santa luisa de marillac

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Fiesta el día 15 de Marzo
SANTA LUISA DE MARILLAC
Co-Fundadora de las Congregación de las Hijas de la Caridad
(1591 - 1660)
Canto e acogida:
Celebramos un año más la festividad de Santa Luisa. Este año, empecemos nuestra oración con
las palabras de Sor Mª A. Infante, H. C.
“Os invitamos a celebrar con nosotros el 350 aniversario de su muerte. Lo
celebraremos reavivando el fuego de la Caridad en la Iglesia y en el mundo.
Nuestro mundo necesita el calor de manos amigas que repartan cariño, acogida,
bondad y compasión a pie de calle. Necesita brazos que trabajen por la dignidad y
promoción de los pobres y necesitados. Así lo pedía San Vicente de Paúl
“Amemos y sirvamos a los pobres con el esfuerzo de nuestros brazos y el
sudor de nuestra frente”… Así lo enseñaba Santa Luisa de Marillac: ¡Qué dicha
si la Compañía pudiera ocuparse de los pobres desprovistos de todo!…
Apúntate a calentar tu corazón y el corazón de nuestro mundo en la llama de
la caridad. Te esperamos. Sólo el fuego del Espíritu Santo es capaz de encender
llamas de caridad en nuestro entorno… San Vicente y santa Luisa se abrieron a su
luz y su calor y pasaron por el mundo encendiendo hogueras de amor. Tú y yo
podemos hacer lo mismo”.
En nuestra oración hoy queremos avanzar en nuestro compromiso cristiano ayudados del
ejemplo de nuestra santa. Conozcamos un poco de su vida.
Luisa de Marillac nace el 12 de agosto de 1591. Es una parisina de origen oscuro, nunca se supo
quien fue su madre. Su posible padre, Luis, Ministro de Justicia de
Luis XIII, de la noble familia de los Marillac, le da su nombre y
apellido y le deja una pequeña renta para cuando él falte haciendo
constar en su testamento que “Luisa ha sido mi mayor consuelo en
este mundo, Dios me la ha dado para apaciguar mi alma en las
aflicciones de la vida”.
Desde muy pequeña, la llevan al convento real de Poissy, de
religiosas dominicanas, donde encuentra a una tía abuela llamada
también Luisa de Marillac. Allí comienza su sólida formación, su
excelente cultura y su ferviente iniciación en el conocimiento de
Dios.
Hacia los doce años es trasladada a un modesto pensionado, al
lado de una buena mujer hábil y virtuosa, con otras jovencitas
como ella, donde completará su formación, aprendiendo además
de las tareas propias de su condición, los quehaceres de la casa y
las cosas prácticas de la vida, que tan valiosas le serán en el
futuro. Joven fervientemente piadosa, se siente atraída por la vida
claustral de total austeridad y oración y en un arranque de fervor promete a Dios hacerse religiosa
capuchina. Algo después pide su ingreso en esa orden al Padre Honoré de Champigny, provincial
de los capuchinos, quien al rechazarla, aparentemente por su frágil salud, con proféticas palabras
le dice: “Dios tiene otros designios sobre usted”.
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La familia de Marillac se preocupa entonces de casar a la joven. Octaviano d’Attichy, uno de sus
tíos, propone a Antonio Le Grass, secretario de la reina María de Médicis. El matrimonio se
celebra el día 5 de febrero de 1613 en la Iglesia de San Gervasio. Luisa a sus veintidós años pasa
a ser “la señorita Le Grass”, el título de señora estaba reservado a la nobleza. Comienzan Luisa y
Antonio a disfrutar en su nuevo hogar de una dicha que ella hasta entonces no había conocido,
viven en amor y armonía y la llegada de su hijo, el pequeño Miguel Antonio, acrecienta su
felicidad.
De 1613 a 1617 fueron años venturosos, luego sobrevienen diversas dificultades que empañan
esa dicha: Miguel Antonio, su hijo, es enfermizo y difícil. Los siete hijos del matrimonio d’Attichy
quedan huérfanos y el señor Le Grass se preocupa más de los bienes de sus sobrinos que de los
propios, acarreando posteriormente una penuria económica que pone en peligro incluso el futuro
de su hijo. Sus tíos Miguel y Luis mueren uno encarcelado, el otro ejecutado. Antonio, su esposo,
cae enfermo volviéndose su carácter irritable y voluble.
Ante tanta contrariedad, Luisa se inquieta y le asaltan dudas ¿no será ella la responsable por no
haber cumplido lo que había prometido a Dios? Le dan ganas de dejar a su marido enfermo, pero
¿qué hacer con su difícil hijo? Comienza a dudar de todo: de la inmortalidad del alma, de la
existencia de Dios. Para encontrar la paz, multiplica ayunos, vigilias y oraciones, retiros,
confesiones generales y por fin, Luisa, encuentra de nuevo la certeza de la fe. Fue el domingo 4
de junio de 1623. “Su luz de Pentecostés”. En un solo instante se disiparon todas las dudas de
su espíritu. Comprende que debe permanecer junto a su marido y vislumbra lo que luego será su
futura vocación y misión: una pequeña comunidad consagrada al servicio de los Pobres, donde
tendría ocasión de hacer votos de pobreza, castidad y obediencia.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
¿Qué cualidades encuentro en Luisa?
Ella, como cualquier cristiano (también Vicente e Paúl), pasa por la noche oscura de la fe. ¿Cómo
afronta Luisa esta situación?, ¿cómo afronto yo mi falta de fe?
CANTO:
Ilumíname, Señor, con tu Espíritu.
Transfórmame, Señor, con tu Espíritu.
Y déjame sentir el fuego de tu amor
aquí en mi corazón, Señor. (bis)
Fortaléceme, Señor, con tu Espíritu.
Consuélame, Señor, con tu Espíritu.
II.- TEXTO: "LA LUZ DE PENTECOSTÉS".
Veamos como resuelve Luisa su situación:
En 1623, Luisa de Marillac, que tiene 32 años, vive un acontecimiento decisivo para su vida. Ante
la enfermedad de su marido, Luisa entra en una prolongada y profunda noche oscura. Se siente
culpable por no haber cumplido el voto deseo de entregarse a Dios. El día de Pentecostés
reconoce la acción transformadora del Espíritu. Es la luz de Pentecostés que iluminó la densa
oscuridad de su espíritu, haciéndole gozar de luz, paz, seguridad, gracia. Esta experiencia estará
presente a lo largo de toda su vida y será “como una ley que Dios quiso poner en su corazón”.
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"En el año 1623, el día de santa Mónica Dios me otorgó la gracia de hacer voto de
viudez si Dios llevaba a mi marido.
El día de la Ascensión siguiente, caí en un gran abatimiento de espíritu por la duda
que tenía de si debía dejar a mi marido como lo deseaba insistentemente, para
reparar mi primer voto y tener más libertad para servir a Dios y al prójimo.
Dudaba también si el apego que tenía a mi Director no me impediría tomar otro, ya
que se había ausentado por mucho tiempo y temía estar obligada a ello.
Y tenía también gran dolor con la duda de la inmortalidad del alma. Lo que me hizo
estar desde la Ascensión a Pentecostés en una aflicción increíble.
El día de Pentecostés, oyendo la Santa Misa o haciendo oración en la iglesia, en un
instante, mi espíritu quedó iluminado acerca de sus dudas.
Y se me advirtió que debía permanecer con mi marido, y que llegaría un tiempo en
que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y
que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo. Entendí
que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender
cómo podría ser porque debía haber (movimiento de) idas y venidas.
Se me aseguró también que debía permanecer en paz en cuanto a mi Director, y que
Dios me daría otro, que me hizo ver (entonces), según me parece y yo sentí
repugnancia en aceptar; sin embargo, consentí pareciéndome que no era todavía
cuando debía hacerse este cambio.
Mi tercera pena me fue quitada con la seguridad que sentí en mi espíritu que era Dios
quien me enseñaba todo lo que antecede y pues Dios existía, no debía dudar de lo
demás” (E. 5 y 6).
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
A la luz de este texto miramos nuestra vida:
¿Qué situaciones me han provocado o me provocan oscuridad, miedo, angustia, inseguridad?
¿Cómo me sitúo ante ellas?
¿Trato de buscar en la oración la LUZ del Espíritu que ilumine mi realidad concreta?
En esta Cuaresma en la que estamos inmersos, ¿busco la preparación de mi espíritu para la
llegada de la Pascua u de Pentecostés?.
¿Tengo la experiencia de haber vivido la acción transformante del Espíritu?
MOMENTO DE ORACIÓN.
Comparte tu experiencia con manifestaciones de acción de gracias, súplicas, alabanzas, etc.
Demos gracias a Dios por ser todos hermanos que, como tales, compartimos alegrías y
dificultades. Demos gracias a Dios porque Luisa quiso orientarnos y nos dejó sus experiencias.
Demos gracias a Dios que, conociendo la naturaleza humana y sabiendo que a veces no vemos
con claridad, nos dejó una oración para poder dirigirnos a Él cuando no sabemos hacerlo de otra
forma. Recemos como hermanos el PADRE NUESTRO.
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CANTO A MARÍA: María , madre nuestra.
ORACIÓN FINAL:
Señor Dios Omnipotente, Padre de los pobres. Tú nos concedes la gracia de conmemorar este
año el 350 aniversario de la muerte de San Vicente y Santa Luisa. Te damos rendidas gracias por
este don. Concédenos por su intercesión, que nos dejemos transformar más plenamente por el
Espíritu que Tú les diste. Que el Espíritu de caridad inunde nuestro corazón y nuestra mente para
que nuestro amor por los marginados y rechazados de la sociedad, sea inventivo hasta el infinito,
cariñoso, atento, misericordioso y previsor.
Haznos descubrir la audacia de San Vicente y de Santa Luisa, la laboriosidad y la fragancia de
aquel amor siempre renovado por los pobres, que les ayude a cambiar de verdad su vida.
Ayúdanos a hacer fuerte y humilde nuestra fe en este mundo nuestro que parece tan alejado de
Tí, pero que tiene una gran sed de Tí.
Haz que podamos ser digno de esperanza para muchos, como lo fueron San Vicente y Santa
Luisa, simples compañeros de viaje por el mar de la vida. Concédenos que no nos echemos atrás
frente a las dificultades y que nos esforcemos con nuestras manos en favor de los pobres,
nuestros maestros. Haz que en su escuela aprendamos a ser verdaderos hijos tuyos, dignos
herederos del carisma que Tú confiaste a San Vicente y a Santa Luisa para bien de la Iglesia y de
toda la humanidad.
Que este año jubilar sea para toda la Familia Vicenciana, un año de gracia y de conversión; y para
los destinatarios de nuestro amor, un año lleno de bendiciones. Amén.
ORACIÓN FINAL (opcional):
Señor, concédenos imitar tu vida, tu manera de obrar.
Tú nos has dicho que estabas en la tierra
para servir y no para ser servido.
Enséñanos a practicar una gran mansedumbre con todos,
a imitar tu gran bondad en la manera de acoger.
Como tú, Señor, deseamos amar con ternura
y respetar profundamente a todos aquellos
con quienes nos encontremos;
deseamos ser afables y bondadosos con los más desprovistos.
Señor, enséñanos a conservar siempre
un profundo aprecio por nuestro prójimo.
Tu vida en la tierra, tu muerte y tu resurrección
nos hablan de tu amor por todos. Amén.
(Oración según los Escritos de Luisa de Marillac)
Comunidad de Adultos de J.M.V. de Almería.
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