PALABRAS PARA LA RECEPCIÓN DE LA DISTINCIÓN UNIVERSAL DE LA FUNDACIÓN IBERO AMERICANA DE LAS ARTES, LAS LETRAS Y LAS CIENCIAS Por Justo Jorge Padrón Supone un honor y un privilegio hallarme en Chile, país al que aprendí a amar a través de los emocionantes versos del gran poeta, Pablo Neruda, a quien tuve el placer de conocer en Paris y fundar con él una buena amistad en aquellos meses de junio y julio de 1971, antes de que obtuviera el Premio Nobel de Literatura. Me es muy grato sentir en esta hora vespertina la fluyente y cálida hospitalidad de la prestigiosa Fundación Iberoamericana de las Artes, las Letras y las Ciencias, que dirige con tanto acierto y clarividencia el renombrado poeta chileno, Theodoro Elssaca. La actividad principal de la Fundación Iberoamericana es difundir la riquísima diversidad cultural de los países que integran el área iberoamericana y conseguir su unidad fraternal a través de sus creadores con iniciativas que superen el marco de sus respectivos países para ampliar, preservar y desarrollar sus fuentes de cocimientos por medio de la paz, dejando a nuestra juventud el legado de un mundo más sensible, culto y justo, al modo de una nueva aurora boreal que ilumine con su polícromo destello el futuro de nuestro planeta Tierra. La Fundación Iberoamericana, consciente del problema grave que se le plantea hoy a la sociedad mundial, como es el de la supervivencia de la especie humana, recupera la lucidez profunda que ejerce la poesía para alertar a los estados del planeta de la demencial política que llevan la mayor parte de sus gobiernos, para que el inmenso y suicida derroche de los recursos naturales cese inmediatamente si la raza humana quiere continuar en la faz de la Tierra. Ante esta apremiante realidad ¿Cuál podrá ser en nuestro tiempo la función de la poesía? Creo que en este caso concreto debe ser la de despertar e incentivar nuestra conciencia, para que cada ser humano recupere lo que ha olvidado durante los últimos siglos: el respeto a la vida de nuestro planeta y a la de todo el conjunto de nuestra especie. Frente a la destrucción indiscriminada, frente al egoísmo e insolidaridad, la poesía nos enseña la hermandad entre los seres vivos, libera nuestra imaginación, nos ofrece la emocionante lección de la concordia universal, fundando en nuestros corazones su fraternal latido. Estoy convencido de que la poesía induce al poeta a la búsqueda apasionada de comunicación y conocimiento de nuestra realidad e identidad profunda a través de la revelación poética. Rechazamos la soledad esencial de nuestro ser y nos precipitamos caudalosamente hacia otros seres humanos por medio de la creación –ese deseo de constituir un acto erótico con la palabra, de ahí su tenaz contrapunto de inteligencia y gozo—para alcanzar la conciencia de lo profundo con la elección de un vértigo que nos redima y nos haga escuchar el pálpito amistoso de aquellos que la perciban. La poesía es el único arte que puede dar luz y color a esa casa oscura que es el mundo. La que aguarda el lenguaje de los humillados por la injusticia o el dolor. Ella no es un atributo del poema sino un símbolo escondido de lo que existe. Es un medio de traspasar el presente y darnos su lado oculto, el más imprevisible y paradójico. Centellea en la aventura del vivir y, aún más, en las ensoñaciones de ese intensísimo viaje. Se cierne gravitante en el presagio para ser conciencia de lo profundo, acción inapresable. Es más que la realidad. Se trasciende a sí misma. La poesía es el diccionario universal de las maravillas, el reflejo sagrado de una cosmogonía individual, el viento del ser en el rocío del bosque, el resplandeciente trébol de la suerte. Sus ojos ven lo invisible y lo imposible de lo posible. Busca como lector al primero y al último de los hombres y también a todos los que están entre ellos. Su rostro tiene un ojo de niño (el del asombro) y otro de anciano (el de la experiencia). Sabe que alberga al verbo en la cúspide más hermosa de la energía para nombrar y crear lo que está vedado al lenguaje ordinario. Posee un código secreto, expresión de su interioridad, con el que se abre las puertas de su tabernáculo. Ante el poema el hombre percibe la emoción del mundo en su verdad esencial o refleja, como decían los antiguos chinos, la solidaridad de las diez mil cosas que componen el universo. Los ideólogos revolucionarios del siglo XX, no quisieron escuchar la voz de la poesía y esto explica, en parte al menos, el enorme fracaso de sus proyectos. Sería desastroso que la nueva filosofía política ignorase esas realidades ocultadas y enterradas por el hombre de hoy. La misión de la poesía no consistirá en nutrir con ideas al pensamiento, sino recordarle lo que tercamente ha olvidado durante siglos. La memoria hecha imagen y la imagen convertida en voz. Y este mensaje no es otro que la voz del humanismo, el saber que el hombre está dentro de cada hombre, por eso la poesía no busca la inmortalidad sino la resurrección en cada ser humano. Acaso la misión más íntima de la poesía es la de: seducir, consolar y hacer soñar. Su lenguaje es el que llega más estremecidamente a nuestro corazón para turbarlo, conmoverlo hondamente. Pero también es una de las formas más nobles del consuelo, por mitigar con su belleza nuestra pena y prepararnos con entereza para el dolor, la vejez y la muerte. Recuerdo unos versos del poeta romántico alemán, Friedrich Hölderlin: “Cuando un hombre piensa es un mendigo, pero cuando sueña es un Dios”. Los poetas, a lo largo de los siglos, nos han ayudado a contemplar mejor el mundo y a que nuestra mirada aprenda la infinita calidad de los matices, a sentir el placer escogido del recuerdo o a vagabundear felices en los espejismos errantes de la melancolía, pero, sobre todo, ha sido un guía espiritual reconfortante de nuestra vida adulta. Es como decía Jean Paulham:”un soplo de aire puro que nos llega después de haber estado a punto de perder el aliento, es un poco de salvación en el fondo de la pérdida o como el alivio de haber rescatado el lenguaje después de haberlo expuesto al mayor de los peligros. Sin embargo este alma anhelante y a veces torturada que constituye al poeta se enfrenta con una realidad que tantas veces lo margina y lo niega. Los poetas no son solamente los jilgueros cuyo canto nos alegra y eleva de intensidad nuestros mejores sentimientos. Son también los elegidos que cristalizan los dolores más profundos de la humanidad, los que luchan siempre entre el ideal y la verdad, entre la realidad y el deseo, entre el ángel y la bestia que vive en nosotros. Como sismógrafos recogen hasta las más tenues vibraciones de nuestro espíritu y reclaman un mundo más, bello, más justo y más solidario dando su propia existencia en ese heroico empeño. Concluiré mi intervención afirmando que el deseo de alcanzar la poesía no se apaga nunca y el recuerdo de su esplendor salva al hombre de los infiernos cotidianos y lo recupera del abismo, porque la poesía es la plenitud que nos rescata del hastío para fundarnos en los nombres esenciales de la existencia. Termino afirmando mi gratitud a la Fundación Iberoamericana por su espléndida labor y muy especialmente a su Presidente, Don Theodoro Elssaca, por su brillante ejecutoria en pro de las bellas letras y su fervoroso cuidado por ese arte esencialmente emotivo que alienta en la palabra cuando se desborda el misterioso asombro de la vida.