MÁS ALLÁ DE LA MUERTE, ¿QUÉ? 1. La esperanza Voy a iniciar leyendo un texto de una novela que fue muy famosa hace unos años: "La historia interminable"; Atreyu, el héroe, y su caballo, Artax, se adentran en el Pantano de la Tristeza: ...cuanto más profundamente se adentraban en el Pantano de la Tristeza, tanto más torpes se hacían sus movimientos. Dejaba colgar la cabeza y se limitaba a arrastrarse hacia adelante. -Artax -dijo Atreyu-: ¿qué te pasa? -No lo sé, señor -respondió el animal-, creo que deberíamos volver. No tiene ningún sentido. Corremos tras algo que sólo has soñado. Pero no lo encontraremos. Quizá sea de todas formas demasiado tarde. Quizá haya muerto ya la Emperatriz Infantil y todo lo que hacemos sea absurdo. Vamos a volver, señor. . -Nunca me has hablado así, Artax -dijo asombrado Atreyu-. ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? -Es posible -contestó Artax-. A cada paso que damos, la tristeza de mi corazón aumenta. Ya no tengo esperanzas, señor. Y me siento cansado, tan cansado... Creo que no puedo más1. El caballo termina hundiéndose en el Pantano. De una manera muy simple, el autor nos transmite un mensaje esencial: el ser humano no puede vivir sin esperanza. Cuando perdemos la esperanza, perdemos las ganas de vivir, dejamos de luchar... en el mejor de los casos vegetamos, dejando que los días nos arrastren. Pero no vivimos. El francés Alain Bombard2, en 1952, corrió una interesante aventura que narra en su libro Náufrago voluntario (París, 1953). Se constataba en esa época que la mayoría de los náufragos morían no de inanición sino de la desesperación. Bombard decidió embarcarse en una canoa, solo y sin alimentos ni bebidas, y viajar desde las Islas Canarias hasta las Islas Barbados en el Caribe, atravesando el Atlántico, para mostrar cómo un náufrago podía sobrevivir, alimentándose de lo que le proporciona el mar. Escribe: Naufragio: esta palabra es, para mí, la expresión misma de la miseria humana. Y era sinónimo de desesperación, de hambre, de sed... ¿Cómo combatir la desesperación, homicida más eficaz y más rápida que cualquier factor físico?... Estableceré científicamente las posibilidades alimenticias de supervivencia, y luego nos haremos... a la mar para hacer la demostración humana, la única que podrá curar de la desesperación a los futuros náufragos... Ahora bien, había que vencer un factor importante; había que matar esa desesperación que mata. Esto no estaba en el marco de la alimentación; pero, si beber es más importante que comer, inspirar confianza es más importante que beber. Si la sed mata más pronto que el hambre, la desesperación es todavía más rápida que la sed (Naufragé volontaire, pp. 10, 14, 19, 37)3. 1 Michael ENDE, La historia interminable, p. 57. Murió en 2005 a los 80 años de edad. 3 En Charles MOELLER, Literatura del siglo XX y cristianismo, Vol lII: La esperanza humana, trad. Valentín García Yebra, Gredos, Madrid, 19705, pp. 492-501. 2 ...el 90% de los náufragos mueren dentro [de] los tres días siguientes al siniestro, pero se necesitan bastantes más para morir de hambre o de sed. Al hundirse su barco, el hombre cree que todo el Universo se hunde con él, y el par de planchas que le fallan bajo los pies, arrastran consigo su ánimo y su juicio. Aunque encuentre en aquellos momentos una canoa de salvamento, no por ello está salvado, porque queda en ella inerte, absorto en la contemplación de su miseria. En realidad, ya ha renunciado a vivir. Presa de la noche, aterido por el agua y el viento, asustado por el vacío, por el ruido y por el silencio, no necesita más que tres días para acabar y perecer (p. 12). Su principal lucha en el trayecto fue contra la soledad y la desesperación, contra la idea de que no iba a llegar nunca, de que su empresa sería imposible. Finalmente, después de 65 días, pudo llegar a su destino4, y mostró que es posible superar la desesperación y por lo tanto sobrevivir: Esperar es tender a un estado mejor. El náufrago, después de la catástrofe, desprovisto brutalmente de todo, no puede ni debe hacer más que esperar. Ve cómo se le plantea brutalmente el problema: vivir o morir, y tiene que poner todos sus recursos, toda su fe en la vida, al servicio de su valor en la lucha contra la desesperación (pp. 314-315). En ocasiones, somos en la vida como náufragos necesitados de esperanza para sobrevivir. Pero la esperanza humana muchas veces falla, esperamos cosas o eventos que no se realizan nunca. La esperanza humana es frágil, y se ve constantemente amenazada. Bombard mismo aconseja: No debes apresurarte demasiado en tu esperanza. Esa esperanza, frágil, en nuestros días se ve muy amenazada... Samuel Becket, en su obra Esperando a Godot, muestra a dos vagabundos que esperan a un tal señor Godot, que nunca llega. “Godot” es una variación de la palabra inglesa “God”, Dios... si Dios no llega, ¿en quién podemos esperar? El hombre postmoderno se vuelve hacia lo inmediato: la satisfacción inmediata, las respuestas inmediatas, las carreras cortas... vamos ahí donde no se tenga que esperar demasiado tiempo. Tenemos miedo de comprometernos, de tomar decisiones definitivas en la vida, porque nuestras esperanzas resultan con frecuencia ser falsas esperanzas: las personas nos fallan a veces o esperamos que la ciencia, la técnica o incluso las drogas nos den la felicidad, y llega un momento en que nos sentimos vacíos y defraudados. 2. La muerte, amenaza radical para la esperanza Sobre todo, la amenaza radical para la esperanza es la muerte. Por eso, el sentido de la vida y de la muerte es una de las grandes cuestiones que, de modo más o menos explícito, todos abordamos en un momento o en otro a lo largo de nuestra vida. No todos afrontan esta situación del mismo modo. 4 Con una grave anemia que obligó a hospitalizarlo inmediatamente. Muchos quieren apartar la idea de la muerte, mirando hacia otro lado. Hay lugares del mundo en donde las caravanas fúnebres no pueden circular a través de la ciudad, como si al no mirarla, la muerte fuera a desaparecer. Otros, como en México, nos reímos de ella, la celebramos, hacemos fiesta, nos regalamos calaveritas de azúcar unos a otros... es una forma, quizá, de conjurar el miedo. Pintamos la muerte de vida. Hay una cosa cierta, y es que la visión que tengamos sobre la muerte ilumina y da sentido a la vida, y que solamente cuando nos tomamos en serio nuestra propia muerte nos tomamos en serio nuestra propia vida. Por eso vamos a reflexionar hoy un poco sobre nuestra propia muerte. Cuando yo tenía 20 años, murieron tres personas jóvenes cercanas a mí: una amiga al caerse de un caballo; la hermana de una amiga, de enfermedad; un amigo, en un accidente de coche. Esos hechos me hicieron plantearme seriamente: y yo, que sigo viva, ¿qué quiero hacer con mi vida? ¿Qué proyecto tengo? Cuando yo muera ¿qué huella quiero dejar? ¿Qué me gustaría que dijeran de mí? Y también, ¿qué hay más allá? Mis amigos, ¿dónde están? Podemos hablar de la muerte como algo general, pero hay un momento en nuestra vida a partir del cual nos hacemos conscientes de nuestra propia muerte y tenemos que verla con seriedad y cara a cara. Ya no la muerte de "los otros", sino la mía. Puede ser al ver la propia vida amenazada por una enfermedad o un riesgo grave, o al sentirla muy cercana en la muerte de un ser querido; de hecho, Gabriel Marcel dice que la muerte de la persona que amas es el único verdadero problema, y que decirle a alguien "te amo" es decirle "tú no morirás". San Agustín se lamenta, tras la muerte de su mejor amigo: ¡Qué angustia ensombreció mi corazón! Todo cuanto veía era muerte. Mi ciudad natal se me convirtió en un suplicio, la casa de mis padres era una desolación pasmosa. Todo lo que con él había compartido se convirtió en un tormento insufrible. Mis ojos le buscaban con ansia por todas partes, pero estas ansias quedaban insatisfechas. Llegué a odiarlo todo, porque todo estaba vacío de él. Ya no podían decirme: “Mira, ahí está”, como cuando volvía tras una ausencia. La interrogante ante la muerte ha atormentado al ser humano a lo largo de toda la historia y en todas las culturas: Me consumo, no viviré eternamente. Déjame, que mi vida es un soplo. Netzahualcóyotl (México) Mi corazón recuerda muchas cosas viendo brillar las cuatro estrellas. Ellas siempre saldrán, yo me estoy yendo. No volveré jamás, yo me estoy yendo. Poesía tarasca (México) La muerte ha estado desde siempre con nosotros. La carga pesada empezó hace tiempo. y yo no puedo soltar esas ataduras. El agua no se niega a disolver aun el cristal grande de sal. Así, al mundo de los muertos también los buenos bajan. Ewhes (África) A veces por medio de mitos, el ser humano ha expresado su impotencia ante la muerte, como en la historia de Orfeo y su esposa Eurídice; ésta muere y va al mundo de los muertos, el Hades. Orfeo, para recuperarla, logra llegar al Hades para convencer al dios y a la diosa Perséfone de que le devuelvan a su esposa. Ellos acceden, con la condición de que Orfeo no vuelva la vista atrás mientras sale al mundo de la luz, seguido por Eurídice. Pero Orfeo duda de los dioses, y para estar seguro de que ella lo sigue, mira hacia atrás. Entonces ve a Eurídice desvanecerse ante sus ojos. Este mito expresa la impotencia que siente el hombre ante la muerte, la imposibilidad de que los seres que amamos, y que han muerto, vuelvan a nosotros. Además, tenemos necesidad de trascender, de dejar huella. Un signo de ello son las inscripciones que aparecen en las bardas de los lugares turísticos o de peregrinación: "Fulanito estuvo aquí". El arte es también una expresión de esa necesidad de trascender, de hacer en nuestra vida algo que perdure. No nos resignamos a desaparecer. Un poeta español, Rafael Alberti5, escribió a sus 94 años: Pero no me quiero ir. No quiero morirme. Sigo sin querer morirme. ¿Por qué tengo que morirme? Todavía me retienen muchas cosas, muchos atrayentes sabores que no quiero dejar de percibir6. Es verdad que muchas personas se quitan la vida, pero, como escribe un autor: A la mayor parte de los que se dan a si mismos la muerte, es el amor el que les mueve el brazo, es el ansia suprema de vida, de más vida, de prolongar y perpetuar la vida lo que a la muerte les lleva, una vez persuadidos de la vanidad de su ansia7. Una muchacha me platicó que había intentado quitarse la vida. Sentía que en su casa nadie la quería verdaderamente, que ella no era importante para nadie. Y me contaba: "Me tomé las pastillas y me dormí, esperando despertar en otra parte". Su anhelo no era aniquilarse, sino despertar en otra parte; es decir, seguir viviendo pero de una manera distinta. No era que no quisiera vivir, sino que quería vivir mejor. Nuestro anhelo profundo es vivir, pero vivir en plenitud. Y sin embargo, no podemos evitar la muerte. La muerte es algo que nos acompaña toda la vida. Como dice San Agustín, al 5 1902-1999 J.M. BERMEJO, "Rafael Alberti, un poeta tan vivo..." en Vida Nueva 2,208 (6 de noviembre de 1999), p. 39. 7 Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, capítulo 1lI: "El hambre de inmortalidad" 6 comenzar a vivir comenzamos a morir (Ciudad de Dios, 4,4,7). Una afirmación que explicita más adelante, en la misma obra: Desde que uno comienza a estar en este cuerpo, que ha de morir, nunca deja de caminar a la muerte. [..] Todo el tiempo que se vive se va restando de la vida, y de día en día disminuye más y más lo que queda; de suerte que el tiempo de esta vida no es más que una carrera hacia la muerte, en la cual a nadie se le permite detenerse un tantico o caminar con cierta lentitud; todos son apremiados con el mismo movimiento, todos avanzan al mismo compás (Id, 13,10). 3. ¿Quiénes somos? La muerte, pues, nos acompaña siempre, y lo que podamos esperar después de la muerte depende de la idea que tengamos de nosotros mismos. ¿Quiénes somos? Una visión dualista, considera que el hombre está formado de alma y cuerpo; el alma es inmortal, superior al cuerpo mortal. Es la idea, por ejemplo, de Platón, que pensaba que el cuerpo es como una cárcel o una tumba para el alma; una cárcel de la que el alma debe escapar, purificándose por medio de la filosofía. Para Platón, el cuerpo es la raíz de todo el mal. Otros piensan que el hombre es espíritu. La materia es apariencia, engaño, ilusión. Otros, por el contrario, piensan que el hombre es solamente cuerpo, materia. Holbach, en el siglo XVIII, afirma que: Así como el hígado segrega bilis, el cerebro segrega pensamientos. Pero hay otra visión del ser humano que afirma que Dios crea al hombre como cuerpo y alma de manera inseparable; es el hombre entero el que recibe el aliento vital. Esta antropología unitaria es recuperada por Gabriel Marcel, quien sostiene que el hombre es espíritu encarnado, no es sólo espíritu, ni sólo materia; es una realidad con dos dimensiones. Cuerpo y alma no son dos realidades separadas, unidas accidentalmente. El cuerpo humano es un cuerpo espiritualizado, unidad de espíritu y materia. Yo no "tengo" cuerpo sino que "soy" cuerpo. No soy un "yo" aislado, "caído" en un cuerpo, sino un espíritu encarnado y un cuerpo espiritualizado. Por el cuerpo me relaciono con lo otros. Sin cuerpo, no podría dar a conocer mis pensamientos. También, por mi cuerpo estoy expuesto a las necesidades, al hambre, al frío, al dolor... y a la muerte. Y después de la muerte, ¿qué? 4. ¿Y después de la muerte, qué? Es una pregunta vital. ¿Hay algo de mí, de nosotros, que no esté afectado por la muerte? En todas las culturas existe la idea de un más allá de la muerte, aunque pensado de distintas maneras. Esta creencia se expresa, en algunas culturas, en los enterramientos. Algunos pueblos prehispánicos de la zona de Jalisco hacían las tumbas en forma de seno materno. En Perú, enterraban a sus muertos en posición fetal: la muerte es vista como un nuevo nacimiento, el nacimiento a otra vida. Los altares de muerto en la cultura mexicana expresan esa convicción de que el muerto sigue vivo todavía. ¿Cómo se puede explicar esa supervivencia después de la muerte? Para los que, como Platón, piensan en un alma caída accidentalmente en un cuerpo, la respuesta es sencilla: el cuerpo muere, y el alma, libre, sigue viviendo, o con los dioses, o encarnándose en otro cuerpo. En el hinduismo se piensa que el alma es una chispa de Brahma, lo divino, y al morir, el alma vuelve a Brahma. Algo semejante expresa la siguiente poesía de los araucanos de Chile: Toda la tierra es una sola alma, somos parte de ella. No podrán morir nuestras almas. Cambiar, sí pueden, pero no apagarse. Somos una sola alma como hay un solo mundo. Otros, como en el budismo, piensan que el alma va a fundirse con el Todo, en una pérdida total de la individualidad y la conciencia. Esto, sin embargo, significaría la pérdida de la identidad personal, de ese "yo" que experimentamos cuando decimos la palabra "yo", y que es el mismo desde que nacemos hasta que morimos. Ese "yo" que permanece a través de todos los cambios que suceden en nuestra vida. Pero es ese “yo” el que busca y anhela vivir más allá de la muerte, como lo expresa el escritor español Miguel de Unamuno: No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia. Yo soy el centro de mi universo, el centro del universo, y en mis angustias supremas grito con Michelet: «¡Mi yo, que me arrebatan mi yo!» ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo todo si pierde su alma? (Mat. XVI, 26)8 Al concebir al hombre como espíritu encarnado surge una cuestión importante. La muerte afecta a todo el hombre, no sólo a su cuerpo. No es mi cuerpo el que muere, sino yo. Por eso la agonía es algo tan tremendo: Qué difícil es morir - exclamaba Teresa de Lisieux en su lecho de muerte - recen por los moribundos. Sin embargo, el que la muerte afecte al hombre entero, no significa necesariamente que todo el hombre se pierda en la nada. Lo afirma el poeta indio Rabindranath Tagore: 8 Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, capítulo III: "El hambre de inmortalidad". Lo cierto es que la muerte no es la verdad última. Nos parece negra del mismo modo que el cielo nos parece azul; pero la muerte no ennegrece la existencia, del mismo modo que el azul celeste no macula las alas de las aves. ¿Qué es lo que permanece después de la muerte? Como vimos, el alma no es toda la persona. Hablar de inmortalidad del alma no resuelve totalmente el problema de nuestras ganas de vivir. Si la que sigue viviendo después de mi muerte es el alma, pero yo soy alma y cuerpo, entonces esa alma que sigue viviendo no soy exactamente yo; Santo Tomás dice que estar separada del cuerpo es un estado inconveniente para el alma. El caricaturista Quino plantea de una manera clara este problema en un diálogo entre sus dos personajes, Mafalda y Miguelito: Miguelito: ¿Qué pasa con nosotros después de la muerte? Mafalda: Dice mi mamá que tu cuerpo se queda en el cementerio y tu alma se va al cielo. Miguelito: ¿Y yo dónde me quedo? Por eso Gabriel Marcel, más que de "inmortalidad del alma", prefiere hablar de "supervivencia de la persona”, de la persona entera, alma y cuerpo. En el cristianismo hablamos no sólo de inmortalidad del alma sino de resurrección de los muertos; la que vivirá para siempre es la persona entera, alma y cuerpo. ¿Quiénes somos, entonces, y en qué esperanza podemos apoyar nuestra vida? Somos un espíritu encarnado que tiene deseos inmensos de vivir. Además, queremos una vida plena. Si están esas ansias tan fuertes, entonces quedan dos posibilidades: o existe un más allá o el ser humano es absurdo, porque tiene una sed que no se puede saciar... En ese caso, el ser humano sería el único ser absurdo en el mundo, pues a toda necesidad de la naturaleza, hay algo que la colma. Por ejemplo, necesitamos agua para vivir, y hay agua; ciertos animales necesitan hierba, y la hay; los seres vivos necesitan oxígeno y lo hay. Lo absurdo es tener una necesidad que no se puede saciar. ¿No sería absurdo que el ser humano fuera el único ser absurdo de toda la creación? No, no somos absurdos. Podemos mantener la esperanza que perdura más allá de la muerte, la esperanza de una vida más allá; una esperanza que está "anclada en la Trascendencia”9. 5. La vida eterna ya aquí Queda un punto importante: la Vida plena, que permanece para siempre, no es en primer lugar una cuestión de "después" de la muerte o "más allá" de este mundo, sino la dimensión absoluta ya presente en nosotros. Joseph Gevaert propone hablar no de "más allá" y "después" sino de vida personal eterna, esto es, de la posibilidad de realizarse la persona en la comunión, en la verdad, en la libertad y en el amor10. 9 Gabriel Marcel. Joseph Gevaert, El Problema del hombre: introducción a la antropología filosófica, Sígueme, Salamanca,1995, p. 346 (Existe una edición de 2003). 10 La vida eterna, el más allá, se relaciona con el amor. Escribe el filósofo alemán Karl Jaspers: No existe inmortalidad en el sentido de una ley natural, como el nacimiento o la muerte. No es una cosa evidente. La conquisto en la medida en que amo o busco el bien. Me deslizo en la nada en la medida en que vivo sin amor y, por lo tanto, sin brújula. Amando es como percibo la inmortalidad de aquellos que están ligados conmigo por el amor11. Los cristianos creemos que Dios es amor (Jn 4,8) y que, creados a imagen y semejanza de Dios, participamos del ser de Dios, amor eterno. El "material" del que estamos hechos es el amor eterno; por lo tanto, no podemos morir definitivamente. En nuestra época hay muchas fuerzas que nos empujan al individualismo, al "sálvese quien pueda". Pero como estamos hechos a imagen y semejanza de Dios que es Amor, empezamos a vivir auténticamente cuando amamos, y de esa forma nos preparamos para una muerte con sentido. Dice San Agustín: Nada puedes hacer para no morir, pero si que puedes vivir bien. Haz lo que puedes y aquello que no puedes evitar no te dará miedo (Serm. 229 H, 3). ¿Qué es vivir bien? Vivir bien es vivir amando. Decía la madre Teresa de Calcuta: No sé muy bien cómo será el cielo, pero lo que sí estoy segura es de que Dios no me va a preguntar: “¿Cuántas obras buenas hiciste?” Sino “¿cuánto amor pusiste en lo que hiciste?”. ¿Cuánto amor pusiste en tu familia, en tu profesión, en tus estudios... en todo lo que hiciste? Termino con una poesía, de José Luis Martín Descalzo, que habla de la muerte como el encuentro con el Amor: Y entonces vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida. Vio que el dolor precipitó la huida y entendió que la muerte ya no estaba. Morir sólo es morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba. Acabar de llorar y hacer preguntas; ver al Amor sin enigmas ni espejos; descansar de vivir en la ternura; tener la paz, la luz, la casa juntas y hallar, dejando los dolores lejos, la Noche-luz tras tanta noche oscura 11 Citado por GEVAERT, op. cit., p. 342. Vivamos, pues, una vida con sentido, para que nuestra muerte también lo tenga. Más allá de la muerte, ¿qué? Más allá de la muerte, la plenitud de la Vida y el Amor que en el fondo buscamos todos a lo largo de toda nuestra vida. Lucía Herrerías Guerra Octubre 2006