen así academias, publicaciones periódicas, memorias, etc. Este afán por extender los conocimientos es llamado genéricamente «enciclopedismo» ya que tienen como colofón la publicación de la gran obra del momento: la Enciclopedia, exposición de los distintos saberes de que el hombre dispone, analizados desde los nuevos planteamientos del XVIII. e) Herencia filosófica fundamental1 en el sistema kantiano: RACIONALISMO vs EMPIRISMO. La obra kantiana más conocida es la Crítica de la razón pura, obra que estudia las posibilidades del conocimiento humano. Esta teoría del conocimiento adquiere una importancia capital en la filosofía desde Descartes y, especialmente, desde Locke. Y es que, partiendo de la duda cartesiana, la filosofía moderna centra sus esfuerzos en describir cuáles son los límites del conocimiento y cuándo una verdad puede considerarse suficientemente probada. Con este objetivo, se desarrollaron gran parte de las teorías filosóficas del XVII y XVIII. La filosofía de Kant se inicia con el examen de las diversas propuestas para encontrar un camino intermedio desde donde proseguir la investigación. Los dos grandes esquemas filosóficos que ha generado la filosofía moderna hasta el momento son el racionalismo y el empirismo: El racionalismo, había intentado encontrar un método para la consecución de verdades universales y necesarias. La herramienta escogida para semejante empeño había sido la razón por el enorme desarrollo que ésta había conseguido en el campo de la física y de la matemática. Las grandes figuras de estas ciencias en la revolución 1 Aunque en el texto elegido la síntesis entre racionalismo y empirismo no es tan central como, por ejemplo, en la Crítica de la razón pura, no deja por ello de estar presente en los planteamientos del filósofo. 2 Filosofía II Planteamientos éticos ilustrados científica habían sido racionalistas. El propio Kant había aprendido filosofía de manos racionalistas. Por otro lado está el empirismo, que, en su principal autor, Hume, critica duramente al racionalismo negando sus posibilidades de conocer la verdad. El empirismo postula centrar todo conocimiento en la experiencia, admitiendo sólo aquellas nociones que puedan derivarse de ésta. La lectura del escocés fue capital para nuestro pensador: «David Hume me despertó del sueño dogmático y dio a mis investigaciones en el campo de la filosofía especulativa una dirección completamente distinta», afirma Kant en el prefacio de los Prolegómenos. Kant se encuentra entonces con el siguiente dilema: o le ofrecen una razón perfecta y necesaria que construye grandes edificios metafísicos pero que se encuentra alejada del conocimiento sensible y de la realidad, o bien le ofrecen un conocimiento apoyado directamente en lo sensible pero que, precisamente por ello (recuérdese lo visto sobre Hume), niega la existencia de conocimiento verdadero sobre la realidad tangible. El racionalismo se aparece a Kant como el empeño ilícito que considera ingenuamente y sin ninguna crítica previa de las limitaciones de nuestra razón, que ésta es capaz de conocer con verdad lo real. A tal posición la llama dogmatismo. Frente a ésta, el empirismo, al negar la posibilidad del conocimiento verdadero, cae en el defecto contrario: el escepticismo. En la visión kantiana, racionalismo y empirismo se encuentran en un callejón sin salida. Su pensamiento intentará mediar entre ambos extremos, aquel que pretende saberlo todo, y el que no cree saber nada. Durante 35 años, nuestro pensador investigará los fundamentos de ambas posiciones para salir de ellas sintetizándolas. Uno y otro sistema reaparecerán en su obra como unos padres a los que se quiere superar pero de los que no se puede prescindir. Por eso la filosofía de Kant es, la crítica del racionalismo, jamás abandonado enteramente, a través del empirismo, jamás aceptado plenamente. En cuanto al texto, en el prólogo de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), Kant trata sobre el lugar y el papel de la filosofía moral (o "metafísica de las costumbres") dentro del sistema de las ciencias y ofrece una justificación de la necesidad de escribir este libro como un trabajo distinto y previo a los que contendrán sus dos obras posteriores sobre ética: la Crítica de la razón práctica (1788) y la Metafísica de las costumbres (1797). Kant reconoce que una definitiva fundamentación de la metafísica de las costumbres sólo será posible mediante una crítica de la razón pura en su uso práctico, al igual que la ya publicada Crítica de la razón pura (1781) estableció el único fundamento posible de una metafísica de la naturaleza. Sin embargo, como, para Kant, "la razón humana, en lo moral, aun en el más vulgar entendimiento puede ser conducida a mayor exactitud y precisión", y puesto que, como su propio nombre indica, el objetivo de esta Fundamentación será únicamente buscar y establecer el "principio supremo de la moralidad", es decir, la norma principal que aplicamos en todos nuestros juicios morales, Kant partirá en esta obra del análisis de lo que es considerado como moralmente bueno en el "conocimiento vulgar de la razón", para llevarlo, en varias etapas, a un esclarecimiento y una justificación filosóficas suficientes, sin entrar en el examen complejo y pormenorizado que exigiría una crítica de la razón práctica. De ahí los títulos de los tres capítulos que componen la Fundamentación: l. Tránsito del conocimiento moral vulgar de la razón al conocimiento filosófico; 2. Tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica de las costumbres; y 3. Último paso de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón pura práctica. Así, pues, esta obra pone y expone, para conocimiento del gran público los, por así llamarlos, cimientos del edificio de un sistema de filosofía moral, cuyos contenidos son desarrollados en la teoría del derecho y la teoría de los deberes, contenidas en la Metafísica de las costumbres. 3 Planteamientos éticos ilustrados Filosofía II 2. El Emotivismo moral en David Hume. 2.1. La crítica al racionalismo moral. En general, podemos decir que un código moral es un conjunto de juicios a través de los cuales se expresa la aprobación o reprobación de ciertas conductas y actitudes. La mayoría de los filósofos se han preguntado por el origen y fundamento de estos juicios morales. Una respuesta a esta pregunta, extendida desde los griegos, es que la distinción entre lo bueno y lo malo moralmente, es decir, entre las conductas viciosas y las conductas virtuosas, es obra de la razón2. Ésta puede conocer el orden natural y, a partir de este conocimiento, determinar qué conductas y actitudes son acordes con el mismo. El conocimiento racional de la concordancia o discordancia de la conducta humana con el orden natural es, pues, el fundamento de nuestros juicios morales. Hume se opone frontalmente a estas teorías por considerar que el conocimiento intelectual no es ni puede ser el fundamento de nuestros juicios morales. Su razonamiento DAVID HUME es el siguiente: a) Los juicios morales determinan e impiden nuestro comportamiento b) La razón no puede determinar ni impedir nuestro comportamiento c) Los juicios morales no provienen de la razón. El primer enunciado del argumento es evidente: la aprobación moral de ciertas conductas nos inclina a realizarlas, mientras que la reprobación de otras nos inclina a no realizarlas. El segundo enunciado del razonamiento (“la razón no puede determinar ni impedir nuestro comportamiento”), se sigue de la teoría del conocimiento de Hume: 1. Los juicios morales no son relaciones entre ideas, porque este tipo de conocimiento no nos impulsa por sí mismo a su aplicación: las matemáticas, por ejemplo, se aplican a las técnicas cuando se persigue un fin u objetivo que no procede de las matemáticas mismas. Es decir, el conocimiento de la virtud no nos impulsa por sí mismo a ser virtuosos. La razón, el entendimiento, por tanto, es impotente para dirigir nuestra vida e impulsarnos a la acción. Es más, antes que aconsejarnos una determinada conducta, la razón suele utilizarse para justificarla: la razón es esclava de nuestras pasiones, está vendida de antemano a nuestros intereses, y sólo nos sirve para justificarnos. 2. Los juicios morales tampoco son cuestiones de hecho que puedan ser descubiertas por el entendimiento: los hechos son hechos y no se siguen de ellos juicios morales racionales. Dice Hume que por mucho que observemos la conducta de una persona jamás percibiremos eso que llamamos “bien” o “mal”. Por ejemplo, podemos observar que alguien se apropia de algo que no le pertenece, pero no la maldad. Cuando hacemos un juicio moral de un hecho, por ejemplo, “robar es malo”, no estamos describiendo algo sino valorándolo; es decir, hemos pasado de “lo que es” (en nuestro ejemplo el hecho de que alguien se apropia de lo ajeno) a los valores o “lo que debe ser” (afirmamos que no se debe robar porque respetar lo ajeno es un valor). Cuando hacemos un razonamiento 2 Sócrates propone una teoría ética en la que virtud se identifica con saber (intelectualismo moral). Recuérdese que también en las teorías éticas de Platón y Aristóteles la razón es la encargada de dirigir nuestra vida práctica: la felicidad en Platón la consigue el ser humano cuando su alma racional dirige su vida armonizando, en una mezcla virtuosa, placer y sabiduría; en Aristóteles es también la razón (“sabiduría práctica”) la que establece cuál es la conducta virtuosa, esto es, el término medio relativo a nosotros para cada tipo de acción y en cada caso particular. 4 Filosofía II Planteamientos éticos ilustrados moral y damos ese salto del “es” al “debe ser”, estamos cometiendo una falacia, un falso e incorrecto razonamiento, que se conoce como falacia naturalista. En el “Tratado sobre la naturaleza humana” Hume afirma: «Toma una acción cualquiera considerada como viciosa, un asesinato voluntario, por ejemplo. Examínalo desde todos los puntos de vista y mira a ver si puedes encontrar un hecho, una existencia real [una impresión, podríamos decir] que corresponda a lo que llamas vicio. En cualquier modo que lo tomes encontrarás sólo ciertas pasiones, motivos voliciones y pensamientos. No hay ningún hecho más en este caso. Mientras dirijas tu atención al objeto, el vicio no aparecerá por ninguna parte. No lo encontrarás nunca hasta que dirijas tu reflexión hacia tu propio corazón y encuentres un sentimiento de reprobación, que brota en ti mismo, respecto de tal acción. He aquí un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la razón. Está en ti mismo, no en el objeto.» (III, 1, 1, Editora Nacional, Madrid,1977). 2.2. El emotivismo moral. Así pues, los juicios morales, según Hume, no se basan en la razón (ni en el conocimiento de las relaciones entre ideas ni en el conocimiento de los hechos) sino que su fundamento se encuentra en el sentimiento. La razón es incapaz de determinar la conducta: son los sentimientos las fuerzas que realmente nos impulsan a actuar. El sentimiento moral es un sentimiento de aprobación o reprobación que experimentamos con respecto a ciertas acciones y maneras de actuar de los seres humanos. A esta teoría que mantiene que la moral no es objeto de la razón sino del sentimiento (congruencia de ciertos hechos con nuestros sentimientos) se llama emotivismo moral. Según Hume los sentimientos morales naturales, presentes en todos los hombres, y sobre los que se basa nuestra aprobación o reprobación de los hechos son: 1. el sentimiento del interés (egoísmo), que nos conduce a la realización de las conductas que nos interesan a nosotros. 2. el sentimiento simpatía, que nos conduce a vibrar al unísono con la felicidad e infelicidad ajena, a sentir como propio lo ajeno. Según Hume simpatizamos más en el dolor que en la felicidad, es decir, somos más propensos a la solidaridad ante el dolor ajeno que ante la felicidad. Este segundo sentimiento matiza, suaviza y corrige los excesos del anterior, y nos conduce a la vida en sociedad. 3. El Formalismo moral de Inmanuel Kant. 3.1. La razón práctica y el conocimiento moral. En la Crítica de la razón pura, Kant hizo un notable esfuerzo por explicar: 1. cómo es posible el conocimiento de los hechos. Allí afirma que éste es posible merced a la conjunción de dos elementos: las impresiones sensibles procedentes del exterior y ciertas estructuras a priori que el sujeto impone a tales impresiones: a saber, las formas de espacio-tiempo y las categorías. 2. hasta dónde es posible el conocimiento de objetos: sólo tiene lugar en la aplicación de las categorías a los fenómenos; la metafísica, al aplicar los conceptos puros más allá de los fenómenos, no proporciona conocimiento objetivo. Ahora bien, la actividad racional no se limita al conocimiento de los objetos. El ser humano necesita saber también cómo ha de obrar, cómo ha de ser su conducta: la razón posee también una función moral. Esta doble vertiente de la razón (conocimiento de hechos, conocimiento moral) puede expresarse por medio de la distinción entre razón teórica y razón 5 Planteamientos éticos ilustrados Filosofía II práctica. No se trata, por supuesto, de dos razones, sino de dos funciones de la razón perfectamente diferenciadas: la razón teórica se ocupa del problema del conocimiento humano (conocer cómo son las cosas), por lo que su función es intentar responder a la pregunta ¿qué puedo conocer? la razón práctica se ocupa de saber cómo debe ser la conducta humana para que su conducta sea racional y, por tanto, moral; es decir, trata de responder a la pregunta ¿qué debo hacer? Esta separación entre ambas esferas suele expresarse diciendo que la ciencia (la razón teórica) se ocupa del ser, mientras que la moral (la razón práctica) se ocupa del deber ser. La diferencia entre estas actividades racionales se manifiesta, según Kant, de modo totalmente distinto en que una y otra expresan sus principios o leyes: la razón teórica formula juicios («el calor dilata los cuerpos», etc.), mientras que la razón práctica formula imperativos o mandamientos («no matarás», etc.). La teoría moral de Kant no es menos original que su teoría del conocimiento científico. La ética kantiana representa una auténtica novedad dentro de la historia de la filosofía: si antes de él todas las éticas habían sido materiales, la ética de Kant es formal. 3.2. Las éticas materiales. 3.2.1. ¿Qué es una ética material? Para comprender el significado de la teoría kantiana es necesario entender qué es una ética material. De modo general, podemos decir que son materiales las éticas que fijan un bien supremo para el ser humano como criterio de la bondad o maldad de su conducta; por tanto, los actos serán buenos cuando nos acerquen a la consecución de tal bien, y malos (reprobables, no aconsejables) cuando nos alejen de él. De acuerdo con esta definición, en toda ética material encontrarnos estos dos elementos: a) La noción de que hay bienes, cosas buenas para el hombre; entre ellos, las distintas éticas materiales determinan cuál es el bien supremo o fin último del ser humano (placer, felicidad, etc.). b) Una vez establecido el bien supremo, la ética establece unas normas o preceptos encaminados a alcanzarlo. Con otras palabras, la ética material es una ética que tiene contenido, y lo tiene en el doble sentido que acabamos de señalar: en cuanto que establece un bien supremo (por ejemplo, el placer en la ética epicúrea), y en cuanto que dice lo que ha de hacerse para conseguirlo (preceptos de la ética epicúrea son, por ejemplo, «no comas en exceso» o «aléjate de la política»). Por tanto, no debe confundirse ética material con ética materialista: lo contrario de una ética materialista es una ética espiritualista, lo contrario de una ética material es una ética formal. Una ética materialista es una doctrina que propone como fin último del ser humano algo material, sensible,... 3.2.2. Crítica de Kant a las éticas materiales. Kant rechazó las éticas materiales porque, a su juicio, presentan las siguientes deficiencias: 1. En primer lugar, las éticas materiales son empíricas, son a posteriori, es decir, su contenido está extraído de la experiencia. En el caso de la ética epicúrea, ¿cómo sabemos que el placer es un bien máximo para el hombre? Indudablemente, porque la 6 Filosofía II Planteamientos éticos ilustrados experiencia nos muestra que desde niños los hombres buscan el placer y huyen del dolor. ¿Cómo sabemos que para conseguir un placer duradero y razonable se ha de comer sobriamente y se ha de permanecer alejado de la política? La experiencia nos muestra que el exceso produce, a la larga, dolor y enfermedades, y la política produce disgustos y sufrimientos. Se trata, pues, de generalizaciones a partir de la experiencia. Tal vez a un epicúreo le preocupe bastante poco que su ética sea empírica, a posteriori. A Kant, sin embargo, esto le preocupa sobremanera, por la siguiente razón: porque pretende formular una ética cuyos imperativos sean universales -válidos para cualquier hombre y para cualquier época- y, en su opinión, de la experiencia no se pueden extraer principios universales. Esto último ya quedó expuesto en el segundo punto del tema: ningún juicio que proceda de los datos sensibles puede ser estrictamente universal; para serlo, ha de ser a priori, es decir, independiente de la experiencia. 2. En segundo lugar, los preceptos de las éticas materiales son hipotéticos o condicionales: no valen absolutamente sino sólo de un modo condicional, como medios para conseguir un fin. Cuando el sabio epicúreo nos aconseja: «no bebas en exceso», quiere decir: «no bebas en exceso, si quieres alcanzar una vida moderada y largamente placentera». ¿Qué ocurre si alguien contesta: «yo no quiero alcanzar esa vida de placer moderado y continuado». En ese caso, el precepto epicúreo carece de validez para él. He aquí un segundo motivo por el cual una ética material no puede ser, a juicio de Kant, universalmente válida. 3. En tercer lugar, las éticas materiales son heterónomas. «Heterónomo» es lo contrario de «autónomo»; si la autonomía consiste en que el sujeto se dé a sí mismo la ley, en que el sujeto se determine a sí mismo a obrar, la heteronomía consiste en recibir la ley desde fuera de la propia razón. En las éticas materiales nuestra voluntad es heterónoma, es decir, se mueve en función de impulsos o intereses particulares y ajenos a la razón. 3.3. La ética formal de Kant. 3.3.1. Sentido de una ética formal. Las éticas materiales se encuentran inevitablemente aquejadas, según Kant, de esas tres deficiencias. A partir de esta crítica, el razonamiento kantiano es sencillo y puede ser expuesto en los siguientes puntos: Todas las éticas materiales son empíricas (y, por tanto, incapaces de ofrecer principios estrictamente universales), hipotéticas en sus imperativos y heterónomas. Ahora bien, una ética estrictamente universal y racional: - no ha de ser empírica, sino a priori. - no ha de ser hipotética en sus imperativos, sino que éstos han de ser absolutos, categóricos. - no ha de ser heterónoma, sino autónoma. Voluntad autónoma es aquella que se determina a obrar desde sí misma y en virtud de los principios que emanan de la razón. Por tanto, una ética estrictamente universal y racional no puede ser material, ha de ser formal. 7 Planteamientos éticos ilustrados Filosofía II ¿Qué es entonces una ética formal? Pues una ética vacía de contenido, que no tiene contenido en ninguno de los dos sentidos en que lo tiene la ética material: 1. no establece ningún bien o fin que haya de ser perseguido por el ser humano. 2. no nos dice lo que hemos de hacer, sino cómo debemos actuar, la forma en que debemos obrar. 3.3.2. El deber. La ética formal no establece, pues, lo que hemos de hacer: se limita a señalar cómo debemos obrar siempre, trátese de la acción concreta de que se trate. Un hombre actúa moralmente, según Kant, cuando actúa por deber. El deber «es la necesidad de una acción por respeto a la ley» (Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Madrid, 1967, pág. 38), es decir. el sometimiento a una ley, no por la utilidad o satisfacción que su cumplimiento pueda proporcionarnos, sino por respeto a la misma. Kant distingue tres tipos de acciones: contrarias al deber, conformes al deber y hechas por deber. Solamente estas últimas poseen valor moral. Tomemos el ejemplo (que utiliza el mismo Kant) de un comerciante que no cobra precios abusivos a sus clientes. Su acción es conforme al deber. Ahora bien, tal vez lo haga para asegurarse así la clientela, en cuyo caso la acción es conforme al deber, pero no por deber: la acción (no cobrar precios abusivos) se convierte en un medio para conseguir un fin (asegurarse la clientela). Si, por el contrario, actúa por deber, por considerar que ése es su deber, la acción no es un medio para conseguir otro propósito, sino un fin en sí misma, algo que debe hacerse por sí. El valor moral de una acción no radica, pues, en el fin o propósito a conseguir, sino en la máxima, en el móvil que determina su realización, cuando este móvil es el deber: “Una acción hecha por deber tiene su valor moral, no en el propósito que por medio de ella se quiera alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino meramente del principio del querer”. (Fundamentación de la metafísica de las costumbres). 3.3.3. El imperativo categórico. La exigencia de obrar moralmente se expresa en un imperativo que no es -ni puede ser- hipotético (como los mandamientos de las éticas materiales), sino categórico. Kant ha ofrecido diversas formulaciones del imperativo categórico, la primera de las cuales es la siguiente: «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal». Esta fórmula muestra claramente su carácter formal; en efecto, no establece ninguna norma concreta, sino la forma que han de poseer las normas que determinan la conducta de cada uno (denominadas «máximas», por Kant): cualquier máxima ha de ser tal que el sujeto pueda querer que se convierta en norma para todos los hombres, en ley universal. Esta formulación del imperativo categórico muestra igualmente la exigencia de universalidad propia de una moral racional. Es decir, el imperativo categórico formulado de la manera expuesta arriba, viene a querer decir que cada vez que nos preguntemos si es bueno o malo hacer tal o cual cosa, tenemos que plantearnos qué pasaría si se generalizara ese curso de acción, qué ocurriría si todo el mundo hiciera lo mismo que nosotros. Si el resultado del examen es consistente, si el principio implicado en la norma no se autocontradice al generalizarse, entonces es que se trata de un curso de acción razonable. Por ejemplo: ¿debo robar para dar de comer a un hambriento? No, porque si todo el mundo robara no habría respeto a la propiedad de la comida, y sería bueno entonces también robar al hambriento, con lo cual la norma se 8 Filosofía II Planteamientos éticos ilustrados autodestruye a sí misma. Por tanto es una mala norma. Y todo esto, sin perder nunca de vista que el cumplimiento del imperativo categórico se ha de hacer por respeto a la propia ley moral (deber), no por ningún tipo de interés. Si eres bueno porque disfrutas haciéndolo lo estropeas, porque se trata de cumplir con la ley moral por amor a esa ley moral, y punto. También en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (ofrece Kant esta otra formulación del imperativo categórico: «Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin nunca meramente como un medio». Al igual que la anterior, esta fórmula muestra su carácter formal y su exigencia de universalidad; a diferencia de aquélla, en ésta se incluye la idea de fin. Sólo el hombre, en tanto que ser racional, es un fin sí mismo. No ha de ser utilizado nunca, por tanto, como simple medio. Se pone de manifiesto, que aunque utilice el servicio que me ofrece el fontanero, el policía, el comerciante, el profesor... no debo considerarlos únicamente como medios para mis intereses. En esta formulación, Kant hace hincapié en la dignidad y el respeto que merece la persona humana, que es fin en sí misma, debido a su racionalidad. 3.4. Libertad, inmortalidad y existencia de Dios. La Crítica de la razón pura había puesto de manifiesto la imposibilidad de la metafísica como ciencia, es decir, como conocimiento objetivo del mundo, del alma y de Dios. Ahora bien, el alma -su inmortalidad- y la existencia de Dios constituyen interrogantes de interés fundamental para el destino del hombre. Kant nunca negó la inmortalidad del alma o la existencia de Dios. En la Crítica de la razón pura se limitó a establecer que el alma y Dios no son fenómenos que se den en la experiencia, por lo que no son asequibles al conocimiento científico, que sólo tiene lugar en la aplicación de las categorías a los fenómenos. Dios y la inmortalidad del alma no son, pues, cognoscibles por la razón teórica, pero se nos imponen en el análisis de la razón práctica. La libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son, según Kant, postulados de la razón práctica. El término «postulado» ha de entenderse aquí en su sentido estricto, como algo que no es demostrable, pero que es supuesto necesariamente como condición de la moral misma. En efecto, la exigencia moral de obrar por respeto al deber supone la libertad, es decir, la posibilidad de obrar por respeto al mismo venciendo las inclinaciones contrarias. También la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son postulados de la moral, según Kant, si bien en estos dos casos su razonamiento es más complicado y ha sido objeto de diversas objeciones. La inmortalidad se argumenta así: la razón nos ordena aspirar a la virtud, es decir, a la concordancia perfecta y total de nuestra voluntad con la ley moral, concordancia que nos hará dignos de felicidad. Sin embargo ni la absoluta virtud es posible (esto exigiría una voluntad santa, esto es, plenamente acorde con lo ordenado por el deber), ni, en esta vida, la virtud conlleva necesariamente la felicidad, pues muchas veces los perversos triunfan. Esto significa que la unión entre virtud y felicidad, la aspiración más profunda y radical del ser humano, parece algo inalcanzable. La razón práctica, analizando este problema, exige la existencia de la inmortalidad del alma como solución. Una existencia inmortal garantiza la consecución plena de la virtud en conexión con la absoluta felicidad para los que se han hecho merecedores de ella. Si en la Crítica de la razón pura se había negado el carácter científico de la metafísica por ser suprafenoménica, en la Crítica de la razón práctica se accede a lo nouménico, a lo que está más allá de la experiencia. Pero todo ello a costa de crear una barrera, una división entre los dos usos de la razón humana: el teórico y el práctico. 9 Planteamientos éticos ilustrados Filosofía II Difícil es escribir la historia de la vida de Kant, pues él no tuvo ni vida ni historia: vivió una vida de célibe, mecánicamente arreglada y casi abstraída, en una apartada callejuela de Kónigsberg, antigua ciudad de la frontera nordeste de Alemania. (...) Levantarse, desayunar, escribir, dar su cátedra, comer, pasear, todo tenía su hora fija, y los vecinos sabían con exactitud que eran las dos y media cuando Kant, con frac gris y su junco de España en la mano, salía de su casa y se dirigía hacia la corta avenida de los tilos, a la que en recuerdo suyo se llama en la actualidad avenida del filósofo (...). ¡Qué extraño contraste entre la vida exterior de ese hombre y su pensamiento destructor! En verdad que si los burgueses de Königsberg hubieran presentido todo el alcance de su pensamiento, habrían experimentado delante de él un estremecimiento mucho más espantoso que ante la visión de un verdugo (...) Pero aquellas buenas gentes no vieron jamás en él sino a un profesor de filosofía y, cuando paseaba a la hora referida, le saludaban amistosamente y ponían sus relojes en hora. E. HEINE 10 Filosofía II Planteamientos éticos ilustrados INMANUEL KANT. Fundamentación de la metafísica de las costumbres Capítulos 1º y 2º (selección) (Trad. M. García Morente) 1) GUÍA DE LECTURA DE LOS PÁRRAFOS SELECCIONADOS: CAPÍTULO I Bueno en sí mismo sólo es una voluntad buena. Puesto que en la Fundamentación se trata de encontrar un principio por el que guiar nuestro comportamiento, que tenga para la razón una validez absoluta e incondicionada, en el capítulo primero, Kant parte de la constatación de que no hay nada a lo que estemos dispuestos a considerar como bueno de verdad, en un sentido radical, a no ser "una buena voluntad", es decir, el firme propósito de actuar siempre correctamente, o sea, como se debe. Es verdad que hay en el ser humano otras cosas que pueden ser buenas (como el tener un buen carácter, o el estar dotado de buenas cualidades, o el gozar de los bienes de la felicidad), pero su bondad depende, en último término, de las circunstancias. Tan sólo la voluntad de obrar bien, cueste lo que cueste e independientemente del beneficio que de ello podamos sacar, es lo único que un "sano entendimiento natural" estimará como verdaderamente valioso y bueno en sí mismo, sin condiciones, al margen incluso de que, por contingencias que no dependen de ella, no pudiese ver realizadas sus intenciones. La buena voluntad ya es buena solamente por este mero querer determinarse a sí misma para actuar siempre bien, o sea, como es debido. No es el proponerse hacer esto o aquello, que pudiese ser considerado bueno, lo que hace buena a la voluntad buena, sino que es la firme intención de actuar siempre correctamente la que es condición indispensable para que una acción sea considerada como moralmente buena. De ahí que, prosigue Kant, el concepto de una buena voluntad exija examinar el concepto del deber, que entra necesariamente en juego cuando una voluntad que quiere actuar objetivamente bien se ve entorpecida, como le sucede a la nuestra, por los obstáculos de inclinaciones meramente subjetivas. Actuar por deber: una ética deontológica. Así pues, si una buena voluntad es la que atiende «Prescindo aquí [...] tan sólo a la representación del deber y sólo por ello se guía y rige, Kant ve necesario, entonces, contenido moral» aclarar la diferencia entre actuar conforme al deber y actuar por deber. Efectivamente, en algunas ocasiones podemos llevar a acciones que coinciden con lo que exige el deber, pero motivados quizá "por una intención egoísta" (como el comerciante que no engaña al cliente inexperto, para no perder clientela), o impulsados por alguna inclinación inmediata a ello (como sucede la mayoría de veces cuando hacemos lo posible y lo necesario para conservar nuestra vida, sencillamente por el apego que tenemos a ella). Está claro que a estas acciones, realizadas ciertamente conforme al deber, no les atribuimos, sin embargo, ningún mérito ni valor moral alguno, pues no han sido hechas por deber, es decir, atendiendo tan sólo a lo que la razón manda que se ha de hacer objetivamente, independientemente de nuestros deseos o inclinaciones. De las máximas a la ley moral. Por eso, en la acción hecha por deber, no cuenta, para atribuirle «La segunda valor moral, cuál el objetivo que se propone, sino que tan sólo cuenta la validez del principio o regla proposición [...] mis personal de comportamiento, con arreglo al cual el individuo ha decidido actuar, es decir, la máxima inclinaciones» de su acción. El deber será, por tanto, actuar siguiendo una máxima o la de acción tal que pudiese ser ley, o sea, que todo ser racional pudiese considerarla objetivamente como válida. Ésta sería la ley moral. Por eso, actuar por deber lleva consigo la necesidad de excluir cualquier otro influjo sobre la voluntad que no sea el puro respeto a la objetividad de la norma moral. Y, por eso, como ya sabemos, la ética kantiana es llamada formal o formalista, pues no se ocupa de decimos "haz esto" o "haz lo otro" ni "esto es bueno y lo otro malo", sino únicamente "actúa de este modo", o sea, "actúa con arreglo a una regla tal que cumpla tales y tales condiciones". El "principio supremo de la moralidad". Teniendo en cuenta todo lo dicho hasta ahora, Kant «Pero ¿cuál está en condiciones de señalar claramente cuál es ese "principio supremo de la moralidad" a cuya [...] búsqueda había partido desde el análisis de las intuiciones morales del entendimiento común humano. indagar» Y, efectivamente, la norma fundamental de la moral a la que llega no necesita, para ser entendida y puesta en práctica, de grandes ni de profundos conocimientos, sino que se halla ya implícita en lo que cualquier individuo dotado del mínimo uso de razón sabe qué es actuar bien moralmente. Puesto que una voluntad buena es aquella que prescinde por completo de tomar en cuenta cualquier objeto posible para ella y atiende solamente a la necesidad de actuar conforme a una regla de acción universalmente aceptable, resultará, entonces, que el principio fundamental de la moral me dirá sencillamente que "yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal"... Así que esta sencilla pregunta, "¿puedes querer que tu máxima se convierta en ley universal?", servirá como una especie de test para detectar cuándo nuestros «Ni en el mundo [...] mayor claridad» 11 Planteamientos éticos ilustrados Filosofía II comportamientos serán o no moralmente correctos. CAPÍTULO II Inutilidad del recurso a la experiencia para fundamentar la moralidad. En el capítulo segundo de la Fundamentación, Kant se ocupa de probar que el concepto del deber como determinante de una buena voluntad y que, como principio supremo de la moralidad, ha sido encontrado, como presente ya en el uso vulgar de la razón práctica, tiene, sin embargo, una validez que no depende de la experiencia. Al contrario, cuando se trata de examinar la moralidad de nuestras acciones, no preguntamos a la experiencia si, de hecho, sucede esto o aquello, ni si la gente hace una cosa u otra, sino que indagamos solamente qué es lo qué la razón por sí misma ordena que debe suceder, qué debemos hacer, cómo debemos actuar, independientemente de que haya o no quienes actúen de hecho así; porque el concepto del deber se basa "en la idea de una razón que determina la voluntad por fundamentos a priori". Por eso es completamente inútil pretender basar la moralidad en el valor de ciertas conductas ejemplares o modélicas, porque cualquier modelo o ejemplo con que se nos quiera animar tendría precisamente que ser examinado antes según los principios de la moralidad, para saber si es efectivamente válido como ejemplo. El imperativo categórico. Los seres racionales tienen la facultad de actuar conforme a la «Pues bien [...] representación de reglas. La razón presenta a la voluntad la necesidad de llevar a cabo ciertas necesariamente a acciones. Pero como la voluntad humana no es siempre de por sí coincidente con lo que la razón priori» considera necesario, las reglas que la razón prescribe llevan consigo, entonces, un cierto carácter constrictivo para la voluntad, es decir, toman la forma de un mandato, el cual se formula a su vez mediante un imperativo. Todos los imperativos se expresan por medio de un "tú debes ...", puesto que proponen a la voluntad algún tipo de regla de acción objetivamente válida. Todo imperativo exige a la voluntad hacer algo que la razón considera bueno en algún sentido. Pero hay dos clases muy diferentes de imperativos. Hay imperativos que mandan de manera hipotética o condicionada, porque exigen realizar una determinada acción, si se quiere conseguir alguna otra cosa: éstos son los imperativos hipotéticos, los que mandan hacer algo que es considerado bueno "sólo como medio para alguna otra cosa". Pero un imperativo que mandase sin más realizar una acción como objetivamente necesaria y, además, como buena en sí, y no como necesaria solamente para algún otro fin, sino como necesaria para una voluntad que simplemente quiere ser plenamente acorde con la razón, será un imperativo categórico, pues sólo ése puede mandar de manera terminante, "categórica". Hay muchos imperativos hipotéticos posibles, dependiendo de con qué objetivo una acción sea mandada por la razón como buena. Por ejemplo, cuando decimos "si aprecias tu salud, no abuses de las bebidas alcohólicas", el mandato de no abusar del alcohol está condicionado al objetivo de gozar de una buena salud. Dentro de los imperativos hipotéticos están las "reglas de la habilidad" y los "consejos de la sagacidad". Pero imperativo categórico no puede haber más que uno, puesto que éste no manda hacer una cosa u otra en función de un determinado objeto de la voluntad, sino que manda únicamente atenerse a la necesidad de que la máxima de nuestras acciones sea conforme con la universalidad de una ley en general. Por eso, el imperativo categórico queda formulado así: "Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal". Y como Kant considera que es en las relaciones causa-efecto, en la naturaleza, donde pueden encontrarse ejemplos estrictos de leyes universales, ofrece también esta variante de la anterior formulación: "Obra como si la máxima de tu acción debiera tomarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza". No se trata aquí, evidentemente, de leyes empíricas que hablen de lo que sucede, sino de leyes objetivas prácticas que se refieren a lo que debe suceder, pues tratan de cómo "la razón por sí sola determina la conducta,[...] necesariamente a priori". El respeto a la autonomía del ser racional como fin en sí mismo. Abordando la cuestión del «Pero suponiendo imperativo categórico desde el punto de vista de los fines que pueden servir de fundamento a la [...] como un medio» voluntad para determinarse a realizar ciertas acciones, Kant establece que el objeto de un imperativo categórico sólo podría ser "algo cuya existencia por sí misma posea un valor absoluto", o sea, un "fin en sí mismo". Y, como el ser humano, por su naturaleza racional, por esta capacidad suya de darse a sí mismo la regla de sus acciones, tiene precisamente la dignidad de valer como fin en sí mismo y no meramente como medio para otra cosa, puede convertirse, por tanto, en fundamento de una ley práctica universal, de modo que al imperativo categórico le cabe también ser formulado así: "Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio." De ahí que el individuo que se rige por el imperativo categórico de la moralidad es, por una parte, plenamente autónomo, pues no se somete a más norma que la que se da a sí mismo mediante su razón; al mismo tiempo, y por otra parte, el principio de sus acciones es estrictamente universal, puesto que se propone precisamente actuar conforme a la regla que todo ser racional estaría dispuesto a aceptar como válida. «Y en esta coyuntura [...] racional como tal» 12